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Cuando se critica a los dirigentes de EEUU, la UE o Israel, algunos agitan un espantajo: “¡Vosotros sois conspiracionistas!”. Lo que debe sobreentenderse como: “veis el mal por doquier, pero estos dirigentes son demócratas; ciertamente pueden cometer errores, pero actúan con buenas intenciones”.
Así, a grosso modo, estaríamos forzados a elegir entre:
– La teoría del complot: todo es maquinado en la sombra, se nos oculta todo, los controladores del mundo son (a elegir): los judíos, los banqueros, los francmasones, los Illuminati, etc.
– La teoría de la inocencia: nuestros dirigentes occidentales trabajan para el bien común. Nos dicen lo que hacen y hacen lo que dicen.
¡Ni la una ni la otra, gracias! Nosotros reivindicamos una tercera forma de explicar el funcionamiento de la sociedad, y no tiene nada que ver con esas dos fantasmagorías. Para clarificar todo eso debemos responder a cuatro cuestiones:
1 – ¿Los complots existen, o no?
2 – ¿El ‘conspiracionismo’ permite comprender el mundo?
3 – ¿Por qué algunos hablan tanto de la “teoría del complot”?
4 – ¿Los medios hacen el juego al ‘conspiracionismo’?
1. ¿Los complots existen, o no?
Partamos de la definición. Una síntesis de los diccionarios se puede resumir así: “proyecto secreto elaborado por varias personas contra otra o contra una institución”. Sobre la base de esos diversos elementos, verifiquemos juntos:
– Cuando la CIA y el MI6 británico organizan en 1953 un plan secreto con disturbios y una campaña de difamación para derrocar al primer ministro Mossadeg en Irán y reemplazarlo por el Sha de Iran sometido a los EEUU (1) ¿es eso un complot? Sí, no hay otra palabra.
– Cuando Henry Kissinger y la CIA organizan en 1973 un plan secreto para destituir al presidente progresista Allende (2) y reemplazarlo por la dictadura militar neoliberal del general Pinochet, ¿es eso un complot? Sí.
– Cuando Brzezinski, consejero del presidente Carter, organiza secretamente el envío en 1979 de Bin Laden y otros terroristas a Afganistán para derrocar al gobierno de izquierdas (lo reconocerá veinte años después) (3), ¿es eso un complot? Sí.
– Cuando, en 2003, el ministro de la Guerra de EEUU Donald Rumsfeld previene a sus próximos pero no a la opinión pública, de que los Estados Unidos “van a tomar siete países: Afganistán, Irak, Somalia, Sudán, Libia, Siria para acabar con Irán” (4), plan que será efectivamente llevado a la práctica, ¿es eso un complot? Sí.
– Cuando Bush y Blair (y Aznar) fabrican en 2003 falsos informes (5) afirmando que Irak posee armas de destrucción masiva para justificar su guerra por el petróleo, ¿es eso un complot? Sí.
No discutiremos aquí la cuestión de si cada guerra se vende con tales mentiras en los medios (escondiendo a la opinión los verdaderos objetivos). Queremos solo subrayar que los complots forman de hecho buena parte de la política internacional, particularmente en lo que afecta a las guerras y los golpes de Estado.
2. ¿Permite el ‘conspiracionismo’ comprender el mundo?
Mi respuesta ha sido siempre clara: ¡No! Lo he escrito, negro sobre blanco, en mi libro Israel, ¡hablemos!: “El conflicto entre Israel y Palestina no es una guerra de religión. No es tampoco un complot judío. (…) La realidad es bien simple. La realidad tras Israel es simplemente nuestro sistema económico y social. El capitalismo, con sus leyes económicas “naturales”, provoca inevitablemente una gran acumulación de riquezas en un polo y de pobreza en el otro polo. Desde su formación hasta hoy, el capitalismo ha creado fortunas cada vez más grandes y cada vez más poderosas . Esas gentes entienden que controlar las materias primas y el petróleo es la mejor estrategia. Para controlarlas, sostienen las dictaduras petroleras árabes e Israel. No es un “complot” misterioso, sino una cuestión de lógica económica” (6).
Lo he repetido en mi libro sobre Charlie: “La única manera de sobrepasar el falso problema del complot consiste en debatir objetivamente sobre los hechos: confrontando las dos versiones, no creyendo a nadie de palabra y verificándolo todo sobre la base de las mejores fuentes según las posibilidades: testigos directos, testimonios indirectos fiables, documentos, informes y comunicados. Todo eso asegurado desde los dos lados” (7).
Pero,
¿quién ha desarrollado este concepto de ‘conspiracionismo’?
Es el historiador de EEUU Richard Hofstadter. En su obra
El Estilo Paranoico en la política americana (1964), estudió la ideología de la extrema derecha en EEUU y especialmente la caza de brujas del maccartismo (1950-1956) (8). Esa campaña de represión anticomunista de extrema derecha había sido orquestada por el senador Joseph Mc Carthy
https://fr.wikipedia.org/wiki/Joseph_McCarthy.
Pretendía que los EEUU estaban gravemente amenazados por un complot:
“¿Hombres colocados en altos cargos en este gobierno trabajan en concierto para librarnos a la catástrofe? Esto ha ser el producto de una gran conspiración, una conspiración tan ignominiosa que, cuando sea puesta al día, sus principales protagonistas serán para siempre condenados al menosprecio por las gentes honestas” (9). En el fondo McCarthy retomaba el tema obsesivo de Hitler (o Franco): una gran conspiración judeo-masónica-bolchevique mundial amenazando Alemania (…y España. N. d. T.).
El trabajo de Hofstadter merece nuestra atención. Pues construye un cuadro muy preciso para analizar los componentes del espíritu ‘conspiracionista’ que él denomina “paranoico”. Según Hofstadter, el portavoz paranoico nos arrastra a un universo donde política y teología “explican” acontecimientos que en realidad han sido profetizados y que se preparan durante varias generaciones. La “gran conspiración” es tramada por fuerzas maléficas con poderes gigantescos y casi sobrenaturales; esta maquinación invade todos los poderes: políticos, educativos, mediáticos, religiosos, y así pues también el Estado. Es por eso que no se habla de ello: el silencio ha sido bien organizado, lo que confirma la influencia de los conspiradores. En este universo, el género humano verá muy pronto al “bien” triunfar sobre el “mal”. Se trata pues de alinearse en el lado bueno.
En los períodos de crisis y de desarrollo ideológico, se asiste siempre a un recrudecimiento de la creencia en complots. Y actualmente estamos en uno de esos períodos por varias razones:
– la crisis económica, política y moral del sistema social
– la sensible percepción de los riesgos que comporta (medioambiente, guerras)
– la pérdida de credibilidad de los medios oficiales
– el hundimiento de los partidos de izquierda en Europa
– la desaparición pues del marco de un análisis objetivo en términos de los intereses de las clases sociales
El ‘complotismo’ no permite entender la economía
En materia económica, el ‘conspiracionismo’ especialmente no se entera de nada. Ciertamente, las conspiraciones existen. Cuando los mayores bancos del mundo acuerdan manipular el tipo de cambio de divisas y acumular así ganancias adicionales, y son condenados a 1.700 millones en multas por la UE [10], ¿de qué se trata sino de un complot? Del mismo modo, cuando las multinacionales se organizan en secreto para fijar los precios muy bajos para las materias primas que compran o precios excesivamente altos para los productos que venden, ¿no se trata de una conspiración? Y cuando una jueza de New York, Denise Cote, condena a Apple por orquestar un acuerdo con los editores más importantes de los Estados Unidos para aumentar los precios de los libros electrónicos ( “Los demandantes han demostrado que Apple conspiró para aumentar los precios”), se aplica una definición jurídica correcta.
Pero generalizar y pretender que la economía está completamente manipulada por una gran conspiración, que por ejemplo la crisis económica fue provocada deliberadamente por los bancos para aumentar sus ganancias o para destruir las clases medias, entonces entramos en la fantasía, porque eso no es coherente con los hechos observados.
De hecho, casi desde su nacimiento, el sistema capitalista no ha cesado de ir acompañado por crisis a intervalos más o menos regulares. ¿Por qué? Debido a que este sistema se basa en tres leyes económicas fundamentales:
1. La propiedad privada de las grandes fábricas y otras empresas (las fuerzas productivas).
2. La competencia entre estos patrones.
3. El beneficio máximo como medio fundamental para derrotar a sus competidores.
En conjunto, estas tres leyes producen un engranaje que se impone de forma automática: Cada gran capitalista debe explotar al máximo a los que trabajan para él, absolutamente. Es decir, hacerlos producir lo más posible, pagarles lo menos posible y aún despedir a cuantos sea posible intensificando la labor de los que quedan. Y esto no es una cuestión de sentimientos: los capitalistas actúan así no porque sean “malos”, sino porque, si no lo hacen, serán eliminados o tragados por los competidores. Cada uno para sí mismo y todos contra todos.
Problema: cuando un capitalista aplica estas economías, sus rivales hacen, evidentemente, lo mismo. Resultado: todos empobrecen a los que trabajan para ellos. Por tanto, ¿a quien le van a vender si han destruido el poder adquisitivo de sus compradores?
Se podría decir, pero habiéndose enriquecido los capitalistas, ¿van a gastar más y así mantener la economía? No. Aumentando los beneficios a costa de los salarios se dan los medios para aumentar su capital y sus fuerzas productivas. Sin embargo, el poder de consumo no puede seguir puesto que ha sido reducido. Y este desequilibrio fundamental sigue reapareciendo sin cesar en el sistema capitalista. No hay una planificación que vigile el equilibrio entre los accionistas y los salarios.
En consecuencia, en un momento dado, hay demasiados productos en el mercado frente a los ingresos que se pueden utilizar para adquirirlos. Es la “superproducción”, el bloqueo. Algunos son capaces de producir más y más, pero los demás no puede comprar todo eso. No pudiendo vender lo suficiente, los capitalistas paran parcialmente la producción y por lo tanto su acumulación de riqueza.
Conclusión.
Esto no es una conspiración de unos pocos. Es un efecto automático de las tres leyes del capitalismo y, contrariamente a algunos discursos conspiracionistas, los capitalistas no están contentos porque esto pone en peligro sus beneficios, y a veces incluso la existencia de algunos de ellos.
¿Son ellos todopoderosos?
Una variante del conspiracionismo sugiere que la economía sería dirigida de manera oculta por un pequeño grupo de gente misteriosa que mueven los hilos clandestinamente. La realidad es mucho más simple: unas doscientas grandes multinacionales dominan todos los sectores clave de la economía. Y eso no tiene nada de clandestino, todas ellas tienen un domicilio social y una dirección, ejecutivos y accionistas conocidos. Con unos ingresos y propiedades identificados, y trenes de vida de lujo. Todo eso generalmente discreto, sí, pero secreto, no. Los “amos del mundo” son pues bien conocidos. Y esto es importante porque podemos decidir entonces a quien hay que combatir si se quiere defender el interés colectivo contra los intereses egoístas.
Entonces, ¿qué dificulta o impide esta lucha? Varias causas que vamos a ver. Pero en primer lugar el hecho de que los medios presentan la economía distorsionada al no dar la palabra más que a los expertos pro-capitalistas. Se llegan a presentar las leyes económicas del capitalismo como “naturales e inevitables” machacando que no hay alternativa. Se mata la esperanza.
Pero volvamos al conspiracionismo.
En realidad, esta visión de una economía que sería dirigida por conspiradores muy poderosos es falsa y peligrosa. Falso porque en realidad nadie puede controlar el conjunto de la economía. Ciertamente, por un lado, los capitalistas se ponen de acuerdo entre ellos para defender sus intereses frente a los trabajadores y los pueblos. Y también para la defensa de sus intereses frente a los de otros países. En este sentido, es evidente que ellos dominan una economía que no es en nada democrática. Pero, por otro lado, también compiten entre sí y eso debilita el conjunto de su sistema.
Como Albert Einstein analizó muy bien en 1949: “La anarquía económica de la sociedad capitalista, tal como existe hoy, es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una inmensa sociedad de productores cuyos miembros buscan sin cesar privarse entre sí del fruto de su trabajo colectivo -no por la fuerza, pero, en suma, de acuerdo con las reglas legalmente establecidas. El aguijón de la ganancia en conjunción con la competencia entre los capitalistas es responsable de la inestabilidad en la acumulación y utilización del capital que conduce a depresiones económicas cada vez más graves. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo y la mutilación de la conciencia social de los individuos” [11]. El diagnóstico correcto con los tres elementos: la propiedad, la máxima ganancia, la competencia.
De este diagnóstico (con el que Einstein se une a Marx, de hecho), podemos extraer dos conclusiones.
1. Sobre la relación entre banqueros e industriales.
2. Sobre las relaciones en el propio seno de la clase capitalista en general.
1. No exagerar la importancia de la banca.
Cierto, históricamente los banqueros han jugado un papel importante en la primera acumulación de capital que permitió la revolución industrial y la formación de los grandes monopolios. Y siguen siendo una parte importante del sistema económico actual. Pero la idea de que ellos y la especulación son los únicos responsables de la crisis y de los males del capitalismo no es científica, no refleja las verdaderas leyes de su funcionamiento.
En realidad, las multinacionales industriales son la base del capitalismo, su explotación es la causa fundamental de la crisis, y son ellas, en última instancia, las que provocan las guerras. Einstein muestra bien que, en el supuesto de que no existieran los bancos, incluso en ese caso, los industriales provocarían crisis, a consecuencia de las reglas que hemos descrito. Por consiguiente, centrar toda la atención, por ejemplo, en Goldman Sachs y sus conspiraciones (reales o imaginarias), es negar el problema de conjunto de este sistema capitalista. Es hacer creer que curándolo de su “enfermedad bancaria o especulativa” sería capaz de acabar con la explotación y asegurar el bienestar para todos. Ilusión refutada por los hechos: nunca la humanidad ha producido tanta riqueza, nunca ha habido tantos humanos muriendo de hambre.
2. Medir bien las contradicciones entre capitalistas.
A menudo se habla de las reuniones del Grupo Bilderberg como si fuera el poder absoluto y totalmente secreto de nuestra sociedad. Por un lado, es exacto que ese órgano donde se conciertan las multinacionales más grandes tiene más poder que los gobiernos y puede dictarles las orientaciones generales. Por otro lado, el hecho de que los principales capitalistas se concerten entre sí y traten de ponerse de acuerdo sobre algunas cuestiones no elimina la competencia feroz que estas grandes multinacionales se dirigen igualmente entre ellas y que las debilita.
Cuando los grandes bancos estadounidenses se ven sufriendo multas colosales, como se ha indicado anteriormente, y que Goldman Sachs la recibe de cinco mil millones de dólares (5 miliardos o 5.000 millones), es difícil creer que todo esto es parte de una gran confabulación urdida por Goldman Sachs que sería el amo absoluto del mundo. Hay que ser serios. Esa multa es el efecto concreto de las contradicciones entre los bancos y los otros capitalistas, estimando estos que los bancos les han hecho daño, han puesto todo el sistema en peligro y que por lo tanto se debe hacer de policía.
La Primera Guerra Mundial es una buena prueba de que si los capitalistas pueden de hecho ponerse de acuerdo en algunas cuestiones de interés común, pueden también tener entre ellos conflictos totalmente destructivos y en ningún caso planeados. Ciertamente, en un principio, cada lado quería la guerra, con la esperanza de ganarla de forma rápida y barata. Sin embargo, nadie había previsto que iba a durar tanto tiempo y que algunas potencias saldrían muy debilitadas o aún destruidas. Alemania, recientemente crecida de poder, exigió:
1. Alsacia-Lorena, es decir, el carbón y el acero.
2. Los Balcanes como ruta estratégica hacia el Este y el petróleo.
3. Las colonias africanas finalmente, donde consideraba “no haber tenido su parte”.
Gran Bretaña y Francia estaban persiguiendo sus propios objetivos imperialistas. La idea de que estos poderes hayan conspirado juntos es absurda [12].
Para concluir sobre este punto, una “conspiración global” es imposible porque los capitalistas están en competencia unos con otros. Pueden ponerse de acuerdo sobre uno o más complots cuando sus intereses convergen en un punto, en una región o para abatir un dirigente. Pero no pueden ponerse de acuerdo sobre una “conspiración global” porque sus intereses divergen y todo el mundo quiere abatir al otro.
¿Análisis conspiracionista o análisis estratégico?
Falsa pues, esta visión de la “conspiración del capitalismo Todopoderoso” es peligrosa. Porque da la impresión de que la historia no se hizo por la lucha entre las diversas clases y fuerzas sociales, cada una de las cuales defiende sus intereses, sino por un puñado de personas todopoderosas. Así que esta visión desalienta la resistencia de las víctimas de este sistema. Da la impresión de que los trabajadores y los ciudadanos no tienen ninguna posibilidad de ganar puntos. Pero toda la historia de la lucha obrera y ciudadana demuestra que es muy posible defenderse y lograr progreso social: prohibición del trabajo infantil, limitación de la jornada de trabajo (hasta quince horas/día en el siglo XIX!), la obtención de la seguridad social (seguro contra el desempleo, enfermedad, accidente laboral, vejez…), cumplimiento de la higiene y la seguridad en el trabajo. Todos estos avances se han conseguido por las luchas obreras. Si los trabajadores europeos de hoy en día tienen un cierto nivel de vida, es gracias a las luchas de sus padres y abuelos, nunca debemos olvidarlo. Especialmente cuando los capitalistas ahora quieren retomar todo lo que debieron conceder.
Para defender estas conquistas y para obtener nuevos avances, es necesario no dejarse intimidar por la supuesta omnipotencia, oculta o no, de los patrones, sino al contrario verlos como son: con sus fuerzas, pero también con sus debilidades . Se debe, sin negar las dificultades, tener confianza en las propias fuerzas. El conspiracionismo es una forma de derrotismo y en el fondo hace el juego a los patrones y a la explotación.
Saïd Bouamama ha explicado bien la completa oposición entre los dos modos de pensamiento: “La teoría de la conspiración presenta los eventos políticamente importantes como el resultado de una conspiración global orquestada en secreto por un grupo social más o menos importante. El enfoque estratégico, es decir, materialista analiza la historia, como resultado de la lucha entre los grupos dominados (clases, minorías nacionales y/o étnicas, naciones, mujeres, etc.) y los grupos dominantes basada en una divergencia de ínterés material” [13].
La diferencia es esencial: el análisis materialista (en el sentido de un enfoque científico basado en hechos materiales, observables y comprobables) muestra cómo es posible luchar aprovechando los puntos débiles del oponente. Mientras que el conspiracionismo conduce a un callejón sin salida apuntando a falsos enemigos, generalmente inalcanzables.
El conspiracionismo no permite comprender las guerras
En cuestiones de guerra, hay muchos tipos de conspiración, como hemos visto. Pero, de nuevo, sería peligroso creer que las grandes potencias ganan todas las conspiraciones que cocinan. La trama tiene éxito cuando hay despolitización y ausencia de movilización. Fracasa cuando la resistencia de las “víctimas” es consciente y bien organizada. Los Estados Unidos fueron vencidos en Vietnam; el pueblo palestino resiste desde hace más de sesenta años; los Estados Unidos ciertamente han sumido a Irak en el caos pero no han logrado controlar y explotar el país como Bush lo esperaba; los golpes de Estado han fallado en Bolivia, Ecuador, Venezuela. En resumen, el mundo es una lucha entre fuerzas opuestas, no siempre son los mismos los que ganan y depende mucho de la unidad y la conciencia de los pueblos. Sus ataques y conspiraciones pueden pues ser frustrados si la población ha sido bien preparada para resistir. Lo que comienza con una buena información sobre la realidad de las cosas.
Y para informarse bien, hay que romper, consciente y completamente, con los dos fantasmas: el conspiracionismo y la ingenuidad. Pues nos enfrentamos a dos peligros: ver conspiraciones por todas partes y no ver conspiraciones por ningún sitio. La primera teoría nos ofrece una explicación falsa que no permite comprender la sociedad ni transformarla. Al ocultar los verdaderos objetivos, hace el juego al poder. La segunda teoría quiere impulsarnos a confiar en los líderes políticos que nos dirían la verdad. Ambas son trampas paralelas.
¿Ver conspiraciones en todas partes? En lugar de estudiar detenidamente los mecanismos del capitalismo, el conspiracionismo es una explicación perezosa que algunos quieren imponer a las masas para evitarles pensar y para manipularlos. A menudo, con el fin de tomar el poder. Hitler hablaba de “una gran conspiración judeo-bolchevique” y en un primer momento tronó, en palabras, contra los bancos, pero era financiado por los grandes banqueros y los industriales alemanes y toda su acción les ha servido [14].
¿No ver conspiraciones por ningún lado? Aquellos que no ven conspiraciones “en ninguna parte”, ¡deberían entonces explicarnos para qué sirven los servicios secretos! ¿Los veinte mil empleados de la CIA cobran para jugar crucigramas o para conspirar? Es el momento de mencionar esta broma muy popular en América Latina: “¿Por qué no hay nunca ningún golpe de estado en los EEUU?”. Respuesta: “Porque es el único país donde no hay embajada de los Estados Unidos!“.
Y cuando la NSA espía el mundo entero, ¿piensan vds. que es sólo contra el terrorismo o para ayudar en secreto a las empresas estadounidenses a debilitar a sus rivales extranjeros? La teoría de la ingenuidad, francamente, ¡no es mejor que la teoría de la conspiración!
Por último, ¿cómo conseguir una visión objetiva de la historia y de los conflictos actuales? En mi opinión, hay que decir que ha habido conspiraciones en la historia, incluso muchas (pensemos en los muchos golpes para sustituir a un dirigente por otro), pero ellas no hacen la historia, no constituyen la esencia. Son sólo un medio entre otros de defender intereses.
3. ¿Por qué algunas personas hablan tanto de la “teoría de la conspiración”?
Entonces, si yo denuncio claramente el conspiracionismo ¿por qué algunos me acusan todavía ser un “conspiracionista”? ¿Y soy yo el único?
De hecho, nada de eso, desde que alguien critica la política internacional de los Estados Unidos, de Francia o de Israel, mostrando su carácter global, se ve acusado de “teoría de la conspiración”.
He aquí una lista (muy incompleta) de los “demonizados”: Ziegler, Chávez, Castro, Le Grand Soir, Lordon, Ruffin, Kempf, Carles, Gresh, Bricmont, Bourdieu, Morin, Mermet, Bonifacio, Enderlin, Cassen, Seno, Bové Péan, Godard, Jean Ferrat, Seymour Hersh, Wikileaks, e incluso los judíos analistas: Hessel, Chomsky, Finkelstein.
De hecho, es muy práctico. ¿No tiene argumentos en contra de los hechos expuestos? Entonces, simplemente trate a sus oponentes de “conspiracionistas” y la suerte está echada: ¡no hay necesidad de argumentar sobre los hechos, no hay necesidad de refutar las pruebas! La “teoría de la conspiración”, es el truco del abogado que sabe que su caso está podrido.
Yo he tenido personalmente la prueba cuando debatí con Henri Guaino (autor de los discursos de Sarkozy). Expuse concretamente los crímenes de sus amigos de las multinacionales francesas en Mali y Níger. No teniendo nada que contestar, todo lo que halló para evadirse, fue “¡la teoría de la conspiración!” [15].
Hemos visto que la “teoría de la conspiración” fue inicialmente un concepto progresista desarrollado por Hofstadter para dar cuenta de los delirios y fantasmas del pensamiento de extrema derecha. Por desgracia, según un método bastante típico, fue enseguida recuperada y manipulada por la CIA a partir de 1963. Se trataba entonces de desacreditar a los que exigían una verdadera investigación sobre el asesinato del presidente Kennedy: ¿por un hombre solo o por una conspiración? Y desde entonces, la “teoría de la conspiración” es utilizada constantemente por los responsables de los Estados Unidos para desacreditar a los críticos y rehuir el debate sobre los hechos. Porque la mejor manera de manipular, dividir y combatir a los progresistas es desviar y utilizar sus propios argumentos, hasta tal punto las ideas conservadoras son en sí mismas inconsistentes.
Si se limitara a eso, no sería en si un gran problema. Pero estos últimos años se ha reavivado en los medios y en Internet una campaña sistemática contra algunos analistas etiquetados arbitrariamente “de conspiracionistas”. ¿A partir de cuando? Desde la masacre de Gaza, en enero de 2009, cuando Israel se encuentra cada vez más aislado y criticado en la opinión pública internacional.
Esta campaña no cae del cielo. En fin, si más no: digamos, de la cima del estado. En los EE.UU., el sitio oficial del Departamento de Estado no borda mal sobre el tema “conspiracionismo y antisemitismo”. Del mismo modo, en Francia, después de Sarkozy, el presidente Hollande ha explotado la vena ante el lobby pro-israelí del CRIF:
“El antisemitismo ha cambiado de cara. (…) hoy en día, se alimenta también del odio hacia Israel. Importa aquí los conflictos de Oriente Medio. Establece de forma oscura la culpabilidad de los judíos en la desgracia de los pueblos. Mantiene las teorías de la conspiración que se propagan sin límite. Incluso aquellas que condujeron a lo peor. Hay que tomar conciencia de que las tesis conspiracionistas se difunden a través de Internet y las redes sociales. Mas hay que recordar que es principalmente por el verbo que se preparó el exterminio. Tenemos que actuar a nivel europeo e incluso internacional para que un marco legal pueda ser definido y que las plataformas de Internet que gestionan las redes sociales sean puestas frente a sus responsabilidades, y que se impongan sanciones en caso de incumplimiento” [16].
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