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martes, 25 de octubre de 2022

_- EDUCACIÓN. El laboratorio de éxito educativo escondido en un pequeño pueblo de Albacete: “Aquí cada niño tiene su habilidad, su sitio”


_- El instituto público Río Júcar, en Madrigueras, es uno de los 3.600 centros españoles que participa en el programa Proa+, dotado con 120 millones al año.

En su caso ha destinado los fondos a mejorar la atención socioemocional de sus alumnos

A Madrigueras se llega después de atravesar kilómetros y kilómetros de viñedos, campos de almendros y olivos, y dejar atrás hileras de las casas bajas y compactas típicas de los pueblos manchegos. Uno no esperaría que en esta población de 4.650 habitantes, situada a 30 kilómetros de Albacete, tras las paredes del edificio de ladrillo rojo que aloja al instituto público Río Júcar, existiera un laboratorio de innovación educativa. Y la clave son los docentes. Y a esta hora, las 11.30 de un viernes de octubre, ocho de ellos se sientan en torno a la mesa de dirección y preparan una lectura colectiva de Don Juan Tenorio, obra decimonónica a la que, respetando el texto, han decidido dar una vuelta para acercarla a la sensibilidad de los adolescentes en aspectos como la igualdad de género.

El Río Júcar es conocido en Castilla-La Mancha por su original sistema organizativo, basado en agrupaciones de docentes (que aquí llaman “escenarios”) de distintas materias que desarrollan proyectos interdisciplinares, y por haber implantado una enseñanza más competencial años antes de la aprobación de la nueva ley educativa, la Lomloe. Formar parte de dichos escenarios es voluntario, pero el 85% de los profesores se han sumado a ellos, y la fama del centro hace que cada año sea solicitado como destino por docentes que se sienten atraídos por una propuesta educativa menos convencional que busca que el éxito alcance a todo su alumnado. El Río Júcar es también uno de los 3.657 centros que (a fecha de junio) participan en el Proa+, un programa para mejorar el rendimiento educativo recuperado por el Ministerio de Educación después de que hace una década, en plena crisis financiera, el Gobierno del PP lo eliminara pese a haber acreditado su eficacia.

En el Proa+, que tiene un presupuesto global de 120 millones de euros al año, cada colegio o instituto decide cómo invertir los fondos que recibe dentro del objetivo general de mejorar el rendimiento y el acompañamiento a los alumnos. Lo más habitual (lo elige el 32% de los centros participantes) es realizar “acciones de refuerzo educativo en horario no lectivo”, es decir, clases de apoyo, normalmente de matemáticas o lengua. Pero se han puesto en marcha otras fórmulas, como programas para trabajar con las familias de los alumnos, reforzar las bibliotecas escolares y abrirlas al vecindario, organizar tutorías individuales con los estudiantes que más lo necesitan, o implantar planes de acogida y formación para los docentes que llegan al centro por primera vez (de un curso a otro puede cambiar entre un 20% y un 30% de las plantillas debido a la alta proporción de interinos en la educación pública).

El Proa+ está dirigido a centros que presentan circunstancias complejas, como un alumnado socialmente desfavorecido o geográficamente disperso. El Río Júcar, que se inscribe más en el segundo grupo, lo ha dedicado a mejorar la atención socioemocional del alumnado con la incorporación de una profesora técnica de servicios a la comunidad (una educadora social) que ha reforzado el departamento de orientación. Primero, ofreciendo seguimiento psicológico a los alumnos y mejorando la conexión con los servicios sanitarios, explica Alicia Magán, la orientadora del centro, ya que a raíz de la pandemia aumentaron los casos de ansiedad, autolesiones e incluso de ideación de suicidio. Y, desde este curso, potenciando la inclusión en la hora del recreo con la organización de actividades temáticas (de baile, pimpón, cocina y otros) tras haber constatado que en el patio los chavales tendían a juntarse fundamentalmente con los de su pueblo: al Río Júcar, que tiene medio millar de estudiantes, acude alumnado de siete municipios de la comarca de La Machuela.

 
Equipo directivo y docentes del instituto público Río Júcar. En el centro, con camisa a cuadros, el director Francisco Selva.  ALFONSO DURAN

El instituto, afirma su director, Francisco Selva, intenta no vivir de espaldas a la sociedad a la que pertenece y aspira, en la medida de lo posible, a mejorarla. “La única etapa de su vida donde los alumnos de todas estas localidades coinciden es aquí, y nosotros tratamos de conectarlas. Y que si el día de mañana montas una empresa en Madrigueras no tengas que irte a Albacete a buscar empleados, que ya conozcas a uno de Mahora con el que has hecho proyectos, que sepas quién trabaja bien… Al final el mundo rural va a sobrevivir a base de eso”.

El director admite que tanto con el Proa+ como con el resto de programas oficiales a los que se suma el Río Júcar, lo que busca el instituto son recursos con los que afianzar su proyecto. Un ejemplo de la vocación social del centro es el peso que le da al aprendizaje servicio, una clase de proyecto orientado a mejorar el entorno. El director menciona uno, centrado en la residencia de mayores de Madrigueras, que desarrollaron antes de la pandemia alumnos de 4º de la ESO (15 años) y que abarcó las materias de Educación Plástica y Visual, Educación Física y Matemáticas. Los chavales se reunieron, elaboraron su proyecto… Y se equivocaron: habían planificado hacer bailar a los residentes, por ejemplo, con reguetón, y al llegar descubrieron que el 80% tenían la movilidad demasiado reducida como para hacerlo. “Me miraban como diciendo: ‘Esto nos lo podías haber dicho’. Pero es que en la vida, cuando haces un proyecto, primero te equivocas y luego lo corriges, no pasa nada”, comenta el director. Así lo hicieron. Analizaron qué había fallado —“El análisis del contexto y la recogida de información”— y lo reelaboraron. Para el curso siguiente, los chavales aprendieron seguidillas manchegas, un género más del gusto de los residentes, y las bailaron junto a los mayores que, por sus condiciones físicas, pudieron sumarse. Los que no, hicieron de público y animaron aplaudiendo.

En el Río Júcar los chavales estudian también los contenidos de forma más estándar. Pero estas otras actividades, cree el director, sirven para potenciar habilidades a las que normalmente la escuela ha dado poca importancia. “A lo mejor te sorprende un niño o una niña que académicamente, al empollar y memorizar, no es buena, pero en cambio habla muy bien en público, y aquí se le da su sitio. O es muy buena digitalmente, montando vídeos por ejemplo, y tiene su sitio. O es especialmente extrovertida, y es muy buena relacionándose con cualquier institución con la que nos relacionamos, y tiene su sitio. Esta es también la clave de la inclusión, darle a cada uno su espacio y su momento. Aunque es difícil”, dice el docente.

Profesores de distintas materias
El instituto Río Júcar organizó inicialmente las agrupaciones interdisciplinares de profesores que llaman escenarios de forma temática (utilizando como ejes los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas). “Pero nos dimos cuenta de que eso coartaba, y que es mejor que los escenarios se estructuren de abajo hacia arriba. Los centros educativos somos un nicho de formación, aquí todo el mundo está superpreparado, así que decidimos no cerrar las temáticas y que fluyan las ideas, que muchas veces parten de los propios alumnos”, afirma el director. El criterio para formar los escenarios es intentar que no haya en ellos profesores de las mismas disciplinas. “El conocimiento en el mundo no se presenta atomizado, por un lado el matemático y por otro el lingüístico. Lo que tienes al final es una factura de la luz, donde viene todo integrado, añade.


Interior del instituto Río Júcar. ALFONSO DURAN

El horizonte de la selectividad (al menos de la actual selectividad), hace que en Bachillerato la forma de dar clase tenga que ser más convencional también en este instituto. Adela, que tendrá la Evau en junio, lo entiende, pero echa de menos las metodologías que conoció en la ESO. La alumna, que quiere ser médica, pero a la que le gusta mucho dibujar, recuerda especialmente un corto de animación a la antigua usanza, con dibujos a mano, que hizo con compañeros de distintas edades. “Yo creo que aquellos proyectos me sirvieron para aprender cosas que de otra forma no habría aprendido igual, como a desenvolverme en público, desarrollar la creatividad, trabajar en grupo y discutir”.