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domingo, 4 de noviembre de 2018

_- No, no y no

_- Decía Simone de Beauvoir que los opresores no serían tan poderosos si no contaran con determinados cómplices entre los oprimidos, siendo esta la expresión de un aforismo tan cierto en su momento como desactualizado en la actualidad, ya que entre los cómplices de los opresores no se encuentran tan solo determinados sujetos, somos la pluralidad y la masa social que conforma la suma de todos los individuos en su conjunto.

Quizás hayamos acabado cualquiera de nosotros ofreciendo esta complicidad de manera inconsciente tan solo en algún momento puntual o, quién sabe, incluso de una manera permanente en nuestras vidas, que no quiero parecer el fustigador de nadie que no lo merezca, pero ello solo habrá sido fundamentalmente por error, tras haber creído que toda “colaboración” redundaría en beneficio propio, pero no.

Esta observación la realizo y justifico en primer lugar porque toda complicidad es mucho más efectiva si proviene de múltiples sujetos, que en lugar de tan solo unos pocos, ¿no creéis?

Y en segundo lugar, a un nivel más concreto ya, porque la sociedad capitalista de consumo ha conseguido ubicar en el mismísimo corazón del mecanismo que perpetúa la acumulación desigual de la riqueza la voluntad de todos y cada uno de nosotros, y eso tras habernos hecho creer que reportando encuestas de satisfacción o cualquier tipo de información mediante técnicas similares, contribuiríamos a mejorar la sociedad en general, pero no.

Si os fijáis u escarbáis un poco en esta idea encontraréis aquel otro famoso aforismo de Adam Smith, amplificado para beneficio de los opresores hasta la saciedad, que venía a decir algo así como: “la búsqueda del beneficio personal es la mejor vía para incrementar el beneficio social”. Y, otra vez, no.

A continuación pongo un ejemplo que muchos encontraréis familiar, porque dudo mucho que nadie de los que ahora estáis leyendo esto hayáis recibido nunca, o, dicho de otra forma, hayáis sido telefoneados nunca para responder una encuesta de satisfacción o calidad. La última moda es recibirla cuando no has adquirido el producto, pretendiendo el emisor de la encuesta recabar algún tipo de conclusión, solicitando para ello, entre otras cosas, tu tiempo, tu apreciación, tu tranquilidad e incluso tu evaluación acerca de esa transacción que para su desgraciado infortunio, el suyo, eso es lo verdaderamente relevante, no te despistes, no pudo llevarse a acabo.

Estas encuestas, además, suelen incluir, básicamente y como primera opción, la evaluación de la atención recibida, requiriéndose la calificación de 1 a 10 acerca de la persona que prestó dicha atención, recordándote que en el caso de aportar una calificación inferior a 9, la empresa considera e interpreta tal información como un 0 (¿?).

Podría seguir detallando el procedimiento con mayor profundidad pero no me parece necesario al quedar suficientemente claro que emite destellos de ciertas situaciones similares ya descritas en libros de Kafka u Orwell.

Solamente quiero terminar con unas reflexiones en formato pregunta, por si alguien quiere responder, aportar salvedades o simplemente callar ante el eco estruendoso que a mi juicio todas y cada una de ellas emiten.

¿Hemos contemplado el precio humano que hay que pagar para optimizar el funcionamiento de empresas privadas de las cuales muy pocos sujetos se lucran?

¿Estamos dispuestos a consentir que se nos evalúe de manera infinitesimal y permanente, para privilegiar a los ideólogos de este entramado kafkiano?

¿En qué momento la facturación, el nivel de ventas, ha dejado de importar para comenzar a primar métodos de cálculo que incluyen pérdidas potenciales, es decir, abstracciones, que solo se justifican por un incremento anormal de la avaricia y la codicia de determinados sujetos de nuestra sociedad?

¿Por qué nos introducen a los que no somos como ellos en su mísera ecuación de beneficios?

¿Por qué son tan desvergonzados haciéndonos cómplices de su egoísmo, empleando técnicas de creación de remordimientos cuando actuamos de una determinada manera o emitimos juicios de valor que afectan a determinadas personas o trabajadores?

¿Ha podido quedar la revolución y sus disidentes reducidos a una simple negación, “no participo ni colaboro en la evaluación de tu trabajador”?

¿Hasta qué punto podrá uno escapar del algoritmo informático que los opresores diseñan para que esa posibilidad sea una utopía más?

Naturalmente, podría acabar cambiando la marca de cigarrillos que fumo, como Polanski en El quimérico inquilino, pero no. No lo haré. No, no y no.

 http://www.elcaptor.com/economia/no-no-no