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viernes, 28 de febrero de 2020

Qué aprender de Kirk Douglas



Ha fallecido Kirk Douglas, uno de los últimos clásicos de los años dorados de Hollywood. Tenía 103 años; mucho tiempo en el que habrá cabida para todo tipo de gestos, pero hoy quería fijarme en uno en especial, uno que deberíamos abrazar en los tiempos que corren si no queremos que se impongan otros más oscuros. El punto de partida de la lección de Douglas está en la película Espartaco.

El largometraje en la que Douglas encarna a un esclavo que lucha contra los romanos por su libertad se basa en una novela de Howard Fast publicada nueve años antes del estreno de la cinta dirigida por Stanley Kubrick en 1960. La adaptación del guión fue realizada por Dalton Trumb, incluido en la lista negra de los diez de Hollywood. Así se conocía al listado confeccionado durante la caza de brujas contra el comunismo emprendida por el senador Joseph McCarthy y su infame Comité de Actividades Antiamericanas (House of Un-american Activities Committee, HUAC).

A pesar del miedo, de las amenazas y de las represalias, Douglas jamás cedió a ellas y apoyó en todo momento el mantenimiento de Dalton en el equipo de la película, así como su aparición en los créditos. Una auténtica provocación para el mccarthismo que, probablemente, le costó no ganar un solo Óscar en toda su carrera, con la excepción del honorífico en 1996. Douglas debió de pensar que sus principios valían más que la estatuilla dorada.

Aquel gesto es un ejemplo que podríamos trasladar a la época actual, en la que la tibieza, las equidistancias y, en resumen, la cobardía pueden dar alas a ideologías reñidas con la democracia y las libertades civiles que tanto trabajo y sacrificio costó conseguir. En la actualidad es importante dar un paso adelante, enfrentar esas posturas que pretenden imponer la sinrazón, la censura, la opresión.

Afortunadamente hay personas como Kirk Douglas pero, como él, pagan un alto precio por ello. Amenazas de muerte, insultos, campañas de desprestigio, querellas criminales y pérdidas de oportunidades laborales se suceden con todas estas personas que no se doblegan en su defensa de las libertades. Seguramente, esas personas vivirían de manera mucho más desahogada si se entregaran a la tibieza… más desahogada económicamente pero, al mismo tiempo, sin aire, asfixiadas porque traicionar a sus principios priva de aire puro.

Al otro lado, se encuentran quienes viven en ese espacio cómodo de equidistancia que, a la postre, se benefician del sacrificio de los Kirk Douglas, que cuando están con ellos se ponen gallitos para, después, agachar la cabeza, sino adular, a quienes pretenden llevarnos a tiempos pretéritos. Ni siquiera se pueden comparar con aquellos terratenientes que mandaban a cada hijo con un bando en guerra para, en cualquier caso, estar a bien con el vencedor. En aquellos casos, sacrificaban algo querido, pero los amantes de la tibieza no sacrifican nada apreciado, pues hace tiempo que perdieron su dignidad, incluso, quienes se amparan en sus circunstancias personales.

Douglas ha llegado a los 103 años y ya en sus 90 no dejó de dar guerra, convirtiéndose en estrella de MySpace , reclamando a presidentes que Estados Unidos emitiera una disculpa formal a la comunidad negra por la esclavitud, luchando por l@s más jóvenes… Va a resultar que ser fiel a los principios puede alargar la vida pero, claro, para eso es preciso tener principios y, hoy en día, hay demasiada gente que no los tiene.

@dbollero

Fuente: https://blogs.publico.es/david-bollero/2020/02/06/que-aprender-de-kirk-douglas/

miércoles, 6 de abril de 2016

Dalton Trumbo: Hollywood lo puso en la lista negra y ahora en las pantallas. La hija del mítico guionista repasa los años más intensos en la vida de su padre: los de la lista negra de Mc Carthy y la clandestinidad, y los del reconocimiento de la industria del cine.

Mitzi Trumbo habla de la película sobre su padre, con el protagonista de Breaking Bad, Bryan Cranston, en el papel principal

Cuando Mitzi Trumbo tenía 15 años, abrió la puerta de su casa y se encontró ahí fuera a uno de los actores más famosos de Hollywood. Era Kirk Douglas. Unos días más tarde, se presentó Laurence Olivier. "Extendió su mano para dármela y entonces el perro se puso en medio y tropezó".

Cincuenta y cinco años después, aún recuerda lo deslumbrada que se sintió. Más allá de la emoción, lo que Mitzi mejor recuerda de esos encuentros es un sentimiento de frustración por no poder fardar con sus compañeros del instituto. Su padre, Dalton Trumbo, era uno de los guionistas más famosos de su generación, tanto por su trabajo –escribió la oscarizada Roman Holiday, protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck, y varias novelas– como por sus posiciones políticas de izquierdas.

En 1947, cuando el miedo anticomunista se afianzó en Estados Unidos, Trumbo fue llamado a testificar ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses. Rechazó dar nombres de compañeros con supuestas afinidades comunistas y fue encarcelado durante 11 meses. Cuando recuperó la libertad ya estaba en la lista negra y no podía trabajar con su propio nombre. Siguió produciendo guiones que no firmaba y a sus tres hijos –Nikola, Mitzi y Christopher– les decían que no hablaran sobre nada de lo que pasara en casa.

Cuando Mitzi abrió la puerta a Douglas y a Olivier, su padre estaba escribiendo el guión de Espartaco, que luego se convertiría en uno de los mayores taquillazos de todos los tiempos. La autoría de Trumbo se dio a conocer públicamente en el estreno de la película en 1960, un acto que lo sacó de facto de la lista negra.

La extraordinaria historia de la resistencia de Trumbo a la adversidad por motivos políticos se ha convertido ahora en una película, con el protagonista de Breaking Bad, Bryan Cranston, en el papel principal y la participación de Helen Mirren y John Goodman en el elenco. "Es una historia importante que debe salir a la luz", defiende Mitzi, que habla a sus 70 años desde su casa en el Área de la Bahía de San Francisco. "Jay Roach (el director) y Bryan Cranston han hecho un trabajo excelente, realmente se implican", se entusiasma.

Ver a su padre, que murió en 1976, retratado en pantalla fue una experiencia surrealista. Cranston se parecía sorprendentemente a Trumbo, "especialmente cuando sale mayor; en algunos momentos, estaba en el rodaje y decía: 'Madre mía, ¡se parece tanto!".

Otros aspectos no le parecen tan verdaderos. "Hay una escena en la que él nos lleva a mi hermana y a mí a tomar un helado. Me reí luego con ella diciendo: '¡Eso no podría haber pasado nunca!'", relata Mitzi. "Mi padre se pasaba todo el tiempo trabajando y si teníamos problemas íbamos a nuestra madre. Pero él era tremendamente divertido. Aprendimos de él sobre la lengua, sobre la política y sobre cómo pensar. Eso fue maravilloso", recuerda.

La paranoia desatada por el senador republicano Joseph McCarthy en los años 50 tuvo un impacto devastador en muchos estadounidenses acusados injustamente de subversivos. En Hollywood, más de 300 artistas sufrieron un boicot por parte de los estudios. Algunos, como Charlie Chaplin, Orson Welles y Paul Robeson, emigraron o pasaron a la clandestinidad.

Fue un periodo de división, en el que las lealtades se cuestionaban y las amistades se hacían añicos. Trumbo, que en 1943 había estado afiliado al Partido Comunista durante cinco años, formó parte de los Diez de Hollywood, un grupo de guionistas y directores que rechazaron testificar y a los que se declaró culpables de obstruir el trabajo del Congreso. Otros testigos convocados por el Comité –incluido el director de La ley del silencio, Elia Kazan– dieron nombres y se les permitió seguir trabajando. El dramaturgo Arthur Miller, amigo de toda la vida de Kazan, nunca volvió a dirigirle la palabra. Cuando Kazan recibió un Oscar honorífico en 1999, buena parte del público se negó a aplaudir.

Regreso con gloria
Mitzi recuerda que su padre se mostraba "bastante estoico" sobre su pertenencia a la lista negra. "Sabía que tenía que decidir qué hacer. Honestamente, he de decir que el comunismo no era muy importante para él... Odiaba las reuniones. Era un verdadero pensador independiente y las actividades en grupo no eran lo suyo. Él luchaba por el principio de democracia, por la justicia, los derechos civiles y todas esas cosas. Tener todo eso a tu alrededor es una buena manera de criarte", reflexiona.

Después de salir de la cárcel, la familia Trumbo eludió el cada vez más incómodo clima político estadounidense al mudarse a Ciudad de México durante dos años. Mitzi tenía seis años y tuvo que aprender un idioma nuevo: "Fue un giro radical", explica, y elogia a su madre, Cleo, por "mantenernos a todos unidos": "ella era el pilar de nuestra familia", relata.

Cuando Mitzi tenía ocho años, los Trumbo volvieron al barrio de Highland Park, en Los Ángeles. "Sabías que eras diferente a todas las demás personas del barrio. Había muchas cosas de las que no podías hablar nunca. Jamás podíamos hablar de lo que estaba escribiendo nuestro padre, a pesar de que tanto él como nuestra madre eran muy abiertos con nosotros", rememora.

En esa época, Trumbo escribió The Brave One (1956), que se llevó un Oscar al mejor guión, el cual estaba atribuido a "Robert Rich" –un nombre prestado por un sobrino de los productores. Sus ingresos se redujeron: en dos años, Trumbo escribió 18 guiones a un precio medio de 1.750 dólares.

En el colegio, Mitzi se sentía como una extraña. "En un momento dado, empezaron a convocar reuniones secretas de la asociación de madres y padres de las que excluían a mi madre", relata. "Después, los niños empezaron a evitarme. Fueron unos meses duros hasta que finalmente hablé con mis padres y les dije: 'No puedo volver'. Los niños me torturaron el resto del año y luego me cambié de colegio", cuenta.

A menudo se subestiman las consecuencias de estar en la lista negra para las familias. En la mayoría de los casos, implicaba que el sustentador principal de la familia se enfrentaba, en el mejor de los casos, a una reducción sustancial del salario y, en el peor, a la imposibilidad total de trabajar. Además estaba la presión añadida de llevar en la mochila un apellido con mala reputación y vinculado con afinidades comunistas en tiempos de una intensa inquietud popular por la amenaza de Rusia.

"Cuando decías tu nombre en los años 50, era prácticamente un desafío", asegura Mitzi. "Eso cambió con los años. Ahora me dicen: 'Oh, ¿eres familia de Dalton Trumbo?'", añade.

Cuenta que, a raíz de aquello, tiene un vínculo especial con los otros hijos de artistas de la lista negra, en particular con la familia de Ring Lardner junior, que también formaba parte de los Diez de Hollywood y que escribió M.A.S.H. "Hay una comunidad", explica, "hay siempre un sentimiento, incluso aunque no nos veamos a menudo o no nos conozcamos bien, de que sabemos por lo que hemos pasado".

Mitzi recuerda su alegría cuando McCarthy murió en 1957, "porque él representaba todo aquello". Pero no fue hasta el estreno en 1960 de Espartaco, dirigida por Stanley Kubrick, y de Éxodo, de Otto Preminger, cuando se dio crédito públicamente a Trumbo por su trabajo en ambas películas. La lista negra perdió credibilidad rápidamente.

Mitzi recuerda que sus padres las llevaron a ella y a una amiga a un "elegante cine de Hollywood" el día en que se estrenó Espartaco. "Fue la primera vez que vi su nombre en pantalla", cuenta. "Fue increíble, fantástico".

¿Se emocionó su padre? "No, él no mostraba mucho sus emociones. Estaba enfadado por la lista negra y cuando por fin salió de ella, no salieron sus amigos. No había un sentimiento de 'Oh, se acabó' porque aún no se había acabado para mucha gente".

La carrera de Trumbo sobrevivió y prosperó. Lo readmitieron en el Gremio de Escritores de Estados Unidos y firmó todos los guiones siguientes. En 1975, un año antes de su muerte, fue reconocido oficialmente como el ganador real del Oscar a The Brave One y le otorgaron una estatuilla.

Mitzi se acabó convirtiendo en fotógrafa profesional. Ella y su marido, Richard, tienen dos hijas y dos nietos. ¿Y qué hay de la lista negra? Es pasado. "¿Guardar rencor tantos años después? Mis padres nos enseñaron a no hacer eso".


http://www.eldiario.es/theguardian/Dalton-Trumbo-lista-pantallas-Hollywood_0_475953253.html
Más:
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/08/07/actualidad/1407435018_563616.html

Johnny cogió su fusil
Johnny Got His Gun. EE UU, 1971 (106 minutos). Director: Dalton Trumbo. Intérpretes: Timothy Bottoms, Jason Robards
La única película dirigida por el guionista Dalton Trumbo, represaliado por la caza de brujas en Hollywood, supone uno de los más terribles y contundentes alegatos antibelicistas de la historia del cine. Johnny es un joven que ha perdido sus extremidades y su rostro en un bombardeo. Sordo, mudo y ciego, se ha convertido en un tronco que permanece vivo, encerrado en un hospital. Trumbo obliga al espectador a acompañarlo y lo apresa en unas imágenes atroces, de indecible amargura.

jueves, 15 de mayo de 2014

Pierre Lemaitre retrata la brutalidad de la Guerra del 14. Ve la luz la versión en español de ‘Nos vemos allá arriba’, el fenómeno literario del año en Francia

Como puñal entrando en mantequilla blanda, la primera frase dice así: “Todos los que pensaban que aquella guerra acabaría pronto habían muerto hacía mucho tiempo. Precisamente a causa de la guerra”.

Detrás siguen 564 páginas (443 en la versión española) que no son sino la justificación de esa frase terrible, el resumen urgente de una barbarie. Justificación vertiginosa, brillante y literariamente multiforme, incrustada en el cruce de caminos de la tragedia, el esperpento, la picaresca, el romanticismo, el chispazo sicologista, el humor negro, el sálvese quien pueda, la confesión íntima y el novelón clásico del XIX. Hay algo difícilmente perceptible a primera vista en la escritura de Pierre Lemaitre (París, 1951), algo que luego parecerá evidente pero que el lector atrapa solo cuando ya lleva bien avanzado el relato de Nos vemos allá arriba: sí, es posible obrar el milagro, es posible que una novela descomunal en muchos sentidos reúna en sus líneas una ilimitada ambición literaria y una irrenunciable vocación de hacerla comprensible.

Con las sospechas y la mala prensa que despierta la palabra comprensible según entre quién, cuando de hablar de literatura, de arte o de cine se trata...

Este espejo de la relación fraterno/tumultuosa entre dos soldados franceses supervivientes de la Primera Guerra Mundial (editada en español por Salamandra), le dio a Lemaitre el 4 de noviembre el premio Goncourt, la más alta recompensa de las letras francesas y un pasaporte a la gloria editorial que suele garantizar ventas del orden de los 300.000 ejemplares. Pero Au revoir là-haut ha superado ya de largo el medio millón, convirtiéndose en un auténtico fenómeno editorial en Francia.

Recostado en el saloncito de su casa de Courbevoie (un barrio residencial situado al oeste de París) desde donde se ve, enfrente y al fondo la Torre Eiffel, a la derecha los rascacielos de La Défense y a la izquierda, a lo lejos, como una manta extendida, París entero, Pierre Lemaitre trata de hilar las que considera posibles razones de este pelotazo editorial: “En Francia, la huella de la Primera Guerra Mundial es un poco el equivalente de lo que en España es la huella de la Guerra Civil, por el peso que ambas tienen en el inconsciente colectivo; la Gran Guerra está en el origen de lo que hoy es la clase política francesa, y también de lo que es Europa…”...

Más en El País.



El pacifismo que contrarrestó al entusiasmo bélico
A la actitud encendida y ardorosa que muchos adoptaron ante la guerra se le opuso el antibelicismo de varios intelectuales de la época. El escritor Heinrich Mann publicó el ensayo Zola en 1915, criticando el militarismo alemán y acusando a capitalistas e industriales de azuzar el conflicto. Su texto le valdrá una ruptura con su hermano Thomas, que apoyó la guerra (trató de alistarse al principio) y contestó en un libro de más de 400 páginas, Consideraciones de un apolítico.

Aún dentro del ámbito germánico, el escritor austriaco Karl Kraus llama "carnaval trágico" al conflicto y denuncia tanto a los intelectuales como a la prensa, a quienes atribuye parte de responsabilidad en el inicio de las hostilidades. A lo largo de la guerra da conferencias a favor de la paz y escribe su obra maestra Los últimos días de la humanidad, sátira despiadada sobre aquellos años.

El poeta rumano Tristan Tzara, también se posicionó en contra del enfrentamiento, antes de dejar su país para marcharse a Suiza y alumbrar el Dadaísmo. En Rusia, inspirado por el pacifismo de Tolstoi, del que fue secretario, Valentin Bulgakov hizo un llamamiento a la paz, publicando "todos somos hermanos". Mientras que la socióloga estadounidense Jane Addams, que después sería Premio Nobel de la Paz, fundó la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad. Otro Nobel, en esta ocasión de Literatura, el francés Romain Rolland permanece en Suiza para evitar la censura de guerra en sus textos, denunciando tanto a Francia como a Alemania.

En Londres, el filósofo Bertrand Russell fue expulsado del Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde daba clases, debido a la expresión de su pacifismo. Incluso llegó a ser encarcelado durante seis meses por este motivo. Éstos son algunos de los personajes destacados que rechazaron la contienda y denunciaron un belicismo que entre otras cosas condujo a más de 16 millones de muertos. (Fuente: eldiario.es)

Y no podemos olvidar a Jean Jaurès.
20 artículos para entender la I guerra mundial.

Senderos de gloria.
El 2 de julio de 1934, el escritor Humphrey Cobb leyó un suelto en The New York Times que decía: “Los franceses absuelven a cinco fusilados por amotinamiento en 1915. Dos de sus viudas reciben una indemnización de un franco cada una”. Investigó y descubrió que no había habido tal amotinamiento: tras el fracaso de la toma de una colina en Souain, el general Réveilhac ordenó que cinco cabos del Regimiento 136, elegidos al azar, fueran fusilados “para dar ejemplo a la tropa”. En 1935, Cobb publicó Senderos de gloria, una novela nacida de la indignación y el conocimiento. Fue uno de los primeros voluntarios americanos en partir al frente occidental y luchó en la batalla de Amiens, donde fue herido y gaseado. El texto tiene a ratos un aire desmañado, como si hubiera sido escrito a gran velocidad, para escupir el recuerdo de todo aquel horror, pero sin duda sabe de lo que habla. Habla de la implacable máquina bélica, habla de la farsa del consejo de guerra, habla de lo que pasa en las trincheras y en los cuerpos. Un veterano le dice a un soldado bisoño: “Cuando los hombres se asustan, todo en su interior se solidifica. Las funciones se interrumpen. Las secreciones se secan. Cuando un obús viene hacia ti contienes todo, hasta la respiración. Por eso esas caras parecen grises. La piel se seca. Los ojos están vidriosos por falta de sueño. Cada vez que un hombre sale de la primera línea, en su interior parece romperse el resorte de un reloj”.

En su momento, Senderos de gloria pasó casi inadvertida. Tampoco funcionó su adaptación al teatro, a cargo de Sidney Howard: al público de Broadway, por lo visto, no le apeteció que le recordaran todo aquello. Howard, que había escrito el guion de Lo que el viento se llevó, dijo: “Hollywood tiene la sagrada obligación de llevar esta novela al cine”.

Por aquellos años, un niño llamado Stanley Kubrick leyó la novela, y quizás se le quedaron grabados párrafos tan cinematográficamente precisos como este: “El sable cayó con un destello. La descarga resonó con estruendo, salió escupido el humo y 36 hombros retrocedieron al unísono. El humo se dispersó hacia los lados y desapareció. Los cuerpos rígidos de los postes comenzaron a relajarse casi imperceptiblemente”. En 1957, tras el rechazo de varios estudios, Kubrick logró llevar la novela al cine gracias al apoyo de Kirk Douglas y United Artists. En Francia no se estrenó hasta 1975. En España, hasta 1986, once años después de la muerte de Franco: los militares de ambos países, al parecer, consideraron que su contenido era problemático.

La editorial Capitán Swing ha publicado Senderos de gloria, en traducción de Ricardo García Pérez y con un prólogo iluminador de David Simon, el creador de The Wire, donde, entre otras cosas, dice que gracias a la contención del estilo de Cobb la historia gana en lucidez y cólera. Acabo de leer el libro y creo que puede sumarse a la lista de textos clave sobre los horrores de la guerra, una lista en la que yo colocaría (aunque hace tiempo que no las visito) Catch 22, de Joseph Heller; Imán, de Ramon J. Sender; Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer; La forja de un rebelde, de Arturo Barea; Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O’Brien, y Despachos de guerra, de Michael Kerr. Hay muchas más: el tema, por desgracia, no se agota.

Fuente: El País.

El mito de Galípoli.