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jueves, 14 de septiembre de 2023

Qué es la inflamación crónica: la condición silenciosa que puede llevar a enfermedades graves (y cómo se puede prevenir)

Mujer se agarra el abdomen y se lo aprieta.

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES


Tener muchas o pocas deposiciones o el abdomen extendido puede ser un indicador de inflamación.
Imagina que a tu casa llega una nube de mosquitos y te activas para acabar con esta “amenaza”. Tomas un espray antimosquitos, rocías un poco y seguramente acabarás con ellos o se irán. En este caso, el espray ha cumplido su función. Pero imagina que tu sigues rociando sin ton ni son. Llegará un momento en que algo que fue beneficioso se vuelva en tu contra.

Algo así ocurre con la inflamación.

Cuando aparece una infección, lesión o toxinas, en general algo nocivo que puede hacerle daño a tu cuerpo, la inflamación surge como un proceso de tu organismo para luchar contra esos males, como mecanismo para curarse a sí mismo.

En este proceso, el cuerpo libera sustancias químicas como anticuerpos o proteínas y un mayor flujo de sangre hacia el área dañada, que desencadenan una respuesta de su sistema inmunitario.

“Es donde está toda la respuesta inmunitaria, donde el organismo acude y cuya respuesta evidente es la inflamación”, dice Mario López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología.

Es lo que ocurre cuando nos cortamos, por ejemplo. La zona afectada inmediatamente se inflama, se enrojece y duele, para luego ir poco a poco reponiendo el tejido hasta sanar.

Y esto, una respuesta rápida, inmediata y corta en el tiempo, es un ejemplo de inflamación buena.

El propósito es proteger al huésped, eliminar los microorganismos invasores que pueden ser dañinos, según explica la doctora Diana Alecsandru, directora de Inmunología y Fallo Reproductivo en el IVI (Instituto de Infertilidad, España).

Así, con la colaboración entre varios componentes celulares, se alerta a nuestro sistema, por ejemplo con fiebre, y se elimina el factor que está haciendo daño.

Pero, como ocurre con el espray de las moscas, un exceso de esta respuesta de nuestro sistema inmune puede ser perjudicial.

La inflamación, tan beneficiosa para el organismo, puede tener un lado negativo.

Cuando tu cuerpo está en alarma constante
Cuando la amenaza cesa, la inflamación también debería parar.

Pero puede ocurrir que nuestro sistema inmune mantenga la alerta y, por ende, la reacción ante lo que considera extraño. Es como si siguiera detectando la presencia de un intruso que ya no está.

“Sigue llamando la atención al sistema inmune y éste sigue trabajando contra este tejido. Nos puede ocurrir por ejemplo en antígenos del corazón en una miocarditis. Entonces, la respuesta inflamatoria pasa de ser aguda a ser crónica”, cuenta Alecsandru.

Si tenemos una inflamación crónica durante mucho tiempo, puede ser peligrosa, porque se asocia a la pérdida de función de muchos procesos fisiológicos y patológicos.

Incluso aunque sea una inflamación crónica de bajo grado pero constante, es decir, una forma más lenta y generalmente menos severa.

Una inflamación crónica no controlada “nos va a desregular todas las funciones del organismo y va a desarrollar patologías de todo tipo, infecciones crónicas como cáncer, alergias y otros procesos como asma y autoinmunidad”, sostiene López Hoyos.

También, comentan ambos expertos, patologías como abortos, rechazos de la placenta o fallos de implantación de embriones.

En 2018 la revista Nature publicó un estudio donde recogía que más del 50% de todas las muertes en el mundo son atribuibles a enfermedades relacionadas con la inflamación: desde cardiopatías isquémicas, es decir, cuando las arterias que suministran sangre al músculo del corazón se obstruyen, a accidentes cerebrovasculares, cáncer, diabetes, enfermedades autoinmunes o neurodegenerativas.

El sistema inmune se activa ante una amenaza y nuestro torrente sanguíneo se llena de leucocitos.

Por qué se produce la inflamación crónica
La inflamación puede persistir porque una infección o una lesión no se han curado bien, por ejemplo.

Otro caso en el que ésta persiste es cuando se tiene un trastorno autoinmune, donde el sistema inmunitario ataca por error a un tejido sano o al sistema en general.

También puede producirse por la exposición a largo plazo a irritantes, como el aire contaminado o químicos industriales.

Y por el cambio de vida de la humanidad de los últimos 50 años.

"Nuestra microbiota (los microorganismos de nuestro sistema digestivo) ha ido variando para mal con la industrialización. Comemos más procesados, más cosas malas para nuestra salud. Y se rompe ese equilibrio entre bacterias buenas y oportunistas", dice la doctora Alecsandru.

"La inflamación cuando es beneficiosa no nos enteramos, pero cuando es mala, sí", puntualiza López Hoyos.

A esto se añade un modo de vida nocivo: dormir poco, tener estrés, que genera cortisol y en excceso desregula la respuesta inmunitaria, fumar, tomar alcohol, comer mal y con grasas saturadas, apenas salir de casa y no recibir vitamina D del sol.

Así, aparecen infecciones a nivel pélvico, urinario, en el endometrio... Y esto despierta la reactividad inmunológica que, aunque sea de bajo grado, "se mantiene todo los días, 24 horas, 365 días al año".

Y esto al final tiene un impacto sobre nuestra salud general: "Nos afecta a la sangre, a nivel neurológico... A todo", dice Alecsandru.

Cuáles son los síntomas

López Hoyos apunta que toda inflamación, según los parámetros médicos clásicos, se detecta de cuatro formas: dolor, tumor, rubor y pérdida de función.

Pensemos por ejemplo en un corte en la mano: habrá dolor, la zona se abultará, se enrojecerá y, si el corte es fuerte, puede que perdamos movilidad.

Así ocurre, más o menos, con todos los órganos que se inflaman. Pero no es tan sencillo percibir la inflamación crónica de bajo impacto y menos aún diagnosticarla.

“Hay marcadores que dan pistas, pero hay que ir al punto de dónde y qué lo genera. Por ejemplo, a quien tiene hipotiroidismo se le inflama la tiroides, a quien tiene una celiaquía, se le disparan determinados anticuerpos”, expresa.

Para la doctora Alescsandru, los síntomas de la inflamación crónica de bajo grado son ya tan comunes que no somos conscientes, “nos hemos acomodado a ellos: a tener un estado de cansancio crónico, a la debilidad, a las infecciones recurrentes, a catarros constantes”.

Otro modo de ver que hay inflamación es cuando aparecen problemas recurrentes en la piel como eccemas o soriasis. “La piel es el órgano más grande, hay muchas células inmunes bajo la piel y este es el primer indicador que salta”, dice.

También apunta a la calidad del pelo y de las uñas. Si no están en buen estado, puede ser indicador de que algo no va bien.

Fijarnos en nuestro sistema digestivo en su conjunto también nos puede hablar de inflamación. Si hay llagas en la boca, digestiones pesadas, problemas para deglutir bien, más flatulencias, tener más deposiciones o dificultad para tenerlas, tener el abdomen distendido aunque se haya comido algo tan pequeño como una manzana, o dolor en el abdomen pueden ser otros síntomas.

Otros síntomas puede ser la dificultad para dormir o la ansiedad.

Pero sin duda, sostiene Alecsandru, las infecciones recurrentes son el claro indicador de que hay inflamación crónica.

“El sistema inmune trabaja para reparar, pero si no hace otra cosa sino constantemente reparar y reparar, está cansado y no rinde igual. Así, tenemos más otitis, más amigdalitis, más infecciones urinarias o genitales”.

Y señala un indicador clave: la candidiasis, una infección por hongos.

Puede aparecer de modo puntual tras haber tomado antibióticos, pero si es recurrente “es un excelente indicador de inflamación crónica, que estamos inflamados hasta el último pelo. Es el marcador de desequilibrio de nuestra flora y de pérdida de inmunidad en la mucosa. Y lo que hay que hacer es buscar de dónde viene y reparar”.

Tener muchas o pocas deposiciones o el abdomen extendido puede ser un indicaror de inflamación.

Cómo evitarla

Es sencillo. Si lo que puede provocar esta inflamación crónica son hábitos de vida no sana, el modo de evitar que aparezca es justamente dejar de tener estos hábitos.

Esto incluye dormir bien, no tener estrés y hacer ejercicio. Pero, en este último caso, los expertos consultados hablan de hacer ejercicio moderado y continuo, porque si es muy intenso también puede generar inflamación.

Y Alecsandru señala que mejor si podemos hacer alguna actividad en un entorno natural y no en la ciudad, donde estamos expuestos a más agentes ambientales que influyen en la inflamación.

También hay que evitar agentes ambientales externos que fácilmente activan la respuesta inmunitaria, como el tabaco.

Pero, si ya se sufre inflamación crónica, ¿hay modo de apagar el fuego?

“Si ya has empezado, es un problema, porque ya has iniciado el incendio y lo que tienes es terreno quemado. Cuanto antes lo reviertas, mejor y tratar de revertirlo", sostiene López Hoyos, quien apunta que lo primero, casi siempre, es bajar de peso y mejorar los hábitos de vida.

Si vemos que cada vez “toleramos peor los alimentos, sería bueno consultar a un especialista en nutrición y con simples cambios, como ingesta de unos alimentos y otros no, toma de antioxidantes, protectores o probióticos, podemos mejorar nuestra salud”, dice Alecsandru.

Y, sobre todo, para evitarla hay que escuchar y ver nuestro cuerpo, porque como dice la doctora Alecsandru, "es un libro abierto, nos da señales por todos lados. Cuando nos dice algo muchas veces, hay que hacerle caso".

jueves, 14 de octubre de 2021

_- Día Mundial de la Salud Mental: qué hacer cuando sentimos que no podemos más

_- No puedo más. No sé qué hacer. No consigo levantar cabeza.

Son frases que pronunciamos y escuchamos con relativa frecuencia. Y sin embargo solemos restarle importancia. Una reacción opuesta a la que nos produce escuchar un "Me duele la garganta" o "No puedo girar la muñeca", que nos invitan a visitar de inmediato al médico.

Mientras no dejan de bombardearnos con mensajes sobre la importancia de mantener una dieta adecuada y hacer ejercicio físico para tener un cuerpo sano (con toda la razón del mundo), a la salud mental le hacemos poco caso.

Aunque nos despertemos en mitad de la noche con ataques de ansiedad, o apenas podamos ir a trabajar porque todo se nos hace cuesta arriba, hablar de ello y ponerle remedio aún es un tema tabú.

En España al menos una de cada diez personas ha sido diagnosticada con algún problema de salud mental. Un número que seguramente sea mayor teniendo en cuenta que la mayoría de las veces la gente no suele acudir al médico.

Día Mundial de la Salud Mental
Con el objetivo de concienciar de los problemas de salud mental y erradicar mitos y estigmas en torno a este tema, la Organización Mundial de la Salud conmemora cada 10 de octubre el Día Mundial de la Salud Mental.

¿Pero qué se considera enfermedad mental?
Una definición podría ser aquellas alteraciones de tipo emocional, cognitivo y/o de comportamiento en las cuales se ven afectadas las emociones, la motivación, la cognición, la conciencia, la conducta, la percepción, la sensación, el aprendizaje o el lenguaje.

Esto hace que a las personas que padecen enfermedades mentales les sea difícil adaptarse al entorno cultural y social en el que viven, con el sufrimiento que eso conlleva.

Se han catalogado diversas enfermedades mentales, como por ejemplo la esquizofrenia, los trastornos psicóticos o el trastorno de déficit de atención e hiperactividad (por nombrar algunas), con origen y neurobiología totalmente diferentes.

De todas ellas, la que más incidencia tiene en todo el mundo es sin duda la depresión.

A nivel global existen aproximadamente 350 millones de personas que padecen depresión, de las cuales un gran número son mujeres.

Según los últimos estudios, el número de mujeres que sufren depresión es más del doble que el de hombres, aunque aún se ignora por qué esto es así.

¿Qué es la depresión y qué ocurre en un cerebro deprimido? Seguramente en más de una ocasión hemos pensado que estábamos deprimidos cuando hemos atravesado algún momento vital difícil.

Pero la depresión es algo diferente a los cambios normales de estado de ánimo o a periodos cortos de tristeza desencadenados por acontecimientos puntuales.

La depresión es un trastorno mental que se caracteriza por la presencia persistente de tristeza y una pérdida de interés en actividades que las personas normalmente disfrutan, acompañadas de una incapacidad para llevar a cabo las actividades diarias.

Todo ello durante un periodo prolongado de tiempo.

¿Pero por qué estamos o podemos llegar a estar deprimidos? Los mecanismos exactos son aún desconocidos. Lo que sí sabemos es que los niveles de serotonina parecen estar desregulados en los pacientes con depresión.

En una región del cerebro conocida como corteza prefrontal (situada entre la frente y la sien, más o menos) contamos con una población de neuronas que liberan serotonina.

Esta molécula se produce por la acción de unas enzimas llamadas TPH que transforman el aminoácido triptófano (el aminoácido "de la felicidad", según algunos anuncios comerciales) en serotonina.

Cuando los niveles de serotonina disminuyen, aumenta la probabilidad de episodios depresivos.

Así lo muestran varios estudios en los que, mediante reducción directa de triptófano o bloqueando las enzimas que lo transforman, descendió el nivel de serotonina y aumentó la frecuencia con la que se producían nuevos episodios depresivos en pacientes que ya padecían depresión y estaban siendo medicados.

Estos no son los únicos indicios de que la serotonina es importante en los procesos depresivos.

Los fármacos tradicionales como el Prozac basan su acción en impedir que la serotonina se reabsorba por las neuronas en el cerebro. Esto hace que los niveles de este neurotransmisor aumenten y los pacientes mejoren con el tratamiento.

Pese a que parece clara la implicación de la serotonina en los procesos depresivos, algunos pacientes no responden a los tratamientos.

Eso hace sospechar la existencia de otros mecanismos que puedan generar depresión. Además, tampoco se tiene muy claro por qué se ven alterados los niveles de este neurotransmisor.

Qué herramientas tenemos y cuáles vienen de camino
Aunque la depresión es una enfermedad cada vez más presente en la sociedad, hay buenas noticias. Incluso los casos más severos de depresión pueden ser tratados. Dado el origen cíclico de las depresiones, un tratamiento temprano puede ayudar a que no haya episodios recurrentes.

Hoy en día existen diferentes tratamientos farmacológicos como son el Prozac, Celexa y Paxil que funcionan inhibiendo selectivamente la reabsorción de serotonina.

Generalmente dan buenos resultados, aunque a veces tiene efectos secundarios no deseados, dejan de funcionar o, simplemente, no funcionan desde el principio.

Como alternativa, se ha retomado la investigación de psicodélicos clásicos como la psilocibina, la mescalina o el LSD para el tratamiento de depresiones. Ya antes de los 70 se sugirió que estas sustancias químicas podrían tener utilidad para tratar depresiones o ansiedad profunda.

En un estudio reciente en humanos se vio que los pacientes tratados con psilocibina tuvieron unos beneficios hasta cuatro veces mayores que los antidepresivos tradicionales.

Además, más de la mitad de los casos fueron considerados en remisión, dejando de estar clasificados como depresivos.

Estos progresos han hecho que la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) iniciase en 2019 ensayos clínicos para testar los efectos de la psilocibina en los tratamientos contra la depresión, ya que los mecanismos terapéuticos son diferentes de los utilizados por los fármacos clásicos.

Otra alternativa recién publicada es la estimulación cerebral profunda, mediante la cual se han bloqueado patrones de actividad característicos de depresión en una paciente obteniéndose resultados muy prometedores.

Prevenir, aún mejor que curar
Tanto los fármacos clásicos como los experimentales tienen como objetivo el tratamiento y no la prevención de la depresión.

Para su prevención, tanto la terapia cognitiva conductual como la meditación han demostrado ser de gran ayuda para mantener una buena salud mental.

Mediante la ayuda de psicólogos profesionales, estas terapias ayudan a tomar conciencia de pensamientos irracionales o negativos, a visualizar situaciones de estrés con mayor claridad y responder a ellas de forma más efectiva.

Así que, queridos lectores, seamos conscientes del impacto de las enfermedades mentales en nuestra salud y en la de nuestros seres queridos. Y actuemos tanto para prevenirlas (si somos afortunados) como para tratarlas (si las padecemos).

Dejemos de estigmatizar el ir al psicólogo o al psiquiatra. Porque del mismo modo que consideramos normal acudir al médico cuando nos duele una pierna, también es normal e imprescindible acudir a especialistas ante un problema de salud mental.

* Juan Pérez Fernández es Investigador Ramón y Cajal, CINBIO, Universida de de Vigo.
* Roberto de la Torre Martínez es Departamento de Neurociencias, Karolinska Institutet.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-58858688

viernes, 9 de febrero de 2018

La bebé que ayuda a prevenir el bullying en una escuela de Canadá.

Naomi tiene solo siete meses, pero tiene un trabajo serio: visita regularmente una clase de niños y niñas de 10 años para enseñarles a ser más cariñosos y menos agresivos.

Como parte de un programa llamado Raíces de Empatía (Roots of Empathy), Noemi y su mamá van a la escuela con regularidad. Relacionarse con alguien más vulnerable, dicen los promotores del proyecto, hace que los niños desarrollen su empatía.

Las clases con bebés de Raíces de Empatía se llevan a cabo en Canadá y en otros siete países. Según los estudios hasta ahora, reducen los casos de acoso y agresión en el año escolar.


http://www.bbc.com/mundo/media-42805107