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sábado, 4 de julio de 2020

:. Explotación infantil a través del trabajo: un fenómeno contemporáneo de esclavitud

:: La explotación infantil es la utilización de menores de edad por parte de personas adultas, para fines económicos o similares, en actividades que afectan a su desarrollo personal y emocional y al disfrute de sus derechos. Es altamente perjudicial y su erradicación, un desafío mundial.

No todo trabajo infantil es explotación
El trabajo infantil es esclavitud cuando ese trabajo interfiere con su educación y cuando se origina por condiciones de vulnerabilidad.

Conflictos armados, orfandad, catástrofes naturales y situaciones de pobreza son frecuentemente aprovechados por auténticas mafias y redes organizadas de explotación infantil.

No es esclavitud cuando se dan tareas apropiadas, que inciden en fomentar las habilidades y responsabilidades del niño.

Por ello, en el debate sobre trabajo y explotación infantil, hay que hilar fino y atender específicamente a qué actividades se dedican los niños y las niñas.

La extrema pobreza tiene la forma de un niño trabajando
La explotación infantil es, al mismo tiempo, consecuencia y causa de la pobreza, y en ella se aúnan todas las miserias.

Lleva a los niños al sótano en el ascensor social, fomenta mayores índices de analfabetismo, provoca enfermedades y malnutrición, y contribuye a su envejecimiento precoz.

Los niños provenientes de los hogares más pobres y de zonas rurales son sus principales víctimas. Se calcula que a nivel global hay cerca de 152 millones de niños y niñas trabajando indebidamente.

Casi la mitad de ellos, 72 millones, realizan trabajos peligrosos, sobre todo en África subsahariana, en Asia y el Pacífico, y en América Latina y el Caribe.

Los derechos del niño, socavados por la explotación
Los factores culturales, el nivel socioeconómico de la familia y las políticas públicas de apoyo a la infancia son determinantes para que se produzca este fenómeno. De hecho, en algunos países, son los propios progenitores quienes inciden en prácticas de explotación laboral.

Para Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), hay trabajo infantil inapropiado cuando se obliga al niño a trabajar a una edad muy temprana, en jornadas excesivas, en condiciones de estrés, en ambientes inapropiados, con exceso de responsabilidad, y bajo salario, sin acceso a la educación, y minando su dignidad y su autoestima; en suma, dificultando su pleno desarrollo social y psicológico.

La explotación infantil existe aunque la Convención de los Derechos del Niño contemple que “la humanidad debe al niño lo mejor que puede darle”, y esto es lo que le ayudará a “desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente, en forma saludable, en condiciones de libertad y de dignidad”, debiendo ser protegidos “contra toda forma de abandono, crueldad y explotación”. Hay que hacer algo al respecto.

Uno de los métodos más efectivos para intentar que los niños y las niñas no comiencen a trabajar demasiado temprano es establecer la edad laboral mínima por ley, pero con eso no basta, el control efectivo es esencial, y el apoyo a las familias en riesgo de exclusión, fundamental.

La OIT (Organización Internacional del Trabajo) alerta del riesgo de que la crisis provocada por la pandemia empuje al mercado laboral a gran número de niños y niñas para ayudar a la subsistencia de sus familias.

Los tipos de explotación infantil: los sectores de la esclavitud
La tolerancia al trabajo infantil en el ámbito de la economía sumergida, en lugares clandestinos y muchas veces insalubres, y la falta de contratos y por tanto de derechos laborales, convierte a los niños en víctimas propiciatorias para la explotación, la humillación y el maltrato.

Es lo que ocurre con las niñas maquiladoras del norte de México, que trabajan largas jornadas en fábricas, sobre todo textiles, a destajo, y a cambio de salarios de hambre.

O en Asia, con los niños explotados en fundiciones, extrayendo cargas de cristal de hornos a altas temperaturas y sin condiciones de seguridad, sufriendo graves secuelas por fatiga calórica, quemaduras, mermas auditivas, o lesiones oculares por las partículas de vidrio en suspensión, sílice, plomo y vapores tóxicos.

O en África, donde la explotación infantil se da pequeñas zonas mineras, en las que sufren trastornos de salud por la falta de medidas de protección en condiciones adversas, no solo por la tensión física, sino también por lesiones causadas por la desproporción entre su capacidad de resistencia y la carga de trabajo. Igual ocurre en las canteras de países sudamericanos, como Perú o Guatemala.

O en los talleres de curtido y artesanías, en los que pasan largas horas en cuclillas, como ocurre en el tejido de alfombras o elaboración de calzado, además de enfermedades respiratorias, por falta de higiene y exceso de polvo y residuos, les provocan enfermedades por los productos químicos, como benceno, tintes y adhesivos.

Pero en la explotación infantil también hay roles de género: el servicio doméstico es la explotación de las niñas (como las petite bonne marroquíes), especialmente de zonas rurales y pobres, cuyos progenitores las entregan a familias adineradas, con la esperanza de que tengan mejores condiciones de vida pero, en cambio, son esclavizadas y no se les permite acceder a la educación.

La agricultura, la ganadería y la pesca también pueden ser formas de explotación infantil, viéndose expuestos a agentes químicos (fertilizantes o plaguicidas tóxicos, como en las plantaciones de soja), y obligados a una dedicación extenuante.

En muchas ciudades, niños y niñas son vendedores ambulantes de baratijas, alimentos, participantes de un sector de la economía sumergida en el que la calle acaba convirtiéndose en su hábitat.

Trabajadores infantiles dignificando su condición
Pero muchos trabajadores infantiles y adolescentes han conseguido organizarse en movimientos asociativos (Niños, Niñas y Adolescentes Trabajadores, NATs) y luchan por que se diferencie el trabajo infantil de la explotación.

Además, rechazan que actividades ilícitas como la mendicidad, la prostitución o la delincuencia se identifiquen con las que para ellos son su medio de vida y la única oportunidad, en sus países y su situación, de ayudar a sus familias y salir adelante.

Estas agrupaciones reivindican que se les permita trabajar en condiciones dignas, defendiendo que su trabajo contribuye a su madurez progresiva y su responsabilidad en la adquisición de destrezas, como en el caso de los aprendices.

Propuestas de reflexión
Aunque existe una pugna entre las estrategias de abolición del trabajo infantil promovidas por los organismos internacionales y la realidad de muchos niños, niñas y adolescentes, también hay un irrefutable punto de consenso: se debe erradicar la pobreza infantil.

La falta de compromisos políticos firmes por parte de los gobiernos, la inexistencia de una legislación homogénea y efectiva, y la ausencia de políticas sociales con perspectivas de infancia siguen impidiendo la erradicación de la explotación infantil.

Hay que poner el acento, la lupa, especialmente en los sectores en los que adultos esclavistas emplean a niños y niñas: las fábricas de cerillas y fuegos artificiales, las alfarerías o los jinetes de camellos en Oriente Medio, son ejemplos gráficos de los fenómenos denunciados.

A veces la presión internacional lo único que ha conseguido ha sido una mayor desprotección para los trabajadores infantiles. Grupos empresariales del textil, tras recibir acusaciones por el empleo de mano de obra infantil en Asia, han optado por incentivar códigos internos de conducta y echar a los niños y las niñas de sus factorías, sin preocuparse por su destino ni el de sus familias.

Todos somos responsables y, por tanto, culpables, al comprar sin pensar en qué manos hicieron ese producto más barato, o pasear por una ciudad obviando el hecho de que hay niños y niñas trabajando en las calles, cuando deberían estar en el colegio.

Hace falta conciencia y acción por parte de todos
Las familias, la infancia y la adolescencia, deben tener acceso a herramientas que les permitan acceder a unas condiciones de vida dignas.

A la vez, se debe sensibilizar al conjunto de la sociedad para que denuncie, reaccione y repruebe el trabajo infantil inaceptable y cualquier otra forma de explotación (también la trata y el tráfico de personas).

Luego hay que dar un paso más. De la sensibilización y el compromiso hay que avanzar hacia una educación universal de calidad y a un compromiso real por la erradicación de la pobreza infantil. Una meta estrechamente ligada con el octavo ODS: acabar con el trabajo infantil para 2025.

Entre lo macro (acabar con la pobreza y el subdesarrollo) y lo micro (fomentar iniciativas locales contra la explotación laboral infantil) se encuentra el camino de los derechos humanos y de la infancia.

Carlos Villagrasa es profesor titular de Derecho Civil de la Universidad de Barcelona, en España, y presidente de la Asociación para la Defensa de los Derechos de la Infancia y la Adolescencia (ADDIA).

Fuente:
http://www.ipsnoticias.net/2020/06/explotacion-infantil-traves-del-trabajo-fenomeno-contemporaneo-esclavitud/

domingo, 23 de febrero de 2020

_- Tú no harás nada en la vida.

_- He viajado a Ceuta invitado por la Unidad de Programas Educativos del Ministerio de Educación. Un hermoso viaje en helicóptero desde Málaga sobrevolando la Costa del Sol y el estrecho de Gibraltar. Y, al día siguiente, el regreso de noche con el suelo alfombrado de aguas y de luces. Pero lo más hermoso estuvo en los asistentes a las dos sesiones. Una de profesores y profesoras y otra de directivos y directivas de los colegios e institutos de la ciudad. Emocionantes actividades para mí al comprobar la expectación y la vibrante respuesta a los planteamientos que compartimos.

Al final de una de las sesiones estuve charlando con una profesora que, entre lágrimas, tuvo a bien compartir conmigo su historia. Le pedí que la escribiera para poder alertar a otros docentes verdugos y prevenir a otros alumnos y alumnas que pueden ser víctimas como ella. Afortunadamente, con su esfuerzo y su rabia, ella salió de un pozo profundo al que fue arrojada por la actitud irresponsable, insensible y cruel de quien tenía el deber de animarla y cuidarla.

Habla Watlawick de las profecías de autocumplimiento. La profecía de un suceso, dice, suele convertirse en el suceso de la profecía. Pero ella rompió el pronóstico y destrozó la profecía. Ella es ahora una maestra entusiasta que está haciendo realidad un sueño. Como ella cuenta, de niña llevaba a casa trozos de tiza y con ellos le explicaba a sus muñecos, en un teatro anticipatorio, lo que les deseaba enseñar. Le cedo la palabra a la protagonista a la vez que agradezco desde aquí la autorización explícita que me concedió para hacer pública su experiencia. Nadie lo puede contar mejor que ella.

“La vida pasa demasiado rápido a veces. Quizás sin darnos cuenta. Y cuando echamos la vista atrás vemos todo lo que hemos avanzado, todos los miedos superados, todos los fracasos convertidos en éxito.

A mis casi 28 años puedo decir que he tenido una vida bonita, pero con algunos momentos desagradables, sobre todo en mi adolescencia.

Durante años he sufrido acoso no solo en el colegio sino también en la calle. Supongo que es algo contagioso. Cuando alguien ve a un sujeto débil y sensible, lo fácil es atacar e imitar al resto.

Todo empezó en la secundaria, en el momento que pasé a primero de la E.S.O. El paso de la primaria a la secundaria siempre es algo lleno de ilusión, al menos para mí, ya que me encanta aprender cosas nuevas. Siempre me había encantado ir colegio. Pero no siempre trae buenas cosas. La etapa del desarrollo, la aparición de acné y ser una persona a la que nunca le ha gustado destacar sino mantenerse siempre en segunda fila, me pasaron factura y como ya he contado antes trajeron consigo el acoso. Yo, que era una niña de sobresaliente, empecé a bajar mis notas un poco, pero seguía siendo buena estudiante.

Llegué a segundo y mis problemas con mis compañeras iban a peor, pero nadie hacia nada. Recuerdo un día en clase con el profesor de Lengua y Literatura, estuvimos trabajando una redacción que hablaba del futuro, nos preguntaron en clase qué queríamos ser de mayores. Yo, sin ninguna duda, le dije que quería ser maestra. Siempre fue mi sueño. Recuerdo que cuando era niña robaba las tizas del colegio y me las guardaba en los bolsillos. Cuando llegaba a casa me metía en mi cuarto y pintorreaba mis armarios con cualquier cosa interesante para contarle a los muñecos. Era una adolescente llena de vida y de sueños, sueños que casi me arrebatan porque a veces las palabras duelen y te hacen pensar que no vales o que no eres capaz de hacerlo.

Empecé a bajar las notas, incluso a suspender algún examen, eso en mí era casi imposible y este profesor, este docente que sabía que su alumna no lo estaba pasando bien y que tenía sueños, se los destruyó en un minuto diciendo: “En esta clase hay gente excelente como Ana (llamémosla así) que conseguirá todo lo que se proponga y gente mediocre como fulanita (yo) que empezará pronto a suspender asignaturas y no hará nada en la vida” (Recordar este comentario en una clase donde la gente, no toda, se reía de mi, fue demoledor).

Por cierto, se me ha olvidado comentar que debido a este bullying desarrollé un trastorno compulsivo que consistía en que cuando me daba ansiedad cogía mi goma de borrar y me ponía a manosearla compulsivamente. Cuando me veían las niñas de mi clase, (porque por aquel entonces el colegio solo era femenino) se oía a una decir: miradla, ya está otra vez con la gomita.

Volviendo a la historia principal, el profesor me acaba de decir que soy mediocre y que seguramente no haga nada en la vida. Me vengo abajo, pero aguanto las, lágrimas me aferro a mi goma y dejo pasar las horas y los días pensando que un día esa profecía iba a ser autocumplida.

Llegué a cuarto de E.S.O. y me quedaron para junio tres asignaturas. Era excelente en mi casa, todo lo sabía hacer bien. Pero mi inseguridad en clase era tan grande que no daba pico en bolo y me quedaba en blanco casi siempre. Además, desarrollé una ansiedad que a día de hoy sigo arrastrando. Solo un maestro era capaz de ayudarme sin decir nada. El resto parecía que no quería darse cuenta que en clase no estaba bien; mejor dicho, no me trataban bien.

Llegamos a junio, aprobé las asignaturas y pude pasar un verano tranquilo, pero lo bueno, mi racha buena estaba por llegar. Por suerte, las niñas que había en mi clase eran de familias de un nivel socioeconómico alto, y todas (sobre todo la que más se reían de mi) se fueron a un centro privado a hacer bachiller. Como mis padres no podían permitírselo a mí me llevaron a un instituto público cerca de casa. Siempre lo digo y lo seguiré diciendo, fueron los dos mejores años de mi vida, volví a ser yo, volví a mis buenas notas, empecé a participar en clase. Me di cuenta de que mi luz, que yo creía fundida, simplemente estaba apagada y se volvió a encender, esta vez con mucha más fuerza. Terminé bachillerato con una media de 9´38 y selectividad con un 8’6. Podría haber elegido cualquier carrera, pero elegí magisterio porque era mi sueño, no me imagino a día de hoy trabajando de otra cosa, creo que es la carrera más bonita del mundo. Cuando llegué a las prácticas, elegí el cole donde estuve siempre, porque es un buen colegio a pesar de mi historia. El psicólogo me dijo que era raro que quisiera volver a un sitio donde lo pasé tan mal. Mi respuesta fue: quiero demostrar que valía para esto.

Antes de terminar mi carrera empecé a trabajar en una academia de inglés. El año pasado fue mi primer año de tutora en un colegio en el que sigo contratada a día de hoy.

Soy insegura, valiente y feliz.

Nunca dejéis que fundan vuestra luz. Ni dejéis a vuestros niños que se fundan. Termino con una cita de Louis L. Hay: “Enseña con amor porque no sabes de qué tormentas vienen tus alumnos. A veces, el único lugar seguro que los alumnos tienen es cuando están contigo y tu ejemplo.”

Gracias mamá, papá y hermana por no dejarme caer. (Mis padres no conocían esta historia hasta hoy, nunca tuve fuerzas suficientes para contárselo, ya lo estaban pasando bastante mal por mi situación)”.

Se dirige luego a mí para agradecer la inspiración y “por darme voz para contar mi historia”. No hay de qué. Yo solo he actuado de notario. Solo tengo palabras de reconocimiento, de admiración y de afecto para quien supo darme una hermosa y valiente lección de vida.

 https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/02/01/tu-no-haras-nada-en-la-vida/

lunes, 14 de noviembre de 2016

¿‘In vino veritas’?

SE DICE que los niños, los locos y los borrachos dicen la verdad, que el alcohol elimina las inhibiciones y permite que todas las opiniones fluyan sin censura. Sin embargo, no es el alcohol el que crea y alimenta nuestras opiniones. Tendríamos que definir si realmente cuando hablamos siendo niños, o cuando lo hacemos bajo los efectos de sustancias o estados psíquicos que favorecen la desinhibición –como la psicosis o, simplemente, la ansiedad o la ira–, hablamos “sin censura” o lo hacemos “con madurez”.

La  formación de un sistema de valores es un procedimiento dinámico, individual, rico en matices y que consta de una serie de elementos que vamos adquiriendo a lo largo de toda la vida.

En la infancia nuestras opiniones son muy limitadas. Adquirimos nuestros valores y no los ponemos en duda, no nos los planteamos, los damos por ciertos ya que todavía no tenemos capacidad de juicio; prácticamente solo contamos con los pareceres de nuestra familia más próxima, en general las de nuestros padres.

Más tarde, llegan las de la escuela, profesores y compañeros. Por cierto, es característico de estas etapas que vayamos dando por aceptables únicamente los valores de nuestro entorno pues todavía no tenemos un criterio propio y son los de estas personas cercanas los que nos aportan la necesaria sensación de pertenencia a un grupo: creencias políticas más o menos radicalizadas, gustos musicales o una manera de vestir que de una u otra forma nos posiciona.

Más adelante vamos enriqueciendo nuestro “estar en el mundo” con lecturas, conversaciones, canciones, viajes, películas…, multitud de estímulos imposibles de resumir que van dejando una impronta.

Para que con todos los estímu­los que vamos recibiendo a lo largo de la infancia, la adolescencia y la madurez se vaya generando un criterio propio es imprescindible la reflexión. Es un proceso continuo, circular. A medida que el hombre madura y se enriquece el criterio, nos hacemos más reflexivos y más sensatos.

Sin embargo, aquellos valores que adquirimos en la infancia y en la adolescencia y que posteriormente pusimos en duda después de llegar a nuestras propias conclusiones, tal vez opuestas a aquellas que nos enseñaron de niños, esos principios aprendidos, de algún modo, permanecen almacenados en el cerebro.

LOS VALORES QUE ADQUIRIMOS EN LA INFANCIA Y EN LA ADOLESCENCIA PERMANECEN ALMACENADOS EN EL CEREBRO

La reflexión y la madurez los descartan como propios. Consideran que nos fueron dados y llega un momento que nos parecen primitivos. Decidimos, por nuestra propia voluntad, que no son válidos para la persona que somos en la actualidad. Tal vez lo fueran para aquel niño, para aquel adolescente y en aquel contexto social, familiar y cultural, pero no lo son para este adulto reflexivo, sensato y educado.

A medida que maduramos vamos añadiendo límites, acotando situaciones, definiendo circunstancias y tomando decisiones sobre cómo actuar, qué decir, qué hacer en función de quiénes somos y qué queremos conseguir teniendo en cuenta cuáles son nuestros valores. De este modo, el cerebro funciona en constante conflicto.

La sospecha de que sustancias como el alcohol o estados psíquicos de desinhibición como la ansiedad o la ira liberan creencias más primitivas del ser humano es antigua. El Talmud babilónico contiene una frase lapidaria: “Entró el vino y salió un secreto”, y dice después: “En tres cosas se revela un hombre: en su copa de vino, en su bolsa y en su cólera”. Según el historiador romano Tácito, los pueblos germánicos aconsejaban beber alcohol a sus políticos para impedir que estos mintieran en los consejos. De hecho, la expresión In vino veritas, de Plinio el Viejo, no es más que la traducción de la expresión popular En oino álétheia, acuñada por el poeta griego Alceo de Mitilene.

No cabe duda de que en ocasiones la desin­hibición que producen el alcohol, la ira, la ansiedad o la inmadurez pueden hacernos revelar “verdades” que no somos capaces de expresar cuando dominamos nuestra consciencia. Lo que se debe distinguir es si en ese estado de llamémosle liberación, exteriorizamos cosas que hubiésemos preferido callar o lo que provoca es que olvidemos por un rato una opinión que ya hemos elaborado, madurado y reflexionado. Algo, esto último, que nos puede situar en una posición peligrosa o dañina.

No todos sabemos o podemos

- La etapa de reflexión en la que nos cuestionamos las enseñanzas y la educación recibida es, casi por definición, un periodo difícil y de soledad. Pero también se trata de un momento clave porque a partir de entonces el núcleo de nuestro pensamiento dejará de ser la opinión heredada y comenzará a ser la propia. A partir de entonces nuestro criterio debe permanecer permeable pero no dependiente de las opiniones de los demás. No necesitamos líderes de opinión, sino ideas que enriquezcan las nuestras, las maticen o incluso las contradigan.

- Si bien es cierto que esta fase es necesaria y enriquecedora, no es tarea fácil porque se puede sentir que se traiciona a la tradición recibida y porque siempre resulta más cómodo no tener que repensar nuestra identificación y pertenencia a un grupo. Una buena parte de la población permanece estática en esa herencia. El gran riesgo de quien no se toma la molestia de crear su propio mundo ideológico y sus principios es que se convierten en las víctimas más fáciles para la radicalización, el conservadurismo extremo o el populismo.
Lola Morón
Fuente: http://elpaissemanal.elpais.com/confidencias/in-vino-veritas/#leer