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lunes, 26 de junio de 2023

El trabajo infantil se combate con educación.

A pesar de ser una de las prioridades de los organismos de derechos humanos, 160 millones de niños siguen sufriendo explotación laboral. Las guerras, las crisis económicas y la desigualdad son las principales amenazas.

“Si no trabajo, mi familia morirá de hambre. Con mis ingresos estoy pagando el alquiler de nuestra casa y asegurando la comida para mí y para mi madre. Por eso sigo trabajando en la tienda”. Esta frase tan dura es de Sumaya, de Bangladés. Tiene 14 años y desde hace dos trabaja en una tienda de ropa. Ahora vive más contenta y relajada, a pesar de las muchas horas que pasa de pie: ha dejado de ejercer como trabajadora doméstica y sus jefes no la maltratan físicamente como hacían en su antiguo empleo.

El caso de Sumaya es el de tantos niños y niñas, como Sétou, Kabir, o Anne, que viven en países como Malí, India o Burkina Faso. Sumaya, dentro de su frágil situación, al menos ahora vive menos amenazada. Otros no tienen la misma suerte. Como ellos, en el mundo hay 160 millones de niños y niñas de entre 5 y 17 años —63 millones de niñas y 97 millones de niños, según la OIT y Unicef— que trabajan. Se trata de uno de cada 10, y entre ellos, casi la mitad realiza trabajos peligrosos.

En el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, un año más, hemos de lamentarnos por un fenómeno que no disminuye. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible se marcaron como meta erradicar el trabajo infantil en 2025, o sea de aquí a dos años. Sin embargo, todo apunta a que en esa fecha habrá todavía 140 millones de niños trabajando.

Más de un tercio de los niños y niñas en situación de trabajo infantil no están escolarizados. Aquellos que realizan trabajos peligrosos tienen aún menos probabilidades de asistir a la escuela.

El trabajo infantil constituye una violación de los derechos de la infancia, perjudica su bienestar y es dañino para su desarrollo integral. No hablamos del trabajo que un niño efectúa de forma puntual y ligera, como reponer alimentos o coser algún vestido, o de tareas que, si se ejecutan de forma adecuada, pueden hasta contribuir al aprendizaje y a la socialización de niñas, niños y adolescentes. Hablamos de aquel que priva a la infancia de sus derechos fundamentales, como a la educación, la protección, la participación y la salud, sin olvidarnos del ocio y el juego, tan importantes en esta etapa. Hablamos de erradicar un trabajo que no siempre garantiza su acceso a medicamentos, alimentación y ropa adecuada, y los expone a accidentes y enfermedades por sus duras condiciones (demasiadas horas, manipulación de material pesado o peligroso, exposición a condiciones climáticas adversas). Aquel que los separa de sus padres y madres u otros familiares, haciéndolos vivir en entornos hostiles, y sin relaciones seguras con los pares o personas adultas de confianza. Esta mezcla conlleva una mayor exposición a violencias de todo tipo, incluyendo la sexual. Hablamos también de erradicar formas extremas de vulneraciones de derechos como la explotación sexual comercial y el reclutamiento forzado en grupos armados.

El trabajo infantil, al provenir de una combinación de causas —la falta de leyes apropiadas, o su implementación, la falta de recursos y el carácter informal de la economía, las carencias en los sistemas de protección social y de educación, normas sociales y prácticas dañinas— se agudiza en situaciones de crisis: el riesgo de trabajo infantil para los que viven en países afectados por conflictos es tres veces superior a la media mundial.

La crisis de la covid-19 ha provocado un receso en los avances hacia la eliminación del trabajo infantil y sus peores formas. Si bien es cierto que regiones del mundo como Asia o América registraron una reducción de la incidencia del trabajo infantil, hay grandes disparidades entre regiones, y a nivel global, la lucha contra este fenómeno está estancada. En África subsahariana, donde la incidencia es la más alta, este ha aumentado en los últimos años y ahora concierne al 23,9% de los niños y niñas. También hay disparidad en las franjas de edad, con un preocupante aumento de los menores de entre 5 y 11 años que ahora trabajan en todo el mundo. A esa edad, lo justo es jugar, beneficiarse de un entorno protector y asistir a la escuela.

Más de un tercio de los niños y niñas en situación de trabajo infantil no están escolarizados y aquellos que realizan trabajos peligrosos tienen aún menos probabilidades de asistir a la escuela. El trabajo infantil afecta al acceso a la escuela, así como a la asistencia y el mantenimiento. Le impide a la infancia aprender de forma adecuada y feliz. Por eso es tan importante garantizar una educación segura, inclusiva y de calidad para todos los niños y niñas. Se debe asegurar la educación obligatoria hasta cierta edad —la misma edad bajo la cual el trabajo esté prohibido —, y fortalecer los sistemas para que la educación respete las necesidades de aquellos niños y niñas que se incorporan después de experiencias de trabajo. Se ha de garantizar la continuidad para los y las adolescentes que quieran seguir estudiando, reforzar los sistemas de formación profesional o técnica, y proporcionar un acceso al empleo seguro.

Hay que educar desde la raíz, fomentando el diálogo y activando la escucha con todos los actores, sobre todo con aquellos que más saben de los riesgos: los propios niños y niñas. Es hora de acelerar los esfuerzos para que tomen conciencia de sus derechos, para que se protejan a sí mismos y a sus pares. Hemos de combatir su invisibilidad, escuchando y entendiendo lo que nos dicen, para así conocer sus realidades, fortalecer sus capacidades y apoyar sus iniciativas. Es crucial que se les deje el espacio para defender su derecho a la educación, pero también a un trabajo digno, lo que significa salario mínimo, condiciones de seguridad y garantía de un horario adecuado a su edad y desarrollo.

Laurence Cambianica es especialista en Programas de Protección de Educo.

https://elpais.com/planeta-futuro/red-de-expertos/2023-06-12/el-trabajo-infantil-se-combate-con-educacion.html

jueves, 28 de abril de 2022

Conferencia internacional sobre trabajo infantil. Los esclavos modernos.

Más de 40 millones personas viven en condiciones de esclavitud en todos los continentes. Una parte significativa son niñas y niños. A tres semanas del inicio de la V Conferencia Mundial sobre la Erradicación del Trabajo Infantil, en Durban, Sudáfrica, el esclavismo moderno vuelve a estar en la mira de la sociedad civil planetaria.

El neoesclavismo
Si bien la esclavitud tiene raíces históricas muy antiguas es un fenómeno social vigente. La trata de seres humanos, la servidumbre por deudas, el trabajo doméstico forzoso y el trabajo infantil son algunas de sus expresiones actuales.

Según las Naciones Unidas, en 2016 unos 40 millones de personas padecieron alguna forma de esclavitud moderna.

El sitio Web Statista, que retoma el Índice Global de Esclavitud 2018 (https://es.statista.com/estadisticas/601151/esclavos-segun-el-indice-global-de-esclavitud/), calculaba en más de 25 millones las personas esclavizadas ese año. Número con el que coincide la Campaña internacional 50 for Freedom (50 por la Libertad) que se lanzó en 2016 con el objetivo de que al menos 50 naciones suscribieran el nuevo Protocolo sobre Trabajo Forzoso de las Naciones Unidas.

La radio internacional alemana Deutsche Welle publicó en noviembre del año pasado un informe completo sobre el tema. En el mismo retoma la cifra de 15 millones de personas atrapadas en matrimonios forzados y unos 25 millones en trabajos forzosos.

Las mujeres y las niñas se ven afectadas de manera particular por esta lacra, llegando a representar un 71% de las víctimas del trabajo forzoso. Más de 150 millones de niños y niñas (casi uno/a de cada diez) se hallan sujetos al trabajo infantil en todo el mundo.

Según la Confederación Sindical Mundial, el trabajo infantil involucra a niños y niñas menores de 18 años que resulte mental, física, social y/o moralmente peligroso o perjudicial y que interfiera con su escolarización.

En tanto el trabajo (o servicio) forzoso es aquel que se desempeña contra la propia voluntad y se realiza bajo amenaza de castigo. Se implementa en proporciones cada vez mayores de la economía privada, en sectores de mano de obra intensiva y escasamente regulados, como la construcción, la agricultura, la pesca, el trabajo doméstico y la minería, así como la prostitución.

El trabajo forzoso y el infantil están estrechamente vinculados: se dan en las mismas zonas geográficas y en las mismas industrias y su causa principal reside en la pobreza y la discriminación. La mitad de las personas que realizan trabajos forzosos son niña-os.

Según la ONG australiana Walk Free, especializada en el tema, los dos países más afectados por el esclavismo son Corea del Norte y Eritrea, con casi 100 personas de cada mil en esa situación. Entre las naciones más vulnerables a nivel de esclavitud se encuentran la República Centroafricana, Sudán del Sur y Afganistán, muy afectadas por interminables conflictos bélicos (https://www.epdata.es/datos/esclavitud-mundo-datos-graficos/338).

Sin embargo, dicho fenómeno, no solo impacta en el Sur, sino también en países de alto nivel de desarrollo. Según la Campaña internacional 50 for Freedom, más de un millón y medio de personas en Europa, América del Norte, Japón y Australia también viven en condiciones de esclavitud similares (https://50forfreedom.org/es/esclavitud-moderna/).

Del total de esclavos y esclavas modernos, el 68% padece trabajo forzoso en situaciones de explotación laboral. Un 22% es víctima de explotación sexual, y un 10% debe realizar trabajos forzados impuestos por el Estado.

Basándose en datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que ya hace ocho años estimaba los beneficios anuales de la esclavitud en más de 150.000 millones de dólares, 50 for Freedom sostiene que esta práctica inhumana constituye un negocio con ganancias sorprendentes.

El informe de la OIT Ganancias y Pobreza: Aspectos económicos del Trabajo Forzoso (Profits and Poverty: The Economics of Forced Labour) de 2014 señalaba que dos terceras partes de dicha cantidad –aproximadamente unos 99.000 millones de dólares– provenían de la explotación sexual comercial, mientras que otros 51.000 millones resultaban de la explotación forzosa con fines económicos, la cual abarca tanto el trabajo doméstico como la agricultura y otras actividades productivas. El informe también indicaba que, significativamente, las ganancias anuales por cada víctima de trabajo forzoso eran mucho más altas en las economías desarrolladas que en cualquier otra.

Los desafíos de la Conferencia de Durban
En junio de 2021 la ONU contabilizaba 160.000.000 de niñas y niños forzados a trabajar en todo el mundo. 8.400.000 más que en 2016, y en un marco social muy preocupante debido a la pandemia, que incrementó notablemente la situación de riesgo de la infancia en general.

La V Conferencia Mundial sobre la Erradicación del Trabajo Infantil, convocada para el 15 al 20 de mayo próximo, se reunirá en este contexto complejo y cuando faltan solo tres años para alcanzar la meta de la eliminación del trabajo infantil, que los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU propusieron para 2025. Y a solo ocho años del plazo propuesto para la erradicación de todo tipo de trabajo forzoso.

Se realizará, además, en un momento muy particular de lenta recuperación social de la pandemia, la cual, según los organizadores de Durban, tuvo “efectos devastadores en la salud, el progreso económico, la igualdad y el desarrollo social” (https://www.5thchildlabourconf.org/es/conferencia).

Los organizadores de Durban esperan que la V Conferencia –que tendrá un formato híbrido, con participación presencial y virtual– debata un tema esencial: la erradicación del trabajo infantil como condición para un rendimiento positivo del mercado de trabajo. Para ello, sugieren incorporar un enfoque centrado en el ser humano (más que en la economía) y que tenga en cuenta la educación, el desarrollo de competencias, el aprendizaje a lo largo de la vida y la transición de la escuela al trabajo decente.

Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que convoca este cónclave junto con el Gobierno de Sudáfrica, es fundamental que se analice la prevalencia tan marcada del trabajo infantil en el sector agrícola y ganadero, así como su estrecha relación con la pobreza, la informalidad y la necesidad urgente de formular estrategias de supervivencia familiar. La OIT además propone que se avance en la formalización gradual de la economía informal y la mayor creación de trabajo decente; que se inviertan recursos adicionales y que se apliquen políticas específicas dirigidas a las causas mismas del trabajo infantil, así como del trabajo forzoso.

Contra el flagelo esclavista
La Campaña 50 for Freedom ha reunido unas 90.000 firmas en apoyo del Protocolo sobre el Trabajo Forzoso. Y en marzo de 2021 logró –con la adhesión de Sudán–, que el número de los Estados signatarios llegue a 50. En abril de 2022, ya son 59 las naciones que han rubricado el Protocolo (https://50forfreedom.org/es/). Nueve de las cuales se encuentran en el continente americano: Antigua y Barbuda, Argentina, Canadá, Chile, Costa Rica, Jamaica, Panamá, Perú y Surinam.

La Campaña 50 for Freedom es promovida por organismos de las Naciones Unidas, centrales sindicales y empresarias mundiales, así como por ONG humanitarias y de desarrollo como Caritas, Global Citizen, Forum Migration y Walk Free, entre otras. Dicha Campaña continúa vigente dado que los Estados signatarios apenas superan el tercio de las naciones que integran la ONU. Adicionalmente, potencias mundiales de referencia como Estados Unidos y China no han suscrito el Protocolo.

Si bien desde 1930 existe un Convenio sobre el Trabajo Forzoso, los promotores del nuevo Protocolo sostienen que en el presente existen nuevas y más complejas formas de esclavitud, incluso más difíciles de combatir.

El Protocolo sobre trabajo forzoso complementa, entonces, el Convenio de 1930, agregando nuevos elementos. Intenta abordar las causas profundas de la esclavitud para que se pueda eliminar de una vez por todas. Además, exige a los empleadores que actúen bajo el principio de “diligencia debida” para evitar la esclavitud moderna en sus prácticas comerciales y las cadenas de aprovisionamiento.

El Protocolo se define como un instrumento vinculante, es decir, que requiere que los gobiernos adopten las medidas necesarias para luchar contra la esclavitud moderna en todas sus formas. Y busca actuar en tres niveles: eliminar el trabajo forzoso, proteger a las víctimas y garantizar su acceso a la justicia y la indemnización.

Los países signatarios deben garantizar que todos los trabajadores y trabajadoras en todos los sectores estén protegidos por la legislación nacional. Esto significa que deben reforzar la inspección laboral y otros servicios para eliminar prácticas esclavizantes. Además, comprometerse a adoptar medidas adicionales para educar e informar sobre crímenes de esclavitud, como la trata o comercio de seres humanos.

Por último, el Protocolo garantiza el acceso de las víctimas a recursos jurídicos y de reparación y no es necesario que sean residentes legales del país donde trabajan. También las protege de eventuales sanciones por actividades ilícitas que pudieron haber cometido involuntariamente durante su período de esclavitud. Al mismo tiempo, los Estados deberán sancionar las prácticas abusivas y fraudulentas de esclavitud moderna por parte de contratistas y agencias de empleo.

Aunque la esclavitud constituye una tragedia muy bien conocida a lo largo de la historia, a muchos Estados les resulta muy difícil reconocerla en sus formas modernas, y aún más difícil aun, de confrontarla. La memoria tan corta de una parte de la humanidad esconde la magnitud de la tragedia, y esto contribuye a perpetuar la mentalidad esclavista que tanta ruina ha causado hasta el presente. Muchos de los negreros de 2022, empecinados en seguir traficando con seres de carne y hueso, continúan disociando el esclavismo moderno del antiguo y siguen “traficando” con total impunidad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

https://rebelion.org/los-esclavos-modernos/

domingo, 26 de diciembre de 2021

_- Charles Dickens inventó la Navidad (y la denuncia del acoso laboral).


_- El escritor firmó el más popular de los cuentos navideños, que no era solo una fábula sobre la redención, sino también un crudo reflejo de las condiciones de trabajo en el siglo XIX.

Karl Marx explicó en una ocasión a Friedrich Engels que Charles Dickens “había proclamado más verdades de calado social y político que todos los discursos de los profesionales de la política, agitadores y moralistas juntos”. Así lo cuenta Peter Ackroyd en Dickens. El observador solitario (Edhasa, traducción de Gregorio Cantera), su contundente biografía del gran novelista inglés. Sus novelas retrataron de manera feroz y realista la pobreza y las desigualdades de la Inglaterra del siglo XIX. Títulos como Oliver Twist o David Copperfield abrieron los ojos a los ciudadanos sobre la miseria que tenían delante, pero que preferían no ver, y que el propio Dickens padeció cuando, en 1824, tuvo que trabajar en una fábrica de betún a los 12 años. 

 Su literatura describe una sociedad despiadada en la que muchos niños estaban condenados desde su nacimiento a la pobreza. La denuncia de la injusticia es algo que impregna toda su obra, no importa que cuente una historia de amor con la Revolución francesa como telón de fondo (tras leer las descripciones que ofrece en Historia de dos ciudades de la forma en que los nobles trataban al pueblo en la Francia anterior a 1789 dan ganas de participar en primera línea en la toma de la Bastilla) o un relato navideño con fantasmas. Canción de Navidad es recordada sobre todo porque, desde su publicación en 1843, cambió la manera en que se celebran estas fiestas, pero su huella social va mucho más allá.

Una película titulada El hombre que inventó la Navidad (Bharat Nalluri, 2017) resume un sentimiento que comparten muchos historiadores: que el descomunal éxito que alcanzó su relato –en apenas unos días vendió 6.000 ejemplares, una barbaridad para la época– rompió para siempre con la tradición puritana que durante siglos había arrinconado la Navidad en el Reino Unido. No es del todo verdad –las navidades llevaban un cierto tiempo celebrándose–, pero tampoco es totalmente falso: muchas de las tradiciones que describe, como el banquete con pavo, se hicieron mucho más populares gracias a su libro. Peter Ackroyd lo plantea así: “Podemos decir que, precisamente en una época en que tanto la ostentación georgiana como la rigidez evangélica estaban en entredicho, Dickens resaltó la vertiente de afable cordialidad de estas fechas. Lo que hizo fue aderezar aquel día con sus aspiraciones, querencias y temores”.

En ‘Cuento de Navidad’, Dickens resaltó “la afable cordialidad de estas fechas” y las vinculó a “aspiraciones y temores”, según su biógrafo La idea de la Navidad como un momento de generosidad se encuentra en el centro del cuento de Dickens, al igual que la posibilidad de redimirse cuando el protagonista, Ebenezer Scrooge, contempla su vida casi como si fuese un extraño en ella, algo que logra gracias a la visita de tres fantasmas. El espíritu de las navidades pasadas le muestra una infancia en la que aparecen ribetes de la del propio Dickens y en la que todavía no era un avaro solitario y huraño que odiaba a todo el mundo. El fantasma de las navidades presentes le enseña que el desprecio hacia la humanidad que siente no siempre es devuelto con la misma moneda. El fantasma que le permite atisbar su futuro le descubre una inmensa soledad, que acaba por ablandarle el corazón.

Al igual que otro gran cuento navideño, ¡Qué bello es vivir!, que acaba de cumplir 75 años, Dickens ofrece a su personaje una segunda oportunidad en la vida: no es que Scrooge y George Baily, el protagonista del filme de Frank Capra, se parezcan en nada. Scrooge es un avaro siniestro que saca los higadillos a aquellos a los que ha prestado dinero en una sociedad en la que una deuda sin pagar podía acabar con una pena de prisión (como le ocurrió al padre del autor), mientras que Baily es un individuo que se ha pasado la vida ayudando a los demás en los peores tiempos posibles. Sin embargo, los dos reciben una ayuda sobrenatural –fantasmas en un caso, un ángel sin alas en otro– para reparar un error vital.

Como siempre en Dickens, la fantasía esconde una denuncia social. Ackroyd cuenta que escribió el libro de manera compulsiva, en apenas seis semanas, durante las que padeció además un desagradable resfriado. Caminaba durante horas por Londres componiendo la trama, que en parte estaba inspirada por un personaje de Los papeles del Club Pickwick, que también tiene la oportunidad de ver su futuro gracias a unos duendes. Pero el elemento fundamental con el que compuso su cuento navideño fueron sus propios recuerdos de infancia, su trabajo en la fábrica de betún y el mundo laboral despiadado del principio de la Revolución Industrial.

Porque Canción de Navidad es sobre todo una denuncia del acoso laboral, de Scrooge hacia Bob Cratchit, su escribiente, obligado a trabajar pasando un frío de bigotes –le escatima hasta el carbón– y que tiene que reclamar sus derechos como si fuesen un favor –librar el día de Navidad–, siempre aterrorizado ante un jefe despótico, colérico e injusto. Una de las descripciones más emocionantes que hace Dickens en todo el libro es cuando, tras cerrar el despacho, Cratchit regresa a casa todavía atemorizado por los gruñidos de su patrón y a la vez alegre por la Navidad: “Con los largos extremos de la bufanda blanca colgándole por debajo de la cintura (pues no tenía abrigo) se dirigió a Cornhill y se deslizó veinte veces por una pendiente tras una hilera de muchachos para celebrar que era Nochebuena y después corrió a su casa en Camden Town, tan deprisa como pudo para jugar a la gallina ciega” (traducción de Nuria Salas Villar para la edición de Cuentos de Navidad de Penguin Clásicos).

Sin embargo, desde su primer viaje, cuando el fantasma de las Navidades pasadas le muestra un lugar donde trabajó como aprendiz, se da cuenta del poder que un buen patrón puede tener sobre sus empleados. Después de contemplar de nuevo una fiesta de Navidad de su pasado, Scrooge reflexiona: “Él tiene la facultad de hacer que nos sintamos felices o desgraciados, de que nuestro trabajo nos resulte llevadero o gravoso, placentero o arduo. Podría decirse que su poder reside en sus palabras y sus miradas, en cosas tan sutiles e insignificantes que resulta imposible contarlas y enumerarlas”. Tras contemplar aquella escena, el avaro prestamista se queda pensativo y, cuando el fantasma le pregunta si le pasa algo, responde: “Es solo que ahora me gustaría tener ocasión de decirle un par de cosas a mi escribiente”.

Lo primero que hace Scrooge al volver de su viaje astral es subirle el sueldo a Cratchit y darle todo el carbón que necesite para no trabajar congelado, además de ayudar a su familia –sobre todo a su hijo minusválido Tim, al que salva la vida–. Por encima de todo, le devuelve los derechos que le había arrebatado durante años de explotación. Canción de Navidad es un relato universal por muchos motivos: la redención, la posibilidad de cambiar de vida para mejor, la Navidad, su elogio de la tolerancia. Pero, sobre todo, porque narra como pocas veces en la literatura la importancia de la dignidad laboral. Y eso no son paparruchas.


sábado, 4 de julio de 2020

:. Explotación infantil a través del trabajo: un fenómeno contemporáneo de esclavitud

:: La explotación infantil es la utilización de menores de edad por parte de personas adultas, para fines económicos o similares, en actividades que afectan a su desarrollo personal y emocional y al disfrute de sus derechos. Es altamente perjudicial y su erradicación, un desafío mundial.

No todo trabajo infantil es explotación
El trabajo infantil es esclavitud cuando ese trabajo interfiere con su educación y cuando se origina por condiciones de vulnerabilidad.

Conflictos armados, orfandad, catástrofes naturales y situaciones de pobreza son frecuentemente aprovechados por auténticas mafias y redes organizadas de explotación infantil.

No es esclavitud cuando se dan tareas apropiadas, que inciden en fomentar las habilidades y responsabilidades del niño.

Por ello, en el debate sobre trabajo y explotación infantil, hay que hilar fino y atender específicamente a qué actividades se dedican los niños y las niñas.

La extrema pobreza tiene la forma de un niño trabajando
La explotación infantil es, al mismo tiempo, consecuencia y causa de la pobreza, y en ella se aúnan todas las miserias.

Lleva a los niños al sótano en el ascensor social, fomenta mayores índices de analfabetismo, provoca enfermedades y malnutrición, y contribuye a su envejecimiento precoz.

Los niños provenientes de los hogares más pobres y de zonas rurales son sus principales víctimas. Se calcula que a nivel global hay cerca de 152 millones de niños y niñas trabajando indebidamente.

Casi la mitad de ellos, 72 millones, realizan trabajos peligrosos, sobre todo en África subsahariana, en Asia y el Pacífico, y en América Latina y el Caribe.

Los derechos del niño, socavados por la explotación
Los factores culturales, el nivel socioeconómico de la familia y las políticas públicas de apoyo a la infancia son determinantes para que se produzca este fenómeno. De hecho, en algunos países, son los propios progenitores quienes inciden en prácticas de explotación laboral.

Para Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), hay trabajo infantil inapropiado cuando se obliga al niño a trabajar a una edad muy temprana, en jornadas excesivas, en condiciones de estrés, en ambientes inapropiados, con exceso de responsabilidad, y bajo salario, sin acceso a la educación, y minando su dignidad y su autoestima; en suma, dificultando su pleno desarrollo social y psicológico.

La explotación infantil existe aunque la Convención de los Derechos del Niño contemple que “la humanidad debe al niño lo mejor que puede darle”, y esto es lo que le ayudará a “desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente, en forma saludable, en condiciones de libertad y de dignidad”, debiendo ser protegidos “contra toda forma de abandono, crueldad y explotación”. Hay que hacer algo al respecto.

Uno de los métodos más efectivos para intentar que los niños y las niñas no comiencen a trabajar demasiado temprano es establecer la edad laboral mínima por ley, pero con eso no basta, el control efectivo es esencial, y el apoyo a las familias en riesgo de exclusión, fundamental.

La OIT (Organización Internacional del Trabajo) alerta del riesgo de que la crisis provocada por la pandemia empuje al mercado laboral a gran número de niños y niñas para ayudar a la subsistencia de sus familias.

Los tipos de explotación infantil: los sectores de la esclavitud
La tolerancia al trabajo infantil en el ámbito de la economía sumergida, en lugares clandestinos y muchas veces insalubres, y la falta de contratos y por tanto de derechos laborales, convierte a los niños en víctimas propiciatorias para la explotación, la humillación y el maltrato.

Es lo que ocurre con las niñas maquiladoras del norte de México, que trabajan largas jornadas en fábricas, sobre todo textiles, a destajo, y a cambio de salarios de hambre.

O en Asia, con los niños explotados en fundiciones, extrayendo cargas de cristal de hornos a altas temperaturas y sin condiciones de seguridad, sufriendo graves secuelas por fatiga calórica, quemaduras, mermas auditivas, o lesiones oculares por las partículas de vidrio en suspensión, sílice, plomo y vapores tóxicos.

O en África, donde la explotación infantil se da pequeñas zonas mineras, en las que sufren trastornos de salud por la falta de medidas de protección en condiciones adversas, no solo por la tensión física, sino también por lesiones causadas por la desproporción entre su capacidad de resistencia y la carga de trabajo. Igual ocurre en las canteras de países sudamericanos, como Perú o Guatemala.

O en los talleres de curtido y artesanías, en los que pasan largas horas en cuclillas, como ocurre en el tejido de alfombras o elaboración de calzado, además de enfermedades respiratorias, por falta de higiene y exceso de polvo y residuos, les provocan enfermedades por los productos químicos, como benceno, tintes y adhesivos.

Pero en la explotación infantil también hay roles de género: el servicio doméstico es la explotación de las niñas (como las petite bonne marroquíes), especialmente de zonas rurales y pobres, cuyos progenitores las entregan a familias adineradas, con la esperanza de que tengan mejores condiciones de vida pero, en cambio, son esclavizadas y no se les permite acceder a la educación.

La agricultura, la ganadería y la pesca también pueden ser formas de explotación infantil, viéndose expuestos a agentes químicos (fertilizantes o plaguicidas tóxicos, como en las plantaciones de soja), y obligados a una dedicación extenuante.

En muchas ciudades, niños y niñas son vendedores ambulantes de baratijas, alimentos, participantes de un sector de la economía sumergida en el que la calle acaba convirtiéndose en su hábitat.

Trabajadores infantiles dignificando su condición
Pero muchos trabajadores infantiles y adolescentes han conseguido organizarse en movimientos asociativos (Niños, Niñas y Adolescentes Trabajadores, NATs) y luchan por que se diferencie el trabajo infantil de la explotación.

Además, rechazan que actividades ilícitas como la mendicidad, la prostitución o la delincuencia se identifiquen con las que para ellos son su medio de vida y la única oportunidad, en sus países y su situación, de ayudar a sus familias y salir adelante.

Estas agrupaciones reivindican que se les permita trabajar en condiciones dignas, defendiendo que su trabajo contribuye a su madurez progresiva y su responsabilidad en la adquisición de destrezas, como en el caso de los aprendices.

Propuestas de reflexión
Aunque existe una pugna entre las estrategias de abolición del trabajo infantil promovidas por los organismos internacionales y la realidad de muchos niños, niñas y adolescentes, también hay un irrefutable punto de consenso: se debe erradicar la pobreza infantil.

La falta de compromisos políticos firmes por parte de los gobiernos, la inexistencia de una legislación homogénea y efectiva, y la ausencia de políticas sociales con perspectivas de infancia siguen impidiendo la erradicación de la explotación infantil.

Hay que poner el acento, la lupa, especialmente en los sectores en los que adultos esclavistas emplean a niños y niñas: las fábricas de cerillas y fuegos artificiales, las alfarerías o los jinetes de camellos en Oriente Medio, son ejemplos gráficos de los fenómenos denunciados.

A veces la presión internacional lo único que ha conseguido ha sido una mayor desprotección para los trabajadores infantiles. Grupos empresariales del textil, tras recibir acusaciones por el empleo de mano de obra infantil en Asia, han optado por incentivar códigos internos de conducta y echar a los niños y las niñas de sus factorías, sin preocuparse por su destino ni el de sus familias.

Todos somos responsables y, por tanto, culpables, al comprar sin pensar en qué manos hicieron ese producto más barato, o pasear por una ciudad obviando el hecho de que hay niños y niñas trabajando en las calles, cuando deberían estar en el colegio.

Hace falta conciencia y acción por parte de todos
Las familias, la infancia y la adolescencia, deben tener acceso a herramientas que les permitan acceder a unas condiciones de vida dignas.

A la vez, se debe sensibilizar al conjunto de la sociedad para que denuncie, reaccione y repruebe el trabajo infantil inaceptable y cualquier otra forma de explotación (también la trata y el tráfico de personas).

Luego hay que dar un paso más. De la sensibilización y el compromiso hay que avanzar hacia una educación universal de calidad y a un compromiso real por la erradicación de la pobreza infantil. Una meta estrechamente ligada con el octavo ODS: acabar con el trabajo infantil para 2025.

Entre lo macro (acabar con la pobreza y el subdesarrollo) y lo micro (fomentar iniciativas locales contra la explotación laboral infantil) se encuentra el camino de los derechos humanos y de la infancia.

Carlos Villagrasa es profesor titular de Derecho Civil de la Universidad de Barcelona, en España, y presidente de la Asociación para la Defensa de los Derechos de la Infancia y la Adolescencia (ADDIA).

Fuente:
http://www.ipsnoticias.net/2020/06/explotacion-infantil-traves-del-trabajo-fenomeno-contemporaneo-esclavitud/

domingo, 6 de mayo de 2018

-_- 5 cosas que Karl Marx hizo por nosotros y no le reconocemos ni le damos crédito. Eva Ontiveros. BBC News.


_- ¿Te gusta tener fines de semana libres? ¿Y conducir en carreteras públicas o ir a la biblioteca? ¿Eres una de esas personas que busca poner fin a la injusticia, la desigualdad y la explotación?
En ese caso, puede que este 5 de mayo quieras conmemorar el 200 aniversario del nacimiento de Karl Marx, ya que él defendió todas estas causas.

La mayoría de las personas que conocen un poco la historia del siglo XX coincidirán en que la política revolucionaria marxista tiene un legado difícil.

Una rápida mirada a las consecuencias en la Unión Soviética, Angola y Cuba podrían hacerte gritar: "¡Marx no es para mí, gracias!".

De hecho, el pensador alemán se equivocó en muchas cosas: sus predicciones sobre el fin del capitalismo o el surgimiento de una sociedad sin clases, ideas que parecen poco realistas hoy en día.

Y eso sin contar que sus ideas han servido de inspiración para experimentos sociales drásticos, a menudo con resultados desastrosos.

Muchas de sus teorías han terminado asociadas al totalitarismo, la falta de libertad y los asesinatos masivos, por lo que no es de extrañar que Marx continúe siendo una figura divisiva.

Pero hay otra faceta de Marx más humana, y algunas de sus nociones han contribuido a que el mundo sea un lugar mejor.

Marx también acertó en algunas cosas: un pequeño grupo de personas ultrarricas domina la economía global, el sistema capitalista es volátil y nos asusta a todos con sus cíclicas crisis financieras, y la industrialización ha cambiado las relaciones humanas para siempre.

Sigue leyendo y descubre por qué el autor de "El capital" sigue siendo relevante en el siglo XXI.

1. Quería mandar a los niños a la escuela, no al trabajo
Esta es una proposición evidente para muchos. Pero en 1848, cuando Karl Marx estaba escribiendo junto a Federico Engels el "Manifiesto comunista", el trabajo infantil era la norma.

Incluso hoy en día uno de cada 10 niños en el mundo está sometido a trabajo infantil, según cifras de la Organización Internacional del Trabajo (2016).

El hecho de que tantos menores hayan logrado pasar de la fábrica al aula tiene mucho que ver con el trabajo de Marx.

Linda Yueh, autora del libro The Great Economists: How Their Ideas Can Help Us Today ("Los grandes economistas: cómo sus ideas nos pueden ayudar hoy"), dice que una de las 10 medidas del Manifiesto Comunista de Marx y Engels era la educación gratuita para todos los niños en las escuelas públicas y la abolición del trabajo infantil en las fábricas.

Marx y Engels no fueron los primeros en abogar por los derechos de los niños, pero "el marxismo contribuyó a este debate en ese periodo de fines del siglo XIX", añade Yueh.

2. Quería que tuvieses tiempo libre y que tú decidieras cómo usarlo
¿Te gusta no tener que trabajar 24 horas al día, los siete días de la semana?

¿Y tener una pausa para el almuerzo?

¿Te gustaría poder jubilarte y cobrar una pensión en la vejez?

Si tu respuesta a estas preguntas es sí, puedes agradecérselo a Marx.

El profesor Mike Savage, de la London School of Economics, afirma: "Cuando te ves obligado a trabajar horas muy pronlogadas, tu tiempo no es tuyo. Dejas de ser responsable de tu propia vida".

Marx escribió sobre cómo para sobrevivir en una sociedad capitalista la mayor parte de la gente se ve obligada a vender lo único que tiene -su trabajo- a cambio de dinero.

Según él, a menudo esta transacción es desigual, lo que puede llevar a la explotación y a la alienación: el individuo puede terminar sintiendo que ha perdido su humanidad.

Marx quería más para los trabajadores: deseaba que fuésemos independientes, creativos, y sobre todo, dueños de nuestro propio tiempo.

"Básicamente dice que deberíamos vivir una vida que vaya más allá del trabajo. Una vida en la que tengamos autonomía, en la que podamos decidir cómo queremos vivir. Hoy en día, esta es una noción con la que la mayoría de personas estamos de acuerdo", dice Savage.

"Marx quería una sociedad en la que una persona pudiese "cazar por la mañana, pescar después de comer, criar ganado al atardecer y criticar a la hora de la cena", como dice la célebre cita. Él creía en la liberación, en la emancipación y en la necesidad de luchar contra la alienación", añade.

3. No todo gira alrededor del dinero.
También necesitas estar satisfecho con tu trabajo Tu trabajo puede ser una gran fuente de alegría si "puedes verte reflejado en los objetos que has creado".

El empleo debería proporcionarnos la oportunidad de ser creativos y mostrar todo lo bueno de nosotros mismos: ya sea nuestra humanidad, nuestra inteligencia o nuestras habilidades.

Pero si tienes un trabajo miserable que no encaja con tu sensibilidad, terminarás sintiéndote deprimido y aislado.

Estas no son las palabras del más reciente gurú de Silicon Valley, sino de un hombre del siglo XIX.

En uno de sus primeros libros, "Manuscritos de 1844", Marx fue uno de los primeros pensadores que relaciona la satisfacción laboral con el bienestar.

Según él, ya que pasamos tanto tiempo en el trabajo deberíamos obtener algo de felicidad de nuestra labor.

Buscar belleza en lo que has creado o sentir orgullo por lo que produces te llevará a la satisfacción laboral que necesitas para ser feliz.

Marx observa cómo el capitalismo -en su búsqueda de eficiencia y aumento de la producción y de las ganancias- ha convertido el trabajo en algo muy especializado.

Y si lo único que haces es grabar tres surcos en un tornillo miles de veces al día, durante días y días… pues es difícil sentirse feliz.

4. No soportes lo que no te gusta. ¡Cámbialo!
Si algo no funciona en tu sociedad, si sientes que hay injusticia o desigualdad, puedes armar barullo, organizarte, protestar y luchar por el cambio.

La sociedad capitalista de Reino Unido en el siglo XIX probablemente parecía un monolito sólido e inamovible para el trabajador sin poder.

Pero Karl Marx creía en la transformación y animaba a los demás a impulsarla. La idea se volvió muy popular.

Si hoy en día eres uno de esos individuos que creen en el cambio social, probablemente reconozcas el poder del activismo.

La protesta organizada ha provocado un gran replanteo social en muchos países: la legislación contra la discriminación racial, contra la homofobia, contra el prejuicio de clase…

Según Lewis Nielsen, uno de los organizadores del Festival del Marxismo en Londres, "necesitas una revolución para cambiar la sociedad. Así fue cómo personas normales y corrientes lograron tener un servicio nacional de salud y una jornada laboral de ocho horas".

Se suele decir que Marx fue un filósofo, pero Nielsen no está de acuerdo. "Eso hace a la gente pensar que lo único que hizo fue filosofar y anotar teorías".

"Pero si ves lo que Marx hizo con su vida verás que también fue un activista. Creó la Asociación Internacional de Trabajadores y estuvo involucrado en campañas de apoyo a trabajadores que estaban en huelga. Su grito de '¡Proletarios de todos los países, uníos!' es un verdadero llamado a las armas".

Nielsen cree que el verdadero legado de Marx es que "ahora tenemos una tradición de luchar por el cambio. Esto está basado en teoría marxista, aunque los que protesten no se consideren seguidores de Marx".

"¿Cómo lograron las mujeres el voto?", pregunta Nielsen. "No fue porque los hombres en el Parlamento sintieron lástima por ellas, sino porque ellasse organizaron y protestaron. ¿Cómo logramos el fin de semana sin trabajo? Porque los sindicatos se declararon en huelga para conseguirlo".

Parece que la lucha marxista como motor de la reforma social tuvo resultado. Tal y como dijo el político conservador británico Quintin Hogg en 1943: "Debemos darles reformas o ellos nos darán revolución".

5. Marx ya lo dijo: ten cuidado cuando el Estado y las grandes empresas tienen una relación muy cercana… y vigila lo que hacen los medios

¿Qué te parecen los lazos tan estrechos que tiene el Estado con las grandes corporaciones?

¿Y que Facebook haya facilitado los datos personales de sus usuarios a una empresa que se dedicaba a influir en las intenciones de los votantes?

Estas confluencias preocupan a muchas personas y quieren examinarlas más de cerca.

Pero adivina qué: Marx, junto con su amigo y compañero ideológico Engels, hizo exactamente eso en el siglo XIX.

Obviamente no repasaron los anales de las redes sociales, pero Valeria Vegh Weis, una profesora de criminología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigadora de la Universidad de Nueva York, dice que ellos fueron los primeros en identificar estos peligros y analizarlos.

"Ellos (Marx y Engels) analizaron con mucho cuidado las redes de cooperación que existían en aquel entonces entre gobiernos, bancos, empresas y los agentes clave de la colonización", dice Vegh Weis.

"¿Su conclusión? Si una práctica, deplorable o no, resultaba ser buena para los negocios y para el Estado- como por ejemplo la esclavitud como medio de promover el impulso colonial- entonces la legislación sería favorable para dicha práctica".

Las agudas observaciones de Marx sobre el poder de los medios de comunicación también son muy relevantes en el siglo XXI.

"Marx comprendía muy bien el poder que tienen los medios para influir la opinión pública. En estos días hablamos mucho de las "fake news", que es algo que Marx ya hizo en su tiempo", dice Vegh Weis.

"Estudiando los artículos que se publicaban llegó a la conclusión de que cuando los pobres cometían delitos, aunque fuesen menores, salían mucho más en la prensa que los escándalos políticos o los crímenes de las clases altas", precisa la experta.

La prensa era también un vehículo útil para dividir a la sociedad.

"Al decir que los irlandeses estaban robando trabajos a los ingleses, o al enfrentar negros contra blancos, hombres contra mujeres o inmigrantes contra locales, conseguían que los sectores más pobres de la sociedad luchasen entre ellos. Y mientras tanto nadie controlaba a los poderosos", añade Vegh Weis.

Y otra cosa… el marxismo en realidad vino antes que el capitalismo.

Puede que esta sea una declaración un poco descarada, pero considera esto: antes de que la gente realmente conociera el capitalismo ya había leído sobre el Marx.

La experta Linda Yueh dice que el término capitalismo no fue acuñado por Adam Smith, considerado un pionero de la economía.

Se piensa que el término se originó por primera vez en 1854 en una novela de William Makepeace Thackeray, autor de "Vanity Fair".

"Thackeray usó el término capitalista para denotar un "dueño de capital", explica Yueh.

"Así que puede que fuese Marx quien utilizase esta palabra por primera vez en su sentido económico en Das Kapital en 1867. Desde entonces se ha empleado como antónimo de marxismo. En cierto sentido, el marxismo vino antes que el capitalismo".

http://www.bbc.com/mundo/noticias-43975162

martes, 13 de junio de 2017

El trabajo infantil en 10 reportajes. Unos 168 millones de menores son víctimas del trabajo infantil en el mundo, según las últimas estimaciones de la Organización Mundial del Trabajo.

No tienen tiempo para jugar, ni mucho menos para ir a la escuela. En el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, recorremos el mundo, de Myanmar a Ghana, de Bangladesh a Turquía, para contarte a través de 10 reportajes publicados en Planeta Futuro la vida de los 168 millones de menores víctimas del trabajo infantil en el mundo, según las últimas estimaciones de la Organización Mundial del Trabajo

Los avances registrados en este ámbito son muy débiles: en comparación con el año 2000, hay un 40% menos de niñas trabajando y un 25% menos de niños, mientras que las tareas peligrosas también se han reducido, de 171 millones en 2000 a 85 millones hoy.

http://elpais.com/elpais/2017/06/09/planeta_futuro/1497008402_534611.html?por=mosaico

jueves, 16 de enero de 2014

¿Ilegal o parte de la cultura? El trabajo infantil divide a Bolivia

Veronica Smink BBC Mundo, Cono Sur

Se estima que 850.000 niños y adolescentes trabajan en Bolivia.

¿Deben o no deben trabajar los niños? Esa es la pregunta que tratan de responder por estos días los legisladores en Bolivia, país que está inmerso en una polémica sobre el trabajo infantil en la que hasta el presidente Evo Morales ha terciado diciendo que, por razones culturales, los menores deben trabajar para desarrollar "conciencia social", pese a que contraviene convenios internacionales suscritos por el país.

Se trata de un problema regional, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en América Latina y el Caribe 13 millones de niños forman parte de la fuerza laboral.

A pesar de que en 1973 el organismo adoptó un convenio que prohibió que los menores de 14 años trabajen, en muchos países que son miembros de la organización es muy común ver a menores empleados.

Tal es el caso de Bolivia, donde el 28% de los chicos de entre cinco y 17 años trabaja, según datos de la Defensoría del Pueblo. Si bien el país ratificó el convenio de la OIT en 1997, aún hay muchos que se resisten a imponer por ley una edad mínima para trabajar.

A fines de 2013, un grupo de niños y adolescentes trabajadores protestó frente a la Asamblea Legislativa luego que la Cámara de Diputados aprobara el llamado Código Niña, Niño, Adolescente, que ratifica los 14 años como la edad mínima para trabajar y establece un plan para erradicar el empleo infantil.

La protesta, que fue reprimida por la policía con gases, generó una polémica que llevó al Senado a suspender el debate del Código hasta mediados de enero y a convocar una reunión con los menores, que forman parte de la Unión de Niños, Niñas y Adolescentes Trabajadores de Bolivia (Unatsbo), una organización que agrupa a más de 10 mil chicos.

Empleo infantil en Bolivia
850.000 niños y adolescentes trabajan
87% desempeña oficios considerados peligrosos como la zafra y la minería
77% no recibe sueldo porque ayuda a la familia
(Fuente: Defensoría del Pueblo de Bolivia)

Esta semana, representantes de la Unatsbo fueron recibidos por la presidenta del Senado, Gabriela Montaño, a quien le solicitaron que no se ponga límite de edad para el trabajo independiente (como la venta callejera o el cuidado de vehículos) y se establezcan los 12 años como la edad mínima para el trabajo en relación de dependencia.

El propio presidente Evo Morales terció a favor de los menores, expresando su rechazo a imponer un límite de edad en el nuevo Código.

"Mi experiencia, mi posición: no debería eliminarse el trabajo de niñas, niños y adolescentes, pero tampoco deberían explotar o incitarlos a trabajar. Algunos trabajan por necesidad, pero además eliminar el trabajo de niños es como eliminar que tengan conciencia social", afirmó el mandatario tras reunirse con los jóvenes de la Unatsbo unos días antes de Navidad.

"En las áreas rurales, desde el momento en que se aprende a caminar uno ya presta un servicio a la familia. No es explotación, es sacrificado pero eso es vivencia misma", agregó el mandatario.

Cuestión cultural
Históricamente, el tema del trabajo infantil ha generado polémica en Bolivia y otros países andinos, como Perú, donde muchos creen que es normal que los niños colaboren desde pequeños con las tareas del hogar y ayuden a mantener a su familia.

"En esta región los niños son considerados parte activa de la sociedad y de la economía familiar y desde pequeños cumplen un rol en la comunidad", explicó a BBC Mundo una vocera de la oficina andina de Save The Children, una de varias ONG dedicada a promover los derechos de los niños que no considera que toda forma de trabajo infantil sea explotación.

Lo mismo piensa el presidente Morales, quien cree que el foco debería estar puesto en erradicar las prácticas abusivas de empleo infantil y no todo el trabajo realizado por menores.

El mandatario incluso ha resaltado varias veces su propia historia de vida, recordando cómo ayudaba a su familia a los seis años vendiendo helados, y también usó el ejemplo de sus propios hijos para recalcar los efectos beneficiosos que puede traer el trabajo para los niños y adolescentes.

Contó que envió a sus hijos Eva Liz, de 19 años, y Álvaro, de 17, a pastear llamas en los arenales de su pueblo natal, Orinoca, en el departamento de Oruro, para que aprendan sobre los orígenes de su padre.

"Un poco que conozcan cómo se vive y viven todavía, se trata de eso, no es un castigo, sino que conozcan", afirmó, tras admitir que sus hijos se habían quejado por tener que cumplir con esa tarea.

Los niños que piden trabajar
Pero mientras que los hijos de Morales se quejaron, otros niños reclaman el derecho de poder trabajar.

Por eso, en los últimos años en la región andina surgieron una serie de movimientos de niños trabajadores, como la Unatsbo, que funcionan como sindicatos de menores.

Según ellos, establecer límites de edad para el trabajo infantil no lo erradicará, sino que generará mayor trabajo clandestino.

Sin embargo la OIT rechaza este tipo de argumento.
"El Ministerio de Trabajo y los sistemas de protección de los niños son los responsables de realizar inspecciones y evitar el trabajo clandestino", dijo a BBC Mundo Guillermo Dema, especialista en trabajo infantil de la oficina regional de la OIT.

Según Dema, los argumentos que se utilizan para justificar el empleo infantil son similares a los que se planteaban en el pasado para rechazar la abolición de la esclavitud.

"Dicen que limitar el empleo infantil perjudicará a los niños así como antes decían que si se liberaba a los esclavos morirían de hambre, y que era mejor concentrarse en garantizar la calidad de su empleo", afirmó.

El especialista también consideró "una excusa" el tema cultural, afirmando que en los países del norte también se consideraba una práctica normal y aceptada que los niños trabajasen en siglos pasados.

Además, señaló que otros países andinos, como Colombia, Perú y Ecuador, han trabajado para abolir el empleo infantil, por lo que no se trata de una polémica regional.

"Trampa perversa"
Para Dema, el trabajo infantil es "una trampa perversa que perpetúa la pobreza y la exclusión social".

"El límite de edad de 14 años se impone para que los niños se concentren en su educación, que es la única forma en la que podrán salir de la pobreza", afirmó.
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE) solo el 2,5% de los niños que trabajan viven en condiciones de extrema pobreza.
Pero, ¿qué pasa con aquellos niños que trabajan por necesidad, como señaló Morales? Después de todo, Bolivia es uno de los países más pobres de Sudamérica y muchos menores trabajan para poder subsistir.
Según el funcionario de la OIT, la solución pasa por priorizar los recursos de otra manera.

"Honduras y Nicaragua lograron reducir el empleo infantil, a pesar de no ser países ricos", ejemplificó Dema.
Para el experto, es responsabilidad del Estado garantizar el derecho a la educación.

"Una nación que no apuesta por la educación y depende de la contribución del trabajo de los niños para su desarrollo es un país no está estableciendo bien sus prioridades", criticó.

La Asamblea Nacional de Bolivia anunció que se crearán dos comisiones para estudiar posibles ajustes al Código Niña, Niño y Adolescente.

Si Bolivia decidiera eliminar o reducir la edad mínima para el empleo infantil quedaría en violación de varios tratados internacionales que subscribió, entre ellos el de la OIT.
Fuente: BBC.

martes, 24 de septiembre de 2013

El trabajo infantil cae un tercio desde 2000, pero afecta aún al 11 por ciento de los niños

Agencias

Las cifras de trabajo infantil se han reducido en un tercio entre 2000 y 2012, pero todavía 168 millones de menores en todo el mundo se ven obligados a trabajar, lo que supone el 11% de la población infantil, según los últimos datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Los niños que desempeñan trabajos peligrosos, que ponen en peligro su salud, seguridad o moralidad, representan casi la mitad del total de menores que trabajan, hasta los 85 millones, revela el informe “Progresos contra el trabajo infantil”, presentado hoy en Ginebra.

Éste es el “desafío más urgente” que encara la comunidad internacional, según se afirma en este informe, que muestra avances en este sentido, ya que el número de niños de 5 a 17 años en trabajos peligrosos, disminuyó en más de la mitad en estos doce años, pasando de 171 a 85 millones.

“Estamos avanzando en la dirección correcta pero todo apunta a que será difícil alcanzar el compromiso de la comunidad internacional de eliminar por completo toda forma de trabajo infantil peligroso antes de 2016”, subrayó el director del Programa Internacional para la eliminación del trabajo infantil de la OIT, Constance Thomas.

Entre 2000 y 2012 -periodo de análisis que abarca el estudio- se redujo en 78 millones el número de menores en situación de trabajo infantil, casi un tercio menos respecto a los 246 millones que trabajaban en el comienzo del milenio.

Este avance es mucho más pronunciado en el caso de las niñas, con un descenso del 40 % desde el 2000, frente al 25 % entre los niños.

La participación de los niños en el trabajo infantil es mucho mayor, con 99,8 millones de niños frente a los 68,2 millones de niñas, aunque desde la OIT advierten de que estos datos podrían subestimar la implicación de las niñas porque no incluyen las tareas domésticas, bien en el hogar familiar o de terceros.

Por grupos de edad, son los niños de 5 a 11 años los que más sufren el trabajo infantil, 73 millones de niños, que representan el 44 % del total de menores obligados a trabajar y son el colectivo “más vulnerable a abusos y cuya educación corre más peligro”.

El mayor descenso del trabajo infantil se observó durante los últimos cuatro años (2008-2012) del periodo examinado, cuando el número de niños en esta situación disminuyó en 47 millones, pasando de 215 a 168 millones, y la cifra de menores en trabajos peligrosos se redujo en 30 millones, desde los 115 a los 85 millones.

Es un progreso “muy positivo”, pues se temía que la crisis mundial de 2008-2009 y sus secuelas produjeran un incremento en el número de familias que recurren al trabajo infantil como forma de subsistencia.

Según la OIT, esto no ha ocurrido por dos motivos; por un lado, porque “las economías en desarrollo se recuperaron más rápido de sus efectos”; por otro, porque “el lento crecimiento posterior ha reducido la demanda de mano de obra, incluida la de menores”.

“A medida que estas economías se recuperen, habrá que vigilar que no recurran al trabajo infantil para salir adelante”, indicó Thomas.

La región de Asia-Pacífico acapara el mayor número de niños en situación de trabajo infantil, casi 78 millones (9 % de su población infantil); aunque es también la región donde más descendió en los últimos cuatro años, un 31 %.

El África subsahariana registra la tasa más alta en términos porcentuales, ya que los 59 millones de niños que allí trabajan suponen el 21 % del total de la población infantil de la región.

Aunque las cifras son más bajas en América Latina, con 12,5 millones de niños en situación de trabajo infantil, el 9 % del total; se trata de la región donde menos avances se han conseguido en los últimos cuatro años, con un descenso de sólo el 11 % desde 2008.

En Oriente Medio y el Norte de África hay 9,2 millones de niños trabajadores, un 8 % de su población infantil.

La agricultura es, con diferencia, el sector que más niños emplea, más de 98 millones, que suponen el 59 % del total de menores forzados a trabajar.