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jueves, 5 de mayo de 2022

_- Pacto entre dos estados parias: cien años del Tratado de Rapallo germano-soviético

_- Hace cien años, Alemania y la Rusia soviética cerraban un tratado en Rapallo que tenía en cuenta por igual los intereses de ambas partes y al que Lenin calificó de “acuerdo en igualdad de derechos de los dos sistemas de propiedad”.

En algún momento las guerras llegan a su fin, los enemigos deben sentarse en una mesa y decidir cómo continuar: como un alto hasta la siguiente disputa o como una oportunidad para iniciar un nuevo comienzo de una relación más o menos amistosa o, por lo menos, gracias a los intereses comunes, para hacer negocios. Una empresa difícil tanto para los vencedores como para los vencidos. Los deseos de paz unilaterales solo funcionan hasta cierto punto.

Después de la Revolución de Octubre, la nueva dirección de Petrogrado telegrafió a los trabajadores y a los gobiernos del mundo para poner fin al derramamiento de sangre, para llegar a un armisticio, incluso a una paz. Los aliados de Rusia en la Entente lo rechazaron rotundamente; las Potencias Centrales -Berlín, Viena y Constantinopla- estaban dispuestas a aceptarlo. Los representantes de las Potencias Centrales y de la Rusia soviética se reunieron en Brest-Litovsk en febrero y marzo de 1918. Sin embargo, la esperanza de un camino común hacia la paz, tal como se lo habían planteado los revolucionarios, no se cumplió. Por mucho que León Trotsky, su dirigente en las negociaciones, argumentara como quisiera, el Mando Supremo del Ejército (alemán) tenía unas exigencias claras sobre el desmoronamiento de la parte occidental del imperio ruso y sobre las contribuciones materiales que debían hacerse. Una paz dictada que parecía inaceptable para los rusos soviéticos, puesto que éstos contaban con una situación de "ni guerra ni paz", no solo - secretamente - con una revolución en Occidente. El puñetazo en la mesa del comandante en jefe alemán sobre el terreno destrozó estas ilusiones, y el inminente avance de los alemanes y sus aliados obligó finalmente a Lenin a aceptar esta rapiña en forma de paz en contra de la oposición de sus camaradas.

Una clave para hoy son, a menudo, los conflictos del pasado. Para la Unión Soviética y la Federación Rusa es, sobre todo, el conflicto con los EE.UU., pero para nosotros es más evidente, y durante décadas se ha visto envuelta precisamente en este conflicto, la relación de Alemania con el gran país del Este. Esta relación determina las acciones de ambos Estados y afecta a sus sociedades.

En esta historia, siempre hay momentos con posibilidades y oportunidades, a menudo desperdiciados sin reflexión previa. Hay abismos de diferencia entre la reunión en la larga y distanciadora mesa entre el presidente ruso y el canciller alemán en Moscú en febrero de 2022 y una reunión de gabinete en pijama en el dormitorio del canciller del Reich Joseph Wirth en Rapallo en abril de 1922.

Salir del aislamiento
En la primavera de 1922, por iniciativa británica, Italia había invitado a las antiguas potencias de la guerra a una conferencia sobre la configuración del orden de posguerra. Las consecuencias de la guerra se seguían sintiendo en todas partes, las economías estaban en crisis y había que encontrar una salida. Pero la conferencia no estuvo guiada por ninguna buena estrella. Los Estados Unidos cancelaron su asistencia y, en general, la disposición a comprometerse con un enfoque común quedó limitada. Además, se había invitado a dos Estados poco apreciados: uno era supuestamente el único culpable de la guerra; el otro, gracias a la revolución que lo había creado, era más una amenaza que un socio. Hubo conversaciones, pero no soluciones concretas. Como ocurre a menudo, las opiniones divergían en la cuestión del dinero: Alemania debía pagar sus reparaciones, la Rusia soviética debía pagar sus deudas a sus antiguos aliados de guerra y, al mismo tiempo, pagar las indemnizaciones por las expropiaciones revolucionarias.

Ambos estados eran más bien unos marginados, parias. Alemania sufrió bajo el Tratado de Versalles y las opresivas reparaciones. Partes del país quedaron bajo control militar de los vencedores, en el Este se estableció el Estado polaco y gracias a los exitosos levantamientos en Silesia se perdieron territorios que no estaban cedidos según las disposiciones de Versalles. La gran potencia del Este acababa de salir victoriosa y hambrienta de cuatro años de guerras civiles e intervencionistas. La guerra civil parecía haber terminado, las repúblicas soviéticas de la periferia, desde Kiev hasta el Cáucaso, se unirían en breve con Rusia, ahora Rusia soviética. Pero el país estaba económicamente por los suelos, Lenin había llevado a cabo políticamente la NEP, pero necesitaba comercio, inversiones, conocimientos técnicos.

La mera invitación a Génova se consideró un éxito para ambos estados. Pero la política simbólica no sácia el hambre. La directriz negociadora de Lenin era inequívoca: "Nosotros (damos la bienvenida) a Génova (...) y (vamos) a Génova (...), hemos comprendido perfectamente y no ocultamos en absoluto que vamos allí como comerciantes porque necesitamos a toda costa el comercio con los países capitalistas (mientras no se hayan derrumbado por completo), y vamos allí con el fin de discutir lo más correcta y ventajosamente posible las condiciones políticamente apropiadas de este comercio, y nada más”. (1)

Pero Berlín y Moscú se vieron defraudados, las promesas al mundo no les aportaron nada. ¿Qué hacer? ¿Enfurruñarse o buscar una salida? Un acuerdo entre los antiguos enemigos de la guerra era una opción posible. El Reich alemán había luchado con éxito contra el imperio ruso en 1914/18 y había desempeñado un papel importante en la desintegración del imperio mediante su "política de desestabilizar", con la que no solo ayudó a Lenin a volver a la Rusia revolucionaria. La formación de los nuevos estados en la Rusia occidental, es decir, las repúblicas bálticas y, no menos importante, Ucrania en 1917/18, esencialmente todos bajo ocupación alemana o austro-húngara, había acabado efectivamente con el zarismo, pero también debilitó considerablemente a la Rusia soviética. En Brest-Litovsk, las Potencias Centrales habían dictado las condiciones de paz a los dirigentes soviéticos rusos (y, por separado, a los nuevos ucranianos), como resultado de lo cual fueron segregados enormes territorios y el Este quedó degradado a un mero suministrador de grano y mercancías. Para colmo, las tropas alemanas -y luego los Freikorps alemanes tras el armisticio con la Entente- intervinieron en la guerra civil sobre el futuro de Rusia. Fueron batallas sangrientas en las que los soldados de los Freikorps combatieron con violencia y terror, siendo calificados de verdugos de la revolución en Alemania.

A pesar de estas circunstancias, las conversaciones germano-rusas estaban en marcha desde 1920, y se habían escrito e intercambiado borradores incluso antes de la conferencia de Italia. Los historiadores señalan, sin embargo, que hay pocos rastros de esto en los registros alemanes. Por un lado, esto puede deberse a la desconfianza dentro del gobierno de la coalición de Weimar, formada por el Partido del Centro (Zentrum), el SPD (Sozialdemokratische Partei Deutschlands) y el DDP (Deutsche Demokratische Partei), y por otro lado también a la preocupación de que esta vía pudiera despertar sospechas en los partidos de derechas. Sin embargo, el emisario de la Comintern, Karl Radek, había establecido contactos con industriales y militares alemanes con anterioridad. Estos se activaron en el período previo a Rapallo. No había ilusiones por parte de los soviéticos. Adolf Joffe, embajador temporal en Alemania, escribió a Lenin: "En el mundo burgués tiene lugar una lucha a gran escala entre Europa y América por la hegemonía en el mundo y a pequeña escala entre Inglaterra y Francia por la hegemonía en Europa. En estas condiciones, nosotros somos como la novia exigente a la que todo el mundo pide la mano. Y entre las preguntas más importantes está la de si nos casaremos en Génova o seguiremos siendo una novia así.” (2)

Radek, reconocido en Moscú como experto en Alemania, también continuó sus contactos y tuvo encuentros con el canciller del Reich, Wirth, su ministro de Asuntos Exteriores, Walther Rathenau, y el jefe del Estado Mayor del Ejército, el coronel general Hans von Seeckt. De la conversación con este último, Radek concluyó: "La conciencia de que Alemania solo puede liberarse de su situación mediante el acercamiento a Rusia crece en todos los círculos, independientemente de la pertenencia al partido. Ningún zigzag podría cambiar nada al respecto, ni en nuestra política ni en la alemana, y por eso se debe continuar el trabajo iniciado por el VOGRU (Voennaja gruppa - Grupo Militar, es decir, la estructura secreta del Reichswehr - Stefan Bollinger)" (3). Aquí, por lo visto, los militares y parte de las élites económicas y políticas pensaron más que otros en la situación concreta.

Sobre una base nueva, oficial
Desde 1918, la principal preocupación de los gobiernos alemanes, pero también de las potencias victoriosas de la Entente, había sido aislar el bacilo revolucionario. Las reformas democráticas y el fin del imperio tenían sentido, incluso las concesiones sociales, pero el bacilo bolchevique no debía en ningún caso extenderse a Alemania y a las demás potencias.

Pronto quedó claro que el Reich alemán, que iba a ser castigado pero que, sin embargo, era obviamente leal al capitalismo, tendría que ser un importante baluarte contra los soviéticos incluso bajo sus nuevos dirigentes. Al fin y al cabo, había utilizado la fuerza para frenar un giro radical a la izquierda en la política y la sociedad.

Sin embargo, Francia, Gran Bretaña e incluso Estados Unidos tuvieron que tomar nota de que los alemanes no estaban dispuestos a conformarse con una posición de segunda fila en la política mundial. Mientras se negociaba en Génova la configuración posterior del orden de posguerra, sobre todo económica, y los alemanes se veían efectivamente excluidos, los diplomáticos alemanes ya habían establecido desde hacía tiempo contactos con el otro paria de la política mundial, la Rusia soviética.

El Tratado de Rapallo, firmado por ambas partes el 16 de abril, restableció las relaciones diplomáticas rotas en 1918 durante la Revolución de Noviembre por el socialdemócrata mayoritario, todavía Secretario de Estado del imperio y pronto Comisario del Pueblo, Philipp Scheidemann. Ambas partes "renuncian mutuamente a la indemnización de sus costes de guerra, así como a la indemnización por daños de guerra" y a otras reclamaciones derivadas de las consecuencias de la guerra y las expropiaciones. Además, se abrían perspectivas para un próspero intercambio económico. Esto incluía sobre todo la garantía de trato "preferencial" al respectivo socio comercial. El artículo 5 indicaba un amplio marco de cooperación económica: Los "dos gobiernos atenderán mutuamente las necesidades económicas de los dos países con un espíritu benévolo (...) El gobierno alemán se declara dispuesto a apoyar en la medida de lo posible los acuerdos a que se haya llegado por parte de empresas privadas que se le han comunicado recientemente así como a facilitar su aplicación" (4).

Para Berlín, el arreglo entre la Rusia soviética y las potencias occidentales sobre la cuestión de las reparaciones estaba resuelto. Para Moscú, los objetivos que Lenin había marcado a la delegación en Génova se habían logrado, al menos en las relaciones con Berlín: "Una verdadera igualdad de derechos de los dos sistemas de propiedad, al menos como situación provisional, hasta que el mundo entero haya pasado de la propiedad privada - con el caos económico y las guerras que provoca - a la forma superior de propiedad, solo puede encontrarse en el Tratado de Rapallo" (5).

Coexistencia pacífica
Realmente se consiguió encontrar la manera de llegar a un entendimiento con la Rusia soviética. Sebastian Haffner, el publicista liberal crítico, escribió más tarde que "la palabra 'Rapallo' (...) sacudió a Europa como un trueno" el domingo de Pascua de 1922. Aquí, "sin previo aviso y sin preparación visible, Alemania y Rusia habían llegado a un acuerdo, y eso en medio de una conferencia europea, con la que se pretendía algo muy distinto, a espaldas de las potencias occidentales vencedoras de la Primera Guerra Mundial y a costa de ellas". Rapallo era "una fórmula corta y cifrada que significa dos cosas: en primer lugar, que incluso una Rusia comunista y una Alemania anticomunista pueden, en determinadas circunstancias, juntarse y unirse contra Occidente; y en segundo lugar, que esto puede ocurrir muy repentinamente, literalmente de la noche a la mañana. Eso (...) hizo que la palabra 'Rapallo' fuera una palabra terrorífica para los oídos occidentales, cuyo efecto de sacudida aún retumba todavía hoy " (6).

El Tratado de Rapallo no solo representó una obra modélica de "coexistencia pacífica", que fue la estrategia adoptada por la política soviética en esa época. El restablecimiento de las relaciones diplomáticas, los continuos acuerdos de cooperación económica y comercial (7), pero sobre todo los acuerdos secretos, algunos de ellos ya concertados de antemano para romper los perjuicios militares sobre Alemania, mostraron la voluntad de ambos Estados de volver al escenario de la política mundial como actores que había que tomar en serio. Esta evolución continuó en los años siguientes bajo los nuevos gobiernos de Berlín, sobre todo con el tratado de amistad y neutralidad de facto del 24 de abril de 1926. Tratado que, pesar de todas las adversidades, fue la base para una cooperación económica que proporcionó mercados seguros a no pocas empresas alemanas incluso durante la crisis económica mundial. Aunque la Alemania fascista redujo notablemente estos estrechos vínculos a partir de 1933, los contactos se mantuvieron. También constituyeron la base del sorprendente vuelco diplomático en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, que condujo al tratado de no agresión germano-soviético y a sus complicaciones.

El Tratado de Rapallo fue celebrado de forma casi unánime por la opinión pública alemana. Sin embargo, costó convencer al ministro de Asuntos Exteriores Walther Rathenau (DDP) y al SPD, especialmente a su presidente del Reich, Friedrich Ebert quien, como enemigo de la revolución, se mostró más que escéptico, pero aceptó la medida.

En la historiografía de la Alemania Occidental posterior a 1945, se discutió mucho sobre Rapallo, y las reservas siempre estuvieron presentes. Sobre todo, se criticó el planteamiento alemán de "ir por libre", sin consultar a las potencias occidentales, por haber llegado a un acuerdo de reparaciones con la RSFSR (República Socialista Federativa Soviética de Rusia) en detrimento de éstas, aplicando así una política exterior alemana independiente. Incluso poco antes de la actual guerra de Ucrania, el historiador Heinrich August Winkler, cercano al SPD, advertía en el FAZ (Frankfurter Allgemeine Zeitung): "Alemania nunca más debe dar la impresión de que busca un entendimiento con Rusia a costa de terceros, como ha hecho varias veces en su historia"(8).

El Reichstag no debatió el Tratado de Rapallo hasta finales de mayo de 1922, seis semanas después de su firma. Este debate estuvo enmarcado por otros problemas candentes del Reich, como la pérdida del norte de Schleswig a manos de Dinamarca y el futuro de los territorios de Silesia Oriental tras los levantamientos polacos y la decisión de la Sociedad de Naciones de dividir algunos territorios a pesar de los referendos que habían ido en sentido contrario y asignar la Alta Silesia Oriental a Polonia. Alemania perdió así su industria pesada en la zona de Katowice. Exactamente dos semanas antes del debate, Alemania y Polonia habían concluido un acuerdo sobre la Alta Silesia (Tratado de Ginebra de 15 de mayo de 1922) para resolver las cuestiones pendientes en las relaciones entre ambos Estados tras las cesiones territoriales y para regular la cuestión de las respectivas minorías. No obstante, según el canciller, "la relación con el mundo del Este" (9) quedó inestable en Génova y era una bomba incendiaria para una futura guerra.

La Conferencia de Génova había despertado grandes esperanzas, se suponía que iba a mejorar la cuestión de las reparaciones para Alemania. El canciller del Reich, Wirth, atribuyó el fracaso de las negociaciones al comportamiento nacionalista y egoísta de Francia en particular. El acuerdo con la RSFSR era aún más importante para Wirth. Para él, este tratado era "en cierto sentido un tratado de paz ejemplar. En este tratado de paz no hay derrotados ni vencedores. Es la liquidación completa de las demandas mutuas derivadas del estado de guerra. Por lo tanto, es incomprensible que este tratado haya sido objeto de tanto revuelo, y aún más incomprensible es la interpretación de este tratado como factor de beligerancia en Europa. ¿Quién ha dado lugar a este tratado, que hemos concluido por obligación? Es la propia Entente."(10)

¿Los lados oscuros de Rapallo?
Incluso antes del Tratado de Rapallo, se habían alcanzado acuerdos secretos con la industria y el Reichswehr (las fuerzas armadas alemanas) que encauzaban la cooperación militar y técnico-militar. Los militares alemanes, experimentados en guerras mundiales y entretanto también versados en la lucha contra los revolucionarios en su propio país, no vieron ningún problema, al igual que el Ejército Rojo, en romper su aislamiento del mundo mediante sus propios proyectos de armamento para una moderna fuerza de tanques y aérea e incluso para armas químicas. Ambas partes querían aprender la una de la otra, eludir los embargos y las prohibiciones y sin embargo estaban seguras de volver a enfrentarse algún día. Pero por el momento se trataba de sortear las restricciones de Versalles y un enemigo común, la resistente Polonia, que intentaba imponerse a la Rusia soviética y a Alemania e infligía considerables pérdidas a ambos estados. Durante las negociaciones de Radek con el general von Seeckt, éste saltó: "sus ojos brillaron como los de un animal, y dijo: hay que aplastarla (a Polonia), y será aplastada en cuanto Rusia y Alemania se fortalezcan"(11).

Hay que señalar que esta cooperación, que hoy se suele demonizar y a la que ya entonces se opusieron los socialdemócratas, no transcurrió en absoluto de manera tan sencilla y fiel al acuerdo como se prometía. Por supuesto, ni Berlín ni Moscú habían olvidado que eran enemigos mortales en términos de clase. Tanto si se alineaban en su propio campo como si no, la lucha de fondo contra el otro sistema enemigo continuaba. Lo más espectacular fue el intento de organizar un "octubre alemán" en 1923. Esto significó una injerencia directa de los soviéticos en la lucha de clases alemana, así como igualmente ásperas fueron las reacciones. Por otro lado también se dio el caso que las autoridades alemanas estaban involucradas en operaciones de inteligencia y sabotaje económico contra la Unión Soviética. Incluso en los tiempos de la cooperación oficial como encubierta, se regaló poco. En 1927, agentes militares y de los servicios secretos alemanes se unieron a los servicios británicos y holandeses, así como a los opositores antisoviéticos de Georgia, en el "asunto Chervonets", un intento de llevar al fracaso a la Unión Soviética mediante la falsificación de billetes.

Para las potencias occidentales, Rapallo fue una señal para revisar su política concreta hacia Alemania a medio plazo. La política de subyugación de Alemania, mantenida especialmente por Francia, parecía cuestionable sobre todo debido a la preocupación política de clase por la expansión de la influencia comunista. El Reich alemán no podía darse por perdido definitivamente. Si fuera necesario, habría que encontrar un acuerdo con las fuerzas conservadoras-reaccionarias.

Este fue también el cálculo de los dirigentes políticos de la República de Weimar, para quienes el apoyo forzado a la Unión Soviética iba a contracorriente a pesar de las enormes ventajas económicas y los secretos militares mantenidos. Se trataba de maniobrar entre, por un lado, la gran potencia del Este, interesante por su situación y con considerables recursos económicos y militares, y, por otro lado, Occidente, cercano ideológica y políticamente y sobre todo anticomunista. Esto estaba claro para partes importantes de las élites políticas y económicas de Alemania en ese momento, como también lo estaba para los intelectuales medianamente inteligentes.

No les engañaban sus instintos de clase en cuanto a lo que implicaba el doble filo de la cooperación con la Unión Soviética. Eran muy conscientes de que la Unión Soviética ponía por completo la política de los partidos comunistas, incluido el KPD, bajo las premisas de los intereses soviéticos. Pero esto no significó el fin de los conflictos de clase en el Reich alemán, que permanecieron inalterados aunque no volvieran a adoptar formas revolucionarias y de guerra civil desde 1924, gracias a la relativa estabilización de la economía capitalista. Los comunistas siguieron siendo los críticos más radicales del capitalismo y serios competidores de la socialdemocracia.

En estas condiciones, no podían ignorarse las señales procedentes de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, o sea, que el Reich alemán debía reintegrarse firmemente en un sistema occidental, es decir, capitalista. Los conflictos más agudos sobre el cumplimiento de las obligaciones financieras y materiales del Tratado de Versalles se habían reducido en 1923/24. Con el Acuerdo de Dawes de 1924, inspirado por Washington, las exigencias de reparación de las potencias vencedoras se hicieron más llevaderas. Las reclamaciones de 132.000 millones de marcos de oro se mantuvieron, pero la presión para pagarlas se redujo considerablemente. Por último, pero no por ello menos importante, la estabilización de las condiciones políticas en Polonia y los países bálticos había contribuido a que las disputas y los levantamientos por los territorios que debían cederse se hubieran calmado. Los Estados Unidos en particular trataron, durante esta fase de estabilización económica de Alemania, de ampliar su influencia económica, totalmente en competencia con Francia.

Con los Tratados de Locarno de 1925, Alemania recibió por fin la consagración de miembro (casi) normal de la comunidad occidental de Estados, solo las fronteras orientales del Reich quedaron fuera. A pesar de todo el juego en las constelaciones del poder político, Alemania y sus élites seguían siendo conservadoras, capitalistas, seguían aferradas a los viejos sueños de gran potencia y buscaban una cosa por encima de todo: la posibilidad de revisar Versalles y restablecer un papel de supremacía en el centro de Europa y para Europa. Quizá había que establecer otras prioridades en ese momento. Si las peores cargas de las reparaciones y las restricciones a la producción podían aliviarse, posponerse o incluso sacarse de encima, el margen de maniobra de Alemania sería mayor.

Notas:

1. Vladimir Ilich Lenin: Sobre la situación internacional e interna de la República Soviética. Discurso pronunciado en la reunión de la Fracción Comunista del Congreso Sindical de Trabajadores Metalúrgicos de toda Rusia. 6 de marzo de 1922. en: Werke Vol. 33, Berlín 1973, p. 198.
2. Doc. 60. La Rusia soviética como "novia deseada": carta de Joffe a Lenin en el período previo a la Conferencia de Génova. Petrogrado, 13.2.1922. En: Hermann Weber/Jakov Drabkin/Bernhard H. Bayerlein (eds.): Deutschland, Russland, Komintern - II. Dokumente (1918-1943). Volumen parcial 1. Berlín-Munich-Boston 2015, p. 223.
3. Doc. 59. Informe secreto de Radek sobre las conversaciones con el Ministro de Asuntos Exteriores Rathenau y el General von Seeckt sobre la cooperación militar con Rusia. Berlín, 11.2.1922. En: ibid. p. 218.
4. Véase El Tratado germano-ruso (Tratado de Rapallo), 16 de abril de 1922. En: 100(0) Schlüsseldokumente zur russischen und sowjetischen Geschichte (1917-1991). Obtenido- http://1000dok.digitalesammlungen.de/dok_0017_rap.pdf
5. Vladimir Ilich Lenin: Proyecto de resolución del Comité Ejecutivo Central de toda Rusia sobre el informe de la delegación a la Conferencia de Génova. En: op. cit., p. 343
6. Sebastian Haffner: El Pacto con el Diablo. Las relaciones germano-rusas desde la Primera hasta la Segunda Guerra Mundial. Zúrich 1988, p. 92
7. El año anterior ya se había firmado un acuerdo comercial germano-soviético-ruso y una misión comercial soviético-rusa funcionaba efectivamente como representación diplomática en Berlín.
8. Heinrich August Winkler: Der falsche Charme der Schaukelpolitik. FAZ, 11.02.2022 https://www.faz.net/aktuell/politik/inland/deutsch-russische-beziehungen...
9. Wirth. Sesión del Reichstag del 29 de mayo de 1922, reichstagsprotokolle.de
10. Ibid.
11. Doc. 59. Informe secreto de Radek sobre las conversaciones con el Ministro de Asuntos Exteriores Rathenau y el General von Seeckt. op. cit., p. 218.

Stefan Bollinger Stefan Bollinger es politólogo e historiador alemán. Colabora en jW

Fuente: 

lunes, 16 de septiembre de 2019

Los perdedores silenciosos de la recuperación económica

Carrión i Huguet Cuarto Poder

Hace unos días conocíamos datos que apuntan a una desaceleración del crecimiento de la economía en un contexto de turbulencias y guerra comercial entre las dos principales economías del mundo, Estados Unidos y China, y de salida del Reino Unido de la Unión Europea. Así pues, parece que a los trabajadores nos toca volver a preocuparnos por nuestros puestos de trabajo en el enésimo avatar al que nos somete el capitalismo, después de un periodo de bonanza generalizada.

Pero, ¿ha percibido usted esa bonanza? Las cifras macroeconómicas indican que la economía ha ido a mejor desde que tocamos fondo en 2012-2013 y que se han recuperado muchos de los indicadores, que han alcanzado o superado las cifras previas a la crisis. Quizás usted ha sido uno de esos afortunados que ha mejorado su situación, pero aunque ello no ocupe portadas en los medios de comunicación, no todo el mundo se ha recuperado del golpe. Nadie habla de los que se han quedado atrás, quizás porque supondría quebrantar el relato oficial de la economía con viento en popa, pero allí están, silenciosos, sufriendo todavía las consecuencias de una crisis que, a lo mejor, nunca se fue. Hay varios indicadores que nos permiten saber quiénes son esas personas, y en esta ocasión nos centraremos en los datos que nos proporciona la Encuesta anual de estructura salarial a través del INE para el periodo 2008-2016.

Efectivamente, si observamos dichos datos podemos afirmar que, en general, los asalariados españoles cobramos más ahora que antes de la crisis en términos absolutos. Así, el salario mediano bruto anual (es decir, aquel punto en el que se sitúan por debajo el 50% de salarios y por encima el otro 50%) pasó de 18.244,40 euros en 2008 a 19.432,62 euros en 2016, esto es, un incremento interanual acumulado del 6,4% (1.188,22 euros más al año). La recuperación, pues, habría llegado a los salarios. Sin embargo, si ahondamos en los datos y observamos su evolución en los distintos niveles salariales veremos que este incremento no ha sido, ni mucho menos, homogéneo.

Así, tras la crisis y varios años de recuperación económica, los datos muestran que el 10% de trabajadores con un salario bruto más bajo tuvieron un descenso salarial interanual acumulado del 9,1% entre 2008 y 2016, o lo que es lo mismo, pasaron de tener un salario de 8.903,52 euros a uno de 8.095,44 euros (808,08 euros menos al año). Aunque entre 2014 y 2016 este grupo de trabajadores tuvo un aumento salarial de casi 470 euros anuales, este incremento no fue suficiente para compensar las pérdidas que acumularon entre 2008 y 2014, que fueron de unos 1.277 euros. Así pues, durante el periodo 2008-2016 los salarios de estos trabajadores descendieron, como decíamos, un 9,1%; si a ello sumamos que durante el mismo periodo el crecimiento acumulado de la inflación fue del 7,6%, nos daremos cuenta de la magnitud del desastre que están sufriendo los trabajadores con salarios más bajos.

Pero las complicaciones no terminan aquí, no al menos para el resto de asalariados. Si observamos qué ha ocurrido en otros niveles salariales, podemos ver que el 25% de los trabajadores con salarios brutos más bajos han experimentado un crecimiento salarial interanual acumulado de solamente el 0,3% durante el periodo 2008-2016. Esto equivale a un incremento de 27,21 euros (de 13.342,53 a 13.369,74 euros anuales). Al mismo tiempo, y como ya habíamos indicado anteriormente, el salario bruto mediano creció un 6,4% durante el mismo periodo. Con todo ello podemos concluir que entre 2008 y 2016 la mitad de los trabajadores (es decir, los que tiene salarios por debajo de la mediana) tuvieron pérdidas en su poder adquisitivo (con las distintas intensidades que hemos observado), ya que la inflación acumulada (7,6%) fue superior a las ganancias o pérdidas que tuvieron sus respectivos salarios.

Pero, efectivamente, no todo el mundo ha perdido entre 2008 y 2016. Mientras el 10% de los trabajadores con salarios más bajos han visto como su salario descendía en 808,08 euros anuales, el 10% de trabajadores con salarios brutos más elevados han experimentado un incremento salarial de 3.297,09 euros anuales , ya que su salario ha pasado de 38.558,29 a 41.855,38 euros. Esto representa un aumento interanual acumulado del 8,3%, con lo que este 10% de trabajadores ha ganado poder adquisitivo a pesar de la crisis, a diferencia de la mitad de los trabajadores con salarios más bajos. Como último apunte cabe resaltar que este escenario de ganancias reales también ha sido experimentado por el 25% de trabajadores con mayores salarios brutos anuales, los cuales han visto como su salario crecía en 2.317,54 euros entre 2008 y 2016, con un aumento interanual acumulado del 8,4%.

Podemos ver, pues, que a pesar del discurso oficial la recuperación económica en términos salariales sólo ha existido y ha sido tangible para una parte, seguramente minoritaria, de la ciudadanía . Ello hace que sea todavía más preocupante imaginar el escenario que podría producirse a nivel social si los tambores de recesión que resuenan ahora acaban concretándose en el futuro, ya que lo más probable sería que la nueva contracción económica se cebara sobre la clase trabajadora en general y, más concretamente, sobre sus estratos más débiles. Ante este panorama se hace patente que sólo con un giro de 180º en las políticas económicas y laborales de los poderes públicos se conseguirá proteger a estos trabajadores. Medidas como por ejemplo el aumento de la productividad, el incremento del salario mínimo, la mejora en la redistribución de las plusvalías entre capital y trabajo, o la orientación de la economía hacia la competitividad en calidad y no en salarios se convierten en esenciales para garantizar el progreso del conjunto social y de la clase trabajadora en particular.

Fuente:
http://www.cuartopoder.es/economia/2019/09/08/los-perdedores-silenciosos-de-la-recuperacion-economica/

domingo, 6 de enero de 2019

_- Entrevista al escritor Anand Giridharadas. Cuando los superricos simulan salvar el mundo

Anand Giridharadas, autor de ‘Los ganadores se lo llevan todo’, habla de un nuevo modelo de activismo filantrópico que impulsa panaceas neoliberales y tecnológicas para males sociales

El nuevo libro de Anand Giridharadas, Los ganadores se lo llevan todo (Winners Take All), es un estimulante relato sobre cómo las fuerzas del capital han convertido la reforma social en otro ejercicio de disrupción de mercado gestionado por la élite. Giridharadas narra la movilización de un nuevo modelo de activismo filantrópico que denomina “MundoMercado”: una red de patrocinadores con mucho dinero que se extiende de Davos a Aspen, pasando por Silicon Valley, y que impulsa panaceas neoliberales y tecnológicas para males sociales, como por ejemplo microcréditos y escuelas concertadas. Giridharadas conoce de primera mano la mentalidad y las convenciones sociales de “MundoMercado”, ya que es un antiguo analista de la consultora social McKinsey & Company, un antiguo miembro del Aspen Institute y un veterano del circuito de charlas TED. Hablé con él la semana pasada, tras una charla sobre el libro que distaba mucho del estilo TED y que ofreció en la librería Politics and Prose de Washington.

Chris Lehmann: Estaba pensando en el ejercicio de imaginar un mundo perfecto que propusiste anoche, en el que invitaste al público a imaginar a Mark Zuckerberg como si fuera un auténtico traidor de clase. En principio, el último gran traidor de clase fue Franklin Delano Roosevelt (FDR), autor de la infraestructura del New Deal que nuestra élite política lleva destruyendo los últimos cuarenta años. La mayor parte de sus biógrafos está de acuerdo en afirmar que traicionó a su clase porque contrajo la polio. Viajó a Georgia para someterse a un tratamiento con baños y allí entró por primera vez en contacto real con la pobreza rural, y lo hizo en un contexto en el que su enfermedad le dejó al mismo nivel de sufrimiento que los pacientes pobres de polio que se encontró. En cambio, actualmente tienes a Mark Zuckerberg, que el año pasado organizó un simulacro de campaña presidencial, durante el cual daba la impresión de estar totalmente perdido cuando acudió a una granja de vacas o a una cena en el campo de Iowa. En potencia, la traición de clase es una fuerza muy poderosa, pero ¿cómo se consigue sacar a los multimillonarios de hoy en día de sus burbujas autoimpuestas, sin que haga falta reintroducir el virus de la polio?

Anand Giridharadas: Yo no era consciente de ello cuando empecé a preparar el libro, pero ahora, cuando miro atrás y pienso en las distintas personas sobre las que he escrito, me doy cuenta de algo muy interesante: hay gente en el interior de estas ciudadelas de poder que por cuestiones de identidad personal han conocido el lado negativo de la ecuación de poder, ya sea porque son negros, gais, mujeres o por el motivo que sea, poseen una doble conciencia sobre el sistema. Darren Walker [director de la Ford Foundation] es un buen ejemplo. Está donde está porque cree a pies juntillas en lo que hace. En cierto modo, Darren piensa que si metes a Robert Rubin en una sala, que si metes a Roger Altman [banquero de inversión] en una sala, mejoras el mundo. Creo que lo piensa de verdad. Y también creo que piensa que las salas llenas de este tipo de gente están llenas de mierda y nunca cambian nada. Creo sinceramente que es capaz de pensar esas dos cosas al mismo tiempo, porque ha comprobado la veracidad de ambas situaciones. Y, en cierto modo, las dos son verdad.

CL: Sin embargo, sola una paga su sueldo.

AG: Sí, pero la otra es responsable de su existencia en la Tierra. Y Darren es una de esas personas, de las que hablo en el libro, que aún recibe mensajes de texto de sus primos encarcelados con el mono naranja. Por eso Darren nunca ha podido olvidar las pretensiones y las gilipolleces de la gente con la que comparte oficina cada día. Eso no es exactamente traición de clase, pero es uno de los puntos de los que podría partir, y si llegara a producirse una oleada (si se produjera el tipo de movimiento reformista que defiendo) haría falta un poco de eso. Puede que ni siquiera haga falta tanta gente. Quiero decir, unas pocas personas importantes lograrían marcar la diferencia. Creo que se debe buscar ese tipo de gente con doble conciencia. Por eso puede que no sea un hombre blanco, puede que no sea Zuck o Bezos, pero hay mujeres que han ganado mucho dinero en esa órbita, hay personas de color que han ganado mucho dinero en esa órbita, y creo que ese es un lugar donde se puede empezar a buscar. Por mencionar solo mi propia experiencia, yo he hablado con muchísimas personas en privado, y lo que te voy a decir no aparece en el libro, pero la persona más interesante de Facebook es la que se sienta en esa reunión cada día con otras siete personas que creen firmemente que Facebook está liberando a la humanidad, y es esa octava persona que no está tan segura, porque ha visto el poder que tienen estas herramientas para ayudar de verdad a las personas vulnerables y que piensa: “Dios mío, esta gente está loca”.

CL: Sí, pero ¿cómo abordar el control de algo como Facebook? Como dijiste en tu charla de anoche, los senadores no saben por dónde empezar la tarea de regularlo; se ha convertido en algo así como una versión monopolista de una ciudad-estado autónoma.

AG: Creo que la esperanza fundamental de mi libro, y solo me di cuenta de esto a medida que avanzaba con él, es que resulta mucho más fácil decir: “Esto es interesante”, que decir: “Oye jefe, creo que todo lo que rodea a nuestra organización es un fraude”. Para alguien de veinticinco años es difícil decir: “En esta empresa todo es una mierda”; sin embargo, es mucho más fácil decir: “Oye jefe, han publicado un artículo en el Times este fin de semana, no es que esté de acuerdo con todo lo que dice, pero es interesante. A lo mejor deberíamos reaccionar”. Y creo que un libro, o este tipo de intervenciones culturales, puede conseguir eso, enganchar a las personas que están en esas órbitas y hacer que cambien su forma de pensar sobre lo que hacen y conectarlas entre ellas.

CL: Sinceramente, veo un motivo para la esperanza (pese a que no soy muy optimista acerca del futuro) en la explosión de interés que estos temas han despertado entre las nuevas generaciones. También creo que dentro de la burbuja de Washington D.C. la gente no entiende el nivel de desencanto con Obama que existe entre los jóvenes reformistas. El movimiento de Sanders apeló a ese desencanto, haciendo de la desigualdad un tema central.

AG: Correcto, hablaba de todo lo que Obama no pudo solucionar a pesar de toda la esperanza y los cambios.

CL: Y lo más sorprendente es que en 2008 los demócratas consiguieron incluir al movimiento joven en sus filas, ya que comprendieron que les aportaba una enorme ola de votantes motivados que podrían elevarlos al podio, pero en 2016 se esforzaron de forma deliberada en expulsarlos.

AG: Sí, debo decirte que mi experiencia con este libro me ha sorprendido mucho a la hora de ver quién necesita una explicación de un minuto y quién necesita una explicación de siete segundos. Y ha sido un poco al revés de lo habitual, en mi experiencia. Cuando estoy en el este de Ohio y digo: “Esto va de gente rica fingiendo que salva el mundo”, me interrumpen y saltan: “Ah sí, Mark Zuckerberg”. Lo pillan porque están en el lado equivocado del falso cambio desde hace treinta o cuarenta años. Las personas de diecinueve o veinte años también tardan siete segundos en entenderlo. Pero las personas que viven en los barrios acomodados de Washington D.C. se sorprenden al escuchar que el dinero que manda a África su fondo de inversión no sirve para hacer que el mundo mejore.

CL: Así es; es verdad que los recién graduados están metidos en deudas aplastantes y que la marginada clase trabajadora del este de Ohio sabe que los han jodido, pero las instituciones permanecen en manos de las fuerzas que describes en tu libro como “MundoMercado”, gente que puede tener buenas intenciones, pero que en realidad están alimentando este mundo sin saberlo.

AG: Sí, pero volviendo al asunto de la traición de clase, podrían pasar un par de cosas, siendo optimistas. Chris Hughes [el cofundador de Facebook] es un ejemplo de alguien dentro del MundoMercado que posee una perspectiva interesante. Ya sabes, creo que Chris Hughes no tendría problemas en vivir en una sociedad que fuera más severa con personas como Chris Hughes. Una cuestión es, ¿podemos hacer que algunos de esos grandes donantes cambien su forma de donar? Por ejemplo, creo que Bill Gates, con todo el dinero que dona para educación (y lo podría hacer mañana por la mañana después de leer esta entrevista), podría donar algo así como mil millones de dólares… Hay un caso del Tribunal Supremo [San Antonio ISD contra Rodríguez] que dictó [en 1973] que la igualdad de financiación de las escuelas públicas no es un derecho, que la Constitución no prohíbe la discriminación de clase. El componente de la clase en todo esto no va a cambiar; si quieres darle la vuelta a esto tienes que hacerlo a través de la raza. Es difícil, pero probablemente haya pocas decisiones judiciales que sea tan importante revocar.

CL: Bueno, Citizens United…

AG: Sí, hay varias; pero esa [San Antonio contra Rodríguez] es una decisión en la que existe un evidente caso de bien y mal. No creo que ni siquiera los conservadores de derechas puedan defender sin saltarse sus principios que un niño de seis años reciba una educación de menor calidad a causa del valor de la casa que poseen mamá y papá.

CL: Sin embargo, sí lo hacen, y ese es el statu quo actual.

AG: Pero nunca lo defienden en voz alta. La defensa que se hace de Citizens United se basa en una convicción ardiente y sincera en que el gobierno no debería poner freno a la libertad de expresión. No estoy de acuerdo en lo que dicen, pero creo que lo defienden de manera sincera. Nunca he escuchado a un rico [afirmar] que un niño de seis años merece una educación peor por lo que vale su casa. La respuesta siempre es: “Bueno, es complicado, no es fácil…”.

CL: Pero sí que dicen: “Bueno, hay una patología familiar, una cultura de pobreza que genera esos resultados tan dispares, y ahí el Estado no puede intervenir de manera constructiva”.

AG: Pero aun así no es una defensa ruidosa, de principios fundamentales, que diga “este es el mejor mundo”. El New York Times publicó hace poco un artículo sobre algunas de las demandas judiciales atascadas en los tribunales que intentan revertir esa decisión judicial. Si dedicas mil millones de dólares a mover ese juicio en el Tribunal Supremo, es un ejercicio de poder probablemente excesivo para una sola persona, pero tendría que trabajar con demandantes de verdad, tendría que trabajar con el Estado de derecho, tendría que trabajar con un tribunal de verdad. Y si ganas ese caso, el sistema en Estados Unidos habrá cambiado, de la noche a la mañana.

CL: Cierto, pero mi lado cínico cree que eso no sucederá porque no alimenta la vanidad de Bill Gates. Eso, como tú sostienes, es lo que estimula a los grandes capitales que están detrás del movimiento de las escuelas concertadas, que es una reforma escolar sin ningún valor objetivo que no obstante imita el modelo con el cual esta nueva clase de donantes ha hecho fortuna: una disrupción o innovación que satisface las necesidades del mercado. Llegan a creer que el camino que siguieron para establecer un monopolio en el mercado no solo resulta eficaz para ellos, sino que es moralmente superior.

AG: En líneas generales, eso es cierto, y por eso escribí el libro. Pero hay un puñado de personas que son tan ricas que pueden permitirse cambiar los últimos diez o veinte años de su vida y decir “que le den”. Y es gente rara, que cree que así es como fueron capaces de acumular esas fortunas. Quiero decir, el modelo de negocio de Amazon es muy raro y no ha dado beneficios hasta hace poco. Por eso, retomando el tema de “cómo revivir la experiencia de la polio”, lo que resulta antropológicamente interesante sobre estas personas es que les gusta disfrutar de esas experiencias raras. Sí, es cierto, tienen hermosas casas y esas cosas, pero son diferentes de la gente de finanzas. En mi experiencia, esa gente hace cosas raras. Organizan grandes eventos para artistas, y sí claro, la vanidad está presente, pero muchas de esas personas son coleccionistas de rarezas, de experiencias, y lo que quieren es que se les plantee un reto.

CL: Así que Bill Gates en persona hizo propaganda de tu libro, como descubrimos en la sesión de preguntas de anoche. ¿Ya has recibido reacciones de otras personas del círculo del Aspen Institute o del mundo de TED? Y de ser así, ¿de qué manera te han sorprendido esas reacciones?

AG: La sorpresa más grande ha sido la ausencia de una reacción severa. Me esperaba un muro defensivo.

CL: ¿Entonces no has perdido ningún amigo?

AG: Bueno, no lo sé. Solo diré un par de cosas: pensé que recibiría emails agresivos, pero no ha sido así. Hay emails sorprendentemente efusivos que dicen: “Estás haciendo que me mire a mí mismo de una forma que nunca pensé que lo haría”, y de esos he recibido un montón. Y luego hay bastante silencio y todavía no sé cómo interpretarlo. Creo que el libro ha alcanzado una cierta importancia, por lo que no conviene mandar ningún email agresivo ahora mismo. Por eso no sé, sinceramente, cuál es la opinión general. Lo que sí diré es que me ha impresionado la magnitud, es decir, recibo muchos, muchos mensajes al día de todo tipo de gente que me dice: “Queremos ser algo mejor”.

El espíritu de esto que te digo quedó plasmado en público. No sé si conoces la Stanford Social Innovation Review; bueno, pues pidieron a Mark Kramer, un inversor de capital riesgo que diseñó junto a Michael Porter el marco de valor compartido del que hablo en el libro, que escribiera una reseña sobre él. Cuando escuché que iba a escribir una crítica pensé: “me va a destrozar”, pero su texto es una reseña reflexiva y maravillosa. Estamos hablando de un tipo con canas que afirma: “Este libro me está obligando a considerar el trabajo de toda mi vida. ¿Ayudé de verdad a personas durante mi carrera profesional? ¿Soy la persona que creo que soy?” Me ha sorprendido muchísimo cómo la gente tiene la capacidad de preguntarse eso, no tengo tan claro que yo estuviera en disposición de hacerlo si un libro me interpelase así. Y eso me da ánimos, aunque no creo que haya sido por mí o por el libro. Creo que se debe sobre todo a Trump. He estado plenamente convencido de ello desde que ganó Trump. No creo que se pueda entender a Trump sin pensar que todos la hemos cagado.

CL: Es verdad, y por eso, sea cual sea el resultado de la investigación Mueller (no me cabe duda de que se produjo algún tipo de injerencia rusa, aunque no fuera una intervención con espionaje masivo) necesitamos reconsiderar cuáles son los fallos del neoliberalismo.

AG: Son dieciocho fallos de sistema paralelos y descoordinados que han tenido lugar al mismo tiempo.

CL: Sí, y por utilizar un grado sencillo de simbolismo político y regresar de nuevo a Franklin Delano Roosevelt: una de las primeras cosas que hizo fue convocar la comisión Pecora para elaborar un relato fidedigno del crac de 1929 y meter a los responsables en la cárcel. ¿Eric Holder procesó a cuántos, a un banquero tras el colapso de 2008? ¿Qué imagen de gobernanza democrática ofrece eso?

En mi ciudad natal de Iowa, que como Ohio del este forma parte del movimiento de votantes del alto medio oeste que elevó a Trump, la gente miraba ese fracaso y su propia decadencia (recordemos que esta era la capital mundial de fábricas de aperos de labranza que quedó arrasada después de la crisis agrícola de la década de 1980, que sufre la crisis de la metanfetamina y los opiáceos, etc.) y aunque la gente con la crecí no son racistas hasta la médula, llega este demagogo diciendo que tienen que culpar a los inmigrantes, a la gente de color, a cualquiera que no sean los banqueros y los monopolistas que se han beneficiado de su miseria.

AG: Y aunque solo estuvieran buscando un chivo expiatorio, esa reacción no explica cómo llegaron a ese punto. Y por eso es ridículo todo este debate sobre si la ansiedad económica o la búsqueda de un culpable son las responsables, lo peligroso es la interacción entre ambas. La gente racista con buenos trabajos es un poquito menos peligrosa para nosotros que la gente racista que pasa hambre. Y la gente que ha sido económicamente marginada y que es racista es todavía más peligrosa que la gente racista que no ha sido económicamente marginada. Hay que solucionar ambas cosas.

CL: Claramente, la lección que se puede aprender de Trump es que la gente rica que además es racista es extremadamente peligrosa.

AG: Pero lo más esperanzador de todo esto es que Trump te priva de la excusa; creo que Trump ha diluido una parte de la postura defensiva que me esperaba respecto a mi libro, porque algunas de estas personas piensan: “Vale, me estás diciendo que hice algo mal. Puedo entenderlo”. La presunción ahora está a favor de la culpabilidad en lugar de la inocencia.

CL: Estaba pensando a raíz de un comentario que hiciste anoche, sobre que Trump ha contribuido a empañar, si no a desprestigiar por completo, la credibilidad de los superricos que menosprecian la reforma social, y no estoy seguro de estar de acuerdo. En la cultura general, Zuckerberg y Bezos todavía son considerados amos del universo. Mira a Tom Steyer, el multimillonario que cogió 40 millones de dólares y en lugar de utilizarlos para cambiar los barrios, ha financiado una campaña publicitaria para apoyar el proceso de destitución de Trump, algo que se asemeja mucho a una versión concienciada del tipo de dinámica de mierda que describes.

AG: Así es, y mira el tipo de patrocinadores que los demócratas han cultivado: Oprah, Howard Schultz, Michael Bloomberg.

CL: Uno de los momentos en que pensé que posiblemente Hillary iba a perder fue cuando los demócratas organizaron esos mítines enormes con Springsteen en Filadelfia y con Beyoncé en Cleveland, lugares donde la pobreza y la desindustrialización se han prolongado de manera real, y va esta colección de ricos y famosos a representar al partido. En cambio, la psicodinámica del mitin de Trump te hacía sentir empoderado y parte de algo si eras viejo, blanco y estabas lleno de resentimiento. La sensación era: “Este es mi hombre, mi movimiento, este va a luchar contra la élite”.

AG: Esto que voy a decir es un poco tangencial, pero una de mis frustraciones con el partido demócrata es que creo que hay una fusión de tácticas y estrategias. Me encanta la idea del partido demócrata, su estrategia, su fondo, ser amable, generoso e inclusivo, ser para la gente y no malvado y enfadado, me encanta eso.

Pero en relación con la cuestión táctica, que en mi opinión necesita estar totalmente separada del fondo, si hablamos de un entorno político que contiene algo de rabia, miedo o culpabilización, además de esperanza, hay que señalar a los malos, hay que ir contra la gente que está causando los problemas, hay que señalar con el dedo. Luchar por una política inclusiva no significa que tu tono tenga que ser inclusivo siempre.

CL: De nuevo, no es por a mencionar a Franklin Delano Roosevelt, pero en su discurso de candidatura de 1936…

AG: Claro: “Bienvenido sea su odio”, pero hoy en día ¿qué demócrata diría eso?

CL: Ninguno, ¿estás de broma?

AG: Hoy en día, el partido demócrata es literalmente lo único que evita que varios grupos de personas en EE.UU. sean aniquilados, de una forma u otra, ya sea mediante políticas o deportaciones. Si tienes esa responsabilidad, y no estás dispuesto a levantar un poco la voz, no estás atendiendo de verdad a esas personas. Tienes que gritar y sabes que tampoco puede ser todo sobre Trump. El partido demócrata necesita ser un partido que esté dispuesto a ser agresivo en política para luego ser agradable en las políticas.

CL: El eslogan que ha utilizado el Comité demócrata para la campaña al Congreso en estas elecciones a mitad del mandato es “Para la gente”, pero el tema es que el partido necesita ser la gente.

AG: ¿Quién se siente representado en este partido de cuántos, 125 millones de personas? ¿Qué algoritmo nos ha colocado a Nancy Pelosi y Chuck Schumer como líderes?

CL: Te diré qué algoritmo: el de la recaudación de fondos en política.

AG: Correcto. Y por el contrario, ahí tienes a alguien como Tim Ryan, que conocí justo el otro día. Es una persona que sabe hablar, su corazón está en el lugar adecuado en todos los temas relacionados con la igualdad, la justicia y la inclusión. Y también sabe enfrentarse al tipo de gente a los que ganó Trump. Pero no va a darles absolutamente nada de cuartel en temas relacionados con la inmigración o los asuntos de la guerra cultural. Y luego tienes a gente como [Andrew] Gillum en Florida y [Alexandria] Ocasio-Cortez. Ningún algoritmo lo habría previsto tampoco. Yo creo que están pasando cosas. Y creo que, por poner un ejemplo, Cynthia Nixon está redefiniendo lo que podría ser la candidatura de alguien famoso. Ella también es una traidora de clase; es una manera de utilizar su fama para decir: “¿Ves?, puedo permitirme estar en contra de mi gente”, en lugar de utilizarla para decir: “¿Ves?, puedo permitirme presentarme a unas elecciones”.

CL: Y tú también, en menor medida, eres un traidor de clase: segunda generación de consultores en McKinsey, miembro del Aspen Institute y orador de charlas TED.

AG: Mis dos charlas TED fueron una especie de preparación previa de este libro. Una estaba basada en mi último libro, y terminó con esta lista de desafíos para oyentes privilegiados: “Si cobras un sueldo al año y no a la hora, si no conoces a nadie que haya estado enganchado a la metanfetamina, puede que no sepas lo que pasa de verdad en Estados Unidos”. Y la segunda fue justo después del Brexit, algo improvisado justo antes de Trump. Se titulaba Carta para todos los que han perdido en esta época. Fue un extraño recurso literario, porque era una carta, pero no de mí, era una carta escrita como si fuera en nombre de los plutócratas, para la gente que han dejado al margen durante los últimos treinta o cuarenta años. Y es una carta que pide al mismo tiempo perdón y que trata de expiar la culpa por desatender a la gente normal en esta época y que afirma pasionalmente que los autócratas demagogos y el racismo no son la respuesta al dolor legítimo que sienten como consecuencia de los cambios que se han producido.

Ese es el motivo, en parte, de que piense que una política agresiva, pero saludable, puede resultar muy útil en este preciso momento, a diferencia de una política de aspecto noble que pretenda sentar a los multimillonarios alrededor de una mesa. Lo que consigue eso es dejar un gran espacio disponible para que los malos lo exploten por los motivos equivocados.

CL: Esa es la falacia del “Cuando ellos bajan, nosotros subimos”.

AG: Eso es, aunque también quiero decir que comprendo profundamente los motivos de que el primer presidente afroamericano, y más que nada su mujer, hablaran de los feos ataques que recibió su familia. Comprendo profundamente el imperativo personal que opera en este caso. Eso era lo correcto para ellos. Y todavía ni siquiera estábamos en la era Trump.

CL: Sí, pero también está el problema para Obama de que, al ser el primer presidente afroamericano, lo último que se podía permitir políticamente hablando es parecer un hombre negro furioso.

AG: Claro, pero creo que sabes que ya no estamos en esa era. Y si existe un cierto deseo entre la gente de que su rabia se vea reflejada en ellos mismos, de que sea elevada y canalizada para hacer cosas constructivas, ¿vas a dejar sin atender ese hambre de rabia, para que venga un papanatas malvado y demagogo y satisfaga ese deseo?

CL: Me interesa saber lo que piensas, ya que lo que se describe en el libro es una sigilosa adquisición por parte de los ricos no solo del sector filantrópico, sino del sector universitario, del ecosistema mediático…Sin embargo, creo que una poderosa institución que podría responder a todo esto es el movimiento sindical. A pesar de la baja representación sindical que existe hoy en día, si se habla de temas centrales de poder político, los sindicatos son una buena manera de que la gente viva la experiencia tanto de tomar el control de sus propias vidas como de observar los resultados inmediatos que eso produce.

AG: Y sobre ese tema yo pienso que tenemos que ser conscientes de dos cosas: una es que ha habido una guerra sin precedentes contra los sindicatos, organizada por el gran capital y consumada por la política; y también que es cierto que se ha fracasado a la hora de innovar y adaptar los sindicatos a la realidad de la vida actual.

CL: Sí, hay motivos para que en la mente popular, cuando se piense en los sindicatos, lo primero que se venga a la mente es un líder sindical blanco, viejo, gordo y corrupto.

AG: Cierto y, en cierto sentido, si eres una fuerza organizadora, tu trabajo es hacer que la gente te considere importante. Y no creo que hablen con los conductores de Uber, es decir, sí, hacen el esfuerzo, pero no creo que hablen a sus corazones. Y no creo que hayan hecho un gran trabajo a la hora de recrear entre la gente la sensación de comunidad que solían infundir. Creo que eran muy buenos hablando con gente en Flint, en mítines y en barbacoas, pero ese ya no es el mundo en el que vivimos. ¿Todavía no saben, sin ánimo de ser superficial, a qué juegan en las redes sociales? Tienen que adueñarse de memes, tienen que ser una fuerza cultural. Igual que hace cincuenta años cuando terminabas el instituto y estabas orgulloso de tener un trabajo sindicado, necesita ser algo atractivo. Tienen que entrar en el juego, conseguir el apoyo de famosos, etc.; entrar en el juego, pero utilizarlo con fines subversivos. Y hay gente que ya lo está haciendo, como elworkers Lab; tengo un amigo que trabaja ahí. En el SEIU están intentando averiguar qué aspecto tiene un sindicato en el siglo XXI. Creo que ese es otro lugar donde se puede encontrar un traidor de clase en búsqueda de una causa que apoyar, poner dinero para ayudar a que los sindicatos se reinventen es precisamente el tipo de causa en la que sabes que va a hacer falta dinero para conseguirlo. Pero resolver ese problema podría generar un cambio de sistema que otros programas no conseguirían.

CL: Eso sería una propuesta complicada para Jeff Bezos, que ha precarizado una gran cantidad de mano de obra con Task Rabbit.

AG: Quizá, o quizá sea lo mejor que le puede pasar. Imagínate a Jeff Bezos dedicando el resto de su vida a intentar averiguar cuál es el futuro de la protección laboral.

CL: En la vida real, lo que quiere es colonizar la Luna. Creo que tienes más oportunidades con Bill Gates, que básicamente amasó su fortuna a partir de un monopolio patentado, a diferencia de Bezos que se levanta cada mañana pensando: “¿cómo puedo obtener una mayor plusvalía de mis trabajadores?” Pero lo más importante sugiere que ya se está produciendo un movimiento orgánico hacia una mayor solidaridad entre trabajadores, por eso creo que la militancia del DSA –Socialistas Democráticos de América– se ha multiplicado más o menos por treinta en los últimos dos años.

AG: Cuando pienso en lo que está pasando con el DSA, o lo que está sucediendo con gente fuera del DSA, como Gillum, y francamente, incluso cuando miro a Trump y a la heterodoxia en el comercio, me doy cuenta de que hay una coalición emergente que aún no se ha fusionado. Representa un 60-65 % de la población de Estados Unidos, y mi enfoque personal a este respecto es que se trata de gente que siente que el futuro se burla de ellos. Existe un subgrupo de personas que siente que el futuro se burla de ellos en todos los aspectos: identidad, raza; claro, ser blanco ya no es lo que era. Hay gente que lo entiende porque no han tenido un trabajo desde hace años. Hay gente que llega hasta ese punto porque tienen deudas asfixiantes con 23 años; hay gente para los cuales todas estas cosas están pasando, hay gente para los cuales solo algunas de estas cosas están pasando. Están los que pertenecen a una minoría o son mujeres que sienten que el cambio no se está produciendo lo suficientemente rápido. Existe una gran coalición de personas que piensa “que le den por el culo al futuro” y “no siento que tenga uno”. Creo que hay espacio ahora mismo para que los políticos creativos aprendan una cosa de Trump: las coaliciones extrañas son posibles. Puedes alejarte bastante de la ortodoxia del partido y, en este sistema, el partido te seguirá la corriente. Vivimos en una época en la que la gente tiene sus propios seguidores y eso te da mucho poder. No estoy seguro a ciencia cierta, pero imagino que Trump tiene más seguidores en Twitter que el partido republicano, imagino que Barack Obama tiene más seguidores en Twitter que el partido demócrata. E imagino que eso será también verdad en el caso de los próximos candidatos. Por eso vivimos en una época en la que los individuos pueden permitirse alentar estas nuevas coaliciones.

CL: Sí, me dio la impresión de que la candidatura de Sanders también lo demostraba. Allá por la década de 1990, cuando yo trabajaba para la revista In These Times, Bernie Sanders escribía para nosotros, porque era por aquel entonces el único miembro socialista del Congreso, y elaboraba tristes reportajes sobre sus vanos esfuerzos por inclinar el gobierno de Clinton hacia la izquierda. Si me hubieran dicho por aquel entonces que un día sería un candidato creíble para la nominación presidencial del partido demócrata, no me lo hubiera creído ni en un millón de años.

AG: Y mira, si Bernie hubiera sido veinte años más joven, una persona de color, o (según me cuentan) un hombre más amable en el ámbito interpersonal, si hubiera tratado a sus trabajadores del mismo modo que sugerían sus políticas, creo que el resultado podría haber sido muy diferente. Eso demuestra que actualmente hay un terreno fértil para iniciar una época de reformas. Y no puedes mirar solo a la gente que está ahí ahora mismo. Creo que hay un montón de pruebas de que las semillas necesarias están esperando a ser recolectadas. Pero eso requiere esfuerzo.

CL: Claro, requiere tiempo y paciencia. Creo que acertaste en tu charla de anoche cuando sugeriste un periodo de cincuenta años hasta que surtan efecto las reformas significativas.

AG: Y eso son cincuenta años de trabajo.

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Chris Lehmann es redactor jefe de The Baffler y autor de Cosas de ricos. Su último libro El culto al dinero, está disponible en Melville House.

Traducción de Álvaro San José.

Este artículo se publicó en inglés en The Baffler.

Fuente: http://ctxt.es/es/20181121/Politica/22907/Anand-Giridharadas-Chris-Lehmann-activismo-filantropico-marc-zuckerberg-panaceas-neoliberales.htm