Las imprudentes inversiones que ha realizado la Universidad de Harvard han provocado que "los mejores y más brillantes de nuestra sociedad” parezcan enormemente estúpidos. Casi tan estúpidos como una nación que permite que se sigan concentrando formidables cantidades de riqueza.
La búsqueda salvaje de obtener estas riquezas, tal y como le recordó al mundo la crisis mundial del otoño pasado, puede destruir la economía y corromper a sociedades enteras. Frente a este despropósito, las grandes universidades, en teoría, debieran ser útiles para frenar estas prácticas. Ofrecernos un refugio frente a las pasiones del mercado. Un lugar donde sobrios estudiosos pudiesen reflexionar sobre los daños que genera la frenética especulación y sobre cómo podemos reparar todo este daño.
Harvard, la mayor universidad estadounidense, no ha destacado en los últimos tiempos por ofrecernos esta clase de reflexiones. ¿La razón? Han estado demasiado ocupados intentando hacerse ricos. En el intento de amasar un mayor patrimonio, Harvard, la universidad más rica del mundo, se ha visto conducida a una debacle financiera que le ha costado el puesto de trabajo a cientos de empleados, la congelación de salarios de muchos otros, y ha dejado numerosos proyectos de desarrollo en el campus a medio hacer.
"Los inversores de Harvard han practicado los mismos juegos que los grandes bancos", dice el historiador David Kaiser, un ex alumno de Harvard. "La diferencia es que Harvard no es un candidato idóneo para un rescate financiero".
Kaiser y otros antiguos alumnos de Harvard de la promoción de 1969 llevan mucho tiempo siendo críticos con las prácticas de inversión de la Universidad. Hace seis años se enteraron de que los responsables de la Compañía de Administración de Harvard, la encargada de gestionar sus inversiones, estaban utilizando fondos de la Universidad para invertir en bonos al más puro estilo de Wall Street.
En el año 2002, sólo seis de estos gestores de inversiones se embolsaron un total combinado de 107,5 millones de dólares...
¿Y qué hacían los directivos de Harvard mientras todo esto ocurría? Miraban hacia otro lado. En mayo de 2002, una empleada de la Compañía de Administración de Harvard escribió una carta confidencial al Presidente de la Universidad, Lawrence Summers, advirtiéndole de los riesgos excesivos que se estaban tomando. Nada cambió. Dos meses más tarde, fue despedida por realizar "acusaciones infundadas"...
¿La lección de todo esto? Tanto en el mundo académico como en la sociedad en general, como ya apuntó el erudito Sir Francis Bacon hace más de cuatro siglos, el dinero -como el estiércol- sólo es bueno cuando se esparce... (seguir leyendo el artículo de Sam Pizzigati de Too Much, publicación semanal digital)
lunes, 16 de noviembre de 2009
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