Mostrando entradas con la etiqueta robots. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta robots. Mostrar todas las entradas

viernes, 20 de enero de 2017

“De ninguna manera estamos destinados a un futuro sin trabajo”. El autor responde a James Livingston y afirma que el empleo es una decisión política y no una mera función de la empresa privada ¿A la mierda el trabajo?

CTXT

A raíz de la alarmante elección de Donald Trump a la Casa Blanca, el historiador James Livingston publicó un ensayo en la revista Aeon con el provocativo título A la mierda el trabajo. La pieza condensa el argumento que explica con detalle Livingston en su último libro, No More Work: Why Full Employment is a Bad Idea (The University of North Carolina Press, 2016) [Basta de trabajo: por qué el pleno empleo es una mala idea].

Tanto en el libro como en el ensayo de Aeon, Livingston plantea abordar las diversas crisis que se solapan: una alienante y actualmente desgastada ética del trabajo nacida de la Reforma Protestante, cuarenta años de subempleo rampante, caída de salarios, incremento de la desigualdad; el repunte de la especulación financiera que los acompaña y la caída en la inversión productiva y la demanda agregada, y un clima post 2008 de resentimiento cultural y polarización política, el cual ha avivado los levantamientos populistas de derecha e izquierda.

Lo que la presente catástrofe muestra, de acuerdo con el diagnóstico de Livingston, es el fracaso final del mercado en la provisión y la distribución del trabajo de la sociedad. Lo que es peor, el futuro del trabajo parece desesperanzador. Citando los trabajos de los ciberutópicos de Silicon Valley y de economistas ortodoxos de Oxford y el MIT, Livingston insiste en que los algoritmos y la robotización reducirán la fuerza de trabajo necesaria a la mitad en 20 años y que esto es imparable, como si fuera algún proceso natural perverso. “Las tendencias medibles del último medio siglo y las proyecciones plausibles para el próximo medio siglo están tan empíricamente fundamentadas que hacer caso omiso de ello como si fueran tonterías ideológicas o filosofía deprimente”, concluye el autor, “parecen como los datos del cambio climático, puedes negarlo si quieres pero sonarás como un idiota cuando lo hagas”.

La respuesta de Livingston a este “empírico”, “mensurable” y aparentemente innegable escenario apocalíptico es abrazar el colapso de la vida del trabajo sin lamentaciones. “A la mierda el trabajo” es el eslogan de Livingstone para superar la decadencia del trabajo, transformando una condición negativa en contradicción positiva de la vida colectiva.

En términos concretos, esto significa poner en marcha impuestos progresivos para captar las ganancias de las grandes empresas, y entonces redistribuir ese dinero a través de una RBU (Renta Básica Universal) que en este libro describe como “un ingreso anual mínimo para cada ciudadano”. Semejante redistribución masiva de fondos cortaría la relación histórica entre trabajo y salarios, desde el punto de vista de Livingston, liberando a los des/sub empleados para que persiguieran diversos fines personales y comunitarios. Dicha transformación es inminentemente asumible, puesto que hay fondos de grandes empresas que se pueden captar y redirigir a aquellos que los necesitan. El problema profundo tal como lo ve Livingston es moral. Debemos rechazar el ascetismo de la ética protestante del trabajo y, en su lugar, reorganizar el alma desde una base más libre y amplia.

Para que no captemos la idea mal, Livingston mantiene que el trabajo en sociedad no desaparecerá simplemente en un mundo organizado por una renta básica universal financiada con impuestos. En su lugar él ve un futuro con automatización creciente donde el tiempo libre es nuestra primera preocupación, el trabajo en sociedad se convierte enteramente en voluntario, y el consumo en curso impulsa la demanda. Renunciando a planes utópicos o fórmulas se pregunta: “¿Cómo serían nuestra sociedad y civilización si no tuviéramos que 'ganarnos' la vida, si el ocio no fuera una opción, sino un modo de vida? ¿Pasaríamos el tiempo en el Starbucks con los portátiles abiertos? ¿O enseñaríamos a niños en lugares menos desarrollados, como Mississippi, de manera voluntaria? ¿O fumaríamos hierba y veríamos realities en la tele todo el día?”.

¿Enfurecidos por la explosión del trabajo en los servicios infrapagado y precario? ¿Desengañados por unos desalmados en la administración y puestos de atención ciudadana? ¿Indignados por el trabajo esclavo en el que se basa la historia del así llamado “libre mercado”? ¿Deseas más tiempo libre? ¿No hay suficiente trabajo a mano? Bueno, pues entonces que se vaya a la mierda el trabajo, sentencia Livingston. Decid adiós al viejo objetivo liberal del pleno empleo y que se pudran la miseria, la servidumbre y la precariedad.

“A la mierda el trabajo” ha tocado la fibra sensible de una multitud diversa de lectores. Desde su lanzamiento, el ensayo ha tenido más de 350.000 clics en la web de Aeon. La publicación española CTXT ha publicado una traducción del mismo*. Y semanas después, el grito de guerra de Livingston continúa resonando por las redes sociales. “A la mierda el trabajo” ha sido retuiteado entusiásticamente por todo el mundo, desde marxistas y liberales al estilo europeo hasta anarquistas y gurús tecnológicos.

El problema es que “A la mierda el trabajo” de Livingston cae presa de una empobrecida y en cierto sentido clásica ontología social del liberalismo, la cual deifica el orden neoliberal que pretende transformar. Renegando de la confianza en la humanidad moderna en el gobierno a gran escala y de las infraestructuras públicas robustas, esta ontología liberal predica la vida social en la inmediatez y en las aparentes asociaciones “libres”, mientras que su preocupación crítica sobre la tiranía y la coerción renuncia al cometido de la interdependencia política y de los cuidados. Como tantos partidarios de la Renta Básica Universal de la izquierda contemporánea, Livingston se reafirma en esa relacionalidad encogida. Lejos de ser una forma de trascender la gobernanza neoliberal, la triunfante negación del trabajo de Livingston solo agrava la retirada de la gobernanza colectiva y la despolitización concomitante de la producción social de doble faz del neoliberalismo.

En una contribución previa en Arcade, critiqué la concepción liberal del dinero sobre la cual los marxistas como Livingston de manera acrítica confían. De acuerdo con esa concepción, el dinero es un quantum de valor privado, finito y alienable el cual debe ser arrancado de las arcas privadas antes de que pueda servir al bien común. Por el contrario, la Teoría Monetaria Moderna afirma que el dinero es un instrumento público ilimitado y fundamentalmente inalienable. Este instrumento se basa en la gobernanza pública. Y el gobierno puede siempre permitirse apoyar la producción social valiosa, sin atender a la capacidad de recaudar impuestos de los ricos. El resultado: el empleo es siempre y en todo lugar una decisión política, y no una mera función de la empresa privada, los ciclos de expansión y recesión y la automatización. No hay por lo tanto nada inevitable sobre el desempleo y la miseria que este causa. De ninguna manera estamos destinados a un “futuro sin trabajo”.

Por lo tanto, confrontando el lema de la revista Aeon para el artículo de Livingston –¿Que pasaría si el trabajo no fuera la solución sino el problema?– de manera inmediata empecé a preguntarme lo contrario.

¿Qué pasaría si rechazásemos la jerga blanca y patriarcal del pleno empleo, la cual mantiene a millones de mujeres y minorías subempleadas? ¿Y si en lugar de esta treta liberal democrática pusiéramos en marcha un Plan de Trabajo Garantizado suficientemente financiado y completamente inclusivo como la base para un imaginario renovado para la izquierda?

¿Qué pasaría si dejamos de creer que los capitalistas y la automatización son los responsables de determinar cómo y cuándo trabajamos en sociedad? ¿Qué pasaría si dejamos de imaginar que el así llamado tiempo libre se autoorganiza espontáneamente como está ampliamente desacreditado por todo el mundo respecto a los mercados laissez-faire?

¿Qué pasaría si creásemos un sistema de trabajo público que proporcionara un salario mínimo justo y que verdaderamente asegurara una vida digna para toda la economía? ¿Qué pasaría si hiciéramos imposible para WalMart explotar a los desfavorecidos, mientras que multiplicáramos el poder de negociación de todos?

¿Qué pasaría si hiciéramos uso de tal sistema para reducir la jornada laboral, exigir que todos tuvieran atención sanitaria e incrementáramos la calidad de la participación social a lo largo de los sectores público y privado? ¿Qué pasaría si la vida económica no estuviera basada solamente en el afán de lucro?

¿Qué pasaría si cuidáramos a nuestros niños, a nuestros enfermos y a nuestra crecientemente envejecida población? ¿Qué pasaría si redujéramos a la mitad los ratios de alumnos por profesor en todos los niveles educativos? ¿Qué pasaría si construyéramos casas al alcance de todos? ¿Qué pasaría si hubiera un jardín comunitario en cada manzana? ¿Qué pasaría si hiciéramos nuestras ciudades energéticamente eficientes? ¿Qué pasaría si aumentáramos las bibliotecas públicas? ¿Qué pasaría si socializáramos y pagáramos los trabajos de cuidado que históricamente no se han retribuido? ¿Qué pasaría si fuera algo normal que existieran centros de arte públicos en nuestros barrios? ¿Qué pasaría si pagáramos a la gente joven por documentar las vidas de nuestros jubilados?

¿Qué pasaría si garantizáramos que realmente “las vidas negras cuentan”? ¿Qué pasaría si además de desmantelar el sistema presidiario industrial creáramos un mundo acogedor donde todo el mundo ciudadano o no tuviera el derecho a participar y ser tenido en cuenta?

¿Qué pasaría si el rechazo por la empresa privada de trabajadores liberara a la gente para organizar el trabajo en sociedad bajo más amplias, diversas y abiertamente discutidas premisas?

¿Qué pasaría si los trabajos públicos reafirmaran la inclusión, la colaboración y la diversidad? ¿Qué pasaría si reconociéramos que los sentimientos de la vida laboral no son reducibles a la ética protestante sobre el trabajo? ¿Qué pasaría si nos preguntáramos si el significado y valor del trabajo se convirtieran en parte de la vida laboral en sí?

¿Qué pasaría si hiciéramos crítica social en términos que no estén definidos por la ideología neoliberal que deseamos sortear?

¿Qué pasaría si afirmáramos radicalmente nuestra dependencia de las instituciones públicas que nos dan apoyo? ¿Qué pasaría si forzáramos a nuestro gobierno a asumir la responsabilidad por el sistema que siempre y en todo lugar condiciona?

¿Qué pasaría si admitiéramos que no hay límites a cómo podemos cuidar unos de otros y que como comunidad política podemos siempre permitirnos?

Los argumentos de Livingston no pueden superar estas preguntas.

Luego a la llamada de atención de “A la mierda el trabajo”, la izquierda debería contestar, “Y una mierda”.
------------------------------------------------------------

(n.t. artículo al que sigue esta réplica traducida por Jorge Amar Benet presidente de APEEP).
La versión original de este texto está publicada en Arcade.

Scott Ferguson es profesor asistente en la Universidad del Sur de Florida. Doctor en Estudios de Retórica y Cine por Berkeley.

Fuente: http://ctxt.es/es/20161228/Firmas/10331/Trabajo-futuro-robots-empleo-ocio-estado.htm

viernes, 6 de enero de 2017

Los 12 pasos que debes dar para no quedarte sin trabajo en la era digital. La revolución tecnológica eliminará millones de empleos y abrirá nuevas oportunidades laborales

¿Está tu puesto de trabajo en peligro de extinción? ¿Y el de tus hijos? ¿Sabes ya qué empleos se van a destruir? ¿En cuáles hay más futuro? ¿Y qué profesiones lo tienen peor? Es más, ¿sabrías decir, con total seguridad, si eres reciclable profesionalmente? ¿O qué necesitas para serlo? ¿Y quién no tiene solución?

Son muchas las preguntas que llegan con el tsunami digital, un fenómeno que no es nuevo en absoluto. Estamos ante la cuarta revolución industrial y, como las anteriores, implicará destrucción de empleo. De hecho, durante el siglo XX cambió una gran parte de las tipologías de empleos que existían cuando este empezó. Pero esta revolución también conllevará nuevas oportunidades y nuevos empleos, aunque desafortunadamente saberlo no minimiza el trauma social de un proceso con muchas víctimas en el corto plazo.

Para enfrentarnos a ello aquí está la Receta para sobrevivir al 4.0, una guía que nace para apoyar a todos aquellos que apuesten por sumarse a este fenómeno, sea cual sea su edad, profesión o experiencia laboral, porque, en estos momentos, hay espacio para todos.

PRIMERA FASE: ESPABILA
1) Tómatelo en serio.
Por algún extraño motivo, la transformación digital y su impacto sobre el empleo es un tema que, a priori, no resulta atractivo. Está cargado de prejuicios, estereotipos y miedos, lo que lleva a que no sea de interés general, cuando la realidad es que nos van a cambiar la vida a todos.

Por esa razón, mi primera recomendación será que te lo tomes en serio: en 2025 el 45% de las tareas industriales estarán en manos de robots, frente al 10% que actualmente tienen bajo su responsabilidad, y todavía podemos elegir. Podemos dejarnos arrastrar (para siempre) por el tsunami digital, o apostar por surfearlo para llegar mucho más alto de lo que jamás hubiéramos pensado.

2) Céntrate en lo tuyo.
La teoría de las tres D dice que si un trabajo es sucio (dirty), aburrido (dull) y peligroso (dangerous) se trata, realmente, de un trabajo para robots. Esto explica que casi la mitad de los puestos de trabajo que hoy conocemos vayan a desaparecer dentro de una o, como mucho, dos décadas. Son, sin duda, estadísticas demoledoras, pero en el fondo pueden resultar lejanas, ¿no es verdad? ¡Al fin y al cabo, son tan solo números!

Por ese motivo, sugiero que dediques un tiempo a la reflexión y que respondas tú mismo la pregunta: ¿Pero, de verdad, todo esto también va contigo? ¿Con tu sector? ¿Con tu profesión? ¿Con tu actividad? ¿Con aquello a lo que dedicas tu tiempo cada día? El peligro está ahí, al acecho, y nadie queda fuera de su sombra, pero es una conclusión que deberás sacar tú mismo.

SEGUNDA FASE: PONTE LAS PILAS
3) No elijas antes de tiempo.
El tsunami digital no es más que la suma de una serie de olas tecnológicas como la realidad virtual y aumentada, los drones, la gamificación, la impresión 3D, la bioimpresión, el Internet de las cosas, el big data, la inteligencia artificial o la robótica.

Todas ellas están llegando para quedarse, generando grandes oportunidades a nivel profesional. Sin embargo, pronto habrá que seleccionar, porque no es muy realista pensar que, al menos para empezar, podremos ser expertos en todo.

Es así como surge el dilema: ¿en cuál especializarnos? Dependerá, entre otras muchas cosas, de tu profesión, deseos y experiencia previa con la tecnología.

De esta forma, mi recomendación será que empieces por una visión general con todo el material que tengas a tu alcance (cursos, libros, prensa, revistas especializadas...) y que, desde ahí, te dejes llevar por la intuición y aspiraciones profesionales.

4) Fórmate bien, es gratis.
¿Y si te dijera que estás a tiempo de formarte en universidades tan prestigiosas como el MIT, Harvard o Stanford? ¿Y si añadiera que además es gratis?

Hoy todos podemos acceder a cursos de formación online de las mejores universidades y escuelas de negocios del mundo en plataformas como Coursera, Miríada X y (o) HarvardX, y, afortunadamente, no hay que pasar por caja…

Si quieres sumarle a la revolución digital te sugiero que explores, que te informes y te formes, porque es un esfuerzo que pronto te traerá grandes recompensas.

5) Pasa de la formación a la acción.
Como es lógico, tras la etapa previa de la formación, llega el momento de pasar a la acción y comprobar todo lo que has aprendido.

¿Estás entre los que han decidido apostar por la robótica y la Internet de las cosas? En ese caso, lo tienes muy fácil gracias a dispositivos como Arduino. Esta plataforma de desarrollo, que podrás comprar por menos de 40 euros en sitios como Amazon, llega cargada de horas de diversión y es válida “para todos los públicos” (desde principiantes hasta los más expertos).

Si, por el contrario, preferiste apostar por la realidad virtual, también podrás practicar con bajo presupuesto. ¿Has probado ya las Cardboard de Google? Estas gafas de cartón, que están disponibles por menos de doce euros (gastos de envío incluidos), te permitirán empezar a experimentar con aplicaciones de terceros pero también con las tuyas propias.

Es importante aclarar que Arduino y las Cardboard son tan solo ejemplos que demuestran que hoy la tecnología es apta para todos los bolsillos. Cuando llegues a este momento podrás elegir entre cientos de dispositivos, equipos que te permitirán profundizar en tu formación y prepararte para sacar todo tu talento digital.

6) No dejes nunca de formarte, de aprender.
Vivimos momentos de aceleración tecnológica, años en los que la tecnología evoluciona a una velocidad de vértigo y, si quieres tener éxito en lo profesional, necesitarás asegurarte de mantener tus conocimientos siempre al día.

Dicho así, muchos sentirán el peso de una enorme carga: ¿siempre? ¿Vamos a tener que dedicar “siempre” tiempo a la formación? El tiempo es un elemento escaso, limitado y limitante, ¿no son suficientes las horas que ya hemos “metido” en esta partida durante toda la vida? Pues bien, me temo que no lo son, y que esto es algo que no vas a poder cambiar, por lo que te recomiendo que lo conviertas, cuanto antes, en un estilo de vida y que lo empieces a disfrutar. Te hará el camino más fácil.

TERCERA FASE: CAMBIA EL CHIP
7) “Resetea” tu forma de pensar.
Los sistemas educativos tradicionales nos han “programado” bajo una fuerte influencia de disciplinas como las matemáticas, la física o la estadística. ¿Influencias negativas? ¡No! Eran momentos que exigían la estimulación del razonamiento lógico.

Sin embargo, hoy lo importante es innovar con la tecnología, y para ello hay que aprender a pensar mezclando la lógica y la creatividad. Pero, ¿cómo desarrollamos a estas alturas nuestra creatividad? ¿Cómo volver a pensar como cuando éramos niños? ¿Por dónde empezar? Tienes cientos de técnicas a tu alcance como el brainstorming, el psicodrama o la técnica de “soñar despierto”. Empieza por conocerlas y, si no te convence ninguna, escribe la tuya. Si a ti te funciona, no busques más. Será la buena.

8) No tengas miedo.
El miedo es la emoción más presente de occidente y uno de los mayores enemigos a los que nos tendremos que enfrentar en el proceso de reinvención profesional. Nos frena el miedo al fracaso, a lo nuevo y, en demasiadas ocasiones, al futuro y a no cumplir las expectativas que tienen puestas sobre nosotros.

El miedo trae inseguridad, lo que genera tensión nerviosa y mueve hacia la aversión al cambio. Por si fuera poco, el miedo es paralizante y puede paralizar también a los demás. Sin embargo, como decía Sartre: “Todos los seres humanos tienen miedo. Todos. El que no tiene miedo no es normal”. El miedo no es malo, el problema es no saber gestionarlo. Por todo ello, tenlo siempre presente, especialmente en los momentos en los que la vida profesional decida ponerte a prueba.

9) Apasiona y apasiónate.
Lo dicen las estadísticas: la pasión determina el 35% de nuestras probabilidades de éxito en una acción. Sin embargo, tan solo el 15% de las personas van a trabajar en cuerpo y alma. O al revés, el 85% de las personas dejan su energía, ilusión y motivación en casa…

Ese comportamiento tiene un claro impacto sobre el rendimiento laboral en el corto plazo y, por supuesto, sobre los éxitos profesionales en el largo. Por ello, si realmente apuestas por adaptarte a la llegada de la era digital, apasiona, apasiónate y busca motivos para no vivir tu vida como si estuvieras de paso.

CUARTA FASE: MARCA LA DIFERENCIA
10) Presume de ser digital
No solo hay que ser bueno, también hay que mostrarlo. No solo debes hacer el esfuerzo de digitalizarte, debes asegurarte también de que se nota en tu entorno y de que los demás lo perciben con claridad.

Por supuesto, no debes presumir de lo que no eres pero, si te vas poniendo las pilas, deberás hacerlo visible y compartirlo en tus redes (familiares, amigos, compañeros de trabajo y, por supuesto, redes sociales…). ¿Cómo lo estás haciendo? ¿Cuál es tu experiencia? ¿Logros? ¿Y pequeños fracasos? Recuerda que tecnologías como el Internet de las cosas tendrán que multiplicar por quince la fuerza laboral en tan solo cuatro años y, si estás en el radar, trabajo no te va a faltar.

11) Apunta muy alto.
Dice la teoría de las profecías autocumplidas que cuando creemos firmemente que algo sucederá es muy probable que suceda porque habremos movilizado toda nuestra energía (y miedos) en esa dirección. Por ello, es el momento de redefinir tus expectativas y, cuando lo hagas, apunta muy alto. Se abre un nuevo ciclo y ya no es necesario que te conformes con lo que hasta ahora te ha tocado vivir.

Haz memoria y respóndete a ti mismo: ¿Y tú, qué querías ser “de mayor”? ¿Lo conseguiste? ¿Qué falló? ¿Cuáles serían los pasos para lograrlo si te dieran una segunda oportunidad? Créeme, en muchos casos llegará, y si la quieres aprovechar mejor que te coja preparado.

12) Y sobre todo: saca tu humanidad.
Los robots están cada vez más presentes en la ejecución de tareas rutinarias y repetitivas, algo que se está intensificando con la reducción de su coste de fabricación. Además, su mayor inteligencia y su creciente estabilidad están provocando que también se empiecen a encargar de tareas de más complejidad.

Sin embargo, hay cosas en las que la tecnología difícilmente nos podrá llegar a superar: nuestra humanidad. Eso explica que hoy, en países como China, la moda de los restaurantes ya no sea contratar camareros-robot sino, por el contrario, despedirlos. Por esa razón, toma buena nota: cuanto más “humano” seas, más difícil serás de sustituir en tu puesto de trabajo. Así de complejo y así de simple…

http://elpais.com/elpais/2016/12/30/talento_digital/1483099393_454246.html

viernes, 7 de agosto de 2015

Científicos contra robots armados. Un millar de expertos critican las armas autónomas porque carecen de criterios éticos.

La inteligencia artificial está llegando a un desarrollo tan intenso que inquieta incluso a sus investigadores por el mal uso que se puede hacer de ella. Más de 1.000 científicos y expertos en inteligencia artificial y otras tecnologías han firmado una carta abierta contra el desarrollo de robots militares que sean autónomos y prescindan de la intervención humana para su funcionamiento. El físico Stephen Hawking, el cofundador de Apple, Steve Wozniak, y el de PayPal, Elon Musk, figuran entre los firmantes del texto, que se presentó ayer en Buenos Aires en la Conferencia Internacional de Inteligencia Artificial, un congreso donde se presentan más de 500 trabajos de esta especialidad y a la que acuden varios de los firmantes del manifiesto.

El documento no se refiere a los drones ni misiles comandados por humanos, sino a armas autónomas que dentro de pocos años podrá desarrollar la tecnología de inteligencia artificial y que supondrían una “tercera revolución en las guerras, después de la pólvora y el armamento nuclear”.

Los expertos reconocen que existen argumentos a favor de los robots militares, como el hecho de que reducirían las bajas humanas en conflictos bélicos. A diferencia de las armas nucleares, las autónomas no requieren altos costes ni materias primas difíciles de obtener para su construcción, según los firmantes. Por eso advierten de que es “solo cuestión de tiempo” que esta tecnología aparezca en el “mercado negro y en manos de terroristas, dictadores y señores de la guerra”. “Son ideales para asesinatos, la desestabilización de naciones, el sometimiento de poblaciones y crímenes selectivos de determinadas etnias”, alertan los científicos, que proponen que la inteligencia artificial se use para proteger a los humanos, en especial a los civiles, en los campos de batalla. “Empezar una carrera militar de armas de inteligencia artificial es una mala idea”, advierten. Comparan esta tecnología con las bombas químicas o biológicas.

“No se trata de limitar la inteligencia artificial, sino de introducir límites éticos en los robots, lograr que sean capaces de vivir en sociedad y, eso sí, rechazar de forma clara las armas autónomas sin control humano”, explica Francesca Rossi, presidenta de la conferencia internacional y una de las firmantes del texto. “Con la carta queremos tranquilizar a la gente que desde fuera de este mundo mira la inteligencia artificial con una preocupación a veces exagerada. A nosotros también nos interesan los límites éticos. Queremos reunir no solo a expertos en este asunto, sino a filósofos y psicólogos para lograr límites éticos en los robots similares a los de los humanos”, señala.

El peligro de reprogramar
El argentino Guillermo Simari, de la Universidad Nacional del Sur, organizador del congreso, comparte la filosofía de la carta. “Las máquinas pueden tomar decisiones con las que el humano no está de acuerdo. Los hombres tenemos filtros éticos. Se puede programar un filtro ético a la máquina, pero es muy fácil quitarlo”. Simari cree que el gran problema es la facilidad con la que puede reprogramarse una máquina. “Para hacer una bomba atómica uno necesita uranio enriquecido, que es muy difícil de conseguir. Para reprogramar una máquina militar basta con alguien con un ordenador escribiendo software”.

En el congreso también hay quien se sitúa en contra de la filosofía de la carta. “Aquí estamos los que creemos que hay que seguir desarrollando la inteligencia artificial y que puede ser controlada”, explica Ricardo Rodríguez, profesor de la Universidad de Buenos Aires y organizador del encuentro. El debate entre los científicos está vivo y ahora pasará a toda la sociedad.
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/07/28/actualidad/1438078885_287962.html

lunes, 17 de diciembre de 2012

Robots y capitalistas sin escrúpulos

Los inconvenientes de la tecnología no se limitan a los trabajadores no cualificados


Según casi todos los indicadores, la economía estadounidense sigue estando profundamente deprimida. Pero los beneficios empresariales alcanzan máximos históricos. ¿Cómo es eso posible? Es sencillo: los beneficios expresados como porcentaje de la renta nacional han aumentado vertiginosamente, mientras que los salarios y otras compensaciones laborales están bajando. El bizcocho no está creciendo como debería; pero al capital le va muy bien y se está llevando un pedazo más grande que nunca, a expensas de los trabajadores.

Un momento; ¿de verdad vamos a volver a hablar del enfrentamiento entre el capital y los trabajadores? ¿No es ese un debate pasado de moda, casi marxista, obsoleto en nuestra moderna economía de la información? Bueno, eso es lo que muchos pensaban; porque los debates de la generación anterior sobre la desigualdad se han centrado principalmente no en el enfrentamiento entre el capital y la mano de obra, sino en problemas de distribución de los trabajadores, ya sea por las diferencias entre los trabajadores más y menos formados o por el aumento vertiginoso de los ingresos de un puñado de superestrellas de las finanzas y otros campos. Pero puede que eso sea agua pasada.

Más concretamente, aunque es verdad que los tipos de las finanzas siguen teniendo un éxito tremendo (en parte porque, como ahora sabemos, algunos de ellos son en realidad ladrones), la diferencia salarial entre los trabajadores con formación universitaria y los que no la tienen, que aumentó mucho en los años ochenta y a principios de los noventa, no ha variado demasiado desde entonces. De hecho, los ingresos de los universitarios recién licenciados se habían estancado incluso antes de que nos golpease la crisis financiera. Cada vez más, los beneficios han ido aumentando a costa de los trabajadores en general, incluidos los que tienen unas cualificaciones que se supone que deberían conducirles al éxito en la economía actual.

¿Por qué está pasando esto? Hasta donde yo sé, hay dos explicaciones plausibles y ambas podrían ser acertadas hasta cierto punto. Una es que la tecnología ha tomado un rumbo que hace que la mano de obra esté en desventaja; la otra es que estamos contemplando los efectos de un enorme aumento del poder de los monopolios. Piensen en estas dos historias imaginando que por un lado hay robots, y por el otro, capitalistas sin escrúpulos.

Respecto a los robots: no cabe duda de que, en algunos sectores destacados, la tecnología está desplazando a trabajadores de todas o casi todas las categorías. Por ejemplo, una de las razones por las que últimamente las fábricas de alta tecnología están volviendo a EE UU es que, hoy día, la pieza más valiosa de un ordenador, la placa madre, la fabrican robots, de modo que la mano de obra barata asiática ya no es un motivo para producir en el extranjero.

En un libro publicado hace poco, Race against the machine (Carrera contra la máquina), Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, del MIT, sostienen que se están dando fenómenos similares en muchos campos, entre ellos, en servicios como los de traducción e investigación legal. Lo que sorprende de sus ejemplos es que muchos de los puestos de trabajo que se están eliminando son altamente cualificados y de salarios elevados; los inconvenientes de la tecnología no se limitan a los trabajadores no cualificados.

Aun así, ¿pueden la innovación y el progreso perjudicar realmente a una gran cantidad de trabajadores, quizá incluso a los trabajadores en general? A menudo me topo con aseveraciones de que eso no puede suceder. Pero la verdad es que es posible, y los economistas serios son conscientes de esa posibilidad desde hace casi dos siglos. El economista de principios del siglo XIX David Ricardo es famoso por la teoría de la ventaja comparativa, que constituye un argumento en favor del libre comercio; pero el mismo libro de 1817 en el que exponía esa teoría también contenía un capítulo sobre el modo en que las nuevas tecnologías de la revolución industrial, que exigen mucho capital, podrían hacer que los trabajadores salieran perdiendo, al menos durante un tiempo (algo que de hecho, según los académicos modernos, es posible que esté ocurriendo desde hace varias décadas).

¿Y qué hay de los capitalistas sin escrúpulos? No se habla mucho de monopolio últimamente; las leyes antimonopolio desaparecieron en gran medida durante la época de Reagan y nunca se han recuperado realmente. Pero Barry Lynn y Phillip Longman, de New American Foundation, sostienen, en mi opinión de un modo persuasivo, que el aumento de la concentración empresarial podría ser un factor importante en el estancamiento de la demanda de mano de obra, ya que las empresas usan su creciente poder monopolístico para subir los precios sin que los beneficios repercutan en sus empleados.


No sé hasta qué punto la tecnología o los monopolios explican la devaluación de la mano de obra, en parte porque se ha debatido muy poco acerca de lo que está pasando. Creo que es justo decir que el asunto del desplazamiento de los beneficios de los trabajadores hacia el capital todavía no se ha introducido en nuestras conversaciones nacionales.

Pero ese desplazamiento se está produciendo; y tiene consecuencias muy importantes. Por ejemplo, existe una gran presión, generosamente financiada, para que se reduzcan los tipos de impuestos que pagan las empresas; ¿es esto realmente lo que queremos hacer en un momento en el que los beneficios se están disparando a costa de los trabajadores? ¿O qué pasa con la presión para que se reduzcan o eliminen los impuestos sobre sucesiones? Si estamos volviendo a un mundo en el que el capital financiero, no las cualificaciones o la educación, es lo que determina los ingresos, ¿realmente queremos que heredar riqueza resulte todavía más fácil?...
Fuente: El País, Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008