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viernes, 11 de octubre de 2024

_- Anatomía del amor súbito

_- Lo que separa al amor romántico del deseo y el apego es su naturaleza obsesiva. Se nota especialmente en tiempos de la red social

Decía Helen Fisher que el amor es un mecanismo biológico que ha evolucionado en nuestro cerebro para facilitar la reproducción y la supervivencia de la especie. Que el humano está programado para enamorarse y que hay tres clases de programas, conducidos por hormonas distintas: el deseo, el amor romántico y el apego.

El deseo sexual se activa con testosterona y estrógenos y su objetivo inmediato es la gratificación física. Es el fácil. 

El apego funciona con oxitocina y vasopresina, dos hormonas/neurotransmisores que se liberan con un contacto físico sostenido en el tiempo y no necesariamente sexual. Uno sirve para tener hijos y el otro para mantener los vínculos a largo plazo y garantizar el cuidado compartido de la camada, premiando el cariño y la familiaridad. Muchas de las complicaciones habituales en las relaciones entre humanos es que podemos sentir deseo sin apego y apegarnos a alguien a quien ya no queremos atravesar cada minuto del día y de la noche. La falta de sincronización entre el deseo y el apego es la base de casi todas las comedias románticas

El programa más complejo, peligroso y transformador es el amor romántico. Ese pedazo de onda. Ese culebrón.

Fisher no creía que el amor romántico fuera una construcción social que refuerza roles de género tradicionales. Tampoco es un fenómeno cultural, porque todas las culturas humanas lo han experimentado de forma muy parecida. Es una descarga de dopamina y norepinefrina en el cerebro que alcanza al portador desprevenido como un rayo camino de Damasco, y lo transforma en el mesías de una nueva religión. Un caso de sumisión química, donde un grupo de neuronas agazapadas en una región del mesencéfalo llamada área tegmental ventral empieza a producir dopamina, y a distribuirla en los barrios vulnerables del cerebro, como el núcleo accumbens y la corteza prefrontal.

Lo que sigue es un estado alterado de euforia impredecible, energía incontrolable y obsesión monomaníaca, que se multiplica retroalimentado por la obsesión paralela del otro y los consume a los dos. La reciprocidad convierte el flechazo en una alucinación compartida, una secta de dos. Esta psicosis opera la misma serie de circuitos neuronales que el deseo, el apego y la recompensa. La dopamina y la norepinefrina no son las moléculas del placer. Son la droga de la adicción.

Lo que separa al amor romántico del deseo y el apego es su naturaleza obsesiva.

Se nota especialmente en tiempos de la red social. Un nuevo oráculo invade tu vida con sus acertijos simples: “Activo hace 17 minutos”, “Activo ahora”, “X liked your story”, etcétera.

Es la manifestación más aguda de la trilogía negra del flechazo: dependencia emocional, ansiedad de separación y frustración de la atracción; un concepto que Fisher se inventó para describir la violenta agonía de esperar una llamada que no llega, un mensaje que no se contesta, el agravio explosivo de la conversación intensa que termina de forma unidireccional.

En ese estado alterado de conciencia, todo tiene significado. Los hilos que os conectan son visibles a plena luz. Todos los libros son sobre vosotros. Todas las canciones eran sobre ti. Todas las puertas y ventanas están abiertas al mismo tiempo. Pero ni siquiera Helen Fisher podría haber dicho cuál de las dos cosas tenía delante: el fuego que salva o un incendio destructor.

domingo, 15 de marzo de 2020

_- Lisa Taddeo, escritora: “Las cosas más importantes son el sexo y la muerte, y mentimos sobre ambas”. Durante ocho años, la autora siguió a tres desconocidas para examinar su relación con el sexo y el deseo. El resultado, 'Tres mujeres', resucita la tradición del gran periodismo literario estadounidense.

_- Durante ocho años, la autora siguió a tres desconocidas para examinar su relación con el sexo y el deseo. El resultado, 'Tres mujeres', resucita la tradición del gran periodismo literario estadounidense.

Durante ocho años, Lisa Taddeo (Nueva Jersey, 1980) siguió a tres desconocidas para interrogarlas sobre su relación con la sexualidad y el deseo. “Me interesan esos temas porque no somos sinceros al hablar de ellos. Las cosas más importantes en la vida son el sexo y la muerte, y mentimos sobre ambas”, afirma la autora, periodista con largo recorrido en revistas como Esquire o New York, que debuta como escritora con Tres mujeres (Principal de los Libros), convertido en uno de los fenómenos editoriales del año pasado en Estados Unidos. “Creí que estaba escribiendo un libro discreto”, dice sobre su superventas, en proceso de traducción en medio mundo. “Mi única imposición es que no escojan portadas de color rosa”, advierte a los editores tentados de asimilarla con la más inocua chicklit.

Taddeo vive lejos de las élites urbanas que han aclamado su libro, en un pequeño pueblo del condado de Lichtfield —del que exige no dar la localización exacta para que la dejen en ­paz—, el único en todo Connecticut donde Donald Trump ganó las últimas elecciones. “No quiero estar con gente. No es que odie a los demás, pero aquí me resulta más fácil escribir y criar a mi hija que en Nueva York entre el ruido de ambulancias. Aquí tengo más tranquilidad”. Mirando por el ventanal, la escritora observa la tienda de ultramarinos de la esquina, angustiosamente pulcra y ordenada; una perezosa comisaría, donde los agentes no deben de tener mucho más que hacer que rescatar gatitos de los árboles, y una iglesia de proporciones descomunales, esencia del proyecto puritano que desembarcó con el Mayflower. Al otro lado se adivina el oscuro interior de un bosque frondoso, último reducto de una naturaleza pendiente de civilizar.

Su idea inicial consistía en hablar del deseo de los hombres. “Llevaba muchos años trabajando para la prensa masculina y tenía una conexión inmediata con lo que ese lector quería”, dice Taddeo, casi excusándose. Enseguida entendió que las mujeres serían un tema de estudio más estimulante. “Me daban respuestas más sinceras. Los hombres estaban menos dispuestos a hablarme de la parte negativa. Incluso a mi hermano, a quien entrevisté al comienzo del proceso, y que obviamente no necesita impresionarme en el ámbito sexual, le daba miedo no parecer un semental”, relata. “Las mujeres tenían menos ego, o incluso ninguno”.

Su método de trabajo consistió en preguntar a extraños cuándo fue la última vez que habían practicado sexo o colgar anuncios solicitando testimonios de amores no correspondidos. Desmotivada por la falta de resultados, Taddeo se mudó a Indiana para trabajar con un grupo de terapia de mujeres coordinado por el Instituto Kinsey, que en 1948 escandalizó al país con aquel informe que descubrió al estadounidense medio que la mitad de la población masculina tenía tendencias bisexuales y, peor aún, que sus abuelas también se masturbaban. Allí encontró a la primera de sus protagonistas: Lina, un ama de casa católica que fue víctima de una violación en grupo durante su juventud, casada con un hombre que lleva una década sin besarla. Después se trasladó a Dakota del Norte, donde dio con la historia de Maggie, una veinteañera que en el instituto tuvo una relación con un profesor casado, al que lleva ante la justicia. En tercer lugar, encontró a Sloane, propietaria de un restaurante en la acomodada Rhode Island y aficionada a practicar tríos con su marido, aunque su libérrima vida sexual también esconda algunas heridas. ¿Qué tenían en común? “Las tres fueron juzgadas moralmente. Por eso decidieron hablar”.

Tres mujeres resucita la tradición del gran periodismo literario estado­unidense, en la estela de un volumen como La mujer de tu prójimo, de Gay Talese, que examinaba las consecuencias de la revolución sexual en la clase media. Taddeo también admite la influencia de Joan Didion, de Tom Wolfe y, sobre todo, del menos conocido Tracy Kidder, autor de Home Town, que ponía al descubierto los entresijos de un pueblo idílico de Massachusetts, o El alma de una nueva máquina, sobre el proceso de fabricación de un ordenador. “Me da igual de lo que escriban porque son autores que siempre me interesan, incluso cuando el tema no pueda importarme menos”, dice Taddeo, que creció en un hogar de inmigrantes italianos donde “se leía a Virginia C. Andrews [autora de best sellers escabrosos] y no a Virginia Woolf”.

Más que sobre el deseo, Tres mujeres habla de la posición subalterna que las mujeres siguen teniendo en el terreno afectivo y sexual dos siglos después de Madame Bovary (no por casualidad, Taddeo comienza su libro con una cita de Flaubert). La autora describe una sociedad envuelta en un decoro social digno del siglo XIX. Harold Bloom describió a Hester, la protagonista de La letra escarlata, como “la Eva americana”, castigada por ceder ante su deseo adúltero. Taddeo retrata, en ese sentido, a tres Evas contemporáneas. En la psique estadounidense, ¿el sexo sigue siendo maléfico? “La resaca del puritanismo tardará en marcharse, no va a desaparecer de inmediato, menos todavía en el actual clima político”, responde. “He presentado el libro en muchos países y el mío es el más puritano de todos. Hay lectores que vienen a pedirme una firma y, de paso, aprovechan para decirme que mis personajes son auténticas zorras”. ¿Los efectos del Me Too todavía son limitados? “No es culpa del movimiento, pero como sociedad no queremos oír historias que no sigan una lógica ascendente y edificante”, dice Taddeo. En ese sentido, sus protagonistas son incómodos contraejemplos. “Solo queremos leer perfiles sobre famosas empoderadas. Yo misma he escrito decenas de ellos. Esta vez preferí hacer lo contrario: hablar de la gente normal y de sus circunstancias”, añade.

Taddeo describe a mujeres que viven sin una red de solidaridad, rodeadas de otras féminas que siguen a rajatabla el dictado patriarcal y perpetúan sus tics misóginos. “Las mujeres son muy solidarias entre sí, excepto fuera de Twitter”, ironiza ­Taddeo. “Todavía luchamos por un compañero que nos dé un bebé. Esa es la realidad biológica y, por mucho que hayamos avanzado como sociedad, todavía no ha desaparecido. Incluso en el caso de las parejas homosexuales hay un patrón de competición, que es idéntico al del mundo laboral”. Taddeo recuerda que una íntima amiga le dijo que Lina —que conduce durante cuatro horas para tener un encuentro sexual de 20 minutos con un hombre casado que le ha dejado claro que no la quiere— le parecía una mujer patética. “Le recordé que, años atrás, ella solía cruzar el río Hudson hasta Hoboken para tener encuentros fugaces con un vicepresidente de Goldman Sachs”, recuerda la autora antes de desaparecer bajo la lluvia. “Todo el libro está escrito para que esa amiga logre entenderla”.

https://elpais.com/cultura/2020/02/28/babelia/1582906979_994283.html

P. D.: Es discutible que las cosas más importantes sean el sexo y la muerte, para todas las personas. Para mi lo más importante es la vida, pues sin vida no hay nada, no nos queda nada, ni sexo ni pasión y cuando mi muerte existe yo no existo, y tampoco la forma que tenemos de mantener esa vida, nuestra economía.
Si damos por hecho ese dato, si pertenecemos a la pequeña burguesía o a otra clase superior, entonces sí, es el sexo y la muerte, la salud, lo más importante. Y aún queda el amor, la familia,... o la manera o el modo que tenemos de vivir esa vida. Pero damos por sentado que tenemos cubierto la forma de sustentarnos.

Para millones de personas su vida gira alrededor de cómo sobrevivir y esa preocupación inunda todo su cerebro y no deja espacio para más... comer, sobrevivir, vestirse, buscar un lugar para dormir hoy,... todo lo demás es secundario, lamentablemente. Hasta que los humanos no se aseguraron el sustento, no se dedicaron a filosofar, a hacer arte, a hacerse preguntas, por eso las civilizaciones comenzaron y se sustentaron en los cereales, trigo, arroz y maíz. mediterránea, china, americana.

martes, 3 de septiembre de 2019

La literatura del deseo. La transformación de las relaciones humanas exige nuevas narrativas. El escritor Ian McEwan firma un ensayo sobre la expresión de la pasión a lo largo de la historia

IAN MCEWAN 10 AGO 2019 - 13:54 CEST

Los procesos lentos y ciegos de la evolución han descubierto mediante prueba y error que el mejor medio para empujar a los seres humanos y otros mamíferos a proporcionar cuidados parentales, comer, beber y procrear es ofrecerles un incentivo en forma de placer unido a cada actividad. Hay en ello una maravilla cotidiana que no apreciamos en lo que vale. Satisfacer el hambre comiendo no solo elimina una sensación desagradable. Lo que comemos está “exquisito”, “delicioso” o “sabroso”. Si tenemos mucha hambre, incluso una comida sencilla nos procura cierta satisfacción. Hace tiempo, la neurociencia localizó y describió el lugar desde el cual fluyen estos dones, así como su complejo funcionamiento, en la base del cerebro. La fuente de deleite se conoce como sistema de recompensa. Su función es motivar, y también gratificar. La motivación para tener relaciones sexuales se llama deseo. Cuando el deseo cumple su propósito en el sexo, esa sensación desbordante e indescriptible es nuestra recompensa.

Tras la invención de la agricultura, el aumento de tamaño de los asentamientos y la especialización, las sociedades humanas se volvieron más diversas y complejas, y de este eficaz mecanismo biológico se derivaron extraordinarios avances culturales. Qué vinos, qué salsas y cuántos miles de preparaciones a base de leche, cereales y carne animal; qué poesía amorosa, qué canciones, pinturas y música seductora no habrán concebido nuestras múltiples civilizaciones a fin de obtener, o proporcionar a otros, las recompensas de ese asombroso palacio del placer que tenemos en el cerebro. Y qué espléndida complejidad en la expresión.

En detrimento propio hemos descubierto por casualidad atajos que, estimulando los neurotransmisores adecuados del sistema, eluden cualquier actividad con sentido y nos ofrecen el puro placer de las recompensas no ganadas. Muchas personas han descubierto lo placenteras, adictivas y ruinosas que pueden ser la cocaína, la heroína y los opiáceos sintéticos.

Cubiertas las necesidades básicas de alimento y bebida, el sistema reserva sus recompensas más dulces e intensas, su vértigo extático, para el sexo y su momento de goce absoluto. El deseo sexual arde aún con más fuerza que nuestro apetito de comida o bebida, a no ser, por supuesto, que nos estemos muriendo de hambre o sed. A lo largo de los siglos, la literatura se ha esforzado por describir la sensación de la consumación sexual, fracasando la mayoría de las veces, y es que el orgasmo está a años luz de cualquier otra experiencia. El lenguaje cae de rodillas presa de la desesperación. A nadie convence leer términos como “explosión” o “erupción”. Tampoco los frecuentemente utilizados de “anulación” o “aniquilación” nos llevan lejos. La satisfacción sexual no se parece a ninguna otra experiencia de la vida diaria. Los símiles y las metáforas son inútiles. John Updike propuso que ese exquisito momento sensual era como entrar en un hiperespacio mental en el que todo sentido del tiempo, el espacio y la identidad personal se disuelven. Comparado con las horas que dedicamos a trabajar, viajar o dormir, ese momento mágico es lastimosamente breve, aún más para los hombres que para las mujeres. Si tuviésemos el don de hacerlo durar cuanto quisiésemos, si pudiésemos permanecer en esa cumbre del éxtasis días enteros, poco más haríamos. En ello reside la perdición del drogadicto, que sacrifica el alimento y la bebida, a sus hijos y toda su dignidad por la siguiente dosis.

El momento no solo es breve, sino que cuando el deseo se ha satisfecho, no tarda en volver, en una repetición sin fin como la noche y el día. O, justamente, como el hambre y la sed. Inmensos trechos de nuestra vida se organizan en torno al regreso, una y otra vez, a ese breve atisbo del paraíso terrenal. O bien tenemos que apartar los pensamientos tentadores y hacer todo lo posible por ignorarlos mientras nos entregamos a nuestros deberes y ambiciones. Así sucede sobre todo en el caso de los adultos jóvenes. Y ahora que hemos aprendido los trucos para separar el sexo de la procreación, toda nuestra cultura está pautada por esa reiteración constante.

Más allá del colosal negocio multimillonario de la pornografía, a lo largo de los siglos nuestros anhelos han engendrado algunos de los artefactos más hermosos de la imaginación. En el canto, la poesía, el teatro, la novela, el cine y la escultura, hemos explorado y rendido homenaje al vínculo emocional y sexual entre seres humanos, a ese intercambio infinitamente variado, esa disolución de la identidad que llamamos amor. Más aún, o tal vez debería decir menos: hemos dedicado algunas de nuestras efusiones más sublimes a la ausencia de amor o a su fracaso, a su falta de correspondencia y a su insatisfacción, y las más sentidas de todas, a su final. Casi todas las canciones tristes hablan del abandono por parte de la pareja. “Me desperté esta mañana y se había ido”. Qué misterio tan interesante que obtengamos placer de practicar en la imaginación todas las posibilidades trágicas del amor: los celos, el rechazo, la infidelidad, el anhelo sin esperanza, las intrigas, el mal de amores, los tristes y dulces remordimientos, la frustración y la ira.

En nuestro arte, en especial en nuestra literatura, el amor suele convertirse en el microcosmos, en el terreno de juego de todos nuestros problemas y defectos. En una sola relación entre dos personas, los novelistas pueden encontrar todo un universo en el que es posible explorar la condición humana. En el amor están el cielo y el infierno enteros. “Cada rosa”, escribió el poeta Craig Raine, “crece en un tallo infestado de tiburones”. En su hipnótico canto fúnebre, Joy Division entonaba “el amor volverá a destrozarnos”.

Pero la tradición festiva también es rica. En los anales de la literatura inglesa existe una composición fácil de memorizar:

¿Qué requiere de la mujer el hombre?

Las formas del deseo satisfecho.

¿Qué requiere del hombre la mujer?

Las formas del deseo satisfecho.

Los versos de William Blake han sido elogiados por su sencillez, así como por su espíritu igualitario al atribuir la misma importancia al deseo de la mujer que al del hombre, algo no tan habitual en un escritor de finales del siglo XVIII. Y con qué naturalidad asevera su autor que la gratificación personal es lo opuesto a la gratificación mutua.

En el contexto del sexo, ¿es el deseo un placer en sí mismo? No exactamente. Se parece más bien a una llave a la espera de que la hagan girar, o a un picor que espera que lo rasquen. El deseo solo es verdaderamente placentero cuando su satisfacción está al alcance de la mano. De lo contrario, es placer atrapado en la esperanza, una forma de agitado cautiverio mental, un afanarse en pos de aquello que aún no existe, o que nunca podrá existir. Y sin embargo, sin embargo… Pregunte al hombre o a la mujer víctima del mal de amores si, antes que sufrir las punzadas del amor no correspondido, preferiría un narcótico que borrase el recuerdo del amado. La mayoría respondería categóricamente que no. De ahí la muy citada reflexión de Tennyson según la cual “… es mejor haber amado y perdido que jamás haber amado”. El deseo posee algo de la naturaleza de la adicción.

Este enigma tiene profundas consecuencias para la literatura del amor. Cuando, en diversas culturas, un hombre y una mujer son separados a la fuerza por las convenciones sociales o religiosas, y solamente el matrimonio les permite estar juntos a solas, o cuando el amor de un hombre por un hombre o de una mujer por una mujer se prohíbe bajo pena de castigo; en otras palabras, cuando lo único posible es el amor a distancia y el sexo no se hace realidad fuera de la imaginación, el amado es idealizado, y la literatura del deseo aparece para alcanzar una cumbre de expresión atormentada y espléndida.

Recordemos el ejemplo de Dante, que como nos cuenta la tradición y es de todos conocido, se fijó en Beatrice Portinari por la calle cuando ella tenía nueve años, y se enamoró sin haberle hablado. Durante el resto de su vida, nunca llegó a conocerla bien, aunque a veces la saludaba por la calle, pero el amor que sentía por la joven fue la fuerza que animó su genio para la poesía y el dolce stil novo, y, de hecho, para la vida misma.

Otro ejemplo famoso es el efecto que Laura causó en Petrarca. El poeta la vio en una iglesia en 1327, y ella siguió siendo, hasta su muerte en 1348, el amor inalcanzable al que dedicó 365 poemas. Al igual que Dante, Petrarca tuvo poco o tal vez ningún contacto con el objeto de su amor. El lector actual puede apreciar la grandeza de la poesía amorosa que ambos produjeron. Poco importa el hecho de que el amor no tuviera una base biográfica. Es literatura y la imaginación lo es todo, a pesar de los años de infructuosos anhelos. Nosotros, como lectores, somos los únicos beneficiarios.

Existe otra tradición más vitalista, derivada del carpe diem —aprovecha el momento— de Horacio, una forma de persuasión poética que por la pura exuberancia comunica la promesa de un final feliz. No vamos a vivir siempre, así que hagamos el amor ahora. He aquí uno de los poemas más célebres de la tradición inglesa. En A su esquiva amada, Andrew Marvell dice:

Por eso, ahora que el tinte juvenil

vive en tu piel cual matinal rocío,

y tu alma dispuesta transpira

por cada poro fuegos instantáneos,

gocemos mientras podamos…

Estos diestros tetrámetros evocan con su urgencia rítmica la palpitante insistencia del deseo sexual. En el poema, el anhelo y su satisfacción yacen uno junto al otro, precisamente igual que los amantes.

En muchas novelas de los siglos XVIII y XIX, y en la ficción romántica barata del XX, la conclusión satisfactoria del deseo y el amor no se alcanza en la cama, ya que ello se consideraría una infracción excesivamente grosera del gusto y las normas sociales. El final como Dios manda es la fusión de los destinos más que de los cuerpos. El clímax llega con el sonido de las campanas de la iglesia. El deseo encuentra su resolución respetable en la cohesión social y el matrimonio. Este relato tiene su expresión cabal en las novelas de Jane Austen.

Pero después de los grandes maestros de la ficción del siglo XIX, en particular Flaubert, George Eliot y Tolstói, esta narrativa ha gozado de escaso crédito en la literatura seria. La dura lección de la realidad mostraba que las campanas de boda no eran más que el comienzo de la historia. El adulterio era un villano irresistible. El aburrimiento era otro. Y lo mismo pasaba con las restricciones a la libertad de las mujeres y el peso amargo de la dominación masculina, cuya expresión máxima es la violación, tema central de Clarissa, la obra maestra de Samuel Richardson, escrita en el siglo XVIII. Durante 300 años, uno de los proyectos de la novela literaria fue investigar e, implícitamente, reconsiderar cómo podía ser una relación amorosa.

Hoy en día nos encontramos en un nuevo y disputado territorio en lo que a relaciones, preferencias e identidad sexuales se refiere. Toda clase de subgrupos de diferencias minuciosamente clasificadas reivindican enérgicamente sus derechos. Puede que a una generación mayor esto le parezca amenazador o absurdo, pero en las costumbres sexuales estas luchas y redefiniciones forman parte de una larga tradición de cuestionamiento de las ortodoxias predominantes. La historia de la novela así lo dice. Las formas convencionales de las expresiones literarias del deseo, especialmente del masculino, adquieren un nuevo aspecto. ¿Quién puede poner objeciones cuando se retira a los hombres de riqueza, fama o prestigio la licencia sexual que les había sido otorgada? Las órdenes de detención no están de moda, pero es posible que los poetas y otros espectadores sean arrestados en medio de la confusión general. En el nuevo orden, Andrew Marvell podría ser acusado de acosar a una joven virgen. Sentía una necesidad sexual apremiante, y su apelación a los estragos del tiempo no era sino un alegato falaz. Donde antes un poeta habría rendido homenaje con normalidad a la belleza de determinada mujer, en nuestros días parece burdamente facultado. Sus palabras, que en otro tiempo sonaron dulces, hoy se consideran expresión de una tendencia insana a la cosificación o a la hostilidad irreflexiva. Esas mismas dulces palabras se leen bajo una nueva luz, como los estertores de un orden moribundo.

En literatura, un canon o una tradición son, en esencia, una polémica literaria y, como tal, exigen compromiso. En los últimos tiempos, la polémica ha llegado al punto de ebullición. Las antes comúnmente consideradas obras maestras corren el peligro de la degradación. Algunas son eliminadas de las listas de lecturas de las universidades. Pero si nos deshacemos de un tesoro por exceso de celo, otros lectores estarán esperando para recogerlo y apreciarlo. Las formas del deseo humano antes prohibidas, ridiculizadas o perseguidas, y hoy justamente aceptadas, pueden dar pie a nuevos modos de etiqueta literaria que demanden de la poesía amorosa no solo expresiones de admiración y respeto, sino también de intenciones puras y del ofrecimiento sentido de una desvinculación tranquila. Tal cosa requerirá grandes dosis de talento para no resultar insulsa. Quizá lo próximo sea la negación de uno mismo. A lo mejor mientras yo hablo está naciendo el poeta que algún día forjará una nueva estética del deseo insatisfecho que rivalice con los castos regímenes de Dante y Petrarca.

Yo no puedo hablar verdaderamente en nombre de los poetas, pero, en lo que respecta a los novelistas, creo que sea cual sea la narrativa que nuestra historia social despliegue en el futuro, conservará, en especial dentro de estas texturas sociales más densas, las mismas oportunidades de observar y luego escribir las comedias y las tragedias de las costumbres y el amor. Así seguirá siendo. En el concurrido foro del amor, el anhelo y la literatura en el que se encuentran lectores y escritores, puede parecer que todo está a punto de cambiar, pero en el corazón de las cosas, en su núcleo oculto, todo seguirá igual. No podemos existir —o persistir como especie— sin el deseo, y no dejaremos de cantarle.

© Ian McEwan, 2019 / Rogers, Coleridge & White Ltd. Este ensayo fue leído por el autor el pasado 22 de junio en Taormina con ocasión de la recepción del Premio Taobuk. Traducción de Paloma Cebrián / News Clips.

https://elpais.com/cultura/2019/08/08/babelia/1565281328_525926.html?rel=lom

martes, 22 de enero de 2019

_- "No puedes decir mi cuerpo es mío y quedarte con el de otra persona" Entrevista a Amelia Valcárcel & Vientres de alquiler.

_- Aiende S. Jiménez
www.diariovasco.com

Afirma que no existe «ningún resquicio en el feminismo por el que podamos prestar el mínimo apoyo al alquiler de vientres»

Su conferencia no dejó indiferente al público -mayoritariamente femenino- que asistió ayer al curso '¿Gestación subrogada o vientres de alquiler? Los límites de la mercantilización de los cuerpos de las mujeres' que Emakunde organizó en Donostia. La filósofa y escritora feminista Amelia Valcárcel argumentó su posición en contra y negó que tenga ninguna justificación en el feminismo.

- ¿Gestación subrogada o vientre de alquiler?

- La gestación subrogada es un eufemismo. Se trata del alquiler de personas para que te den criaturas. Por tanto no es una práctica de natalidad, ni médica. Es una vía para obtener algo que se desea, en este caso un bebé. Todos los argumentos que buscan dar legitimidad social a este fenómeno se basan en la división cuerpo-mente, y lo que tenemos es un cuerpo que ha favorecido la existencia de otro, pero no la afiliación del mismo. Esa madre es madre solo del cuerpo, y ni si quiera de todo él, porque la intención de dar vida a otra persona ni siquiera es suya.

«Lo más repugnante es que se utilice la libertad para intentar avalar semejante asunto»

- En su exposición ha hecho referencia en varias ocasiones a la esclavitud.
¿Considera esta práctica una forma de esclavizar a las mujeres?

- A lo largo de toda su historia la humanidad ha admitido ciertas prácticas a las que ha renunciado por muchas razones, y antes de admitir cualquier otra tiene que ser muy cuidadosa, no sea que se reproduzcan partes que ya se ha decidido que no estamos dispuestos a admitir como humanos a día de hoy. Nuestra humanidad ha comprado niños sin parar. Antiguamente había esclavas que solo se dedicaban a reproducirse, porque era un buen negocio, y eso no tiene nada de nuevo. Lo nuevo es prohibir que eso ocurra.

- Usted es feminista. Sin embargo la mayoría de las voces del feminismo son partidarias de la legalización de la gestación subrogada.

- Esta práctica conlleva una negación de la individualidad de los sujetos mujeres, una negación de la relación de filiación que es una de las más importantes y el regreso a dualismos ancestrales que negamos en cualquier otra situación. ¿Deberíamos como feministas admitirlo? Teniendo en cuenta que venimos de una tradición que trata de incorporar el sujeto femenino y que de otra parte es abolicionista y redentorista, no tenemos un solo resquicio por el cual podamos prestar el menor apoyo a este tipo de asunto.

- Hay quienes defienden la libertad de las mujeres para decidir sobre sus actos, el mensaje de
'mi cuerpo es mío'.

- 'Mi cuerpo es mío' es un eslogan, afortunado por cierto, pero no es un fundamento de derecho. No puedes decir mi cuerpo es mío para quedarte con el de otra persona. Lo más terrible que ocurre en este submundo que muchas personas quieren crear es querer utilizar el más hermoso de los nombres, que es el de la libertad, para avalar semejante asunto. Eso es lo más repugnante.

- ¿Y si una mujer decide gestar un bebé para otra persona por decisión propia?

- No conozco ningún caso, pero me daría igual, porque muchas prácticas abusivas son consentidas.

«La mayor parte de las prácticas violentas se dan sin violencia y con apariencia de contrato»

- ¿Esta práctica lo es?

- ¿Se le puede pedir a una mujer que geste y para a una criatura, y decirle que no es suya y que se la entregue a otro por dinero o por nada?
La mayor parte de las prácticas violentas se dan sin violencia explícita y bajo la apariencia de contrato, y es algo que ha ocurrido en todas las sociedades en el pasado.

- ¿Qué opina de que se esté planteando su regulación?

- Ya está regulado, está prohibido.

- Matizo, su legalización.

- Es evidente que no existe ni un solo fundamento para aceptar algo así. Ni uno. Como no los hay, el fundamento que se utiliza es a futuro. Esto es, por el superior interés del menor, se admite todo lo que ha habido antes de que este nazca.

- Para las parejas homosexuales es la única forma de cumplir el deseo de tener un hijo, aparte de la adopción.

- Pero deseo no significa derecho, porque sino tendríamos que asociar un derecho a cualquier deseo, y algunos deseos son de ineficaz cumplimiento y otros no están suficientemente justificados.

Fuente:
https://www.diariovasco.com/gipuzkoa/amelia-valcarcel-filosofa-20180713021012-ntvo.html?fbclid=IwAR3o0rg0Aq2LmBi_rBsjxYEAzGBDxREU1zKPV3gfg4xSFdNHMuBLdmoxuBU

martes, 16 de octubre de 2018

Los tres ingredientes de la receta del amor

Intimidad, pasión y compromiso son los tres elementos que componen el amor de pareja. De su combinación surgen diferentes tipos de relación. Será más sólida la que contenga los tres y menos la que se base en uno

"EL AMOR es un intenso anhelo (deseo y necesidad) de unión con el otro”.
Así comienza el curso Anatomía del Amor, que cada año imparte la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid. “El amor, y no el sexo como se cree, es el auténtico mecanismo de supervivencia de la especie: las crías morirían sin el cuidado conjunto del padre y la madre durante sus primeros años de vida”. Eso explica Manuel de Juan Espinosa, el catedrático de Psicología que dirige el curso, para afirmar que ese sublime sentimiento es la fuerza más potente que mueve el mundo.

El argumento de Espinosa no dista del que, con más cinismo quizá, sostenía en su Metafísica del amor ­sexual el filósofo Schopenhauer cuando dio un giro biologicista a la filosofía al afirmar que el amor no era más que una coartada del sexo para perpetuar la especie. Dos siglos después de aquel escándalo, los científicos ya no cuestionan la teoría psicobiológica del amor, que se desarrolla en tres fases equivalentes al ciclo reproductivo:

— El deseo: La atracción sexual, la libido. Es lo que hace que elijamos a una pareja y no a otra en función de parámetros meramente físicos, relacionados con preferencias genéticas y criterios reproductivos.

— La pasión amorosa: Es el momento de la unión física de la pareja, cuando la relación se consuma y se mantiene. Su fundamento biológico es la procreación.

— El apego: Es el sentimiento profundo hacia el compañero a largo plazo, que responde a la necesidad de crianza, sin el cual la supervivencia de las crías estaría en riesgo.

Que la estructura del amor esté asociada a su origen reproductivo no obsta para que se repita de la misma manera entre personas de cualquier edad, sea fértil o no; se da igualmente con independencia de la voluntad de procrear y de la opción sexual de ambos miembros de la pareja.

El amor puede comenzar en cualquiera de esas fases. Cada una está gobernada por redes cerebrales diferentes, con químicas distintas que generan comportamientos variados (conductas, esperanzas, sueños…), pero todos con un mismo fin: la consumación sexual imprescindible para la supervivencia de la especie.

Los tres ingredientes de la receta del amor
En paralelo a esta clasificación de las fases basada en criterios biológicos, la mayoría de los estudios actuales sobre la psicología de este sentimiento se basan en la teoría triangular del amor, elaborada por el psicólogo Robert Sternberg. Según este profesor de la Universidad de Yale, el amor de pareja se compone de tres elementos:

— La intimidad, que comprende los sentimientos de conexión, vínculo afectivo y, especialmente, la autorrevelación, que en psicología significa revelar al otro aspectos íntimos de uno mismo.

— La pasión, que supone el deseo intenso de unión sexual o romántica con el otro.

— El compromiso, que supone la decisión de amar a otra persona y la promesa de mantener vivo ese sentimiento.

De la combinación de estos tres pilares surgen diferentes tipos de amor. Será más sólido el que contenga los tres y menos los amores basados en uno. El encaprichamiento sería el más básico y frágil, eso que llamamos “amor a primera vista”, que surge de la pasión sin intimidad ni compromiso. En el “amor romántico” existe una unión sentimental y pasional, pero carece de compromiso: es el típico amor de verano.

La relación ideal es el amor consumado, el único que contiene los tres elementos.
Es la relación perseguida por todos, pero la más difícil de conseguir y, sobre todo, de mantener en el tiempo: es casi imposible si no hay un compromiso de los miembros de la pareja para mantener los tres engranajes bien engrasados. Conservar la admiración mutua, manifestar el afecto con frecuencia, preservar el respeto, cuidar la propia imagen, mantener espacios propios, cultivar afinidades y aceptar al otro como es son algunas de las claves para que la relación amorosa sea satisfactoria y duradera.

La pasión amorosa de la primera teoría es el tiempo fisiológico que corresponde al amor romántico de la segunda: es el momento tórrido de la relación, cuando la sexualidad está más presente. Es eso que llaman enamoramiento. Este estado es transitorio: según los expertos, dura aproximadamente un año. Para Freud, si se prolongara durante muchos años, se trataría de un amor patológico.

El psicólogo especialista en relaciones amorosas Walter Riso asegura que “el enamoramiento parece rayar en la patología y, en ocasiones, no es otra cosa que una obsesión exacerbada”. En su libro Guía práctica para superar la dependencia emocional: 13 pasos para amar con independencia y libertad (Phrònesis) numera las actitudes más frecuentes en el enamoramiento:

-Idealización del otro. 
-Exclusividad (solo te apetece sexualmente tu pareja). 
-Apego (pensar que nada tiene sentido sin el otro). 
-Ilusión de permanencia (creer que ese amor es único). 
-Pensamientos obsesivos (la mente estará al servicio de la otra persona). 
-Sentido de fusión (sensación de ser almas gemelas). 
-Riesgos irracionales (la conducta se hace compulsiva).

Esta locura, provocada por una tormenta hormonal que se retroalimenta, sería preocupante si no fuera un estado transitorio. En un año como máximo acabará. Con suerte, y con una dosis equilibrada de intimidad, compromiso y pasión, se transformará en el perseguido amor consumado.

https://elpais.com/elpais/2018/10/08/eps/1539005783_857877.html

https://youtu.be/bFgwNUP9Yos

viernes, 31 de mayo de 2013

Cinco claves para mantener el deseo en la pareja

Fuente: EL PAÍS | 31 de mayo de 2013
Autora invitada: Lara Castro Grañen (Psicóloga y Sexóloga del Institut Gomà. Directora y Fundadora de Placer ConSentido y Sexshopconsentido)

¿Se puede seguir deseando a la pareja tras años de convivencia? ¿Existe compatibilidad entre deseo y estabilidad? Encontraremos la respuesta en el significado de la palabra.

Deseo (Del lat. desidĭum):
1. m. Movimiento afectivo hacia algo que se apetece.
2. m. Acción y efecto de desear.

Movimiento y acción, dos verbos que nos hablan de ser sujetos activos; de hacer que pase, en lugar de esperar a que aparezca. Cuántas veces hemos pensado que ya se había terminado la magia con esa persona y que, si continuábamos con esa relación, nos tendríamos que resignar a una vida de pareja con menos carga pasional de lo que nos gustaría. Cuántas otras veces nos hemos preguntado por qué nos pasaba esto a nosotros cuando, basándonos en todo el bombardeo de (des)información sexual que nos llega a lo largo del día, el resto de mortales viven una sexualidad explosiva, mágica, sorprendente, incesante e insaciable. Pero el mundo, más allá de las apariencias, tiene otra realidad, ya que el deseo sexual suele ser un tema recurrente de conflicto en la pareja y de consulta psicoterapéutica. Desavenencias en la frecuencia sexual, ausencia de relaciones por falta de deseo de uno de los miembros de la pareja, monotonía… ¿Qué podemos hacer para reavivar la llama de la pasión? Responsabilizarnos de nuestra sexualidad y pasar a la acción.

Aunque al inicio de la relación el deseo se encuentre influido por el enamoramiento, lo cierto es que, después, su eje central está formado por la propia decisión de querer mejorarlo. Así que, aunque parezca automático y mágico (y nos lo hayan repetido hasta la saciedad), el deseo es algo que tenemos que propiciar y que está en nuestras manos. Hay que cuestionarse el por qué de esa falta de deseo, en el caso de que esta situación nos provoque malestar. ¿Qué hay detrás del “no me apetece”?

El llamado modelo DESEA, una vez descartados los factores orgánicos (déficits hormonales, fármacos, enfermedades, consumo de estupefacientes, etc.), nos puede ayudar a encontrar el camino hacia la satisfacción sexual. Eso sí, siempre debemos ser nosotros mismos la parte más activa de nuestro propio cambio.

Descubre.
Escucha.
Sorprende.
Empatiza.
Abre.

Detengámonos unos instantes en cada una de las 5 claves.

- Descubre y conoce tu propio cuerpo para poder ser escritor y protagonista de tu sexualidad. ¿Cómo me voy a quejar de que mi pareja no me proporciona placer si ni yo sé qué es lo que me satisface realmente? ¿Cómo podríamos guiar en nuestro propio cuerpo si este nos resulta extraño y desconocido? Cuando exploramos nuestro cuerpo con curiosidad de turista, abrimos al placer cada milímetro de nuestra piel. En cambio, cada vez que dirigimos la mirada crítica hacia esa zona del cuerpo que no nos gusta, la estamos privando del goce. ¿Cómo te sientes cuando te acarician esa parte que te acompleja? ¿Disfrutas de las caricias? Si estoy más pendiente de que mi pareja no descubra ese defecto, que de sentir las sensaciones, lo más probable es que la respuesta sea negativa.

El autoconocimiento erótico, ligado a la aceptación, nos acerca a la satisfacción sexual y hace crecer nuestra autoestima. Cuando le damos a nuestra sexualidad la importancia que se merece, también nos la estamos dando a nosotros como seres sexuales. Y el hecho de conocer qué zonas de mi cuerpo me transmiten las sensaciones más eróticas y cuál es la mejor manera de estimularlas, facilita la comunicación con mi pareja. Lo cual, aumenta la satisfacción en las relaciones sexuales compartidas. ¿Alguna vez os habéis encontrado con una pareja sexual que os estimulaba de una forma que os parecía inadecuada? Pensemos en cuál fue la respuesta que dimos y en si actuamos desde la proactividad o, más bien, desde la pasividad. ¿Estamos esperando a que vengan a despertarnos el placer sexual? El crecimiento sexual y erótico empieza por uno mismo.

- Escucha tu interior. Dirige tu mirada hacia dentro de ti y descubre los pensamientos y las emociones que se vinculan a tu sexualidad. Haz un repaso de tu historia sexual para ver qué mensajes te transmitieron, qué experiencias viviste y pueden haber dejado una huella en ti y, en definitiva, qué construcción has hecho de la sexualidad y de la erótica, ya que son muchos los factores que pueden estar influyendo en la manera cómo percibimos nuestra sexualidad. El miedo al fracaso o a dejarse llevar, la vergüenza de mostrarse y de desnudarse en cuerpo y alma ante otra persona, las altas expectativas, los mitos, los tabús, la ansiedad, la rabia acumulada, la tristeza, la falta de asertividad, los problemas cuotidianos, el estrés, el agotamiento o los celos, son sólo algunos de ellos. Aprender a regular nuestras emociones y cuestionarnos nuestras creencias, nos aproxima al bienestar sexual.

Otro punto importante es el para qué, la finalidad de cada encuentro erótico con nuestra pareja. Cuántas veces, la recompensa de una relación sexual es liberarse de la culpa debida a la baja frecuencia sexual o, simplemente, contentar a la otra persona.

¿Cómo me siento en la relación sexual? ¿Esto hace que quiera repetir y que mi deseo crezca, o más bien provoca todo lo contrario? Pensad en una actividad, situación o lugar que no os guste… ¿Tenéis ganas de volver? Lo mismo ocurre con las relaciones sexuales: Si no nos son gratas, con una vez ya habremos tenido suficiente. En cambio, si algo nos agrada, las probabilidades de querer repetir se incrementan.

- Sorprende a tu deseo y date la oportunidad de sentirlo. La ajetreada vida que llevamos, nos aleja de los momentos de relax y distensión y nos hace centrarnos en las actividades lógicas y analíticas del hemisferio izquierdo, olvidándonos por completo de la pasión y la creatividad del lado derecho del cerebro. Si queremos que el deseo esté presente en nuestras vidas, debemos prestarle atención y darle espacio en ella. Cuidar el deseo significa darle la importancia que nos merece, mimarlo y atenderlo. Darle la ocasión de mostrarse. Alejándonos del tan frecuente pensamiento de que, si algo se planifica, pierde la magia, ya que este es sólo otro mito sexual a desterrar. Planificación y espontaneidad pueden ir de la mano.

Cuántas veces dejamos pasar momentos eróticos por “falta de ganas previas”. ¿Qué pasaría si le diésemos una oportunidad al y por qué no? Esto no significa que no podamos decir que no, pero debemos cuestionarnos a qué le estamos diciendo que no, y qué pasaría si nos concediésemos el beneficio de la duda y nos dejásemos llevar. Quizás hasta nos sorprenderíamos. Alguna razón debe tener el dicho: En comer y rascar, todo es empezar.

- Empatiza con tu pareja y reflexiona acerca de vuestra relación. La calidad de nuestra relación la pareja, incide en la vivencia de la sexualidad. Es una práctica frecuente entre las parejas utilizar las relaciones sexuales para premiar o castigar al otro, en un intento de conseguir lo que uno quiere o de intentar reparar el propio orgullo. De lo que no nos damos cuenta muchas veces es que, en realidad, en este tipo de acciones, nosotros somos los primeros perjudicados. Las luchas de poder, los enfados hacia nuestra pareja y los conflictos sin resolver, crean una gran distancia entre nosotros y, por lo tanto, nos alejan de cualquier encuentro erótico y sensual.

Además, la forma cómo vemos a nuestra pareja también influye en el deseo. En mi práctica clínica, he conocido parejas en las que, por ejemplo, el hecho de que uno de los dos miembros dependiese mucho del otro, creaba en este último una visión más de hijo que de pareja, cosa que provocaba, lógicamente, la diminución de su deseo sexual. Como vemos, el rol que tenemos dentro de nuestra relación, puede determinar el deseo sexual.

Otra fuente de conflictos es la diferencia en la frecuencia sexual deseada por cada miembro de la pareja o las preferencias en cuanto al tipo de prácticas a llevar a cabo. Si mi apetito sexual es mayor que el de mi pareja y siempre me siento rechazado, al final, mi deseo disminuirá. O, si por el contrario, soy el que desea menos y siempre me siento perseguido, nunca me dará tiempo a desear. Son círculos viciosos en los que nos metemos sin ni siquiera darnos cuenta. Debido a que no hay una frecuencia que se considere “normal” para todas las personas, se hace necesario expresar cómo no sentimos, negociar y tomar decisiones, igual que en cualquier otra actividad que compartamos con la pareja.

Y en esta vorágine de actividades cuotidianas de las que hablaba unas líneas más arriba, en muchas ocasiones, se pierden también los espacios de pareja. Causando grandes estragos en el ámbito sexual. En este punto, conviene pensar en qué lugar hemos dejado a la relación de pareja y si ésta es la posición que queremos que ocupe. Y no por lo que se considera “normal” en nuestro entorno, sino por lo que me hace sentir bien a mí. Ya que cada persona elige el espacio que quiere que tenga la sexualidad en su vida, independientemente de las estadísticas.

Fomentando espacios de comunicación constructiva y de resolución de conflictos, aumentaremos la calidad de la relación y de las relaciones.

- Abre tu mente y erotízala. Erotizar la mente es hacer que la sexualidad esté presente. Pero no sólo en el momento de meternos en la cama (en el caso de que ahí lo esté), sino que vayamos dispensando dosis de erotismo a lo largo del día, como una pastilla de liberación lenta. De esta manera, haremos crecer la complicidad con nuestra pareja y el deseo por un encuentro sexual.

Erotizar la mente es creatividad. Es seducción. Es fantasía y es conseguir no ser predecible para la otra persona. Es pasar por una reeducación sexual y afectiva en la que, en muchas ocasiones, nos tocará desaprender los mitos que nos contaron. Actualizarnos y ampliar conocimientos.

Cuando nos cuestionamos de qué manera estamos viviendo nuestra sexualidad, nos damos la oportunidad de hacer los cambios necesarios para vivirla cómo realmente queremos. Y así es como llegamos al bienestar. Además, en este proceso de introspección, también nos podemos dar cuenta de que el problema sólo se presenta cuando nos comparamos con otras personas. Pero la realidad es que la verdadera brújula está en nuestro interior y ella es la que nos guiará en el camino hacia la satisfacción sexual.

¿De qué manera quieres vivir tu sexualidad? ¿Cuál es la decisión que quieres tomar?