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sábado, 13 de mayo de 2023

Henry Marsh, neurocirujano: “Prepararse para morir tiene mucho que ver con haber tenido una buena vida”.

Este neurocirujano inglés se ha pasado la vida operando tumores cerebrales ajenos. Ahora se enfrenta a su propio cáncer y lo cuenta en su nuevo libro, ‘Al final, asuntos de vida o muerte’

El neurocirujano Henry Marsh (Oxford, 73 años), autor de Ante todo no hagas daño, escribía un libro sobre el cerebro. Pensaba que el suyo, tan activo, no se habría encogido como todos, que terminan teniendo el tamaño de una nuez. “Narcisísticamente me hice un tac para comprobarlo”. Encontró un tumor. Lo cuenta en Al final, asuntos de vida o muerte (Salamandra), que acaba de traducirse al castellano.

Vive solo en Wimbledon, al sur de Londres, en una casa adosada donde lo ha construido casi todo: de las estanterías a la claraboya de la luminosa cocina. También ha plantado la camelia del jardín. En la chimenea arden troncos. “La enciendo cuando viene alguien”, dice. Lleva los pantalones recogidos en los calcetines. “Vengo de la reunión de las ocho en el hospital”. Cuenta que está reseñando un libro de Freud. “No es ciencia, es literatura. Esa es la clave: escribía muy bien”. También que su padre, abogado, lo llevó por primera vez a España a una reunión secreta antifranquista. “Tenía 16 años y me pareció un país muy primitivo”. Todo esto antes de empezar a preguntar. “Soy una persona que sube y baja y he aprendido a aceptarlo”, diagnostica: “Como me dijo un amigo: es imposible sentirse muy optimista y muy pesimista a la vez”. “Me han guiado las emociones, el término psiquiátrico sería ciclotímico. Mi vida ha sido intensa. Por eso he sido neurocirujano. La mayoría de los médicos no quieren ser cirujanos. Y la mayoría de los cirujanos no quieren ser neurocirujanos. Si no te gusta el riesgo, no eliges esta profesión. El riesgo implica la posibilidad de lo mejor, que solo existe, claro, porque existe su contrario”.

En Ante todo no hagas daño asegura que la muerte no es el peor diagnóstico. ¿Lo sigue pensando con cáncer?
Sí. Como neurocirujano puede que salves una vida que esa persona no querría. Es una decisión difícil que tiene que tomar la familia, si consigues encontrarla. La pregunta es: ¿conoce a esta persona lo suficientemente bien para saber si querría vivir en estas condiciones de dependencia? O: ¿queréis a esta persona lo suficiente para cuidarla si ella no puede?
Escribió que, si le diagnosticaran un tumor cerebral, seguramente se suicidaría. No lo ha hecho.

Defiendo el derecho a la eutanasia, que ahora tienen en España y no tenemos aquí. Debemos saber mirarle a los ojos a la muerte. Forma parte de la existencia. Cuando me diagnosticaron el tumor me obsesioné hasta que pensé: tengo 73 años y he tenido una vida difícil, pero larga y buena. Pensé en mis pacientes jóvenes que murieron. Y en sus padres, que nunca los conocerían adultos. El deseo de sobrevivir está en nuestro ADN. El problema es que eso tenía sentido cuando la gente moría con 40 años. Ahora el miedo es convertirse en una carga para quien quieres. Hay tantos tratamientos que se ha convertido en un problema saber cuándo parar.

¿Cuándo parar?
Muchos tratamientos son caros y el sistema público de salud no se los puede permitir. Se venden más pañales para ancianos que para niños. Hace 30 años yo hubiera muerto de cáncer. Ahora moriré con cáncer, pero no de cáncer. El cáncer es, fundamentalmente, una enfermedad de la tercera edad. La probabilidad de tenerlo con 70 años multiplica por mil la de tenerlo con 20. Pero me aterra más la demencia. No soportaría ser un estorbo.

¿Por qué tememos molestar?
No querría que mis hijos me vieran como vi a mi padre a los 96 años. No sabía quién era.
Se convirtió en médico por una crisis vital.
Empecé Ciencias Políticas y Filosofía, pero todo eran análisis verbales, y me fui un año a Ghana como voluntario con curas blancos, católicos. Aunque no soy religioso, esa experiencia me formó. Luego me fui a trabajar de camillero.

Huyó de Oxford por desamor.
Fui muy inmaduro. Me enamoré perdidamente. Me había pasado la adolescencia leyendo poesía y, bueno… fue embarazoso. Era una amiga de la familia que en parte propició mi enamoramiento…

¿Estaba casada?
Sí. Típico de adolescencia. No conseguía salir de mi obsesión. ¡Hasta intenté suicidarme! Sé lo que significa estar locamente enamorado… Y desconfío de la locura. Creo que en las relaciones que funcionan el amor es trabajo. Pero entonces me obsesioné con esa poeta americana tan rígida, Sylvia Plath.

¿Le parece rígida?
Escribía muy bien. Pero era narcisista. Y para mí el narcisismo solo se justifica cuando te lleva a hacer del mundo un lugar mejor.

Un médico.
Bueno… Quise conocer el sufrimiento de verdad, no el que me había invadido la cabeza. Y encontré trabajo en los quirófanos de un hospital al norte de Newcastle. Luego regresé a Oxford, estudié como un poseso y conocí a mi primera mujer, una relación problemática desde el principio.
Vaya.
Aprendió con nuestro divorcio. Se ha convertido en consejera matrimonial. Tuvimos tres hijos. Me echó de casa. No la culpo. Llegaba por la noche, me llamaban del hospital y me tenía que volver a ir. Estaba obsesionado con mis pacientes. Los puse por delante de todo.

¿Por eso no vive con su segunda mujer?
Kate Fox es una antropóloga brillante. Su libro Watching the English es un mega best seller. [Se levanta y me regala una copia]. Las vidas separadas hacen un matrimonio feliz. No vivimos juntos porque tiene la enfermedad de Crohn.

De nuevo el miedo a molestar.
Vivir con una enfermedad crónica es difícil para todos. Como médico me alarmo, como pareja debo respetarlo.
Estudió Medicina sin saber que su bisabuelo materno había sido médico.
Mi madre era alemana y antes de morir decidió dejar por escrito que dejó de hablarse con su familia porque ellos eligieron afiliarse al partido nazi y ella no.

¿Esperamos al final para hacernos las preguntas más importantes?
Prepararse para morir tiene mucho que ver con haber tenido una buena vida. Soy un privilegiado. He amado ser médico y construir mesas de madera. Y eso tiene todo que ver con la suerte que hayas tenido en tu infancia. Es decir, la gente pobre no tiene suerte. Por lo tanto, tenemos la obligación de tratarlos mejor. Como médico es automático, una ética. Para alargar la vida, lo que habría que hacer es mejorar los primeros años.

¿La ignorancia con el propio pasado la llevamos a la historia de nuestro país?
Cuando envejeces te das cuenta de lo poco que has cuestionado lo que has aprendido. Kate me hizo ver que fue la trata de esclavos lo que financió la revolución industrial. De errores como ese derivan muchos problemas actuales. Pero es más fácil sentirse orgulloso que avergonzado, y la reparación histórica es complicada. ¿Dónde te detienes?

¿Qué es una buena muerte?
La que te permite mirar atrás y pensar: he dicho lo que tenía que decir.
Somos incapaces de aceptar la muerte. Como si existiera otra posibilidad…
Nuestra naturaleza nos aparta del dolor. Es irracional preocuparse por algo que, hagas lo que hagas, sucederá. Por eso vivimos en presente.

¿Vivimos en el presente?
Yo lo hago, desde que me diagnosticaron cáncer. También cada vez que me enamoro. Me ha pasado varias veces, pero siempre lo he observado con sospecha. Hay que dejar pasar seis meses para que el sistema hormonal y el cerebro se tranquilicen. Entonces empieza el trabajo. Lo que entendemos por amor es muy egoísta. El amor consiste en hacer feliz a la persona amada.

¿Tiene buena relación con sus hijos?
Arrastraba la culpa de mis ausencias. Tuve problemas con mi hijo William, un gran tipo, solitario, sin hijos. Pero hizo psicoterapia y le fue tan bien como a mí.

¿Por qué fue usted a terapia?
Cuando regresé de África tenía 22 años y no sabía qué hacer con mi vida. No me sostenía solo. Ir al psiquiatra fue como una conversión religiosa. Tras la primera sesión pasé la noche llorando. Al amanecer tenía ojeras, pero lo había llorado todo. William James describe la conversión religiosa como perdón, conocimiento y verdad. No fue el llanto, fue admitir que necesitaba ayuda, encontrarla, aceptar mi fragilidad y abandonar mi enfado. Tienes que ser muy fuerte para asumir tu fragilidad. Es una paradoja, como muchas de las verdades psicológicas.
Su carrera tiene aciertos y errores.
Ante un mal resultado no recuerdas lo que has solucionado. La autocrítica es dolorosa y la gente tiende a evitarla o a destruirse. Se trata de aprender de los errores para crecer. Aprendí, por ejemplo, que no puedo operar escuchando música.

Sus operaciones pueden durar 15 horas.
Son un trabajo de equipo. Un sindicato obligaría a cambiar de médico a las ocho horas. ¿Un paciente querría eso? En un porcentaje altísimo, la médica es una profesión vocacional. Pero la pasión es una opción personal. No se puede esperar esa devoción en la nueva generación de neurocirujanos, el precio personal es alto. Yo prefiero operar con un colega, hacerlo juntos, apoyarnos y poder descansar. La regla de oro de la humanidad es aprender de los errores propios y de los demás. Pero… es raro que todos los médicos cooperen. Hay mucho narcisismo en mi profesión. Para que un comité funcione, se deben abandonar los egos, y en países como Sudán o Ucrania la competencia es económica: solo enseñan a la familia, nadie quiere enseñar a la competencia.

Defiende la duda. ¿A los médicos les permitimos dudar?
Los pacientes quieren certezas y los médicos lidiamos con incertidumbres. Cuando me convertí en paciente sabía que nadie sabe nunca cuánto te queda, salvo si son dos días. Y aun así no pude evitar preguntárselo al oncólogo. Es difícil vivir con la incertidumbre y todos los pacientes oncológicos deben aprender a hacerlo. Intento ser útil: doy clases y voy a Ucrania desde hace 21 años.

¿Por qué empezó a ir?
Tiene que ver con mi padre y su defensa de los derechos humanos. De él aprendí que con un sistema judicial corrupto la democracia no es posible. ¿Y qué hicieron Putin y Yanukóvich? Corromper el sistema judicial.
En Ucrania no enseña solo a curar.
Les aconsejo a los jóvenes médicos a no hablar con prisa. A sentarse aunque la tengan, a mirar a los ojos.

¿Dudó a la hora de contar las historias de sus pacientes?
No. Desde los 12 años escribo un diario. Allí enterré 10 años de mi vida y todavía me avergüenza leer lo tonto que fui. Pero también están allí las historias que me han obsesionado. Cada historia es una persona. Kate lo leyó porque nuestro cortejo fue por escrito: con correos electrónicos. Y me dijo que tenía un libro. La única manera de aprender a ser neurocirujano es operando. Y… cometiendo errores. La experiencia consiste en cometer errores.

“La burocracia cuesta vidas”.
Los problemas fundamentales de la salud pública son el aumento de los pacientes —y de sus años de vida— y el de la tecnología —y su alto precio—. Es necesario encontrar un equilibrio entre la libertad del paciente y la organización médica para intentar sanar. La organización es clave en la guerra de Ucrania. Los rusos obedecen a una jerarquía, no tienen independencia de mando. El ejército ucranio cambió en 2014. Sigue el modelo alemán: los oficiales en el frente pueden tomar decisiones. La medicina es lo mismo: debes dar cierta independencia a los médicos y las enfermeras en las trincheras de la enfermedad. Hace 40 años los médicos tenían demasiada independencia. Hoy estamos en el extremo opuesto. La autonomía es fundamental para ser resolutivo y para preservar tu salud mental: para hacerte cargo de ti mismo.

¿Nos pasamos la vida tratando de reparar lo que hicimos mal?
En neurocirugía es fácil pensar: iba a pasar de todos modos. Debes luchar contra ti mismo para preguntarte: ¿podría haberlo hecho mejor?
¿Cómo lo hace?
Preguntando a los amigos en los que confío. La adulación anula el pensamiento. Cuanto más investigas, más te complicas la vida. Abres una puerta y llegas a un lugar con más puertas. Por lo visto, Freud era muy dogmático y cuando daba conferencias no admitía preguntas. Las preguntas son las puertas.

¿A más chequeos, más enfermedades se encuentran?
Los falsos positivos suceden a diario. Y obedecen a malas prácticas. Esta mañana llegó una mujer a hacerse un tac por un dolor de cabeza. O el médico de familia era un ignorante o era un vago. No puedes ir acumulando rayos X en el cuerpo y en un tac pueden aparecer formas anormales que no se pueden tratar a no ser que se desarrollen. ¿Cómo se lo dices al paciente? No le puedes decir que no tiene nada y a la vez no puede hacer nada por su bulto. Curiosear demasiado tiene consecuencias emocionales: generas una ansiedad que te puede cambiar la vida. Si no necesitas un tac de cerebro, ¡no te lo hagas! Yo, como tantos pacientes oncológicos, vivo ahora en un limbo. Lo único que puedo hacer es no pensar en las revisiones hasta que llega el día. Mi tumor cerebral tenía origen en la próstata y la terapia hormonal es, básicamente, castración. Y no es una cuestión sexual. No es que no te guste cómo está tu cuerpo, tampoco me gustaba antes, es que los músculos se debilitan y eso te afecta. Creí que me sentía infeliz porque tenía cáncer. Me di cuenta de que estaba mal porque no hacía ejercicio. Lo bueno de la terapia hormonal, que es como envejecer rápidamente, es que cuando la terminas es como vivir al revés: ¡rejuvenezco a diario!

¿Qué país tiene la mejor sanidad pública?
El sistema público de salud es un reflejo de la sociedad y la escandinava es rica.
Noruega era pobre hace 100 años.
Invirtieron el dinero del petróleo en mejorar el país. Sus prisiones son auténticos centros de reeducación. Y están acostumbrados a pagar impuestos para mantener sus servicios. Tienen mucha menos inequidad que el resto del mundo. No soy de extrema izquierda, pero creo en la necesidad de poner impuestos a la riqueza.

¿La industria farmacéutica decide cuánto valemos?
No son hermanitos de la caridad, son empresas, y muchos medicamentos contra el cáncer son prohibitivamente caros porque necesitan rentabilizar su inversión. Necesitamos su investigación. Pero ellos no deben olvidar que se benefician de la inversión que los gobiernos hacen en las universidades. Defiendo que no hagan publicidad y abaraten precios.

¿La sanidad privada sobrediagnostica más que la pública?
En el sector privado se sobreestima el riesgo de no operar y se infraestima el de operar. No creo que muchos médicos piensen en hacer dinero. Pero si saben que van a ganarlo con un paciente, tal vez se comportan más amigablemente. Somos así.
Ante todo no hagas daño termina preguntando: ¿qué estás haciendo con el tiempo que te queda?
He puesto en marcha una organización para apoyar cuidados paliativos en Ucrania. Quiero escribir un cuento de hadas para mis nietas. Continúo dando clase en el hospital. Y hago estanterías. Vivo en presente.