_- Durante ocho años, la autora siguió a tres desconocidas para examinar su relación con el sexo y el deseo. El resultado, 'Tres mujeres', resucita la tradición del gran periodismo literario estadounidense.
Durante ocho años, Lisa Taddeo (Nueva Jersey, 1980) siguió a tres desconocidas para interrogarlas sobre su relación con la sexualidad y el deseo. “Me interesan esos temas porque no somos sinceros al hablar de ellos. Las cosas más importantes en la vida son el sexo y la muerte, y mentimos sobre ambas”, afirma la autora, periodista con largo recorrido en revistas como Esquire o New York, que debuta como escritora con Tres mujeres (Principal de los Libros), convertido en uno de los fenómenos editoriales del año pasado en Estados Unidos. “Creí que estaba escribiendo un libro discreto”, dice sobre su superventas, en proceso de traducción en medio mundo. “Mi única imposición es que no escojan portadas de color rosa”, advierte a los editores tentados de asimilarla con la más inocua chicklit.
Taddeo vive lejos de las élites urbanas que han aclamado su libro, en un pequeño pueblo del condado de Lichtfield —del que exige no dar la localización exacta para que la dejen en paz—, el único en todo Connecticut donde Donald Trump ganó las últimas elecciones. “No quiero estar con gente. No es que odie a los demás, pero aquí me resulta más fácil escribir y criar a mi hija que en Nueva York entre el ruido de ambulancias. Aquí tengo más tranquilidad”. Mirando por el ventanal, la escritora observa la tienda de ultramarinos de la esquina, angustiosamente pulcra y ordenada; una perezosa comisaría, donde los agentes no deben de tener mucho más que hacer que rescatar gatitos de los árboles, y una iglesia de proporciones descomunales, esencia del proyecto puritano que desembarcó con el Mayflower. Al otro lado se adivina el oscuro interior de un bosque frondoso, último reducto de una naturaleza pendiente de civilizar.
Su idea inicial consistía en hablar del deseo de los hombres. “Llevaba muchos años trabajando para la prensa masculina y tenía una conexión inmediata con lo que ese lector quería”, dice Taddeo, casi excusándose. Enseguida entendió que las mujeres serían un tema de estudio más estimulante. “Me daban respuestas más sinceras. Los hombres estaban menos dispuestos a hablarme de la parte negativa. Incluso a mi hermano, a quien entrevisté al comienzo del proceso, y que obviamente no necesita impresionarme en el ámbito sexual, le daba miedo no parecer un semental”, relata. “Las mujeres tenían menos ego, o incluso ninguno”.
Su método de trabajo consistió en preguntar a extraños cuándo fue la última vez que habían practicado sexo o colgar anuncios solicitando testimonios de amores no correspondidos. Desmotivada por la falta de resultados, Taddeo se mudó a Indiana para trabajar con un grupo de terapia de mujeres coordinado por el Instituto Kinsey, que en 1948 escandalizó al país con aquel informe que descubrió al estadounidense medio que la mitad de la población masculina tenía tendencias bisexuales y, peor aún, que sus abuelas también se masturbaban. Allí encontró a la primera de sus protagonistas: Lina, un ama de casa católica que fue víctima de una violación en grupo durante su juventud, casada con un hombre que lleva una década sin besarla. Después se trasladó a Dakota del Norte, donde dio con la historia de Maggie, una veinteañera que en el instituto tuvo una relación con un profesor casado, al que lleva ante la justicia. En tercer lugar, encontró a Sloane, propietaria de un restaurante en la acomodada Rhode Island y aficionada a practicar tríos con su marido, aunque su libérrima vida sexual también esconda algunas heridas. ¿Qué tenían en común? “Las tres fueron juzgadas moralmente. Por eso decidieron hablar”.
Tres mujeres resucita la tradición del gran periodismo literario estadounidense, en la estela de un volumen como La mujer de tu prójimo, de Gay Talese, que examinaba las consecuencias de la revolución sexual en la clase media. Taddeo también admite la influencia de Joan Didion, de Tom Wolfe y, sobre todo, del menos conocido Tracy Kidder, autor de Home Town, que ponía al descubierto los entresijos de un pueblo idílico de Massachusetts, o El alma de una nueva máquina, sobre el proceso de fabricación de un ordenador. “Me da igual de lo que escriban porque son autores que siempre me interesan, incluso cuando el tema no pueda importarme menos”, dice Taddeo, que creció en un hogar de inmigrantes italianos donde “se leía a Virginia C. Andrews [autora de best sellers escabrosos] y no a Virginia Woolf”.
Más que sobre el deseo, Tres mujeres habla de la posición subalterna que las mujeres siguen teniendo en el terreno afectivo y sexual dos siglos después de Madame Bovary (no por casualidad, Taddeo comienza su libro con una cita de Flaubert). La autora describe una sociedad envuelta en un decoro social digno del siglo XIX. Harold Bloom describió a Hester, la protagonista de La letra escarlata, como “la Eva americana”, castigada por ceder ante su deseo adúltero. Taddeo retrata, en ese sentido, a tres Evas contemporáneas. En la psique estadounidense, ¿el sexo sigue siendo maléfico? “La resaca del puritanismo tardará en marcharse, no va a desaparecer de inmediato, menos todavía en el actual clima político”, responde. “He presentado el libro en muchos países y el mío es el más puritano de todos. Hay lectores que vienen a pedirme una firma y, de paso, aprovechan para decirme que mis personajes son auténticas zorras”. ¿Los efectos del Me Too todavía son limitados? “No es culpa del movimiento, pero como sociedad no queremos oír historias que no sigan una lógica ascendente y edificante”, dice Taddeo. En ese sentido, sus protagonistas son incómodos contraejemplos. “Solo queremos leer perfiles sobre famosas empoderadas. Yo misma he escrito decenas de ellos. Esta vez preferí hacer lo contrario: hablar de la gente normal y de sus circunstancias”, añade.
Taddeo describe a mujeres que viven sin una red de solidaridad, rodeadas de otras féminas que siguen a rajatabla el dictado patriarcal y perpetúan sus tics misóginos. “Las mujeres son muy solidarias entre sí, excepto fuera de Twitter”, ironiza Taddeo. “Todavía luchamos por un compañero que nos dé un bebé. Esa es la realidad biológica y, por mucho que hayamos avanzado como sociedad, todavía no ha desaparecido. Incluso en el caso de las parejas homosexuales hay un patrón de competición, que es idéntico al del mundo laboral”. Taddeo recuerda que una íntima amiga le dijo que Lina —que conduce durante cuatro horas para tener un encuentro sexual de 20 minutos con un hombre casado que le ha dejado claro que no la quiere— le parecía una mujer patética. “Le recordé que, años atrás, ella solía cruzar el río Hudson hasta Hoboken para tener encuentros fugaces con un vicepresidente de Goldman Sachs”, recuerda la autora antes de desaparecer bajo la lluvia. “Todo el libro está escrito para que esa amiga logre entenderla”.
https://elpais.com/cultura/2020/02/28/babelia/1582906979_994283.html
P. D.: Es discutible que las cosas más importantes sean el sexo y la muerte, para todas las personas. Para mi lo más importante es la vida, pues sin vida no hay nada, no nos queda nada, ni sexo ni pasión y cuando mi muerte existe yo no existo, y tampoco la forma que tenemos de mantener esa vida, nuestra economía.
Si damos por hecho ese dato, si pertenecemos a la pequeña burguesía o a otra clase superior, entonces sí, es el sexo y la muerte, la salud, lo más importante. Y aún queda el amor, la familia,... o la manera o el modo que tenemos de vivir esa vida. Pero damos por sentado que tenemos cubierto la forma de sustentarnos.
Para millones de personas su vida gira alrededor de cómo sobrevivir y esa preocupación inunda todo su cerebro y no deja espacio para más... comer, sobrevivir, vestirse, buscar un lugar para dormir hoy,... todo lo demás es secundario, lamentablemente. Hasta que los humanos no se aseguraron el sustento, no se dedicaron a filosofar, a hacer arte, a hacerse preguntas, por eso las civilizaciones comenzaron y se sustentaron en los cereales, trigo, arroz y maíz. mediterránea, china, americana.
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domingo, 15 de marzo de 2020
_- Lisa Taddeo, escritora: “Las cosas más importantes son el sexo y la muerte, y mentimos sobre ambas”. Durante ocho años, la autora siguió a tres desconocidas para examinar su relación con el sexo y el deseo. El resultado, 'Tres mujeres', resucita la tradición del gran periodismo literario estadounidense.
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domingo, 13 de noviembre de 2016
El domingo
Como decíamos, sucedió en la Prehistoria. Olvídense de los cambios de paradigma históricos: un juego de niños al lado de los cambios de postura prehistóricos
Imaginen, si no, a la primera pareja que se acopló de esa forma. ¿Los ven en la cueva, sobre un lecho de hojas que sus cuerpos han calentado durante la noche? Acaban de despertarse y se miran el uno al otro con una excitación matinal en la que se aprecian ya señales de metafísica. Entonces, en lugar de ponerse ella a cuatro patas, se coloca bocarriba para que él la cubra. Asombrosamente, el pene erecto encuentra con una facilidad pasmosa su camino, todo ello sin que los participantes dejen de mirarse con estupefacción a los ojos y de besarse en la boca mientras cada uno sostiene entre sus manos el rostro del otro. Quizá fue ella la que lo cubrió a él, conduciendo delicadamente su miembro hacia las profundidades abisales de la carne. Debió de resultar tan extraordinaria esta primera cópula frontal que la lucha entre correrse y contenerse los dejaría felizmente agotados.
Como decíamos, sucedió en la Prehistoria. Olvídense de los cambios de paradigma históricos: un juego de niños al lado de los cambios de postura prehistóricos. Queremos creer que esa primera pareja que copuló de frente permaneció luego un par de horas abrazada, contemplando la evolución de los murciélagos en el hondo techo de la cueva e inaugurando, sin saberlo, el domingo por la mañana.
http://elpais.com/elpais/2016/11/10/opinion/1478797331_003406.html
De El Pianista: https://youtu.be/_K-mw4CSfnI
domingo, 17 de julio de 2016
La (verdadera) ciencia de la felicidad. El secreto es simple: sexo, ejercicio, música y charla. Lo demás son patrañas que solo sirven para engrosar unas pocas cuentas corrientes y vaciar todas las demás.
¿Tenían razón los hedonistas? “La naturaleza”, escribió el filósofo y economista inglés Jeremy Bentham (1748-1832), padre del utilitarismo, “ha situado a la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer; a ellos corresponde en exclusiva señalar lo que debemos hacer, así como determinar lo que acabaremos haciendo”. Desde luego, la cuestión del placer y la búsqueda de la felicidad ha supuesto siempre una enorme atracción para los filósofos, de Platón a Nietzsche, de Aristóteles a Mill, de Epicuro a Hume. Y también parece irresistible para la gran masa de gente que no se dedica a la filosofía profesional, a juzgar por los grandes éxitos de ventas que está consiguiendo un enjambre de autoproclamados chamanes, presuntos profetas e irrebatibles cantamañanas que conforman lo que ya se conoce como “la industria de la felicidad”. Pero la ciencia de la felicidad es otra cosa. Lee en Materia las reflexiones de uno de los mejores psicólogos experimentales de nuestro tiempo, el psicólogo de Harvard Dan Gilbert.
Gilbert se basa en lo que se debe basar un pensador moderno: en los datos, los experimentos y las teorías que nos revelan la realidad de nuestra mente. El mundo es como es, no como nos gustaría que fuera, y esto vale tanto para los planetas y los átomos como para la asombrosa sociedad de 200.000 millones de neuronas que llevamos dentro del cráneo. Y los datos dicen que el secreto de la felicidad está en cuatro actividades cotidianas al alcance de cualquier bolsillo: sexo, ejercicio, música y conversación. Y no, leer libros de autoayuda no aparece en la lista. Esas obras solo reportan felicidad –en efectivo— a quienes las escriben.
El ruido que hacen los beocios sobre esta materia ha alcanzado tal nivel de decibelios que mucha gente piensa que la psicología es una pseudociencia. No lo es. La psicología es una parte fundamental de las llamadas ciencias cognitivas, una aleación de neurobiología, genética, biología molecular, física, matemáticas, computación, inteligencia artificial y –sí— psicología experimental que, en nuestros días, supone nuestra mejor esperanza de entender el cerebro humano, el objeto más complejo del que tenemos noticia en el universo.
Lo que ocurre, como siempre, es que hay un montón de gente dispuesta a pervertir la psicología a mayor gloria de su propio bolsillo, y otro montón aún mayor que prefiere creerse sus falacias y patrañas en vez de guiarse por el mejor instrumento de conocimiento que tenemos –y tendremos—, que es la ciencia. Lee lo que dice Gilbert y sé feliz si puedes. Confórmate con la verdad.
http://elpais.com/elpais/2016/07/15/ciencia/1468582643_207029.html
Gilbert se basa en lo que se debe basar un pensador moderno: en los datos, los experimentos y las teorías que nos revelan la realidad de nuestra mente. El mundo es como es, no como nos gustaría que fuera, y esto vale tanto para los planetas y los átomos como para la asombrosa sociedad de 200.000 millones de neuronas que llevamos dentro del cráneo. Y los datos dicen que el secreto de la felicidad está en cuatro actividades cotidianas al alcance de cualquier bolsillo: sexo, ejercicio, música y conversación. Y no, leer libros de autoayuda no aparece en la lista. Esas obras solo reportan felicidad –en efectivo— a quienes las escriben.
El ruido que hacen los beocios sobre esta materia ha alcanzado tal nivel de decibelios que mucha gente piensa que la psicología es una pseudociencia. No lo es. La psicología es una parte fundamental de las llamadas ciencias cognitivas, una aleación de neurobiología, genética, biología molecular, física, matemáticas, computación, inteligencia artificial y –sí— psicología experimental que, en nuestros días, supone nuestra mejor esperanza de entender el cerebro humano, el objeto más complejo del que tenemos noticia en el universo.
Lo que ocurre, como siempre, es que hay un montón de gente dispuesta a pervertir la psicología a mayor gloria de su propio bolsillo, y otro montón aún mayor que prefiere creerse sus falacias y patrañas en vez de guiarse por el mejor instrumento de conocimiento que tenemos –y tendremos—, que es la ciencia. Lee lo que dice Gilbert y sé feliz si puedes. Confórmate con la verdad.
http://elpais.com/elpais/2016/07/15/ciencia/1468582643_207029.html
miércoles, 19 de junio de 2013
¿Qué hay detrás de la falta de deseo sexual en la mujer? La viagra femenina podría estar lista para 2016. Hablamos con expertos para saber qué ocurre cuando no tenemos ganas de acostarnos con nuestra pareja.
La industria farmacéutica parece estar cerca de cumplir uno de sus mayores –y más rentables– sueños: la creación de una pastilla que consiga que la libido de las mujeres esté siempre en forma y que acabe con el deseo sexual hipoactivo (DSH), un problema que aqueja al 80% de las pacientes que acuden a una consulta sexológica. Si los experimentos van por buen camino, y eso parece según dicen los expertos, Lybrido estaría en el mercado en 2016 y muchos ya pronostican que las consecuencias de este fármaco en la vida sexual de las mujeres y de sus parejas estarían a la altura de las que acarreó la invención de la píldora anticonceptiva en 1960. ¿Se imaginan poder disponer de un interruptor que encienda nuestra libido cuando más nos convenga? ¿Seguir sintiendo el mismo deseo por la pareja, aún después de años de relación? ¿Conseguir que el estrés no venga a la cama y se acueste con nosotras? ¿Demasiado bonito para ser verdad?
Hasta ahora los intentos por crear una “Viagra femenina” –mal llamada así porque lo que entendemos por Viagra no aumenta el deseo en los hombres, sino que les permite la erección– no habían sido demasiado exitosos y los profesionales combatían el DSH con derivados de la testosterona, como los parches Intrinsa. El pasado año Tefina irrumpió en el mercado. Se trataba de un gel intranasal basado también en esta hormona que, inhalado dos horas antes de la actividad sexual, aumentaba la libido y, al mismo tiempo, mejoraba el riego sanguíneo en los órganos genitales, lo que facilitaba el orgasmo. Lo novedoso de este fármaco no era tanto su composición sino su aplicación, solo cuando la situación lo requería, como ocurre con la Viagra.
“Activar el mecanismo del deseo en las mujeres es tarea difícil cuando no se debe a causas orgánicas, lo que también ocurre a veces”, apunta la doctora Mª Fernanda Peraza, especialista en andrología y salud sexual del Centro de Urología, Andrología y Salud Sexual de Palma de Mallorca. "Puede haber factores físicos que bajen la libido, como la menopausia natural o quirúrgica, hipo o híperfunción de las glándulas tiroides o adrenales y alteraciones estructurales uroginecológicas que produzcan dolor como vulvovaginitis infecciosas o defectos del suelo pélvico", añade.
Pero en la mayoría de los casos, el origen de la falta de ganas está en nuestra cabeza. El urólogo Juan Ignacio Martínez, en declaraciones a El País, comparaba la sexualidad masculina con un interruptor y la femenina con el cuadro eléctrico de un avión, con muchas funciones, pero también más difícil de arreglar.
"El deseo en la mujer es muy complejo", comenta el médico sexólogo Santiago Frago, codirector de Amaltea, una asesoría de sexo para mayores, "y depende del ambiente amoroso, de la relación de pareja, de la situación en la que está inmersa. La libido femenina es más vulnerable que la del hombre. Lo que ocurre también en la mujer es que, con la edad, va perdiendo parte de ese romanticismo y volviéndose, digamos, más práctica, por lo que es muy probable que el deseo en una mujer sin problemas de este tipo aumente con los años. Ellas viven su apogeo sexual alrededor de los 45 años".
¿Qué aporta entonces Lybrido a la larga lista de intentos de poder controlar ese sofisticado cuadro de mandos? Su creador, el doctor holandés Adriaan Tuiten, se decidió a desarrollar una píldora que activase el deseo sexual femenino después de que su novia, con la que llevaba más de diez años, le abandonara. De una cosa estaba seguro cuando empezó con sus investigaciones: solo sería efectiva si actuaba a nivel cerebral, no físico.
Parece evidente que hay neurotransmisores que juegan papeles decisivos en el desarrollo del deseo sexual, pero hay dos especialmente importantes: la testosterona, que provoca la segregación de dopamina, y la serotonina, que hace que su presencia disminuya. Las píldoras del doctor Tuiten –ha diseñado dos versiones hermanas–, elevan temporalmente los niveles de dopamina, logrando así que aumente la excitación. Ambas tienen testosterona, pero su composición es distinta. Lybrido contiene un elemento similar al de la Viagra que aumenta el flujo sanguíneo en los genitales, algo que ayudaría a la testosterona a aumentar el deseo. Lybridos, por su parte, incluye un compuesto llamado buspirone usado para combatir la ansiedad. Si se toma a diario, aumenta los niveles de serotonina, pero al tomarlo en un primer momento, su efecto es el contrario: suprime los niveles de serotonina en el cuerpo, lo que conlleva un aumento de la dopamina.
Un dato importante que debemos tener en cuenta en el estudio del doctor Tuiten con sus pastillas es el hecho de que las mujeres que participan en él son todas casadas, ya que parece que este colectivo, el de las que tienen pareja estable, es el que más acusa la falta de deseo. El psicólogo Dietrich Klusmann, de la Universidad de Hamburgo-Eppendorf (Alemania), realizó un estudio con la participación de 1865 estudiantes entre los 19 y los 32 años, todos ellos con pareja estable, que tituló: Sexual Motivation and the duration of partnership ( Motivación sexual y duración de la pareja) y del que se derivaban tres conclusiones: 1. La actividad y la satisfacción sexual disminuyen en hombres y mujeres con pareja estable con el paso del tiempo; 2. El deseo sexual solo baja en las mujeres; 3. La necesidad de cariño aumenta en mujeres y disminuye en hombres conforme avanza la relación. La teoría de que la monogamia puede ser la mejor arma para destruir el deseo femenino la sustentan también los sexólogos Sarah Murray y Robin Milhausen, de la Universidad de Guelph, en Ontario (Canadá), en otro trabajo al respecto publicado en la revista Sex & Marital Therapy, en el que básicamente mantienen que cuanto más tiempo pasa una mujer en una relación, menos deseo sexual siente.
Si esta idea fuera cierta, sería contraria al tópico con el que hemos crecido y que dice que los hombres son por naturaleza más promiscuos –su semen debe cubrir al mayor número de hembras posible, para asegurar la supervivencia de la especie–; mientras que la mujer encaja más en la monogamia, el entorno ideal para formar una familia y criar a sus hijos.
El periodista norteamericano, Daniel Bergner en su reciente libro What Do Women Want? Adventures in the Science of Female Desire (¿Qué quieren las mujeres? Aventuras en la ciencia del deseo femenino, Ecco) acaba con los tópicos trasmitidos de generación en generación sobre el deseo femenino. Lo iguala en poder y fuerza al del hombre, niega que la mujer haya sido diseñada para la monogamia y que el deseo en ella deba ir acompañado de una cierta idea de romanticismo. En un artículo que escribía recientemente para The New York Times Magazine y en el que analizaba los vericuetos de uno de los mayores retos de la industria farmacéutica actual –la búsqueda de la “Viagra femenina”– se planteaba si el problema de estas nuevas píldoras no será tal vez el de que funcionan demasiado bien, y barajaba la posibilidad de que la Food and Drug Administration (FDA), el organismo que en EEUU da el visto bueno a los medicamentos para su posterior comercialización, las rechace ante el temor de una nueva raza de mujeres con el poder de controlar y aumentar su voracidad sexual.
El sexólogo Santiago Frago se muestra algo escéptico ante los posibles resultados milagrosos de este fármaco, reconoce que el problema de falta de deseo se acusa casi siempre cuando se tiene pareja y reivindica: "Tenemos que poder permitirnos no tener deseo. Es perfectamente normal pasar por épocas en las que la libido esté más baja”. Y continúa: “La testosterona solo es recomendable cuando los análisis determinan que hay unos niveles bajos de esta hormona. Mi experiencia en la consulta es que el 90% de las mujeres que tienen DSH muestran niveles de testosterona perfectamente normales y, si se les administra más, pueden aparecer efectos secundarios muy poco deseables, como agresividad, crecimiento del vello, insomnio o aumento de peso”.
¿Conseguirá una píldora excitar a las mujeres y, si lo hace, ¿significa eso lo mismo qué sentir deseo?
¿Y si realmente funciona esta pastilla, habrá que inventar otra para que, consiga desengancharnos del sexo?
Hasta ahora los intentos por crear una “Viagra femenina” –mal llamada así porque lo que entendemos por Viagra no aumenta el deseo en los hombres, sino que les permite la erección– no habían sido demasiado exitosos y los profesionales combatían el DSH con derivados de la testosterona, como los parches Intrinsa. El pasado año Tefina irrumpió en el mercado. Se trataba de un gel intranasal basado también en esta hormona que, inhalado dos horas antes de la actividad sexual, aumentaba la libido y, al mismo tiempo, mejoraba el riego sanguíneo en los órganos genitales, lo que facilitaba el orgasmo. Lo novedoso de este fármaco no era tanto su composición sino su aplicación, solo cuando la situación lo requería, como ocurre con la Viagra.
“Activar el mecanismo del deseo en las mujeres es tarea difícil cuando no se debe a causas orgánicas, lo que también ocurre a veces”, apunta la doctora Mª Fernanda Peraza, especialista en andrología y salud sexual del Centro de Urología, Andrología y Salud Sexual de Palma de Mallorca. "Puede haber factores físicos que bajen la libido, como la menopausia natural o quirúrgica, hipo o híperfunción de las glándulas tiroides o adrenales y alteraciones estructurales uroginecológicas que produzcan dolor como vulvovaginitis infecciosas o defectos del suelo pélvico", añade.
Pero en la mayoría de los casos, el origen de la falta de ganas está en nuestra cabeza. El urólogo Juan Ignacio Martínez, en declaraciones a El País, comparaba la sexualidad masculina con un interruptor y la femenina con el cuadro eléctrico de un avión, con muchas funciones, pero también más difícil de arreglar.
"El deseo en la mujer es muy complejo", comenta el médico sexólogo Santiago Frago, codirector de Amaltea, una asesoría de sexo para mayores, "y depende del ambiente amoroso, de la relación de pareja, de la situación en la que está inmersa. La libido femenina es más vulnerable que la del hombre. Lo que ocurre también en la mujer es que, con la edad, va perdiendo parte de ese romanticismo y volviéndose, digamos, más práctica, por lo que es muy probable que el deseo en una mujer sin problemas de este tipo aumente con los años. Ellas viven su apogeo sexual alrededor de los 45 años".
¿Qué aporta entonces Lybrido a la larga lista de intentos de poder controlar ese sofisticado cuadro de mandos? Su creador, el doctor holandés Adriaan Tuiten, se decidió a desarrollar una píldora que activase el deseo sexual femenino después de que su novia, con la que llevaba más de diez años, le abandonara. De una cosa estaba seguro cuando empezó con sus investigaciones: solo sería efectiva si actuaba a nivel cerebral, no físico.
Parece evidente que hay neurotransmisores que juegan papeles decisivos en el desarrollo del deseo sexual, pero hay dos especialmente importantes: la testosterona, que provoca la segregación de dopamina, y la serotonina, que hace que su presencia disminuya. Las píldoras del doctor Tuiten –ha diseñado dos versiones hermanas–, elevan temporalmente los niveles de dopamina, logrando así que aumente la excitación. Ambas tienen testosterona, pero su composición es distinta. Lybrido contiene un elemento similar al de la Viagra que aumenta el flujo sanguíneo en los genitales, algo que ayudaría a la testosterona a aumentar el deseo. Lybridos, por su parte, incluye un compuesto llamado buspirone usado para combatir la ansiedad. Si se toma a diario, aumenta los niveles de serotonina, pero al tomarlo en un primer momento, su efecto es el contrario: suprime los niveles de serotonina en el cuerpo, lo que conlleva un aumento de la dopamina.
Un dato importante que debemos tener en cuenta en el estudio del doctor Tuiten con sus pastillas es el hecho de que las mujeres que participan en él son todas casadas, ya que parece que este colectivo, el de las que tienen pareja estable, es el que más acusa la falta de deseo. El psicólogo Dietrich Klusmann, de la Universidad de Hamburgo-Eppendorf (Alemania), realizó un estudio con la participación de 1865 estudiantes entre los 19 y los 32 años, todos ellos con pareja estable, que tituló: Sexual Motivation and the duration of partnership ( Motivación sexual y duración de la pareja) y del que se derivaban tres conclusiones: 1. La actividad y la satisfacción sexual disminuyen en hombres y mujeres con pareja estable con el paso del tiempo; 2. El deseo sexual solo baja en las mujeres; 3. La necesidad de cariño aumenta en mujeres y disminuye en hombres conforme avanza la relación. La teoría de que la monogamia puede ser la mejor arma para destruir el deseo femenino la sustentan también los sexólogos Sarah Murray y Robin Milhausen, de la Universidad de Guelph, en Ontario (Canadá), en otro trabajo al respecto publicado en la revista Sex & Marital Therapy, en el que básicamente mantienen que cuanto más tiempo pasa una mujer en una relación, menos deseo sexual siente.
Si esta idea fuera cierta, sería contraria al tópico con el que hemos crecido y que dice que los hombres son por naturaleza más promiscuos –su semen debe cubrir al mayor número de hembras posible, para asegurar la supervivencia de la especie–; mientras que la mujer encaja más en la monogamia, el entorno ideal para formar una familia y criar a sus hijos.
El periodista norteamericano, Daniel Bergner en su reciente libro What Do Women Want? Adventures in the Science of Female Desire (¿Qué quieren las mujeres? Aventuras en la ciencia del deseo femenino, Ecco) acaba con los tópicos trasmitidos de generación en generación sobre el deseo femenino. Lo iguala en poder y fuerza al del hombre, niega que la mujer haya sido diseñada para la monogamia y que el deseo en ella deba ir acompañado de una cierta idea de romanticismo. En un artículo que escribía recientemente para The New York Times Magazine y en el que analizaba los vericuetos de uno de los mayores retos de la industria farmacéutica actual –la búsqueda de la “Viagra femenina”– se planteaba si el problema de estas nuevas píldoras no será tal vez el de que funcionan demasiado bien, y barajaba la posibilidad de que la Food and Drug Administration (FDA), el organismo que en EEUU da el visto bueno a los medicamentos para su posterior comercialización, las rechace ante el temor de una nueva raza de mujeres con el poder de controlar y aumentar su voracidad sexual.
El sexólogo Santiago Frago se muestra algo escéptico ante los posibles resultados milagrosos de este fármaco, reconoce que el problema de falta de deseo se acusa casi siempre cuando se tiene pareja y reivindica: "Tenemos que poder permitirnos no tener deseo. Es perfectamente normal pasar por épocas en las que la libido esté más baja”. Y continúa: “La testosterona solo es recomendable cuando los análisis determinan que hay unos niveles bajos de esta hormona. Mi experiencia en la consulta es que el 90% de las mujeres que tienen DSH muestran niveles de testosterona perfectamente normales y, si se les administra más, pueden aparecer efectos secundarios muy poco deseables, como agresividad, crecimiento del vello, insomnio o aumento de peso”.
¿Conseguirá una píldora excitar a las mujeres y, si lo hace, ¿significa eso lo mismo qué sentir deseo?
¿Y si realmente funciona esta pastilla, habrá que inventar otra para que, consiga desengancharnos del sexo?
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