Mostrando entradas con la etiqueta Miguel Delibes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Miguel Delibes. Mostrar todas las entradas

lunes, 5 de junio de 2023

CONVERSACIONES A LA CONTRA. Luis Bermejo, intérprete: “El rey Juan Carlos es un puro disparate”.

El actor sube a los escenarios con el mítico personaje de Azarías de ‘Los santos inocentes’, la obra cumbre de Miguel Delibes.

Dice que el dolor está muy presente en su vida y que el teatro y la risa le sirven para autorregularse. Luis Bermejo, nacido en Madrid en 1969, viene de una humilde familia extremeña, concretamente de Zarza de Montánchez, un pueblo al que no llegó el agua corriente hasta los años ochenta del siglo pasado. Y es a ese campo, a sus padres y abuelos desde el que le llegan los olores y colores de Los santos inocentes, la obra cumbre de Miguel Delibes, que, dirigida por Javier Hernández-Simón, llega a las naves del Matadero del Español de Madrid (desde hoy, jueves 11 de mayo, al 11 de junio) después de una larga gira. Bermejo da vida a Azarías (el papel que hizo Paco Rabal en la película del mismo título de Mario Camus), por el que ha conseguido el premio al mejor actor de teatro en los recientes galardones Talía; mientras que Javier Gutiérrez hace el personaje de Paco El Bajo, que hizo en la pantalla Alfredo Landa. Bermejo, que se puso en la piel del rey Juan Carlos en la obra El Rey, vuelve a los escenarios también con dos funciones: El minuto del payaso y Los que hablan.

Pregunta. ¿Qué sugieren hoy las palabras “Milana, bonita”?
Respuesta. Es un canto a la libertad. Es un mantra para desprenderse de ataduras y patrones.

P. ¿Qué vigencia tiene la historia que narró Delibes en Los santos inocentes en 1981?
R. Hemos asumido la doctrina del capitalismo y vivimos en una era de neoliberalismo y por ello la obra tiene una vigencia total. Se sigue teniendo miedo a perder el trabajo y a ponerse enfermo. Ese miedo que tiene Paco el Bajo, que se obliga a ir a cazar a pesar de estar cojo, lo vemos hoy a nuestro alrededor.

P. ¿Cuántas veces ha visto la película de Mario Camus?
R. La he ido viendo a trozos. Para este proyecto me he leído a conciencia la novela dos veces. Pero el trabajo, sobre todo, ha sido apelar y llamar a mi abuelo y a todas las boinas de los pueblos. La boina es un símbolo que hay que reivindicar.

P. ¿Qué reacciones ha sentido del público ante este retrato lúcido de la España de aquellos años?
R. La verdad es que ha sido todo un éxito, si lo medimos por la recepción del público. Los santos inocentes, además de teatro social, tiene mucho de documento de una época. La respuesta de los espectadores traspasa lo artístico. En la cuenca asturiana, en Avilés, se acercaron unos señores para agradecernos que habláramos de ellos. Con esta función, he tenido la misma sensación de cuando hicimos Las manos, también con Javier Gutiérrez, que era un ejercicio de memoria sobre los años cuarenta y para el que entrevistamos a nuestros padres, nuestros abuelos sobre cómo vivían entonces.

P. ¿En este sentido, hay algo también de aliento o necesidad de memoria histórica?
R. Absolutamente. Se habla de unos años, los sesenta, en los que hubo un éxodo importante del campo a la ciudad. A mí, que vengo de una familia de campo en Extremadura, Los santos inocentes me lleva a mis padres, mis abuelos. Es un ejercicio de memoria, en el que está muy presente la guerra y la posguerra, la miseria, la precariedad, la escasez y el deseo de saber. Yo he escuchado mucho a mis padres y abuelos esa necesidad por saber, por aprender, porque venían de un pueblo en el que, tras la derrota de la República, se cortó el proyecto de las Misiones Pedagógicas. Y, con ello, desapareció la posibilidad de crecer y de progresar. En mi pueblo, el agua corriente se empezó a instalar en los ochenta.

P. Hacer el papel de Azarías, que en el filme bordó Paco Rabal, ¿es un acto de valentía?
R. Es una película emblemática que está en el imaginario popular y que marcó un camino. Tengo muy presente a Paco Rabal y honro su memoria, también la de Juan Diego, Terele Pávez o Alfredo Landa, pero cuando salgo al escenario miro hacia arriba y tengo a mi familia, a mi padre, que falleció a los dos meses de empezar a trabajar en esta función, y a mis abuelos. Me lleva a los olores y los colores del pueblo, al que sigo yendo. Cada vez que hago esta obra es una ofrenda a mis padres y abuelos, a la tierra extremeña.

P. ¿Es Azarías un héroe de la resistencia humana?
R. Es un ser mitológico. Para hacer de Azarías también me he fijado en esos payasos de cine y teatro, como Buster Keaton, Harold Lloyd o Chaplin, que tanto nos han iluminado o el payaso de las bofetadas de León Felipe. Es un ser libre al que uno se quiere acercar. Azarías quizás solo puede explicarse su vida mirando hacia arriba y volando, corriendo, gritando. Así libera su dolor. Es un hombre que vive con perplejidad todo el dolor que le rodea. Me he acercado a él, también a través de ese dolor, porque el dolor está muy presente en mi vida.

P. ¿Por?
R. Me acerco mucho a los personajes a través del dolor, para poder transformarlo y explicarme el dolor del alma, el dolor social, de incomprensión. El payaso al que doy vida en el Minuto del payaso también es un hombre con dolor.

P. Ha conseguido por este personaje el premio de los galardones teatrales Talía en su primera edición, que también ha votado la obra como mejor espectáculo ¿Es la mejor manera de animar a un actor?
R. No está mal, ¿no? Alimenta tu agujero yoico, como me decía siempre Cristina Rota. Soy un tipo melancólico y nostálgico y pensaba que, según fuera creciendo, se me iba a pasar, pero no, se me va agudizando.

P. ¿Es la melancolía la que le lleva a hacer una obra como Minuto del payaso desde hace diez años?
R. Para luchar contra la amargura que te lleva a la desgana está la risa. A mí la risa me salva del miedo. He descubierto que con un sombrero y una nariz roja y poniendo cara de gilipollas frente a un espejo puedo enfrentarme a cualquier cosa. Me parece un gesto sanador. Un payaso es alguien que asume su ridículo, lo asume y lo expresa en un escenario. Es alguien que te invita a reírte de ti mismo. También tiene algo de profeta y de poeta, alguien que te indica el camino. Mi padre, en este sentido, era un gran payaso.

P. Entonces, con el sombrero y la nariz roja, ¿se ve el mundo diferente?
R. La máscara de la nariz te posibilita la transformación. Volviendo al dolor, mi dolor lo he sabido manejar de la transformación en el teatro. Sentir el aguacero de la risa de los espectadores es absolutamente liberador y maravilloso. Es una manera de legitimar el niño que llevas dentro. Necesito la risa y el humor en mi vida. Esto también me lo trato en terapia.

P. ¿Va a terapia?
R. Sí, desde hace ocho o diez años. Es un lugar de escucha. Durante mucho tiempo renegué de ella, pero ahora digo que es muy recomendable. Fui por un tema concreto y salieron muchas cosas. Como dice mi terapeuta, somos como un armario que hay que vaciar, tirar algunas cosas y ordenar otras.

P. ¿De qué le gustaría especialmente hacer parodia hoy en España?
R. La sátira me apasiona y creo que habría muchas cosas que parodiar. Por ejemplo, de todo lo que tiene que ver con este momento tan extraño de políticos, el caso del Tito Berni, la corrupción, la llegada del rey Juan Carlos a Sanxenxo, del alcalde de Madrid, de Pablo Iglesias y Yolanda Díaz juntos. Es que el humor ayuda a esclarecer las verdades.

P. Hizo del rey Juan Carlos en la obra El Rey, que se estrenó en 2016. ¿Qué le sugiere ahora la figura del monarca?
R. Con la obra de El Rey tratamos al rey emérito con absoluto respeto. Me encantaría que la viera para que se diera cuenta de lo honestos y respetuosos que fuimos con su figura y la versión de su reinado. Ahora me sugiere que nos quedamos cortos. El rey Juan Carlos ha superado la ficción de la obra de teatro. El rey Juan Carlos es un puro disparate. Se ha cargado a todos los potenciales monárquicos que podía haber.

P. En la obra subyacía la pregunta de que para qué ha servido la monarquía estos últimos 50 años. ¿Para qué ha servido, en su opinión?
R. También me lo pregunto yo. Ha servido para que nos demos cuenta de que el rey es un embajador, ¿pero de quién? De los poderosos, será.

P. ¿Fue todo ese deseo de transformación en otros lo que le llevó a ser actor?
R. A mí me ayudó a sanar. Tuve una infancia cabrona, me pasé mucho tiempo en el hospital durante la adolescencia por una enfermedad y cuando salí, en esos tumbos de la juventud, me di cuenta de que en el teatro podía jugar, saber de mí, autorregularme. Luego está también el azar y el misterio. Cuando llego a la escuela me encuentro con gente a la que le pasaba lo mismo que a mí. Y la suerte, cuando me voy encontrando con Alberto, Nathalie [Poza], con Willy [Guillermo Toledo], luego con Javi, [Javier Gutiérrez], con Andrés [Lima], un grupo con enormes inquietudes teatrales y artísticas.

P. Vuelve a los escenarios con El minuto del payaso, pero también con Los que hablan, una obra que se estrenó hace tres años.
R. Es que yo soy un actor de repertorio. Estoy seguro de que la de El rey la vamos a volver a hacer, habrá que cambiar algunas cosas, pero con toda seguridad volveremos porque es una figura de la que hay todavía muchas cosas que decir, hay que rescatarla. La rescataremos.

sábado, 13 de marzo de 2010

Miguel Delibes

Un hombre de verdad
Fue un escritor sorprendente y extraordinario porque su literatura, en un mundo en buena parte fantasmagórico y oscuro, era una mano tendida hacia las cosas, hacia la vida EMILIO LLEDÓ

Confieso que evoco con mucho dolor mis recuerdos. Son tantos que en una situación como esta, no sé cómo seleccionarlos, qué decir. Tuvimos la suerte de conocer personalmente a Miguel Delibes cuando en 1962, después de muchos años en Alemania, vinimos Montse y yo, con nuestro primer hijo Alberto, de Heidelberg a Valladolid. Habíamos conseguido cátedras de Instituto en la ciudad castellana y esa posibilidad de juntar nuestros puestos de funcionarios de la enseñanza publica en la misma ciudad, nos animó, entre otras razones digamos más idealistas, a dar el nada fácil paso. Nunca nos arrepentimos. Los tres años en Valladolid fueron una época de felicidad, por muy duro que fuera, en aquellos tiempos, cambiar la orilla del Neckar por la del Pisuerga. Dos personas inolvidables, Julio Valdeón, que he tenido que recordar también en su reciente muerte y, ahora Miguel Delibes, simbolizan, ya en la memoria, ese prodigio humano de la amistad.

Conocíamos la obra de Delibes y admirábamos al sorprendente y extraordinario escritor. Sorprendente y extraordinario porque su literatura, en un mundo en buena parte fantasmagórico y oscuro, era una mano que nos mostraba la realidad, una mano tendida hacia las cosas, hacia la vida. Me gustaría que al hacer resucitar estos recuerdos frente a este paisaje de tristeza, las pocas palabras con las que tengo que expresarlo hicieran latir aquellas realidades, paradójicamente ideales, que aprendimos con él: la amistad, la memoria, las palabras.

Conocíamos, como digo, algunos libros de Delibes, pero la persona, la personalidad de Miguel era tan luminosa y sugestiva como su obra. Se me inunda la memoria de anécdotas, de momentos que han quedado en ese profundo hueco del pasado y que, sin embargo, jamás se esfumarán en el olvido. Creo que mientras palpite el tiempo en el fondo de nuestro corazón vive en él la vida de aquellos que hemos perdido y que nunca podremos dejar de querer. Una modesta, hermosa, melancólica y alegre forma de humana inmortalidad.

No quisiera cortar estas líneas que se inundan de recuerdos sin mencionar algo que no tiene tanto que ver con su persona sino con su obra. Aunque si bien se mira lo que hacemos y sobre todo, lo que hablamos o escribimos es siempre lo que somos. Porque de su pluma surgía esos personajes maravillosos, creados por unos ojos brillantes de bondad -la maldad oscurece la mirada-, de compasión, -que quiere decir "sentir con el otro"- y de inagotable ternura.

Delibes no es sólo el gran escritor de Castilla, el creador de un universo vivo, palpitante de realidad, sino el autor también de El hereje, uno de los grandes libros de la cultura española. Un libro en el que ya no se miraban los senderos de aquellos campos que recorría, de aquellos personajes con los que conversaba, sino de otros campos y otros personajes de sus sueños y, sobre todo, de la memoria histórica en que los soñaba. Creo que, en cierto sentido, ese libro es una especie de ajuste de cuentas con el país en el que su autor vivía: el país de la degeneración mental, de la hipocresía, de la falsedad. Un libro que es preciso conocer porque, en el espejo de sus páginas, podemos encontrar algunos de nuestros peores defectos y alguna de nuestras esperanzadas, maltratadas, hostigadas, virtudes. La historia es efectivamente, "maestra de la vida" y su magisterio no deber cesar nunca. El escritor de Castilla planteó en su obra una valerosa, clara simbología en la que se hacían transparentes los verdaderos problemas de una sociedad frente a la que, indefensamente, luchaba la "libertad de conciencia", que Cervantes pone en boca del maltratado Ricote.

Miguel Delibes pertenece a la casta de los hombres de verdad. No deja de ser un consuelo ante tantos personajillos vacíos y ambiciosos que, a veces, pretenden confundirse con ellos. Pero no pueden. (Emilio Lledó es filósofo y escritor)
Más aquí.