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domingo, 17 de noviembre de 2024

Galardón económico por la peor investigación

Fuentes: El tábano economista

La combinación correcta de tecnología, humanos y Estado impulsará la prosperidad

Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson recibieron el Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel, comúnmente, aunque incorrectamente, llamado “Nobel de Economía”, por sus estudios sobre cómo se forman las instituciones y cómo afectan a la prosperidad.

El economista Michael Roberts, quien ha escrito numerosos artículos sobre varios galardonados, cree que generalmente se otorga el premio por su peor investigación, es decir, aquella que confirma la visión dominante del mundo económico.

Esto es lo que los jueces del premio Nobel dicen que fue la razón para otorgarlo:

«Hoy en día, el 20% más rico de los países son alrededor de 30 veces más ricos que el 20% más pobre. Las brechas de ingresos entre países han sido muy persistentes en los últimos 75 años. Los datos disponibles también muestran que las disparidades de ingresos entre países han aumentado en los últimos 200 años. ¿Por qué las diferencias de ingresos entre los países son tan grandes y persistentes?

“Los laureados de este año han sido pioneros en un nuevo enfoque para proporcionar respuestas creíbles y cuantitativas a esta pregunta crucial para la humanidad. Su investigación se centra en la idea de que las instituciones políticas dan forma fundamental a la riqueza de las naciones. Pero, ¿qué da forma a estas instituciones?”

El trabajo por el que fueron premiados sugiere que los países que han alcanzado la prosperidad y han erradicado la pobreza lo han hecho adoptando instituciones democráticas. Por el contrario, las sociedades controladas por élites sin responsabilidad democrática tienden a ser “extractivas”, es decir, extraen recursos sin respetar la propiedad ni los derechos, lo que impide su desarrollo y prosperidad.

Dos puntos se deducen de esto. En primer lugar, se considera que el crecimiento y la prosperidad van de la mano con la «democracia», sobre todo occidental, a pesar que los jueces del premio Nobel dicen las disparidades de ingresos entre países han aumentado en los últimos 200 años, lo que implica que la diferencia no está en entredicho.

La segunda es que, si consideramos que países como China tienen élites “extractivas” y antidemocráticas, ¿cómo explican los ganadores del Nobel su éxito económico indudable? Sería correcto decir que las revoluciones o reformas políticas son necesarias para situar las cosas camino a la prosperidad. Puede haber algo de verdad en eso: ¿estaría Rusia a principios del siglo XX donde está hoy sin la revolución de 1917 o China estaría donde está en 2024 sin la revolución de 1949? Pero nuestros «nobelistas» no nos presentan esos ejemplos: los suyos se refieren a la extensión del sufragio en Gran Bretaña en el siglo XIX o la independencia de las colonias americanas en la década de 1770.

Pero lo que nos interesa es que dos de los tres laureados, Daron Acemoglu y Simon Johnson, tienen un libro, “Poder y progreso: una lucha de mil años por la tecnología y la prosperidad”, que presenta un relato histórico exhaustivo de cómo la tecnología ha hecho avanzar a la humanidad en términos de niveles de vida, pero a menudo ha creado miseria, pobreza y mayor desigualdad, como mostramos en los dos artículos anteriores con los dueños de la IA (aquí y aquí).

Resulta que “la Edad Dorada de finales del siglo XIX fue un período de rápido cambio tecnológico y desigualdades alarmantes en Estados Unidos, como hoy. Aunque los salarios reales aumentaron a medida que la economía se expandía, la desigualdad se disparó y las condiciones de trabajo eran abismales para millones de personas que no tenían protección contra sus jefes económica y políticamente poderosos. Los barones ladrones, como se conocía a los más famosos e inescrupulosos de estos magnates, hicieron enormes fortunas no solo por su ingenio para introducir nuevas tecnologías, sino también por la consolidación con empresas rivales. Las conexiones políticas también fueron importantes en la búsqueda de dominar sus sectores”. 
Fuente: El Tábano Economista

 El poder político y la prosperidad económica muestran cómo la tecnología ha moldeado el bienestar humano a lo largo de la historia y cómo las dinámicas de poder determinan si sus beneficios se distribuyen equitativamente o se concentran en manos de unos pocos. Los autores destacan que el progreso tecnológico no garantiza un aumento en la prosperidad general.

A lo largo de la historia, las élites han controlado la dirección y los beneficios del avance tecnológico para consolidar su poder y riqueza. Acemoglu y Johnson muestran cómo, en muchos casos, la tecnología ha sido utilizada para mantener la desigualdad, en lugar de fomentar un crecimiento inclusivo. Para ellos, el progreso no es neutral: está siempre mediado por quienes tienen el poder y los recursos para aprovecharlo.

Uno de los casos más emblemáticos es la Revolución industrial. Si bien trajo grandes innovaciones, también condujo a una concentración del poder económico y político. Las máquinas reemplazaron el trabajo humano, pero en lugar de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, desembocaron la explotación laboral y el empobrecimiento de grandes sectores de la población. Los avances tecnológicos no se tradujeron automáticamente en bienestar generalizado, sino que dependieron de la forma en que se distribuyeron los beneficios.

El papel del Estado y las instituciones políticas juega un papel crucial en determinar si los beneficios del progreso tecnológico se distribuyen equitativamente. En sociedades donde las instituciones son inclusivas y democráticas, es más probable que el progreso tecnológico genere prosperidad para la mayoría. Sin embargo, en contextos donde las instituciones están controladas por élites extractivas, la tecnología tiende a concentrar el poder y la riqueza en un grupo reducido.

Algunos de los temas centrales del libro son el impacto actual y futuro de la inteligencia artificial (IA) y la automatización. Acemoglu y Johnson advierten que estos avances tecnológicos tienen el potencial de agravar la desigualdad si no se gestionan de manera adecuada. Señalan que, así como ocurrió durante la Revolución industrial, la IA puede ser utilizada para reemplazar el trabajo humano en lugar de complementarlo, lo que podría llevar a la precarización del empleo y a un aumento de la concentración de riqueza en las manos de los dueños de estas tecnologías.

Para los autores, el progreso no puede medirse únicamente en términos de avances tecnológicos o crecimiento económico, sino que debe evaluarse en función de cómo estos beneficios se distribuyen entre la población. Si no se toman medidas para democratizar el acceso y los beneficios de la tecnología, y apuntalar al Estado, corremos el riesgo de repetir los errores del pasado, donde el progreso fue acaparado por unos pocos a expensas de muchos. Lo mismo que está pasando en la actualidad. 

Fuente: 

martes, 26 de enero de 2021

_- Entra en vigor una falsa «Tasa Tobin»: las mentiras, lo malo y lo bueno

_- El día 16 de enero, entró en vigor en España el nuevo Impuesto sobre Transacciones Financieras al que ya se denomina «Tasa Tobin».

El nuevo impuesto gravará con un 0,2% las operaciones de compra y venta de acciones de empresas españolas con valor cotizado en bolsa superior a los 1.000 millones de euros y con este motivo se están haciendo afirmaciones de todo tipo, algunas de ellas francamente exageradas, que conviene aclarar.

Mentiras, barbaridades y medias verdades 
Lo primerio que hay que señalar es que este impuesto no es una auténtica Tasa Tobin.

La propuesta que hizo en su día el Premio Nobel de Economía James Tobin, más tarde desarrollada y popularizada por ATTAC en todo el mundo, tenía un objetivo distinto al que persigue el nuevo impuesto español, frenar la especulación y no tanto el aumentar la recaudación, aunque esta fuese un lógico corolario de lo primero. Precisamente por eso, Tobin y luego ATTAC concibieron a esta tasa o impuesto como un instrumento global que gravara las operaciones de corto plazo que son las puramente especulativas y las realizadas sobre los productos que en mayor medida se utilizan para especular, las divisas y los derivados financieros.

Lo segundo que hay que saber es que este nuevo impuesto no es un capricho de un gobierno bolivariano, sino que se trata de una propuesta bastante conservadora y que se ha establecido ya en otros países porque combatir la especulación financiera tan extraordinaria que se produce hoy día en los mercados financieros es la mejor manera de proteger a las economías y de evitar su inestabilidad permanente.

También hay que destacar las auténticas barbaridades que se vienen diciendo sobre los efectos de este impuesto. La Asociación de Instituciones de Inversión Colectiva Europea afirmó en 2014, cuando se discutía la propuesta en las instituciones europeas, que un impuesto de este tipo y del 0,2% sería «una pesadilla para el inversor» pues «para una persona que invierta a 30 años en su plan de pensiones, esta tasa acabará con un tercio de su rentabilidad» (aquí). Un desatino impropio de quien se supone que protege el patrimonio de sus clientes inversores. ¿Cómo se puede creer que pagar 2 euros por cada 1.000 de inversión pueda ser algo abusivo, una pesadilla? Si lo es, ¿cómo se atreven esas entidades a proponer a sus clientes que inviertan en fondos de pensiones cuya rentabilidad es del 0,6%? Y si les preocupa evitar la pesadilla que supone un 0,2% de impuesto ¿cómo es que no dicen nada cuando las comisiones que se cobran a los ahorradores representan casi el doble del impuesto?

No es verdad tampoco que deban ser los inversores quienes paguen el impuesto. La realidad es que deben hacerlo las entidades aunque estas, gracias al mayor poder del que disponen, pueden trasladarles el gravamen. Y lo que ocurrirá, como suele ser habitual, es que eso lo hagan a los inversores más modestos que terminan pagando así más comisiones y gastos que los grandes.

Finalmente, no se puede decir que este tipo de impuestos ha fracasado en otros países. Es cierto que no han desplegado todo su potencial como freno de la especulación o incluso como fuente recaudatoria pero si eso es así no es porque el impuesto inicialmente diseñado por Tobin o el que proponen organizaciones como ATTAC sea intrínsecamente defectuoso o inapropiado sino por su mal diseño, porque no se tiene voluntad política de establecerlo globalmente y, sobre todo, porque no se quiere acabar con los paraísos fiscales que permiten eludir este tipo de figuras impositivas.

Por último, cabe decir que las críticas apocalípticas que se hacen a un nuevo impuesto como el que entra ahora en vigor son más o menos las mismas que se hacen siempre que se pone en cuestión el fuero de los grandes capitales y de los bancos. Lo que les preocupa, una vez más, es que haya gobiernos que limiten sus ganancias vergonzosas, sus privilegios exagerados y su avaricia desmedida. Afirmar que 20 céntimos de cada 100 euros es una cantidad suficiente como para evaporar las inversiones es francamente irrisorio.

Lo malo del impuesto español
Lo que acabo de señalar no quiere decir que el impuesto que entra en vigor en España esté exento de defectos. Los tiene y algunos son importantes.

El más grave es su conservadurismo pues grava operaciones que no son las más especulativas ni las que pueden proporcionar más ingresos a las arcas públicas.

Así, deja fuera del gravamen a las operaciones a más corto plazo, a las que se realizan en el día y que son las puramente especulativas, y deja fuera las transacciones sobre derivados que son las más abundantes y peligrosas para la estabilidad económica y financiera. En cierta medida, se podría decir que el impuesto incentiva la especulación pues premia a las operaciones especulativas frente al ahorro a más largo plazo.

Además, el impuesto se establece sobre la compra y venta de acciones de empresas españolas, lo que quiere decir que los inversores podrán eludirlo orientando sus operaciones a la compra y venta de las de empresas extranjeras.

Un impuesto de futuro de irremediable establecimiento
Con independencia de los defectos que pueda tener el impuesto español que ni son tantos ni definitivos, lo cierto es que se abre con él una nueva era de política tributaria. Los sistemas fiscales actuales siguen reflejando un tipo de economía que ya no existe. Desde hace años se ha globalizado y se ha centrado en las operaciones financieras y, sin embargo, ni hay impuestos globales ni gravámenes efectivos sobre estas últimas. Y lo cierto es que las transacciones financieras (la inmensa mayoría de ellas puramente improductivas e incluso indeseables) han adquirido un volumen tan extraordinario que se podría acabar con todos los demás impuestos tradicionales con una tasa minúscula que las gravara.

Lo he explicado muchas veces pero no está de más repetirlo. El gasto público de todos los países del mundo ronda los 30 billones de dólares, y la pandemia ha obligado a aumentarlo en carca de 20 billones, un incremento que en su gran mayoría tendrá que ser financiado con deuda. Según el Banco Internacional de Pagos, las transacciones financieras realizadas en 2019 en todos los países del mundo sumaron 14.000 billones de dólares, lo que quiere decir que se podrían eliminar todos, he dicho todos, los impuestos que hay en el planeta y financiar el gasto público de todas las administraciones públicas con una tasa de más o menos 25 céntimos por cada 100 dólares de transacción financiera. En España, nuestro gasto público total es, en números redondos, de unos 500.000 millones de euros y según el Banco Internacional de Pagos en nuestra economía se realizaron transacciones financieras por un valor total de 72 billones de euros en 2019. Eso quiere decir que podríamos eliminar también todos, absolutamente todos, los impuestos existentes hoy día y financiar ese medio billón de euros de gasto público con una tasa sobre las transacciones financieras de 0,7%, es decir de 70 céntimos por cada 100 euros de transacción.

La pesadilla no es un impuesto del 0,2% sino la avaricia y la irracionalidad que mueven el sistema financiero y la política en nuestro mundo.

Fuente: https://blogs.publico.es/juantorres/2021/01/15/entra-en-vigor-una-falsa-tasa-tobin-las-mentiras-lo-malo-y-lo-bueno/

martes, 14 de octubre de 2014

Nobel de Economía 2014 a Jean Tirole, el hombre que quiere "controlar a las grandes corporaciones"

El economista francés Jean Tirole es el ganador del premio Nobel de Economía 2014, anunció este lunes la Real Academia de las Ciencias de Suecia.

Fue elegido por su análisis del poder de los mercados y sus ideas para "controlar a las grandes corporaciones", dijo la Academia. "Es uno de los más influyentes economistas de nuestro tiempo", agregó.

Esta la primera vez desde 1999 que un estadounidense no recibe este premio.

Tirole, profesor de la Escuela de Economía de Toulouse, Francia, tiene 61 años; es seis años más joven que el promedio de edad de los galardonados con el Nobel de Economía.

La regulación justa
"Muchas industrias están dominadas por un pequeño número de grandes empresas o monopolios", explicó el jurado, al dar cuenta de su decisión.

"Si se los deja sin regular, esos mercados usualmente producen resultados indeseados por la sociedad: precios más altos que los motivados por los cotos o empresas improductivas que sobreviven bloqueando el ingreso de otras nuevas o más productivas".
Antes de la aparición del trabajo de Tirole, los gobiernos y reguladores utilizaban medidas básicas, como el establecimiento de límites a los precios para compañías monopólicas o la prohibición de la cooperación entre competidores, dijo la Academia.
Pero el trabajo del economista francés demostró que bajo ciertas condiciones eso puede ser más dañino que beneficioso.

El futuro de la regulación
"Estoy muy emocionado", dijo Tirole, quien habló teléfonicamente desde Toulouse con la conferencia reunida en Estocolmo. También dijo que cree que el mundo se está moviendo hacia el establecimiento de autoridades globales que regularán las empresas globales.

El galardón que recibió, que oficialmente se llama Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel, no formó parte de los reconocimientos originales que indicó Nobel en su testamento de 1895.
Fue establecido en 1968 y entrega US$1,1 millones (8 millones de coronas suecas). BBC, 13-10-2014
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