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jueves, 30 de diciembre de 2021

_- Prólogo de ‘Ausencias y extravíos’ de Yayo Herrero. El capitalismo extraterrestre y los monstruos del desamor



_- Empecemos por el final, que en un libro es siempre —en el orden de la gestación y en el de la relevancia— el título. Ausencias y extravíos, rubro de la obra de Yayo Herrero que el lector tiene entre las manos, es un felicísimo hallazgo, hasta el punto de que podría dar nombre a un poemario, si es que aceptamos la definición de Vladimir Nabokov según la cual la poesía «no es la disciplina de los pensamientos abstractos sino de las imágenes concretas». Cada una por su cuenta, las palabras «ausencia» y «extravío» fecundan y hacen germinar docenas de imágenes concretas que se arraciman en largos recorridos luminosos que enhebran la emoción, el peligro y la tradición. Por paradójico que parezca, «ausencia» es uno de los términos más llenos de cosas del diccionario: está lleno, de hecho, de todas las cosas que se pierden, que se han perdido, que ya no vemos, y por eso, tal y como sugiere el conocido soneto de Lope de Vega, la ausencia no es un descanso, como la muerte, sino que «se siente» y «duele» tan radicalmente que es difícil representarse un vínculo más poderoso con el mundo que el de su repentina desaparición.

En cuanto al «extravío», prolonga, de entrada, el campo semántico de la «ausencia», casi a modo de un pleonasmo, pues no en vano hablamos, por ejemplo, de «cosas extraviadas» o de «extraviar el camino». Ahora bien, el verbo «extraviar» y el sustantivo «extravío» no se limitan a sustituir sin más a sus vocablos afines «perder» y «pérdida»; de uno a otro se produce un desplazamiento —de lo material a lo moral— que interpela inmediatamente a la imaginación, si se quiere, en otra zona del alma, más tormentosa y comprometida: «extravío» implica, sí, la idea de des orientación ética y mental y, por extensión, de locura, demencia y desatino. Se pierde el reloj, se extravía el sentido. Que el título utilice el plural en ambos casos (Ausencias y extravíos), hace las «ausencias», por así decirlo, más tangibles y los «extravíos» menos abstractos; cada ausencia tiene su nombre propio, cada extravío su propio camino.

Ahora bien, el libro, al enlazar ambos términos por esa ligera conjunción «y», genera una nueva imagen, en la que los «extravíos» no se limitan a existir al lado de las «ausencias» sino que son su consecuencia. De manera concomitante, como por una sombra retrospectiva que el «extravío» proyecta sobre su causa, ésta —la «ausencia»— adopta de pronto una figura nueva. Yayo Herrero, en efecto, nos habla de «ausencias» cuya particularidad y peligro, al contrario de lo que ocurre con las amorosas, reside en que no «se sienten», en que no nos producen dolor y en que, precisamente por eso, ni siquiera las percibimos como «ausencias»: el extravío, finalmente, consiste en que la ausencia misma se ha ausentado y extraviado, con su materialidad aparejada, lejos del horizonte de nuestra percepción. El libro —y de ahí su potencia poética— se propone hacernos sentir dolorosamente estas ausencias como única vía para rescatar del extravío la cordura común.

Cuidado: el prologuista es vago y pedante, la autora no. Yayo Herrero —la conocemos de sobra— no se va por las ramas ni habla de misterios inasibles. Como era de esperar, como era de desear, nos habla una vez más de los cinco elementos, de la Tierra, de los vínculos concretos con las otras criaturas que pueblan el planeta, incluidos los otros seres humanos, y de los peligros que las —nos— amenazan; habla, pues, de la necesidad de «circunspección» o, en su acepción etimológica, de la urgencia de mirar atenta e intensamente a nuestro alrededor, urgencia visual indisociable a su vez de la lucha común y de la impostergable transformación del hogar compartido y sus condiciones de reproducción.

¿Qué ausencias y qué extravíos describe Yayo Herrero en este libro? Nos advierte —en seis capítulos sucesivos— de lo siguiente: si se pierde la gravedad se pierde el equilibrio; si se pierde el miedo se pierde también el valor; si se pierde de vista el horizonte se pierden las matemáticas; si se pierden los vínculos se pierde asimismo el conocimiento; si se pierde la memoria se pierde igualmente la imaginación; y —por último— si se renuncia a la responsabilidad se renuncia al mismo tiempo a la esperanza.

El primer capítulo —Ausencia de gravedad y extravío del equilibrio— resume, a mi juicio, el andamiaje antropológico de todo el libro, pero reclama imperiosa mente todos los demás. Lo resume porque dibuja con trazos muy nítidos, a partir de la experiencia concreta de los viajes espaciales y las cuitas de los astronautas, la locura prometeica de Occidente: la de un ser humano desenganchado de la gravedad terrestre y, por lo tanto, de la corporalidad misma como nudo en el que se cruzan todos los mundos posibles. De los peligros e incertidumbres de esta visión del ser humano —como «alienígena», dirá Yayo Herrero— daré cuenta en la penúltima frase de este prólogo. Ahora me importa llamar la atención sobre el modo en que esa visión, en la interpretación de la autora, convierte precisamente la ausencia en un extravío.

Yayo Herrero se detiene en el capítulo tres, por ejemplo, en la cuestión crucial del infinito y la multiplicación como motores de la rebelión capitalista contra los límites, fuente a su vez de la degradación y zapa de las condiciones de supervivencia de la humanidad. Ahora bien, esta «degradación» material es inseparable de una doble degradación: del conocimiento y de la sensibilidad. Del conocimiento porque —nos dirá en el capítulo cuatro— la ciencia «alienígena», con todas sus maravillas, ha dejado fuera la «inteligencia colectiva», elaborada a partir de trabajos y vínculos socialmente invisibles; una inteligencia colectiva —insiste— que constituye al mismo tiempo su condición olvidada de posibilidad y la única posible curación de sus excesos letales. Me gusta mucho —porque el libro está lleno de detalles narrativos enormemente efectivos— la historia de la comadreja que muerde la Máquina de Dios, esa pequeñez peluda, contingente y viva, capaz de desactivar el proyecto más avanzado de la ciencia mundial: una verdadera —digamos— «toma de tierra», símil eléctrico con el que quiero evocar a un tiempo la idea de «hacer pie», después de haber volado, y la de salvaguarda contra el peligro de la electrocución.

Pero Yayo Herrero se ocupa también —ver el capítulo dos— de la sensibilidad o, si se quiere, de su pérdida. Lo hace a través de la defensa del miedo, cuya potencia articuladora de un espacio común se olvida a menudo. Sin citarlo, Yayo Herrero nos sitúa en lo que Gunther Anders, en su famosa correspondencia con Claude Eatherly, uno de los pilotos de Hiroshima, llamaba «desnivel prometeico» y «agnosia moral». Anders le decía a Eatherly, encerrado en un psiquiátrico militar, que de todos los estadounidenses él era el único que había reaccionado al «extravío» atómico de un modo «moralmente normal y saludable». Dice Yayo Herrero: «Que la violencia machista, la crisis ecosocial, la guerras climáticas o por los recursos, el declive de la energía y materiales, la escasez inducida y la desigualdad brutal que esta genera, que todo tipo de violencia cause miedo me parece sanísimo, la verdad». No sentir miedo en este crepúsculo civilizacional sería —es— una forma de locura y el peor de los errores. El capitalismo nos anestesia a través de psicofármacos y consumo (y del imperativo de la felicidad) o del terror paralizador, umbral de las «doctrinas del shock». Vivimos, pues, entre la indiferencia y el estupor, expuestos como piezas «solteras» —sueltas— a nuestra propia inermidad, víctima y vehículo del extravío destructor. Yayo Herrero, frente a las anestesias y el terror, reivindica el carácter saludable del miedo como la primera condición del valor; la segunda —y dejo aquí el spoiler— tiene que ver con la compañía, con el hecho de sabernos acompañados de otros miedosos capaces de desculpabilizar y politizar nuestro temor: mil miedos coordinados —digámoslo así— componen precisamente eso que los humanos llamamos coraje.

Acabemos ahora por el principio. Conozco a Yayo Herrero desde hace muchos —muchos— años, he aprendido de ella tantas cosas que a veces siento la tentación de firmar algunos de mis textos con su nombre; he admirado y admiro su activismo generoso, su cálida inteligencia y, sobre todo, su carisma pedagógico. Pero si he aceptado redactar estas líneas y las he comenzado hablando de poesía es porque creo que Ausencias y extravíos supone una evolución en la obra de Yayo —ahora no puedo llamarla Herrero— y que esa evolución tiene que ver con la expresión. Yayo siempre apostó por el conocido adagio de Lessing («la máxima claridad es la máxima belleza»), de tal manera que sus conferencias y artículos eran bellos porque eran claros; porque encontramos siempre algo bello en el hecho de comprender bien —incluso de comprender bien el mal y la sombra. Pero tengo la impresión de que en este libro —que recoge y amplía seis textos ya publicados por entregas en CTXT, aun que pensados desde el principio como un entramado o bastidor—, tengo la impresión, digo, de que aquí Yayo ha comprendido que la belleza, al revés, puede aumentar a su vez la claridad. Es como si hubiese soltado un freno; como si ya no se conformara con encajar sus verbos en su activismo sino que encontrara placer —y necesitara ese placer— en explicar con un impulso nuevo lo que siempre ha explicado con rigor geométrico y maestría ingenieril (su primera formación).

Uno siente un particular placer, sí, en leer estos textos porque percibe que han sido escritos con placer. Eso se llama literatura; y la literatura está muy presente en estas páginas. En primer lugar, por la escritura misma, limpia y certera, como siempre, pero gozosamente explorativa, entre líneas, de buenas imágenes e inesperadas serendipias. La literatura está presente asimismo porque Yayo recurre a obras literarias, y no sólo científicas, a fin de sujetar e iluminar mejor sus ideas. Pensemos, por ejemplo, en el uso que hace en el capítulo dos de El bosque infinito, la ambiciosísima novela de Annie Proulx que ningún lector de Yayo debe dejar de leer. O en cómo explora el clásico de Mary Shelley, Frankenstein, en ese último capítulo sobre la responsabilidad y la esperanza: un «monstruo del desamor», llama en acertadísima y bellísima expresión a la desgraciada criatura de una ciencia irresponsable que no se hace cargo de sus propios hijos.

En definitiva, Yayo Herrero —devolvámosle el apellido para terminar profesionalmente— nos ayuda en este libro a comprender el mundo en el que vivimos, sin velos, legañas ni ansiolíticos químicos, pero con frases y argumentos que combinan el aprendizaje más duro y concreto con el placer más sensible y universal: el de las imágenes que Nabokov asociaba a la expresión poética. Plantea así, de la manera más brillante, el dilema que a mí mismo me preocupa desde hace años, y que debería preocuparnos a todos: el de la pérdida de la ética terrestre y la pugna entre terrícolas y alienígenas, de cuyo desenlace depende el destino, e incluso la supervivencia, de la especie humana.

Y ahora he aquí, abruptamente, como anticipé, la penúltima frase de este prólogo, síntesis de toda la obra, sacada de su primer capítulo: «El capitalismo», dice Yayo Herrero, «tiene una lógica extra terrestre»; afirmación a la que sigue esta pregunta inquietante: «¿Puede una sociedad de alienígenas hacerse terrícola?».

O lo que es lo mismo: ¿puede la sociedad capitalista dejar de ser capitalista? Así formulada, la frase suena casi como una pregunta retórica que invita a responder dócil y fatalmente: «no». Pero no. Este —no lo olvidemos— es un libro de Yayo Herrero y no puede acabar mal. Yayo Herrero siempre te encomienda una tarea y te señala una salida; nunca te paraliza. La cita es del primer capítulo y son seis. Concluyo, por tanto, con una última frase, tomada ahora del capítulo final, que trata de lo que aún podemos hacer y de cómo salir, todos juntos y ligeros de equipaje, del atolladero. Así nos apremia: «Responsabilidad y esperanza activa contra los monstruos del desamor».

Fuente: 

martes, 16 de octubre de 2018

Los tres ingredientes de la receta del amor

Intimidad, pasión y compromiso son los tres elementos que componen el amor de pareja. De su combinación surgen diferentes tipos de relación. Será más sólida la que contenga los tres y menos la que se base en uno

"EL AMOR es un intenso anhelo (deseo y necesidad) de unión con el otro”.
Así comienza el curso Anatomía del Amor, que cada año imparte la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid. “El amor, y no el sexo como se cree, es el auténtico mecanismo de supervivencia de la especie: las crías morirían sin el cuidado conjunto del padre y la madre durante sus primeros años de vida”. Eso explica Manuel de Juan Espinosa, el catedrático de Psicología que dirige el curso, para afirmar que ese sublime sentimiento es la fuerza más potente que mueve el mundo.

El argumento de Espinosa no dista del que, con más cinismo quizá, sostenía en su Metafísica del amor ­sexual el filósofo Schopenhauer cuando dio un giro biologicista a la filosofía al afirmar que el amor no era más que una coartada del sexo para perpetuar la especie. Dos siglos después de aquel escándalo, los científicos ya no cuestionan la teoría psicobiológica del amor, que se desarrolla en tres fases equivalentes al ciclo reproductivo:

— El deseo: La atracción sexual, la libido. Es lo que hace que elijamos a una pareja y no a otra en función de parámetros meramente físicos, relacionados con preferencias genéticas y criterios reproductivos.

— La pasión amorosa: Es el momento de la unión física de la pareja, cuando la relación se consuma y se mantiene. Su fundamento biológico es la procreación.

— El apego: Es el sentimiento profundo hacia el compañero a largo plazo, que responde a la necesidad de crianza, sin el cual la supervivencia de las crías estaría en riesgo.

Que la estructura del amor esté asociada a su origen reproductivo no obsta para que se repita de la misma manera entre personas de cualquier edad, sea fértil o no; se da igualmente con independencia de la voluntad de procrear y de la opción sexual de ambos miembros de la pareja.

El amor puede comenzar en cualquiera de esas fases. Cada una está gobernada por redes cerebrales diferentes, con químicas distintas que generan comportamientos variados (conductas, esperanzas, sueños…), pero todos con un mismo fin: la consumación sexual imprescindible para la supervivencia de la especie.

Los tres ingredientes de la receta del amor
En paralelo a esta clasificación de las fases basada en criterios biológicos, la mayoría de los estudios actuales sobre la psicología de este sentimiento se basan en la teoría triangular del amor, elaborada por el psicólogo Robert Sternberg. Según este profesor de la Universidad de Yale, el amor de pareja se compone de tres elementos:

— La intimidad, que comprende los sentimientos de conexión, vínculo afectivo y, especialmente, la autorrevelación, que en psicología significa revelar al otro aspectos íntimos de uno mismo.

— La pasión, que supone el deseo intenso de unión sexual o romántica con el otro.

— El compromiso, que supone la decisión de amar a otra persona y la promesa de mantener vivo ese sentimiento.

De la combinación de estos tres pilares surgen diferentes tipos de amor. Será más sólido el que contenga los tres y menos los amores basados en uno. El encaprichamiento sería el más básico y frágil, eso que llamamos “amor a primera vista”, que surge de la pasión sin intimidad ni compromiso. En el “amor romántico” existe una unión sentimental y pasional, pero carece de compromiso: es el típico amor de verano.

La relación ideal es el amor consumado, el único que contiene los tres elementos.
Es la relación perseguida por todos, pero la más difícil de conseguir y, sobre todo, de mantener en el tiempo: es casi imposible si no hay un compromiso de los miembros de la pareja para mantener los tres engranajes bien engrasados. Conservar la admiración mutua, manifestar el afecto con frecuencia, preservar el respeto, cuidar la propia imagen, mantener espacios propios, cultivar afinidades y aceptar al otro como es son algunas de las claves para que la relación amorosa sea satisfactoria y duradera.

La pasión amorosa de la primera teoría es el tiempo fisiológico que corresponde al amor romántico de la segunda: es el momento tórrido de la relación, cuando la sexualidad está más presente. Es eso que llaman enamoramiento. Este estado es transitorio: según los expertos, dura aproximadamente un año. Para Freud, si se prolongara durante muchos años, se trataría de un amor patológico.

El psicólogo especialista en relaciones amorosas Walter Riso asegura que “el enamoramiento parece rayar en la patología y, en ocasiones, no es otra cosa que una obsesión exacerbada”. En su libro Guía práctica para superar la dependencia emocional: 13 pasos para amar con independencia y libertad (Phrònesis) numera las actitudes más frecuentes en el enamoramiento:

-Idealización del otro. 
-Exclusividad (solo te apetece sexualmente tu pareja). 
-Apego (pensar que nada tiene sentido sin el otro). 
-Ilusión de permanencia (creer que ese amor es único). 
-Pensamientos obsesivos (la mente estará al servicio de la otra persona). 
-Sentido de fusión (sensación de ser almas gemelas). 
-Riesgos irracionales (la conducta se hace compulsiva).

Esta locura, provocada por una tormenta hormonal que se retroalimenta, sería preocupante si no fuera un estado transitorio. En un año como máximo acabará. Con suerte, y con una dosis equilibrada de intimidad, compromiso y pasión, se transformará en el perseguido amor consumado.

https://elpais.com/elpais/2018/10/08/eps/1539005783_857877.html

https://youtu.be/bFgwNUP9Yos

jueves, 26 de julio de 2018

Las 12 cosas más efectivas para superar una ruptura, según la ciencia. Una separación puede producir angustia, depresión, sentimiento de culpa y pérdida de autoestima.

1. Estar enamorado es descubrir lo bella que es la vida",
cantaba el inefable y siempre sabio Raphael. De ahí que, cuando una relación se acaba —los matrimonios duran 16,3 años de media, según el INE—, el batacazo psicológico sea morrocutudo. No solo se trunca una relación, sino la vida como la habíamos imaginado. Un estudio de la psicóloga Galena Rhoades, de la Universidad de Denver (EE UU), relacionó la disolución de una pareja con un aumento de la angustia y una disminución en la satisfacción vital.

Los hombres y las mujeres que son rechazados, en comparación con los que rechazan, experimentan más depresión, pérdida de autoestima y pensamientos cuidadosos y reiterados sobre un mismo tema, según otro estudio de la Universidad de Texas en Austin (EE UU). Además, tras una ruptura, el cerebro de las mujeres cambia, incrementando su actividad en zonas relacionadas con la tristeza, según el profesor Arif Najib, de la Universidad de Tubingen (Alemania). Y, por si fuera poco, puede llegar a afectar al sistema inmune, como halló Janice K. Kiecolt-Glaser, de la Universidad de Ohio (EE UU). Por suerte, la ciencia ha encontrado algunos métodos para pasar mejor el trago.

2. Llore, desahóguese 
"Al experimentar esos sentimientos disminuirán con el tiempo y se acelerará el proceso de duelo. Las etapas de duelo con frecuencia incluyen: conmoción/negación, negociación, enojo, depresión y, finalmente, aceptación", indica un documento de la Universidad McGill (Canadá) que recoge 20 estrategias para sobrevivir a una ruptura.

"Es lo primero que hay que hacer: llorar, soltar toda la pena y la rabia. Aunque la gente de nuestro entorno nos diga que lo olvidemos; todo lo contrario: lloro, porque me apetece llorar. Hay que autorizarse a estar mal y llorar", sentencia Esteban Cañamares, miembro del Colegio de Psicólogos de Madrid. "Si cerramos el grifo de la pena lo único que vamos a conseguir es que en vez de durar equis dure tres equis. Llorano vamos a acortar el duelo.

3. Concéntrese en las cosas malas de su ex ¿Se dejaba siempre la tapa del váter levantada? ¿Nunca ponía la lavadora? ¿Era una seta? No deje de pensarlo y se sentirá mejor. Es la conclusión de un estudio publicado en 2018 en Journal of Experimental Psychology: pidieron a los participantes —todos recién salidos de una relación— que, antes de ver una foto de su ex, se concentraran en tres tipos de pensamientos: en los defectos de la otra persona; en aceptar lo ocurrido; y en cosas que a ellos mismos les resultaban gratificantes (su comida favorita, por ejemplo). Aquellos que evocaron los aspectos negatitos tenían una respuesta emocional menor.

4. No intente quedar bien con la otra persona
Cuando dos amantes cortan, ambos lo pasan mal, aunque "la persona que toma la decisión ha tenido un tiempo para reflexionar y asimilar antes de anunciarla, de modo que el sentimiento de culpa y pérdida es más claro en la persona que no decide", dice Trinidad Bernal, doctora en Psicología y experta en mediación de la Fundación ATYME.

A veces, con la mejor intención, quien ha puesto punto final intenta minimizar el daño en el otro ofreciéndole su amistad o proponiendo el clásico "aquí estoy para lo que necesites". Los expertos lo desaconsejan. "Lo único que consigue es crear en el otro un sentimiento de esperanza y lo fastidia indica Bernal.

5. Escriba un diario
Poner por escrito las sensaciones y vivencias posteriores a una ruptura puede ser adecuado para afrontarla, ya que de ese modo se acentúa el procesamiento cognitivo de una forma sencilla, asegura el psicólogo estadounidense James W. Pennebaker en su ensayo Opening up: The healing power of expressing emotions.

Quienes escriben sobre los aspectos positivos de la ruptura experimentan emociones más positivas con respecto a la misma, según el profesor Gary W. Lewandowski, de la Universidad de Monmouth (EE UU). Entre esas emociones figuran comodidad, confianza, empoderamiento, energía, felicidad, optimismo, alivio, satisfacción, agradecimiento y sabiduría. En esa misma línea, un estudio publicado en Procedia-Social and Behavioral Sciences sostiene que "la expresión emocional escrita reduce los síntomas depresivos".

6. Salga de fiesta con sus amigos
Puede tener efectos balsámicos, siempre que nos lo pida el cuerpo. "Lo de obligarnos a salir, eso nunca. Sin forzarlo. Puede que no nos lo pasemos bien y cuando realmente nos apetezca prefiramos no salir", advierte Cañamares. Un estudio publicado en 2013 en PLOS One decretó que la calidad de las relaciones sociales influye en el riesgo de depresión exactamente igual que los hábitos saludables en el riesgo de enfermedad cardiovascular

7. Pero evite hablar demasiado del tema
Descargar las penas en un hombro amigo es casi una necesidad cuando uno se siente como un perro apaleado. Para los psicólogos, está bien hacerlo dos o tres veces, pero no más. "Al verbalizarlo constantemente, la herida sigue abierta", señala Trinidad Bernal. "Uno encuentra relax en ese momento, pero a la vez provoca que se recuerden una y otra vez las mismas situaciones y no hay manera de salir de un atolladero bastante fuerte. Los amigos creen que ayudan mucho con eso, y no es verdad. Lo que se recomienda es que se desvíe la conversacion hacia otros temas, distraer al amigo o amiga que esta pasando por esa situación.

8. No busque culpables
Montarse películas no trae nada bueno. "Tendemos a inventarnos una historia de buenos y malos. Las cosas son mucho más complejas. Es mejor huir de eso, primero porque es falso, y puede llevarnos a cometer nuevas equivocaciones de pareja. También porque las culpas facilitan las depresiones, los ataques contra uno mismo… En esta sociedad nuestra, de origen judeocristiano, tendemos mucho a la culpabilidad".

Es mejor sacar una moraleja: "Del tipo: a partir de ahora no me voy a conformar con fijarme en el físico, o a partir de ahora hasta que no conozca a su familia no voy a comprometerme. Prender cual es la piedra en la que hemos tropezado. Añade Cañamares.

9. Descarte iniciar una nueva relación enseguida
Suele suceder que quien ha tomado la decisión tiene un derroche social altísimo. Pero no siempre es aconsejable emparejarse pronto. "Si se implica enseguida en una relación sin haber pasado el duelo, lo más probable es que no tenga éxito. Hasta que no se ha pasado esa fase, indudablemente no va estar en condiciones de poder dar cariño a otra persona y va a estar enganchado a situaciones anteriores", dice Trinidad Bernal.

Menos probable es que la persona abandonada tenga ganas de comprometerse a corto plazo. "Ni se le va a ocurrir. Su centro de atención sigue estando en el otro", asegura Bernal. Tras una separación, los hombres son más propensos a iniciar una relación de rebote, como asegura un estudio publicado en Social Sciences en 2013. ¿Y una relación esporádica? "Es un parche para un momento, no la solución", dice Cañamares.

10. Recupere rutinas
El tiempo que antes tenía para usted —en ocasiones limitado, puesto que de buen grado compartía horas y actividades con su pareja— , ahora se ha multiplicado: aprovéchelo en su propio beneficio, apuntándose a un gimnasio, matriculándose en un curso o visitando exposiciones. Será como extraer una consecuencia buena de algo malo. "Es necesario hacer una lista de actividades. Pero con antelación: planifiquemos el fin de semana antes de que llegue el viernes, de lo contrario se quedará tumbado en el sofá dándole vueltas a los recuerdos. Funciona muy bien el volver a hacer cosas que a uno le gustaban y dejó de hacer, o cosas que nunca ha hecho y puede apuntarse a ellas", señala Trinidad Bernal.

11. Pongase en forma
Cuidar el cuerpo es importante. "La actividad física, salir al aire libre, pasear, respirar de una manera más acompasada…, son cosas que ayudan mucho. Las emociones nos están generando reacciones químicas en nuestro organismo que son contraproducentes, y de este modo se equilibran", comenta Trinidad Bernal.
Hágase un control médico. 

El ejercicio puede ser un buen tratamiento contra la ansiedad, dicta un estudio de 2015 de la Universidad de Duke (EE UU). En 2017, un grupo de investigadores canadienses estimó que es beneficioso para los trastornos de ánimo y la depresión.

12. Dejar de seguirlo/la en Facebook e Instagram
Esteban Cañamares recomienda dejar pasar al menos seis meses hasta retomar el contacto. "No podemos pretender que a las dos semanas de haber cortado ya seamos amigos", dice. "Durante seis meses no deberíamos saber nada de él o ella. Ni en Facebook ni nada por el estilo. No ayuda a que el duelo evolucione. Hay que dejar que la herida cierre totalmente, y a partir de ahí podemos seguir siendo amigos o compañeros de pádel".

Una tesis doctoral de Veronika A. Lukacs, de la Universidad de West Ontario (Canadá), sostiene que el contenido en Facebook puede ser una fuente de angustia para las personas que recientemente han experimentado una ruptura romántica. En su estudio, aquellos que participaron en altos niveles de vigilancia electrónica interpersonal experimentaron más angustia por la ruptura que las personas que no lo hicieron.

13. La guinda: si cree que algo le va a aliviar, hágalo
En 2017 se publicó en Journal of Neuroscience un curioso estudio, a cargo de investigadores de la Universidad de Colorado (EE UU). Reunieron a un grupo de personas que acababan de terminar una relación y les pidieron que miraran fotos de sus exparejas. A algunos les dieron un pequeño aparato, diciéndoles que se trataba de "un poderoso analgésico efectivo en reducir el dolor emocional"; al resto les dijeron la verdad: era un simple espray nasal. Entre los engañados, la actividad cerebral aumentó marcadamente en las regiones involucradas en el control de la emoción y disminuyó en las áreas asociadas con el rechazo; también aumentó en una región llamada gris periacueductal, que ayuda a controlar los analgésicos y los neuroquímicos que estimulan el estado de ánimo como los opioides y la dopamina. El experimento con el placebo sugiere que las expectativas positivas pueden ser suficientes para influir en áreas del cerebro en las que habitualmente actúan los antidepresivos.

https://elpais.com/elpais/2018/06/18/album/1529315028_761947.html#foto_gal_2