Es un pájaro! ¡Es un avión! ¡Es un verdadero bodrio! ¡Es el supercomité! Se supone que, para el próximo miércoles, el llamado supercomité, un grupo bipartidista de legisladores estadounidenses, debe llegar a un acuerdo sobre el modo de reducir los déficits futuros. Salvo que ocurra un funesto milagro (explicaré lo de funesto más tarde), el comité no será capaz de cumplir ese plazo.
Si esta noticia les sorprende, es que no han estado prestando atención. Si les deprime, anímense: en este caso, el fracaso es bueno.
¿Por qué está el supercomité abocado al fracaso? Principalmente porque el abismo que separa a los dos partidos políticos más importantes de EE UU es enorme. Los republicanos y los demócratas no solo tienen prioridades diferentes; viven en universos intelectuales y morales diferentes.
En el mundo demócrata, arriba es arriba y abajo es abajo. Si se suben los impuestos, aumenta la recaudación, y si se recorta el gasto mientras la economía sigue deprimida, se reduce el empleo. Pero en el mundo republicano, abajo es arriba. La forma de aumentar los ingresos es rebajarles los impuestos a las sociedades anónimas y a los ricos, y reducir drásticamente el gasto público es una estrategia de creación de empleo. Intenten conseguir que un republicano destacado reconozca que las bajadas de impuestos de Bush hicieron aumentar el déficit o que unos recortes drásticos del gasto público serían perjudiciales para la recuperación económica.
Es más, los partidos tienen visiones distintas de lo que constituye la justicia económica. Los demócratas consideran que los programas de protección social, desde la Seguridad Social hasta las cartillas de alimentos, responden al imperativo moral de proporcionar una seguridad básica a los ciudadanos y ayudar a los necesitados. Los republicanos tienen una opinión completamente distinta. Puede que suavicen esa opinión en público, pero en privado opinan que el Estado de bienestar es inmoral, una forma de obligar a los ciudadanos a punta de pistola a entregar su dinero a otras personas. Al crear la Seguridad Social, afirmaba Rick Perry en su libro Fed Up! (¡Harto!), Roosevelt estaba "lanzando violentamente por la borda todo respeto por nuestros principios fundacionales". ¿Alguien duda de que estaba hablando en nombre de muchos miembros de su partido?
Así que el supercomité ha reunido a unos legisladores que están en completo desacuerdo tanto sobre el modo en que funciona el mundo como sobre la función que debe desempeñar el Gobierno. ¿Por qué pensó alguien que esto funcionaría?
Bueno, tal vez se tenía la idea de que los partidos llegarían a un acuerdo por miedo a que tuviesen que pagar un precio político por parecer intransigentes. Pero esto solo podría ocurrir si los medios de comunicación estuviesen dispuestos a puntualizar quién se está negando realmente a alcanzar un acuerdo. Y no lo hacen. Cuando el supercomité fracase, si fracasa, prácticamente toda la información consistirá en repetir lo que ha dicho cada cual, citando a los demócratas que culpan a los republicanos y viceversa, sin explicar la verdad en ningún momento.
Ah, y permítanme llamar la atención a los expertos centristas que se niegan a reconocer que el presidente Obama ya les ha dado lo que quieren. El diálogo es algo parecido a esto. Experto: "¿Por qué no se declara el presidente a favor de una mezcla de recortes del gasto y subidas de impuestos?". Obama: "Defiendo una mezcla de recortes del gasto y subidas de impuestos". Experto: "¿Por qué no se declara el presidente a favor de una mezcla de recortes del gasto y subidas de impuestos?".
Como ven, admitir que una parte está dispuesta a hacer concesiones, mientras que la otra no lo está, empañaría las credenciales centristas de uno. Y la consecuencia es que los republicanos no pagan precio alguno por negarse a ceder un ápice.
Así que el supercomité fracasará; y eso es bueno.
Por un lado, la historia nos dice que el Partido Republicano incumplirá su parte de cualquier trato tan pronto como tenga la ocasión. Así que cualquier acuerdo alcanzado ahora no sería, en la práctica, más que un acuerdo para reducir drásticamente la Seguridad Social y Medicare, sin ningún beneficio duradero para el déficit.
Además, cualquier acuerdo alcanzado ahora terminaría casi con toda seguridad empeorando la crisis económica. Recortar drásticamente el gasto mientras la economía está deprimida destruye puestos de trabajo y es probable que incluso sea contraproducente en cuanto a la reducción del déficit, ya que conduce a una disminución de los ingresos...
¿Pero, en última instancia, no tenemos que equiparar el gasto y los ingresos? Sí, tenemos que hacerlo. Pero la decisión sobre el modo de hacerlo no tiene que ver con la contabilidad. Tiene que ver con los valores fundamentales; y es una decisión que deberían tomar los votantes, no un comité que supuestamente trasciende la división partidista.
Al final, un lado u otro de esa línea divisoria conseguirá la clase de mandato popular que necesita para resolver nuestros problemas presupuestarios a largo plazo. Hasta entonces, los intentos de alcanzar un Gran Pacto son esencialmente destructivos. Si el supercomité fracasa, como se espera, será una ocasión para celebrar. PAUL KRUGMAN 20/11/2011, EL PAÍS.
lunes, 21 de noviembre de 2011
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