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sábado, 17 de agosto de 2024

La ciencia de la belleza: cómo ver algo hermoso puede mejorar el estado de ánimo e incluso la cognición.

Partenón

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Imagina que tu nave espacial está girando sin control y chocarás contra el planeta Arakis a menos que actives los propulsores térmicos posteriores.

¿Cuál de los dos botones que aparecen a continuación te ayudaría a activar los propulsores a tiempo?

¿Tendrías más probabilidades de sobrevivir si el diseñador de la cabina hubiera instalado el botón a la izquierda o a la derecha? 
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 Si elegiste el botón de la izquierda, ¡felicitaciones! La ciencia sugiere que podrías haber sobrevivido al aterrizaje forzoso.

Pero, ¿qué tienen estos botones que te hicieron elegir uno en lugar del otro?

La respuesta corta es la belleza, ya que el botón de la izquierda es más atractivo estéticamente que el de la derecha, lo que nos permite detectarlo más rápidamente.

Puede parecer sorprendente, pero la belleza es más importante para nosotros de lo que solemos creer.

Como dijo el poeta inglés John Keats: “La belleza es verdad, la verdad es belleza. Eso es todo lo que conocemos en la Tierra y todo lo que necesitamos saber”.

Lo mucho que nos guste algo y lo hermoso que nos parezca puede tener un efecto convincente en nuestra experiencia y comportamiento.

Las investigaciones muestran que cuando vemos cosas hermosas, ya sea una persona, un cuadro o una tetera, les atribuimos toda una serie de afectaciones positivas, como verdad, inocencia y eficiencia.

La belleza surge de diferentes propiedades de lo que amamos.

Por supuesto que aunque hay un cierto grado de subjetividad en lo que nos gusta –puede que a mí me guste algo que a ti no–, cuando se trata de belleza, hay algunas propiedades bien establecidas que importan.

Entre ellas se incluyen ciertas propiedades del objeto en sí, como la proporción, la simetría y la curvatura, así como la relación entre el objeto y el espectador, incluido el grado de familiaridad.

Por ejemplo, tendemos a que nos guste la arquitectura clásica, como el Partenón, por sus atractivas proporciones (como la proporción áurea), y solemos encontrar más bellas las pinturas con motivos familiares que las de motivos desconocidos.

Un principio generalmente aceptado que explica lo que nos gusta es la teoría de la fluidez de procesamiento: cuanto más fácil es entender algo, más nos gusta.

Biblioteca Pública de Nueva York FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Tendemos a que nos guste la arquitectura clásica por sus atractivas proporciones.

La estética importa

Pero ¿por qué preocuparse por la belleza? ¿Por qué no adoptar un enfoque utilitario y abrazar lo funcional por encima de todo?

En pocas palabras: la estética importa, y se refleja en nuestro comportamiento y desempeño.

Nos rodeamos de cosas que nos gustan, objetos que son atractivos a la vista. Visitamos galerías de arte y contemplamos cuadros bonitos. Nos rodeamos de cosas bonitas en casa.

También tendemos a perseverar más con las cosas que nos gustan. Un buen ejemplo son las matemáticas, donde una ecuación elegante y bonita se prefiere a una burda.

Tendemos a pensar que las cosas bonitas funcionarán mejor y serán más fáciles de aprender y utilizar.

Y a veces tenemos razón, como cuando elegimos un sacapuntas sencillo porque creemos que funcionará mejor que un diseño más engorroso.

Pero la estética también puede influir en el rendimiento en tareas en las que la eficiencia (velocidad y precisión) importan. Incluso cuando no somos conscientes de ello.

En mi propia investigación, mi colega y yo pedimos a los participantes de nuestro laboratorio que encontraran íconos en una pantalla.

Después de controlar varias variables (como la complejidad, el significado, la familiaridad y la concreción), descubrimos que los participantes detectaban los íconos atractivos más rápido que sus homólogos menos atractivos.

Pero esto solo ocurría cuando la tarea era difícil. Es decir, cuando los íconos eran complejos, abstractos o desconocidos, había una clara ventaja para los objetivos más atractivos estéticamente.

Por el contrario, cuando los íconos eran visualmente simples, concretos o familiares, el atractivo estético ya no importaba: la tarea ya era bastante fácil.

En la figura de la parte superior, ambos iconos de cohetes espaciales son complejos, pero el de la izquierda tiene un mayor atractivo estético, y es por eso que el botón izquierdo sería el mejor para colocar en tu nave espacial.

Afrodita FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Solemos rodearnos de cosas que nos gustan, objetos que son atractivos a la vista.

La estética puede vencer a la tristeza

Las tiendas a menudo seleccionan cuidadosamente la música, los objetos y los aromas que pueden influir en nuestro comportamiento de compra.

En nuestro estudio reciente, mostramos cómo y por qué funciona esto.

Pusimos a los participantes en un estado de ánimo positivo o negativo escuchando una pieza musical alegre o triste y leyendo una lista de afirmaciones.

Luego les pedimos que completaran una tarea de búsqueda cronometrada. Investigaciones anteriores muestran que los estados de ánimo negativos pueden afectar negativamente nuestro desempeño.

Las personas con un estado de ánimo positivo encontraron los íconos atractivos con mayor facilidad que los íconos poco atractivos.

Sin embargo, este beneficio también surgió en los participantes con un estado de ánimo negativo, pero un poco más tarde.

Concluimos que los estímulos atractivos deben ser inherentemente gratificantes y que el atractivo estético debe ayudar a superar los efectos perjudiciales del estado de ánimo negativo sobre el rendimiento; es decir, el atractivo puede vencer a la tristeza.

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Las tiendas a menudo seleccionan cuidadosamente la música, los objetos y los aromas que pueden influir en nuestro comportamiento de compra.

Parece que estar de buen humor nos hace más propensos a interactuar con cosas bellas.

Pero incluso en un estado de ánimo negativo, los objetos atractivos pueden captar la atención e influir en el comportamiento, siempre que permanezcamos expuestos a ellos durante suficiente tiempo.

Hay cada vez más pruebas de que pequeñas dosis de psicodélicos en un entorno controlado, como una clínica, pueden ayudar a tratar la depresión.

Estas drogas suelen producir experiencias intensas de belleza (en términos de colores y formas) y nos ayudan a sentirnos más en armonía con nuestro entorno.

Efecto pequeño pero significativo

El atractivo estético puede reducir el tiempo de respuesta de un participante en aproximadamente una décima de segundo.

Esto puede parecer pequeño, pero puede ser bastante significativo: el ahorro de incluso unos pocos milisegundos a la vez se acumula cuando se trata de una mala conexión wifi o una señal 3G lenta en un teléfono inteligente.

Los líderes visionarios e innovadores han tenido desde hace mucho tiempo una comprensión intuitiva de la importancia del atractivo estético y la simplicidad en el diseño industrial; tal vez ninguno más que el fundador de Apple, Steve Jobs, cuyo compromiso con la estética y la simplicidad era legendario.

Lamentablemente, parece que muchos diseñadores no siguieron la intuición visionaria de Jobs.

Tal vez los datos acumulados los convenzan finalmente de que el diseño tiene un impacto importante en el rendimiento.

La próxima vez que diseñes una aplicación móvil revolucionaria, o incluso el centro de control de tu nave espacial, recuerda lo importantes que son la estética y la belleza: podrían salvar tu aterrizaje forzoso.

* Irene Reppa es profesora asistente de psicología de la Universidad de Swansea, Gales, Reino Unido. Este artículo apareció en The Conversation.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Un viaje a los fundamentos del mundo moderno

Los científicos no atisban el alcance de sus experimentos pero saben de su potencial práctico
La comprensión de la naturaleza siempre augura grandes transformaciones

Einstein se apoyó en su amigo Grossman para formular su teoría.
Pocas noticias científicas han alcanzado el impacto  del reciente descubrimiento del bosón de Higgs en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) junto a Ginebra, tal vez lo más parecido a una catedral que ha producido la ciencia moderna. Mueve a la sorpresa que un hallazgo de esta naturaleza, relativo al más oscuro y abstruso rincón de la ya de por sí oscura y abstrusa mecánica cuántica, consiga una repercusión pública de tal magnitud, aunque es cierto que todo parece haber conspirado en este caso para violar los preceptos del periodismo o incluso del sentido común.

Para empezar, el LHC es la mayor y más compleja máquina construida jamás, o “uno de los grandes hitos de la ingeniería humana”, en palabras de sus constructores del  CERN, o Laboratorio Europeo de Física de Partículas. Situada en un túnel subterráneo de 27 kilómetros de perímetro bajo la frontera francosuiza, cuenta con los más avanzados instrumentos y detectores; 10.000 científicos de 100 países están implicados en su diseño y construcción y tiene un presupuesto cercano a los 7.500 millones de euros. Cuando se emplea la expresión Gran Ciencia, esto es exactamente lo que uno tiene en la cabeza.

Y eso no es todo, desde luego. Esta prodigiosa pieza de ingeniería se concibió para permitir a la comunidad internacional de físicos poner a prueba los ingredientes más fundamentales de sus teorías sobre el mundo subatómico, y uno de ellos era el bosón de Higgs cuya existencia se ha confirmado este mismo año, no mucho después de que la mayor máquina construida por la humanidad superara sus previsibles problemas de rodaje. El hallazgo de la partícula de Higgs puede considerarse uno de los mayores éxitos de la ciencia experimental de todos los tiempos, y así lo ha entendido la academia sueca  al conceder el último premio Nobel de Física a François Englert y Peter Higgsdos de los teóricos que propusieron su existencia en los años sesenta. Todos los ingredientes de una gran noticia están ahí, y esto explica en retrospectiva el impacto mediático de la noticia.

Hay sin embargo una pregunta que se hace cualquier miembro informado del público, que aparece en todos los foros y que posee toda la lógica si se tienen en cuenta los 10 años que ha llevado construir el LHC, los 10.000 científicos que han intervenido y los 7.500 millones de euros asignados al proyecto: ¿para qué sirve esto? ¿Cuál es la utilidad del celebérrimo bosón de Higgs? ¿Cómo piensan los científicos devolver semejante inversión a la sociedad que la ha financiado con sus impuestos? Es una buena pregunta, y una que resulta condenadamente difícil de responder. Y sin embargo, por paradójico que resulte, no es una pregunta que preocupe demasiado a los científicos.

Porque los científicos no saben cuáles son las consecuencias prácticas del bosón de Higgs. Pero saben que serán enormes, porque eso es lo que se desprende de la no muy larga historia de la ciencia. La comprensión profunda de la naturaleza es siempre el prólogo de un conjunto de aplicaciones prácticas que ni siquiera los descubridores de un fenómeno suelen intuir. Pero que siempre tienen escondido en su núcleo el potencial para transformar el mundo de forma radical: las claves del progreso, la receta del futuro. Basta echar un vistazo a la historia de la ciencia para comprobarlo una y otra vez.

Tomen a Newton, el genio británico que fundó la ciencia moderna: no solo sus principios fundamentales, sino también sus modos y sus estrategias, el estilo y la pericia que los científicos siguen usando tres siglos después. Newton se sintió obsesionado desde chaval por unos cuantos enigmas que habían planteado dos gigantes de las generaciones anteriores a la suya: las elegantes curvas elípticas que describían los planetas en su armoniosa órbita alrededor del Sol, tal y como había descubierto Kepler; y el extraño comportamiento de los objetos sometidos a la gravedad de la Tierra que, contra toda intuición —y contra el conocimiento milenario recibido de las ingeniosas ocurrencias de Aristóteles— había demostrado experimentalmente Galileo unas décadas antes.

Las llamadas leyes de Kepler eran, desde luego, un enigma a la altura de la mente más curiosa. Johannes Kepler formuló sus dos primeras leyes en 1609, basándose en las detalladas observaciones de los movimientos planetarios amasadas pacientemente por el astrónomo danés del siglo XVI Tycho Brahe, de largo las más precisas de la época, y de cualquier época anterior. La primera ley no solo dice que los planetas se mueven alrededor del Sol, confirmando el modelo heliocéntrico de Copérnico, sino también la forma matemática exacta que siguen sus órbitas: no son círculos, sino elipses, unas curvas ya descubiertas en tiempos de Platón, pero en un contexto completamente distinto: junto a las hipérbolas y las parábolas, las elipses forman una especie de aristocracia geométrica: las cónicas, los tres tipos de curvas que pueden resultar de cortar un cono, o de tirar al mar un gorro de bruja. Pero ¿por qué los planetas habrían de moverse en elipses?

La segunda ley planteaba un puzle todavía más impenetrable. Los planetas no se movían con la misma velocidad a lo largo de toda su órbita: aceleraban al acercarse al Sol y se frenaban al alejarse. Y no de cualquier forma: Kepler había sido capaz de cuantificar el efecto con precisión matemática, aunque de un modo realmente chocante: si el planeta estuviera unido al Sol por una cuerda imaginaria, la cuerda barrería la misma área por unidad de tiempo. Y la tercera ley, descubierta por Kepler nueve años después que las dos primeras, no hacía más que rizar el rizo: el tiempo que un planeta tarda en dar la vuelta al Sol —lo que en la Tierra llamamos un año— guarda una sorprendente relación con la distancia del planeta al Sol: el cuadrado del periodo de revolución (el cuadrado de lo que dure el año del planeta en cuestión) varía con el cubo de la distancia del planeta al Sol. Estas relaciones matemáticas son tan chocantes que el propio Kepler se dejó llevar a un delirio geométrico para explicarlas, donde cada planeta ocupaba uno de los llamados sólidos platónicos —cubos, tetraedros, icosaedros y cosas así— en una versión reeditada y hasta mejorada de la armonía de las esferas pitagórica.

Pero ese rompecabezas laberíntico de curvas cónicas, cuadrados, cubos y áreas barridas por unidad de tiempo fue exactamente lo que motivó a Newton al reto enorme de resolverlo. El resultado fue la ciencia moderna y la práctica totalidad de la tecnología de los tres últimos siglos —lo que diferencia nuestro tiempo de un mundo de caballos, floretes y mosquetones—, pero la intención de Newton nunca fue cambiar el mundo ni la forma de pensar sobre el progreso de la humanidad. Su motivación fue entender el mundo: aceptar el desafío de sus enigmas físicos y matemáticos, y adoptar la actitud teórica y experimental adecuada para resolverlo. De ahí venimos. Una vez entendido un proceso, la revolución tecnológica es poco menos que inevitable.
Fuente: El País.