La detención de Eduardo Zaplana, años después de abandonar la política, retrotrae a aquellos años del aznarismo del enriquecimiento rápido y la avaricia de políticos sin escrúpulos; la mayoría de ellos, del partido gobernante. A Zaplana se le atribuyó —erróneamente porque lo dijo en realidad otro político del mismo partido— el principio de estar en la política para forrarse, pero su avidez por el dinero, su afición a impulsar megaproyectos millonarios que supusieron importantes pérdidas de fondos públicos y su estrecha relación con políticos y empresarios involucrados en asuntos de corrupción han mantenido extendida sobre él la sombra de la sospecha. La investigación de la Guardia Civil impulsada por la Fiscalía Anticorrupción apunta la posibilidad de que tales sospechas estuvieran fundamentadas. Solo el PP parece haberse visto “sorprendido”.
En los años de Zaplana en Benidorm y en la Generalitat, España crecía a buen ritmo, era alumno aventajado en Europa, liberalizaba la economía, privatizaba las grandes empresas y abundaba el dinero; sobre todo en Valencia y en Madrid, comunidades gobernadas por el PP y en las que se han producido los casos más lacerantes de corrupción política. El megalómano proyecto de Terra Mítica costó 300 millones de euros a las arcas públicas, pero se vendió por 65. Zaplana llevó a Valencia a Francisco Correa, según su sucesor al frente de la Generalitat Francisco Camps, y se sirvió de la Caja Mediterráneo (CAM), que con el tiempo fue intervenida por el Banco de España tras años de nefasta gestión y dietas millonarias de su consejo de administración.
Aunque con notable retraso, el cerco judicial se ha cerrado en torno a una presunta red corrupta de políticos y empresarios que rodearon a Zaplana, cuyo nombre ha asomado en los escándalos de corrupción más importantes que acosan al Partido Popular: del caso Lezo a la Gürtel o la Operación Púnica. Muchos de sus colaboradores y/o correligionarios cayeron antes que él mientras que Zaplana —aparente eslabón de la cadena corrupta— quedaba libre de toda culpa.
Investigado ahora por presunto blanqueo de capitales y delito fiscal, el caso Zaplana, destacado militante del PP hasta ayer por la tarde, vuelve como un bumerán contra el partido de Mariano Rajoy. El PP es uno de los máximos responsables del enorme expolio que han sufrido diversas Administraciones públicas en manos de sus gestores corruptos. El partido protegía a los suyos lamentando ser víctima de una trama contra el PP mientras se financiaba ilegalmente, como las diversas piezas del caso Gürtel están demostrando. Ha sido una vergonzosa manera de hacer política que el electorado no parece dispuesto a perdonarle de nuevo.
A este partido se le debe también fundamentalmente el desprestigio de la política y la escasa confianza de los ciudadanos en sus instituciones democráticas. La justicia es lenta, el PP solo reacciona cuando aquella actúa y lo hace siempre con irritante retraso. Son circunstancias que aumentan la desconfianza y hacen temer que los desmanes no sean solo cosa del pasado.
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