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La derecha denuncia los horrores del estalinismo y oculta la miseria humana sobre la que se construyó su modelo económico favorito.
Un fantasma se cierne sobre los medios de comunicación británicos: el fantasma de las opiniones negativas sobre el capitalismo. Desde que la escritora Ash Sarkar pronunció las palabras "¡soy comunista, idiota!" en una cadena de televisión, la derecha se retuerce horrorizada. La rapidez con que los analistas han salido a responder al comentario improvisado de Sarkar es profundamente reveladora.
Desde que hace un año Jeremy Corbyn arrebató la mayoría a los conservadores, la derecha está aterrada al sentir que está perdiendo la guerra ideológica. El accidental rescate de Sarkar de la visión del comunismo de Marx –una sociedad sin Estado, sin clases, en la que la mayoría de la humanidad se haya librado del trabajo asalariado– como contraposición al totalitarismo estalinista hizo que la revista Elle declarara que Sarkar es "literalmente comunista y literalmente nuestra heroína". The Telegraph reflexionó: "El comunismo mató a millones de personas. ¿Por qué es guay llevarlo en una camiseta?" A su vez, según la opinión de Douglas Murray de the Spectator, Sarkar no es mejor que una fascista.
No me malinterpretéis: los regímenes que tomaron el nombre de "comunistas" –desde Stalin a Pol Pot– cometieron crímenes monstruosos e inenarrables. Pero para la derecha, un resurgimiento del interés en la visión del comunismo marxista anterior al estalinismo es el ejemplo más sorprendente y escalofriante del propio colapso de su supremacía ideológica: "comunismo" es sinónimo de millones de muertes y nada más que eso. Por el contrario, presentan al capitalismo como una máquina de prosperidad humana, sin culpa ni sangre.
La historia del capitalismo es algo más complicada que eso. Si queréis leer una efusiva alabanza al capitalismo, la encontraréis en el Manifiesto comunista de Marx y Engels: el dinamismo revolucionario de los capitalistas, escribieron, había creado "maravillas que superan a las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas". Pero el capitalismo es un sistema económico manchado con la sangre de innumerables millones de personas.
Por supuesto que eso no es una excusa para los horrores del estalinismo: el modelo totalitario que creó y exportó el régimen de Stalin le quitó a millones de personas su libertad y en muchos casos también su vida. De igual forma, no debemos olvidar las millones de vidas que se perdieron en la China maoísta por los asesinatos y la hambruna. Aun así, la lista de crímenes del comunismo no ayuda a los campeones del capitalismo tanto como ellos quisieran.
Según el Libro negro del comunismo, un nada respetable punto de referencia para la derecha, casi cien millones de vidas humanas perecieron a manos de los autodenominados regímenes "comunistas", la mayoría víctimas de Mao Zedong en China. El economista Amartya Sen, ganador del premio Nobel, señala que entre 23 y 30 millones de personas murieron como consecuencia de las catastróficas medidas del Gran Salto Adelante de Mao, a fines de los años 50 y principios de los 60.
Pero Sen también destacó en un artículo de 2006 que a mediados del siglo XX China e India tenían la misma esperanza de vida, unos 40 años. Tras la revolución china, la cifra cambió drásticamente. En 1979, la China maoísta tenía una esperanza de vida de 68 años, 28 más que la India capitalista.
El exceso de mortalidad en la India capitalista en relación a la China comunista se estima en la horrorosa cifra de cuatro millones de vidas humanas al año. ¿Entonces por qué India no se estudia como un caso de la naturaleza homicida del capitalismo?
Desde un comienzo, el capitalismo se construyó sobre los cadáveres de millones de personas. Desde el siglo XVII en adelante, el tráfico de esclavos a través del Océano Atlántico se convirtió en un pilar del capitalismo emergente. Mucha de la riqueza de Londres, Bristol y Liverpool –que fue alguna vez el mayor puerto de esclavos de Europa– nació del trabajo de los africanos esclavizados.
El capital acumulado gracias a la esclavitud –en las plantaciones de tabaco, algodón y azúcar– dio pie a la revolución industrial en Manchester y Lancashire, y muchos bancos pueden actualmente rastrear en la esclavitud el origen de sus fortunas.
Incluso cuando el comercio internacional de esclavos comenzó a decaer, el dinero sangriento del colonialismo enriqueció al capitalismo occidental. India fue durante mucho tiempo una colonia del Reino Unido, la potencia capitalista más eminente del mundo: como estudia Mike Davis en su libro Los holocaustos del fin de la era victoriana, unos 35 millones de indios murieron en una hambruna evitable, mientras que Reino Unido se llevaba del país millones de toneladas de trigo.
India fue la gallina de los huevos de oro del capitalismo británico, convirtiéndose en la mayor fuente de beneficios del país a fines del siglo XIX. Occidente está construido sobre la riqueza que robó a aquellos que sometió con un costo humano inmenso.
Ya era el siglo XX cuando Europa comenzó a importar los horrores masivos que antes había impuesto a otros. La Gran Depresión –que sigue siendo la peor crisis capitalista– ayudó a crear las condiciones de descontento popular que llevó al ascenso del nazismo. En los primeros tiempos del régimen nazi, las grandes empresas, temerosas del poder de la izquierda alemana, pactaron con el nacionalsocialismo, ya que veían a los nazis como un instrumento contundente con el que atacar tanto al comunismo como al sindicalismo.
Las empresas alemanas hicieron grandes donaciones a los nazis, tanto antes como después de su ascenso al poder, entre ellas el conglomerado industrial IG Farben y Krupp. Muchas empresas se beneficiaron del trabajo esclavo y del Holocausto nazi, incluyendo a IBM, BMW, el Deutsche Bank y el Grupo Schaeffler.
Es posible creer apasionadamente en el capitalismo, o simplemente resignarse a que es el único sistema viable, pero también hay que reconocer que tiene sus sombras oscuras y sus complicidades con episodios sangrientos de la historia de la humanidad. Por supuesto que el suprimir la noción de que existe una alternativa al capitalismo –una que se apoya en valores y principios diferentes– cumple una función política útil.
Hace mucho que la izquierda radical y democrática repudia la pesadilla del totalitarismo y ha reflexionado mucho sobre por qué sucedió. Pero muchos de los defensores irredentos del capitalismo no han podido analizar su propio pasado: políticos e historiadores respetables todavía defienden al colonialismo, a pesar de sus grotescos horrores. No es justo atacar a los socialistas democráticos del siglo XXI utilizando los días más oscuros del totalitarismo del siglo XX.
Aspirar a un mundo con abundancia material, libre del Estado y basado en la cooperación no lo convierte a uno en un asesino totalitario. Incluso si piensas que eso no podría llegar a pasar jamás, eso no significa que uno deba rendirse al fundamentalismo del mercado, mucho menos cuando el cambio climático –causado por un orden económico insostenible– amenaza con desatar el caos en nuestro planeta. Una nueva sociedad más justa y más democrática está esperando a nacer, una que rompa definitivamente con todos los fallidos sistemas del pasado.
Fuente original:
https://www.eldiario.es/theguardian/crueldades-comunismo-capitalismo-historial-horroroso_0_797220612.html
Traducido por Lucía Balducci
Ver video del dialogo entre Sarkar y Jones:
https://www.youtube.com/watch?v=-H4J7nNazO0&feature=youtu.be
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lunes, 6 de agosto de 2018
Condena las crueldades del comunismo, pero no olvides el terrible historial del capitalismo.
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domingo, 27 de mayo de 2018
El eslabón Zaplana. El político representa la época aznarista del enriquecimiento rápido.
La detención de Eduardo Zaplana, años después de abandonar la política, retrotrae a aquellos años del aznarismo del enriquecimiento rápido y la avaricia de políticos sin escrúpulos; la mayoría de ellos, del partido gobernante. A Zaplana se le atribuyó —erróneamente porque lo dijo en realidad otro político del mismo partido— el principio de estar en la política para forrarse, pero su avidez por el dinero, su afición a impulsar megaproyectos millonarios que supusieron importantes pérdidas de fondos públicos y su estrecha relación con políticos y empresarios involucrados en asuntos de corrupción han mantenido extendida sobre él la sombra de la sospecha. La investigación de la Guardia Civil impulsada por la Fiscalía Anticorrupción apunta la posibilidad de que tales sospechas estuvieran fundamentadas. Solo el PP parece haberse visto “sorprendido”.
En los años de Zaplana en Benidorm y en la Generalitat, España crecía a buen ritmo, era alumno aventajado en Europa, liberalizaba la economía, privatizaba las grandes empresas y abundaba el dinero; sobre todo en Valencia y en Madrid, comunidades gobernadas por el PP y en las que se han producido los casos más lacerantes de corrupción política. El megalómano proyecto de Terra Mítica costó 300 millones de euros a las arcas públicas, pero se vendió por 65. Zaplana llevó a Valencia a Francisco Correa, según su sucesor al frente de la Generalitat Francisco Camps, y se sirvió de la Caja Mediterráneo (CAM), que con el tiempo fue intervenida por el Banco de España tras años de nefasta gestión y dietas millonarias de su consejo de administración.
Aunque con notable retraso, el cerco judicial se ha cerrado en torno a una presunta red corrupta de políticos y empresarios que rodearon a Zaplana, cuyo nombre ha asomado en los escándalos de corrupción más importantes que acosan al Partido Popular: del caso Lezo a la Gürtel o la Operación Púnica. Muchos de sus colaboradores y/o correligionarios cayeron antes que él mientras que Zaplana —aparente eslabón de la cadena corrupta— quedaba libre de toda culpa.
Investigado ahora por presunto blanqueo de capitales y delito fiscal, el caso Zaplana, destacado militante del PP hasta ayer por la tarde, vuelve como un bumerán contra el partido de Mariano Rajoy. El PP es uno de los máximos responsables del enorme expolio que han sufrido diversas Administraciones públicas en manos de sus gestores corruptos. El partido protegía a los suyos lamentando ser víctima de una trama contra el PP mientras se financiaba ilegalmente, como las diversas piezas del caso Gürtel están demostrando. Ha sido una vergonzosa manera de hacer política que el electorado no parece dispuesto a perdonarle de nuevo.
A este partido se le debe también fundamentalmente el desprestigio de la política y la escasa confianza de los ciudadanos en sus instituciones democráticas. La justicia es lenta, el PP solo reacciona cuando aquella actúa y lo hace siempre con irritante retraso. Son circunstancias que aumentan la desconfianza y hacen temer que los desmanes no sean solo cosa del pasado.
En los años de Zaplana en Benidorm y en la Generalitat, España crecía a buen ritmo, era alumno aventajado en Europa, liberalizaba la economía, privatizaba las grandes empresas y abundaba el dinero; sobre todo en Valencia y en Madrid, comunidades gobernadas por el PP y en las que se han producido los casos más lacerantes de corrupción política. El megalómano proyecto de Terra Mítica costó 300 millones de euros a las arcas públicas, pero se vendió por 65. Zaplana llevó a Valencia a Francisco Correa, según su sucesor al frente de la Generalitat Francisco Camps, y se sirvió de la Caja Mediterráneo (CAM), que con el tiempo fue intervenida por el Banco de España tras años de nefasta gestión y dietas millonarias de su consejo de administración.
Aunque con notable retraso, el cerco judicial se ha cerrado en torno a una presunta red corrupta de políticos y empresarios que rodearon a Zaplana, cuyo nombre ha asomado en los escándalos de corrupción más importantes que acosan al Partido Popular: del caso Lezo a la Gürtel o la Operación Púnica. Muchos de sus colaboradores y/o correligionarios cayeron antes que él mientras que Zaplana —aparente eslabón de la cadena corrupta— quedaba libre de toda culpa.
Investigado ahora por presunto blanqueo de capitales y delito fiscal, el caso Zaplana, destacado militante del PP hasta ayer por la tarde, vuelve como un bumerán contra el partido de Mariano Rajoy. El PP es uno de los máximos responsables del enorme expolio que han sufrido diversas Administraciones públicas en manos de sus gestores corruptos. El partido protegía a los suyos lamentando ser víctima de una trama contra el PP mientras se financiaba ilegalmente, como las diversas piezas del caso Gürtel están demostrando. Ha sido una vergonzosa manera de hacer política que el electorado no parece dispuesto a perdonarle de nuevo.
A este partido se le debe también fundamentalmente el desprestigio de la política y la escasa confianza de los ciudadanos en sus instituciones democráticas. La justicia es lenta, el PP solo reacciona cuando aquella actúa y lo hace siempre con irritante retraso. Son circunstancias que aumentan la desconfianza y hacen temer que los desmanes no sean solo cosa del pasado.
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