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martes, 21 de noviembre de 2023

_- Henry Marsh: "Muchos de los que se oponen a la muerte asistida tienen enraizada la idea, bastante cruel, de que hay que sufrir al morir para ganarse el cielo"

Henry Marsh

_- Desde que tiene 12 años, el neurocirujano inglés Henry Marsh lleva un diario. Nunca pensó publicarlo y creía que se iba a convertir en un engorroso (aunque quizás interesante) legado para sus nietos. Hasta que alguien le aconsejó escribir un libro. Y todo cambió.

“Ante todo, no hagas daño”, publicado en 2014, fue traducido a casi 40 idiomas y vendió millones de ejemplares.

Su estilo directo, sencillo y sin embargo trufado de profundas reflexiones sobre su profesión y sobre la vida tocó un nervio profundo en sus lectores.

En 2017 publicó “Confesiones”, en la misma vena, y ahora se tradujo al español la tercera y última entrega de sus memorias, “Al final, asuntos de vida o muerte”, el cual es presentado en el HAY Festival de Arequipa, donde estará presente el autor.

Es, de alguna manera, su libro más íntimo y frágil, pero con su bisturí estilístico igual de afilado: cuenta cómo, después de algunos años de retiro, fue diagnosticado con un cáncer avanzado de próstata, el cual probablemente le provocará la muerte.


Cubierta del último libro de Henry Marsh


En el libro, usted reflexiona sobre la experiencia de pasar de ser un prestigioso doctor a paciente con una enfermedad grave. ¿Cuáles fue el cambio más grande?

Que tengo un tiempo limitado para vivir. Pueden ser años, pero todos nosotros, incluso cuando envejecemos, creemos que vamos a vivir para siempre.

Cuando te diagnostican con la que probablemente va a ser tu última enfermedad -como lo es cáncer de próstata- pues cambia las cosas un poco. La vida luce un poco más seria.

Usted escribe mucho sobre la figura del médico, la cual es muy poderosa para el paciente, casi un semidios. ¿Fue muy difícil pasar a ser un paciente después de haber sido un neurocirujano de renombre?

Fue difícil en el sentido de aceptar que yo estaba hecho de la misma carne y sangre que mis pacientes. Tan pronto como nos volvemos doctores tenemos que aprender, en cierta medida, a diferenciarnos de los pacientes.

Todos los médicos enfrentan este problema de encontrar un balance entre amabilidad y desprendimiento científico. Todos sabemos que los doctores se han vuelto muy fríos y alejados. Y los neurocirujanos somos a menudo acusados de eso.

Volverme un paciente, como tal, no me trajo ninguna sorpresa. Yo sabía que era humillante, degradante, intimidante... Lo sabía en parte porque mi hijo tuvo un tumor cerebral cuando era un bebé y sobrevivió, así que sabía lo que era enloquecer de ansiedad.

Pero lo sabía también por mis antecedentes académicos, yo me volví médico de manera tardía. Yo inicialmente estaba interesado en política y regímenes totalitarios. Y los hospitales y sus médicos son instituciones bastante totalitarias.

Ser médico también exige mucho a nivel personal. Mi padre era médico, cardiólogo, y lo pude ver de cerca

La responsabilidad es muy estresante si eres un persona bondadosa. Y la mayoría de los médicos lo son. La responsabilidad por la vida de otras personas es algo muy difícil. Todos cometemos errores y la neurocirugía es un área particularmente peligrosa.

Cuando empecé estaba lleno de ingenua excitación. Sabía que lo que hacía era muy riesgoso y peligroso, pero no sabía que no solo lo era para los pacientes sino también para mí. Porque es terrible cuando cometes un error y un paciente resulta afectado.

Pero yo también estaba profundamente enamorado de mi profesión y es algo que nunca me abandonó. Ya no ejerzo como doctor, pero enseño y doy conferencias y sigo pensando que es una profesión maravillosa.

Pero a veces es muy difícil encontrar un balances entre, como le dije, preocuparse y mantenerse alejado. O ser un individualista, como yo lo soy, y trabajar en equipo.

Porque hoy en día ser médico es sobre todo trabajar en equipo.

Usted dice en su libro que no recuerda sus triunfos sino sus fracasos.

No recuerdo para nada mis triunfos. Me sorprende genuinamente cuando me encuentro con alguno de mis antiguos pacientes y veo que están bien.

Pero eso es porque cuando una operación va bien, pues haz hecho bien tu trabajo y pasas a otra cosa. Pero cuando las cosas van mal, te dejan una herida.

Pero también dice que, como doctor, uno no podría hace su trabajo si fuera totalmente empático, si de alguna manera pudiera sentir todo lo que el paciente siente

Exacto, porque si sintieras como si fuera un miembro de tu familia, no podrías hacer tu trabajo. Tienes que estar emocionalmente alejado, pero no demasiado. Y es algo muy difícil.

Yo me especialicé en pacientes con tumores cerebrales, una condición que puede tomar muchos años en matarte. Me volví muy cercano de algunos de ellos, a veces llegando casi a ser amigos.

En mi primer libro cuento un caso en el que no debí haber operado de nuevo. Debí haber dejado morir a esa persona. Al operarla de nuevo solo hice que todo fuera peor.

Y los pacientes no quieren ver a sus doctores romper a llorar. Quieren que les importes, pero no en exceso. No quieres ver que el médico pierda el control.

Me impactó leer que, a pesar de que lo que más le entusiasmaba era operar y mientras más difícil mejor, después de retirarse no lo extraña para nada. Algo parecido ocurrió con mi papá. Se retiró a los 55 años después de una exitosa carrera y nunca más se interesó por la medicina. Se volvió agricultor

Sí, y me sorprende.

Tuve una vida muy ocupada. Por muchos años operaba cuatro días a la semana. Y creo que a medida que envejeces tu apetito por el riesgo -que es de lo que se tratan las cirugías: es como escalar montañas para altruistas- disminuye.

Lo que también paso es que, aunque creo en el sistema de salud nacional británico (NHS) -al que los estadounidenses consideran socialista-, se volvió terriblemente burocrático, algo que encuentro muy frustrante.

Entonces dejé de trabajar a tiempo completo a los 65 años. Pero todavía enseño y doy conferencias por todo el mundo.

Neurocirugía 
Neurocirugía

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY

Pie de foto,
Henry Marsh es un reconocido neurocirujano en Reino Unido, pionero en operaciones con anestesia local, en las que el paciente está consciente durante la cirugía.

En su libro usted menciona que sus primeros intereses fueron la filosofía y la política. Y eso es evidente en lo que escribe, usted habla de temas muy profundos…

De una manera muy simple…

Sí, pero son grandes preguntas sobre mente vs materia, consciente e inconsciente, muerte asistida... ¿Algún filosofo lo influyó en particular?

Yo estudié historia, filosofía y economía en la universidad.

En esa época, hace 50 años, todo era sobre análisis lingüístico y positivismo lógico, realmente aburrido. No enseñaban metafísica ni nada parecido.

Entonces terminé enfocado sobre todo en política y economía, en particular de Europa del Este y la Unión Soviética, lo que explica por qué años después me involucré con Ucrania.

El filósofo que más me influyó es Karl Popper. Mi padre me recomendó “La sociedad abierta y sus enemigos” cuando tenía 14 años. Fue un libro muy importante para mí.

También habla mucho sobre contar historias y la verdad es que usted es un gran narrador…

Sí, algunas personas me lo han dicho.

Desde muy niño me gustaban los cuentos de hadas, leí muchísimos libros. Mi madre era alemana y me leía los cuentos de los Hermanos Grimm. Y aún leo mucho.

Hay dos elementos clave para escribir bien : uno, someterse a la crítica, leerle tus cosas a otros y aceptar sus críticas. Y la otra es leer mucho.

¿Hay un escritor en particular que le guste?

He leído tanto que les he perdido la pista.

En términos de escritura autobiográfica hay un escritor inglés muy bueno, un poco olvidado ahora, llamado Norman Lewis, que tenía un estilo muy claro, preciso y agudo.

Ahora leo muy poca ficción, aunque leí mucha cuando era joven, en particular los grandes escritores rusos, y sobre todo a Tolstoi y Mijail Bulgakov.

En una entrevista usted dice que es muy emotivo

Sí, lo soy. Y es algo que he tenido que aprender a controlar.

Lo hace muy bien porque, por ejemplo, la manera como describe lo que va a ocurrir con sus cuerpo cuando su enfermedad avance es sorprendentemente fría y clínica…

Bueno, yo escribo para enfrentar mis sentimientos. Al explorarlos en mi escritura trato de controlarlos un poco.

Y también amo escribir. Me encanta el proceso creativo y el idioma inglés es un lenguaje maravillosamente flexible. Hay tantas palabras para definir algo que es ligeramente parecido pero no igual. Fue algo que destacó Borges.

¿Por qué decidió empezar a escribir?

Siempre lo he hecho. Escribo un diario desde que tengo 12 años. Nunca pensé escribir libros. Y cuando me preguntan por qué lo hago, digo la verdad: porque mi esposa me lo pidió.

Mi segunda esposa, Kate Fox, es una escritora y antropóloga social inglesa muy conocida.

Cuando nos conocimos le leí partes de mi diario y me dijo que debería convertirlo en un libro. Y lo hice, diez años después.

¿Le sorprendió el éxito de sus libros?

Sí, me sorprendió. Yo no sabía realmente lo que estaba haciendo. Los médicos han escrito sus memorias desde siempre, pero tienden a entrar en dos categorías:

Las que escriben los doctores jóvenes, que tienden a ser denuncias satíricas. Son médicos que, en última instancia, no llevan el peso de la responsabilidad por la vida de sus pacientes, porque siempre hay alguien por encima de ellos que la tiene.

Y las de médicos veteranos, a menudo después de que se retiran, que usualmente son memorias más “políticas”. Es un ejercicio en autojustificación, autopromoción y normalmente dejan por fuera los aspectos negativos de la profesión, que son los errores y los períodos de gran angustia.

Yo fui muy abierto en todo esto, porque era mi diario.

Mi primer libro fue traducido a 37 idiomas, en parte, creo, porque escribo bien y de manera simple, por lo que puede traducirse con facilidad, pero también hablar del cerebro es interesante y es inusual que un doctor sea tan penosamente honesto.

En el libro yo discuto algunos éxitos, pero es principalmente sobre riesgos y fracasos y lo que sentía al respecto, lo cual es más interesante. El éxito es aburrido.

Henry Marsh 
Henry Marsh
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Marsh ya no ejerce como médico, pero da conferencia y clases por todo el mundo.

En el libro usted menciona las diferentes metáforas que a lo largo de la historia se han hecho sobre el cerebro, generalmente con los últimos avances científicos, como la hidráulica o la máquina de vapor. La última, por supuesto es con el computador. Desde que empezó su carrera hasta ahora, ¿qué ha cambiado en su conocimiento sobre el cerebro?

Entendemos tan poco sobre el cerebro. Mientras más sabemos sobre él, menos lo entendemos. Y mientras más lo estudiamos, más evidencia encontramos de lo complicado que es. No se parece ni remotamente a un computador.

Ahora sabemos que hay centenares de diferentes tipos de células nerviosas. Cuando yo era estudiante solo sabíamos de dos neurotransmisores, los químicos que se mueven entre las células. Ahora conocemos más de cien.

Tenemos que aceptar que el cerebro obedece a las leyes físicas, es un sistema físico. Y cuando ves pacientes con daños en la parte frontal, sufren de terribles cambios de personalidad. Es un sufrimiento moral causado por heridas físicas en el cerebro.

Si aceptamos que el cerebro tiene que obedecer las leyes de la física, lo interesante es que esas leyes no tienen nada que decir sobre cómo esa materia física produce sufrimiento, ansiedad e ideas.

Y creo que es una tontería pensar que la inteligencia artificial puede llegar a reemplazar todo eso.

Volviendo al tema principal de su libro, ¿haría algo de manera diferente como médico después de su experiencia como paciente?

No lo creo… aunque los doctores viejos siempre creemos que somos mejores de lo que realmente somos.

Lo que entendí cuando me convertí en un paciente es la enorme distancia que existe entre médicos y enfermos. Como doctor sólo ves una parte muy pequeña de lo que está viviendo el paciente.

Pero creo que de alguna manera lo sabía y me gusta creer que fui un médico amable y considerado. Lo que puedo decir es que cada noche iba a visitar mis pacientes, que siempre llamé a las familias tan pronto como la operación terminaba… Y la verdad es algo poco usual entre los doctores.

Si hubiera tenido este cáncer cuando aún practicaba la medicina, ¿habría hecho algo diferente? La verdad es que lo dudo, pero puedo estar equivocado.

Otro de los grandes temas que usted enfrenta en su libro es la muerte. ¿Ha esta experiencia cambiado sus ideas sobre ella?

Antes de enfermarme ya hacía campaña a favor de la muerte asistida. Y descubrir que tenía cáncer sólo ha reforzado mis ideas al respecto. Incluso países católicos como España y Francia la han adoptado o lo van a hacer, pero no Inglaterra.

Ahora es un tema de evidencias y pruebas. La pequeña minoría en Inglaterra que se opone -a la que escuchan los políticos- está compuesta sobre todo de médicos que dan cuidado paliativo.

Pero la evidencia muestra que en los muchos países en los que se aplica con salvaguardas legales, la gente no es obligada o presionada a matarse. Y no hay pruebas de que se haya abusado de esas leyes.

Creo que en Inglaterra va a pasar. Es como el matrimonio gay. ¿Destruyó la institución de la familia? No. Pero eso toma tiempo. Y obviamente la Iglesia católica y buena parte de la protestante se oponen.

Creo que tienen enraizada de manera muy profunda esa idea, bastante cruel, de que hay que sufrir al morir para ganarse el cielo.

Habla mucho de muerte, pero usted es una persona increíblemente activa…

Claro, quiero hacer el mejor uso del tiempo que me queda.

Henry Marsh Pie de foto,
Henry Marsh
Pie de foto,
El primer libro de Henry Marsh fue traducido a 37 idiomas.

Usted ha tenido una vida larga y plena. A estas alturas ¿hay algo que aún quiera conseguir?

No. No tengo una lista de cosas que me faltan por hacer (bucket list). He tenido una vida muy completa. He tenido mucha suerte. Obviamente no quiero morir -nadie lo quiere- pero hay que ser realista al respecto.

Quiero escribir un libro para niños como un regalo para mis nietas y pasar el mayor tiempo posible con ellas y con mi esposa.

Voy a continuar haciendo campañas en favor de Ucrania y de la muerte asistida y continuaré dando clases.

Esta entrevista forma parte de nuestro cubrimiento del Hay Festival de Arequipa, que se realiza en esa ciudad peruana del 9 al 12 de noviembre. 

sábado, 13 de mayo de 2023

Henry Marsh, neurocirujano: “Prepararse para morir tiene mucho que ver con haber tenido una buena vida”.

Este neurocirujano inglés se ha pasado la vida operando tumores cerebrales ajenos. Ahora se enfrenta a su propio cáncer y lo cuenta en su nuevo libro, ‘Al final, asuntos de vida o muerte’

El neurocirujano Henry Marsh (Oxford, 73 años), autor de Ante todo no hagas daño, escribía un libro sobre el cerebro. Pensaba que el suyo, tan activo, no se habría encogido como todos, que terminan teniendo el tamaño de una nuez. “Narcisísticamente me hice un tac para comprobarlo”. Encontró un tumor. Lo cuenta en Al final, asuntos de vida o muerte (Salamandra), que acaba de traducirse al castellano.

Vive solo en Wimbledon, al sur de Londres, en una casa adosada donde lo ha construido casi todo: de las estanterías a la claraboya de la luminosa cocina. También ha plantado la camelia del jardín. En la chimenea arden troncos. “La enciendo cuando viene alguien”, dice. Lleva los pantalones recogidos en los calcetines. “Vengo de la reunión de las ocho en el hospital”. Cuenta que está reseñando un libro de Freud. “No es ciencia, es literatura. Esa es la clave: escribía muy bien”. También que su padre, abogado, lo llevó por primera vez a España a una reunión secreta antifranquista. “Tenía 16 años y me pareció un país muy primitivo”. Todo esto antes de empezar a preguntar. “Soy una persona que sube y baja y he aprendido a aceptarlo”, diagnostica: “Como me dijo un amigo: es imposible sentirse muy optimista y muy pesimista a la vez”. “Me han guiado las emociones, el término psiquiátrico sería ciclotímico. Mi vida ha sido intensa. Por eso he sido neurocirujano. La mayoría de los médicos no quieren ser cirujanos. Y la mayoría de los cirujanos no quieren ser neurocirujanos. Si no te gusta el riesgo, no eliges esta profesión. El riesgo implica la posibilidad de lo mejor, que solo existe, claro, porque existe su contrario”.

En Ante todo no hagas daño asegura que la muerte no es el peor diagnóstico. ¿Lo sigue pensando con cáncer?
Sí. Como neurocirujano puede que salves una vida que esa persona no querría. Es una decisión difícil que tiene que tomar la familia, si consigues encontrarla. La pregunta es: ¿conoce a esta persona lo suficientemente bien para saber si querría vivir en estas condiciones de dependencia? O: ¿queréis a esta persona lo suficiente para cuidarla si ella no puede?
Escribió que, si le diagnosticaran un tumor cerebral, seguramente se suicidaría. No lo ha hecho.

Defiendo el derecho a la eutanasia, que ahora tienen en España y no tenemos aquí. Debemos saber mirarle a los ojos a la muerte. Forma parte de la existencia. Cuando me diagnosticaron el tumor me obsesioné hasta que pensé: tengo 73 años y he tenido una vida difícil, pero larga y buena. Pensé en mis pacientes jóvenes que murieron. Y en sus padres, que nunca los conocerían adultos. El deseo de sobrevivir está en nuestro ADN. El problema es que eso tenía sentido cuando la gente moría con 40 años. Ahora el miedo es convertirse en una carga para quien quieres. Hay tantos tratamientos que se ha convertido en un problema saber cuándo parar.

¿Cuándo parar?
Muchos tratamientos son caros y el sistema público de salud no se los puede permitir. Se venden más pañales para ancianos que para niños. Hace 30 años yo hubiera muerto de cáncer. Ahora moriré con cáncer, pero no de cáncer. El cáncer es, fundamentalmente, una enfermedad de la tercera edad. La probabilidad de tenerlo con 70 años multiplica por mil la de tenerlo con 20. Pero me aterra más la demencia. No soportaría ser un estorbo.

¿Por qué tememos molestar?
No querría que mis hijos me vieran como vi a mi padre a los 96 años. No sabía quién era.
Se convirtió en médico por una crisis vital.
Empecé Ciencias Políticas y Filosofía, pero todo eran análisis verbales, y me fui un año a Ghana como voluntario con curas blancos, católicos. Aunque no soy religioso, esa experiencia me formó. Luego me fui a trabajar de camillero.

Huyó de Oxford por desamor.
Fui muy inmaduro. Me enamoré perdidamente. Me había pasado la adolescencia leyendo poesía y, bueno… fue embarazoso. Era una amiga de la familia que en parte propició mi enamoramiento…

¿Estaba casada?
Sí. Típico de adolescencia. No conseguía salir de mi obsesión. ¡Hasta intenté suicidarme! Sé lo que significa estar locamente enamorado… Y desconfío de la locura. Creo que en las relaciones que funcionan el amor es trabajo. Pero entonces me obsesioné con esa poeta americana tan rígida, Sylvia Plath.

¿Le parece rígida?
Escribía muy bien. Pero era narcisista. Y para mí el narcisismo solo se justifica cuando te lleva a hacer del mundo un lugar mejor.

Un médico.
Bueno… Quise conocer el sufrimiento de verdad, no el que me había invadido la cabeza. Y encontré trabajo en los quirófanos de un hospital al norte de Newcastle. Luego regresé a Oxford, estudié como un poseso y conocí a mi primera mujer, una relación problemática desde el principio.
Vaya.
Aprendió con nuestro divorcio. Se ha convertido en consejera matrimonial. Tuvimos tres hijos. Me echó de casa. No la culpo. Llegaba por la noche, me llamaban del hospital y me tenía que volver a ir. Estaba obsesionado con mis pacientes. Los puse por delante de todo.

¿Por eso no vive con su segunda mujer?
Kate Fox es una antropóloga brillante. Su libro Watching the English es un mega best seller. [Se levanta y me regala una copia]. Las vidas separadas hacen un matrimonio feliz. No vivimos juntos porque tiene la enfermedad de Crohn.

De nuevo el miedo a molestar.
Vivir con una enfermedad crónica es difícil para todos. Como médico me alarmo, como pareja debo respetarlo.
Estudió Medicina sin saber que su bisabuelo materno había sido médico.
Mi madre era alemana y antes de morir decidió dejar por escrito que dejó de hablarse con su familia porque ellos eligieron afiliarse al partido nazi y ella no.

¿Esperamos al final para hacernos las preguntas más importantes?
Prepararse para morir tiene mucho que ver con haber tenido una buena vida. Soy un privilegiado. He amado ser médico y construir mesas de madera. Y eso tiene todo que ver con la suerte que hayas tenido en tu infancia. Es decir, la gente pobre no tiene suerte. Por lo tanto, tenemos la obligación de tratarlos mejor. Como médico es automático, una ética. Para alargar la vida, lo que habría que hacer es mejorar los primeros años.

¿La ignorancia con el propio pasado la llevamos a la historia de nuestro país?
Cuando envejeces te das cuenta de lo poco que has cuestionado lo que has aprendido. Kate me hizo ver que fue la trata de esclavos lo que financió la revolución industrial. De errores como ese derivan muchos problemas actuales. Pero es más fácil sentirse orgulloso que avergonzado, y la reparación histórica es complicada. ¿Dónde te detienes?

¿Qué es una buena muerte?
La que te permite mirar atrás y pensar: he dicho lo que tenía que decir.
Somos incapaces de aceptar la muerte. Como si existiera otra posibilidad…
Nuestra naturaleza nos aparta del dolor. Es irracional preocuparse por algo que, hagas lo que hagas, sucederá. Por eso vivimos en presente.

¿Vivimos en el presente?
Yo lo hago, desde que me diagnosticaron cáncer. También cada vez que me enamoro. Me ha pasado varias veces, pero siempre lo he observado con sospecha. Hay que dejar pasar seis meses para que el sistema hormonal y el cerebro se tranquilicen. Entonces empieza el trabajo. Lo que entendemos por amor es muy egoísta. El amor consiste en hacer feliz a la persona amada.

¿Tiene buena relación con sus hijos?
Arrastraba la culpa de mis ausencias. Tuve problemas con mi hijo William, un gran tipo, solitario, sin hijos. Pero hizo psicoterapia y le fue tan bien como a mí.

¿Por qué fue usted a terapia?
Cuando regresé de África tenía 22 años y no sabía qué hacer con mi vida. No me sostenía solo. Ir al psiquiatra fue como una conversión religiosa. Tras la primera sesión pasé la noche llorando. Al amanecer tenía ojeras, pero lo había llorado todo. William James describe la conversión religiosa como perdón, conocimiento y verdad. No fue el llanto, fue admitir que necesitaba ayuda, encontrarla, aceptar mi fragilidad y abandonar mi enfado. Tienes que ser muy fuerte para asumir tu fragilidad. Es una paradoja, como muchas de las verdades psicológicas.
Su carrera tiene aciertos y errores.
Ante un mal resultado no recuerdas lo que has solucionado. La autocrítica es dolorosa y la gente tiende a evitarla o a destruirse. Se trata de aprender de los errores para crecer. Aprendí, por ejemplo, que no puedo operar escuchando música.

Sus operaciones pueden durar 15 horas.
Son un trabajo de equipo. Un sindicato obligaría a cambiar de médico a las ocho horas. ¿Un paciente querría eso? En un porcentaje altísimo, la médica es una profesión vocacional. Pero la pasión es una opción personal. No se puede esperar esa devoción en la nueva generación de neurocirujanos, el precio personal es alto. Yo prefiero operar con un colega, hacerlo juntos, apoyarnos y poder descansar. La regla de oro de la humanidad es aprender de los errores propios y de los demás. Pero… es raro que todos los médicos cooperen. Hay mucho narcisismo en mi profesión. Para que un comité funcione, se deben abandonar los egos, y en países como Sudán o Ucrania la competencia es económica: solo enseñan a la familia, nadie quiere enseñar a la competencia.

Defiende la duda. ¿A los médicos les permitimos dudar?
Los pacientes quieren certezas y los médicos lidiamos con incertidumbres. Cuando me convertí en paciente sabía que nadie sabe nunca cuánto te queda, salvo si son dos días. Y aun así no pude evitar preguntárselo al oncólogo. Es difícil vivir con la incertidumbre y todos los pacientes oncológicos deben aprender a hacerlo. Intento ser útil: doy clases y voy a Ucrania desde hace 21 años.

¿Por qué empezó a ir?
Tiene que ver con mi padre y su defensa de los derechos humanos. De él aprendí que con un sistema judicial corrupto la democracia no es posible. ¿Y qué hicieron Putin y Yanukóvich? Corromper el sistema judicial.
En Ucrania no enseña solo a curar.
Les aconsejo a los jóvenes médicos a no hablar con prisa. A sentarse aunque la tengan, a mirar a los ojos.

¿Dudó a la hora de contar las historias de sus pacientes?
No. Desde los 12 años escribo un diario. Allí enterré 10 años de mi vida y todavía me avergüenza leer lo tonto que fui. Pero también están allí las historias que me han obsesionado. Cada historia es una persona. Kate lo leyó porque nuestro cortejo fue por escrito: con correos electrónicos. Y me dijo que tenía un libro. La única manera de aprender a ser neurocirujano es operando. Y… cometiendo errores. La experiencia consiste en cometer errores.

“La burocracia cuesta vidas”.
Los problemas fundamentales de la salud pública son el aumento de los pacientes —y de sus años de vida— y el de la tecnología —y su alto precio—. Es necesario encontrar un equilibrio entre la libertad del paciente y la organización médica para intentar sanar. La organización es clave en la guerra de Ucrania. Los rusos obedecen a una jerarquía, no tienen independencia de mando. El ejército ucranio cambió en 2014. Sigue el modelo alemán: los oficiales en el frente pueden tomar decisiones. La medicina es lo mismo: debes dar cierta independencia a los médicos y las enfermeras en las trincheras de la enfermedad. Hace 40 años los médicos tenían demasiada independencia. Hoy estamos en el extremo opuesto. La autonomía es fundamental para ser resolutivo y para preservar tu salud mental: para hacerte cargo de ti mismo.

¿Nos pasamos la vida tratando de reparar lo que hicimos mal?
En neurocirugía es fácil pensar: iba a pasar de todos modos. Debes luchar contra ti mismo para preguntarte: ¿podría haberlo hecho mejor?
¿Cómo lo hace?
Preguntando a los amigos en los que confío. La adulación anula el pensamiento. Cuanto más investigas, más te complicas la vida. Abres una puerta y llegas a un lugar con más puertas. Por lo visto, Freud era muy dogmático y cuando daba conferencias no admitía preguntas. Las preguntas son las puertas.

¿A más chequeos, más enfermedades se encuentran?
Los falsos positivos suceden a diario. Y obedecen a malas prácticas. Esta mañana llegó una mujer a hacerse un tac por un dolor de cabeza. O el médico de familia era un ignorante o era un vago. No puedes ir acumulando rayos X en el cuerpo y en un tac pueden aparecer formas anormales que no se pueden tratar a no ser que se desarrollen. ¿Cómo se lo dices al paciente? No le puedes decir que no tiene nada y a la vez no puede hacer nada por su bulto. Curiosear demasiado tiene consecuencias emocionales: generas una ansiedad que te puede cambiar la vida. Si no necesitas un tac de cerebro, ¡no te lo hagas! Yo, como tantos pacientes oncológicos, vivo ahora en un limbo. Lo único que puedo hacer es no pensar en las revisiones hasta que llega el día. Mi tumor cerebral tenía origen en la próstata y la terapia hormonal es, básicamente, castración. Y no es una cuestión sexual. No es que no te guste cómo está tu cuerpo, tampoco me gustaba antes, es que los músculos se debilitan y eso te afecta. Creí que me sentía infeliz porque tenía cáncer. Me di cuenta de que estaba mal porque no hacía ejercicio. Lo bueno de la terapia hormonal, que es como envejecer rápidamente, es que cuando la terminas es como vivir al revés: ¡rejuvenezco a diario!

¿Qué país tiene la mejor sanidad pública?
El sistema público de salud es un reflejo de la sociedad y la escandinava es rica.
Noruega era pobre hace 100 años.
Invirtieron el dinero del petróleo en mejorar el país. Sus prisiones son auténticos centros de reeducación. Y están acostumbrados a pagar impuestos para mantener sus servicios. Tienen mucha menos inequidad que el resto del mundo. No soy de extrema izquierda, pero creo en la necesidad de poner impuestos a la riqueza.

¿La industria farmacéutica decide cuánto valemos?
No son hermanitos de la caridad, son empresas, y muchos medicamentos contra el cáncer son prohibitivamente caros porque necesitan rentabilizar su inversión. Necesitamos su investigación. Pero ellos no deben olvidar que se benefician de la inversión que los gobiernos hacen en las universidades. Defiendo que no hagan publicidad y abaraten precios.

¿La sanidad privada sobrediagnostica más que la pública?
En el sector privado se sobreestima el riesgo de no operar y se infraestima el de operar. No creo que muchos médicos piensen en hacer dinero. Pero si saben que van a ganarlo con un paciente, tal vez se comportan más amigablemente. Somos así.
Ante todo no hagas daño termina preguntando: ¿qué estás haciendo con el tiempo que te queda?
He puesto en marcha una organización para apoyar cuidados paliativos en Ucrania. Quiero escribir un cuento de hadas para mis nietas. Continúo dando clase en el hospital. Y hago estanterías. Vivo en presente.