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miércoles, 19 de noviembre de 2025

Nicolás Sartorius: “El rey emérito ha envejecido muy mal. Está blanqueando a un dictador atroz”

En 1973, el Régimen franquista condenó a Nicolás Sartorius (San Sebastián, 87 años) a casi dos décadas de prisión por asociación ilícita en el proceso conocido como 1001. Una pena equivalente a la de asesinato por formar parte del equipo fundador de Comisiones Obreras, una de las organizaciones que lucharon, en la clandestinidad, por recuperar derechos y libertades perdidos en la dictadura. Hoy, en el 50 aniversario de la muerte de Franco —se enteró de la noticia estando en prisión—, este abogado y exdiputado del PCE e IU trata de hacer la digestión de las memorias del rey emérito y de la reciente encuesta del CIS en la que más de un 21% de los españoles consideran que los años del franquismo fueron “buenos” o “muy buenos”. No le gusta la palabra “Transición”: “Transitar”, dice, “transitamos siempre, si no, estamos muertos. Aquello fue una conquista. La reconquista de la democracia”. También suele recordar que “Franco murió en la cama, pero la dictadura murió en la calle”.

Pregunta. Como preso político durante la dictadura, ¿qué se le pasa por la cabeza cuando el rey emérito se atribuye en sus memorias el regreso de la democracia a España?
Respuesta. El rey Juan Carlos heredó los poderes dictatoriales de Franco. Durante tres años, hasta la aprobación de la Constitución de 1978, es un rey-dictador, con poderes dictatoriales. Otra cosa es que los usara mejor o peor para beneficiar el tránsito. Los años se empastan en la memoria de la gente, pero aquello fue pasito a pasito. Después de la muerte de Franco la represión continuó. En 1976 hubo más procedimientos en el TOP [Tribunal de Orden Público] que en 1974 y 1975. Fue un periodo de muchos crímenes y muertes. Hubo una represión tremenda porque el Gobierno de Arias Navarro no quería la democracia, era un tapón. La clave para acabar con la dictadura era acabar con ese Gobierno y quien acabó con él no fue Juan Carlos I, sino la movilización ciudadana. Hubo más de 17.000 huelgas, la universidad estaba fuera de control, el país estaba en ebullición y el Rey no era capaz de quitar a Arias. Fue su padre, don Juan, quien fue a verle y le dijo: “O eliminas a Arias, o esto se acaba”. Se refería a la Monarquía. Hasta ese momento él no se atrevía a apartarlo. Que diga ahora que la democracia la trajo él lo entiendo como una manifestación más de su deterioro.

P. El rey Juan Carlos termina cediendo esos poderes omnímodos que había heredado.
R. Sí, pero porque no le quedaba más remedio. No podía seguir siendo un dictador cuando la gente en la calle estaba pidiendo libertad, amnistía, democracia... Él utilizó esos poderes, sobre todo a partir del nombramiento de Adolfo Suárez, para ir facilitando la legalización. Suárez era un hombre muy inteligente y fue mucho más importante en este proceso que el Rey.

P. ¿Le ha sorprendido la descripción que el rey Juan Carlos hace de Franco en sus memorias? Dice: “Le respetaba enormemente, apreciaba su inteligencia y su sentido político. Nunca dejé que nadie lo criticara delante de mí...”
R. Me sorprende que a estas alturas, sabiendo lo que sabemos de la dictadura, la intente embellecer o blanquear. Franco empezó fusilando y acabó fusilando. Fue un régimen atroz. Una cosa es que tenga un reconocimiento al ínclito caudillo porque es el que le hizo heredero a título de Rey y otra que no reconozca que Franco fue un dictador que reprimió de manera salvaje a este país. Esas manifestaciones no dicen nada bueno de él y no benefician en nada a la institución monárquica, a su hijo. Envejecer es complicado y él está envejeciendo muy mal.

P. ¿Ha envejecido mal o cree que ese instinto político que se atribuyó al rey Juan Carlos durante mucho tiempo nunca existió?
R. No sé si existió. Él empieza su reinado no trayendo la democracia, sino confirmando a Arias Navarro. Y cuando Arias Navarro presenta la dimisión porque se entera de que el Rey se ha reunido a sus espaldas con los militares, el Rey no aprovecha la dimisión, manda al marqués de Mondéjar a su casa a suplicarle que se quede. Insisto: Juan Carlos I comprende que hay que quitar a Arias porque si no va él detrás cuando el país se pone en pie y las movilizaciones son de tal calibre en el movimiento obrero, estudiantil, vecinal, que su padre le dice: “Esto se acaba”.

P. ¿Qué relación tuvo usted con los ministros de aquel Gobierno?
R. Con Enrique de la Mata Gorostizaga, ministro de relaciones sindicales, negociamos la legalización de Comisiones Obreras. Fue en un despacho de mi primo Jaime en la colonia de El Viso. Era la primera vez en la historia, yo creo, que un ministro se reunía clandestinamente con gente que no era legal. Tengo un buen recuerdo de él. Intentó vendernos que teníamos que ser pacientes, que nos legalizarían, pero más tarde, después de otros. Dijimos que si eso sucedía convocaríamos una huelga general.

P. ¿Con “otros” se refiere al PSOE y UGT?
R. Puede ser, porque eso era lo que había. Para ellos, el PCE y Comisiones Obreras eran como dos demonios. Pero argumentamos que había una crisis económica, una inflación tremenda y que era Comisiones la que iba a garantizar el cumplimiento de los convenios.

Asamblea General de Comisiones Obreras, en Barcelona, en julio de 1976. En el centro, Marcelino Camacho y Nicolás Sartorius. Comisiones Obreras

P. ¿Y cómo recuerda el primer encuentro con Adolfo Suárez?
R. Fue en agosto de 1977, en La Moncloa. Yo acababa de salir de la cárcel, llamaron a la puerta y mi hija de diez años dijo: ‘Papá, hay unos señores que preguntan por ti. Llevan una cosa rara en la cabeza’. Eran tricornios, claro. Salí preocupado porque pensé que venían a detenerme otra vez, pero me entregaron un telegrama citándome al día siguiente con el presidente del Gobierno. A La Moncloa fuimos Julián Ariza, Eduardo Saborido, que iba en chanclas, Carlos Elvira, y yo, el único con corbata (ríe). Marcelino [Camacho, entonces secretario general de CC OO] no pudo venir porque estaba fuera de España. El ministro de Trabajo era Manuel Jiménez de Parga, al que conocíamos porque tenía un hermano cura que era muy rojo. Suárez dijo: “¡Al fin os puedo conocer!" y nos dio grandes abrazos. Estuvo encantador. Nos dijo que había que hacer un Estatuto de los trabajadores, cosa que hicimos después, y que iba a iniciar unas negociaciones con los sindicatos para llegar a un pacto social, todo eso antes de los Pactos de La Moncloa. En septiembre empezamos a reunirnos con el Ministerio de Economía y nos dimos cuenta de que lo que querían era un pacto de rentas. Después de varias sesiones, el ministro de Industria, Carlos Bustelo, me dijo: “Esto no avanza”. Le dije no íbamos a firmar un pacto de rentas porque lo que hacía falta eran reformas fiscales, en la seguridad social... Él lo entendió. Esas reuniones no continuaron y Suárez convocó en La Moncloa a los partidos y de ahí salieron los pactos de La Moncloa. Podríamos habernos puesto la medalla, pero al negarnos a firmar ese pacto, provocamos que fueran mucho más allá.

P. ¿Qué impresión le causó Adolfo Suárez?
R. Muy buena. Con él tuve siempre una relación estupenda. Era un tipo abierto, simpático, del que tampoco te podías fiar totalmente. Para mí, era un dirigente no orgánico de la burguesía, es decir, no era el típico representante de unos intereses económicos; tenía una conciencia social, era un outsider de cuchara. Hizo cosas avanzadísimas y algo que no se le ha valorado lo suficiente: en las primeras elecciones generales, UCD y Alianza Popular eran mayoría, pero Suárez tuvo la visión de no aliarse con ellos en contra de la izquierda y pactar con el PSOE y el PCE todos los temas de la Constitución. Manuel Fraga (AP) no apoyó la amnistía, que era el símbolo de la reconciliación nacional, ni el título octavo sobre el Estado de las autonomías. De hecho, muchos de su grupo no votaron a favor de la Constitución [Alianza Popular emitió ocho afirmativos, cinco negativos y tres abstenciones].

P. El sentido de algunas de aquellas votaciones sorprende con la vista de hoy: el PCE apoyó a la monarquía parlamentaria como modelo de Estado; el PSOE se abstuvo y cinco díscolos votaron en contra...
R. Sí. Aquella fue una discusión muy importante en el PCE porque muchos camaradas habían muerto gritando “¡Viva la República“, así que era un tema duro. Carrillo [Santiago, líder del Partido Comunista] nos reunió a los líderes de Comisiones antes de la famosa votación para ver qué opinábamos. Le dijimos que, por supuesto, había que aceptar la monarquía, pero siempre que el Rey reinara, pero no gobernara, es decir, en un sistema parlamentario como el que tenían Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda o Gran Bretaña. La disyuntiva en aquel momento no era monarquía sí o no, era democracia sí o no.

P. “Tan hondo es el abismo abierto entre los españoles que, si no nos esforzamos más en cerrarlo que en abrirlo la incipiente democracia puede estallarnos a todos en las manos como un juguete infernal”, dijo Carrillo en el debate parlamentario sobre la forma política del Estado. En aquel momento, el PSOE utilizó el apoyo del PCE a la Monarquía para atacarles: “Allá los partidos que reclamándose de la izquierda piensan que algo tan trascendente y duradero como la forma política del Estado puede darse por válida a merced de las razones puramente coyunturales, de pactos ocasionales, o de gratitudes momentáneas...”
R. Aquello fue una finta del PSOE porque en el fondo sabían que no iba a ganar la República. Fue un gesto de cara a la galería que quizá les dio votos. Nosotros sabíamos que si nos metíamos en el agujero de monarquía o república, esto [la Constitución] no habría salido.

Nunca he confundido amnistía con amnesia. La amnistía de 1977 fue para los dos lados y era lo que había que hacer. Pero someter al país a una enfermedad como la amnesia es otra cosa y ha sido muy negativo. Los jóvenes no tienen ni idea de lo que pasó en este país Nicolás Sartorius

P. Más de un 21% de los españoles considera que los años de la dictadura fueron “buenos” o “muy buenos”, según una encuesta reciente del CIS. Entre los votantes del PP llegan al 41,6% y entre los de Vox al 61,7%. ¿Por qué cree que sucede eso?
R. Hay muchos motivos. En parte, corresponde a una ola mundial. Hay revisionismo en la Alemania de Hitler, en la Italia de Mussolini, en la Francia de Pétain... y tiene más amplitud de apoyos que en España. En Alemania, con lo terrorífico que fue el nazismo, hay un partido extremista, Alternativa para Alemania, al que las encuestas sitúan como segunda fuerza. Aquí todavía no ocurre eso con Vox.

P. Pero en Alemania no hay una Fundación Adolfo Hitler o calles dedicadas a gerifaltes nazis, y aquí sí hay una Fundación Franco y se cuestiona la retirada de simbología franquista.
R. Sí, hay que eliminarla y el Gobierno ha dado pasos para ello, pero el problema de fondo es más amplio. Es que una parte de la sociedad alemana, ultra o neonazi, cree que lo de Hitler se ha exagerado. Es que el primer partido en Francia es el de Marine Le Pen, y en Italia, los ultras de Giorgia Meloni. Están peor que nosotros. Pero es cierto que hay una sensación general de que las democracias llamadas liberales no están atinando en las soluciones; están dejando a mucha gente al margen, con una globalización no inclusiva. Cada vez que en Francia se cierra una fábrica, se abre un local de Agrupación Nacional. Esa desigualdad rampante, la aberración de que a Elon Musk se le dé un billón de dólares cuando millones de personas no llegan a fin de mes, está haciendo un daño tremendo porque hace a algunos pensar que con un sistema autoritario les iría mejor. Y luego está el tema de la inmigración...

Nicolás Sartorius posa para la entrevsita en el Hotel Sardinero de Madrid, el viernes. Álvaro García

P. Antes de recibirlos, España fue, durante años, un país emisor de emigrantes. Dos millones de españoles abandonaron el país entre 1960 y 1975. ¿Por qué cree que calan los discursos antiinmigración de Vox cuando en tantos hogares españoles hay un abuelo que emigró?
R. Porque nunca se ha contado qué fue la dictadura y eso ha sido un error grave. En las elecciones municipales de 1979, en los programas electorales hablábamos de alcantarillados, de luz eléctrica, de agua caliente. Esa era la España que había. Pero si la gente no sabe qué supuso la dictadura... No había inmigración porque éramos nosotros los que nos largábamos de España.

P. El franquismo sigue beneficiándose de los bulos, de la propaganda...
R. Absolutamente, pero es muy curioso ver que mientras los chicos jóvenes giran hacia la derecha, las chicas lo hacen hacia la izquierda. Eso no pasa por casualidad. Pasa porque en democracia los derechos de las mujeres han aumentado exponencialmente. En la dictadura, las mujeres no podían testar, viajar al extranjero sin permiso del marido, apenas podían trabajar... Hoy hay más de 10 millones de mujeres trabajando. El cambio es brutal, pero todo eso no se conoce porque hasta las recientes leyes de memoria ha imperado la amnesia absoluta.

P. Usted forma parte del colectivo que contribuyó a la adquisición de esos derechos. ¿Siente rabia cuando ve que un porcentaje tan elevado de españoles piensa que la dictadura fue buena para España?
R. He luchado contra eso. Y nunca he confundido amnistía con amnesia. La amnistía de 1977, contra la que votó la derecha, por cierto, fue para los dos lados y era lo que había que hacer. Marcelino [Camacho] lo expresó muy bien en el debate: “Hemos enterrado los rencores”. Pero someter al país a una enfermedad como la amnesia es otra cosa y ha sido muy negativo. Los jóvenes no tienen ni idea de lo que pasó en este país.

P. En 2023 criticó que Isabel Díaz Ayuso frivolizase con la dictadura al compararla con la ley de amnistía al procés, y dijo: “La amnistía también es una operación política para que la alternancia en España no dependa de un partido como Vox”. ¿Cree que el PP volverá a pactar con Junts? De momento, Vox sube en las encuestas y el PP se estanca.
R. La amnistía de 1977 también la hizo el Parlamento, igual que la Constitución. Ahora, el abogado general europeo niega que la amnistía del procés fuese una autoamnistía. Es evidente que ha sido positiva para normalizar la situación en Cataluña, y en el resto de España, poco a poco, se verá ese efecto positivo general. Ha sido una operación exitosa. Todo aquello de que esto era el fin del Estado de derecho, una medida dictatorial etc. ha quedado barrido. Por otro lado, Junts siempre ha sido un partido de derechas. El problema que tiene el PP es que ha radicalizado tanto su posición en Cataluña que ahora no le va a resultar fácil dar marcha atrás e ir del brazo de Junts, pero esa era la alianza más natural. El PP ha sido torpe al cerrarse caminos.

Lo que ocurre en Andalucía con las mamografías; la privatización de la Universidad... son ataques al corazón de lo que entiendo que ha sido la obra de nuestra vida: hacer un estado social y de derechos, es decir, de bienestar

Nicolás Sartorius

P. Al salir de la cárcel, en 1975, no abandonó la lucha contra el franquismo. Hoy, de alguna manera, sigue batallando. ¿Por qué?

R. En la dictadura me detuvieron cuatro veces y según salía, me volvía a reunir con el PCE y CCOO. Nunca pensé en tirar la toalla porque había viajado por Europa, donde los españoles éramos unos apestados, y me parecía humillante, indigno, que en mi país viviéramos en dictadura. Ahora es una lucha mucho más tranquila, pero sigo en ella porque creo que la democracia tal y como la construimos está en peligro. Hay una operación mundial de derribo que no consiste en golpes de estado, sino en vaciarla de contenido, es decir, quitarnos derechos civiles y sociales. Lo que ocurre en Andalucía con las mamografías; la privatización de la universidad... todo eso son ataques al corazón de lo que entiendo que ha sido la obra de nuestra vida: hacer un estado social y de derechos, es decir, de bienestar.

El juicio contra el fiscal general nunca debió celebrarse. Y por tanto, ahora hay que salir de él. Espero, por el bien de la justicia, que sea con una sentencia absolutoria

Nicolás Sartorius

P. ¿Ahí incluye a la justicia? ¿Cree que también está amenazada?
R. Claro. La justicia es lo que menos transformamos con la Transición. Están mucho más evolucionadas las fuerzas armadas. Pero la amenaza es general. Pesa sobre la interrupción voluntaria del embarazo; sobre los derechos del colectivo LGTBi, sobre los inmigrantes... ¿Cuáles son las condiciones que le está imponiendo Vox al PP? Limitar derechos que nos ha costado mucho conseguir. La Sanidad se ha deteriorado tanto que los seguros privados crecen como la espuma. Es una táctica muy vieja. Y creo que la gente no es consciente de todo eso. Debemos volver a reagrupar a todos los movimientos sociales, ahora algo dispersos, en defensa de la sanidad y la educación públicas. Ahora veo muchos diagnósticos, es decir, cabezas sin pollo. Lo importante es ser pollos con cabeza, organizarse.

P. ¿Ha seguido el juicio al fiscal general del Estado? ¿Cree que habrá paz después de la sentencia?
R. Este juicio nunca debió celebrarse. Y por tanto, ahora hay que salir de él. Espero, por el bien de la justicia, que sea con una sentencia absolutoria, pero es evidente que la sentencia no va a contentar a todos. No veo cómo se puede condenar a alguien sin pruebas absolutamente indiscutibles, solo con suposiciones, opiniones o deducciones, que es lo que hemos visto estos días. El argumento de que tuvo que ser el fiscal general el que filtrara el correo [con información sobre el fraude cometido presuntamente por Alberto González Amador, novio de Isabel Díaz Ayuso] porque él era el que mandaba es absurdo: en toda organización hay una jerarquía. La Iglesia también es jerárquica. El Supremo tiene ahora la ocasión de hacer una buena sentencia, fundamentada.

https://elpais.com/espana/2025-11-15/nicolas-sartorius-el-rey-emerito-ha-envejecido-muy-mal-esta-blanqueando-a-un-dictador-atroz.html

sábado, 16 de agosto de 2025

_- LO QUE NOS JUGAMOS

_- "Claro que el asunto Cerdán, Ábalos, Koldo puede ser aberrante y exige que se tomen medidas rápidas y contundentes. Pero, ¿por qué creen ustedes que existe ese ansia, avidez o impaciencia por acabar como sea con este Gobierno y el odio enfermizo que suscita su presidente?" (Art. de Nicolás Sartorius, Presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas)

No es fácil en los tumultuosos y oscurecidos tiempos que corren discernir lo que, en realidad, está en juego. El caos, el ruido y la furia se han convertido en el hábitat omnipresente que todo lo abarca, lo engulle y lo acaba expulsando, como el mar los detritus, hacia las aturdidas mentes del personal sufridor. No es nada sencillo que la realidad real o la verdad verdadera se abran camino ante tanta manipulación, ante el imperio de lo virtual, de la falsificación o, sencillamente, de la mentira. El mundo está inmerso en peligrosas guerras de momento locales en Ucrania, en Oriente Medio –el genocidio de Netanyahu en Gaza, la guerra contra Irán–, todo ello apoyado por los EEUU de Trump y aquí, por lo visto, lo que más interesa es hablar de Koldo, de Ábalos y Cerdán.

¿Es que alguien se cree que la potencia americana, con el concurso de Europa, no podría acabar con estos conflictos si de verdad se lo propusiesen? ¿Por qué Netanyahu, al frente de un país de diez millones de habitantes, se permite cometer los crímenes de Gaza, bombardear Teherán y lo que se ponga por delante –sin una sola sanción–, si no es porque cuenta con el apoyo incondicional de Trump y de la pasividad de buena parte de los países europeos, que mientras han impuesto, con razón, multitud de sanciones a la Rusia de Putin, aquí están agarrotados por extraños complejos del pasado o intereses del presente?

Y ahora vienen el preboste de la OTAN y su fiel escudero Mark Rutte a ordenar que tenemos que gastar la estrambótica cifra del 5% del PIB –más de 80 mil millones de dólares en cifras de 2024–, lo que supondría un golpe durísimo a nuestros derechos sociales en sanidad, educación, etc. Un diktat o ukase escandaloso e inútil al que se ha opuesto, únicamente, ese presidente español al que hay que abatir por todos los medios. Sabemos lo que sucedería si gobernasen las derechas: pues que aceptarían sin rechistar como han hecho siempre ante los requerimientos del “amigo americano”.

Desde luego no es suficiente para mover voluntades con exclamar “que viene la ultraderecha”, sin embargo, lo que irrumpe no es sólo eso, sino la ola más reaccionaria, antisocial, antieuropea y antidemocrática desde la IIª Guerra Mundial. Con un presidente de los EEUU a la cabeza de la contrarreforma, atrabiliario e imprevisible; una Unión Europea en la que solo tres países tienen gobiernos progresistas, donde en grandes naciones como Alemania, Francia e Italia la derecha radical es la segunda fuerza o gobiernan partidos euro incrédulos o descreídos. En una palabra, lo que está en juego es la democracia social –el modelo europeo–, la propia integración de la UE, los derechos civiles de las minorías, aparte de la fumigación de los emigrantes. En el fondo un sistema más parecido al de Trump que al que conocemos los europeos.

¿Por qué creen ustedes que existe esa ansia, avidez o impaciencia por acabar como sea con este Gobierno y el odio enfermizo que suscita su presidente? Pues porque España es el único país relevante que cuenta con un ejecutivo de coalición de izquierda, que ha aliviado algo las faltriqueras de los pudientes –lo que llaman “el infierno fiscal”–; ha normalizado totalmente la situación en Cataluña con una amnistía plenamente constitucional, como defendí en el origen de los tiempos; se han producido avances en derechos sociales y civiles, la economía es la que mejor funciona de Europa y la política exterior es, por lo menos, la más decente de las que circulan, al reconocer, este Gobierno, al Estado palestino, oponerse al atraco del 5% del PIB en armas, aumentar la ayuda al desarrollo o avanzar en el tema de Gibraltar. Todo ello sostenido por una mayoría parlamentaria en la que hay, por lo visto, “comunistas”, “separatistas” y “terroristas”. Algo realmente insoportable para los poderes tradicionales y sus corifeos mediáticos, que se han dedicado toda su vida a esquilmar al personal sufridor.

Claro que el asunto Cerdán, Ábalos, Koldo puede ser aberrante y exige que se tomen medidas rápidas y contundentes de naturaleza orgánica y política, con el fin de acabar de una vez con el cáncer de la corrupción. Y claro es que si informaciones fehacientes involucrasen a la presidencia o a la financiación ilegal del partido socialista la situación se haría, prácticamente, insostenible. Pero, en todo caso, un gobierno democrático no puede caer, de ninguna manera, por informes de la Guardia Civil o de cualquier policía. Aceptar esto sería terriblemente peligroso, pues hay que recordar que la costalada del Gobierno de Rajoy, que estaba de corrupción hasta las cejas, se debió a una sentencia de la Audiencia Nacional y no a informes policiales. En el caso actual se pretende que salte todo por los aires, la presunción de inocencia y lo que haga falta. Y estas agónicas ansias por fulminar a Sánchez tienen varias causas: la cercanía de juicios durísimos contra el PP por los manejos de la llamada “policía patriótica” y otras trapacerías; porque piensan que de celebrarse de inmediato elecciones arrasarían, mientras que dentro de dos años ya veríamos y, tercero, porque, tal y como va de bien la economía y las posibilidades muy reales de llegar al pleno empleo, es una pera en dulce lo que esta izquierda de nuestros pecados les dejaríamos en herencia.

Así que en el caso de España nos jugamos que regrese la tensión en Cataluña, con una derecha que no entiende, ni ha entendido nunca, la naturaleza plural de nuestro Estado, con presidentas de CCAA que se ausentan cuando alguien se expresa en catalán o vasco, idiomas que hablan millones de españoles en diferentes nacionalidades.

Nos jugamos el creciente deterioro de los servicios públicos fundamentales como la sanidad, la educación, las universidades o la ciencia, con el aumento desaforado de las privatizaciones, como ya está sucediendo en las CCAA que gobierna la derecha. No olvidemos que el eje central del programa de las derechas es bajar impuestos, es decir, deteriorar el Estado de bienestar y acrecentar el de malestar de la mayoría. Con una advertencia: toda política ultraliberal de recortes sociales sólo es factible imponiendo formas de represión. La presidenta de la CCAA de Madrid ya lo ha advertido ante las movilizaciones en la Universidad. Tomemos nota de lo que está sucediendo en EEUU, Argentina, Hungría, etc.

Nos jugamos el que no se practique una política razonable con la emigración, que es una de las bases de nuestra prosperidad y de una convivencia humana digna, a diferencia de lo que se hace en Italia, Hungría o incluso Gran Bretaña.

Nos jugamos que se regrese a actitudes y decisiones restrictivas en materia de derechos civiles como el aborto, la eutanasia y todo lo que hace referencia a los movimientos LGTBIQ.

Nos jugamos el que se haga inviable la reducción de la jornada laboral, pues las derechas están en contra, como se ha visto en el Parlamento, en el tema de las 37,5 horas. Proponen sustituir dicha rebaja, deseada por la generalidad de la ciudadanía, por una mayor “flexibilidad”, es decir, por la realización de millones de horas extras no pagadas. En este sentido, nos jugamos que se recorten derechos sindicales, reduciendo la representación de los trabajadores en los comités de empresa y en el diálogo social, como ya sucedió en CCAA gobernadas por el PP/VOX.

En una palabra, nos jugamos la democracia social, con libertades y derechos, el modelo europeo que los Trump y Putin, desde fuera, y sus socios desde dentro quieren laminar a toda costa.

Nos jugamos a que regresemos a la pérdida de la Memoria Democrática, que nos ha costado tanto ir recobrando, pues lo primero que harán las derechas, como ya están haciendo donde pueden, es derogar la ley homónima, base de una cultura democrática digna.

Nos jugamos el retroceso a la jungla del pelotazo urbanístico del pasado ante la concepción propia de las derechas en el sentido de que la vivienda es un negocio goloso y no una necesidad vital del ser humano.

Nos jugamos que la justicia siga en manos de jueces y magistrados que se concentran y hacen huelga, sin cobertura legal, cuando las leyes del Parlamento no les gustan.

Nos jugamos la reculada a los tiempos de una especie de nacional catolicismo, ante la insólita imagen de que una parte preponderante de la jerarquía de la Iglesia proponga la celebración inmediata de elecciones generales con el fin de terminar con el actual gobierno democrático, al que quedan dos años de la actual legislatura.

No olvidemos, por favor, todo lo que nos jugamos, porque si nos despistamos o nos lían, si no nos organizamos y movilizamos, nos arrepentiremos… pero ya será tarde. 

Nicolas Sartorio, El País

domingo, 7 de abril de 2024

_- Historias de dos mundos. Si las cosas le van bien al país, es decir, a España, en este caso gobernado por la izquierda, la táctica utilizada por las derechas es crispar hasta el paroxismo el debate mediático, convertir el ágora pública en un estercolero.



_- I.- En el comienzo de su novela 'Historia de dos ciudades', Charles Dickens escribió: “Era el mejor de los tiempos y el peor; la edad de la sabiduría y de la tontería; la época de la fe y la época de la incredulidad; la estación de la Luz y la de las Tinieblas; era la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación: todo se nos ofrecía como nuestro y no teníamos absolutamente nada; íbamos derechos al cielo, todos nos precipitábamos en el infierno”
Leyendo estas memorables palabras dedicadas a la Inglaterra y Francia del siglo XVIII o, con más precisión, al Londres y el París de aquel siglo, me ha venido a la mente, sin poderlo remediar, la situación en que viven no dos ciudades, sino los dos mundos en que se ha tronchado la “realidad española”.

De un lado, tenemos el mejor de los tiempos recientes cuando nuestra economía crece cinco veces más que la media europea, a pesar de las guerras y otras calamidades; contamos con más empleo que nunca –unos 21 millones, casi la mitad de los cuales ocupados por mujeres– y se nos dice que es el peor, que estamos al borde de la quiebra y los puestos de trabajo son falsos. El país, a pesar de todo, avanza en ciencia, tecnología e innovación, lo que significa mejorar algo en sabiduría, y de otra escuchamos todos los días las mayores tonterías sobre que España se rompe, nos deslizamos hacia una dictadura comunista y que nos gobiernan desde Waterloo. 

La esperanza en una vida mejor se sostiene cuando las pensiones han crecido un 18% en los últimos tres años y el salario mínimo más del 50% en el último lustro (5 años), pero se nos intenta convencer de que nos deslizamos por la pendiente de la desesperación y de las tinieblas. A pesar de que la inflación, el déficit y la deuda descienden, el consumo aumenta a cifras récord, al igual que los beneficios de las grandes empresas, España no tiene remedio y va de mal en peor.

Bien es cierto que, al igual que en la época de Dickens –creo que estamos bastante mejor–, todo se nos ofrece como nuestro, pues nunca ha existido en el mundo tanta riqueza y, sin embargo, la inmensa mayoría de la Humanidad no tienen absolutamente nada. Incluso hay quien pensaba que podíamos ir todos al cielo y, no obstante, si seguimos los consejos que nos dan los “negacionistas”, belicistas y sus aliados de hecho, nos precipitaremos en el infierno del calentamiento global y de la destrucción de las guerras sin fin.

II.- Uno, dentro de su perplejidad, tiene derecho a preguntarse el porqué de esta disparidad, casi abismal, entre dos mundos que sólo conducen a la crispación, el enfrentamiento y la descalificación; en una palabra, a la dificultad en la convivencia. ¿Cuál de estos mundos, tan dispares, es real y cuál no? Porque por mucho que me esfuerzo no percibo que España se haya roto o que ya no vivamos en un Estado de derecho y, sin embargo, tengo la molesta impresión de que hay, por lo visto, millones de personas que sí se lo creen o que, por lo menos, fingen creérselo. 

He podido constatar, fehacientemente, por ejemplo, que las pensiones han aumentado bastante estos últimos años, más que antes, y compruebo que, a pesar de su realidad material, muchos siguen diciendo que están peor. Oigo decir a personas con responsabilidades públicas, de cierto relieve, que está penetrando el comunismo, que tenemos un gobierno “bolivariano” y, al mismo tiempo, constato sin margen de duda que los bancos, las eléctricas, Inditex o Mercadona están obteniendo los mayores beneficios de su historia. Sus accionistas y altos ejecutivos deben de estar todos los días haciendo loas al comunismo. 

Que conste que me parece muy bien que las empresas obtengan beneficios, paguen adecuados impuestos, inviertan y creen empleo. Lo que es criticable es que los salarios sean en España tan escuálidos, y algunas de esas mismas empresas pongan el grito en el cielo porque les pongan un modesto impuesto sobre sus suculentos beneficios. Y, además, que no inviertan lo suficiente con el fin de que nuestro desempleo –que ha descendido– empate de una vez con la media europea.

III.- Ahora bien, me temo lo peor. La realidad real –uno de los mundos– tiene, como las personas, su némesis, el otro mundo, y este se construye con paciencia, con muchos medios y con muy poca vergüenza. Se trata de eso que llaman la realidad virtual que, en una de sus versiones, va envenenando la mente de los humanos y los va haciendo caer en la red de las anónimas “redes sociales”, como hacen las arañas con los insectos. Por eso es curioso que se hable o escriba tan poco de la situación económica o social, cuando en realidad es lo que más afecta a la vida de las personas. 

Me malicia que estamos ante una táctica muy vieja, de manual. Si las cosas le van bien al país, es decir, a España, en este caso gobernado por la izquierda, la táctica utilizada por las derechas es crispar hasta el paroxismo el debate mediático, convertir el ágora pública en un estercolero de tal modo que al personal sufridor se le invite a refocilarse en el mismo, a aturdirle y dificultarle que pueda reflexionar si su suerte real va mejorando o no. Ejemplos de estercolero: algunos voceros parlamentarios de la oposición llegan a hablar de “gobierno extorsionado y corrupto”, de “cochambre sanchista”, de “cocaína y prostitutas”; gobierno “chavista”, “putinista” o “me gusta la fruta”, por lo visto sinónimo de “hijo de p…”. 

Todo eso referido al presidente del Gobierno de España. El conocido “calumnia que algo queda” se ha doblado en el “crispa embarrando que queda todavía más”. Desde luego no creo que la respuesta sea entrar al trapo y responder de forma similar, pues en este campo de batalla la contienda la tiene perdida el mundo progresista. La cuestión, por el contrario, es elevar el nivel del debate, cometer los menos errores posibles, cosa no siempre fácil, y, sobre todo, estar con la gente y explicar con claridad de lenguaje y contundencia objetiva lo que se hace. 

Una prueba de si la contienda la va ganando la realidad real o, por el contrario, su némesis virtual, si triunfa la racionalidad o el lodazal, van a ser las próximas elecciones vascas y catalanas y, muy en especial, las europeas del mes de junio. Según el resultado, quizá la situación mejore o, por el contrario, se acentúe el muladar o pocilga. Así que “racionalistas del mundo uníos”, o acabaremos en el vertedero.

Nicolás Sartorius, Presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas