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lunes, 9 de octubre de 2023

Katalin Karikó, la investigadora húngara que fue ignorada y degradada, y acabó ganando el Nobel de Medicina

Katalin Karikó

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Katalin Karikó es la decimotercera mujer en ganar el premio Nobel de Medicina.


Pasó gran parte de su carrera buscando el apoyo de la comunidad científica a sus investigaciones.

Pero debió enfrentarse al exilio, primero, y luego a la indiferencia de muchos de sus colegas, que la degradaron en su trabajo e, incluso, la jubilaron antes de tiempo.

Sin embargo, esta semana fue reconocida con el premio más prestigioso a nivel mundial: el Nobel de Medicina.

El galardón -compartido con el inmunólogo Drew Weissman- premia sus estudios sobre el ARN mensajero que fueron clave para el desarrollo de las vacunas contra la pandemia de covid-19.

Aquí te contamos su historia.

Interés temprano por la ciencia (y las plantas)
 
Katalin Karikó nació en Hungría en enero de 1955, cuando el país estaba bajo la influencia soviética.

La investigadora creció en Kisújszállás, un pequeño pueblo de 10 mil habitantes, donde su padre trabajaba como carnicero y su madre como contadora.

En una conversación con la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, ella recordó que vivía en una casa “muy sencilla” y que no tenía acceso a bienes tan básicos como agua corriente, electricidad o un refrigerador.

“No me di cuenta de cuántas cosas no teníamos porque los otros vecinos tampoco las tenían”, dijo.

Además, comentó que le ayudaba a su padre en la carnicería haciendo embutidos.

Desde temprana edad manifestó su interés por la ciencia y la naturaleza. Lo que más le gustaba eran las plantas.

En 1978, a los 23 años, después de graduarse con un doctorado en la Universidad de Szeged, se integró al Centro de Investigaciones Biológicas (BRC) de Szeged, donde se dedicó a investigar los lípidos.

Un mural en Budapest, capital de Hungría, con el rostro de la científica.

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Un mural en Budapest, capital de Hungría, con el rostro de la científica.



Pero un día se topó con un químico, llamado Jenö Tomasz, que tenía un laboratorio de ARN.

Desde ese momento, su vida cambió y todos sus esfuerzos se volcaron en este ácido ribonucleico y en cómo podía proporcionar efectos antivirales.

No obstante, los métodos que alcanzó a descubrir no eran posibles de aplicar para uso médico, y entonces se quedó sin apoyo ni financiamiento.

“Intenté solicitar empleo en Londres, Madrid y Montpellier. Pero no pude”, explicó en la conversación publicada por la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos.

El inicio de su carrera en Estados Unidos

Así, en 1985 decidió partir a Estados Unidos junto a su marido y una hija de apenas 2 años, sin un pasaje de vuelta.

Kariko vendió su auto familiar de marca Lada y escondió el dinero en el oso de peluche de su hija pues Hungría no permitía salir del país con divisas.

Ya instalada en Estados Unidos, ocupó un puesto como investigadora posdoctoral en la Universidad de Temple, en Filadelfia, donde participó en un ensayo clínico en el que se trató a pacientes con VIH.

Cuatro años más tarde, en 1989, se trasladó a la Universidad de Pensilvania donde, junto al cardiólogo estadounidense Elliot Barnathan, demostró que el ARNm, una vez insertado en las células, podía utilizarse para dirigir la producción de nuevas proteínas.

Pero la comunidad científica aún no le tomaba el peso a estos descubrimientos. Además, el ARN era criticado pues podía provocar reacciones inflamatorias.

"La mayoría de la gente se rió de nosotros", dijo Barnathan en The New York Times.

A mediados de la década de 1990, Barnathan dejó la universidad y Katalin Kariko se quedó sin laboratorio.

El ácido ribonucleico mensajero, conocido como ARNm, es una molécula que aparece cuando se copia un tramo de ADN y transporta esta información a la parte de las células donde se fabricarán las proteínas que componen nuestro cuerpo.

La universidad de Pensilvania no renovó su contrato y la bioquímica fue degradada a un nivel inferior dentro del centro de estudios.

"Era candidata a un ascenso y luego simplemente me degradaron y esperaron que saliera por la puerta", comentó en una entrevista con la agencia de noticias AFP en 2020.

Pero la científica se quedó y aceptó el puesto porque necesitaba el contrato de trabajo para permanecer en Estados Unidos y porque debía pagarle los estudios a su hija.

Su encuentro con Drew Weissman

Tras ese punto bajo en su carrera, un encuentro fortuito con el inmunólogo Drew Weissman -también ganador del Nobel- vino a cambiar su suerte.

Luego de conocerlo en el cuarto de la fotocopiadora de la universidad, en 1997, ambos acordaron comenzar a investigar juntos.

Weissman era experto en células dendríticas, que capturan moléculas de microbios y se las presentan a otras células del sistema inmunitario para establecer una mejor defensa. En ese momento, trabajaba en una vacuna contra el VIH.

Ambos investigadores estaban interesados en la posibilidad de utilizar ARNm para estimular al cuerpo a desarrollar inmunidad contra patógenos virales.

Karikó, entonces, le ofreció crear ARNm para sus experimentos.

“Esto no era sorprendente. Le ofrecí lo mismo a muchos científicos en el campus y probablemente haya congeladores en todo Penn (Universidad de Pensilvania) con mi ARNm. Pero Drew probó mi ARNm y quedó muy feliz”, dijo la bioquímica en una conversación reproducida por la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos.

Drew Weissman y Katalin Karikó.

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Drew Weissman y Katalin Karikó, ambos ganadores del premio Nobel de Medicina.


Los primeros años de trabajo no fueron fáciles. Los resultados no fueron prometedores pues no lograban evitar una respuesta inflamatoria.

"Iba a reuniones y presentaba en qué estaba trabajando, y la gente me miraba y decía: 'Bueno, eso es muy lindo, pero ¿por qué no haces algo que valga la pena con tu tiempo? El ARNm nunca funcionará'. Pero Katie (Katalin Kariko) y yo seguimos presionando", recordó Weissman en el programa Newshour de la BBC.

Pero luego hubo un cambio: Katalin Karikó realizó experimentos con un tipo diferente de molécula de ARN, el ARN de transferencia (ARNt), y no observó los mismos efectos inmunogénicos.

En 2005, los científicos ganadores del premio Nobel demostraron que se podía “engañar” al sistema inmune creando un ARN mensajero sintético en el laboratorio, que contiene una copia de parte del código genético viral.

Este ARNm haría que nuestras células fabriquen la proteína característica del virus y esto alertaría a nuestro sistema inmunitario.

Sus resultados fueron publicados en la revista Immunity, esperando ser ampliamente reconocidos.

Pero no fue así. El descubrimiento pasó inadvertido para la mayoría de los científicos, quienes no reconocieron el valor terapéutico de esta modificación.

Llegada a BioNTech

Hace 10 años, Katalin Karikó tuvo que retirarse de la universidad de Pensilvania.

“Me echaron y me obligaron a jubilarme”, dijo en una entrevista con Adam Smith, director científico del premio Nobel.

Entonces, a sus 58 años, se incorporó a BioNTech, una empresa de biotecnología alemana.

Para eso, se tuvo que mudar a Alemania sola y dejar a su marido. Este fue uno de los momentos más difíciles de su carrera, según afirmó en el periódico suizo Aargauer Zeitung.

“Durante la primera semana me dormí todas las noches llorando y pensé que había cometido un gran error. Pero después de esa semana, estuve tan ocupada que simplemente me quedé dormida y no tuve tiempo de llorar más”, dijo.

Katalin Karikó y su hija Susan

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La científica junto a su hija, Zsuzsanna Francia, quien ha sido campeona olímpica de remo.


La bioquímica se dedicó a estudiar cómo las proteínas de ARNm podían ayudar a enfrentar el cáncer y la insuficiencia cardíaca.

Pero al cabo de un tiempo, el mundo se daría cuenta del verdadero potencial del ARN mensajero cuando la pandemia de covid-19 irrumpió fuertemente en 2020.

Y fue justamente BioNTech la compañía que fabricó exitosas vacunas utilizando esta increíble tecnología.

Nunca dudó…

Katalin Karikó ha dicho que ella nunca dudó en que el ARNm funcionaría.

Y con esa idea en mente, luchó siempre para que el mundo entendiera la real potencia de sus estudios.

Tras la pandemia, Karikó se convirtió en la estrella de la comunidad científica.

“Siempre deseé vivir lo suficiente para ver que algo en lo que he trabajado fuera aprobado”, le dijo a The Guardian en 2020.

Ahora, se sabe que la tecnología ARNm no sólo sirve para las vacunas contra la covid-19 sino que su impacto es muchísimo más amplio, llegando incluso a la posibilidad de crear una vacuna contra el cáncer, una enfermedad que mata a 10 millones de personas al año.

Cuando a Katalin Karikó le dijeron que se había ganado el premio Nobel, ella pensó inicialmente que alguien estaba bromeando.

Pero luego recordó a su madre, quien murió en 2018.

“Ella siempre escuchaba el anuncio del Premio Nobel porque me decía: ‘Oh, la semana que viene lo anunciarán, tal vez lo consigas’”, comentó en la entrevista con Adam Smith.

“Yo me reía, ni siquiera era profesora, no tenía equipo, y le dije a mi mamá: ‘no escuches’. Y ella me dijo: ‘Pero trabajas muy duro’. Y yo le dije que todos los científicos trabajan muy duro”.

https://www.bbc.com/mundo/articles/c2j941r8ny3o

lunes, 25 de octubre de 2021

_- “Los tratamientos contra el cáncer eran como intentar arreglar un televisor con un martillo”

   

 El oncólogo William Kaelin, ganador del Nobel de Medicina, confía en que descubrimientos inminentes cambiarán por completo la lucha contra los tumores

El médico William Kaelin no quería ganar el Nobel de Medicina. Su esposa, la reputada oncóloga Carolyn Scerbo, había vaticinado que él acabaría siendo galardonado. Juntos se divertían pensando en cómo transformaría sus vidas el premio sueco, que convierte a sus ganadores en semidioses en el imaginario colectivo. En 2015, ella murió por un cáncer cerebral letal a los 54 años. Kaelin, sin su “mejor amiga, alma gemela y compañera de vida”, deseó un año tras otro no recibir la llamada de Estocolmo. Ya no quería ganarlo, pero estaba en todas las quinielas. El médico, un neoyorquino de 63 años, había ayudado a descubrir el mecanismo por el que las células detectan el oxígeno disponible y se adaptan a él, un hallazgo que ha abierto la puerta a nuevos tratamientos contra su gran enemigo, el cáncer, y también contra la anemia. El 7 de octubre de 2019, sonó su teléfono en plena noche. Acababa de ganar el Nobel de Medicina.

Kaelin, de la Escuela de Medicina de Harvard, responde a las preguntas de EL PAÍS desde su casa de Boston, antes de participar por videoconferencia en una reunión con jóvenes científicos en el Instituto de Salud Global de Barcelona, dentro de la Iniciativa Inspiración Premio Nobel, apoyada por la Fundación AstraZeneca. “Espero que descubramos algo en los próximos 10 años que cambie por completo la lucha contra el cáncer”, afirma Kaelin. Él está en primera línea para lograrlo.

Pregunta. Uno de sus profesores en la universidad le dijo que usted no tenía futuro en la ciencia.
Respuesta. Sí, ya falleció. Estuve en el laboratorio equivocado, con el profesor equivocado y con el proyecto equivocado. Pero yo era un chico de casi 20 años y me creí la crítica. Solo tras hablar más tarde con otros científicos me di cuenta de que quizá el problema no era yo.

P. Cuando era joven, usted pensaba que la biología era “terriblemente aburrida”.
R. Sí, no soy el único. He leído las biografías de muchos biólogos de mi generación y muchos de ellos, como yo, pensaron que la biología era muy aburrida, porque era muy descriptiva, como coleccionar sellos. En las décadas de 1960 y 1970 había que memorizar un montón de nombres de plantas y animales, pero nos faltaban herramientas para llevar a cabo experimentos explicativos. Cuando estás en el instituto, lo más importante que puedes aprender es a pensar con claridad, de manera lógica y rigurosa. Si lo aprendes estudiando biología, maravilloso, pero también lo puedes lograr en otras disciplinas. Puedes reinventarte varias veces por el camino, pero tienes que aprender a pensar.

Puedes reinventarte varias veces por el camino, pero tienes que aprender a pensar

P. Usted nació en 1957, el año del lanzamiento del satélite soviético Sputnik, y llegó a ir a los desfiles de bienvenida a los astronautas estadounidenses que llegaron a la Luna en 1969. ¿Cree que los niños de hoy tienen suficientes héroes científicos?
R. Cuando Barack Obama era presidente, dijo que necesitábamos otro momento Sputnik. Y supe perfectamente lo que quería decir: ese momento en el que la imaginación de las personas se expande y aparecen nuevas posibilidades. Yo me beneficié del interés en la ciencia y en la ingeniería en los años sesenta, impulsado por la carrera espacial y la Guerra Fría. Creo que, al menos en EE UU, y me temo que en otras partes del mundo, los políticos a veces perturban el funcionamiento de la ciencia y cuestionan las motivaciones de los científicos si no les gustan sus conclusiones. Ahí está por ejemplo el cambio climático. Hay gente que, por intereses políticos o económicos, pone en duda las motivaciones de los científicos. A mí esto me preocupa, porque confunde a los jóvenes.

P. Cuando su esposa murió por un cáncer cerebral, usted pidió a los asistentes al funeral que no llevasen flores, sino que hicieran donaciones para la investigación del cáncer. ¿Hace falta más dinero?
R. Disponer de más dinero y recursos solo puede ayudar. Cuanto más inviertas en ciencia, más conocimiento generarás y más progresarás en el tratamiento de las enfermedades. Pero no es solo una cuestión de dinero, importa todo el ecosistema: hay que celebrar la ciencia y tener un sistema educativo potente. Una vez que cumples estas condiciones, cuanto más recursos tengas, mejor. A veces no financiamos suficientemente la ciencia.

Cuanto más dinero inviertas en ciencia, más progresarás en el tratamiento de las enfermedades

P. Ahora que comprendemos mejor los sensores de oxígeno en las células, ¿qué? ¿Qué fármacos podemos tener a corto plazo?
R. Ya tenemos unos nuevos fármacos que, al tomarlos, engañan al cuerpo para que piense que no está recibiendo suficiente oxígeno y responda, por ejemplo, formando más glóbulos rojos. Uno de estos fármacos, el roxadustat, en el que yo he estado implicado, ha sido autorizado recientemente en Europa como tratamiento contra la anemia. Ahora sabemos que el cáncer a menudo secuestra el sistema, cogiendo las riendas de los sensores de oxígeno, para engañar al cuerpo y que abastezca al tumor de sangre. Hay nuevos fármacos, como los llamados inhibidores de HIF-2, que son muy prometedores en ciertos tipos de cáncer. El primero de estos fármacos fue aprobado en agosto para el tratamiento de la enfermedad de Von Hippel-Lindau, una afección rara que causa cáncer, pero me sorprendería mucho si no se aprueban también para otros tumores, incluido el de riñón.

P. En su discurso del Nobel afirmó que, en realidad, sus descubrimientos arrancan con un estudio del médico británico Edward Treacher Collins de 1894 [sobre el extraño crecimiento de vasos sanguíneos en los ojos de dos hermanos]. La ciencia a veces es muy lenta. ¿Cómo se puede ir más rápido?
R. Hubo un punto de inflexión en el año 2000, con la publicación del primer borrador del genoma humano. Algún día echaremos la vista atrás y diremos que aquello fue el Big Bang, porque está acelerando radicalmente el progreso en las ciencias biomédicas. Estamos en una época dorada. No es casualidad que hiciera falta tanto tiempo para descifrar lo que Treacher Collins había descrito. Es que, sencillamente, no teníamos las herramientas. Ahora todo va mucho más rápido.

P. ¿Cómo era el tratamiento del cáncer en los años ochenta?
R. Se basaba sobre todo en fármacos que se habían descubierto al ver su capacidad para matar o inhibir las células cancerosas en placas de laboratorio. Pero no había un conocimiento real de los entresijos moleculares de estos tumores. No sabíamos qué genes estaban alterados. Era como intentar arreglar un televisor con un martillo. Ahora podemos desarrollar fármacos realmente dirigidos a estos mecanismos moleculares, en vez de depender de fármacos que matan indiscriminadamente células cancerosas y células normales.

En 10 o 20 años podemos ver nuevos enfoques que ahora ni imaginamos

P. Quizá en un futuro cercano, en 10 o 20 años, analizaremos la etapa actual y pensaremos que también estábamos arreglando la televisión con un martillo.
R. Creo que las cosas cambiaron en el año 2000. A riesgo de usar otra analogía, creo que estamos intentando arreglar un coche y en el año 2000 al menos fuimos capaces por primera vez de abrir el capó y ver el motor. Ese fue el punto de inflexión.

P. ¿Cómo imagina la lucha contra el cáncer en 10 o 20 años?
R. Hay una gran diferencia entre la ciencia y la ingeniería. Cuando [el presidente estadounidense John Fitzgerald] Kennedy dijo que íbamos a poner un hombre en la Luna en una década, fue porque poner un hombre en la Luna era sobre todo un problema de ingeniería. Los principios científicos necesarios ya se conocían en 1960, así que se podía calcular razonadamente que en 10 años sería posible. En ciencia hay una impredecibilidad mucho mayor. De repente, aprendes algo que cambia por completo tu forma de pensar y aparecen oportunidades que no podías ni imaginar. Yo siempre soy un poco reacio a predecir cómo será el tratamiento del cáncer en una década o dos, porque me decepcionaría si todas mis predicciones son correctas. Espero que descubramos algo en los próximos 10 años que cambie por completo la lucha contra el cáncer. Dicho esto, necesitamos avanzar hacia esta medicina de precisión, en vez de las viejas quimioterapias que eran bastante rudimentarias. Muchos fármacos de precisión se utilizan actualmente como único tratamiento, pero tenemos que combinarlos, porque sabemos que ese es el camino para curar el cáncer y para evitar que aparezcan resistencias. Un fármaco puede matar las células cancerosas, mientras que otro activa el sistema inmune para que sea más efectivo contra el cáncer. También me puedo imaginar nuevas maneras de corregir genes defectuosos implicados en el cáncer. En 10 o 20 años podemos ver nuevos enfoques que ahora ni imaginamos.