Uno de los grandes jinetes de un apocalipsis que sí existió
Juan Antonio Delgado de la Rosa
Mariano Gamo Sánchez, referente dentro de los curas obreros, hizo compatible su trabajo pastoral con su trabajo como enfermero y su militancia sindicalista y política.
Una de las cuestiones más relevantes fue su apuesta por La Casa del Pueblo de Dios
Designado en 1964 párroco de Nuestra Señora de la Montaña, en el barrio de Moratalaz, encuentra allí la “tierra prometida” en la que pone en marcha el proyecto soñado durante años de una Iglesia de pueblo, para el pueblo y desde el pueblo.
Como una declaración pública de este propósito figuraría, con grande caracteres, en el frontispicio del barracón que hacía de templo la inscripción: CASA DEL PUEBLO DE DIOS. Éste barracón ofreció durante años hospitalidad a las reuniones clandestinas de CCOO y también las misas de los domingos, eran eucaristías vivas, abiertas al diálogo, para fomentar una asamblea cristiana plural, en la que los asistentes se pronunciaran sobre los diferentes temas propuestos con toda libertad e espontaneidad, aunque utilizando algunas veces un lenguaje críptico, debido a la presencia policial. La declaración del estado de excepción de 1969 provocó la detención de Mariano Gamo “a causa de ciertas expresiones vertidas sobre el Estado de excepción” (BLÁZQUEZ, 1991: 189). En esos días, Gamo (2000: 32–33) sostenía:
“Mis cadenas no son otras que la militaresca ordenanza del silencio, por la que a todo un pueblo se le ha impuesto la renuncia a su innata vocación… El hombre es responsable de la historia… Un pueblo no poseso del silencio, libre de sus decisiones, es el ángel en el que yo confío. No se llama legión, PUEBLO es su nombre”.
Posteriormente, fue confinado en el Monasterio de El Paular (Rascafría, Madrid) y, condenado por el Tribunal de Orden Público (TOP) a tres años de prisión, tal como narra el historiador Tuñón de Lara:
"También fue juzgado y condenado, esta vez en Madrid, el párroco de Moratalaz, Mariano Gamo, en cuyo favor había testimoniado el obispo auxiliar de la capital, monseñor Echarren. El Estado de Franco, al dirigir así sus aparatos coactivos-judiciales contra miembros del clero, estaba inutilizando por completo un aparato de hegemonía (ideológica) que durante muchos años le sirviera eficazmente". (TUÑÓN DE LARA, 1980: 403).
Finalmente, fue trasladado a la cárcel Concordataria de Zamora (BLÁZQUEZ, 1991: 190), donde convivió con una veintena de curas vascos, también reclusos, de los que llegó a aprender algo de euskera y con los que colaboró en el montaje de una ikastola en la propia prisión (JÁUREGUI Y VEGA, 1985: 139–141). Abandonó la cárcel en octubre de 1971 por el llama do indulto Matesa (JÁUREGUI Y VEGA, 1985: 139), aunque en fechas posteriores ingresó tres veces más en la cárcel de Carabanchel, por otras tantas multas gubernativas, tal como narran Jaúregui y Vega:
"El día 25 de diciembre de 1973 tampoco iba a ser bueno para Mariano Gamo. Por la mañana le aconsejan que firme una declaración en la que se declare autor de un delito de injurias a la memoria de Carrero Blanco (el domingo siguiente al asesinato de Carrero Blanco no ha recordado en la misa al almirante caído en acto de servicio el jueves 20 de diciembre). Seguidamente le imponen una multa de 200.000 pesetas y le envían a Carabanchel, en cuyo hospital penitenciario, sección toxicómanos, es recluido en arresto sustitutorio por impago de multa. Los funcionarios le reconocerán como el toxicómano número 22, el número 21 es Carlos Jiménez de Parga…" (JÁUREGUI Y VEGA, 1985: 182–183).
Incorporado de nuevo a su parroquia, tras su salida de Zamora, comienza a trabajar como sanitario en la Clínica de la Concepción hasta 1988 en que se traslada como DUE (ATS) al nuevo hospital público “Severo Ochoa” de Leganés. Aprovechando una baja laboral por enfermedad, termina su licenciatura en Filología Hispánica. Su compromiso político discurre a través de la ORT:
"La ORT, grupo político que surge en 1970 procedente casi por entero de la Acción Sindical de Trabajadores, un núcleo obrero católico surgido en 1964 y vinculado a los jesuitas de las Vanguardias Obreras. Lo particular del marxismo de su programa oficial, que se transformó en maoísmo enseguida, provenía de la militancia católica de origen. Entre sus principales dirigentes habrá curas obreros como Mariano Gamo…" (CRUZ, 1997: 205).
Y bajo esas siglas se presenta, en las primeras elecciones democráticas de 1977, como candidato al Congreso de los Diputados. En ese período deja la parroquia para volcarse en la actividad político-sindical emergente, sin abandonar el puesto de trabajo. Desaparecida la ORT, ingresa en Izquierda Unida, por cuya organización sale elegido Diputado de la Asamblea de Madrid en 1995, en la que actúa de portavoz de su grupo para temas sanitarios, durante su IV Legislatura, al término de la cual cesa en su excedencia laboral por cargo público y se jubila a los 68 años de edad, pero sigue al pie del cañón acompañando la vida de las personas. Una de sus últimas reuniones las realizó en el equipo de la ACO del lucero.
Sus últimas palabras fueron que nos tenía a todos en el corazón. DEP
Sin Permiso, 5 de julio 2023
Mariano Gamo, referente solidario y antifranquista
Juan Mari Arregi
Ha muerto en la madrugada de ayer en Madrid con 92 años Mariano Gamo, un gran amigo y compañero de muchas historias, muy conocido en los sectores de la izquierda de la Iglesia popular y de la política del Estado Español. Huérfano desde niño de padre fusilado en 1936 por un destacamento del Frente Popular de la República en las tapias del cementerio de Vaciamadrid y enterrado en una fosa común junto a otros fusilados. Curiosamente, un tío suyo sería posteriormente fusilado también, pero por la dictadura franquista.
Mariano ha sido un referente social, político y solidario. Un referente de la lucha antifranquista, antifascista y anticapitalista. Como sacerdote ha dejado sus huellas en la Parroquia de Nuestra Señora de la Montaña de Moratalaz de Madrid, donde desde 1963 tuvo su mayor protagonismo.
Muy pegado a los sectores populares, apostó por una Iglesia popular y luchó contra aquella Iglesia jerárquica pivote junto al capitalismo de la dictadura franquista. Fiel a su compromiso popular y lejos del PSOE y PCE de Carrillo, participó, como político, en partidos revolucionarios como la ORT y en la creación de las primeras CCOO. En ese contexto llegó a ser también diputado por IU en la Asamblea de Madrid en los años 90.
Por ello pasó por los tribunales franquistas y fue condenado a tres años de cárcel. Por esa razón, pasó también por la cárcel concordataria de Zamora, creada por la Iglesia y el Estado español, donde pudo conocer y convivir con los curas vascos que también fueron condenados por los tribunales franquistas por haber luchado en defensa de los derechos políticos, sociales y nacionales de nuestro Pueblo.
Como el resto de curas vascos ha participado también, como protagonista, en la elaboración del documental "Apaiz Kartzela", de la mano de la productora vasca Maluta Films, liderada por Ritxi Lizartza. Nuestra última relación directa con él fue precisamente hace menos de un año en San Sebastián de los Reyes de Madrid, en la presentación allí de la citada película que la presidió y en la que intervino entre muchos aplausos...
Mariano reconoce sus diferencias ideológicas con los curas vascos encarcelados de Zamora, pero que no impidieron su buen rollo y camaradería. Así Gamo dice en el libro "Zamorako apaiz kartzela" que... «ni mis diferencias ideológicas ni otras discusiones teóricas rompieron el clima de camaradería y buen rollo que se mantuvo hasta el final... A todos los considero compañeros de fatigas e ilusiones, aunque fueran dispares, pero con el denominador común de la utopía».
En ese contexto es lógico que Gamo apoyara el intento de fuga de la cárcel de Zamora... «Durante la construcción o gesta del túnel, asegura en el mismo libro, me asignaron la tarea de distracción o entretenimiento del funcionario de turno, para neutralizar su vigilancia. Al abandonar la prisión en la noche del 3 de octubre de 1971, albergaba la esperanza de que la fuga se haría realidad pocos días después, en una noche de luna y en un turno de la guardia civil, siempre más puntual que la Policía armada. Al no aparecer ninguna noticia en la prensa viajé al País Vasco, donde me recibió e informó José María Madariaga» (otro cura vasco ya fallecido, de la parroquia de Bakio, que estuvo también preso en Zamora).
Mariano Gamo, pese a sus diferencias ideológicas con el nacionalismo vasco, ha formado parte también de la cadena humana y solidaria con este Pueblo. Además de lo que mis compañeros que pasaron por la cárcel concordataria de Zamora pudieran decir, quien suscribe este artículo puede dar fe de ello por haber sido testigo privilegiado de hechos muy importantes que avalan esa afirmación.
Mariano Gamo, durante el franquismo, puso sus instalaciones parroquiales al servicio de quienes luchaban contra el fascismo, franquismo y capitalismo y vivían en la clandestinidad, pertenecieran a la organización que fueren. Quien suscribe estaba en la clandestinidad en Madrid en los años 1973-1976. Mi relación con Mariano era casi diaria, sobre todo desde que inició su andadura como cura obrero en un hospital público de Madrid.
En un mismo día coincidimos con Mariano en su parroquia de Moratalaz, y por razones distintas pero determinadas por la clandestinidad común, yo mismo y Pedro Ignacio Perea Beotegi, (WILSON), militante de ETA durante los días previos al histórico y relevante atentado contra el almirante y presidente Carrero Blanco, garante de la continuidad del régimen. Nunca supe la razón de la presencia de Wilson en la parroquia de Moratalaz. Si sé, que Mariano Gamo nunca fue partidario de la lucha armada. Pero también sé que, pese a las diferencias ideológicas con unos u otros, Mariano echaba una mano a quienes luchaban desde la clandestinidad.
En 1975 el Gobierno español franquista declaró, una vez más, el estado de excepción en Bizkaia y Gipuzkoa. Algunos como quien suscribe, y tras su exilio y paso por la cárcel de Basauri y convento de los pasionistas de Euba, tuvo que volver a la clandestinidad y me oculté por Madrid. Ante la falta de información de la represión desencadenada en las provincias vascas, decidimos crear un boletín informativo clandestino, "Noticias del País Vasco en estado de excepción".
Aunque el famoso e histórico capitán de la Guardia Civil, «el Capitán Hidalgo», buscaba, para su desmantelamiento y detención de sus creadores, el lugar de impresión del citado boletín por el Duranguesado, lo editábamos en Madrid. Clandestinamente, por supuesto. Mariano Gamo fue también uno de los que en Madrid nos echó una mano para su impresión y difusión no solo en la capital sino por todo Euskal Herria y resto del Estado español.
Finalmente, Madrid fue paso de muchos familiares de presos políticos vascos. Unos que visitaban a los suyos en cárceles de Madrid o cercanas. Otros que tenían que pasar por Madrid para llegar a las cárceles del sur. Unos y otros encontraban también apoyo y refugio en manos de Mariano Gamo y su entorno.
En el Estado Español hubo y hay muchos enemigos de este Pueblo. Es verdad. Tan verdad como que también hay no pocos ejemplos de haber formado parte de una cadena solidaria con nuestro Pueblo reprimido por la dictadura franquista. Como lo fue Mariano Gamo. Independientemente de sus planteamientos ideológicos políticos. Eskerrik asko, Mariano.
https://www.naiz.eus/eu/iritzia/articulos/mariano-gamo-referente-solidar...
Juan Antonio Delgado de la Rosa Doctor en Filosofía, Historia Contemporánea y Derecho. Licenciado en Teología. Es autor de 'Mariano Gamo, testigo de un tiempo. Entre Cristianismo y marxismo y viceversa (Endymion 2012).
Juan Mari Arregi Nació en Durango en el seno de una familia abertzale. A los 12 años ingresó en el seminario de Derio, donde fue muy activo en el movimiento contra el régimen que allí se formó, miembro, entre otros, del movimiento GOGOR. Conoció el exilio, la clandestinidad, la cárcel…Tras la muerte del dictador participó en la fundación del diario Egin y trabajó en él firmando con el nombre de Daniel Udalaitz hasta que fue despedido. La vida de Juan Mari Arregi es un vida vertebrada por el compromiso social y el nacional.
Fuente:
Varias
https://www.sinpermiso.info/textos/mariano-gamo-1931-2023-revolucionario-y-cristiano
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lunes, 17 de julio de 2023
viernes, 12 de febrero de 2021
Paul Robeson, la voz libre de América
Por Higinio Polo | 03/02/2021 | Cultura
La voz profunda de Paul Robeson surgió del aliento perseguido de los esclavos, de las cárceles y plantaciones donde la segregación racial había encerrado a los negros estadounidenses, y esa voz nos la trae ahora el magnífico libro de Paula Park, Paul Robeson, Artista y revolucionario, que pone su figura al alcance de todos por primera vez en castellano. Paula Park documenta la vida de Robeson, y habla también de la ferocidad del racismo en Estados Unidos, de la lacra de la persecución contra los negros, de los linchamientos, los crímenes impunes, acompañado todo ello de una extensa y útil bibliografía.
Robeson era hijo de un esclavo, uno de aquellos chicos negros que con apenas quince años había huido de las cadenas de los amos en el ferrocarril subterráneo, una red clandestina que en el siglo XIX ayudaba a los cautivos que perseguían la libertad. Durante la infancia de Robeson, su padre se enfrentó a los linchamientos, a las siniestras hordas de blancos que salían a la caza de negros para ahorcarlos y quemarlos ante la multitud satisfecha, actitud que le hizo perder su ocupación en una iglesia presbiteriana y dedicarse a trabajos ocasionales cuando tenía ya casi sesenta años. Estados Unidos era el país donde el celebrado Griffith de El nacimiento de una nación llamaba a los negros “animales viciosos”.
Paul Robeson pudo estudiar gracias a una beca, pero sufrió la hostilidad durante sus años de estudiante universitario. Jugó al fútbol padeciendo muchas veces que otros equipos se negasen a jugar con el suyo porque tenía un jugador negro: eran los Estados Unidos de la matanza de Tulsa en 1921, donde hordas de blancos armados, en colaboración con la policía, incendiaron las casas y asesinaron a centenares de negros. Esforzado, Robeson consiguió hablar chino, alemán, ruso y árabe, entre otras lenguas. Fue un abogado que apenas ejerció, que cantó después en el Cotton Club de Nueva York, fue actor con Eugene O’Neill, y con menos de treinta años realizó giras por Europa, y trabajó en Londres en musicales. Canta, rueda películas como The Proud Valley, el valle orgulloso de los mineros galeses. En los años treinta vive en Londres, y es ya una figura mundial, conoce a Kenyatta y a Nehru, colabora con los sindicatos y se acerca al Partido Comunista Británico; trabaja en el teatro independiente de izquierdas, participa en todo tipo de iniciativas solidarias con las organizaciones obreras,
Es un hombre comprometido con el socialismo, solidario con la Unión Soviética, adonde viajó en 1934 para comprobar la ausencia de racismo en la revolución bolchevique, y que le llevó a escribir: “aquí me siento como un ser humano por primera vez. Aquí no soy un Negro, sino un ser humano. Aquí, por primera vez en mi vida, camino en plena dignidad humana”. Constata entonces que las mujeres se han incorporado a todas las actividades, que la cultura pertenece al pueblo, que los trabajadores llenan teatros, cines, auditorios, museos, y que la Unión Soviética representa un aliado fundamental para luchar contra el racismo y el colonialismo. Allí conoció a Eisenstein.
Robeson vino a España durante la guerra civil: el 24 de enero de 1938 llega a Barcelona, donde conoce a Nicolás Guillén; después, a Valencia, Benicassim, Albacete, al Cuartel General de las Brigadas Internacionales; y a Madrid, donde conoce a Dolores Ibárruri y canta en las trincheras de la Ciudad Universitaria. Antes, había cantado en Londres para recaudar fondos para la República y para los niños, y había celebrado la victoria republicana en Teruel. El 28 de enero de 1938, María Teresa León lo presenta en Madrid, en el teatro de la Zarzuela, donde el Teatro del Arte que dirigían ella y Rafael Alberti le había organizado un homenaje. Robeson cantó una canción de los negros norteamericanos y otra de la guerra civil española, haciendo votos por la victoria de la República. Siempre consideró su visita a la España de la guerra civil como una de las impresiones más grandes de su vida, e impulsó después la solidaridad con el pueblo español en su resistencia ante el franquismo. Durante su estancia, se rodó un documental de diez minutos, Canciones de Madrid, interpretadas por Robeson, que el ministro de Estado Álvarez del Vayo utilizaría después para contar al mundo el esfuerzo de guerra republicano. Cuando Robeson vuelve a Estados Unidos, en 1939, el poder y la prensa conservadora no le perdonan sus elogios a la Unión Soviética, su simpatía por el comunismo, le apodan el “Stalin negro”: va a iniciarse la caza de brujas mccarthysta que intentará ahogar su voz.
Paul Robeson siempre luchó contra el racismo, como en la iniciativa para salvar a los seis negros de Trenton, acusados de un asesinato que no cometieron, campaña que impulsaron el Partido Comunista y organizaciones negras de derechos civiles, apoyados por Robeson, Einstein, Pete Seeger y muchos otros. Estados Unidos era el país que, mientras hablaba de libertad al mundo, contemplaba como los negros podían ser asesinados impunemente. Robeson, de hecho, fue el precursor e inspirador del movimiento por los derechos de los negros que después encabezarían Martin Luther King y Malcom X.
Siempre cercano, solidario, fraternal, Robeson ayudó a los trabajadores de la Ford, con quienes arrancó a la empresa el primer convenio colectivo; colaboró intensamente con la campaña para conseguir la libertad de Earl Browder, el presidente del Partido Comunista estadounidense que estaba encarcelado. Era incansable, y aunque no podía cantar en salas de conciertos[UdW1] por la persecución anticomunista, durante años lo hizo ante las puertas de las fábricas, en las bocas de las minas, en los campos de algodón, en los piquetes de los obreros del acero, marchando siempre con los trabajadores.
Después, tuvo que soportar la persecución del FBI, la retirada del pasaporte, la prohibición de sus conciertos, los interrogatorios policiales del HUAC, el siniestro comité del mccarthysmo. Se quedó sin medios de vida y vio truncada su carrera artística. Los periódicos dejaron de citarlo, los auditorios y salas de conciertos se negaron a programarlo, las tiendas retiraron sus discos, la radio y la televisión dejaron de emitir sus canciones: lo enterraron en vida. Junto a Robeson, permanecieron los comunistas estadounidenses y científicos como Albert Einstein, y los veteranos de la Brigada Lincoln, que le nombraron miembro honorario de las Brigadas Internacionales, distinción que llevó siempre con orgullo.
El acoso a Robeson fue feroz. La policía hizo centenares de informes sobre sus actividades, siguiéndolo a todas partes. Los miembros del Ku Klux Klan colaboraban con la policía en la persecución de los asistentes a actos del cantante, apedreándolos, agrediéndolos con bates de béisbol. Incluso congresistas del Partido Demócrata le acusaron de ser un “agente provocador comunista”. La ley McCarran añadió más sufrimiento: los comunistas no podían viajar con libertad, ni podían optar a trabajos en la administración del país. Pero Robeson no se rindió. Defendió a los dirigentes comunistas estadounidenses encarcelados, militó en la causa de la paz, apoyó a la Unión Soviética, denunció el peligro del armamento atómico y el horror de Hiroshima y Nagasaki. Amigo de Benjamin J. Davis, dirigente comunista y editor del diario The Daily Worker, Robeson se mantuvo siempre junto al CPUSA, el Partido Comunista estadounidense.
En 1951, Robeson presentó ante la ONU (junto a William L. Patterson, también hijo de esclavos y dirigente del CPUSA) un documento (We Charge Genocide) auspiciado por el Civil Rights Congressdonde acusaban al gobierno de Estados Unidos de genocidio contra los negros. El exhaustivo informe documentaba que a causa de la marginación, la pobreza y la falta de atención médica, más de treinta mil negros morían cada año en los Estados Unidos. Nunca se lo perdonaron, pero hasta su muerte, en 1976, se mantuvo fiel al socialismo; no en vano, Pablo Neruda escribió que Robeson cantaba como la tierra. En 1937, en un discurso en el Royal Albert Hall de Londres en solidaridad con España, Robeson había proclamado: “El artista debe tomar partido. Debe elegir luchar por la libertad o por la esclavitud”. Porque él fue siempre una voz libre, y sabía que América solo ofrecía a los negros una patria de escombros.
Robeson era hijo de un esclavo, uno de aquellos chicos negros que con apenas quince años había huido de las cadenas de los amos en el ferrocarril subterráneo, una red clandestina que en el siglo XIX ayudaba a los cautivos que perseguían la libertad. Durante la infancia de Robeson, su padre se enfrentó a los linchamientos, a las siniestras hordas de blancos que salían a la caza de negros para ahorcarlos y quemarlos ante la multitud satisfecha, actitud que le hizo perder su ocupación en una iglesia presbiteriana y dedicarse a trabajos ocasionales cuando tenía ya casi sesenta años. Estados Unidos era el país donde el celebrado Griffith de El nacimiento de una nación llamaba a los negros “animales viciosos”.
Paul Robeson pudo estudiar gracias a una beca, pero sufrió la hostilidad durante sus años de estudiante universitario. Jugó al fútbol padeciendo muchas veces que otros equipos se negasen a jugar con el suyo porque tenía un jugador negro: eran los Estados Unidos de la matanza de Tulsa en 1921, donde hordas de blancos armados, en colaboración con la policía, incendiaron las casas y asesinaron a centenares de negros. Esforzado, Robeson consiguió hablar chino, alemán, ruso y árabe, entre otras lenguas. Fue un abogado que apenas ejerció, que cantó después en el Cotton Club de Nueva York, fue actor con Eugene O’Neill, y con menos de treinta años realizó giras por Europa, y trabajó en Londres en musicales. Canta, rueda películas como The Proud Valley, el valle orgulloso de los mineros galeses. En los años treinta vive en Londres, y es ya una figura mundial, conoce a Kenyatta y a Nehru, colabora con los sindicatos y se acerca al Partido Comunista Británico; trabaja en el teatro independiente de izquierdas, participa en todo tipo de iniciativas solidarias con las organizaciones obreras,
Es un hombre comprometido con el socialismo, solidario con la Unión Soviética, adonde viajó en 1934 para comprobar la ausencia de racismo en la revolución bolchevique, y que le llevó a escribir: “aquí me siento como un ser humano por primera vez. Aquí no soy un Negro, sino un ser humano. Aquí, por primera vez en mi vida, camino en plena dignidad humana”. Constata entonces que las mujeres se han incorporado a todas las actividades, que la cultura pertenece al pueblo, que los trabajadores llenan teatros, cines, auditorios, museos, y que la Unión Soviética representa un aliado fundamental para luchar contra el racismo y el colonialismo. Allí conoció a Eisenstein.
Robeson vino a España durante la guerra civil: el 24 de enero de 1938 llega a Barcelona, donde conoce a Nicolás Guillén; después, a Valencia, Benicassim, Albacete, al Cuartel General de las Brigadas Internacionales; y a Madrid, donde conoce a Dolores Ibárruri y canta en las trincheras de la Ciudad Universitaria. Antes, había cantado en Londres para recaudar fondos para la República y para los niños, y había celebrado la victoria republicana en Teruel. El 28 de enero de 1938, María Teresa León lo presenta en Madrid, en el teatro de la Zarzuela, donde el Teatro del Arte que dirigían ella y Rafael Alberti le había organizado un homenaje. Robeson cantó una canción de los negros norteamericanos y otra de la guerra civil española, haciendo votos por la victoria de la República. Siempre consideró su visita a la España de la guerra civil como una de las impresiones más grandes de su vida, e impulsó después la solidaridad con el pueblo español en su resistencia ante el franquismo. Durante su estancia, se rodó un documental de diez minutos, Canciones de Madrid, interpretadas por Robeson, que el ministro de Estado Álvarez del Vayo utilizaría después para contar al mundo el esfuerzo de guerra republicano. Cuando Robeson vuelve a Estados Unidos, en 1939, el poder y la prensa conservadora no le perdonan sus elogios a la Unión Soviética, su simpatía por el comunismo, le apodan el “Stalin negro”: va a iniciarse la caza de brujas mccarthysta que intentará ahogar su voz.
Paul Robeson siempre luchó contra el racismo, como en la iniciativa para salvar a los seis negros de Trenton, acusados de un asesinato que no cometieron, campaña que impulsaron el Partido Comunista y organizaciones negras de derechos civiles, apoyados por Robeson, Einstein, Pete Seeger y muchos otros. Estados Unidos era el país que, mientras hablaba de libertad al mundo, contemplaba como los negros podían ser asesinados impunemente. Robeson, de hecho, fue el precursor e inspirador del movimiento por los derechos de los negros que después encabezarían Martin Luther King y Malcom X.
Siempre cercano, solidario, fraternal, Robeson ayudó a los trabajadores de la Ford, con quienes arrancó a la empresa el primer convenio colectivo; colaboró intensamente con la campaña para conseguir la libertad de Earl Browder, el presidente del Partido Comunista estadounidense que estaba encarcelado. Era incansable, y aunque no podía cantar en salas de conciertos[UdW1] por la persecución anticomunista, durante años lo hizo ante las puertas de las fábricas, en las bocas de las minas, en los campos de algodón, en los piquetes de los obreros del acero, marchando siempre con los trabajadores.
Después, tuvo que soportar la persecución del FBI, la retirada del pasaporte, la prohibición de sus conciertos, los interrogatorios policiales del HUAC, el siniestro comité del mccarthysmo. Se quedó sin medios de vida y vio truncada su carrera artística. Los periódicos dejaron de citarlo, los auditorios y salas de conciertos se negaron a programarlo, las tiendas retiraron sus discos, la radio y la televisión dejaron de emitir sus canciones: lo enterraron en vida. Junto a Robeson, permanecieron los comunistas estadounidenses y científicos como Albert Einstein, y los veteranos de la Brigada Lincoln, que le nombraron miembro honorario de las Brigadas Internacionales, distinción que llevó siempre con orgullo.
El acoso a Robeson fue feroz. La policía hizo centenares de informes sobre sus actividades, siguiéndolo a todas partes. Los miembros del Ku Klux Klan colaboraban con la policía en la persecución de los asistentes a actos del cantante, apedreándolos, agrediéndolos con bates de béisbol. Incluso congresistas del Partido Demócrata le acusaron de ser un “agente provocador comunista”. La ley McCarran añadió más sufrimiento: los comunistas no podían viajar con libertad, ni podían optar a trabajos en la administración del país. Pero Robeson no se rindió. Defendió a los dirigentes comunistas estadounidenses encarcelados, militó en la causa de la paz, apoyó a la Unión Soviética, denunció el peligro del armamento atómico y el horror de Hiroshima y Nagasaki. Amigo de Benjamin J. Davis, dirigente comunista y editor del diario The Daily Worker, Robeson se mantuvo siempre junto al CPUSA, el Partido Comunista estadounidense.
En 1951, Robeson presentó ante la ONU (junto a William L. Patterson, también hijo de esclavos y dirigente del CPUSA) un documento (We Charge Genocide) auspiciado por el Civil Rights Congressdonde acusaban al gobierno de Estados Unidos de genocidio contra los negros. El exhaustivo informe documentaba que a causa de la marginación, la pobreza y la falta de atención médica, más de treinta mil negros morían cada año en los Estados Unidos. Nunca se lo perdonaron, pero hasta su muerte, en 1976, se mantuvo fiel al socialismo; no en vano, Pablo Neruda escribió que Robeson cantaba como la tierra. En 1937, en un discurso en el Royal Albert Hall de Londres en solidaridad con España, Robeson había proclamado: “El artista debe tomar partido. Debe elegir luchar por la libertad o por la esclavitud”. Porque él fue siempre una voz libre, y sabía que América solo ofrecía a los negros una patria de escombros.
Fuente: Mundo Obrero, febrero de 2021.
domingo, 5 de abril de 2020
Manolis Glezos, héroe de la resistencia griega
Estandarte de la izquierda helena, labró su leyenda al arriar la bandera con la esvástica de la Acrópolis durante la ocupación nazi de Atenas
La noche del 30 al 31 de mayo de 1941, dos chavales treparon a la entrada de la Acrópolis, donde ondeaba la bandera con la esvástica desde que, apenas un mes antes, las tropas nazis entraran en Atenas. Apóstolos Lakis Santas, de 19 años, y Manolis Glezos, de 18 años, arriaron la enseña y desaparecieron en la oscuridad, mientras daban a luz una leyenda. Lakis Santas murió en 2011 y Glezos, estandarte de la izquierda griega, soltó amarras a los 98 años este lunes, en Atenas, de una insuficiencia cardiaca.
Corrían los duros años de la Segunda Guerra Mundial, cuando Grecia era un bocado apetitoso en disputa entre las fuerzas del Eje y el Tercer Reich. La ocupación nazi (1941-1944) desencadenó uno de los periodos más negros de la historia reciente del país: las matanzas de civiles en Dístomo o Kalávryta; una hambruna que mató a cientos de miles de personas; ejecuciones sumarias, como la del hermano menor de Glezos. Más tarde, una guerra civil (1946-1949) que hizo jirones a la izquierda griega. Desde el primer día de la ocupación, como un resistente y fecundo sarmiento, el combatiente Glezos encarnó entre la escombrera de siglas la llama de la resistencia, así como el compromiso sin componendas. A un superviviente como él no le dolieron prendas en romper con Syriza, formación de la que fue diputado (2012) y europarlamentario (2014), cuando la izquierda gobernaba por primera vez el país, tras el vergonzante rescate que Alexis Tsipras se vio obligado a aceptar en 2015.
Como otro gran titán, el compositor Mikis Theodorakis –compañero de viaje y de protestas–, las de Glezos fueron verdades del barquero: incluso dentro de Syriza se asumían por pertinentes sus tirones de orejas, mientras seguían acudiendo a él como quien va de romería a un santo laico. Numerosos dirigentes del partido, así como de la conservadora Nueva Democracia, en el poder, glosaron este lunes su figura como “símbolo de la nación”. El Gobierno anunció también que su sepelio será sufragado con fondos públicos.
El que el general De Gaulle llamó en su día “el primer resistente de Europa” ha muerto como vivió, peleón hasta el punto de batirse el cobre en primera fila, tragando gases lacrimógenos como cualquiera, en las infinitas protestas antiausteridad en Atenas. Glezos nunca dejó de reclamar a Berlín las compensaciones de guerra por la ocupación nazi, lo que no impidió que durante una ceremonia en memoria de las víctimas de la invasión, en 2017, auxiliara al embajador alemán en Grecia, abucheado por los asistentes, arguyendo que los hijos de los criminales no deben pagar por los delitos de sus padres.
Originario de Apírazos, un hermoso pueblecito de la isla de Naxos del que también fue alcalde, Glezos se trasladó a Atenas de pequeño con su familia. Y como Grecia era pobre, con una pobreza mansa, limpia y honesta como gusta recordar el escritor Petros Márkaris, hizo de todo para sobrevivir: fue mancebo en una farmacia, estudiante frustrado por la guerra, periodista amateur, escritor, poeta, librero. Y político sobre todas las cosas, con ese aspecto de viejo lobo de mar, una sonrisa inmarcesible bajo la fronda del bigote, y su pelambrera blanca como un golpe de luz entre la marea de claveles rojos que cada noviembre conmemoran la masacre del Politécnico de Atenas de 1973, que precipitó el fin de la dictadura de los coroneles.
En la hoja de servicios a la siempre menguada izquierda griega, Glezos apuntó torturas, dos condenas a muerte, 16 años de cárcel y periodos de destierro y extrañamiento en las islas-prisión del Egeo. La movilización internacional, con De Gaulle, los escritores Albert Camus y Jean Paul Sartre y el pintor Pablo Picasso a la cabeza, le sacó en dos ocasiones del atolladero.
En una de sus últimas entrevistas, Glezos rememoraba la hazaña que protagonizaron él y su amigo Lakis en 1941. “Me preguntan siempre por la bandera, pero el principal recuerdo que tengo de esa noche es mi madre. Cuando llegué a casa, pasada la medianoche, la vi esperándome en la escalera. Me cogió de la oreja, me llevó a la cocina y en voz muy baja, para no despertar al resto de la familia, me preguntó dónde había estado. Entonces yo abrí la bolsita que llevaba y le enseñé un trozo de la esvástica que había recortado. Me abrazó, me besó y me dijo: ‘Vete a dormir’. A la mañana siguiente, mi padrastro le preguntó dónde me había metido la víspera. Mi madre respondió: ‘Subió a la terraza a ver la Acrópolis’. Es el recuerdo más conmovedor que tengo [de aquella noche], el de mi madre”.
https://elpais.com/internacional/2020-03-30/manolis-glezos-heroe-de-la-resistencia-griega.html
https://www.sinpermiso.info/textos/adios-al-rebelde-manolis-glezos-primer-partisano-de-europa
La noche del 30 al 31 de mayo de 1941, dos chavales treparon a la entrada de la Acrópolis, donde ondeaba la bandera con la esvástica desde que, apenas un mes antes, las tropas nazis entraran en Atenas. Apóstolos Lakis Santas, de 19 años, y Manolis Glezos, de 18 años, arriaron la enseña y desaparecieron en la oscuridad, mientras daban a luz una leyenda. Lakis Santas murió en 2011 y Glezos, estandarte de la izquierda griega, soltó amarras a los 98 años este lunes, en Atenas, de una insuficiencia cardiaca.
Corrían los duros años de la Segunda Guerra Mundial, cuando Grecia era un bocado apetitoso en disputa entre las fuerzas del Eje y el Tercer Reich. La ocupación nazi (1941-1944) desencadenó uno de los periodos más negros de la historia reciente del país: las matanzas de civiles en Dístomo o Kalávryta; una hambruna que mató a cientos de miles de personas; ejecuciones sumarias, como la del hermano menor de Glezos. Más tarde, una guerra civil (1946-1949) que hizo jirones a la izquierda griega. Desde el primer día de la ocupación, como un resistente y fecundo sarmiento, el combatiente Glezos encarnó entre la escombrera de siglas la llama de la resistencia, así como el compromiso sin componendas. A un superviviente como él no le dolieron prendas en romper con Syriza, formación de la que fue diputado (2012) y europarlamentario (2014), cuando la izquierda gobernaba por primera vez el país, tras el vergonzante rescate que Alexis Tsipras se vio obligado a aceptar en 2015.
Como otro gran titán, el compositor Mikis Theodorakis –compañero de viaje y de protestas–, las de Glezos fueron verdades del barquero: incluso dentro de Syriza se asumían por pertinentes sus tirones de orejas, mientras seguían acudiendo a él como quien va de romería a un santo laico. Numerosos dirigentes del partido, así como de la conservadora Nueva Democracia, en el poder, glosaron este lunes su figura como “símbolo de la nación”. El Gobierno anunció también que su sepelio será sufragado con fondos públicos.
El que el general De Gaulle llamó en su día “el primer resistente de Europa” ha muerto como vivió, peleón hasta el punto de batirse el cobre en primera fila, tragando gases lacrimógenos como cualquiera, en las infinitas protestas antiausteridad en Atenas. Glezos nunca dejó de reclamar a Berlín las compensaciones de guerra por la ocupación nazi, lo que no impidió que durante una ceremonia en memoria de las víctimas de la invasión, en 2017, auxiliara al embajador alemán en Grecia, abucheado por los asistentes, arguyendo que los hijos de los criminales no deben pagar por los delitos de sus padres.
Originario de Apírazos, un hermoso pueblecito de la isla de Naxos del que también fue alcalde, Glezos se trasladó a Atenas de pequeño con su familia. Y como Grecia era pobre, con una pobreza mansa, limpia y honesta como gusta recordar el escritor Petros Márkaris, hizo de todo para sobrevivir: fue mancebo en una farmacia, estudiante frustrado por la guerra, periodista amateur, escritor, poeta, librero. Y político sobre todas las cosas, con ese aspecto de viejo lobo de mar, una sonrisa inmarcesible bajo la fronda del bigote, y su pelambrera blanca como un golpe de luz entre la marea de claveles rojos que cada noviembre conmemoran la masacre del Politécnico de Atenas de 1973, que precipitó el fin de la dictadura de los coroneles.
En la hoja de servicios a la siempre menguada izquierda griega, Glezos apuntó torturas, dos condenas a muerte, 16 años de cárcel y periodos de destierro y extrañamiento en las islas-prisión del Egeo. La movilización internacional, con De Gaulle, los escritores Albert Camus y Jean Paul Sartre y el pintor Pablo Picasso a la cabeza, le sacó en dos ocasiones del atolladero.
En una de sus últimas entrevistas, Glezos rememoraba la hazaña que protagonizaron él y su amigo Lakis en 1941. “Me preguntan siempre por la bandera, pero el principal recuerdo que tengo de esa noche es mi madre. Cuando llegué a casa, pasada la medianoche, la vi esperándome en la escalera. Me cogió de la oreja, me llevó a la cocina y en voz muy baja, para no despertar al resto de la familia, me preguntó dónde había estado. Entonces yo abrí la bolsita que llevaba y le enseñé un trozo de la esvástica que había recortado. Me abrazó, me besó y me dijo: ‘Vete a dormir’. A la mañana siguiente, mi padrastro le preguntó dónde me había metido la víspera. Mi madre respondió: ‘Subió a la terraza a ver la Acrópolis’. Es el recuerdo más conmovedor que tengo [de aquella noche], el de mi madre”.
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