A Hugh Elliott su abuelo le regaló una bicicleta. Con ella quiso conocer mundo, desde Londres, donde había estudiado español. Y puso rumbo a España. Limpió fondues en Suiza e hizo otros trabajos que le ayudaran a llegar, con su bicicleta, al Camino de Santiago. En 1984 todavía la vía santa estaba poco transitada.
Aún conserva, grasiento y negro, el librito que le explicaba cómo hacer ese trayecto. La historia de lo que pasó más tarde en Burgos es ahora muy conocida. Hugh se vio necesitado de alojamiento y una joven burgalesa lo alojó gratis en su casa. Ahora es embajador británico en España. Este diciembre recordó a su benefactora contando la anécdota en redes sociales. Sin embargo, ella, Lourdes Arnáiz, había muerto de una enfermedad neurodegenerativa. De esa historia quedan la melancolía de su desenlace y la gran repercusión en medios y entre los españoles, con centenares de mensajes cariñosos.
En 1984 Hugh apenas tenía dinero. En Londres cargó a tope su vehículo. Al fin la bici se rompió en mitad de la nada, bajo el calor de la meseta de León. Detrás de una puerta apareció un sordomudo que entendió sus señas y apareció con la llave inglesa más grande que él había visto jamás. Funcionó el remedio, pero él quiso cambiar el rumbo. Tomó trenes a otros lugares de Francia y le dejó a Renfe la tarea de devolverle en Burgos la bicicleta. Él estuvo cinco días sin bicicleta. Fue en ese tiempo cuando se produjo un favor que parecía un milagro. A él nunca se le fue de la cabeza la trascendencia de tal favor. Ella podía estar deseando que se fuera. Y hasta este diciembre esa contrariedad no estaba solo en su diario sino en su conciencia. Por eso quiso recordarla públicamente.
Hugh es hijo de padres que sabían idiomas. El padre era profesor de lenguas (y hablaba español, francés y catalán), y la madre, que murió hace unos años, hablaba francés y alemán y era trabajadora social con niños pequeños. Él estudió en Cambridge, enseñó inglés en Salamanca, donde aprendió el estupendo español que habla, conoció a su futura esposa Toñi, y prolongó su pasión española con la lectura de libros que, anotados desde la fecha a los asuntos, dominan su biblioteca. Es tan alto que ninguno de los libros se resiste a sus manos de ciclista. Las lecturas (El Cantar del Mío Cid, El Caballero de Olmedo…) le abrieron los ojos al mundo, a la gente y a los idiomas. En esas estanterías figuran, muy fatigados, como decía Borges, libros de García Márquez y Vargas Llosa, leídos en Salamanca cuando aún el boom no había empezado a arrumbarse entre nosotros.
García Márquez, por ejemplo, le enseñó que la realidad explica también lo imposible. La literatura, en fin, le señaló que todo tiene sombras y luces, que todo es gris; y eso, que todo es gris, es imposible que lo entiendan los políticos. Por eso, sin duda, es diplomático… y lector. Ahora vive en España como embajador, y no es lo mismo que ver este país como estudiante. A él le impactó la enseñanza que fue para él reconocer aquí ese valor humano, la generosidad, en el gesto de Lourdes. Esa generosidad es, seguramente, la razón del éxito de España como país. Hay un último libro que saca de su estantería. El lazarillo de Tormes. Un libro cortito que explica la naturaleza humana de una forma brutal. La lectura que más le enseña de España. Debía tener 16 años cuando lo compró. ¿Por qué conserva tantos libros viejos? “¡Es que los libros no se tiran!”. Ni los recuerdos.
https://elpais.com/cultura/2019/12/28/actualidad/1577524962_607994.html
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sábado, 4 de enero de 2020
La bicicleta del embajador. A Hugh Elliot los libros le enseñaron que todo tiene sombras y luces. Y una burgalesa le hizo ver la generosidad.
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martes, 24 de enero de 2017
Gonzalo Puente Ojea, intelectual ateo y exembajador en el Vaticano. El diplomático y presidente de honor de Europa Laica publicó una treintena de obras.
Creyente en sus años mozos, agnóstico y ateo más tarde, intelectual de fuste con una treintena de obras publicadas, siempre inconformista, el diplomático Gonzalo Puente Ojea solía acudir a una cita de Chesterton en Por qué soy católico para ilustrar cómo, entre ignorar las derrotas o exagerarlas, está el talento de arrancar victorias de los fracasos. Fue la historia de la ejecución, por sedicioso, del nazareno Jesús a manos de Poncio Pilato, instigado por los líderes judíos del momento. Chesterton sostenía que sin aquel ascenso al monte Calvario no habría habido cristianismo. También Puente Ojea creyó poder convertir en victoria su estrepitosa derrota cuando cayó en desgracia en el Ministerio de Asuntos Exteriores, del que había sido subsecretario con Fernando Morán en el primer Gobierno de Felipe González, cuando el Vaticano le retiró el plácet de embajador por divorciarse y volverse a casar por lo civil.
La jerarquía católica se empeñó, con furia poco cristiana, en una campaña que destrozó la reputación incluso profesional de Puente Ojea, retirado de Roma de mala manera. Quien lo sentenció en agosto de 1987 fue el ministro Francisco Fernández Ordóñez. La polémica fue tan extravagante que Fernando Savater, otro ilustre laicista, la resumió entonces para EL PAÍS en un artículo titulado Embajador en el infierno.
Puente Ojea falleció en la madrugada del martes pasado en su casa de Getxo (Vizcaya) a los 92 años de edad. Sus restos fueron incinerados en el cementerio de Derio y en fechas posteriores, aún sin determinar, las cenizas serán trasladadas a Madrid para ser enterradas en la tumba familiar en el cementerio de la Almudena, donde reposan las de su compañera Pilar. Europa Laica, la organización de la que era presidente de honor, le prepara una despedida civil, de acuerdo con sus creencias, y un homenaje póstumo.
Nacido en Cienfuegos (Cuba) en 1924 —su padre era allí cónsul general—, Puente Ojea ha sido un referente fundamental en el difícil camino de España hacia la laicidad y la secularización. Nunca renunció a sus ideas, y ello le cortó muchas alas en la carrera diplomática, enfeudada con el franquismo e invadida por excombatientes y falangistas. Según sus datos, de los 444 diplomáticos que había en 1960, 113 entraron mediante exámenes patrióticos. En aquel ambiente, Puente Ojea era un faro para los nuevos.
Sería una lástima centrar este obituario en los sucesos que acabaron con su carrera política, aunque resulta imprescindible para comprobar cómo el Estado español se humilla muchas veces, sin decoro, ante el poder religioso, que sigue siendo fáctico (como solía decirse durante el franquismo nacionalcatólico). Puente Ojea se sobrepuso con creces a aquellos sucesos completando una obra ensayística enciclopédica, que había iniciado en la década de los cincuenta del pasado siglo con títulos como Problemática del catolicismo actual (1954). En 1974 publicó Ideología e Historia. La formación del cristianismo como fenómeno ideológico. Otras obras suyas son Elogio del ateísmo (1995), El mito del alma (2000) o La religión ¡vaya timo! (2009), en la colección ¡Vaya timo!, de la editorial Laetoli. También publicó una compleja antología de escritos breves, que tituló de manera inequívoca La Cruz y la Corona. Las dos hipotecas de la Historia de España. Fue su testamento intelectual, el grito del pensador que no está dispuesto a inhibirse ante el deber moral de denunciar las falsedades y corrupciones de la cacareada democracia española.
Proceso de divorcio
Pero es ineludible volver al incidente diplomático que protagonizó en 1987, en el que el Vaticano torció el brazo de mala manera al Gobierno socialista. Roma había acogido con gran disgusto el nombramiento de un diplomático por primera vez inmune a los halagos clericales, pero no se atrevió a rechazarlo por la abrumadora mayoría parlamentaria con que contaba el ejecutivo de Felipe González. Cuando se hizo público que el embajador había iniciado un proceso de divorcio, los círculos más reaccionarios creyeron que había llegado la hora del desquite. Puente Ojea reunió en un libro los documentos del caso. “Sobre mi persona y las circunstancias de mi cese se han acumulado, con el mayor desorden de la mente y con una delirante incoherencia narrativa, toda suerte de falsedades, disparates y difamaciones”, escribió.
El resumen es que el Vaticano juzgaba (y sigue juzgando) el divorcio desde la moral sexual, en un ambiente, por cierto, en el que dicha moral en el clero, incluida la curia romana, arroja hasta un 70% de sacerdotes con relaciones sexuales de carácter o eventual o estable. Puente Ojea se lo dijo así, sin tapujos, al sustituto de la Secretaría de Estado, con quien logró entrevistarse antes de volver a España: “Si el embajador de España fuese un hombre de vida licenciosa, pero celoso practicante y católico a machamartillo, todo quedaría condonado y sigilosamente arreglado, como ha sucedido en otros casos. Si fueran expulsados de la curia todos los que conculcan en secreto los tabúes sexuales, su personal se quedaría diezmado”. Y el representante del Vaticano le contestó: “Haga usted lo mismo”.
http://politica.elpais.com/politica/2017/01/11/actualidad/1484168604_427272.html
La jerarquía católica se empeñó, con furia poco cristiana, en una campaña que destrozó la reputación incluso profesional de Puente Ojea, retirado de Roma de mala manera. Quien lo sentenció en agosto de 1987 fue el ministro Francisco Fernández Ordóñez. La polémica fue tan extravagante que Fernando Savater, otro ilustre laicista, la resumió entonces para EL PAÍS en un artículo titulado Embajador en el infierno.
Puente Ojea falleció en la madrugada del martes pasado en su casa de Getxo (Vizcaya) a los 92 años de edad. Sus restos fueron incinerados en el cementerio de Derio y en fechas posteriores, aún sin determinar, las cenizas serán trasladadas a Madrid para ser enterradas en la tumba familiar en el cementerio de la Almudena, donde reposan las de su compañera Pilar. Europa Laica, la organización de la que era presidente de honor, le prepara una despedida civil, de acuerdo con sus creencias, y un homenaje póstumo.
Nacido en Cienfuegos (Cuba) en 1924 —su padre era allí cónsul general—, Puente Ojea ha sido un referente fundamental en el difícil camino de España hacia la laicidad y la secularización. Nunca renunció a sus ideas, y ello le cortó muchas alas en la carrera diplomática, enfeudada con el franquismo e invadida por excombatientes y falangistas. Según sus datos, de los 444 diplomáticos que había en 1960, 113 entraron mediante exámenes patrióticos. En aquel ambiente, Puente Ojea era un faro para los nuevos.
Sería una lástima centrar este obituario en los sucesos que acabaron con su carrera política, aunque resulta imprescindible para comprobar cómo el Estado español se humilla muchas veces, sin decoro, ante el poder religioso, que sigue siendo fáctico (como solía decirse durante el franquismo nacionalcatólico). Puente Ojea se sobrepuso con creces a aquellos sucesos completando una obra ensayística enciclopédica, que había iniciado en la década de los cincuenta del pasado siglo con títulos como Problemática del catolicismo actual (1954). En 1974 publicó Ideología e Historia. La formación del cristianismo como fenómeno ideológico. Otras obras suyas son Elogio del ateísmo (1995), El mito del alma (2000) o La religión ¡vaya timo! (2009), en la colección ¡Vaya timo!, de la editorial Laetoli. También publicó una compleja antología de escritos breves, que tituló de manera inequívoca La Cruz y la Corona. Las dos hipotecas de la Historia de España. Fue su testamento intelectual, el grito del pensador que no está dispuesto a inhibirse ante el deber moral de denunciar las falsedades y corrupciones de la cacareada democracia española.
Proceso de divorcio
Pero es ineludible volver al incidente diplomático que protagonizó en 1987, en el que el Vaticano torció el brazo de mala manera al Gobierno socialista. Roma había acogido con gran disgusto el nombramiento de un diplomático por primera vez inmune a los halagos clericales, pero no se atrevió a rechazarlo por la abrumadora mayoría parlamentaria con que contaba el ejecutivo de Felipe González. Cuando se hizo público que el embajador había iniciado un proceso de divorcio, los círculos más reaccionarios creyeron que había llegado la hora del desquite. Puente Ojea reunió en un libro los documentos del caso. “Sobre mi persona y las circunstancias de mi cese se han acumulado, con el mayor desorden de la mente y con una delirante incoherencia narrativa, toda suerte de falsedades, disparates y difamaciones”, escribió.
El resumen es que el Vaticano juzgaba (y sigue juzgando) el divorcio desde la moral sexual, en un ambiente, por cierto, en el que dicha moral en el clero, incluida la curia romana, arroja hasta un 70% de sacerdotes con relaciones sexuales de carácter o eventual o estable. Puente Ojea se lo dijo así, sin tapujos, al sustituto de la Secretaría de Estado, con quien logró entrevistarse antes de volver a España: “Si el embajador de España fuese un hombre de vida licenciosa, pero celoso practicante y católico a machamartillo, todo quedaría condonado y sigilosamente arreglado, como ha sucedido en otros casos. Si fueran expulsados de la curia todos los que conculcan en secreto los tabúes sexuales, su personal se quedaría diezmado”. Y el representante del Vaticano le contestó: “Haga usted lo mismo”.
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