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sábado, 1 de octubre de 2022

_- IN MEMORIAM OPINIÓN. José García Buitrón, el médico que no toleraba el desamparo de la gente. El exresponsable de la Oficina Nacional de Coordinación de Trasplantes falleció el sábado en Madrid.

_- YOLANDA DÍAZ
20 SEPT 2022 -


La unanimidad es una circunstancia extraña en nuestros días. Pocas personas, José García Buitrón [Toreno (León), 77 años, fallecido el sábado en Madrid] era una de ellas, logran hoy concitar ese sentimiento de concordia, de adhesión. Quizás por aquel afán suyo de crear comunidad, por su vitalismo, por su bondad, por la sensatez y la alegría que entregaba tan generosamente a los demás. Todas eran virtudes irresistibles, transformadoras, para cualquiera que tuviese la suerte de acercarse a él y conocerlo. 

Siempre me ha parecido que Josito, Buitrón, era el producto más depurado de esa Coruña librepensadora e ilustrada, progresista, republicana, que empapó los siglos XIX y XX con su compromiso cívico, en vanguardia siempre de las grandes conversaciones sociales de nuestro tiempo. La ciudad de los ateneos, de las escuelas, de las sociedades obreras y culturales ―una de las primeras de España en plantarle cara al absolutismo― fue también el lugar que mi amigo escogió para vivir y trabajar.

Ese nervio ciudadano atravesaba, de parte a parte, el pensamiento de José, un médico inquieto, un hombre de ciencia, comprometido con las causas justas y, muy singularmente, con la defensa de una sanidad pública y de calidad. Nos enseñó que la confianza en lo público es un patrimonio colectivo, intocable, que ningún modelo de negocio debe arruinar o condicionar.

No toleraba el desamparo de las personas, la desigualdad, la pobreza. Tampoco la resignación ni la mentira. Por tal motivo Buitrón era el lector más inflexible del relato democrático contemporáneo, ese que oculta las precariedades del sistema, vanagloriándose de lo logrado y relegando la voluntad ciudadana a una cita con las urnas cada cuatro años. Él nunca se conformó y su trayectoria profesional y política así lo demuestran.

Hoy, en la hora de su muerte, resulta inevitable pensar en todas las vidas que él contribuyó a salvar, con sus propias manos. El rastro de gratitud, cariño y admiración que deja. Desde aquel trasplante pionero en Galicia, en el año 1981, y durante toda su carrera como cirujano, gerente del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac) y responsable de la Oficina de Coordinación de Trasplantes.

En cada logro profesional, en cada órgano vital restablecido, el doctor Buitrón encontraba un pretexto para sanar nuestro cuerpo social. Porque la salud de una única persona era, para él, la salud de la comunidad misma, la expresión de una convivencia, el hilo de oro que teje las redes de afecto y de solidaridad que nos unen y vinculan como seres humanos. Por eso, el doctor Buitrón volcaba en cada caso clínico toda la responsabilidad y la empatía que dignifican y hacen imprescindible a la profesión médica. En Galicia o al otro lado del océano. Allí donde pudiese ayudar, aportar o echar una mano.

Nos vimos hace muy poco, en O Courel. Nos acompañó en un encuentro de Sumar, dispuesto, como siempre estaba Buitrón, al diálogo, a la escucha, a compartir su sabiduría y su criterio político. Hablábamos muy a menudo, intercambiábamos mensajes, me enviaba artículos y reflexiones personales, pero, sobre todo, me cuidaba. Lo hizo la misma mañana en la que nos dijo adiós para siempre. Será muy difícil hacerse a la idea de que su entusiasmo, sus consejos, su firme defensa de la vida, aquel Yolandiña pronunciado entre risas y bromas, no me van a acompañar más.

La muerte de alguien a quien queremos fractura una parte de nosotras mismas, quizás la más valiosa. Pero cuando ese alguien es un amigo tan excepcional como José García Buitrón nos asiste, en medio del dolor, una certeza: él me quería en su vida y yo lo quería en la mía. No importa dónde esté, en qué lugar alejado de su casa de Eirís. Importa el orgullo de haberlo tenido cerca, su memoria, su lección de amor y el ejemplo de una vida que nunca se agotará en nuestro recuerdo.

Yolanda Díaz es vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social 



lunes, 25 de octubre de 2021

_- “Los tratamientos contra el cáncer eran como intentar arreglar un televisor con un martillo”

   

 El oncólogo William Kaelin, ganador del Nobel de Medicina, confía en que descubrimientos inminentes cambiarán por completo la lucha contra los tumores

El médico William Kaelin no quería ganar el Nobel de Medicina. Su esposa, la reputada oncóloga Carolyn Scerbo, había vaticinado que él acabaría siendo galardonado. Juntos se divertían pensando en cómo transformaría sus vidas el premio sueco, que convierte a sus ganadores en semidioses en el imaginario colectivo. En 2015, ella murió por un cáncer cerebral letal a los 54 años. Kaelin, sin su “mejor amiga, alma gemela y compañera de vida”, deseó un año tras otro no recibir la llamada de Estocolmo. Ya no quería ganarlo, pero estaba en todas las quinielas. El médico, un neoyorquino de 63 años, había ayudado a descubrir el mecanismo por el que las células detectan el oxígeno disponible y se adaptan a él, un hallazgo que ha abierto la puerta a nuevos tratamientos contra su gran enemigo, el cáncer, y también contra la anemia. El 7 de octubre de 2019, sonó su teléfono en plena noche. Acababa de ganar el Nobel de Medicina.

Kaelin, de la Escuela de Medicina de Harvard, responde a las preguntas de EL PAÍS desde su casa de Boston, antes de participar por videoconferencia en una reunión con jóvenes científicos en el Instituto de Salud Global de Barcelona, dentro de la Iniciativa Inspiración Premio Nobel, apoyada por la Fundación AstraZeneca. “Espero que descubramos algo en los próximos 10 años que cambie por completo la lucha contra el cáncer”, afirma Kaelin. Él está en primera línea para lograrlo.

Pregunta. Uno de sus profesores en la universidad le dijo que usted no tenía futuro en la ciencia.
Respuesta. Sí, ya falleció. Estuve en el laboratorio equivocado, con el profesor equivocado y con el proyecto equivocado. Pero yo era un chico de casi 20 años y me creí la crítica. Solo tras hablar más tarde con otros científicos me di cuenta de que quizá el problema no era yo.

P. Cuando era joven, usted pensaba que la biología era “terriblemente aburrida”.
R. Sí, no soy el único. He leído las biografías de muchos biólogos de mi generación y muchos de ellos, como yo, pensaron que la biología era muy aburrida, porque era muy descriptiva, como coleccionar sellos. En las décadas de 1960 y 1970 había que memorizar un montón de nombres de plantas y animales, pero nos faltaban herramientas para llevar a cabo experimentos explicativos. Cuando estás en el instituto, lo más importante que puedes aprender es a pensar con claridad, de manera lógica y rigurosa. Si lo aprendes estudiando biología, maravilloso, pero también lo puedes lograr en otras disciplinas. Puedes reinventarte varias veces por el camino, pero tienes que aprender a pensar.

Puedes reinventarte varias veces por el camino, pero tienes que aprender a pensar

P. Usted nació en 1957, el año del lanzamiento del satélite soviético Sputnik, y llegó a ir a los desfiles de bienvenida a los astronautas estadounidenses que llegaron a la Luna en 1969. ¿Cree que los niños de hoy tienen suficientes héroes científicos?
R. Cuando Barack Obama era presidente, dijo que necesitábamos otro momento Sputnik. Y supe perfectamente lo que quería decir: ese momento en el que la imaginación de las personas se expande y aparecen nuevas posibilidades. Yo me beneficié del interés en la ciencia y en la ingeniería en los años sesenta, impulsado por la carrera espacial y la Guerra Fría. Creo que, al menos en EE UU, y me temo que en otras partes del mundo, los políticos a veces perturban el funcionamiento de la ciencia y cuestionan las motivaciones de los científicos si no les gustan sus conclusiones. Ahí está por ejemplo el cambio climático. Hay gente que, por intereses políticos o económicos, pone en duda las motivaciones de los científicos. A mí esto me preocupa, porque confunde a los jóvenes.

P. Cuando su esposa murió por un cáncer cerebral, usted pidió a los asistentes al funeral que no llevasen flores, sino que hicieran donaciones para la investigación del cáncer. ¿Hace falta más dinero?
R. Disponer de más dinero y recursos solo puede ayudar. Cuanto más inviertas en ciencia, más conocimiento generarás y más progresarás en el tratamiento de las enfermedades. Pero no es solo una cuestión de dinero, importa todo el ecosistema: hay que celebrar la ciencia y tener un sistema educativo potente. Una vez que cumples estas condiciones, cuanto más recursos tengas, mejor. A veces no financiamos suficientemente la ciencia.

Cuanto más dinero inviertas en ciencia, más progresarás en el tratamiento de las enfermedades

P. Ahora que comprendemos mejor los sensores de oxígeno en las células, ¿qué? ¿Qué fármacos podemos tener a corto plazo?
R. Ya tenemos unos nuevos fármacos que, al tomarlos, engañan al cuerpo para que piense que no está recibiendo suficiente oxígeno y responda, por ejemplo, formando más glóbulos rojos. Uno de estos fármacos, el roxadustat, en el que yo he estado implicado, ha sido autorizado recientemente en Europa como tratamiento contra la anemia. Ahora sabemos que el cáncer a menudo secuestra el sistema, cogiendo las riendas de los sensores de oxígeno, para engañar al cuerpo y que abastezca al tumor de sangre. Hay nuevos fármacos, como los llamados inhibidores de HIF-2, que son muy prometedores en ciertos tipos de cáncer. El primero de estos fármacos fue aprobado en agosto para el tratamiento de la enfermedad de Von Hippel-Lindau, una afección rara que causa cáncer, pero me sorprendería mucho si no se aprueban también para otros tumores, incluido el de riñón.

P. En su discurso del Nobel afirmó que, en realidad, sus descubrimientos arrancan con un estudio del médico británico Edward Treacher Collins de 1894 [sobre el extraño crecimiento de vasos sanguíneos en los ojos de dos hermanos]. La ciencia a veces es muy lenta. ¿Cómo se puede ir más rápido?
R. Hubo un punto de inflexión en el año 2000, con la publicación del primer borrador del genoma humano. Algún día echaremos la vista atrás y diremos que aquello fue el Big Bang, porque está acelerando radicalmente el progreso en las ciencias biomédicas. Estamos en una época dorada. No es casualidad que hiciera falta tanto tiempo para descifrar lo que Treacher Collins había descrito. Es que, sencillamente, no teníamos las herramientas. Ahora todo va mucho más rápido.

P. ¿Cómo era el tratamiento del cáncer en los años ochenta?
R. Se basaba sobre todo en fármacos que se habían descubierto al ver su capacidad para matar o inhibir las células cancerosas en placas de laboratorio. Pero no había un conocimiento real de los entresijos moleculares de estos tumores. No sabíamos qué genes estaban alterados. Era como intentar arreglar un televisor con un martillo. Ahora podemos desarrollar fármacos realmente dirigidos a estos mecanismos moleculares, en vez de depender de fármacos que matan indiscriminadamente células cancerosas y células normales.

En 10 o 20 años podemos ver nuevos enfoques que ahora ni imaginamos

P. Quizá en un futuro cercano, en 10 o 20 años, analizaremos la etapa actual y pensaremos que también estábamos arreglando la televisión con un martillo.
R. Creo que las cosas cambiaron en el año 2000. A riesgo de usar otra analogía, creo que estamos intentando arreglar un coche y en el año 2000 al menos fuimos capaces por primera vez de abrir el capó y ver el motor. Ese fue el punto de inflexión.

P. ¿Cómo imagina la lucha contra el cáncer en 10 o 20 años?
R. Hay una gran diferencia entre la ciencia y la ingeniería. Cuando [el presidente estadounidense John Fitzgerald] Kennedy dijo que íbamos a poner un hombre en la Luna en una década, fue porque poner un hombre en la Luna era sobre todo un problema de ingeniería. Los principios científicos necesarios ya se conocían en 1960, así que se podía calcular razonadamente que en 10 años sería posible. En ciencia hay una impredecibilidad mucho mayor. De repente, aprendes algo que cambia por completo tu forma de pensar y aparecen oportunidades que no podías ni imaginar. Yo siempre soy un poco reacio a predecir cómo será el tratamiento del cáncer en una década o dos, porque me decepcionaría si todas mis predicciones son correctas. Espero que descubramos algo en los próximos 10 años que cambie por completo la lucha contra el cáncer. Dicho esto, necesitamos avanzar hacia esta medicina de precisión, en vez de las viejas quimioterapias que eran bastante rudimentarias. Muchos fármacos de precisión se utilizan actualmente como único tratamiento, pero tenemos que combinarlos, porque sabemos que ese es el camino para curar el cáncer y para evitar que aparezcan resistencias. Un fármaco puede matar las células cancerosas, mientras que otro activa el sistema inmune para que sea más efectivo contra el cáncer. También me puedo imaginar nuevas maneras de corregir genes defectuosos implicados en el cáncer. En 10 o 20 años podemos ver nuevos enfoques que ahora ni imaginamos.

miércoles, 29 de julio de 2015

La Universitat de València expone hasta el 4 de septiembre las fotografías del médico canadiense Norman Bethune, entre la medicina solidaria y el antifascismo. Enric Llopis

“Me niego a rebelarme contra un mundo que genera crimen y corrupción”. Este propósito guió al médico canadiense Norman Bethune (1890-1939) durante toda la vida, en un recorrido altruista, incansable, desgarrador y presidido por una palmaria divisa política: el antifascismo. Después de participar en la primera guerra mundial como camillero de ambulancia, los ideales solidarios inspiraron su actividad en Montreal, donde atendía a la gente más pobre en los años posteriores a la “gran depresión”. Durante la guerra civil española, Norman Bethune se enroló como médico voluntario de las Brigadas Internacionales y creó el Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre. El objetivo fue salvar el máximo de vidas durante la conflagración. Al igual que en China. Allí trabajó como médico de campaña en el frente, donde prestó su apoyo entre 1938 y 1939 al Ejército Popular frente a la invasión japonesa. A los 49 años murió de septicemia en Hebei (China), en la humilde cabaña de un campesino.

Organizada por la Universitat de València, la exposición fotográfica “Norman Bethune. La huella solidaria” puede visitarse hasta el 4 de septiembre en el Palau Cerveró de esta ciudad. “La tuberculosis causa más muertos por la falta de dinero que por la de resistencia a la enfermedad; el pobre muere porque no puede pagarse la vida”. Entre 1928 y 1936 Norman Bethune ejerció como cirujano torácico en Montreal y llegó a ser un especialista reputado en el tratamiento de la tuberculosis. Los ideales le condujeron a España, tres meses después del alzamiento faccioso. Fumador empedernido, el hecho de cruzar el océano para participar en la guerra de 1936, le supuso una renuncia en la proyección profesional (Bethune ocupaba la jefatura de Servicio del Hospital Sacré-Coeur de Montreal). En la contienda española permaneció ocho meses que le marcaron durante toda la vida: “España es una herida en mi corazón. Una herida que nunca cicatrizará. El dolor permanecerá conmigo, recordándome siempre los casos que he visto”.

Por un lado Norman Bethune participó en los servicios médicos de las Brigadas Internacionales. Constituyó –y propuso al gobierno de la República tanto organizar como financiar- una unidad móvil de transfusión de sangre. “Las transfusiones móviles nunca se habían hecho antes en el mundo”, destaca la muestra de la Universitat de València. El objetivo era, en una primera fase, trasladar el plasma a los hospitales de Madrid, en una camioneta Ford de estructura muy sencilla: un frigorífico, un esterilizador y material médico. El proyecto, austero y efectivo, de la ambulancia móvil se complementó con un banco de sangre instalado en un piso de la calle Príncipe de Vergara (Madrid). Los periódicos exhortaban a la colaboración de los donantes. “Al amanecer, 2.000 personas abarrotaban la avenida”, apunta uno de los paneles. Después de surtir a los hospitales, el servicio de transfusión del médico canadiense amplió el horizonte y pasó a los frentes cercanos, como la Sierra de Guadarrama.

Más aún la ambulancia desempeñó su función altruista en febrero de 1937, cuando colaboró en el auxilio de la población que huía de Málaga rumbo a Almería. El galeno y su colaborador, Hazen Sise, dejaron testimonio escrito y fotográfico de lo que la exposición titula como “el crimen de la carretera Málaga-Almería”. Pese a que Norman Bethune se marchó de España en junio de 1937, la huella de la tragedia le acompañaría siempre. Después de volver a Canadá y Estados Unidos, se embarcó en una gira para dar a conocer el servicio de transfusión sanguínea. Recolectó fondos para el proyecto. La muestra fotográfica, comisariada por Jesús Majada, incluye una frase que más bien representa toda una transición biográfica en Norman Bethune: “España y China están comprometidas en la misma lucha; me voy a China porque creo que es allí donde las necesidades son más urgentes y donde puedo ser más útil”.

El doctor canadiense dispuso en el país asiático de medios muy escasos, pero esto no obstó para que planificara la medicina del ejército y colaborara en la implantación del sistema de sanidad pública. Prueba del frenesí en que se convirtió la actividad médica (cirujano de campaña en el frente) es el siguiente testimonio: “El Hospital Central tiene ahora 350 camas, todas ellas ocupadas; debería ampliarse inmediatamente hasta 500; otro cirujano y yo hemos realizado 110 operaciones en 25 días; esta gente necesita todo; les adjunto una lista de sus medicinas en el almacén; lamentable ¿no? ¿Pueden enviarnos morfina, codeína, instrumental quirúrgico, salvarsán, carbasona…? Aquí hay demasiada disentería”. La labor humanitaria de Norman Bethune llenaba toda su existencia (muy solitaria), de hecho, sólo podía hablar en inglés con su intérprete. Salvar la vida de los malheridos y damnificados daba sentido a la vida del doctor. Entres sus pocos objetos personales, la máquina de escribir, con la que redactaba informes, directrices, cartas y libros. Sin desfallecer pedía ayuda médica.

La falta de equipamiento y material tuvo un desenlace fatal. El hecho de no contar con guantes de goma para las operaciones, agravó las consecuencias del corte de un dedo durante una operación de urgencia (octubre de 1939). La herida se infectó, extendió por el cuerpo y terminó con su vida el 12 de noviembre de 1939. La muestra de la Universitat de València incluye fotografía de estatuas levantadas en China a este médico occidental, que con la unidad médica móvil formada por ocho personas (un intérprete, el cocinero-ayudante Ho Tzu-Hsin y el personal médico) salvó la vida de muchos soldados.

Además de la exposición, la muestra incluye otras actividades como la proyección del documental “De Madrid al hielo”, del director hispano-canadiense Bruno Lázaro. Producido en 2011 y con una duración de 75 minutos, la película es una mezcla de tramas que finalmente se conectan. Por un lado el director, que con diez años (en 1968) emigra con su familia a Canadá. Otro punto argumental lo constituye un joven de Saskatchewan (provincia central de las Praderas de Canadá) que con otros jóvenes canadienses viajan a España para defender a la II República como voluntarios internacionalistas. De ese modo desafiaban el principio de “no intervención”. En el Batallón Mackenzie-Papineau canadiense (conocidos como Mac-Paps), se alistaron 1.448 miembros (un número considerable, en relación con la población total de Canadá, si se compara con otros países). El tercer nudo del filme es Jesús López Pacheco, novelista y poeta adscrito al realismo crítico, además de padre del director de la película. El escritor emigró a Canadá en 1968 como profesor universitario de la Western Ontario.

“De Madrid al hielo”, realmente un ensayo experimental-documental, se distancia de los documentales más convencionales al incluir elementos del cómic, la animación, el fotomontaje y superposiciones que sugieren técnicas vanguardistas. Uno de los hilos narradores de la película, en inglés con subtítulos en castellano, son las poesías de Jesús López Pacheco. Una de ellas, dedicada a Norman Bethune, completa el cuadrado argumental: “El canadiense más humano de nuestro tiempo/fue a España cuando España le gritaba al mundo/ “¡Venid a ver la sangre derramada!” “El canadiense más humano de nuestro tiempo/subió a un camión pequeño y recorrió los frentes/con botellas de sangre. Habiendo descubierto/que los versos del hombre pueden dar en el hombre,/fundó el Canadian Blood Transfusión Service,/Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre”.

También aparece recitado en la película el poema de Jesús López Pacheco, “Sueño americano”, alumbrado en el exilio:
“Los envuelve una bruma de deseos/
insatisfechos, pero renovados siempre./
Son libres de comprar vendiendo el alma/
y, esclavos de sus pobres propiedades nunca suyas,/
no hacen la digestión jamás sin hipoteca./
El cráneo les horada, gota a gota, una secreta admiración por los canallas”.

A la dictadura franquista le escribe estos versos:
“A una época larga como un día sin pan/
a una larga plaga de miedos, silencios y dolores,/
a una charca de historias en la historia de España/
que ha de tener también historiadores”.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Oriol Mitjà. El joven médico que va a erradicar la segunda enfermedad humana


Hay un par de fotografías históricas que dejan claro que la humanidad, cuando quiere, puede superar en bondad y poder a cualquiera de los dioses adorados por las 4.000 religiones diferentes que existen en el mundo. La primera imagen muestra al cocinero somalí Alí Maow Maalin, de 23 años, con el cuerpo lleno de úlceras. En la segunda foto, tomada unos meses después, aparece el mismo joven pero sonriente, con sus heridas sanadas. Alí Maow Maalin fue, el 26 de octubre de 1977, la última persona que se infectó de manera natural de viruela, una enfermedad que llegó a matar a más de medio millón de personas al año, incluidos cinco reyes europeos solo en el siglo XVIII. Gracias a una campaña de vacunación masiva, la viruela fue la primera, y única hasta la fecha, enfermedad humana erradicada de la faz de la Tierra.

“Técnicamente es posible que veamos la foto del último enfermo de pian en 2017”, sostiene el médico español Oriol Mitjà. En el mundo rico, la palabra pian no dice nada. Pero en las regiones remotas de algunos países tropicales es una peste que azota donde se acaban los caminos, allí donde los médicos son como seres imaginarios de los que hablan los más viejos. El pian es una enfermedad olvidada provocada por una bacteria, emparentada con la sífilis, que sin tratamiento deforma los huesos, deja las piernas como lunas en cuarto menguante y llega a borrar, literalmente, la cara de las personas afectadas, sobre todo niños.

Ahora, el pian, que afecta a unas 500.000 personas, puede desaparecer del planeta gracias a una estrategia que, según se ha anunciado este miércoles, funciona. Un personaje del dramaturgo alemán Bertolt Brecht proclamaba: “Desgraciada la tierra que necesita un héroe”. En este caso, la tierra desgraciada son 13 países de África, el sudeste asiático y el Pacífico occidental, con los que se ceba el pian. Y el héroe es Oriol Mitjà.

En 2010, cuando tenía 29 años, el joven investigador aterrizó en la remota isla de Lihir, en Papúa Nueva Guinea, para trabajar como médico. Llegaba con un premio extraordinario de licenciatura y un máster en Londres sobre enfermedades tropicales bajo el brazo. Al poco de llegar, pasó por su consulta un niño con un síntoma que no había estudiado ni había visto antes en una estancia en India: una úlcera roja en el brazo del tamaño de una moneda de dos euros. Un médico local le puso al día: “Es el pian”.

La enfermedad llevaba olvidada medio siglo. En 1952, cuando había 50 millones de afectados en el mundo, la Organización Mundial de la Salud y Unicef pusieron en su punto de mira al pian con el objetivo de erradicarlo. Iniciaron una campaña de tratamiento masivo con inyecciones de penicilina en 46 países. Doce años después, el número de casos clínicos se había reducido un 95%. Entonces, se decidió relajar el cerco y la bacteria resurgió, volviendo a borrar rostros de niños en las regiones más pobres de los países más pobres.

Mitjà, enfrentado a un enemigo derrotable con un simple antibiótico, decidió no sumarse a la desidia de las autoridades. Junto a su director de tesis, Quique Bassat, ambos del Instituto de Salud Global de Barcelona, se puso a diseñar una estrategia para combatir el pian. Necesitaban un tratamiento más sencillo que un pinchazo de penicilina, una medida que requiere personal médico entrenado y genera miedo entre la población. En 2012, anunciaron los resultados de un estudio con 250 niños en la revista británica The Lancet: con una sola pastilla de otro antibiótico, la azitromicina que en los países ricos se suele emplear para bronquitis y otitis, los chavales con pian se curaban.

Animada por el impulso del español, la OMS decidió retomar el objetivo de erradicar el pian y se fijó como meta el año 2020. Como se necesitan tres años sin casos para dar una enfermedad por extinguida, el último enfermo de pian tendría que ser curado en 2017. Faltaba demostrar que la estrategia de Mitjà funcionaba a gran escala. Y funciona.

Un nuevo estudio que se publica este miércoles en la revista The New England Journal of Medicine muestra los resultados de una campaña de tratamiento masivo para la mayor parte de los 16.000 habitantes de la isla de Lihir. En solo un año, entre 2013 y 2014, la proporción de enfermos cayó casi un 90%. La presencia de la enfermedad en la población pasó del 2,4% al 0,3%. Y el estudio continúa con seguimientos para llegar a los cero casos.

“Nuestros resultados demuestran que, técnicamente, la estrategia puede erradicar la enfermedad en 2020”, explica Mitjà por teléfono desde Papúa Nueva Guinea, donde coordina el Centro Médico de Lihir, a 48 horas de viaje desde su casa en España. En su hospital, el pian ha desaparecido. Cuando llegó en 2010, el médico novato se acercó a los colegios de la zona para conocer la extensión de la enfermedad que acababa de descubrir en su consulta. Solicitó a los profesores que pidieran a sus alumnos con úlceras que se levantaran. “La mitad de la clase se ponía en pie”, recuerda. Otros, con la cara borrada o los huesos torcidos, ni siquiera querían ir al colegio y se quedaban en casa.


Los 13 países donde la enfermedad es endémica. Leer más aquí.