_- Unidas Podemos entrará con fuerza en el Consejo de Ministros si este martes sale adelante la investidura. El partido de Pablo Iglesias, que será vicepresidente segundo, liderará carteras del ámbito social. Este domingo se conoció, aunque desde Unidas Podemos aún no confirman los nombres de manera oficial, que el sociólogo y economista Manuel Castells, elegido por En Comú Podem, estará al frente del Ministerio de Universidades y que Alberto Garzón, líder de IU, dirigirá la cartera de Consumo. Sus nombres, sumados a la presencia de Irene Montero como ministra de Igualdad y a Yolanda Díaz, de Galicia en Común, como titular de Trabajo, permiten a Iglesias mantener un ecuánime reparto de poder entre las fuerzas que sustentan a Unidas Podemos.
La prioridad de Iglesias desde que se conoció el preacuerdo de Gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos 48 horas después de las elecciones del 10-N siempre fue la de lograr este equilibrio de poder entre sus socios. Una vez cerrada su presencia en el Gobierno, al frente de una vicepresidencia, el punto de partida de la negociación con el PSOE fue la última oferta de Pedro Sánchez a Unidas Podemos durante la investidura fallida de julio: una vicepresidencia y tres ministerios. Pero ese reparto se quedaba corto.
La presencia de Irene Montero nunca estuvo en duda, así como la de Yolanda Díaz. Díaz, aunque es militante de IU, nunca fue vista como cota de poder del partido liderado por Garzón y su elección, de hecho, parte del propio Iglesias. La próxima ministra de Trabajo si el martes sale adelante la votación para investir a Sánchez es muy cercana a Podemos y, sobre todo a su líder, con el que mantiene una relación muy estrecha.
El tercer ministerio que estaba previsto desde el inicio fue el de Universidades, cuya elección del titular el propio Iglesias delegó personalmente en Ada Colau y Jaume Asens, según fuentes del partido.
La negociación para arrancar a Sánchez un cuarto ministerio cumplía para Podemos dos objetivos primordiales. En primer lugar la de ampliar las competencias bajo su manto al considerar que los ministerios ofrecidos estaban "desgajados" tras la decisión de Sánchez de retirar a la cartera de Trabajo las competencias en Seguridad Social y a Ciencia las de universidades. Y en segundo lugar, pero no menos importante, la de poder situar a Alberto Garzón dentro del Consejo de Ministros y dar así su cota de poder a IU.
En este año protagonizado por el bloqueo político y las citas electorales, la relación entre Podemos e IU tuvo sus altos y bajos. En el verano, tras la investidura fallida de julio, Garzón amagó con romper la línea mantenida por Unidas Podemos desde el principio de la negociación con el PSOE después de las elecciones de abril: la apuesta por el Gobierno de coalición. La amenaza de una segunda cita electoral llevó al líder de IU a deslizar la opción de una abstención de Unidas Podemos para facilitar la investidura de Sánchez. La disensión del líder de IU no fue más allá. A mediados de agosto, Iglesias reunió a la mesa confederal, en la que están presentes todas las fuerzas de confluencia, para explicar su postura de cara al pleno de investidura de septiembre. Desde entonces no ha habido voces disonantes. Todas las fuerzas de Unidas Podemos cerraron filas en torno a la idea de la coalición, incluso durante la campaña electoral de noviembre, en la que Iglesias repitió hasta la saciedad aquello de "las cosas importantes no siempre salen a la primera"
Una apuesta a todo o nada que nunca se vio tan lejos como cuando resultó que estaba más cerca: tras las elecciones del 10-N. Sánchez e Iglesias se enfrentaron esa noche electoral a unos resultados amargos para los dos, en los que ambos perdían diputados. Si en julio, con unos números mucho más amables, las cosas se torcieron hasta casi el insulto y los vetos personales —Sánchez cerró a Iglesias su entrada en un hipotético Gobierno de coalición— con menos diputados y mayor dependencia de otros partidos la situación parecía entonces mucho más compleja. No fue así. Esa misma noche empezó el intercambio de mensajes por el móvil y apenas unas horas después ambos líderes se sentaban para empezar a negociar el que será el primer Gobierno de coalición de España desde la Segunda República si este martes Sánchez logra su objetivo.
https://elpais.com/politica/2020/01/05/actualidad/1578225847_619783.html?rel=listapoyo
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miércoles, 8 de enero de 2020
sábado, 4 de enero de 2020
La bicicleta del embajador. A Hugh Elliot los libros le enseñaron que todo tiene sombras y luces. Y una burgalesa le hizo ver la generosidad.
A Hugh Elliott su abuelo le regaló una bicicleta. Con ella quiso conocer mundo, desde Londres, donde había estudiado español. Y puso rumbo a España. Limpió fondues en Suiza e hizo otros trabajos que le ayudaran a llegar, con su bicicleta, al Camino de Santiago. En 1984 todavía la vía santa estaba poco transitada.
Aún conserva, grasiento y negro, el librito que le explicaba cómo hacer ese trayecto. La historia de lo que pasó más tarde en Burgos es ahora muy conocida. Hugh se vio necesitado de alojamiento y una joven burgalesa lo alojó gratis en su casa. Ahora es embajador británico en España. Este diciembre recordó a su benefactora contando la anécdota en redes sociales. Sin embargo, ella, Lourdes Arnáiz, había muerto de una enfermedad neurodegenerativa. De esa historia quedan la melancolía de su desenlace y la gran repercusión en medios y entre los españoles, con centenares de mensajes cariñosos.
En 1984 Hugh apenas tenía dinero. En Londres cargó a tope su vehículo. Al fin la bici se rompió en mitad de la nada, bajo el calor de la meseta de León. Detrás de una puerta apareció un sordomudo que entendió sus señas y apareció con la llave inglesa más grande que él había visto jamás. Funcionó el remedio, pero él quiso cambiar el rumbo. Tomó trenes a otros lugares de Francia y le dejó a Renfe la tarea de devolverle en Burgos la bicicleta. Él estuvo cinco días sin bicicleta. Fue en ese tiempo cuando se produjo un favor que parecía un milagro. A él nunca se le fue de la cabeza la trascendencia de tal favor. Ella podía estar deseando que se fuera. Y hasta este diciembre esa contrariedad no estaba solo en su diario sino en su conciencia. Por eso quiso recordarla públicamente.
Hugh es hijo de padres que sabían idiomas. El padre era profesor de lenguas (y hablaba español, francés y catalán), y la madre, que murió hace unos años, hablaba francés y alemán y era trabajadora social con niños pequeños. Él estudió en Cambridge, enseñó inglés en Salamanca, donde aprendió el estupendo español que habla, conoció a su futura esposa Toñi, y prolongó su pasión española con la lectura de libros que, anotados desde la fecha a los asuntos, dominan su biblioteca. Es tan alto que ninguno de los libros se resiste a sus manos de ciclista. Las lecturas (El Cantar del Mío Cid, El Caballero de Olmedo…) le abrieron los ojos al mundo, a la gente y a los idiomas. En esas estanterías figuran, muy fatigados, como decía Borges, libros de García Márquez y Vargas Llosa, leídos en Salamanca cuando aún el boom no había empezado a arrumbarse entre nosotros.
García Márquez, por ejemplo, le enseñó que la realidad explica también lo imposible. La literatura, en fin, le señaló que todo tiene sombras y luces, que todo es gris; y eso, que todo es gris, es imposible que lo entiendan los políticos. Por eso, sin duda, es diplomático… y lector. Ahora vive en España como embajador, y no es lo mismo que ver este país como estudiante. A él le impactó la enseñanza que fue para él reconocer aquí ese valor humano, la generosidad, en el gesto de Lourdes. Esa generosidad es, seguramente, la razón del éxito de España como país. Hay un último libro que saca de su estantería. El lazarillo de Tormes. Un libro cortito que explica la naturaleza humana de una forma brutal. La lectura que más le enseña de España. Debía tener 16 años cuando lo compró. ¿Por qué conserva tantos libros viejos? “¡Es que los libros no se tiran!”. Ni los recuerdos.
https://elpais.com/cultura/2019/12/28/actualidad/1577524962_607994.html
Aún conserva, grasiento y negro, el librito que le explicaba cómo hacer ese trayecto. La historia de lo que pasó más tarde en Burgos es ahora muy conocida. Hugh se vio necesitado de alojamiento y una joven burgalesa lo alojó gratis en su casa. Ahora es embajador británico en España. Este diciembre recordó a su benefactora contando la anécdota en redes sociales. Sin embargo, ella, Lourdes Arnáiz, había muerto de una enfermedad neurodegenerativa. De esa historia quedan la melancolía de su desenlace y la gran repercusión en medios y entre los españoles, con centenares de mensajes cariñosos.
En 1984 Hugh apenas tenía dinero. En Londres cargó a tope su vehículo. Al fin la bici se rompió en mitad de la nada, bajo el calor de la meseta de León. Detrás de una puerta apareció un sordomudo que entendió sus señas y apareció con la llave inglesa más grande que él había visto jamás. Funcionó el remedio, pero él quiso cambiar el rumbo. Tomó trenes a otros lugares de Francia y le dejó a Renfe la tarea de devolverle en Burgos la bicicleta. Él estuvo cinco días sin bicicleta. Fue en ese tiempo cuando se produjo un favor que parecía un milagro. A él nunca se le fue de la cabeza la trascendencia de tal favor. Ella podía estar deseando que se fuera. Y hasta este diciembre esa contrariedad no estaba solo en su diario sino en su conciencia. Por eso quiso recordarla públicamente.
Hugh es hijo de padres que sabían idiomas. El padre era profesor de lenguas (y hablaba español, francés y catalán), y la madre, que murió hace unos años, hablaba francés y alemán y era trabajadora social con niños pequeños. Él estudió en Cambridge, enseñó inglés en Salamanca, donde aprendió el estupendo español que habla, conoció a su futura esposa Toñi, y prolongó su pasión española con la lectura de libros que, anotados desde la fecha a los asuntos, dominan su biblioteca. Es tan alto que ninguno de los libros se resiste a sus manos de ciclista. Las lecturas (El Cantar del Mío Cid, El Caballero de Olmedo…) le abrieron los ojos al mundo, a la gente y a los idiomas. En esas estanterías figuran, muy fatigados, como decía Borges, libros de García Márquez y Vargas Llosa, leídos en Salamanca cuando aún el boom no había empezado a arrumbarse entre nosotros.
García Márquez, por ejemplo, le enseñó que la realidad explica también lo imposible. La literatura, en fin, le señaló que todo tiene sombras y luces, que todo es gris; y eso, que todo es gris, es imposible que lo entiendan los políticos. Por eso, sin duda, es diplomático… y lector. Ahora vive en España como embajador, y no es lo mismo que ver este país como estudiante. A él le impactó la enseñanza que fue para él reconocer aquí ese valor humano, la generosidad, en el gesto de Lourdes. Esa generosidad es, seguramente, la razón del éxito de España como país. Hay un último libro que saca de su estantería. El lazarillo de Tormes. Un libro cortito que explica la naturaleza humana de una forma brutal. La lectura que más le enseña de España. Debía tener 16 años cuando lo compró. ¿Por qué conserva tantos libros viejos? “¡Es que los libros no se tiran!”. Ni los recuerdos.
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