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jueves, 10 de enero de 2019

Reseña de La circulación de la sangre. La revolucionaria idea de William Harvey, de Thomas Wright William Harvey, una idea esencial en la historia de la ciencia



Algunos datos del autor, lamentablemente bastante desconocido entre nosotros: Thomas Wright (TW) es un historiador, profesor y escritor inglés que colaboró como investigador asistente de Peter Ackroyd. Con este libro sobre William Harvey (WH), se hizo acreedor al Wellcome Trust Book Prize 2012 (la edición original es de 2011) que reconoce a los mejores trabajos de ficción y no ficción sobre temas de salud y medicina.

La estructura del libro: Prefacio. Prólogo. Primera parte: “Levantarse del fondo” (siete capítulos). Segunda parte: “Poner la cabeza en las estrellas” (ocho capítulos). Bibliografía. Agradecimientos. Indice analítico. Destaco el XII: “Publicación y recepción (1628-década de 1650). “Creían que había perdido el juicio”. Con siete ensayos intercalados además, tres de ellos en el capítulo XI. El ensayo IV es excelente: “Francis Bacon, experimento y empirismo”. También el III: “Breve historia de la vivisección”. Se aprende mucha filosofía con el sexto de estos ensayos. Está dedicado al papel de los círculos perfectos en ciencia y filosofía.

El autor expone las fuentes que ha usado al final de cada capítulo y evita, todo lo que puede (y puede mucho) el tormento lector de las notas a pie de páginas extensas y numerosas.

Libro absolutamente recomendable, aunque no sólo, para personas interesadas en la historia de la ciencia y en la historia de las ideas, no presenta dificultades científicas insalvables para el lector medio. Como el que suscribe.

Unos datos básicos sobre el biografiado (que extraigo de la contraportada y de las presentaciones): WH es una figura imprescindible, aunque algo olvidada, para comprender el desarrollo de la ciencia. Demolió las ideas anatómicas preservadas desde el Imperio romano y se enfrentó a la ortodoxia intelectual de su época, como pasa con tantos otros revolucionarios científicos (WH no fue, en absoluto, un ciudadano revolucionario; más bien lo contrario: fue un ardiente monárquico muy fiel a su rey). Lo interesante de su caso, también en otros, es que sus descubrimientos, hipótesis y conjeturas, su comprobación del movimiento de la sangre y el funcionamiento del corazón tuvo una enorme repercusión en campos tan alejados y disímiles como la literatura y la política. Su teoría, sin exageración, fue tan revolucionaria en sus días como lo fue la teoría de la gravitación universal de Newton o la teoría de la evolución de las especies de Darwin. El autor, TW, consigue recrear el ambiente cultural, filosófico y científico del Renacimiento inglés, época del origen y triunfo de las innovadoras ideas de Harvey.

Un ejemplo de estas “extrañas” relaciones entre ciencia y política.

Harvey no disfrazó el tratado en el que publicó su descubrimiento de propaganda monárquica. No esperaba con ello recibir la bendición de Carlos I y el patrocinio, la licencia y la bendición para publicar su obra. Estaba también enunciando su sincera y profunda convicción de que el “corazón era tan importante para el cuerpo político como lo era el rey para la nación”.

No sólo eso: el órgano y el monarca funcionaban de la misma manera y “había entre ellos una correspondencia perfecta; en cierto sentido eran lo mismo” (p. 235). En borradores que escribió sobre el movimiento de los animales, WH describió el nuevo corazón, su nuevo corazón, como el “general y gobernante” que rige todo el cuerpo. Como, la metáfora política es significativa, “un rey, la primera y más alta autoridad del Estado”. Corazón humano (=, equivalente a) rey inglés por tanto.

Carlos I, por su parte, compartía con su médico la visión de la proximidad entre fisiología y política, consanguinidad incluso. Cuando Harvey llevó ante su presencia, nos cuenta el autor, “al joven noble con el corazón expuesto, el monarca consideró el órgano palpitante desde una perspectiva fisiológica. Sin embargo, de inmediato pasó con toda naturalidad a la política”. El microcosmos ofrecía una moraleja evidente para el cuerpo político. Con las palabras del monarca: “Desearía poder recibir los pensamientos del corazón de algunos de mis nobles así como he visto vuestro corazón”.

De hecho, Harvey (que no se cortaba ni un pelo cuando hablaba y criticaba a los nuevos teóricos de la filosofía mecanicista, los cartesianos; los llamaba mierderos) pensaba que se podía aprender del corazón observando la posición y la función del rey dentro de la nación”.

No solo eso. También estaba convencido en otro orden de cosas que conocer el movimiento del agua fluvial podía ayudarlo a entender el flujo de la sangre en el cuerpo. El enlace entre microcosmos y macrocosmos. Como en el caso de da Vinci que diseñó experimentos en ríos intentando arrojar la luz sobre el movimiento de la sangre.

La muerte de WH, casi 80 años, está hermosamente descrita en la página 315.

Así, pues, si pueden no se lo pierdan. Estamos ante un libro -muy bien escrito por cierto y magníficamente editado- que une, mejor que bien, cosa nada fácil por cierto, las perspectivas externas e internas en un asunto central de la historia de las ideas y de la ciencia.

Cuánta razón tenía Francisco Fernández Buey cuando señalaba que un medio que permitía la disolución de las barreras que separaban dos ámbitos culturales supuestamente alejados, facilitando de este modo la irrupción de una cultura, la tercera cultura, que uniese armoniosamente, humanidades, arte, política y ciencias, era, precisamente, la historia de la ciencia, sobre todo en sus momentos más decisivos. El libro que comentamos es un ejemplo de ello.

Como los breviarios del FCE son difíciles de ver y localizar conviene citar otros libros publicados en la misma colección: Peter Brian Medawar, Historia de un rábano pensante: autobiografía; Ahmed Zewail,Viaje a través del tiempo. Senderos hacia el Premio Nobel; Salvador Edward Luria, Autobiografía de un hombre de ciencia. En la misma colección también: Jean Hamburger, El diario de William Harvey. Biografía.

Ciudad de México, Breviarios del FCE, 2017, 344 páginas, traducción de Virginia Aguirre Muñoz.