La forja de una rebelde. Nieta de Antonio Maura y educada en la alta sociedad, Constancia de la Mora (1906-1950) abrazó la causa republicana.
La Vanguardia - 28 de abril 2005
Escrita a los 33 años, su autobiografía constituye un emotivo testimonio de la época
Su vida como mujer separada, con una hija, y decidida a vivir por sí misma en la España de 1931, no fue fácil.
GABRIEL TORTELLA - 27/04/2005
Una clara mañana de marzo de 1931 una joven de la alta sociedad española se apeaba en la estación de Atocha de Madrid del tren que la traía de Málaga; acababa de separarse definitivamente de su marido, el malagueño Manuel Bolín y, a los 25 años, venía dispuesta a "empezar una nueva vida". Entonces se dio cuenta de que "España entera se disponía a hacer algo muy parecido". Éste es uno de los atractivos del libro autobiográfico de Constancia de la Mora Doble esplendor. La vida de esta mujer aristocrática, nacida en 1906, se enlaza estrechamente con la historia de España, y esta autobiografía constituye un documento elocuente sobre la historia de la mujer española en la primera mitad del XX.
Resulta sorprendente lo poco conocidos que este libro y su autora son en España; resulta sorprendente porque, al haber sido la autora protagonista destacada en el esfuerzo republicano durante la Guerra Civil, la segunda mitad del libro es un apasionante diario de la guerra vista por una observadora inteligente y comprometida desde, sucesivamente, Madrid, Alicante, Valencia y Barcelona, ciudades donde la autora vivió durante la contienda, llevada por los avatares del conflicto y por sus diversos cargos y misiones. Pero aún más sorprendente resulta por cuanto el libro es citado por autores anglosajones de la talla y difusión en España de Edward Malefakis, Gabriel Jackson, Burnett Bollotten o Hugh Thomas, y además porque el interés por la historia de la mujer, con especial atención a su papel en la Guerra Civil, ha aumentado tanto en los últimos años. Se añade a todo ello el aspecto autobiográfico, casi novelesco, del libro, cuya primera parte describe con lúcido detalle cómo una niña bien -pero que muy bien- del Madrid de la Restauración se convierte en una rebelde con simpatías republicanas, enfrentada a su familia y su anterior círculo íntimo, y se refugia en la amistad de intelectuales como Zenobia Camprubí y su marido, el poeta Juan Ramón Jiménez, y acaba divorciándose y casándose por lo civil con un oficial de aviación republicano.
El que el libro sea más conocido en el mundo anglosajón se debe sin duda a que su primera edición (1939) fue en lengua inglesa. Educada en Inglaterra, Constancia de la Mora hablaba y escribía el inglés casi como el español, y el libro fue compuesto como una llamada de auxilio además de como un testimonio. Es evidente que al redactarlo en Estados Unidos en el verano de 1939 su autora todavía albergaba alguna esperanza de que cambiaran las tornas en España, quizá por el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Cuando sus esperanzas se frustraron, Constancia de la Mora se estableció en México, donde escribió la versión española que se publicó en el país azteca. Luego se hicieron traducciones al francés, alemán e italiano, pero ya puede suponerse que apenas entraron en la España de Franco. En 1977 se hizo una edición española (Crítica), que se agotó pronto, pero que no se reeditó. Iba siendo ya hora de que este impresionante documento llegara en condiciones normales al lector español.
Constancia de la Mora Maura era hija primogénita de un rico ingeniero miembro de una conocida familia de financieros y empresarios. Su madre era hija de Antonio Maura, el gran político liberal-conservador de origen mallorquín, cuya figura presidía lejanamente la vida de toda la familia. Educada en la opulencia, se fue encontrando cada vez más incómoda por la mediocridad intelectual de su medio, por la rigidez y frialdad de las relaciones familiares, por la injusticia social que percibía en su alrededor y por el destino de señora de sociedad que su condición le imponía.Un matrimonio desacertado, al que se sintió empujada por la presión social, con un miembro de una familia de la buena sociedad malagueña (su ex cuñado, Luis Bolín, corresponsal en Londres, fue quien fletó el famoso Dragon Rapide que llevó a Franco de Canarias a Marruecos el 18 de julio de 1936), la colocó en la tesitura que he descrito en el primer párrafo de este artículo. Su vida como mujer separada, con una hija, y decidida a vivir por sí misma en aquella España de 1931, no fue fácil. Sentía una cierta afinidad con su tío Miguel Maura, que pasó de la cárcel al ministerio de la Gobernación con el primer gabinete republicano, pero eran de diferente generación y las preferencias políticas de ella mucho más radicales. Conoció a Ignacio Hidalgo de Cisneros y López de Montenegro, oficial aviador amigo de Ramón Franco y sublevado como él en Cuatro Vientos, perseguido por la Monarquía, exiliado y repatriado con la República. Se enamoraron y esperaron impacientemente a que se aprobara la Ley del Divorcio; fue sin duda una de las primeras mujeres en acogerse a ella en la historia de España.
Hidalgo de Cisneros, amigo también de Indalecio Prieto, era aristócrata como ella, aunque no rico, y con simpatías comunistas. Él tuvo cargos importantes en el ministerio de la Guerra durante la República; ella trabajaba en una boutique y hacía traducciones. Durante la guerra él fue el jefe de la aviación republicana y ella trabajó en la oficina de prensa del ministerio de Asuntos Exteriores, además de dirigir escuelas para huérfanos en Alicante. La última ciudad española en que vivió por varios meses fue Barcelona; su narración de la batalla del Ebro y de los feroces bombardeos de la ciudad que siguieron, en preparación del asalto final, son vívidos y estremecedores. También es impresionante su descripción del valor con que la población civil soportaba las bombas, hasta el punto de que cita un informe militar que concluía que "la guerra española ha demostrado que las poblaciones civiles no pueden desmoralizarse con la aviación", y aducía el caso de Barcelona como prueba. La retirada final hacia los Pirineos, los últimos días en Puigcerdà, las mezquindades de algunos políticos en esas horas desesperadas, son de una lectura apasionante aunque deprimente. Constancia e Ignacio se separaron al cruzar los Pirineos, probablemente para no verse más. Él volvía a España para contribuir a la defensa del último reducto republicano, el triángulo Madrid-Alicante-Valencia. Ella partió hacia Estados Unidos para recabar ayuda a la ya desahuciada causa de la República. En América trabó amistad con Eleanor Roosevelt y con Ernest Hemingway (a éste le conoció muy posiblemente en España, pero no le menciona), que la apreciaron y la ayudaron, pero ya era tarde. A los 33 años escribió esta impresionante autobiografía y a los 44 moría accidentalmente en Guatemala dejando atrás una verdadera y heroica odisea.
Alternativa al franquismo
Constancia de la Mora no nos dice claramente cuando se hizo comunista. Habla maravillas de la Unión Soviética, y allí envió a su hija en los años de la guerra. Su primo Jorge Semprún, que escribe el prólogo, le reprocha con cariño "la ceguera habitual del militante comunista". Esto resulta claro 75 años más tarde; leyendo a Constancia se comprende su elección. Uno de los temas del último tercio del libro es el de la traición de las democracias occidentales a la República, que abandonaron a la invasión de las tropas y armamento italianos y alemanes. En aquel momento, como ella reitera, la Unión Soviética fue el único país que apoyó militar y económicamente a la República; lo que ella no advirtió fue cómo Stalin retiró a las Brigadas Internacionales cuando preparaba ya el pacto Ribbentrop-Molotov, cómo se quedó con el oro del Banco de España que los republicanos cándidamente le confiaron, y cómo envió a menudo material de saldo y lo cobró, nunca mejor dicho, a precio de oro. Tantos españoles, entonces y más tarde, abrazaron la causa comunista como única alternativa seria al franquismo que su apasionamiento en medio de la contienda resulta más que comprensible.
La vida de Constancia de la Mora, como la de Aquiles, fue corta y gloriosa, aunque la inmensa mayoría en España la haya desconocido hasta ahora. Ya lo decían los romanos: nemo propheta in patria. Pero su vida y su libro, tan de principios del siglo XX, tienen una gran actualidad hoy. Realmente sí tuvo mucho de profetisa, de precursora; tuvo tanto, que seguir ignorándola sería un desdoro para los españoles de hoy.
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sábado, 20 de junio de 2020
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