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jueves, 19 de diciembre de 2024

Quién fue Tom Bacon, el científico del que probablemente nunca escuchaste hablar pero que fue clave para que la humanidad llegara a la Luna

Neil Armstrong caminando en la Luna en 1969.

Fuente de la imagen,Getty Images

Pie de foto,El trabajo del ingeniero Francis Thomas Bacon fue fundamental para la proeza de llevar al hombre a la Luna hace 55 años.

“Este es un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”.


La célebre frase que hace más de 55 años pronunció el astronauta estadounidense Neil Armstrong al pisar el suelo lunar fue posible gracias al trabajo de un ejército de ingenieros y de científicos de distintas especialidades.

Sin embargo, la labor de uno en particular, el inglés Francis Thomas Bacon -mejor conocido como Tom Bacon- casi ha caído en el olvido. Esto, a pesar de que en su momento el entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon (1969-1974), reconoció que su contribución fue fundamental para llevar al hombre al satélite natural de la Tierra.

“Sin ti, Tom, no habríamos llegado a la Luna”, le dijo el inquilino de la Casa Blanca a Bacon durante una recepción celebrada poco después de la misión Apolo 11, de acuerdo con varios biógrafos del inventor, fallecido en 1992.

Retrato de Francis Thomas Bacon en 1959.
Retrato de Francis Thomas Bacon en 1959.

Fuente de la imagen,Getty Images


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Bacon probó que era fiable obtener electricidad de los químicos, una teoría que hace casi 100 años antes presentó otro inventor británico.

Dando luz y agua a los astronautas

Bacon, quien nació en 1904 en la localidad de Billericay, en el sureste de Reino Unido, desarrolló las baterías de combustible alcalinas o fuel cells (en inglés), que se utilizaron en las misiones Apolo y en los transbordadores espaciales.

Las también conocidas como celdas Bacon son dispositivos que “producen electricidad electroquímicamente al combinar hidrógeno y oxígeno”, afirmó el astrofísico y comunicador científico escocés Scott Manley.

¿Cómo operan? “Las baterías dividen el hidrógeno y el oxígeno en iones y electrones. Los electrones liberados fluyen a través de un circuito externo, proporcionando electricidad, mientras que los iones fluyen de un lado de la pila a otro, donde finalmente se combinan, produciendo agua”, explicó a BBC Mundo la profesora de reacciones energéticas de la Universidad de Cambridge, Ewa Marek.

El invento de Bacon, quien estudió en el Trinity College de Cambridge, demostró ser la mejor opción para suministrar la energía eléctrica necesaria para operar los sistemas de radio, de televisión y de soporte vital, así como las computadoras de navegación de las naves espaciales.

“A diferencia de las baterías tradicionales que se agotan y requieren ser recargadas, estos dispositivos pueden continuar generando energía de manera indefinida, siempre y cuando los alimentes con hidrógeno y oxígeno y se le quite el agua que producen”, explicó el propio científico en una entrevista que concedió en 1969 a un programa de radio de la BBC.

Un batería de combustible alcalina

Un batería de combustible alcalina

Fuente de la imagen,Getty Images

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La batería de combustible alcalina o fuel cell desarrollada por Bacon fue incorporada en las naves espaciales para surtirlas de electricidad y agua.

La presencia del hidrógeno y del oxígeno estaba garantizada, porque ambos elementos químicos son los combustibles empleados para propulsar los enormes cohetes en los que se sustenta la carrera espacial.

De acuerdo con los registros de Pratt & Whitney, las tres baterías instaladas en el Apolo 11 funcionaron a la perfección y proporcionaron unos 400 kWh de energía eléctrica durante los días que duró la misión a la Luna.

Pero como si el suministro de electricidad no fuera suficiente, las baterías resolvieron otro problema: cómo hidratar a los astronautas y mantener la atmósfera de la cápsula espacial húmeda.

“El agua producida por los dispositivos la bebieron los astronautas”, apuntó Bacon.

Retrato de William Grove
Retrato de William Grove

Fuente de la imagen,Getty Images


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En 1839 el inventor gales William Grove ya planteó la posibilidad de desarrollar una batería eléctrica a partir de sustancias químicas.

Materializando una idea centenaria

Aunque se atribuye a Bacon la idea de producir electricidad a partir de la mezcla de elementos químicos, lo cierto es que el concepto ya había sido puesto sobre la mesa a principios del siglo XIX por otro científico británico: William Grove. Sin embargo, fue Bacon quien confirmó su viabilidad.

Nada más graduarse en 1925, al joven ingeniero le ofrecieron una pasantía en la firma C.A. Parson, una gran productora de turbinas a vapor británica que hoy es parte de la alemana Siemens. En un principio, trabajó desarrollando luces y reflectores.

No obstante, al leer una revista científica encontró las ideas de Grove y desde allí quedó intrigado, según la biografía que publicada por la Real Sociedad de Ciencias de Reino Unido.

“Me impresionaron inmediatamente las posibilidades de producir energía electroquímicamente a partir del hidrógeno y el oxígeno, en lugar de utilizarlos para alimentar un motor con ellos”, comentó el ingeniero.

A principios de la década de 1930, Bacon propuso a sus jefes indagar sobre este concepto, pero ellos rechazaron la idea por considerar que era irrelevante para el negocio.

Un trasbordador espacial saliendo de Cabo Cañaveral
Un trasbordador espacial saliendo de Cabo Cañaveral

Fuente de la imagen,Getty Images


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El invento de Bacon fue utilizado por la NASA en sus cápsulas y transbordadores espaciales hasta 2010. 

Sin embargo, la negativa de sus supervisores no frenó al inventor, quien, al ser hijo de un terrateniente, era independiente económicamente y pudo costear parte de sus experimentos.

No obstante, las altas presiones y temperaturas de sus ensayos lo forzaron a desistir de continuarlos en el taller que tenía en su casa.

Bacon comenzó a realizar sus pruebas en los laboratorios de C.A. Parson, pero para la década de 1940 sus jefes lo descubrieron y lo pusieron en la encrucijada de desistir para conservar su empleo o marcharse.

Bacon se fue y continuó con su trabajo en el King’s College de Londres y luego en su alma mater: Cambridge.

El gobierno británico costeó parcialmente sus investigaciones, pero las dudas sobre su utilidad hicieron que los fondos no fluyeran en la cantidad y con la rapidez requeridas.

Pero la labor del ingeniero no pasó desaparecida para la estadounidense Pratt & Whitney, que había ganado un millonario concurso para desarrollar el sistema eléctrico de los vehículos que la Administración Nacional del Aire y del Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) emplearía para llevar al hombre a la Luna.

Bacon junto a una batería de combustible.

Bacon junto a una batería de combustible.

Fuente de la imagen,Getty Images


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Bacon admitió que jamás pensó que su trabajo serviría para impulsar a la carrera espacial.

Un resultado inesperado

Por su tamaño, peso y sobre todo por su capacidad, la batería diseñada por Bacon era perfecta para la carrera espacial.

A diferencia de los motores térmicos, que tienen una eficiencia limitada para convertir el calor en electricidad, una celda de combustible, en principio, puede convertir en electricidad toda la energía que produce una reacción química, se indica en un artículo publicado por el departamento donde Bacon trabajó.

Expertos como Marek aseguran que, sin la invención del ingeniero inglés, el hombre no habría podido llegar a la Luna en julio de 1969.

“En ese momento, ninguna otra tecnología podía proporcionar beneficios similares a los de las baterías de combustible de Bacon”, afirmó.

“Las características únicas de este dispositivo son la razón por la cual la NASA lo siguió utilizando en misiones espaciales hasta 2010, cuando lo reemplazó por las baterías de iones de litio”, agregó la experta.

Fotografía de la huella sobre el suelo lunar.
Fotografía de la huella sobre el suelo lunar.

Fuente de la imagen,Getty Images


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Los astronautas de la misión Apolo 11 le obsequiaron a Bacon una copia de la fotografía como la que se muestra aquí. 

Sin embargo, cuando en la década de 1930 Bacon comenzó sus investigaciones jamás pensó que terminarían contribuyendo a la carrera espacial.

“Siempre esperé que (mi trabajo) se utilizara en vehículos de conducción o para ferrocarriles”, admitió el ingeniero inglés en una entrevista que concedió a la BBC en 1969.

Aunque las baterías de combustible alcalinas se hicieron famosas por proveer energía y agua a las naves espaciales, Marek afirmó que también han probado ser útiles en otros campos más terrenales.

“Las primeras pruebas del dispositivo se hicieron con una máquina de soldar, con una sierra eléctrica y un montacarga con capacidad de dos toneladas, que hasta ese momento no podían funcionar sin estar conectados a una red eléctrica”, explicó.

“Esto pone de relieve en qué aspectos las baterías son más útiles, pues pueden alimentar dispositivos eléctricos en zonas remotas donde la infraestructura eléctrica no es fiable o no existe en absoluto”, agregó.

Un cohete Saturno V despegando.

Un cohete Saturno V despegando.

Fuente de la imagen,Getty Images


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Expertos aseguran que sin la invención de Bacon el hombre no habría podido llegar a la Luna en 1969.

Al rescate del inventor

En vida, Bacon recibió varios reconocimientos y fue invitado al número 10 de Downing Street -la residencia oficial y oficina de trabajo del primer ministro británico- para conocer a los astronautas del Apolo 11, durate la visita que realizaron a Reino Unido. Y allí los viajeros le regalaron al inventor una fotografía donde se ve la huella sobre el suelo de la Luna, que le autografiaron y dedicaron.

Sin embargo, la figura y trabajo del ingeniero inglés, quien además es descendiente del filósofo isabelino Francis Bacon, no son tan conocidos por el gran público como los del germano-estadounidense Wernher von Braun y de otros partícipes del programa espacial.

Marek atribuye esto a la modestia del científico.

“Era un hombre muy humilde que no buscaba ser una personalidad pública”, afirmó la profesora a BBC Mundo.

El testimonio de una vecina de la localidad de Little Shelford, a 100 kilómetros al norte de Londres y cercana a Cambridge, donde Bacon pasó el grueso de su vida, corrobora lo dicho por Marek.

"Los estadounidenses lo invitaban a todos sus lanzamientos espaciales y siempre comentaba: ‘Son tan amables, no sé por qué siempre me invitan’. ¡Sin duda sabíamos por qué!”, se lee en un artículo sobre el inventor.

Hace solo unos días las autoridades de la ciudad universitaria de Cambridge atendieron una solicitud de una organización ciudadana y colocaron una placa para honrar al inventor en la fachada de la que fue su residencia hasta su muerte en 1992.

martes, 3 de enero de 2023

¿Por qué Harvard, la NASA y Stanford todavía enaltecen su pasado nazi?

OPINIÓN ENSAYO INVITADO ¿Por qué Harvard, la NASA y Stanford todavía enaltecen su pasado nazi?
Alfried Krupp, a la izquierda, en 1957. Krupp operaba sus fábricas con trabajo esclavo de internos de campos de concentración.Credit...Bettmann/Getty Images

Por Lev Golinkin

Golinkin es autor del libro de memorias A Backpack, a Bear and Eight Crates of Vodka.

Este año, la Universidad de Harvard dio a conocer un informe sobre la historia de cómo la universidad se benefició de la esclavitud. “Creo que tenemos la responsabilidad moral de hacer todo lo posible para atender los persistentes efectos corrosivos de esas prácticas históricas en las personas, en Harvard y en nuestra sociedad”, escribió Lawrence Bacow, presidente de la universidad, en una carta abierta a la comunidad. El estudio fue anunciado como un ajuste de cuentas esperado desde hace mucho entre una institución de élite y su oscuro pasado.

 Sin embargo, su papel en la trata de esclavos en Estados Unidos solo supone un aspecto del pasado de la universidad. Harvard todavía tiene una beca y una cátedra que llevan el nombre de Alfried Krupp, un criminal de guerra nazi cuyo imperio industrial utilizó cerca de 100.000 trabajadores forzados.

Harvard no está sola: desde la NASA hasta la Universidad de Stanford, pasando por el ejército de Estados Unidos, las instituciones estadounidenses siguen reconociendo —y a veces incluso celebrando— a antiguos nazis de alto perfil.

Las personas homenajeadas no son guardianes poco conocidos del Holocausto que lograron eludir a los funcionarios de inmigración; algunas de ellas son figuras históricas cuya relación con Estados Unidos ha sido ampliamente documentada, incluso en los bien investigados tomos de Eric Lichtblau y Annie Jacobsen.

Las instituciones que blanquean el pasado nazi de hombres cuyos nombres adornan los programas de Harvard y Stanford, parte del Centro Espacial John F. Kennedy de la NASA y múltiples lugares en Huntsville, Alabama, suelen hacerlo mediante el engaño por omisión, es decir, borrando la historia al omitir o dejar de lado hechos inconvenientes.

¿Cómo fue que Estados Unidos pasó de luchar contra el mal del nazismo a alabar a exnazis? Comenzó con el fin de la luna de miel entre Moscú y Occidente en tiempos de guerra. Con Alemania dividida y derrotada, la Unión Soviética de Iósif Stalin se convirtió rápidamente en el mayor enemigo de Estados Unidos. Washington necesitaba tecnología para competir con el Kremlin y una Alemania Occidental solvente que sirviera de baluarte contra el comunismo que se extendía por Europa. Los exnazis ofrecían una experiencia tentadora. Así que, mientras un puñado de figuras prominentes del Tercer Reich fueron ahorcadas en Núremberg, muchos otros vieron cómo sus pasados tóxicos se limpiaban al convertirse en socios y aliados en la Guerra Fría.

En la década de 1960, con la carrera espacial ya en marcha, Wernher von Braun, exoficial de las SS, se reunió con presidentes estadounidenses y fue presentado por los medios de comunicación como un genio de las matemáticas que trabajaba para llevar a Estados Unidos a la Luna. En otras palabras: no solo lo contratamos, sino que lo convertimos en un héroe.

Poco menos de 30 años después de la guerra, apenas hubo sorpresa cuando se anunció que la Universidad de Harvard recibiría 2 millones de dólares (cerca de 12 millones de dólares en la actualidad, ajustados a la inflación) de la Fundación Alfried Krupp von Bohlen und Halbach. Era 1974, y los fondos se utilizaron para crear la Cátedra de Estudios Europeos de la Fundación Krupp, así como la Beca de Investigación de Disertación de la Fundación Krupp.

Alfried Krupp era un magnate industrial y fue condenado por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en Núremberg. Su empresa tenía una fábrica construida por esclavos en Auschwitz y sometió a casi 100.000 personas a trabajos forzados, incluyendo a prisioneros de guerra, presos de campos de concentración y niños. Cuando Harvard aceptó el dinero de Krupp, The Harvard Crimson publicó una carta en la que afirmaba que “pocos nombres son más honrados en los anales del asesinato en masa y el genocidio que el de Krupp”. (En 1951, la sentencia de Krupp fue conmutada y salió de prisión).

Los sitios web de la beca y la cátedra de Krupp en la Universidad de Harvard no dicen nada de que su homónimo sea un criminal de guerra convicto.

La Fundación Krupp también auspicia el Programa de Prácticas Krupp para Estudiantes de la Universidad de Stanford en Alemania, anunciado como un “programa único y prestigioso”. El hecho de que Krupp fue un criminal de guerra solo se menciona una vez en la página web del programa.

Sin embargo, la reinserción de Krupp palidece en comparación con el encubrimiento descarado por parte de Estados Unidos de Von Braun y Kurt Debus, dos de los científicos del Tercer Reich responsables de proporcionarle a Hitler el mortífero misil balístico V-2. El V-2 fue construido por prisioneros de campos de concentración que trabajaban en condiciones abominables en el infame complejo subterráneo alemán cerca del campo Dora-Mittelbau. Al menos 10.000 personas esclavizadas murieron en el proceso de fabricación de estos cohetes; los soldados estadounidenses que liberaron el campo de concentración se sintieron asqueados cuando descubrieron una escalofriante meseta repleta de cadáveres demacrados.

No obstante, la pertenencia de Von Braun y Debus al Partido Nazi no impidió que recibieran ofertas de trabajo a través del infame programa de Washington Operación Paperclip, que reclutaba a antiguos científicos nazis para trabajar en Estados Unidos.

Von Braun acabó mudándose a Huntsville, que se convirtió en un centro de la incipiente industria espacial estadounidense. En la actualidad, la ciudad y sus alrededores albergan varios santuarios dedicados al antiguo nazi: su nombre se encuentra en una sala de investigación de la Universidad de Alabama en Huntsville, un centro de artes escénicas y un planetario.

“Wernher von Braun y su equipo de científicos espaciales transformaron Huntsville, Alabama, conocida en la década de los cincuenta como la ‘capital mundial del berro’, en un centro tecnológico que hoy alberga el segundo parque de investigación más grande de Estados Unidos”, proclama la sección “Sobre nosotros” del Centro Espacial y de Cohetes de EE. U.U., un museo afiliado al Instituto Smithsoniano y sede del famoso programa Space Camp, o Campamento Espacial. (Una portavoz del centro dijo: “Estamos en un proceso de remodelación de las páginas del Campamento Espacial afiliadas al sitio web del Centro Espacial”, y que el centro tiene la intención de proporcionar contexto adicional).

Mientras tanto, Von Braun es alabado prácticamente en todo momento: en el sitio web del Campamento Espacial, en la página de historia de la escuela de la Universidad de Alabama en Huntsville, en la descripción de la Beca Dr. Wernher von Braun, incluso en un discurso pronunciado en 2019 por Robert Altenkirch, entonces presidente de la universidad, en ninguno de los cuales se menciona a los nazis o el trabajo esclavo. (La escuela sí tiene una página web sobre cohetería y trabajo esclavo que menciona a Von Braun).

En cuanto al centro de artes escénicas Von Braun Center, un portavoz de la ciudad de Huntsville dijo que hay “un esfuerzo en curso para proporcionar un mayor contexto histórico e información” en el sitio web del centro. Pero ¿cuánto se tarda en corregir esa información?

La impresión que uno se lleva de estas historias asépticas es que este hombre se materializó de la nada, sin un pasado discernible, como una Mary Poppins astrofísica que había venido a enseñar a los habitantes de Huntsville a fabricar cohetes.

Parece que es menos común constatar un pasado nazi que ignorarlo. Tal es el caso del complejo de visitantes del Centro Espacial Kennedy de la NASA en Florida, que alberga el Centro de Conferencias Dr. Kurt H. Debus. En la biografía oficial de la NASA sobre Debus solo hay un párrafo breve y ambiguo sobre su vida en Alemania. El 24 de junio, la directora del Centro Espacial Kennedy, Janet Petro, aceptó el Premio Dr. Kurt H. Debus del Comité del Club Espacial Nacional de Florida; el sitio web de la NASA que celebraba el evento hacía referencia a los logros astronómicos de Debus, sin mencionar nada sobre su pertenencia a las SS y su íntima participación en la construcción del V-2.

Quizá el ejemplo más asombroso de blanqueo nazi proceda del Redstone Arsenal, una base del ejército estadounidense cerca de Huntsville, que tiene un complejo de edificios que lleva el nombre de Von Braun. En la sección de historia del arsenal aparecen decenas de fotografías de Von Braun, mientras que en su biografía se dice que fue “empleado del Departamento de Artillería Alemán” y que fue el director técnico del centro donde se desarrolló el V-2. No se menciona cómo el Tercer Reich utilizó el V-2 para desatar el infierno entre la población civil.

Aunque nuestro ejército se está ocupando poco a poco de sus numerosos homenajes a la Confederación, todavía tiene que atender de manera adecuada su enaltecimiento de un hombre que construyó armas para Hitler. Es inconcebible que instituciones como el ejército, la NASA y las principales universidades persistan en insultar el sacrificio de miles de soldados estadounidenses al celebrar abiertamente a fabricantes de armas nazis.

Lev Golinkin es autor del libro de memorias A Backpack, a Bear and Eight Crates of Vodka.


El pasado nazi que algunas dinastías empresariales no quieren reconocer