Eduardo Robaina
La Marea
El crecimiento, cada vez mayor, de movimientos populistas de extrema derecha está afectando “no sólo a la gobernanza de los regímenes democráticos, sino también a la relación entre ciencia y política, y a la agenda medioambiental mundial”. Así lo defiende un artículo publicado esta semana en la revista científica Ecological Economics titulado Economía ecológica en la era del miedo.
Con el fin de entender la relevancia de este movimiento, los autores ahondan en las raíces de lo que llaman “insurgencia de la extrema derecha”. Señalan que la economía ecológica, a través del desarrollo de una agenda de investigación relevante, puede ser una herramienta clave para defender una «política de esperanza” que haga frente a la «política del miedo de la que dependen los regímenes autoritarios emergentes”.
A pesar de que estos movimientos de extrema derecha “no tienen posiciones homogéneas”, sí que comparten “al menos diez características comunes”, recoge la investigación. Entre ellas, destaca el rechazo al «globalismo» y la preferencia por el nacionalismo económico; la oposición a la inmigración, así como a aquellas acciones que favorezcan a los grupos sociales más desfavorecidos; el nulo interés por las cuestiones medioambientales, entre las que se incluye el cambio climático; o la indiferencia por las evidencia científica, los hechos históricos y los datos empíricos que contradicen sus posturas ideológicas y sus valores fundamentales, entre otras características.
Unai Pascual (Vitoria-Gasteiz 1973) es, junto a Roldan Muradian, el autor de este artículo. Doctor en Economía y Política Ambiental, Pascual es Profesor Ikerbasque en el equipo científico del Centro Vasco para el Cambio Climático (BC3). Entre 2015 y 2018, fue miembro del Comité Multidisciplinar de Expertos del IPBES -el equivalente al IPCC en biodiversidad-, formado por 25 científicos de reconocido prestigio internacional. El año pasado, fue nominado a su vez copresidente de la Evaluación de los Valores de la Naturaleza de IPBES (2018-2021).
¿Cuáles son los aspectos más importantes en los que incidís en el artículo?
Hemos hecho un análisis interdisciplinario desde la economía, la sociología y la psicología social y política, porque parece que podríamos estar en un momento clave de rápidos cambios sociales, y donde se está dando lo que llamamos insurgencia de la extrema derecha. Es un movimiento coordinado que ya está ocupando bastantes puestos de poder directos en algunos países e influenciando el discurso y las políticas en muchos otros.
Tratamos de entender qué repercusión tiene esto en dos aspectos. Por un lado, para reflexionar sobre el diseño de la ciencia de la sostenibilidad, dado los retos socio-ecológicos que tenemos a nivel de civilización y planetario. Retos como, por ejemplo, el cambio climático o la pérdida de biodiversidad en un mundo cada vez más desigual. Es decir, qué repercusión puede tener la coyuntura actual, con el auge de los populismos de extrema derecha, en el diseño y alineamiento de políticas públicas para las sostenibilidad. Por otro lado, tratamos de sugerir unos anclajes en los que la economía ecológica debería profundizar y ayudar a identificar una agenda de investigación global para las siguientes dos o tres décadas.
Hacéis mucho hincapié en lo que denomináis la “política de la postverdad”.
Si bien a la ciencia y a los científicos se nos reconoce socialmente el rol de ofrecer información objetiva y neutral para la toma de decisiones, los políticos o los tomadores de decisiones siempre han tomado esos conocimientos de manera estratégica. Sobre todo cuando se alinean con sus intereses. Eso es algo que está ahí y nosotros lo vemos como un hecho.
El resurgimiento de los movimientos populistas de extrema derecha se está produciendo, a la vez que las redes sociales están adquiriendo mucho poder. El periodismo tradicional puede estar perdiendo ese rol que tenía antes muy dominante: la de ser la autoridad dominante en la que podía confiar la ciudadanía para recibir información.
Los populismos de extrema derecha se están aprovechando del uso desde las fake news hasta poner en cuestión la evidencia científica y el rol de los medios de comunicación tradicionales. Eso se está canalizando, sobre todo, a través de las redes sociales o medios de comunicación alternativos. Medios que hasta ahora no han sido dominantes, pero que están empezando a jugar un papel fundamental en la transmisión de ideas y valores. La emergencia de la extrema derecha se basa también en sus estrategias de comunicación.
Saben cómo trasladar diferentes ideas, ya sean fakes news o teorías conspiratorias, y cómo poner en duda la evidencia científica sin ningún argumento. Tenemos muchos ejemplos, como es el caso de las vacunas o el del cambio climático. Esto se ha experimentado bastante durante los últimos años, y creemos que se ha refinado mucho.
Por tanto, lo que decimos es que hay que prestar atención a lo que se denomina como ecología de la comunicación. Hay muchos tipos de comunicación y formatos, y vemos que la gente que se está alineando con este tipo de discursos más populistas se está aislando comunicativamente. En vez de abrirse a escuchar, ver o leer diferentes discursos, ideas, opiniones, y obtener diferentes perspectivas y datos, se quedan en esos ecosistemas aislados de la comunicación porque reciben una información que les conviene, pues se ajusta a su visión del mundo.
Esto hace que se aíslen aún más desde el punto de vista del conocimiento y lo que realmente está pasando a su alrededor. Eso genera una gran polarización de las perspectivas políticas que, a su vez, provocan un impacto directo en cómo la gente está dispuesta a actuar, o no, ante estos retos ambientales.
A raíz de esto que comentas. Se discute mucho sobre qué hacer con la extrema derecha que niega la ciencia del cambio climático. Dices que son personas en ‘ecosistemas de información’ aislados. ¿Cuál crees que es la mejor forma de enfrentarse a ellos?
Lo primero es darse cuenta que la insurgencia de la extrema derecha, como movimiento coordinado global, es un hecho. Luego, se trata de confrontar y entender por qué se está dando este fenómeno. Cuál es su origen. Porque si no entendemos el origen nunca le vamos a poder dar una solución real. Para nosotros está clarísimo que la insurgencia de la extrema derecha es muy peligrosa para la agenda multilateral sobre los retos medioambientales.
Por tanto, es necesario no ocultar el problema y hacer análisis correctos. A partir de esto, por un lado, las agendas de investigación tienen que tener muy claro que el mundo está cambiando en muchos aspectos. Tenemos que entender cómo la globalización neoliberal, que lleva ya décadas en marcha, está generando en capas sociales muy amplias una sensación de vulnerabilidad y una incertidumbre existencial de no saber qué puede pasar mañana.
Personalmente, a la extrema derecha, como se dice popularmente, ni agua. Entender por qué existe, sí, pero sin dejar de confrontar, en el debate científico y social, las mentiras y la política de la posverdad que emplean para seguir creciendo.
Tenemos que seguir ofreciendo información basada en la evidencia científica, pero de modo que la gente la pueda entender. Que entiendan, por ejemplo, por qué la crisis climática les puede afectar y que pueden hacer para hacerle frente. Necesitamos que los discursos que se nutren de la ciencia sean más pedagógicos y se enfrenten directamente con la política de la posverdad.
¿Merece la pena y el esfuerzo confrontarles con una evidencia científica que les da igual que esté ahí? Ellos ya tienen su propia verdad y es la única que les interesa.
Bueno, hay que saber quiénes son «ellos». ¿Son los líderes de los movimientos de la insurgencia de la extrema derecha? ¿o es la gente corriente que les apoya, los que se ven seducidos por sus discursos basados muchas veces en el engaño y la mentira? Creo que es mucho más importante concentrarse en entender la psicología de la gente para saber por qué apoya discursos populistas, y confrontar la información engañosa y las mentiras que reciben desde los líderes de esos movimientos. En esto hay que ser muy directos, y para eso son fundamentales los medios de comunicación serios. También es importante que ese debate no se quede solo en las élites de la comunicación y la política, sino que baje a la sociedad, a pie de calle. Ese es el esfuerzo que hay que hacer, también desde la comunidad científica.
En el artículo hacéis mención directa a países y sus respectivas figuras, como es el caso de Bolsonaro o Trump. No así con España o VOX.
Mencionamos una serie de países donde la extrema derecha populista ya ha llegado al poder, pero también decimos que en otros países están teniendo influencia en el discurso político general, lo cual implica también una influencia directa en las políticas públicas, marcos legislativos, etc.
En el artículo nos hemos centrado en dos ejemplos. Uno es el de Trump, y el otro el de Bolsonaro. Uno ha llegado al poder en uno de los países más influyentes y dominantes del mundo, que es Estados Unidos. El otro en Brasil, que es uno de los países más influyentes entre los países en desarrollo. Sobre todo, teniendo en cuenta la influencia que tiene el país en la agenda ambiental multilateral: es uno de los lugares de mayor biodiversidad del mundo, de mayor capacidad de absorción del CO2…
Usamos esos dos casos como ejemplos paradigmáticos, pero el análisis que realizamos se puede exportar fácilmente a diferentes países y contextos, tanto en los países desarrollados como en los países en vías de desarrollo: en España con VOX, en Francia con el movimiento de Le Pen… La insurgencia de la extrema derecha es un fenómeno coordinado y global que comparte muchas similitudes a pesar de ocurrir en países diferentes.
Lo estamos viendo en Chile con las reivindicaciones sociales. También en Bolivia, con el litio de por medio. Lo mismo Brasil, con los pueblos indígenas y la destrucción de la Amazonia. Se está mandando un mensaje, y es que la justicia climática no será posible sin justicia social.
Estoy completamente de acuerdo. No es posible hablar de buscar una solución al problema ambiental global de manera separada de los retos sociales.
Y no solo está ocurriendo en América Latina. En muchos de los países donde hay revueltas sociales, éstas están asociadas a la desigualdad en el reparto de la riqueza. Y este hecho suele estar íntimamente ligado con el reparto de los derechos en el acceso a los recursos naturales, como el agua, la tierra, etc., y los beneficios que se consiguen de los sectores extractivistas, como la minería, la industria forestal, las pesquerías…
En un contexto de negación de la ciencia por parte de los regímenes autoritarios y con el antiambientalismo como bandera, ponéis en valor la figura de la economía ecológica. ¿Qué papel debe jugar la economía ecológica ante la insurgencia de la extrema derecha?
La economía ecológica ya lleva unas cuantas décadas funcionando como disciplina científica a nivel mundial. Es un campo de investigación consolidado que se basa en la idea de la transdisciplinariedad. Es decir, va más allá de la interdisciplinariedad científica, y aboga por la participación social a la hora de compartir y generar conocimiento útil para la gente. Los actores sociales también tienen que demandar conocimiento específico que les ayude, ya sea para vivir mejor, o para, como es el caso de la economía ecológica, diseñar instrumentos económicos que favorezcan la sostenibilidad del planeta. La economía ecológica trasciende las necesidades de las generaciones presentes y también pretende aportar conocimiento y análisis para el bienestar de las generaciones futuras.
Como cualquier campo científico, la economía ecológica evoluciona según el contexto histórico en el que se encuentra en cada momento. Ahora, lo que nosotros vemos es que con el peligro del resurgimiento de la extrema derecha a nivel mundial, la ciencia de la sostenibilidad y la economía ecológica en particular, tienen que redefinir sus prioridades de cara a las próximas décadas. Y cuanto antes lo hagamos mejor. Este es uno de los aportes que hacemos en el artículo.
Por ejemplo, vemos que, hasta ahora, en la economía ecológica se ha hecho mucho énfasis en entender cuáles son los valores económicos de los activos naturales para tratar de convencer a los políticos y tomadores de decisiones que los recursos naturales no son gratis y tienen un valor mucho más allá del valor que el mercado asigna vía precios. La economía ecológica ha hecho grandes aportaciones para demostrar que muchas veces, los beneficios en la conservación de los activos naturales, normalmente, suelen ser mayores que los beneficios de su explotación, sobre todo cuando ésta no es sostenible en el futuro.
Pensamos que la economía ecológica debe también estar preparada para atraer y utilizar el conocimiento de la psicología social y política para entender cómo se forman los valores, nuestras preferencias como individuos y como sociedad, lo que nos asusta, lo que nos atrae, lo que nos bloquea, etc. Necesitamos incluir este conocimiento para entender el comportamiento humano, sobre todo, en una era donde las cosas parecen estar cambiando de manera muy rápida.
La economía ecológica puede, y debe, hacer un aporte importante a la ciencia de la sostenibilidad ayudando a entender las bases del comportamiento humano en esta época de capitalismo global para, desde ahí, contribuir a diseñar transformaciones socio-ecológicas para conseguir un mundo más sostenible y más justo. No olvidemos que la economía ecológica se fundamenta en el reconocimiento de su carácter normativo.
En el artículo se afirma que la economía ecológica puede contribuir a una «política de esperanza» en respuesta a la «política de miedo» de la que viven regímenes autoritarios emergentes. ¿De qué manera?
El miedo es un instrumento muy poderoso que está utilizando el populismo, sobre todo el de extrema derecha, para conseguir apoyos de la sociedad y perseguir sus fines.
Eso hay que confrontarlo, y la economía ecológica tiene que ayudar a entender cómo funciona el discurso artificial sobre el miedo, porque al final es este sentimiento lo que hace que mucha gente se paralice o actué de forma que impida avanzar hacia la sostenibilidad. Desde la ciencia debemos aportar lo necesario para confrontar y erosionar esa política del miedo, porque si se afianza lo vamos a tener muy difícil para conseguir transformaciones sociales y económicas que sirvan para hace frente a los retos ambientales como la crisis climática y la pérdida acelerada de biodiversidad global.
Una de las peores consecuencias, ya visibles, de la crisis climática son las personas que se ven obligadas a desplazarse por motivos climáticos. Este es otro miedo con el que juega el populismo.
Movimientos migratorios siempre ha habido en la historia del planeta, es una cosa natural. Lo que hace el populismo de extrema derecha es utilizar el discurso de la inmigración para agrandar la sensación de inseguridad que puede estar sintiendo una capa social cada vez más amplia que ve cómo su situación socio-económica se está precarizando. El discurso contra la inmigración es un instrumento que ha utilizado siempre y que comparte el movimiento de la insurgencia de la extrema derecha en todo el mundo.
Es muy posible que los movimientos migratorios forzados se agraven por la crisis climática. Estoy seguro que los movimientos populistas de extrema derecha van a utilizar estas situaciones, muy graves a nivel humanitario, para su propio beneficio e infundiendo todavía más miedo en la población autóctona.
Hay que estar muy atentos para desmontar estos discursos del miedo ante el fenómeno universal de la inmigración, sobre todo para explicar que los movimientos migratorios debidos a la escasez de recursos naturales. Por ejemplo, debido a la escasez de agua, catástrofes alimentarias, pérdida de tierra fértil, enfermedades- también tienen que ver con la crisis climática. Hay que explicar con datos en la mano que el cambio climático es un multiplicador de la inestabilidad política en muchos rincones del planeta, y que la crisis climática tiene unos responsables. Y curiosamente, una gran parte de la responsabilidad recae en la elite económica con la cual la insurgencia de la extrema derecha tiene vínculos muy estrechos e intereses compartidos.
Muchas veces se cataloga al ecologismo (partidos o movimientos), como el mejor antídoto frente a la extrema derecha. ¿Cree que realmente es así o que es un papel que no le corresponde?
El ecologismo es un movimiento vivo que tiene diferentes maneras de articularse y expresarse en la sociedad. Puede ser un instrumento válido para confrontar esa política del miedo, pero siempre dándonos cuenta de que el ecologismo no es algo que solo tenga que ver con el medio ambiente; también tiene que ver con la sociedad en su conjunto. El ecologismo como movimiento se ha dado cuenta hace mucho que debe tener un enfoque integrado, tanto ambiental como social. Un enfoque socio-ecológico.
El ecologismo, si actúa de forma independiente, lo tendrá muy difícil para enfrentarse a un reto tan importante como es esta insurgencia de la extrema derecha populista. Sin embargo, se ve que está evolucionando hacia maneras de colaboración con otros movimientos sociales: el feminismo, los derechos sociales de los trabajadores, el antirracismo… Es algo que llevamos viendo desde hace tiempo, y es que todos estos movimientos se están dando cuenta de que tienen que trabajar juntos y que comparten muchas de sus demandas. Esa agenda compartida es la que se necesita para hacer frente a la insurgencia de la extrema derecha.
Fuente:
https://www.climatica.lamarea.com/la-economia-ecologica-frente-al-discurso-de-la-extrema-derecha/
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martes, 3 de diciembre de 2019
domingo, 14 de mayo de 2017
Periodismo de ficción en Yemen
El periodismo en este país ha alcanzado tal grado de perfección que basta una palabra para resumirlo: Marhuenda. Lo imputaron el jueves y lo desimputaron el martes. La justicia de marcha atrás también requiere de un léxico con caja de cambios. Primero se investiga a un señor y luego se lo desinvestiga. Por en medio nos enteramos que, en la intimidad de la conversación telefónica, el director de La Razón llamaba “zorra” a la presidenta de la Comunidad de Madrid y “puta” a su directora de comunicación. Quién iba a decirnos que detrás de la prosa razonable y adhesiva de Marhuenda se ocultaba un poeta. Sucede que hablaba mediante metáforas, suponemos que es lo que ha querido decir el juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, cuando explica en su auto del martes que ni Marhuenda ni Casals “habrían conseguido” coaccionar a Cristina Cifuentes. Según las grabaciones que se hicieron pública, conseguirlo no: sólo lo habrían intentado.
“¿Con qué cara me presentaría ante mis alumnos de Derecho si fuera verdad lo que se me imputa?” se pregunta Marhuenda. Más que con una cara, podría presentarse con una portada de su periódico, una al azar, porque La Razón cuenta con algunas de las portadas más fastuosas del arte posmoderno. Entre ellas, todavía recuerdo una de Aznar vestido de portero y parando un penalti, otra con Tsipras abierto de brazos titulada con increíble ingenio “Desgrecia” (“los helenos se lanzan al abismo populista” rezaba debajo) y otra de un militar ruso listo para zamparse una hamburguesa y abriendo una bocaza donde se veía hasta el esófago (titular: “Putin traga”). La semana pasada tuvieron el cuajo, en medio de la tormenta de mierda que afectaba al país y a su propio periódico, de abrir con la crisis política en Venezuela.
Gracias a una prensa omnívora y a una ciudadanía rumiante, en España la gente está mucho mejor informada de lo que sucede en el país caribeño que de lo que sucede en el propio. Desde los tiempos de Chávez, Venezuela es el mantra informativo con el que muchos periódicos e informativos, no sólo La Razón, distraen al personal de las cacicadas, putiferios y latrocinios que asolan la geografía patria. Es cierto que en los últimos tiempos la situación en Caracas roza la catástrofe, con manifestaciones diarias, brotes de violencia callejera y casi una treintena de muertos en disturbios. Al lado de este desastre, es cierto que el saqueo del Canal de Isabel II y la podredumbre de las instituciones españolas pasan a segundo plano, pero da la casualidad de que los periódicos españoles no se imprimen en Caracas.
Si de verdad les importaran las vidas humanas en calidad de algo más que de maniobra de distracción, todos los días desayunaríamos con postales de la guerra civil en Yemen, un país en estado de sitio desde hace dos años, bombardeado por los amigos saudíes con apoyo logístico y militar y beneplácito de Estados Unidos y de un montón de potencias occidentales, entre ellas, España. El conflicto en Yemen ha alcanzado la categoría de hecatombe, con una alarma internacional pregonada por la ONU que advierte que puede desembocar en la mayor catástrofe humanitaria de la historia: siete millones de personas están a punto de morir de hambre. Un niño muere cada diez minutos en Yemen pero ¿a quién le importa?
Fuente:
http://blogs.publico.es/davidtorres/2017/04/28/periodismo-de-ficcion-en-yemen/
“¿Con qué cara me presentaría ante mis alumnos de Derecho si fuera verdad lo que se me imputa?” se pregunta Marhuenda. Más que con una cara, podría presentarse con una portada de su periódico, una al azar, porque La Razón cuenta con algunas de las portadas más fastuosas del arte posmoderno. Entre ellas, todavía recuerdo una de Aznar vestido de portero y parando un penalti, otra con Tsipras abierto de brazos titulada con increíble ingenio “Desgrecia” (“los helenos se lanzan al abismo populista” rezaba debajo) y otra de un militar ruso listo para zamparse una hamburguesa y abriendo una bocaza donde se veía hasta el esófago (titular: “Putin traga”). La semana pasada tuvieron el cuajo, en medio de la tormenta de mierda que afectaba al país y a su propio periódico, de abrir con la crisis política en Venezuela.
Gracias a una prensa omnívora y a una ciudadanía rumiante, en España la gente está mucho mejor informada de lo que sucede en el país caribeño que de lo que sucede en el propio. Desde los tiempos de Chávez, Venezuela es el mantra informativo con el que muchos periódicos e informativos, no sólo La Razón, distraen al personal de las cacicadas, putiferios y latrocinios que asolan la geografía patria. Es cierto que en los últimos tiempos la situación en Caracas roza la catástrofe, con manifestaciones diarias, brotes de violencia callejera y casi una treintena de muertos en disturbios. Al lado de este desastre, es cierto que el saqueo del Canal de Isabel II y la podredumbre de las instituciones españolas pasan a segundo plano, pero da la casualidad de que los periódicos españoles no se imprimen en Caracas.
Si de verdad les importaran las vidas humanas en calidad de algo más que de maniobra de distracción, todos los días desayunaríamos con postales de la guerra civil en Yemen, un país en estado de sitio desde hace dos años, bombardeado por los amigos saudíes con apoyo logístico y militar y beneplácito de Estados Unidos y de un montón de potencias occidentales, entre ellas, España. El conflicto en Yemen ha alcanzado la categoría de hecatombe, con una alarma internacional pregonada por la ONU que advierte que puede desembocar en la mayor catástrofe humanitaria de la historia: siete millones de personas están a punto de morir de hambre. Un niño muere cada diez minutos en Yemen pero ¿a quién le importa?
Fuente:
http://blogs.publico.es/davidtorres/2017/04/28/periodismo-de-ficcion-en-yemen/
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