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lunes, 23 de diciembre de 2013

El destape y el aborto son los polos que usa Marta Sanz en su novela 'Gabriela Astor y la caja negra', para retratar la transición española

Temerosos de que cualquier etiqueta atraiga a los estudiosos de mañana, pero aleje a los lectores de hoy, la mayoría de los escritores prefiere medir sus libros con la eternidad antes que con el tiempo. Por eso sorprende que Marta Sanz (Madrid, 1967) diga que a veces tiene la sensación de hacer “literatura de emergencia” y se refiera a su último libro, Daniela Astor y la caja negra (Anagrama), como una “novela feminista”. Su protagonista es Catalina, una muchacha que huye de sus 12 años comiendo miga de pan para que le crezcan las tetas, despreciando a su madre por poco refinada y jugando a ser una imaginaria actriz del destape, Daniela Astor. Estamos en la España de 1978, un tiempo ilustrado con desnudos “integrales”, cuya banda sonora es la sintonía de programas de televisión como Eva a las diez, Aplauso o Los ángeles de Charlie.

Retrato de época y novela de iniciación, más etiquetas, Daniela Astor y la caja negra surgió del interés de su autora por la estrecha relación entre la realidad y sus representaciones, algo apuntado ya en La lección de anatomía (RBA), el particular ejercicio autobiográfico que publicó en 2008. “Yo no creo en la esencia de las mujeres. El género es una construcción cultural. Qué es una mujer y qué se supone que es se construye a partir de retazos de una cultura tergiversada que nos pone en desventaja”, explica la novelista en su casa del barrio madrileño de Malasaña mientras una gata que ha recogido de la calle merodea desconfiada. “Quería ver cómo aquellas imágenes de la transición servían para construir a esas mujeres, cómo todo ese imaginario hace que seas feliz o infeliz según te adaptes o no al modelo. Y con todas sus contradicciones, porque Catalina asume gustosa estereotipos femeninos que son absolutamente machistas”.

Marta Sanz, que recuerda su propia fascinación adolescente por las revistas del corazón —“las leía en la peluquería porque en casa las tenía prohibidas”—, insiste en una idea capital para alguien que trabaja con la imaginación: no hay nada más conectado con la realidad que la fantasía: “La dicotomía entre una y otra es falsa. La realidad se construye a partir de su representación. Yo tenía la pretensión de escribir una novela feminista y, más que de una tesis, tuve que partir de preguntas que yo misma no tengo resueltas, hacer autocrítica. Me interesaba reflexionar sobre cómo asumimos un discurso que nos hace daño”.
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