Más que desconcertar, impresiona que los partidos de mayor sesgo populista de Italia -la gente, la ciudadanía- pretendieran ungir a un primer ministro que ha eludido el trance de las urnas y que consolida la tradición de los jefes de Gobierno extraparlamentarios. Tanto se describe el perfil técnico, administrativo, de Giuseppe Conte, tanto llama la atención el pacto mefistofélico de sus mentores, pues sucede que el xenófobo Matteo Salvini (Liga Norte) y el ambiguo Luigi di Maio (M5S) alumbraron la designación de un líder accidental cuyo fantasmagórico expediente académico -la sombra de Cifuentes es alargada- se añade al embarazo de una sintomática paradoja: “deberá ejecutar un programa que no ha escrito y con un equipo (de Gobierno) que no ha elegido”, escribe Mario Calabresi en las páginas de La Repubblica.
Es una reflexión interesante porque subraya la contradicción de la “nueva política” -tan parecida a la vieja en las emergencias de compromiso- y porque el pacto en cuestión sobrentiende que el aspirante a premier, expuesto a la cuarentena del presidente Mattarella, se desenvolvería como una marioneta o como un cuerpo extraño en el Gobierno de las grandes reformas y proyectos sublimes.
Salvini y Di Maio han garantizado la transformación de Italia con el humo embriagador de la retórica patriótica. Y han dado las riendas del caballo blanco a una figura no tanto antisistema como ajena al sistema. Quizá porque la proclamación de un primer ministro cualquiera complace la expectativa populista de la tabula rasa y facilita a ambos la tarea de manipularlo. O de convertirlo en el chivo expiatorio de las diferencias. Que son muchas y hasta indigeribles en el orden conceptual, electoral, programático, pero menos relevantes en el euroescepticismo, el asistencialismo del Estado, la seguridad, la indulgencia fiscal y el plan de evacuación de inmigrantes ilegales.
Unas y otras coincidencias jalonan la intersección a la que se han subordinado las evidencias de relación “contra naturam”. Di Maio y Salvini se desprecian personal y políticamente, pero se atraen poderosamente en el akelarre de la casta y del antiguo régimen. Han desfigurado juntos la izquierda convencional (PD) y el berlusconismo. Otra cuestión es que la promesa de una nueva era sea capaz de materializarla un primer ministro sin galones ni atribuciones.
Giuseppe Conte, cuaje o no cuaje, parece encarnar la época de los títeres. Una estirpe de líderes sin liderazgo que acceden al poder asumiendo la propia incredulidad. Le sucede a Torra en la Generalitat. Pastueño, manso, sumiso, acepta el president balar como la oveja Dolly, una réplica de Puigdemont que fue ungido en un ceremonial paródico y que acepta humillarse -no se le permite ocupar el despacho- a un papel gregario como fusible de la campaña soberanista. Conte se expondría a una parecida instrumentalización, pero la política italiana se diferencia de la española en dos cuestiones fundamentales. La flexibilidad para encontrar el consenso (extrema derecha y extrema izquierda en un mismo gobierno) y la asombrosa capacidad de desdramatización, incluso cuando se trata de xenofobia y de eurofobia.
https://elpais.com/elpais/2018/05/22/opinion/1526979084_627357.html
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