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domingo, 6 de enero de 2019

_- Entrevista al escritor Anand Giridharadas. Cuando los superricos simulan salvar el mundo

Anand Giridharadas, autor de ‘Los ganadores se lo llevan todo’, habla de un nuevo modelo de activismo filantrópico que impulsa panaceas neoliberales y tecnológicas para males sociales

El nuevo libro de Anand Giridharadas, Los ganadores se lo llevan todo (Winners Take All), es un estimulante relato sobre cómo las fuerzas del capital han convertido la reforma social en otro ejercicio de disrupción de mercado gestionado por la élite. Giridharadas narra la movilización de un nuevo modelo de activismo filantrópico que denomina “MundoMercado”: una red de patrocinadores con mucho dinero que se extiende de Davos a Aspen, pasando por Silicon Valley, y que impulsa panaceas neoliberales y tecnológicas para males sociales, como por ejemplo microcréditos y escuelas concertadas. Giridharadas conoce de primera mano la mentalidad y las convenciones sociales de “MundoMercado”, ya que es un antiguo analista de la consultora social McKinsey & Company, un antiguo miembro del Aspen Institute y un veterano del circuito de charlas TED. Hablé con él la semana pasada, tras una charla sobre el libro que distaba mucho del estilo TED y que ofreció en la librería Politics and Prose de Washington.

Chris Lehmann: Estaba pensando en el ejercicio de imaginar un mundo perfecto que propusiste anoche, en el que invitaste al público a imaginar a Mark Zuckerberg como si fuera un auténtico traidor de clase. En principio, el último gran traidor de clase fue Franklin Delano Roosevelt (FDR), autor de la infraestructura del New Deal que nuestra élite política lleva destruyendo los últimos cuarenta años. La mayor parte de sus biógrafos está de acuerdo en afirmar que traicionó a su clase porque contrajo la polio. Viajó a Georgia para someterse a un tratamiento con baños y allí entró por primera vez en contacto real con la pobreza rural, y lo hizo en un contexto en el que su enfermedad le dejó al mismo nivel de sufrimiento que los pacientes pobres de polio que se encontró. En cambio, actualmente tienes a Mark Zuckerberg, que el año pasado organizó un simulacro de campaña presidencial, durante el cual daba la impresión de estar totalmente perdido cuando acudió a una granja de vacas o a una cena en el campo de Iowa. En potencia, la traición de clase es una fuerza muy poderosa, pero ¿cómo se consigue sacar a los multimillonarios de hoy en día de sus burbujas autoimpuestas, sin que haga falta reintroducir el virus de la polio?

Anand Giridharadas: Yo no era consciente de ello cuando empecé a preparar el libro, pero ahora, cuando miro atrás y pienso en las distintas personas sobre las que he escrito, me doy cuenta de algo muy interesante: hay gente en el interior de estas ciudadelas de poder que por cuestiones de identidad personal han conocido el lado negativo de la ecuación de poder, ya sea porque son negros, gais, mujeres o por el motivo que sea, poseen una doble conciencia sobre el sistema. Darren Walker [director de la Ford Foundation] es un buen ejemplo. Está donde está porque cree a pies juntillas en lo que hace. En cierto modo, Darren piensa que si metes a Robert Rubin en una sala, que si metes a Roger Altman [banquero de inversión] en una sala, mejoras el mundo. Creo que lo piensa de verdad. Y también creo que piensa que las salas llenas de este tipo de gente están llenas de mierda y nunca cambian nada. Creo sinceramente que es capaz de pensar esas dos cosas al mismo tiempo, porque ha comprobado la veracidad de ambas situaciones. Y, en cierto modo, las dos son verdad.

CL: Sin embargo, sola una paga su sueldo.

AG: Sí, pero la otra es responsable de su existencia en la Tierra. Y Darren es una de esas personas, de las que hablo en el libro, que aún recibe mensajes de texto de sus primos encarcelados con el mono naranja. Por eso Darren nunca ha podido olvidar las pretensiones y las gilipolleces de la gente con la que comparte oficina cada día. Eso no es exactamente traición de clase, pero es uno de los puntos de los que podría partir, y si llegara a producirse una oleada (si se produjera el tipo de movimiento reformista que defiendo) haría falta un poco de eso. Puede que ni siquiera haga falta tanta gente. Quiero decir, unas pocas personas importantes lograrían marcar la diferencia. Creo que se debe buscar ese tipo de gente con doble conciencia. Por eso puede que no sea un hombre blanco, puede que no sea Zuck o Bezos, pero hay mujeres que han ganado mucho dinero en esa órbita, hay personas de color que han ganado mucho dinero en esa órbita, y creo que ese es un lugar donde se puede empezar a buscar. Por mencionar solo mi propia experiencia, yo he hablado con muchísimas personas en privado, y lo que te voy a decir no aparece en el libro, pero la persona más interesante de Facebook es la que se sienta en esa reunión cada día con otras siete personas que creen firmemente que Facebook está liberando a la humanidad, y es esa octava persona que no está tan segura, porque ha visto el poder que tienen estas herramientas para ayudar de verdad a las personas vulnerables y que piensa: “Dios mío, esta gente está loca”.

CL: Sí, pero ¿cómo abordar el control de algo como Facebook? Como dijiste en tu charla de anoche, los senadores no saben por dónde empezar la tarea de regularlo; se ha convertido en algo así como una versión monopolista de una ciudad-estado autónoma.

AG: Creo que la esperanza fundamental de mi libro, y solo me di cuenta de esto a medida que avanzaba con él, es que resulta mucho más fácil decir: “Esto es interesante”, que decir: “Oye jefe, creo que todo lo que rodea a nuestra organización es un fraude”. Para alguien de veinticinco años es difícil decir: “En esta empresa todo es una mierda”; sin embargo, es mucho más fácil decir: “Oye jefe, han publicado un artículo en el Times este fin de semana, no es que esté de acuerdo con todo lo que dice, pero es interesante. A lo mejor deberíamos reaccionar”. Y creo que un libro, o este tipo de intervenciones culturales, puede conseguir eso, enganchar a las personas que están en esas órbitas y hacer que cambien su forma de pensar sobre lo que hacen y conectarlas entre ellas.

CL: Sinceramente, veo un motivo para la esperanza (pese a que no soy muy optimista acerca del futuro) en la explosión de interés que estos temas han despertado entre las nuevas generaciones. También creo que dentro de la burbuja de Washington D.C. la gente no entiende el nivel de desencanto con Obama que existe entre los jóvenes reformistas. El movimiento de Sanders apeló a ese desencanto, haciendo de la desigualdad un tema central.

AG: Correcto, hablaba de todo lo que Obama no pudo solucionar a pesar de toda la esperanza y los cambios.

CL: Y lo más sorprendente es que en 2008 los demócratas consiguieron incluir al movimiento joven en sus filas, ya que comprendieron que les aportaba una enorme ola de votantes motivados que podrían elevarlos al podio, pero en 2016 se esforzaron de forma deliberada en expulsarlos.

AG: Sí, debo decirte que mi experiencia con este libro me ha sorprendido mucho a la hora de ver quién necesita una explicación de un minuto y quién necesita una explicación de siete segundos. Y ha sido un poco al revés de lo habitual, en mi experiencia. Cuando estoy en el este de Ohio y digo: “Esto va de gente rica fingiendo que salva el mundo”, me interrumpen y saltan: “Ah sí, Mark Zuckerberg”. Lo pillan porque están en el lado equivocado del falso cambio desde hace treinta o cuarenta años. Las personas de diecinueve o veinte años también tardan siete segundos en entenderlo. Pero las personas que viven en los barrios acomodados de Washington D.C. se sorprenden al escuchar que el dinero que manda a África su fondo de inversión no sirve para hacer que el mundo mejore.

CL: Así es; es verdad que los recién graduados están metidos en deudas aplastantes y que la marginada clase trabajadora del este de Ohio sabe que los han jodido, pero las instituciones permanecen en manos de las fuerzas que describes en tu libro como “MundoMercado”, gente que puede tener buenas intenciones, pero que en realidad están alimentando este mundo sin saberlo.

AG: Sí, pero volviendo al asunto de la traición de clase, podrían pasar un par de cosas, siendo optimistas. Chris Hughes [el cofundador de Facebook] es un ejemplo de alguien dentro del MundoMercado que posee una perspectiva interesante. Ya sabes, creo que Chris Hughes no tendría problemas en vivir en una sociedad que fuera más severa con personas como Chris Hughes. Una cuestión es, ¿podemos hacer que algunos de esos grandes donantes cambien su forma de donar? Por ejemplo, creo que Bill Gates, con todo el dinero que dona para educación (y lo podría hacer mañana por la mañana después de leer esta entrevista), podría donar algo así como mil millones de dólares… Hay un caso del Tribunal Supremo [San Antonio ISD contra Rodríguez] que dictó [en 1973] que la igualdad de financiación de las escuelas públicas no es un derecho, que la Constitución no prohíbe la discriminación de clase. El componente de la clase en todo esto no va a cambiar; si quieres darle la vuelta a esto tienes que hacerlo a través de la raza. Es difícil, pero probablemente haya pocas decisiones judiciales que sea tan importante revocar.

CL: Bueno, Citizens United…

AG: Sí, hay varias; pero esa [San Antonio contra Rodríguez] es una decisión en la que existe un evidente caso de bien y mal. No creo que ni siquiera los conservadores de derechas puedan defender sin saltarse sus principios que un niño de seis años reciba una educación de menor calidad a causa del valor de la casa que poseen mamá y papá.

CL: Sin embargo, sí lo hacen, y ese es el statu quo actual.

AG: Pero nunca lo defienden en voz alta. La defensa que se hace de Citizens United se basa en una convicción ardiente y sincera en que el gobierno no debería poner freno a la libertad de expresión. No estoy de acuerdo en lo que dicen, pero creo que lo defienden de manera sincera. Nunca he escuchado a un rico [afirmar] que un niño de seis años merece una educación peor por lo que vale su casa. La respuesta siempre es: “Bueno, es complicado, no es fácil…”.

CL: Pero sí que dicen: “Bueno, hay una patología familiar, una cultura de pobreza que genera esos resultados tan dispares, y ahí el Estado no puede intervenir de manera constructiva”.

AG: Pero aun así no es una defensa ruidosa, de principios fundamentales, que diga “este es el mejor mundo”. El New York Times publicó hace poco un artículo sobre algunas de las demandas judiciales atascadas en los tribunales que intentan revertir esa decisión judicial. Si dedicas mil millones de dólares a mover ese juicio en el Tribunal Supremo, es un ejercicio de poder probablemente excesivo para una sola persona, pero tendría que trabajar con demandantes de verdad, tendría que trabajar con el Estado de derecho, tendría que trabajar con un tribunal de verdad. Y si ganas ese caso, el sistema en Estados Unidos habrá cambiado, de la noche a la mañana.

CL: Cierto, pero mi lado cínico cree que eso no sucederá porque no alimenta la vanidad de Bill Gates. Eso, como tú sostienes, es lo que estimula a los grandes capitales que están detrás del movimiento de las escuelas concertadas, que es una reforma escolar sin ningún valor objetivo que no obstante imita el modelo con el cual esta nueva clase de donantes ha hecho fortuna: una disrupción o innovación que satisface las necesidades del mercado. Llegan a creer que el camino que siguieron para establecer un monopolio en el mercado no solo resulta eficaz para ellos, sino que es moralmente superior.

AG: En líneas generales, eso es cierto, y por eso escribí el libro. Pero hay un puñado de personas que son tan ricas que pueden permitirse cambiar los últimos diez o veinte años de su vida y decir “que le den”. Y es gente rara, que cree que así es como fueron capaces de acumular esas fortunas. Quiero decir, el modelo de negocio de Amazon es muy raro y no ha dado beneficios hasta hace poco. Por eso, retomando el tema de “cómo revivir la experiencia de la polio”, lo que resulta antropológicamente interesante sobre estas personas es que les gusta disfrutar de esas experiencias raras. Sí, es cierto, tienen hermosas casas y esas cosas, pero son diferentes de la gente de finanzas. En mi experiencia, esa gente hace cosas raras. Organizan grandes eventos para artistas, y sí claro, la vanidad está presente, pero muchas de esas personas son coleccionistas de rarezas, de experiencias, y lo que quieren es que se les plantee un reto.

CL: Así que Bill Gates en persona hizo propaganda de tu libro, como descubrimos en la sesión de preguntas de anoche. ¿Ya has recibido reacciones de otras personas del círculo del Aspen Institute o del mundo de TED? Y de ser así, ¿de qué manera te han sorprendido esas reacciones?

AG: La sorpresa más grande ha sido la ausencia de una reacción severa. Me esperaba un muro defensivo.

CL: ¿Entonces no has perdido ningún amigo?

AG: Bueno, no lo sé. Solo diré un par de cosas: pensé que recibiría emails agresivos, pero no ha sido así. Hay emails sorprendentemente efusivos que dicen: “Estás haciendo que me mire a mí mismo de una forma que nunca pensé que lo haría”, y de esos he recibido un montón. Y luego hay bastante silencio y todavía no sé cómo interpretarlo. Creo que el libro ha alcanzado una cierta importancia, por lo que no conviene mandar ningún email agresivo ahora mismo. Por eso no sé, sinceramente, cuál es la opinión general. Lo que sí diré es que me ha impresionado la magnitud, es decir, recibo muchos, muchos mensajes al día de todo tipo de gente que me dice: “Queremos ser algo mejor”.

El espíritu de esto que te digo quedó plasmado en público. No sé si conoces la Stanford Social Innovation Review; bueno, pues pidieron a Mark Kramer, un inversor de capital riesgo que diseñó junto a Michael Porter el marco de valor compartido del que hablo en el libro, que escribiera una reseña sobre él. Cuando escuché que iba a escribir una crítica pensé: “me va a destrozar”, pero su texto es una reseña reflexiva y maravillosa. Estamos hablando de un tipo con canas que afirma: “Este libro me está obligando a considerar el trabajo de toda mi vida. ¿Ayudé de verdad a personas durante mi carrera profesional? ¿Soy la persona que creo que soy?” Me ha sorprendido muchísimo cómo la gente tiene la capacidad de preguntarse eso, no tengo tan claro que yo estuviera en disposición de hacerlo si un libro me interpelase así. Y eso me da ánimos, aunque no creo que haya sido por mí o por el libro. Creo que se debe sobre todo a Trump. He estado plenamente convencido de ello desde que ganó Trump. No creo que se pueda entender a Trump sin pensar que todos la hemos cagado.

CL: Es verdad, y por eso, sea cual sea el resultado de la investigación Mueller (no me cabe duda de que se produjo algún tipo de injerencia rusa, aunque no fuera una intervención con espionaje masivo) necesitamos reconsiderar cuáles son los fallos del neoliberalismo.

AG: Son dieciocho fallos de sistema paralelos y descoordinados que han tenido lugar al mismo tiempo.

CL: Sí, y por utilizar un grado sencillo de simbolismo político y regresar de nuevo a Franklin Delano Roosevelt: una de las primeras cosas que hizo fue convocar la comisión Pecora para elaborar un relato fidedigno del crac de 1929 y meter a los responsables en la cárcel. ¿Eric Holder procesó a cuántos, a un banquero tras el colapso de 2008? ¿Qué imagen de gobernanza democrática ofrece eso?

En mi ciudad natal de Iowa, que como Ohio del este forma parte del movimiento de votantes del alto medio oeste que elevó a Trump, la gente miraba ese fracaso y su propia decadencia (recordemos que esta era la capital mundial de fábricas de aperos de labranza que quedó arrasada después de la crisis agrícola de la década de 1980, que sufre la crisis de la metanfetamina y los opiáceos, etc.) y aunque la gente con la crecí no son racistas hasta la médula, llega este demagogo diciendo que tienen que culpar a los inmigrantes, a la gente de color, a cualquiera que no sean los banqueros y los monopolistas que se han beneficiado de su miseria.

AG: Y aunque solo estuvieran buscando un chivo expiatorio, esa reacción no explica cómo llegaron a ese punto. Y por eso es ridículo todo este debate sobre si la ansiedad económica o la búsqueda de un culpable son las responsables, lo peligroso es la interacción entre ambas. La gente racista con buenos trabajos es un poquito menos peligrosa para nosotros que la gente racista que pasa hambre. Y la gente que ha sido económicamente marginada y que es racista es todavía más peligrosa que la gente racista que no ha sido económicamente marginada. Hay que solucionar ambas cosas.

CL: Claramente, la lección que se puede aprender de Trump es que la gente rica que además es racista es extremadamente peligrosa.

AG: Pero lo más esperanzador de todo esto es que Trump te priva de la excusa; creo que Trump ha diluido una parte de la postura defensiva que me esperaba respecto a mi libro, porque algunas de estas personas piensan: “Vale, me estás diciendo que hice algo mal. Puedo entenderlo”. La presunción ahora está a favor de la culpabilidad en lugar de la inocencia.

CL: Estaba pensando a raíz de un comentario que hiciste anoche, sobre que Trump ha contribuido a empañar, si no a desprestigiar por completo, la credibilidad de los superricos que menosprecian la reforma social, y no estoy seguro de estar de acuerdo. En la cultura general, Zuckerberg y Bezos todavía son considerados amos del universo. Mira a Tom Steyer, el multimillonario que cogió 40 millones de dólares y en lugar de utilizarlos para cambiar los barrios, ha financiado una campaña publicitaria para apoyar el proceso de destitución de Trump, algo que se asemeja mucho a una versión concienciada del tipo de dinámica de mierda que describes.

AG: Así es, y mira el tipo de patrocinadores que los demócratas han cultivado: Oprah, Howard Schultz, Michael Bloomberg.

CL: Uno de los momentos en que pensé que posiblemente Hillary iba a perder fue cuando los demócratas organizaron esos mítines enormes con Springsteen en Filadelfia y con Beyoncé en Cleveland, lugares donde la pobreza y la desindustrialización se han prolongado de manera real, y va esta colección de ricos y famosos a representar al partido. En cambio, la psicodinámica del mitin de Trump te hacía sentir empoderado y parte de algo si eras viejo, blanco y estabas lleno de resentimiento. La sensación era: “Este es mi hombre, mi movimiento, este va a luchar contra la élite”.

AG: Esto que voy a decir es un poco tangencial, pero una de mis frustraciones con el partido demócrata es que creo que hay una fusión de tácticas y estrategias. Me encanta la idea del partido demócrata, su estrategia, su fondo, ser amable, generoso e inclusivo, ser para la gente y no malvado y enfadado, me encanta eso.

Pero en relación con la cuestión táctica, que en mi opinión necesita estar totalmente separada del fondo, si hablamos de un entorno político que contiene algo de rabia, miedo o culpabilización, además de esperanza, hay que señalar a los malos, hay que ir contra la gente que está causando los problemas, hay que señalar con el dedo. Luchar por una política inclusiva no significa que tu tono tenga que ser inclusivo siempre.

CL: De nuevo, no es por a mencionar a Franklin Delano Roosevelt, pero en su discurso de candidatura de 1936…

AG: Claro: “Bienvenido sea su odio”, pero hoy en día ¿qué demócrata diría eso?

CL: Ninguno, ¿estás de broma?

AG: Hoy en día, el partido demócrata es literalmente lo único que evita que varios grupos de personas en EE.UU. sean aniquilados, de una forma u otra, ya sea mediante políticas o deportaciones. Si tienes esa responsabilidad, y no estás dispuesto a levantar un poco la voz, no estás atendiendo de verdad a esas personas. Tienes que gritar y sabes que tampoco puede ser todo sobre Trump. El partido demócrata necesita ser un partido que esté dispuesto a ser agresivo en política para luego ser agradable en las políticas.

CL: El eslogan que ha utilizado el Comité demócrata para la campaña al Congreso en estas elecciones a mitad del mandato es “Para la gente”, pero el tema es que el partido necesita ser la gente.

AG: ¿Quién se siente representado en este partido de cuántos, 125 millones de personas? ¿Qué algoritmo nos ha colocado a Nancy Pelosi y Chuck Schumer como líderes?

CL: Te diré qué algoritmo: el de la recaudación de fondos en política.

AG: Correcto. Y por el contrario, ahí tienes a alguien como Tim Ryan, que conocí justo el otro día. Es una persona que sabe hablar, su corazón está en el lugar adecuado en todos los temas relacionados con la igualdad, la justicia y la inclusión. Y también sabe enfrentarse al tipo de gente a los que ganó Trump. Pero no va a darles absolutamente nada de cuartel en temas relacionados con la inmigración o los asuntos de la guerra cultural. Y luego tienes a gente como [Andrew] Gillum en Florida y [Alexandria] Ocasio-Cortez. Ningún algoritmo lo habría previsto tampoco. Yo creo que están pasando cosas. Y creo que, por poner un ejemplo, Cynthia Nixon está redefiniendo lo que podría ser la candidatura de alguien famoso. Ella también es una traidora de clase; es una manera de utilizar su fama para decir: “¿Ves?, puedo permitirme estar en contra de mi gente”, en lugar de utilizarla para decir: “¿Ves?, puedo permitirme presentarme a unas elecciones”.

CL: Y tú también, en menor medida, eres un traidor de clase: segunda generación de consultores en McKinsey, miembro del Aspen Institute y orador de charlas TED.

AG: Mis dos charlas TED fueron una especie de preparación previa de este libro. Una estaba basada en mi último libro, y terminó con esta lista de desafíos para oyentes privilegiados: “Si cobras un sueldo al año y no a la hora, si no conoces a nadie que haya estado enganchado a la metanfetamina, puede que no sepas lo que pasa de verdad en Estados Unidos”. Y la segunda fue justo después del Brexit, algo improvisado justo antes de Trump. Se titulaba Carta para todos los que han perdido en esta época. Fue un extraño recurso literario, porque era una carta, pero no de mí, era una carta escrita como si fuera en nombre de los plutócratas, para la gente que han dejado al margen durante los últimos treinta o cuarenta años. Y es una carta que pide al mismo tiempo perdón y que trata de expiar la culpa por desatender a la gente normal en esta época y que afirma pasionalmente que los autócratas demagogos y el racismo no son la respuesta al dolor legítimo que sienten como consecuencia de los cambios que se han producido.

Ese es el motivo, en parte, de que piense que una política agresiva, pero saludable, puede resultar muy útil en este preciso momento, a diferencia de una política de aspecto noble que pretenda sentar a los multimillonarios alrededor de una mesa. Lo que consigue eso es dejar un gran espacio disponible para que los malos lo exploten por los motivos equivocados.

CL: Esa es la falacia del “Cuando ellos bajan, nosotros subimos”.

AG: Eso es, aunque también quiero decir que comprendo profundamente los motivos de que el primer presidente afroamericano, y más que nada su mujer, hablaran de los feos ataques que recibió su familia. Comprendo profundamente el imperativo personal que opera en este caso. Eso era lo correcto para ellos. Y todavía ni siquiera estábamos en la era Trump.

CL: Sí, pero también está el problema para Obama de que, al ser el primer presidente afroamericano, lo último que se podía permitir políticamente hablando es parecer un hombre negro furioso.

AG: Claro, pero creo que sabes que ya no estamos en esa era. Y si existe un cierto deseo entre la gente de que su rabia se vea reflejada en ellos mismos, de que sea elevada y canalizada para hacer cosas constructivas, ¿vas a dejar sin atender ese hambre de rabia, para que venga un papanatas malvado y demagogo y satisfaga ese deseo?

CL: Me interesa saber lo que piensas, ya que lo que se describe en el libro es una sigilosa adquisición por parte de los ricos no solo del sector filantrópico, sino del sector universitario, del ecosistema mediático…Sin embargo, creo que una poderosa institución que podría responder a todo esto es el movimiento sindical. A pesar de la baja representación sindical que existe hoy en día, si se habla de temas centrales de poder político, los sindicatos son una buena manera de que la gente viva la experiencia tanto de tomar el control de sus propias vidas como de observar los resultados inmediatos que eso produce.

AG: Y sobre ese tema yo pienso que tenemos que ser conscientes de dos cosas: una es que ha habido una guerra sin precedentes contra los sindicatos, organizada por el gran capital y consumada por la política; y también que es cierto que se ha fracasado a la hora de innovar y adaptar los sindicatos a la realidad de la vida actual.

CL: Sí, hay motivos para que en la mente popular, cuando se piense en los sindicatos, lo primero que se venga a la mente es un líder sindical blanco, viejo, gordo y corrupto.

AG: Cierto y, en cierto sentido, si eres una fuerza organizadora, tu trabajo es hacer que la gente te considere importante. Y no creo que hablen con los conductores de Uber, es decir, sí, hacen el esfuerzo, pero no creo que hablen a sus corazones. Y no creo que hayan hecho un gran trabajo a la hora de recrear entre la gente la sensación de comunidad que solían infundir. Creo que eran muy buenos hablando con gente en Flint, en mítines y en barbacoas, pero ese ya no es el mundo en el que vivimos. ¿Todavía no saben, sin ánimo de ser superficial, a qué juegan en las redes sociales? Tienen que adueñarse de memes, tienen que ser una fuerza cultural. Igual que hace cincuenta años cuando terminabas el instituto y estabas orgulloso de tener un trabajo sindicado, necesita ser algo atractivo. Tienen que entrar en el juego, conseguir el apoyo de famosos, etc.; entrar en el juego, pero utilizarlo con fines subversivos. Y hay gente que ya lo está haciendo, como elworkers Lab; tengo un amigo que trabaja ahí. En el SEIU están intentando averiguar qué aspecto tiene un sindicato en el siglo XXI. Creo que ese es otro lugar donde se puede encontrar un traidor de clase en búsqueda de una causa que apoyar, poner dinero para ayudar a que los sindicatos se reinventen es precisamente el tipo de causa en la que sabes que va a hacer falta dinero para conseguirlo. Pero resolver ese problema podría generar un cambio de sistema que otros programas no conseguirían.

CL: Eso sería una propuesta complicada para Jeff Bezos, que ha precarizado una gran cantidad de mano de obra con Task Rabbit.

AG: Quizá, o quizá sea lo mejor que le puede pasar. Imagínate a Jeff Bezos dedicando el resto de su vida a intentar averiguar cuál es el futuro de la protección laboral.

CL: En la vida real, lo que quiere es colonizar la Luna. Creo que tienes más oportunidades con Bill Gates, que básicamente amasó su fortuna a partir de un monopolio patentado, a diferencia de Bezos que se levanta cada mañana pensando: “¿cómo puedo obtener una mayor plusvalía de mis trabajadores?” Pero lo más importante sugiere que ya se está produciendo un movimiento orgánico hacia una mayor solidaridad entre trabajadores, por eso creo que la militancia del DSA –Socialistas Democráticos de América– se ha multiplicado más o menos por treinta en los últimos dos años.

AG: Cuando pienso en lo que está pasando con el DSA, o lo que está sucediendo con gente fuera del DSA, como Gillum, y francamente, incluso cuando miro a Trump y a la heterodoxia en el comercio, me doy cuenta de que hay una coalición emergente que aún no se ha fusionado. Representa un 60-65 % de la población de Estados Unidos, y mi enfoque personal a este respecto es que se trata de gente que siente que el futuro se burla de ellos. Existe un subgrupo de personas que siente que el futuro se burla de ellos en todos los aspectos: identidad, raza; claro, ser blanco ya no es lo que era. Hay gente que lo entiende porque no han tenido un trabajo desde hace años. Hay gente que llega hasta ese punto porque tienen deudas asfixiantes con 23 años; hay gente para los cuales todas estas cosas están pasando, hay gente para los cuales solo algunas de estas cosas están pasando. Están los que pertenecen a una minoría o son mujeres que sienten que el cambio no se está produciendo lo suficientemente rápido. Existe una gran coalición de personas que piensa “que le den por el culo al futuro” y “no siento que tenga uno”. Creo que hay espacio ahora mismo para que los políticos creativos aprendan una cosa de Trump: las coaliciones extrañas son posibles. Puedes alejarte bastante de la ortodoxia del partido y, en este sistema, el partido te seguirá la corriente. Vivimos en una época en la que la gente tiene sus propios seguidores y eso te da mucho poder. No estoy seguro a ciencia cierta, pero imagino que Trump tiene más seguidores en Twitter que el partido republicano, imagino que Barack Obama tiene más seguidores en Twitter que el partido demócrata. E imagino que eso será también verdad en el caso de los próximos candidatos. Por eso vivimos en una época en la que los individuos pueden permitirse alentar estas nuevas coaliciones.

CL: Sí, me dio la impresión de que la candidatura de Sanders también lo demostraba. Allá por la década de 1990, cuando yo trabajaba para la revista In These Times, Bernie Sanders escribía para nosotros, porque era por aquel entonces el único miembro socialista del Congreso, y elaboraba tristes reportajes sobre sus vanos esfuerzos por inclinar el gobierno de Clinton hacia la izquierda. Si me hubieran dicho por aquel entonces que un día sería un candidato creíble para la nominación presidencial del partido demócrata, no me lo hubiera creído ni en un millón de años.

AG: Y mira, si Bernie hubiera sido veinte años más joven, una persona de color, o (según me cuentan) un hombre más amable en el ámbito interpersonal, si hubiera tratado a sus trabajadores del mismo modo que sugerían sus políticas, creo que el resultado podría haber sido muy diferente. Eso demuestra que actualmente hay un terreno fértil para iniciar una época de reformas. Y no puedes mirar solo a la gente que está ahí ahora mismo. Creo que hay un montón de pruebas de que las semillas necesarias están esperando a ser recolectadas. Pero eso requiere esfuerzo.

CL: Claro, requiere tiempo y paciencia. Creo que acertaste en tu charla de anoche cuando sugeriste un periodo de cincuenta años hasta que surtan efecto las reformas significativas.

AG: Y eso son cincuenta años de trabajo.

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Chris Lehmann es redactor jefe de The Baffler y autor de Cosas de ricos. Su último libro El culto al dinero, está disponible en Melville House.

Traducción de Álvaro San José.

Este artículo se publicó en inglés en The Baffler.

Fuente: http://ctxt.es/es/20181121/Politica/22907/Anand-Giridharadas-Chris-Lehmann-activismo-filantropico-marc-zuckerberg-panaceas-neoliberales.htm

martes, 29 de mayo de 2018

Filántropos emergentes. El ejemplo de Madame He, una de las pioneras de la nueva filantropía en China, merece ser observado: financia acciones a gran escala para la conservación de los océanos y de especies animales en extinción.

Madame He Quianov (51), nacida en una familia humilde en China, está encabezando los avances de la filantropía empresarial en el país más poblado del mundo. Descolló en su actividad empresarial con Beijing Orient Landscape & Environment, una empresa líder en la provisión de servicios de gestión ambiental del agua en su país que también ofrece servicios de construcción de paisaje, restauración de suelos, agricultura ecológica y protección ambiental. Su fortuna personal la ha colocado en el puesto 99 de la lista Forbes de millonarios de China, y es la 13ª mujer empresaria con más éxito. Mujer, innovadora internacional en arquitectura centrada en jardines y en la preservación de la naturaleza y muy rica; todo ello bastaría para realzar su figura.

Pero, trazando rutas, He fue mucho más lejos. Se comprometió al máximo con causas públicas como el empoderamiento de la mujer, el desarrollo de la filantropía en el país y su vinculación con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y con la preservación del medioambiente. Ahora también con el fomento de la cooperación Sur-Sur en alianza con la oficina a cargo de ella, en la ONU.

Es una figura paradigmática de la nueva filantropía que está emergiendo en una nación de influencia cada vez mayor en los destinos del mundo.

En 2010, Bill Gates y Warren Buffet visitaron China para presentar su iniciativa mundial El compromiso de dar y conseguir interesar a las élites de ese país. Su proyecto postula que las 400 mayores fortunas del mundo suscriban públicamente un acuerdo para entregar durante sus vidas la mitad de su patrimonio o más para solucionar los problemas humanos más críticos de nuestro tiempo. La apelación de ambos se hacía desde el ejemplo.

Gates creó la mayor fundación de la Historia, la llamada Bill & Melinda Gates Foundation, y se centró la salud global, la reducción de la pobreza y la mejora del acceso a la educación. Cuestiones muy graves para amplios sectores empobrecidos de la población como las vacunaciones de los niños, las carencias de agua potable y los déficits de instalaciones sanitarias que golpean a 4.500 millones de personas, entre otras, no eran analizadas porque los afectados no constituían mercado.

La Fundación incidió sustancialmente en estos y otros campos con su acción y sus alianzas estratégicas con Gobiernos, organismos internacionales y empresas. Entre los años 2000 y 2016 desembolsó 41.000 millones de dólares. Buffet, el oráculo de Berkshire, el inversor estrella de los mercados financieros, donó a la Fundación Gates el 99% de sus acciones en su Fondo, valoradas en 30.000 millones de dólares. En la época de la donación, el 2006, la revista Fortune, lo llamo “el mayor aporte filantrópico de la historia”. Resalto que parecía mucho, pero que con su familia percibían que tener más del 1% que les quedaría no aumentaría su bienestar, ni su felicidad, y que en cambio el 99% restante podría ayudar a muchos.

A pesar del ejemplo, y el liderazgo empresarial global indiscutido de ambos, la respuesta que encontraron inicialmente en China fue distante. No obstante, personalidades como He, Niu Genshang —fundador del gigante lácteo chino Mengniu Dairy— y Wang Zennyao —presidente del Instituto Chino de Filantropía Global, que reúne actualmente a filántropos de primera fila de Oriente y Occidente— han trabajado con ahínco para que la situación cambie. En 2005 se estableció la primera fundación privada en China. En 2016 había 398. En 2006 se destinaron 10.000 millones de dólares a donaciones; en 2016, 125.500 millones de dólares.

Sin embargo, es poco para China, que tiene un potencial filantrópico enorme. Su economía ha crecido aceleradamente respecto a los promedios mundiales. Su producto bruto per cápita aumentó de 5.670 dólares en el 2000 a 22.864 dólares en 2016. De acuerdo con el Informe Global de Riqueza del Credit Suisse, en 2016 tenía 319 milmillonarios, justo por detrás de Estados Unidos, con 565. China tenía 1,6 millones de residentes con más de 50 millones, una cantidad solo superada por el país norteamericano. En total, el aporte filantrópico en China significa el 0,1% del producto bruto, comparado con el 2% en Estados Unidos.

El avance de las metas de desarrollo sostenible es urgente en un mundo donde en 2016 murieron 2,6 millones de bebés antes de cumplir un mes por causas prevenibles y tratables, como nacimientos prematuros, complicaciones en el parto e infecciones como la sepsis y la neumonía. En un mundo donde el calentamiento global sigue en ascenso y una tercera parte de los corales han desaparecido. La filantropía sola no resolverá los problemas, pero puede ser un aliado formidable de políticas públicas de calidad e impacto.

El ejemplo de Madame He, una de las pioneras de la nueva filantropía en China, merece ser visto con atención. Está financiando acciones a gran escala para la conservación de los océanos y de especies animales en riesgo de extinción. Ha contribuido a la formación de 5.000 mujeres empresarias en las universidades en materias relacionadas con la economía verde, y ha fundado con Bill Gates, Ray Dalio y otros un Instituto para el desarrollo de la filantropía en China y el mundo. Después de la firma del Acuerdo de Paris creó el primer fondo generado por la sociedad civil para la cooperación Sur-Sur en la lucha contra el cambio climático. Su acción y las de los otros renovadores de la filantropía empresarial en China hacen honor a una antigua sabiduría bíblica que reza: “Más vale encender una vela que maldecir a la oscuridad”.

Jorge Chediek es director de la Oficina Sur-Sur de la ONU y enviado especial del secretario general de la ONU para la Cooperación Sur-Sur.

Bernardo Kliksberg es asesor estratégico de la Dirección de la Oficina Sur-Sur. 

https://elpais.com/elpais/2018/03/27/planeta_futuro/1522144916_462396.html?rel=str_articulo#1525979737781

lunes, 5 de mayo de 2014

Esclavos del mundo libre. El clásico sobre la explotación laboral, 'Los filántropos en harapos', se publica en España

"Los filántropos en harapos" de Tressell, entregan su trabajo a los patronos a cambio de migajas

Es extraño que esta novela haya necesitado cien años para ver su versión española. Las razones son varias. Por un lado, era moderna cuando se escribió a principios del siglo XX, y aún sigue siéndolo en cierto modo. Por otro, se resiste a ser considerada meramente una obra de ficción, aunque el tono y el estilo lo sean, quizá no tanto la intención de su autor,  Robert Tressell  (Dublín, 1870-Liverpool, 1911). Puede leerse como un panfleto novelado socialista, y de hecho así lo leyeron Orwell y Allan Sillitoe, quedando fascinado el segundo por “su entusiasmo y patetismo”. Algo de Tressell hay detrás de los relatos de La soledad del corredor de fondo que inauguran la literatura working class inglesa. Esos personajes desesperados para los que ni siquiera la astucia es un verdadero capital son herederos de aquellos filántropos en harapos que con una increíble lucidez, ternura y oficio narrativo, levantó el diestro empapelador Tressell. Si pensamos en las novelas realistas de Galdós en el cambio de siglo nos damos cuenta de que la Inglaterra de ese tiempo era otro planeta. Un lugar en el que el capitalismo había sentado sus reales y donde los trabajadores manuales creían que sus empleadores les estaban haciendo un favor dándoles trabajo. Donde el control de los obreros era tal que debían rellenar unas fichas diarias con las labores realizadas y los tiempos empleados, y no podían perder un segundo ni para comer.

Por eso les llama Tressell “filántropos”: entregaban su trabajo a cambio de migajas a unos patronos que los amenazaban con despedirlos a la mínima distracción, creyendo que ese era el único mundo que Dios tenía reservado para ellos. Con este libro producto de la rabia y de la ilusión de cambio, Tressell se dedicó a tocar unas agudas campanillas para despertarlos de su letargo. Y lo hizo con imágenes elocuentes, agudos diálogos, didácticos razonamientos, personajes de carne y hueso, emociones. Es decir, viene a ser un cóctel del  Manifiesto Comunista y  Das Kapitaltraducido al francés y, luego, por alguien acostumbrado a embellecer molduras y ejecutar trampantojos, vertido por fin al lenguaje de la novela moderna. Un producto bien acabado, la maravilla de un talento desviado. Y olvidado, al menos como autor, aunque sea festejado en las webs del social-comunismo anglosajón.

Un hombre sin apenas formación es capaz de explicar con sencillez la teoría monetaria de Marx (“la gran trampa del dinero”, le llama) y a la vez hacernos ver de una manera clara cómo malvivían los obreros eduardianos en un pueblo de la costa sur de Inglaterra, dejándonos la sensación de que, pese al vuelco de los tiempos y la supuesta caída de muros, la situación no ha cambiado tanto y seguimos siendo filántropos vestidos por Zara. En otras palabras, pobres diablos que ya ni esperan ni creen en revolución alguna. Con el personaje de Owen, pintor escrupuloso y sensible, Tressell trazó un camino a la vez desesperanzado y utópico. Porque esos obreros cuyo destino consiste en “triste esclavitud, hambre, harapos y muerte prematura” no hacen más que ensalzar y votar a quienes les explotan y roban.

Tressell, cuyo verdadero nombre era Noonan, y que trabajó casi una década en Sudáfrica y pretendía llegar a Canadá cuando le sorprendió la muerte, escribió durante dos años esta novela en Hastings, pueblo costero que le sirvió de modelo para Mugsborough. Allí un grupo de pintores y ebanistas son empleados por Rushton & Co para decorar mansiones. Reciben un salario de miseria y además están sometidos a la competencia feroz de las otras empresas del ramo. Abocados a la indigencia, tanto si tienen trabajo como si no, y muchas veces al suicidio, viven inmersos en un sistema perverso cuyos mecanismos son misteriosos e incuestionables. Robert Tressell muestra muy bien el sistema mediante la obra que ejecutan para un rico “haragán” en una casa llamada platónicamente La Caverna. Muestra que Harlow, Easton, Slyme y los demás obedecen al capataz Crass, que a su vez tiene como supervisor al ubicuo Hunter, el cual da cuentas al negrero Rushton. Por suerte para ellos están Owen y Burlington, los cuales se dedican a abrirles los ojos. Les dicen que si el aire y la luz del sol se pudiesen monopolizar, ya se habría hecho y todo el mundo iría por ahí comprando metros de luz o campanas de aire para no morir.

La novela tiene un punto dickensiano, cierto contenido de sentimentalismo, y es muy precisa en la caracterización de personajes. Robert Tressell sabe crear atmósfera y empatía. Las mujeres de los obreros, sus hijos, el teatro que se organiza para mostrar el “sistema”, la comilona que tiene lugar en la última parte: todo remite a una “realidad” que es en último término “literaria” y a la vez producto de la experiencia y de ese generoso rasgo anglosajón de dejar testimonio y aviso para navegantes.

Los filántropos en harapos. Robert Tressell.
Traducción de Ricardo García Pérez. Capitán Swing.
Madrid, 2014. 742 páginas. 26 euros.

Fuente:
JOSÉ LUIS DE JUAN, 3 MAY 2014, El País, Babelia.