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martes, 23 de noviembre de 2021

_- La matanza de 400 esclavos de Pedanio Segundo define (la crueldad de) el mundo romano

        

El descubrimiento de una habitación para siervos en una villa de Pompeya revela las condiciones de vida de unos seres humanos que eran tratados como ganado

La antigüedad era “una sociedad de esclavos”, como la definió el influyente historiador Moses Finley, en la que millones de personas no poseían absolutamente nada, no eran dueños de su vida ni de su voluntad. Podían ser asesinados, violados, obligados a trabajar hasta la extenuación y separados de sus familias. Vivían sometidos al miedo constante a ser vendidos o maltratados pero, sobre todo, estaban “consumidos por el deseo de libertad”, escribe el profesor de Berkeley, Robert C. Knapp, en su clásico ensayo Los olvidados de Roma (Crítica).

El descubrimiento en Pompeya de una habitación de esclavos da nueva información sobre cómo vivían.
 La presencia de los esclavos es constante en la literatura latina, desde El Satiricón de Petronio hasta El asno de oro de Apuleyo. Ahora bien, como explica Knapp, apenas existen restos materiales, puesto que no tenían casi posesiones. Sin embargo, el equipo arqueológico de Pompeya anunció el sábado 6 de noviembre el descubrimiento de una habitación que seguramente ocupaban los esclavos. Se trata de un espacio de 16 metros cuadrados con tres camas y algunos objetos, en la villa de Civita Giuliana, que todavía está siendo excavada, en la ciudad enterrada por la erupción del Vesubio en el año 79 de nuestra era.

La estancia, que solo tenía una pequeña ventana en la parte superior y carecía de decoración en las paredes, debía ser a la vez dormitorio y almacén. Los objetos que contiene, cuando sean investigados, permitirán conocer mejor la vida cotidiana de seres humanos que representaban en torno al 15% de la población, pero cuya contribución a la economía era esencial. “Aunque sabemos que los esclavos han sido explotados en la mayoría de las sociedades”, escribió Finley, “solo ha habido cinco genuinas sociedades esclavistas, dos de ellas en la antigüedad: Grecia y Roma”. Las otras tres son: Estados Unidos, el Caribe y Brasil hasta bien entrado el siglo XIX.

Una institución despiadada
En los años cincuenta, Finley fue uno de los primeros historiadores que comenzó a arrojar luz sobre la profunda injusticia que marca el mundo romano y que, hasta entonces, solo aparecía como telón de fondo. “La vida de un esclavo no era muy diferente de la de un animal doméstico”, escribe el profesor de clásicas de Cambridge Jerry Toner en Sesenta millones de romanos (Crítica). “Una vida de trabajo duro, palizas y comida escasa, así como de abusos sexuales, sin apenas derechos. Si debían presentarse ante los tribunales, incluso como testigos, se les torturaba para garantizar que su declaración era fiable. Sometidos a un régimen embrutecedor, su humillación psicológica era total”. Incluso en una sociedad brutal como la romana, la esclavitud era una institución especialmente despiadada.

Aunque casi siempre realizaban los trabajos más duros y peligrosos, no todos los esclavos vivían en las mismas condiciones —no era lo mismo ser un maestro que un trabajador en unas minas de sal o una esclava sexual—, pero todos estaban sometidos al martirio no solo físico, sino también psicológico de carecer de voluntad: estaban obligados a hacer lo que les ordenasen sus amos en el momento en el que se lo pidiesen. La profesora de clásicas de Cambridge Mary Beard escribió el prólogo del libro Cómo manejar a tus esclavos (Esfera de los Libros), en el que un noble romano llamado Marco Sidonio Falco (en realidad, era el profesor de clásicas Jerry Toner) explicaba cómo funciona un sistema basado en la servidumbre, que solo podía mantenerse con la violencia y el terror.

En aquel texto, la investigadora británica recordaba la dificultad para entender, desde el siglo XXI, las relaciones entre amos y esclavos en la Roma clásica. “Estaban preocupados por lo que los esclavos tramaban a sus espaldas. ‘Todos los esclavos son nuestros enemigos’, decía un antiguo lema que Falco conocía bien”, escribe Beard, quien recuerda una historia que resume la brutalidad con la que Roma trataba a los siervos: el asesinato de los 400 esclavos de Lucio Pedanio Secundo, que Tácito recoge en el libro XIV de sus Anales.

Dioses como testigos
Pedanio Secundo era un prefecto de Roma que fue asesinado por uno de sus esclavos en tiempos de Nerón, en el siglo I de nuestra era. “Según la antigua costumbre, procedía que todos los esclavos que habían habitado bajo el mismo techo fueran llevados al suplicio”, escribe el historiador Tácito (55-120), en los Anales (Alianza Editorial, traducción de Crescente López de Juan). La orden provocó grandes tumultos en Roma, seguramente por la alta presencia de libertos en la población. Se produjo una discusión pública a favor y en contra de la matanza, durante la que Cayo Casio Longino pronunció un discurso que refleja perfectamente la mentalidad de muchos romanos hacia sus posesiones humanas.

“Nuestros antepasados desconfiaban de la manera de ser de los esclavos”, recoge Tácito en su crónica, “a pesar de que estos nacían en los mismos campos y casas que ellos y recibían enseguida el cariño de sus señores. Pues bien, una vez que tenemos en nuestras familias de esclavos a naciones con distintos ritos, con religiones extranjeras o carentes de ellas, a todo ese revoltijo no se lo podrá reprimir si no es con el miedo. Es cierto que morirán algunos inocentes. Pero, cuando en un ejército que ha huido uno de cada diez muere apaleado, también los valientes entran en el sorteo. Todo gran escarmiento tiene algo de injusto, pero lo que va en contra de cada uno en particular queda compensado por el interés general”.

Se confirmó la ejecución, pero no se podía realizar porque la multitud impedía el paso de las víctimas hacia el patíbulo. El emperador Nerón, indignado, desplegó sus tropas para permitir que se llevase a cabo la masacre. Este horror recuerda al final de la película de Stanley Kubrick Espartaco, basada en una novela de Howard Fast, cuando todos los que han participado en la rebelión son crucificados en la vía Apia por negarse a delatar a su jefe: el famoso “Yo soy Espartaco”, que impide que el líder revolucionario sea localizado.

En ese mundo cruel, que no cambió con la llegada del cristianismo —San Pablo dijo a los cristianos de Colosas: “Siervos, obedeced en todo momento a vuestros amos de la Tierra”—, también existía la solidaridad. “Nos han llegado muchas pruebas de ayuda mutua y amistad entre esclavos”, escribe Knapp en Los olvidados de Roma. “En circunstancias normales, ya fuese en una casa grande, en un recinto más pequeño o en el ámbito rural, los esclavos creaban vínculos y entablaban relaciones que daban sentido a sus vidas, a pesar de la inseguridad y brutalidad”, prosigue este profesor emérito de Historia Antigua de la Universidad de Berkeley.

Knapp recuerda una inscripción que relata la amistad entre dos esclavos que acabaron como libertos: “Entre tú y yo, mi más apreciado compañero, nunca hubo disputa alguna. Con esta inscripción quiero también que los dioses de arriba y de abajo sean testigos de que tú y yo, comprados como esclavos al mismo tiempo en la misma casa, fuimos liberados juntos. Ningún día estuvimos separados hasta el día de tu fatídica muerte”. 

viernes, 28 de febrero de 2020

Qué aprender de Kirk Douglas



Ha fallecido Kirk Douglas, uno de los últimos clásicos de los años dorados de Hollywood. Tenía 103 años; mucho tiempo en el que habrá cabida para todo tipo de gestos, pero hoy quería fijarme en uno en especial, uno que deberíamos abrazar en los tiempos que corren si no queremos que se impongan otros más oscuros. El punto de partida de la lección de Douglas está en la película Espartaco.

El largometraje en la que Douglas encarna a un esclavo que lucha contra los romanos por su libertad se basa en una novela de Howard Fast publicada nueve años antes del estreno de la cinta dirigida por Stanley Kubrick en 1960. La adaptación del guión fue realizada por Dalton Trumb, incluido en la lista negra de los diez de Hollywood. Así se conocía al listado confeccionado durante la caza de brujas contra el comunismo emprendida por el senador Joseph McCarthy y su infame Comité de Actividades Antiamericanas (House of Un-american Activities Committee, HUAC).

A pesar del miedo, de las amenazas y de las represalias, Douglas jamás cedió a ellas y apoyó en todo momento el mantenimiento de Dalton en el equipo de la película, así como su aparición en los créditos. Una auténtica provocación para el mccarthismo que, probablemente, le costó no ganar un solo Óscar en toda su carrera, con la excepción del honorífico en 1996. Douglas debió de pensar que sus principios valían más que la estatuilla dorada.

Aquel gesto es un ejemplo que podríamos trasladar a la época actual, en la que la tibieza, las equidistancias y, en resumen, la cobardía pueden dar alas a ideologías reñidas con la democracia y las libertades civiles que tanto trabajo y sacrificio costó conseguir. En la actualidad es importante dar un paso adelante, enfrentar esas posturas que pretenden imponer la sinrazón, la censura, la opresión.

Afortunadamente hay personas como Kirk Douglas pero, como él, pagan un alto precio por ello. Amenazas de muerte, insultos, campañas de desprestigio, querellas criminales y pérdidas de oportunidades laborales se suceden con todas estas personas que no se doblegan en su defensa de las libertades. Seguramente, esas personas vivirían de manera mucho más desahogada si se entregaran a la tibieza… más desahogada económicamente pero, al mismo tiempo, sin aire, asfixiadas porque traicionar a sus principios priva de aire puro.

Al otro lado, se encuentran quienes viven en ese espacio cómodo de equidistancia que, a la postre, se benefician del sacrificio de los Kirk Douglas, que cuando están con ellos se ponen gallitos para, después, agachar la cabeza, sino adular, a quienes pretenden llevarnos a tiempos pretéritos. Ni siquiera se pueden comparar con aquellos terratenientes que mandaban a cada hijo con un bando en guerra para, en cualquier caso, estar a bien con el vencedor. En aquellos casos, sacrificaban algo querido, pero los amantes de la tibieza no sacrifican nada apreciado, pues hace tiempo que perdieron su dignidad, incluso, quienes se amparan en sus circunstancias personales.

Douglas ha llegado a los 103 años y ya en sus 90 no dejó de dar guerra, convirtiéndose en estrella de MySpace , reclamando a presidentes que Estados Unidos emitiera una disculpa formal a la comunidad negra por la esclavitud, luchando por l@s más jóvenes… Va a resultar que ser fiel a los principios puede alargar la vida pero, claro, para eso es preciso tener principios y, hoy en día, hay demasiada gente que no los tiene.

@dbollero

Fuente: https://blogs.publico.es/david-bollero/2020/02/06/que-aprender-de-kirk-douglas/

miércoles, 6 de abril de 2016

Dalton Trumbo: Hollywood lo puso en la lista negra y ahora en las pantallas. La hija del mítico guionista repasa los años más intensos en la vida de su padre: los de la lista negra de Mc Carthy y la clandestinidad, y los del reconocimiento de la industria del cine.

Mitzi Trumbo habla de la película sobre su padre, con el protagonista de Breaking Bad, Bryan Cranston, en el papel principal

Cuando Mitzi Trumbo tenía 15 años, abrió la puerta de su casa y se encontró ahí fuera a uno de los actores más famosos de Hollywood. Era Kirk Douglas. Unos días más tarde, se presentó Laurence Olivier. "Extendió su mano para dármela y entonces el perro se puso en medio y tropezó".

Cincuenta y cinco años después, aún recuerda lo deslumbrada que se sintió. Más allá de la emoción, lo que Mitzi mejor recuerda de esos encuentros es un sentimiento de frustración por no poder fardar con sus compañeros del instituto. Su padre, Dalton Trumbo, era uno de los guionistas más famosos de su generación, tanto por su trabajo –escribió la oscarizada Roman Holiday, protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck, y varias novelas– como por sus posiciones políticas de izquierdas.

En 1947, cuando el miedo anticomunista se afianzó en Estados Unidos, Trumbo fue llamado a testificar ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses. Rechazó dar nombres de compañeros con supuestas afinidades comunistas y fue encarcelado durante 11 meses. Cuando recuperó la libertad ya estaba en la lista negra y no podía trabajar con su propio nombre. Siguió produciendo guiones que no firmaba y a sus tres hijos –Nikola, Mitzi y Christopher– les decían que no hablaran sobre nada de lo que pasara en casa.

Cuando Mitzi abrió la puerta a Douglas y a Olivier, su padre estaba escribiendo el guión de Espartaco, que luego se convertiría en uno de los mayores taquillazos de todos los tiempos. La autoría de Trumbo se dio a conocer públicamente en el estreno de la película en 1960, un acto que lo sacó de facto de la lista negra.

La extraordinaria historia de la resistencia de Trumbo a la adversidad por motivos políticos se ha convertido ahora en una película, con el protagonista de Breaking Bad, Bryan Cranston, en el papel principal y la participación de Helen Mirren y John Goodman en el elenco. "Es una historia importante que debe salir a la luz", defiende Mitzi, que habla a sus 70 años desde su casa en el Área de la Bahía de San Francisco. "Jay Roach (el director) y Bryan Cranston han hecho un trabajo excelente, realmente se implican", se entusiasma.

Ver a su padre, que murió en 1976, retratado en pantalla fue una experiencia surrealista. Cranston se parecía sorprendentemente a Trumbo, "especialmente cuando sale mayor; en algunos momentos, estaba en el rodaje y decía: 'Madre mía, ¡se parece tanto!".

Otros aspectos no le parecen tan verdaderos. "Hay una escena en la que él nos lleva a mi hermana y a mí a tomar un helado. Me reí luego con ella diciendo: '¡Eso no podría haber pasado nunca!'", relata Mitzi. "Mi padre se pasaba todo el tiempo trabajando y si teníamos problemas íbamos a nuestra madre. Pero él era tremendamente divertido. Aprendimos de él sobre la lengua, sobre la política y sobre cómo pensar. Eso fue maravilloso", recuerda.

La paranoia desatada por el senador republicano Joseph McCarthy en los años 50 tuvo un impacto devastador en muchos estadounidenses acusados injustamente de subversivos. En Hollywood, más de 300 artistas sufrieron un boicot por parte de los estudios. Algunos, como Charlie Chaplin, Orson Welles y Paul Robeson, emigraron o pasaron a la clandestinidad.

Fue un periodo de división, en el que las lealtades se cuestionaban y las amistades se hacían añicos. Trumbo, que en 1943 había estado afiliado al Partido Comunista durante cinco años, formó parte de los Diez de Hollywood, un grupo de guionistas y directores que rechazaron testificar y a los que se declaró culpables de obstruir el trabajo del Congreso. Otros testigos convocados por el Comité –incluido el director de La ley del silencio, Elia Kazan– dieron nombres y se les permitió seguir trabajando. El dramaturgo Arthur Miller, amigo de toda la vida de Kazan, nunca volvió a dirigirle la palabra. Cuando Kazan recibió un Oscar honorífico en 1999, buena parte del público se negó a aplaudir.

Regreso con gloria
Mitzi recuerda que su padre se mostraba "bastante estoico" sobre su pertenencia a la lista negra. "Sabía que tenía que decidir qué hacer. Honestamente, he de decir que el comunismo no era muy importante para él... Odiaba las reuniones. Era un verdadero pensador independiente y las actividades en grupo no eran lo suyo. Él luchaba por el principio de democracia, por la justicia, los derechos civiles y todas esas cosas. Tener todo eso a tu alrededor es una buena manera de criarte", reflexiona.

Después de salir de la cárcel, la familia Trumbo eludió el cada vez más incómodo clima político estadounidense al mudarse a Ciudad de México durante dos años. Mitzi tenía seis años y tuvo que aprender un idioma nuevo: "Fue un giro radical", explica, y elogia a su madre, Cleo, por "mantenernos a todos unidos": "ella era el pilar de nuestra familia", relata.

Cuando Mitzi tenía ocho años, los Trumbo volvieron al barrio de Highland Park, en Los Ángeles. "Sabías que eras diferente a todas las demás personas del barrio. Había muchas cosas de las que no podías hablar nunca. Jamás podíamos hablar de lo que estaba escribiendo nuestro padre, a pesar de que tanto él como nuestra madre eran muy abiertos con nosotros", rememora.

En esa época, Trumbo escribió The Brave One (1956), que se llevó un Oscar al mejor guión, el cual estaba atribuido a "Robert Rich" –un nombre prestado por un sobrino de los productores. Sus ingresos se redujeron: en dos años, Trumbo escribió 18 guiones a un precio medio de 1.750 dólares.

En el colegio, Mitzi se sentía como una extraña. "En un momento dado, empezaron a convocar reuniones secretas de la asociación de madres y padres de las que excluían a mi madre", relata. "Después, los niños empezaron a evitarme. Fueron unos meses duros hasta que finalmente hablé con mis padres y les dije: 'No puedo volver'. Los niños me torturaron el resto del año y luego me cambié de colegio", cuenta.

A menudo se subestiman las consecuencias de estar en la lista negra para las familias. En la mayoría de los casos, implicaba que el sustentador principal de la familia se enfrentaba, en el mejor de los casos, a una reducción sustancial del salario y, en el peor, a la imposibilidad total de trabajar. Además estaba la presión añadida de llevar en la mochila un apellido con mala reputación y vinculado con afinidades comunistas en tiempos de una intensa inquietud popular por la amenaza de Rusia.

"Cuando decías tu nombre en los años 50, era prácticamente un desafío", asegura Mitzi. "Eso cambió con los años. Ahora me dicen: 'Oh, ¿eres familia de Dalton Trumbo?'", añade.

Cuenta que, a raíz de aquello, tiene un vínculo especial con los otros hijos de artistas de la lista negra, en particular con la familia de Ring Lardner junior, que también formaba parte de los Diez de Hollywood y que escribió M.A.S.H. "Hay una comunidad", explica, "hay siempre un sentimiento, incluso aunque no nos veamos a menudo o no nos conozcamos bien, de que sabemos por lo que hemos pasado".

Mitzi recuerda su alegría cuando McCarthy murió en 1957, "porque él representaba todo aquello". Pero no fue hasta el estreno en 1960 de Espartaco, dirigida por Stanley Kubrick, y de Éxodo, de Otto Preminger, cuando se dio crédito públicamente a Trumbo por su trabajo en ambas películas. La lista negra perdió credibilidad rápidamente.

Mitzi recuerda que sus padres las llevaron a ella y a una amiga a un "elegante cine de Hollywood" el día en que se estrenó Espartaco. "Fue la primera vez que vi su nombre en pantalla", cuenta. "Fue increíble, fantástico".

¿Se emocionó su padre? "No, él no mostraba mucho sus emociones. Estaba enfadado por la lista negra y cuando por fin salió de ella, no salieron sus amigos. No había un sentimiento de 'Oh, se acabó' porque aún no se había acabado para mucha gente".

La carrera de Trumbo sobrevivió y prosperó. Lo readmitieron en el Gremio de Escritores de Estados Unidos y firmó todos los guiones siguientes. En 1975, un año antes de su muerte, fue reconocido oficialmente como el ganador real del Oscar a The Brave One y le otorgaron una estatuilla.

Mitzi se acabó convirtiendo en fotógrafa profesional. Ella y su marido, Richard, tienen dos hijas y dos nietos. ¿Y qué hay de la lista negra? Es pasado. "¿Guardar rencor tantos años después? Mis padres nos enseñaron a no hacer eso".


http://www.eldiario.es/theguardian/Dalton-Trumbo-lista-pantallas-Hollywood_0_475953253.html
Más:
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/08/07/actualidad/1407435018_563616.html

Johnny cogió su fusil
Johnny Got His Gun. EE UU, 1971 (106 minutos). Director: Dalton Trumbo. Intérpretes: Timothy Bottoms, Jason Robards
La única película dirigida por el guionista Dalton Trumbo, represaliado por la caza de brujas en Hollywood, supone uno de los más terribles y contundentes alegatos antibelicistas de la historia del cine. Johnny es un joven que ha perdido sus extremidades y su rostro en un bombardeo. Sordo, mudo y ciego, se ha convertido en un tronco que permanece vivo, encerrado en un hospital. Trumbo obliga al espectador a acompañarlo y lo apresa en unas imágenes atroces, de indecible amargura.