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miércoles, 15 de enero de 2014

ABC. Con esta ley se seguirá abortando igual, solo que las ricas lo harán con garantías y en el extranjero y las pobres en una carnicera mesa de cocina. Ya hemos vivido eso

Nunca pensé que me tocaría volver a discutir este tema desde tan abajo. Creí que ese nivel básico de debate estaba superado, que era una obviedad, un logro civil comúnmente aceptado. Ese fue mi primer error: todo avance colectivo puede verse amenazado por un impulso reaccionario; no se debe bajar jamás la guardia.

Así que heme aquí volviendo a teclear, 30 años después, el mismo abecedario elemental sobre el aborto. Y así, repetiré que nadie está a favor del aborto: es siempre un horror, una pena, un trauma. Y, desde luego, no es un método anticonceptivo; de hecho, debemos fomentar por todos los medios el acceso a los anticonceptivos para minimizar los embarazos no deseados (por cierto: a veces quienes más protestan contra el aborto son también los más reticentes a la contracepción). De lo que estamos a favor es de una ley justa que permita el acceso igualitario a una intervención que, además de penosa, puede ser peligrosa. Es evidente que hay grandes desigualdades sociales y culturales; hay personas desprotegidas que no conocen bien los métodos anticonceptivos o no tienen acceso a ellos: por dinero, por prejuicio social, por imposición familiar. Y ni siquiera usando un método adecuado se está a salvo de un fallo: el condón, por ejemplo, solo tiene un 98% de efectividad. Por no hablar de la crueldad de no contemplar la malformación del feto como causa suficiente. Como dice Mónica Arango, del Centro de Derechos Reproductivos, desde 1994 más de 30 países del mundo han liberalizado sus leyes de aborto. El retrógrado proyecto de Gallardón (contestado incluso desde el PP) nos descolgaría del entorno europeo y nos dejaría al nivel de la ultracatólica Polonia y de Malta. Con esta ley se seguirá abortando igual, solo que las ricas lo harán con garantías y en el extranjero y las pobres en una carnicera mesa de cocina. Ya hemos vivido eso.
Fuente: Rosa Montero. El País.

lunes, 23 de diciembre de 2013

El destape y el aborto son los polos que usa Marta Sanz en su novela 'Gabriela Astor y la caja negra', para retratar la transición española

Temerosos de que cualquier etiqueta atraiga a los estudiosos de mañana, pero aleje a los lectores de hoy, la mayoría de los escritores prefiere medir sus libros con la eternidad antes que con el tiempo. Por eso sorprende que Marta Sanz (Madrid, 1967) diga que a veces tiene la sensación de hacer “literatura de emergencia” y se refiera a su último libro, Daniela Astor y la caja negra (Anagrama), como una “novela feminista”. Su protagonista es Catalina, una muchacha que huye de sus 12 años comiendo miga de pan para que le crezcan las tetas, despreciando a su madre por poco refinada y jugando a ser una imaginaria actriz del destape, Daniela Astor. Estamos en la España de 1978, un tiempo ilustrado con desnudos “integrales”, cuya banda sonora es la sintonía de programas de televisión como Eva a las diez, Aplauso o Los ángeles de Charlie.

Retrato de época y novela de iniciación, más etiquetas, Daniela Astor y la caja negra surgió del interés de su autora por la estrecha relación entre la realidad y sus representaciones, algo apuntado ya en La lección de anatomía (RBA), el particular ejercicio autobiográfico que publicó en 2008. “Yo no creo en la esencia de las mujeres. El género es una construcción cultural. Qué es una mujer y qué se supone que es se construye a partir de retazos de una cultura tergiversada que nos pone en desventaja”, explica la novelista en su casa del barrio madrileño de Malasaña mientras una gata que ha recogido de la calle merodea desconfiada. “Quería ver cómo aquellas imágenes de la transición servían para construir a esas mujeres, cómo todo ese imaginario hace que seas feliz o infeliz según te adaptes o no al modelo. Y con todas sus contradicciones, porque Catalina asume gustosa estereotipos femeninos que son absolutamente machistas”.

Marta Sanz, que recuerda su propia fascinación adolescente por las revistas del corazón —“las leía en la peluquería porque en casa las tenía prohibidas”—, insiste en una idea capital para alguien que trabaja con la imaginación: no hay nada más conectado con la realidad que la fantasía: “La dicotomía entre una y otra es falsa. La realidad se construye a partir de su representación. Yo tenía la pretensión de escribir una novela feminista y, más que de una tesis, tuve que partir de preguntas que yo misma no tengo resueltas, hacer autocrítica. Me interesaba reflexionar sobre cómo asumimos un discurso que nos hace daño”.
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sábado, 1 de junio de 2013

Dios y Beatriz. El caso de Beatriz en El Salvador demuestra hasta dónde llega la obsesión y el cinismo de los fanáticos

Amanecemos casi cada día con la noticia de otra mujer asesinada a manos de un macho que la consideraba una posesión doméstica. Una mezcla de animal de compañía, criada y esclava sexual. Para los que de verdad defienden la vida, creyentes o no, esta modalidad de terror debería ser el primer problema de España. Pero, ¿qué tenemos? Declaraciones breves, balbucientes, con el rostro compungido de quien parece tratar con un enemigo imposible o una fatalidad ancestral. Unas medidas tibias, de quita y pon. Porque al mismo tiempo que la actualidad vomita otro crimen, una comandancia combinada de políticos y jefes religiosos opera con las leyes a la manera del posadero Procusto con los huéspedes en la cama de hierro: les serraba los pies para ajustarlos a las medidas del lecho. Renunciar a dominar, esa es la prueba de la propia libertad. Pero del integrismo prehistórico hemos pasado al poshistórico y la mujer sigue siendo la principal víctima. Y las adolescentes. Y las niñas. Resolvamos de una vez el dilema de la educación ética en España. En vez de Religión o Valores Cívicos deberían enseñarles Artes Marciales. Por cierto, la activista tunecina Amina Tyler está procesada por “profanación” (¡enseñar los pechos!) y portar un “arma inflamable”: un aerosol defensivo. En nombre de Dios, la cuestión es dominar. Serrar los pies a las mujeres. Una identidad delictiva muy internacional. Fe o ideología que ocultan un interés: aprovecharse de ellas. Explotarlas. En casa, en la fábrica, en un prostíbulo. Y para eso hay que anular su voluntad: culpabilizarlas, humillarlas. El caso de Beatriz en El Salvador demuestra hasta dónde llega la obsesión y el cinismo de los fanáticos. Quienes martirizan a esta muchacha son de la casta de los poderosos machos que en Guatemala anularon la condena al genocida Ríos Montt. Si hay un Dios, será también diosa y hembra. Debe estar aterrorizado con esta tropa que lo invoca. Fuente: Manuel Rivas, El Pais.