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martes, 11 de octubre de 2016

_--Rescatan del olvido a las mujeres brigadistas de la Guerra Civil Española

Fotografía de la historiadora y periodista austríaca Renée Lugschitz, facilitada por ella misma, autora del libro; Luchadoras en España. Mujeres extranjeras en la Guerra Civil Española; Que rescata del olvido la experiencia de cientos de voluntarias foráneas en las Brigadas internacionales.
_--"Fotografía de la historiadora y periodista austríaca Renée Lugschitz, facilitada por ella misma, autora del libro; Luchadoras en España. Mujeres extranjeras en la Guerra Civil Española; Que rescata del olvido la experiencia de cientos de voluntarias foráneas en las Brigadas internacionales."

Mucho se ha escrito sobre las Brigadas Internacionales que combatieron en la Guerra Civil española (1936-39) pero muy poco sobre las mujeres brigadistas. Una historiadora austríaca llena ahora ese vacío con un libro sobre las combatientes extranjeras que lucharon del lado de la República.

Más de 35.000 voluntarios procedentes de unos 50 países llegaron a España para luchar contra la sublevación militar que encabezaría el general Francisco Franco, entre ellos había también cientos de mujeres, pero se sabe tan poco de ellas que se desconoce incluso cuántas eran.

"He documentado la existencia de 400 mujeres, pero diría que hubo unas 600 o quizá 700", explica Renée Lugschitz, que ha dedicado unos quince años a su libro "Luchadoras en España. Mujeres extranjeras en la Guerra Civil Española".

Alrededor de un tercio de los brigadistas murió en España, en los principales frentes de la contienda: Madrid, Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro, se desmovilizaron a finales de 1938 y muchos sufrieron persecución política al volver a sus países.

Un gran número acabó en campos de concentración en Francia, pero también los hubo que terminaron en las cárceles comunistas tras la II Guerra Mundial, algo que recoge también el libro.

Ese destino lo padecieron tanto hombres como mujeres, para Lugschitz es fundamental desterrar estereotipos como que tuvieran "un rol secundario, como ayudantes de los hombres" porque "tuvieron un papel activo fundamental", muchas veces en primera línea.

"Las mujeres aparecen muy poco, y cuando aparecen lo hacen como acompañantes de sus esposos, o como 'ángeles' que curan enfermos", lamenta la historiadora, que vive gran parte del año en la localidad alicantina de Benissa.

"La mayor parte llegaron solas" y viajaron a España por su "compromiso político", un activismo por el que ya muchas sufrieron persecución en sus países de origen, especialmente allí donde existían regímenes fascistas en el periodo de entreguerras.

El perfil medio de estas voluntarias era el de jóvenes idealistas, bien formadas y muchas de ellas procedentes de familias judías de entornos urbanos. Algunas incluso dejaron a sus hijos para participar en las Brigadas.

Por encima de su origen, luchar en España era para ellas tratar de contener la primera acometida en un conflicto general contra el fascismo. Estaban convencidas de que en España se dirimía el destino de Europa dentro de una batalla mayor, sostiene la historiadora.

Su libro consta de una introducción general sobre la situación de España en la época, el papel de las brigadas internacionales, la labor de las mujeres durante la guerra y finalmente, once perfiles de voluntarias de diversa procedencia.

Allí se pueden leer las historias de enfermeras, traductoras, periodistas, doctoras, e incluso, el de la única mujer extranjera que estuvo al frente de un batallón republicano: la argentina Mika Etchebéhère (1902-1999), conocida como "La Capitana".

Cuando murió su marido Hipólito en el frente en agosto de 1936, ella asumió su mando al frente de una columna del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), una formación antiestalinista.

"Las mujeres luchando en el frente es algo de principio de la guerra, hasta la creación de las brigadas internacionales", precisa.

También se ofrece un retrato de la alemana Gerda Taro la primera fotoperiodista que murió en un frente, en la batalla de Brunete (Madrid), a los 26 años, aplastada de forma accidental por las cadenas de un carro de combate republicano.

El libro de Lugschitz obtuvo la pasada semana un "premio de Reconocimiento" en los galardones austríacos Bruno Kreisky al mejor libro político del año, que contó este año entre los distinguidos al Nobel de medicina estadounidense Eric Kandel y al de Literatura húngaro Imre Kertész.

Para poder documentar su obra, en los últimos tres lustros ha trabajado en archivos de Viena, Nueva York, Londres y España.

La historiadora considera que en los últimos años se ha producido un avance en el estudio de las brigadistas en la contienda civil gracias a que las mujeres han asumido la tarea de escribir sobre ese capítulo del pasado.

Y por el lado de la memoria histórica en España, considera que aún queda mucho camino por recorrer.

"Aún me sorprende cuando hablo con algunos amigos españoles lo poco que saben sobre la Guerra Civil. La mayoría todavía tiene el reflejo de bloquear el tema. Es también algo que separó a las familias, quizá se necesite un par de generaciones" para superar esa situación, indica.

En los pasados años, asegura, "hubo una corta etapa en la que existió voluntad política para trabajar el pasado y reconocer a las víctimas de la guerra civil y la represión posterior, pero esa fase ha acabado".

"No creo que haya ningún interés ahora por parte del actual Gobierno" en trabajar ese aspecto, concluye la historiadora austríaca.

http://economia.elpais.com/economia/2013/06/15/agencias/1371288215_437899.html

martes, 19 de julio de 2016

PAUL PRESTON / HISPANISTA “España tiene un déficit educativo sobre la Guerra Civil”

16 DE JULIO DE 2016

El hispanista Paul Preston (Liverpool, 1946) nos recibe en su cocina, taza de té en mano. En el 80º aniversario del inicio de la Guerra Civil, el historiador ha actualizado su libro La guerra civil española (Debate) en una versión gráfica, con dibujos de José Pablo García. Resulta sorprendente, cuando menos, que aquel chico del Liverpool obrero y bombardeado acabara en la distinguida Universidad de Oxford, estudiando lo que entonces se consideraba más “periodismo” que Historia. Preston ocupa la cátedra Príncipe de Asturias de Historia Contemporánea española y es director del Centro Cañada Blanch para el estudio de la España contemporánea de la London School of Economics &  Political Science.

¿Tiene España un problema con la memoria histórica de la dictadura?
Sí. Por una razón obvia: el régimen de Franco se basaba en el terror. Sus tácticas bélicas estaban calculadas para matar al mayor número posible de republicanos. Su control posterior de la educación, el púlpito y los medios fue total. De este modo, hubo un lavado de cerebro nacional, creándose lo que se ha llamado el franquismo sociológico. En el momento de la Transición, al establecer una democracia limitada (la mejor posible dadas las circunstancias), no iba a haber un contralavado de cerebro; lógicamente, porque era una democracia y existía una libertad de expresión que se extendía a los franquistas. Claro, estos no querían saber nada de la memoria histórica. Sobre las víctimas de los republicanos se había investigado a fondo. Primero, por las propias autoridades republicanas y, después, a través de todo el follón de la causa general, etc. Pero con las víctimas de Franco, ocurrió lo contrario. En los primeros años de la Transición, los políticos no quisieron hacer nada, incluso los de izquierdas. Recuerdo haber tenido discusiones con Alfonso Guerra, y decirme este: “No es el momento, es muy peligroso”. Cosa que se puede entender, porque en los primeros años de la Transición...

¿Cómo se vivió aquello?
Una de las (muchas) cosas que a mí me cabrean es quien dice que la Transición fue un desastre. Fue la mejor posible en unas circunstancias tremendamente peligrosas. Hay que pensar que, en el momento de morir Franco, había unas Fuerzas Armadas entrenadas no para defender España del enemigo exterior sino del interior. Y además estaba la Guardia Civil, que ahora es una tropa de buenazos que controlan el tráfico pero que entonces era acojonante; lo recuerdo muy bien, porque yo era estudiante en España a finales de los años sesenta. Y los grises, es decir, la policía armada, que también eran unos hijos de puta. A eso se le sumaban 200.000 falangistas con licencias de armas. Entre esto y el franquismo sociológico --los que se habían criado en él o beneficiado de él--, no es de extrañar que se diera lo que se ha venido a llamar “el pacto del olvido”, no remover las cenizas, no profundizar en la memoria histórica. Aunque, afortunadamente, existía un miniejército de historiadores locales que sí lo estudiaron. Aun así, hoy en día quedan provincias enteras donde no se ha investigado nada; claro, gobernadas por el PP.

Y las izquierdas, ¿no han tenido problemas también con su propia memoria?
Como en cualquier problema histórico, siempre hay montones de interpretaciones. Evidentemente, aquellos que siguen la línea CNT-FAI o la línea POUM acusan a Negrín, a la mayoría de los socialistas y, sobre todo, al Partido Comunista, de ser unos asesinos. ¿Por qué? Porque estos últimos habían llegado a la conclusión de que, para proseguir la guerra, había que hacer un esfuerzo bélico convencional: la idea de los anarquistas y el POUM de hacer una guerra revolucionaria chocaba con las necesidades de guerra. ¿De dónde iban a sacar las armas? Habría sido cuestión de llamar por teléfono a Franco y decir “¿A usted le importa dejar de hacer la guerra unos 5 o 10 años mientras nosotros hacemos nuestra revolución? Y luego ya volvemos”. ¡Una chuminada! Aparte de las peleas, realmente desagradables, entre profranquistas y prorrepublicanos en la historiografía de la guerra, dentro de la izquierda, como decís, hay también muchas disputas.

¿Por qué dedicarse a la Historia de España?
Nací en el año 1946, en Liverpool, que había sido una ciudad muy castigada por el blitz, los bombardeos nazis, precisamente por ser el punto de llegada del armamento americano. Cuando era pequeño, los adultos conversaban mucho sobre ello. Con ocho, nueve años, los juegos en la calle eran alemanes contra británicos. Cogíamos las gabardinas y las abotonábamos como una capa; corríamos agarrándolas de manera que cada uno era un avión. ¡¡Brrrrrrmm!! A los diez años, empecé a hacer maquetas de aviones de guerra, empecé a leer sobre todo esto. Cuando tocó ir a la universidad, gané una beca para ir a Oxford, un lugar muy elitista. Que un chico del norte, de clase obrera, llegara allí era un pequeño milagro. No me gustó nada el ambiente social, la mayoría era gente como Boris Johnson. El temario era bastante aburrido: Historia Constitucional, mucha Historia Medieval, y se pensaba que la Historia Contemporánea no era más que “periodismo”. Me quedaba con las ganas de investigar los orígenes de la II Guerra Mundial. Hacia el final de la carrera, ya tenía claro que quería hacer un doctorado pero no sabía qué estudiar; desde luego, no quería hacerlo sobre Historia británica. Entonces me ofrecieron una beca para estudiar un máster en Reading... ¡sobre el periodo de entreguerras! Escogías dos asignaturas para todo el curso, y hacías una tesina por cada una. Yo cogí Literatura de izquierdas en entreguerras (Steinbeck, Camus, etc.) y la Guerra Civil española, de la que, salvo por un ensayo escrito en mis días de Oxford, apenas sabía nada. Éramos sólo cuatro personas en clase, y tuve la increíble suerte de que me tocó como profesor Hugh Thomas [autor de La Guerra Civil española, 1961]; un tío muy divertido que hacía el papel de excéntrico inglés, que le echaba mucho teatro. Así que, de cara a mi tesis doctoral, este tema se presentó como una gran cornucopia: la Guerra Civil española comprendía fascismo, comunismo, masonería, todo tipo de figuras históricas. Me entusiasmé y leí todo lo que pude encontrar en inglés. En seguida había agotado casi todo lo que había, que no era tanto, y decidí que tenía que aprender español y seguir con ello...

¿Un historiador llega a jubilarse o sigue siempre investigando?
Teóricamente, me jubilé de la universidad hace cinco años pero sigo trabajando: dirijo una colección editorial, un centro de investigación académica... Doy unas pocas clases y dirijo alguna tesis. Y sí, sigo y seguiré investigando hasta que ya no pueda continuar. Porque no sé qué otra cosa hacer.

¿Algún nuevo proyecto en el horizonte?
Pues una historia de España desde la Primera República hasta el presente, que lleva por título Un pueblo traicionado. Por un lado, es un resumen de lo ocurrido pero se centra sobre todo en tres temas fundamentales: la corrupción, la incompetencia política y la violencia social.

¿Cómo surgió la idea de hacer un libro de Historia en cómic?
¡No fue idea mía! En Gran Bretaña no hay tradición de cómic adulto, como creo que hay en España y, sobre todo, en Francia. Aquí se leen, lo mismo que en Estados Unidos, los cómics de superhéroes que tanto gustan a esos locos de The Big Bang Theory. La idea se le ocurrió a mi editor. Un día me dijo: “¿Qué te parece si hacemos una versión en cómic?”. “Hombre”, respondí, “es un poco ridículo; ¿quién se va a leer eso?”. Me respondió: “ Te sorprenderías”, y me dijo que haríamos lo siguiente: encontraría a un dibujante que hiciera unas cuantas páginas y, si me gustaba, seguiríamos adelante. Así, José Pablo García dibujó 15 o 20 planillas. Se las enseñé a mis hijos --de 26 y 28 años-- y les gustó. Se las enseñé a mis colegas de la universidad y, lejos de parecerles ridículo…, ¡les pareció fantástico! Me dijeron que precisamente funcionaría bien en España, donde hay un verdadero déficit educativo respecto a la Guerra Civil. Así que le dije a mi editor que adelante. Acabé encantado con el dibujante: dentro de los límites del género, ha hecho maravillas. Como máximo, habré modificado sólo dos o tres bocadillos al final, y eso para resumir el texto del libro (que él usaba como guión). Hemos trabajado en paralelo, digamos, con muy poca colaboración directa. Estoy muy, muy contento y, de hecho, es posible que vayamos a por más. Me gustaría que esto sirviera para divulgar el tema entre los jóvenes, aunque no sé si finalmente será así.

¿Tiene el historiador la función de evitar que se difundan bulos y mitos históricos?
Lo primero, hay que entender que la gente tiene muchas preocupaciones como para ponerse a leer libros de Historia. Su trabajo, su vida...
Alguna excepción hay.

Poco se sabe sobre cifras de ventas o de tirada pero, por ejemplo, parece que los libros de Pío Moa se venden muchísimo. ¿Por qué? Porque esos libros le están dando la razón al lector en sus prejuicios; confirman ese franquismo sociológico del que hemos hablado.

Pero en Gran Bretaña, los libros de Historia tienen mayor índice de ventas y en general se vende más la Historia: se hacen series, etc.
El problema es que mucho historiador español serio no es entretenido. Como si, para ellos, lo entretenido dejara de ser “serio” automáticamente.

Vamos, que ven la divulgación como algo inferior.
Bueno, una cosa es la divulgación. Pero otra muy diferente es ser ameno cuando se escribe sobre temas que no son de divulgación, que son complejos y serios. Por ejemplo, mi libro El holocausto español, ¿es un libro de divulgación, o más bien de investigación?

De divulgación e investigación: hemos visto a la gente leerlo por gusto, por morbo... Llega a gente que no tiene nada que ver con la Historia.

Bueno... pues entonces eso es ser ameno, entretenido. En la actualidad, afortunadamente, hay historiadores españoles que sí que son amenos. Julián Casanova, Enrique Moradiellos, Jorge Marco o “el Gunde” [Gutmaro Gómez Bravo]... ¡Ahora los hay! El problema es que un libro de Pío Moa es un libro que se centra en consignas generales: se caga en los muertos de los republicanos: “No hubo represión” y además “los hijos de puta se lo merecían”. Como veis, lleno de contradicciones. Pero, en fin, si uno es franquista, con una bazofia de Pío Moa o de César Vidal ya es suficiente para lo que busca. Para todos los demás, no existe un superventas generalista. Uno tiene que ponerse a comparar veinte o treinta libros escritos por historiadores buenos... Otro problema a la hora de interesarse la gente por la Historia es el sistema educativo; en España, quizás porque aún no se han cicatrizado las heridas... pero en Gran Bretaña también ocurre que hay mucha gente que no tiene ni idea de quién era Churchill.

Sin embargo, el sistema educativo británico no trata la Historia como lo hace el español, al modo del siglo XIX (es decir, una lista de datos para memorizar). En Gran Bretaña se entrena al alumno a cotejar fuentes desde los 13 años...

Recuerdo una vez, hace ya muchos años, que tuve una cátedra visitante en la Complutense, con estudiantes de posgrado. Entré en la clase --habría una veintena de alumnos-- y les dije: “He venido para daros una lectura de la Guerra Civil. Es decir, cómo la interpreto yo y por qué he llegado a estas conclusiones. Os pediré que me hagáis un trabajo semanal”. Hubo caras de terror, pero es que ese es el sistema aquí: te enseña a escribir. “Y ya os digo desde ahora que no me interesa que me deis mi versión. Lo que quiero es vuestra versión”. Al principio, estaban acojonados. Me dijeron: “El profesor nos suele imponer su libro de texto; muchas veces, entra, nos dice abran el libro por la página tal o cual y empieza a leer directamente”. ¡Pero qué docencia es esta!

¿Docencia de “sermón y púlpito”? Con libro único y sagrado.
Efectivamente. Claro, que a los quince días estaban encantados, tuvimos debates, discusiones, todo eso... Al final, creo que les gustó. Pero para mí fue chocante saber que, a nivel de posgrado, no existía entonces ese elemento de debate.

Empezamos la entrevista hablando de memoria histórica. ¿Existe un choque de memorias sobre la Transición, entre aquellos que la vivieron y aquellos que no, pero que juzgan los frutos --buenos y malos-- de los 40 años de democracia que siguieron?
Evidentemente, lo hay. Yo sí que recuerdo muy vivamente la Transición porque participaba entonces en la Junta Democrática [la alianza antifranquista formada en 1974 por el PCE, el PSP, CCOO, etc.]. Es cierto que era un cachondeo (ríe) pero eso es otro tema. Al final, si uno ha vivido solamente en democracia, se puede permitir ser mucho más crítico con ciertas cosas. Hace quince días, un equipo de documentalistas alemanes vino a entrevistarme a mi despacho y me contaron algo que me dejó helado. Dijeron que en su país, aun habiéndose dado un proceso de desnazificación tras la Segunda Guerra Mundial, muchos jóvenes carecen absolutamente de remordimientos sobre el Holocausto, lo están olvidando y, a día de hoy, muchos ultraderechistas sólo le echan en cara a Adolf Hitler el haber perdido la guerra; no la masacre de los gitanos, los judíos... Y que hay bastante odio a los británicos, por haberles derrotado (En fin, sé que somos odiables). Pero tampoco sé hasta qué punto lo que me dijeron es representativo.

MUCHOS ULTRADERECHISTAS SÓLO LE ECHAN EN CARA A ADOLF HITLER EL HABER PERDIDO LA GUERRA; NO LA MASACRE DE LOS GITANOS, LOS JUDÍOS...

¿Para qué sirve eso de la Historia?
¡Para divertir a los historiadores! (ríe). Sé que se dice mucho eso de que “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla” pero, la verdad, no lo creo... La Historia escrita, en todas sus variedades, resulta crucial para la civilización, para la educación de la gente. Pero no le veo una función específica. Pienso en mis propios libros y es verdad que hay gente que se me ha acercado en conferencias o ferias y me ha dicho que algunos de ellos les han servido de cara a su experiencia personal. En el caso de El Holocausto español [2011], fue impresionante el número de personas que me confesaron que les había ayudado a entender sus propias tragedias familiares. Recibí cartas y mails diciendo algo que a mí me costaba creer; que el libro había tenido para ellos una función psicológica. Se escribió un artículo que decía que esta obra era la Comisión de la Verdad y la Reconciliación que el PP no habría permitido. Me parece una exageración pero es verdad que me lo han dicho mucho, así que puede que cierta Historia sí llegue a cumplir esa función.

¿Quizá quien analiza el pasado entiende mejor la información que proporciona el presente? Por ejemplo, leyendo un periódico y pensando en quién lo financia y qué simpatías tiene antes que creerse sin más los titulares...

De entrada, es increíblemente difícil generalizar. ¿Para qué sirve la Historia? ¿La Historia de quién? Hubo un periodo en la universidad española, y desde luego en los colegios, en que se imponía una versión. “Pasó esto, y te lo aprendes de memoria”. Pero en nuestro sistema británico no se da tanta importancia al contenido empírico de un periodo, a los hechos que sucedieron. Existe la idea de que da igual qué época estudies, lo importante son las herramientas intelectuales que aprendas a manejar, ya se hable de Grecia Antigua o de terrorismo árabe. En jerga académica, las “habilidades transferibles” o, en mis propias palabras, un shit detector, un detector de basura. A mis alumnos les hago leer un montón de libros para que aprendan a distinguir entre unos y otros. Se trata de aprender a pensar. Mucho más que conocer los hechos, esa es la verdadera utilidad de la Historia.

http://ctxt.es/es/20160713/Politica/7142/espa%C3%B1a-pp-transicion-provincias.htm

miércoles, 29 de julio de 2015

La Universitat de València expone hasta el 4 de septiembre las fotografías del médico canadiense Norman Bethune, entre la medicina solidaria y el antifascismo. Enric Llopis

“Me niego a rebelarme contra un mundo que genera crimen y corrupción”. Este propósito guió al médico canadiense Norman Bethune (1890-1939) durante toda la vida, en un recorrido altruista, incansable, desgarrador y presidido por una palmaria divisa política: el antifascismo. Después de participar en la primera guerra mundial como camillero de ambulancia, los ideales solidarios inspiraron su actividad en Montreal, donde atendía a la gente más pobre en los años posteriores a la “gran depresión”. Durante la guerra civil española, Norman Bethune se enroló como médico voluntario de las Brigadas Internacionales y creó el Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre. El objetivo fue salvar el máximo de vidas durante la conflagración. Al igual que en China. Allí trabajó como médico de campaña en el frente, donde prestó su apoyo entre 1938 y 1939 al Ejército Popular frente a la invasión japonesa. A los 49 años murió de septicemia en Hebei (China), en la humilde cabaña de un campesino.

Organizada por la Universitat de València, la exposición fotográfica “Norman Bethune. La huella solidaria” puede visitarse hasta el 4 de septiembre en el Palau Cerveró de esta ciudad. “La tuberculosis causa más muertos por la falta de dinero que por la de resistencia a la enfermedad; el pobre muere porque no puede pagarse la vida”. Entre 1928 y 1936 Norman Bethune ejerció como cirujano torácico en Montreal y llegó a ser un especialista reputado en el tratamiento de la tuberculosis. Los ideales le condujeron a España, tres meses después del alzamiento faccioso. Fumador empedernido, el hecho de cruzar el océano para participar en la guerra de 1936, le supuso una renuncia en la proyección profesional (Bethune ocupaba la jefatura de Servicio del Hospital Sacré-Coeur de Montreal). En la contienda española permaneció ocho meses que le marcaron durante toda la vida: “España es una herida en mi corazón. Una herida que nunca cicatrizará. El dolor permanecerá conmigo, recordándome siempre los casos que he visto”.

Por un lado Norman Bethune participó en los servicios médicos de las Brigadas Internacionales. Constituyó –y propuso al gobierno de la República tanto organizar como financiar- una unidad móvil de transfusión de sangre. “Las transfusiones móviles nunca se habían hecho antes en el mundo”, destaca la muestra de la Universitat de València. El objetivo era, en una primera fase, trasladar el plasma a los hospitales de Madrid, en una camioneta Ford de estructura muy sencilla: un frigorífico, un esterilizador y material médico. El proyecto, austero y efectivo, de la ambulancia móvil se complementó con un banco de sangre instalado en un piso de la calle Príncipe de Vergara (Madrid). Los periódicos exhortaban a la colaboración de los donantes. “Al amanecer, 2.000 personas abarrotaban la avenida”, apunta uno de los paneles. Después de surtir a los hospitales, el servicio de transfusión del médico canadiense amplió el horizonte y pasó a los frentes cercanos, como la Sierra de Guadarrama.

Más aún la ambulancia desempeñó su función altruista en febrero de 1937, cuando colaboró en el auxilio de la población que huía de Málaga rumbo a Almería. El galeno y su colaborador, Hazen Sise, dejaron testimonio escrito y fotográfico de lo que la exposición titula como “el crimen de la carretera Málaga-Almería”. Pese a que Norman Bethune se marchó de España en junio de 1937, la huella de la tragedia le acompañaría siempre. Después de volver a Canadá y Estados Unidos, se embarcó en una gira para dar a conocer el servicio de transfusión sanguínea. Recolectó fondos para el proyecto. La muestra fotográfica, comisariada por Jesús Majada, incluye una frase que más bien representa toda una transición biográfica en Norman Bethune: “España y China están comprometidas en la misma lucha; me voy a China porque creo que es allí donde las necesidades son más urgentes y donde puedo ser más útil”.

El doctor canadiense dispuso en el país asiático de medios muy escasos, pero esto no obstó para que planificara la medicina del ejército y colaborara en la implantación del sistema de sanidad pública. Prueba del frenesí en que se convirtió la actividad médica (cirujano de campaña en el frente) es el siguiente testimonio: “El Hospital Central tiene ahora 350 camas, todas ellas ocupadas; debería ampliarse inmediatamente hasta 500; otro cirujano y yo hemos realizado 110 operaciones en 25 días; esta gente necesita todo; les adjunto una lista de sus medicinas en el almacén; lamentable ¿no? ¿Pueden enviarnos morfina, codeína, instrumental quirúrgico, salvarsán, carbasona…? Aquí hay demasiada disentería”. La labor humanitaria de Norman Bethune llenaba toda su existencia (muy solitaria), de hecho, sólo podía hablar en inglés con su intérprete. Salvar la vida de los malheridos y damnificados daba sentido a la vida del doctor. Entres sus pocos objetos personales, la máquina de escribir, con la que redactaba informes, directrices, cartas y libros. Sin desfallecer pedía ayuda médica.

La falta de equipamiento y material tuvo un desenlace fatal. El hecho de no contar con guantes de goma para las operaciones, agravó las consecuencias del corte de un dedo durante una operación de urgencia (octubre de 1939). La herida se infectó, extendió por el cuerpo y terminó con su vida el 12 de noviembre de 1939. La muestra de la Universitat de València incluye fotografía de estatuas levantadas en China a este médico occidental, que con la unidad médica móvil formada por ocho personas (un intérprete, el cocinero-ayudante Ho Tzu-Hsin y el personal médico) salvó la vida de muchos soldados.

Además de la exposición, la muestra incluye otras actividades como la proyección del documental “De Madrid al hielo”, del director hispano-canadiense Bruno Lázaro. Producido en 2011 y con una duración de 75 minutos, la película es una mezcla de tramas que finalmente se conectan. Por un lado el director, que con diez años (en 1968) emigra con su familia a Canadá. Otro punto argumental lo constituye un joven de Saskatchewan (provincia central de las Praderas de Canadá) que con otros jóvenes canadienses viajan a España para defender a la II República como voluntarios internacionalistas. De ese modo desafiaban el principio de “no intervención”. En el Batallón Mackenzie-Papineau canadiense (conocidos como Mac-Paps), se alistaron 1.448 miembros (un número considerable, en relación con la población total de Canadá, si se compara con otros países). El tercer nudo del filme es Jesús López Pacheco, novelista y poeta adscrito al realismo crítico, además de padre del director de la película. El escritor emigró a Canadá en 1968 como profesor universitario de la Western Ontario.

“De Madrid al hielo”, realmente un ensayo experimental-documental, se distancia de los documentales más convencionales al incluir elementos del cómic, la animación, el fotomontaje y superposiciones que sugieren técnicas vanguardistas. Uno de los hilos narradores de la película, en inglés con subtítulos en castellano, son las poesías de Jesús López Pacheco. Una de ellas, dedicada a Norman Bethune, completa el cuadrado argumental: “El canadiense más humano de nuestro tiempo/fue a España cuando España le gritaba al mundo/ “¡Venid a ver la sangre derramada!” “El canadiense más humano de nuestro tiempo/subió a un camión pequeño y recorrió los frentes/con botellas de sangre. Habiendo descubierto/que los versos del hombre pueden dar en el hombre,/fundó el Canadian Blood Transfusión Service,/Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre”.

También aparece recitado en la película el poema de Jesús López Pacheco, “Sueño americano”, alumbrado en el exilio:
“Los envuelve una bruma de deseos/
insatisfechos, pero renovados siempre./
Son libres de comprar vendiendo el alma/
y, esclavos de sus pobres propiedades nunca suyas,/
no hacen la digestión jamás sin hipoteca./
El cráneo les horada, gota a gota, una secreta admiración por los canallas”.

A la dictadura franquista le escribe estos versos:
“A una época larga como un día sin pan/
a una larga plaga de miedos, silencios y dolores,/
a una charca de historias en la historia de España/
que ha de tener también historiadores”.

miércoles, 25 de agosto de 2010

1. Lunes 23 de agosto, desde La Habana, Cuba

Salimos de Madrid aproximadamente a las 15:20 (pasada la hora indicada de salida 15:05) y a las 16:50 sobrevolamos Lisboa y entramos en el Atlántico, según explicó el piloto volábamos a unos 9.000 m y a algo más de 800 km/h, nos dirigimos al sur de las Azores y de ahí a las Bermudas, cerca de Nassau para llegar a La Habana, Cuba, a la 7:20 hora local, después de unas 10 horas de vuelo.
Previsión que se cumplió. Durante el vuelo (con Air Europa en un Boeing 767-300 de dos motores) ha habido muy poca turbulencia, solo dos inicios en el que se han encendido los indicadores del cinturón, pero nada importante. El vuelo se hace pesado a partir de las 6 horas y muy pesado a partir de las 8 horas. Nos pusieron una, llamada, comida y casi al llegar una merienda (bocadillo de York y queso con una bebida).
El cielo al aterrizaje -perfecto- está muy cubierto, el aeropuerto Internacional José Martí de la Habana tenía una temperatura de 24º C y se apreciaba que había llovido mucho. Pasamos los trámites de entrada sin problemas. Se aprecia organización y seguridad muy alta, para ser un país no desarrollado. Nos esperaba una guía -una mujer muy agradable, culta y bien preparada, sabiendo hacer y conociendo su oficio- de la empresa mayorista y nos llevaron en un autobús (Yutong, de fabricación china) que nos fue repartiendo por los respectivos hoteles a los distintos pasajeros,empezando por la Habana Vieja, el primero el hotel Sevilla. Después los del barrio del Vedado y por último los de Miramar, que es donde está el Panorama, más de una hora en total, pero nos iban describiendo y comentando las distintas zonas y monumentos por los que pasábamos, con lo cual fue como una primera presentación panorámica de la Habana, con especial atención a sus mejores hoteles. Llegué muy tarde a la habitación y me fui a descansar. Se notó la diferencia horaria (jet land). El lunes 23 tomé un taxi hasta la Habana Vieja, 10 pesos convertibles, visité la Plaza de la Catedral, paseé por sus calles, tomé un zumo de mango, un mojito en la Bodeguita del Medio (que tiene una fama a nivel mundial que, en mi opinión, se merece algo menos, por lo pequeña e incomoda, pero goza de la fama que le dejó Ernest Hemingway, Nobel de literatura en 1954, asiduo parroquiano durante sus estancias en la isla) donde tocaba un conjunto cubano, de esos que hay en muchos sitios, y sonaba bien, muy bien como todos los que oí y te hacen recuperar y revivir unos sonidos ya perdidos en nuestros países y que son magníficos. Después de pasear por la calle del Obispo, recorrer su mercadillo de artesanía y comer en "El Patio", en la Plaza de la Catedral, una brocheta de langosta con verduras (calabazas, judías verdes, cebolla, pimientos, zanahoria y patatas) y una salsa algo insípida, con generosos trozos de langosta, parece que toda la cola, una cerveza cubana, Cristal de ½ litro y un café con leche, oyendo música cubana muy bien cantada e interpretada; un teclado, el requinto, el contrabajo, las maracas, y algún que otro instrumento como los palos y timbales como percusión, cantaron: ¡¡Ay Candela!!; Guantanamera; Chan-Chan; Quizás, quizás; El manicero... y muchas más, casi todas conocidas pero casi olvidadas.
Después de volver al hotel para descansar un rato y comprobar que todos los taxis oficiales, incluidos los “coco car” cobraban 10 pesos convertibles, lo que en euros significa algo menos de 10 € (casi un 12% menos) pero caro, pues volver de la Habana, ir al centro otra vez, supone en total 40 euros mal contado al día en transporte, lo cual es muy caro. Con ese dinero se puede comer y cenar abundantemente y bien. Así que traté de informarme de otras vías más baratas, los cubanos no podían pagar eso,... era evidente. ¿Qué tal los autobuses? Desaconsejados, por lo complejo de las líneas, los posibles robos, lo llenos que van, etc., después de mucho hablar, pues no daban soluciones alternativas, me hablaron de los taxis privados, esos modelos antiguos, principalmente americanos, Ford, Chevroles, Cadillac, de los años 60 o menos, con matrícula amarilla que los identifica como coche privado, mientras que los oficiales la tienen azul. Los privados tienen unas claves que solo entienden los cubanos, así se extiende el brazo y desde Miramar, el barrio a 14 km del centro y lleno de embajadas, se les grita, cuando se acercan a la acera, en la Avenida, ¡¡Habana!! y sin llevar nada encima que pudiera delatar fácilmente nuestra condición de turistas; no hablar nada para no descubrirnos, mejor que poco, no llevar libro-guía, ni, por supuesto, la típica cámara, no vestir, en lo posible, ropa muy distinta de la llevada por los cubanos, no poner "cara de turista", y, a pesar de todo, creo con toda seguridad, que se dan cuenta que no somos cubanos, aunque aprecian el esfuerzo, siguen el juego y hacen como que no lo saben. El ruido de esos coches es un poema, sus frenos y frenazos, sus traqueteos a punto de caerse en pedazos,... los cubanos cruzando las calles a su aire, a punto de ser atropellados, la gente en el coche no habla, indican el lugar y después permanecen callados. Te dejan en el Capitolio como parada final. Al volver, se toman cerca del Capitolio también, al inicio del Paseo del Prado, o de Martí, que partiendo del Capitolio baja hasta el Malecón. Total el recorrido cuesta 1 peso, es decir 10 veces menos. Así que de 40 al día se pasa a 4. La vuelta por ese medio la he hecho hoy y la indicación es; séptima, 30, que es la indicación del cruce de calles que queda en Miramar cerca del hotel. Supone una aventura, pero es un método para conocer otras vistas y otras gentes. (No lo utilicé mucho, pues un día me hicieron cambiar de "carro" y no sabía por donde estaba, lo cual unido a que no se hablaba nada me impedía conversar y conocer a las personas que viajábamos juntas, y perdía interés humano, aunque lo siguiera teniendo económico)
Terminé, después de tomar agua en la terraza del H. Inglaterra y escuchar a otro grupo de soneros allí, paseando por el Prado llegué al Malecón y al oscurecer me vine en un Coco-car, que no deja de ser otra aventura también, su motor de 125 cc de una Vespa tienen “más ruidos que nueces”, y sus saltos y giros para evitar los baches, es todo un riesgo, que al final te sale por otros 10 pesos como si hubieses venido en un taxi normal.
Hoy 24, fui al Museo de la Revolución, que estaba en restauración y pintura. Hay algunos documentos y materiales interesantes. Compré en un mercado una botella grande de agua y me vine a la aventura en otro Ford de la década de los 50, a descansar unas horas al hotel.
Conclusiones de estos primeros días:
1. No se puede ir a un hotel lejos del centro pues al final sale muchísimo más caro, casi el doble de caro que le cuesta al que se aloja en el centro. Por lo tanto nada del barrio de Miramar, ni el Panorama, donde me alojé ni el Meliá de esa zona, aunque tengan buenas instalaciones, desde piscina a centros de negocio, parada de taxis, etc., a no ser que vaya uno con la idea de pasarse en la piscina todo el día. En La Habana Vieja, la primitiva ciudad que estaba rodeada de murallas de las que sólo quedan unos metros cerca del puerto, y de calles estrechas trazadas a cordel en direcciones que se cortan a 90º con numerosas plazas muy bellas; la de la Catedral, de San Francisco, la Plaza Vieja, la del Santo Cristo del buen Viaje -donde juegan los niños a las canicas o bolas- y algunas más, tiene casas particulares con aire acondicionado y pequeños hoteles u hostales como el de los Frailes, totalmente recomendables. (comercial@habaguanexhfrailes.co.cu). Si se aloja uno ahí puede ir paseando a casi todos los lugares históricos importantes.

Havana City Guide [Cuba] from julien widmer on Vimeo.


2. En Cuba hace una temperatura entre 24º y 34º grados en verano, aproximadamente, menos en el norte que dan a las aguas del Atlántico, como La Habana, y más en el sur que da a las aguas del Caribe, auténtico caldo caliente. Ahora bien, esas temperaturas para un español del sur, son normales, pero la humedad es lo que no es normal para nosotros, es un clima subtropical. Ha llovido en forma de tormenta tropical, durante una media hora a una hora en total, casi todas las tardes, debido a que esa humedad y calor crea nubes de desarrollo vertical, cúmulos-nímbus, que terminan en tormentas de agua y rayos. La humedad nos hace transpirar y sudamos bastante, siendo la sensación de calor mayor que en España y las ganas de sentarse al fresco y dedicarse sólo a contemplar, muy grandes. Hacer trabajar a los nativos, en esas circunstancias, tuvo que ser, a la fuerza, muy cruel y violento, seguramente por eso desaparecieron, ayudados también por las nuevas enfermedades y después con el tráfico de esclavos, la violencia y el mal trato fue con los negros (en su mayor parte procedentes de la actual Nigeria), pues, de lo contrario, evidentemente, no trabajaban, así que el mal trato y la violencia era un círculo vicioso.
3. Cuba es un país del Caribe y subdesarrollado económicamente. Nosotros, España, pertenecemos al primer mundo, aunque algunos, muchos, al parecer por los comentarios no ya inexactos o erróneos sino impertinentes, oídos a algunos españoles, parezcan olvidarlo. Así que los parámetros para juzgar o comparar a Cuba, no pueden ser igual a los nuestros, sino a lo de los países de su entorno, desde Haití a Honduras, Guatemala, El Salvador, México o Jamaica. A ello hay que agregarle el factor histórico de su origen y evolución, la historia de las invasiones, guerras y matanzas ocurridas en la Isla, junto a la desaparición o genocidio de los indígenas y la cruel trata de esclavos, apoyado en la ideología racista que ha imperado en el Caribe. No deberíamos ignorar tampoco, a pesar de todo, que "UNICEF confirma que Cuba es el único país de América Latina y el Caribe que ha eliminado la desnutrición infantil". La existencia en el mundo en desarrollo de 146 millones de niños menores de cinco años bajos de peso, contrasta con la realidad de los infantes cubanos, reconocidos internacionalmente por estar ajenos a ese mal social. Y la educación es otro logro reconocido mundialmente tanto en calidad de la educación recibida como en extensión y generalización a toda la población de esa educación de buena calidad, lo que se nota en todos los cubanos con los que nos relacionamos, en su conversación y en su trato educado y culto. Curiosamente las evaluaciones internacionales (Tipo Pisa) no registran los logros cubanos, los ignoran y Cuba no suele aparecer en ellas...
Uno de los principales logros de Cuba estaría en la escolarización del 100% de los niños hasta 9º grado, es decir, una educación Primaria y Secundaria universal, pública, gratuita y de calidad.
4. Cuba no deja indiferente a casi nadie. Como ya hemos mostrado en este blog y, desde luego, recomiendo absolutamente el viaje a Cuba, les va a gustar mucho y, sobre todo, su gente. Es lo mejor de Cuba, hablan un español con una cadencia y musicalidad muy dulce, con un vocabulario muy amplio y exacto, conservan palabras que ya hemos olvidado o dejado de usar y que me recordaban a mi abuelo sevillano y son ocurrentes, ingeniosos, simpáticos, muy cultos, agradables, entablan rápidamente conversación y los españoles nos sentimos muy bien acogidos. También te puedes encontrar algo de la típica picaresca española, pero muy leve; a veces, intentan venderte algo y sacar unos pesos de más, no es difícil darse cuenta y puedes decidir hacerle el juego o negarte, no son pesados. Lo que si presencié fue la no correspondencia, ni respeto, por parte de más de algún español, hacia el pueblo cubano, pero bueno "hay gente para todo" y muchos españoles van de "nuevos ricos" en su trato hacia mujeres y hombres cubanos... una pena y que no muestra nada positivo a favor de esos españoles, 
Cuba globalmente es una maravilla y, si te gusta la música, ya no te cuento; encontrarás músicos por todas partes y con muy buena formación, buen trato y seguridad como en ningún país de su entorno, serán unas vacaciones de ensueño, inolvidables, te las recomiendo.
No olvidéis el texto escrito en un pequeño cuadro colgado de una pared alejada del paso, en el aeropuerto de Baracoa, que dice: "Las palabras rendición y derrota están borradas totalmente de nuestra terminología".

Fotos del autor: 1. La Plaza Vieja, en La Habana Vieja. 2. El Malecón -desde un autobús-. 3. El Capitolio desde la calle Brasil de la Habana Vieja. Un patio en la Plaza Vieja.