Mostrando entradas con la etiqueta Robert Waldinger. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Robert Waldinger. Mostrar todas las entradas

jueves, 15 de mayo de 2025

_ Un siglo de investigación sobre la felicidad condujo a un gran hallazgo

_ Muchos científicos creían que la felicidad era aleatoria, algo que les ocurría a las personas por sus genes o sus circunstancias. Pero décadas de estudio proponen algo distinto.

Mientras crecía en Maryland, Sonja Lyubomirsky podía ver que su madre era infeliz. Cuando Sonja tenía 9 años, sus padres trasladaron a la familia de Moscú, donde su madre enseñaba literatura en una secundaria, a Estados Unidos, con la esperanza de ofrecer a sus hijos más oportunidades. En su nuevo país, la madre de Sonja ya no podía dar clases, así que se dedicó a limpiar casas para ayudar a la familia a salir adelante. Echaba de menos su antigua carrera, añoraba su país natal, lloraba con frecuencia. Era infeliz a escala tolstoiana. Sonja comprendía su nostalgia y sus frustraciones, agravadas por un matrimonio miserable, pero seguía preguntándose: ¿eran los rusos menos felices que los estadounidenses? ¿Su madre estaba destinada a ser infeliz en cualquier lugar, o era el resultado de las circunstancias de la vida? ¿Qué podría hacer que alguien como su madre fuera más feliz, si no es que totalmente dichosa?

En 1985, Lyubomirsky partió a la universidad de Harvard, donde, según le recordó años más tarde su asesor, sacaba con frecuencia el tema de la felicidad, a pesar de que la especialidad de este era la psicología social del mercado de valores. En aquella época, el estudio de la felicidad distaba mucho de ser el megacampo del bienestar en que se ha convertido hoy. En la década de 1960, un investigador que hacía una rara incursión en el tema observó que se había avanzado muy poco en la teoría de la felicidad desde que Aristóteles la sopesara dos milenios atrás. Aquel trabajo concluía que la juventud y unas aspiraciones de vida modestas eran componentes clave de la felicidad (conclusiones puestas en duda posteriormente).

Muchos científicos de la época creían que la felicidad era esencialmente aleatoria: no era algo que cultivar, como un jardín, ni algo que alcanzar mediante el establecimiento y el logro de metas significativas. Era algo que les ocurría a las personas, en virtud de sus genes, sus circunstancias o ambas cosas. “Puede que intentar ser más feliz sea tan inútil como intentar ser más alto y, por tanto, contraproducente”, concluyeron los autores de un estudio de 1996.

Cuando Lyubomirsky llegó al posgrado de psicología social en Stanford en 1989, la investigación académica sobre la felicidad apenas empezaba a ganar legitimidad. Ed Diener, psicólogo de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, quien con el tiempo sería reconocido por su trabajo en este campo, esperó hasta obtener la titularidad antes de abordar el tema, a pesar de albergar un antiguo interés por él. Lyubomirsky también recelaba de elegir la felicidad como especialidad: era una mujer en el campo de la ciencia, deseosa de que la tomaran en serio, y todo lo relacionado con las “emociones” se consideraba algo blando. Sin embargo, el primer día de su posgrado en Stanford, en 1989, tras una enérgica conversación con su asesor, decidió centrarse en la felicidad.

Lyubomirsky empezó con la pregunta básica de por qué algunas personas son más felices que otras. Unos años antes, Diener había publicado un estudio sobre la investigación existente, en el que se mencionaban los tipos de comportamientos a los que parecían inclinarse las personas felices: la observancia religiosa, por ejemplo, o la socialización y el ejercicio físico. Pero los estudios, que a veces arrojaban resultados contradictorios, no llegaron a un consenso claro. La propia investigación de Lyubomirsky, a lo largo de muchos años, señaló la importancia de la mentalidad de una persona: las personas felices tendían a abstenerse de compararse con los demás, tenían percepciones más positivas de los demás, encontraban formas de sentirse satisfechas con una serie de opciones y no se detenían en lo negativo.

Pero Lyubomirsky sabía que no podía separar causa y efecto: ¿ser feliz fomentaba una mentalidad sana o adoptar esa mentalidad hacía a la gente más feliz? ¿Las personas como su madre estaban condenadas a vivir con su nivel natural de felicidad, o podían controlar su estado de ánimo, si solo supieran cómo? Aunque pudieras cambiar tu mentalidad, ese proceso parecía llevar mucho tiempo —la gente pasa años en terapia intentando (y a menudo fracasando) hacerlo— y Lyubomirsky se preguntó si había comportamientos más sencillos y fáciles que pudieran adoptar y que mejoraran rápidamente su sensación de bienestar. Decidió ponerlo a prueba.

Lyubomirsky empezó estudiando algunos de los hábitos y prácticas que se creía que mejoraban el estado de ánimo: los actos de bondad aleatorios y las expresiones de gratitud. Cada semana, durante seis semanas, hizo que los estudiantes realizaran cinco actos de bondad —donar sangre, por ejemplo, o ayudar a otro estudiante con un trabajo— y descubrió que eran más felices al final de ese periodo que los estudiantes de su grupo de control. Pidió a otro grupo de alumnos que contemplaran, una vez a la semana, las cosas por las que estaban agradecidos, como “mi mamá” o el “AOL Instant Messenger”. También ellos se sintieron más felices después de hacerlo que el grupo de control. Los cambios en el bienestar no fueron especialmente grandes en ninguno de los dos estudios, pero a Lyubomirsky le pareció extraordinario que una intervención tan pequeña y de tan bajo costo pudiera mejorar la calidad de vida de los estudiantes. En 2005, publicó un artículo basado en esos estudios en el que sostenía que las personas tenían un control considerable sobre su felicidad.

La investigación de Lyubomirsky salió a la luz justo cuando el campo de la psicología reconsideraba sus objetivos e incluso su finalidad. Cuando Martin Seligman, psicólogo de la Universidad de Pensilvania, tomó el timón de la Asociación Americana de Psicología en 1998, expresó su preocupación por el hecho de que él y sus colegas habían dedicado demasiado tiempo a centrarse en la disfunción y no el suficiente a fomentar la satisfacción vital; animó a sus colegas a perseguir “la comprensión y el desarrollo de las cualidades más positivas de un individuo: el optimismo, el valor, la ética laboral, la visión de futuro, las habilidades interpersonales, la capacidad de placer y perspicacia y la responsabilidad social”. Pidió que el campo volviera a sus orígenes, “que consistían en hacer que la vida de todas las personas fuera más plena y productiva”.

Los psicólogos atendieron el llamado y se lanzaron a nuevos campos de investigación, como el bienestar y la felicidad. Realizaron miles de estudios de intervención sobre la felicidad durante los 15 años siguientes: estudios sobre actos de bondad y gratitud, como el de Lyubomirsky, pero también estudios sobre sonrisas forzadas, estudios sobre “mirar el lado bueno de las cosas”, estudios sobre dietas y sobre meditación. Muchos de ellos parecían demostrar que la gente podía, de hecho, hacerse más feliz, pero la mayoría de los efectos eran pequeños, los resultados eran a corto plazo y las opciones parecían infinitas. Quienes aspiraban a una mayor felicidad podían incluso sufrir la paradoja de la elección: con el poco tiempo de que disponían, ¿debían dedicarlo a escribir un diario? ¿Practicar la gratitud? ¿A meditar? El público tendría que esperar otras dos décadas para que se abriera paso una respuesta más decisiva, dada por un investigador que dirigió el estudio sobre la felicidad más largo de la historia del campo.

En 2003, el psiquiatra Robert Waldinger aceptó un nuevo empleo en Harvard, donde llevaba tiempo afiliado, supervisando uno de sus proyectos de investigación más preciados. A Waldinger, psicoanalista de formación que más tarde se ordenaría sacerdote budista zen, siempre le habían preocupado las cuestiones “con sabor existencial”, razón por la cual, cuando la universidad le pidió que se encargara del estudio sobre el bienestar más prolongado de la historia de Estados Unidos, aceptó de buen grado. Se trataba de un estudio poco frecuente en el que se encuestara a las personas a lo largo de toda su vida, desde la juventud hasta la vejez, y que contenía pistas sobre las elecciones y circunstancias que llevan a las personas a mirar hacia atrás con pesar o satisfacción.

El estudio comenzó en 1938, en un intento de discernir los hábitos de los jóvenes sanos y saludables. Dos médicos que atendían a estudiantes de Harvard lo llevaban a cabo con una subvención de un magnate minorista del Medio Oeste, cuyo objetivo, según se le informó a Waldinger, era descubrir qué caracterizaba a un buen gerente de grandes almacenes. El objetivo de los investigadores, por el contrario, era invertir la trayectoria habitual de la investigación médica, que consistía en estudiar a quien estaba enfermo con la esperanza de encontrar formas de curarlo. En lugar de examinar a los pacientes después de que empezaran sus problemas, los médicos esperaban “intentar analizar las fuerzas que han producido hombres jóvenes normales”.

En busca de jóvenes que pudieran, como dijo un investigador, “remar en su propia canoa”, los dos médicos reclutaron a un grupo de 268 estudiantes de Harvard de las generaciones de 1939 a 1944, entre los que se encontraban John F. Kennedy y Ben Bradlee, futuro editor del Washington Post. Los estudiantes (todos ellos blancos) fueron seleccionados por sus decanos como modelos ejemplares. “Todos nosotros necesitamos más cosas que ‘hacer’ y menos que ‘no hacer’”, escribieron los médicos en un comunicado de prensa en el que anunciaban sus objetivos.

Los universitarios fueron estudiados desde todos los ángulos imaginables. Hablaron durante más de 20 horas con psiquiatras individualmente; se exploraron sus antecedentes familiares; se entrevistó a sus padres sobre sus debilidades infantiles, y se les sometió a un aluvión de pruebas fisiológicas. Se evaluó su tolerancia a la insulina, junto con su función respiratoria y cómo respondía su cuerpo cuando al pedirles que corrieran en una cinta caminadora hasta el punto de agotamiento. Se les midió de pies a cabeza en una búsqueda pseudocientífica de una conexión entre la forma del cuerpo y la personalidad. Una vez que dejaron la universidad, la mayoría de los hombres siguieron sometiéndose a reconocimientos médicos periódicos y rellenaron largos cuestionarios en los que se les preguntaba por su vida y su estado de ánimo; aproximadamente una vez por década, un investigador viajaba para entrevistarlos en persona.

En la década de 1970, los investigadores incorporaron al estudio a otro grupo de hombres: la llamada generación Glueck, 456 hombres, en su mayoría blancos, de la zona de Boston que procedían de entornos desfavorecidos. Sheldon Glueck, profesor de la Facultad de Derecho de Harvard, y su esposa, Eleanor, trabajadora social e investigadora, habían empezado a entrevistarlos cuando aún eran niños en 1939, con la esperanza inicial de comparar sus destinos con los de otro grupo de jóvenes de su comunidad que habían sido etiquetados como delincuentes juveniles.

Unos 30 años después de que se iniciara el estudio, el psiquiatra e investigador George Vaillant se había hecho cargo de él, desviando el énfasis de la búsqueda de las cualidades inherentes de aquellos considerados mejores y más brillantes hacia cuestiones más profundas sobre cuánto cambian las personas con el tiempo y qué las hace felices y saludables a largo plazo. La encuesta planteaba preguntas abiertas que captaban los cambios en la visión del mundo y el sentido del ser de los hombres. “Tengo un impulso, uno terrible”, dijo inicialmente un estudiante de Harvard al psiquiatra que lo entrevistó. “Siempre he tenido metas y ambiciones que iban más allá de cualquier cosa práctica”. Añadió que desconfiaba de los “liberales tramposos”, hasta el punto de que había destruido “propaganda” de la Unión Liberal de Harvard. A los 30 años, ese mismo hombre dijo que su objetivo ya no era “ser bueno en ciencia, sino disfrutar trabajando con la gente”. A los 50, había resuelto, según los investigadores, que “los pobres del mundo eran responsabilidad de los ricos del mundo”.

Muchos de los participantes en el estudio sirvieron en la Segunda Guerra Mundial; luego trabajaron en campos como la mercadotecnia, la albañilería, la banca, la promoción inmobiliaria y la mudanza de muebles. Sesenta y cinco años después de someterse por primera vez a la investigación, muchos de los participantes de Harvard y Glueck se encontraron en condiciones difíciles, mientras que otros continuaron disfrutando de vidas sin problemas. En 2001, cuando los hombres tenían entre 70 y 80 años, Vaillant publicó algunas de sus conclusiones más significativas: descubrió que, para ambas generaciones, uno de los mejores indicadores del bienestar general de los hombres en su vejez era lo felizmente casados que estaban a los 50 años.

Waldinger, que trabajó como terapeuta durante muchos años, siempre había pensado que su principal objetivo era ayudar a sus pacientes a tener una vida emocional más satisfactoria, permitiéndoles mantener relaciones significativas. Pero le fascinó comprobar que el estudio de Harvard corroboraba tan claramente su intuición. Cuando se le pidió que dijera de qué se arrepentía, un hombre respondió: “Ojalá hubiera pasado más tiempo con mi esposa. Murió justo cuando yo empezaba a reducir mi trabajo”. Cuando Waldinger se incorporó, una de sus primeras iniciativas fue ampliar el estudio para incluir a las esposas de los hombres de Harvard y Glueck. Una mujer de 80 años entrevistada dijo que desearía haber dedicado menos tiempo a enfadarse por “tonterías” y, en cambio, haberse centrado más en “pasar más tiempo con mis hijos, mi esposo, mi madre, mi padre”.

Waldinger sabía que estar casado estaba relacionado con el bienestar general, pero le intrigaban otros estudios más recientes que encontraron que el matrimonio por sí solo no era suficiente: lo que importaba era lo feliz que fuera el matrimonio. Waldinger decidió investigar por su cuenta: siguió a 47 parejas octogenarias del estudio durante un periodo de ocho días, anotando cuánto tiempo pasaba cada persona con su cónyuge y con sus amigos y familiares. Descubrió que, en el caso de los matrimonios felices, socializar con otras personas de su círculo contribuía a su felicidad. Sin embargo, si sufrían o estaban mal de salud, solo pasar tiempo con sus cónyuges parecía protegerlos de los efectos desalentadores del sufrimiento físico. Otras investigaciones que llevó a cabo descubrieron que las personas que obtenían las puntuaciones más altas en las medidas de apego a sus cónyuges eran también las que declaraban los niveles más altos de felicidad.

Waldinger, el cuarto responsable del estudio de Harvard, se sintió conmovido por la coherencia de su propia investigación y del trabajo que le precedió: los miles de cuestionarios, muestras de saliva, análisis genéticos, informes sobre el colesterol, historiales dentales, pruebas de cociente intelectual, entrevistas de amplio alcance y escáneres cerebrales. Mucho de ello se sumó a una idea clave: “El mensaje más claro que obtenemos de este estudio de 75 años es el siguiente: las buenas relaciones nos mantienen más felices y sanos. Y punto”, dijo en una charla TED en 2015. Lo que predecía el bienestar eran las relaciones sólidas y duraderas con los cónyuges, la familia y los amigos, basadas en una profunda confianza, y no los logros, la fortuna o la fama. A Waldinger le preocupaba que su gran revelación fuera tan intuitiva que se rieran de él en el escenario; en cambio, la charla es una de las más vistas de TED hasta la fecha, con más de 40 millones de visitas.

El trabajo de Waldinger se basaba en otras investigaciones destacadas sobre la felicidad y las relaciones que habían llamado la atención en el campo: Ed Diener y Martin Seligman descubrieron que las personas felices pasaban menos tiempo a solas a diario que las infelices, y un amplio estudio publicado en 2008 descubrió que las personas más comprometidas socialmente —que asistían a la iglesia, pertenecían a organizaciones— eran sistemáticamente más felices, al igual que quienes tenían grandes redes sociales.

Sin embargo, al mismo tiempo, la disciplina también reconocía los puntos débiles de sus métodos. El estudio de Harvard, como muchas otras investigaciones sobre la felicidad, planteaba la misma cuestión de causa y efecto que había atormentado a la psicología durante tanto tiempo: era difícil saber, por ejemplo, si los matrimonios felices hacían más felices a las personas al final de sus vidas, o si las personas felices simplemente eran más propensas a tener matrimonios felices. En muchos de los trabajos realizados por investigadores como Lyubomirsky, el tamaño de las muestras a menudo era demasiado pequeño para obtener conclusiones significativas, y los críticos de dentro y fuera del campo acusaban a las revistas de psicología de permitir a los investigadores demasiada discreción a la hora de analizar sus datos. Una nueva generación de psicólogos empezó a reexaminar las prácticas del campo y a tratar de demostrar, utilizando métodos más rigurosos y nuevas herramientas estadísticas, algunas de sus principales conclusiones.

Julia Rohrer, quien llegó como estudiante de posgrado al Instituto Max Planck de Berlín en 2016, formaba parte de esa nueva generación. Deseosa de que su trabajo tuviera un significado real, intentó encontrar una forma rigurosa de examinar la conexión entre la felicidad y las relaciones sociales. Tres años después de la charla TED de Waldinger, Rohrer analizó una encuesta en la que se pedía a casi 2000 alemanes que escribieran cómo creían que podrían ser más felices, o al menos igual de felices, en el futuro. Codificó las respuestas en “no sociales” (“conseguir un trabajo mejor”) o “sociales” (“pasar más tiempo con los amigos y la familia”). Rohrer descubrió que quien se proponía un objetivo social había dado más pasos hacia ese objetivo y era más feliz un año después. Llegó a la conclusión de que “las búsquedas socialmente comprometidas predicen aumentos en la satisfacción vital”, como dijo en la prestigiosa revista Psychological Science.

El trabajo de Rohrer se publicó más o menos al mismo tiempo que otros investigadores descubrían, en estudios de alta calidad y replicados, que incluso las interacciones sociales fugaces podían mejorar la felicidad. Nicholas Epley y Juliana Schroeder, ambos investigadores de la Universidad de Chicago, llevaron a cabo un experimento en el que pedían a la gente que interactuara con desconocidos en el transporte público —para intentar tener un momento de conexión— y descubrieron que los viajeros parecían mejorar su estado de ánimo con el ejercicio. La investigación de Epley y Schroeder y otros estudios han descubierto que las personas subestimaban lo mucho que disfrutarían de la experiencia y lo abiertos que estarían los desconocidos a ella.

Ese trabajo era importante más allá de la decisión sobre si hablar o no con un desconocido en un tren, dice Waldinger, quien considera que estos hallazgos son de los más útiles de los últimos años. “Tenemos esta reticencia innata a relacionarnos socialmente, sobre todo con desconocidos, y luego somos más felices cuando nos obligamos. Me parece algo realmente útil de saber”.

Encontrar un propósito en el servicio a los demás, pasar más tiempo con los demás… Todo apunta hacia lo mismo, afirma Lyubomirsky. “Después de todos estos años, me di cuenta”, dice. “La razón de que todas estas intervenciones funcionen es que hacen que la gente se sienta más conectada con los demás. Cuando escribo una carta de agradecimiento a mi madre, me siento más unida a ella. Cuando realizo un acto de bondad, me hace sentir más conectada con la persona a la que ayudo, o simplemente con la humanidad en general. Sí, podrías salir a correr, y eso te haría más feliz, y la meditación no tiene por qué girar necesariamente en torno a otras personas. Pero yo diría que el 95 por ciento de las cosas que son efectivas para hacer feliz a la gente, y que han demostrado ser ciertas mediante intervenciones sobre la felicidad, se deben a que hacen que las personas se sientan más conectadas con los demás”.

Aunque las redes sociales se han llegado a asociar con estados de ánimo negativos, la investigación sobre sus efectos en la felicidad es en realidad más variada, afirma Lyubomirsky, porque proporcionan cierto tipo de conexión. En su propia investigación, Lyubomirsky ha descubierto que cuando la gente habla con alguien —ya sea en persona, por teléfono o videochat—, esas simples interacciones parecen aumentar la felicidad por igual, y que todas ellas son preferibles a los mensajes de texto. “Quizá se deba a que nuestros cerebros no están hechos para ello”, afirma. A excepción del escroleo pasivo por las redes sociales, que a menudo inspira a los que lo hacen a comparar desfavorablemente sus propias vidas con las de quienes publican, cree que relacionarse con viejos amigos o con posibles nuevos amigos en las redes sociales es mejor que no relacionarse en absoluto.

Que los matrimonios y las relaciones familiares fuertes hacen más feliz a la gente, sí, es intuitivo, reconoce Lyubomirsky. Lo que le pareció más sorprendente fue lo eficaz que puede ser para la felicidad incluso tener pequeños puntos de conexión a lo largo del día, y lo factible que es, si la gente pudiera solo superar su vacilación. “Si alguien me preguntara qué es lo único que podrías hacer mañana para ser más feliz, mi respuesta sería: mantener una conversación con alguien, o una conversación más profunda de lo habitual”, afirma.

Hablar con desconocidos —en el tren, en una cafetería, en el parque infantil, en la cola de la oficina de tránsito, en la sala de espera de una consulta médica— podría descartarse como un ejercicio que simplemente hace pasar el tiempo. Pero también podría verse como una conmovedora reflexión de lo ansiosos que estamos todos, cada día, por conectar con otros seres humanos cuya interioridad, de otro modo, sería un misterio, individuos en cuyos rostros podríamos leer amenaza, juicio, aburrimiento o desconfianza. Hablar con desconocidos garantiza la novedad, posiblemente incluso el aprendizaje. Ofrece la promesa, cada vez, de una percepción inesperada.

Unas semanas después de hablar por primera vez con Waldinger por teléfono, volé a Florida, donde estaba pasando un mes con su esposa en la casa que un querido amigo le había prestado. Yo luchaba por salir de un bajón anímico que me sobrevino en las últimas semanas tras una lesión. Había subestimado enormemente la duración del trayecto en coche desde mi hotel hasta la casa, y recordé una investigación de hace una década según la cual por cada 10 minutos de tiempo extra de trayecto al trabajo, la probabilidad de tener síntomas de depresión aumenta en un 0,5 por ciento. Cuando llegué, estaba irritable y me dolía la espalda, hasta el punto de que durante los 10 primeros minutos de nuestra conversación sentí una doble conciencia: escuchaba a la vez que pensaba en mi dolor, controlaba su nivel, preocupada de que solo aumentara.

En un patiecito junto a una piscina muy pequeña, Waldinger y yo hablamos del auge de la industria de la felicidad —los innumerables pódcasts, conferencias, libros de superventas— y de su propio papel en ella. Piensa mucho en cómo mantener su propia felicidad cuando se convierte en una especie de influente, alguien llamado a viajar por todo el mundo para hablar de la felicidad en conferencias, a veces ante multitudes de personas muy ricas, repitiendo las mismas frases y dando los mismos consejos sobre relaciones profundas.

Como sacerdote zen, alguien acostumbrado a reconocer su lugar en el mundo, Waldinger es plenamente consciente de la tensión entre alcanzar un estatus y realizar un trabajo que exige humildad. Antes de convertirse en director del estudio de Harvard, abandonó un trabajo de alto nivel como director de formación y educación en el Centro de Salud Mental de Massachusetts, tras decidir que el prestigio del cargo no compensaba su falta de entusiasmo por el trabajo administrativo que exigía. A los 45 años, empezó de nuevo, al aceptar un importante recorte salarial para dedicarse a un trabajo que le resultaba más satisfactorio: trabajar bajo la dirección de Stuart Hauser, psiquiatra reconocido por su labor en el desarrollo adolescente. Ese paso profesional, por supuesto, condujo a Waldinger al estudio de Harvard y al trabajo que ha catapultado su visibilidad mucho más allá de la de su carrera anterior.

Reflexionó con honestidad sobre lo mucho que piensa en mantener su nueva fama en perspectiva. “Lucho con la sensación de que es importante”, me dijo, mientras estábamos sentados frente a unos sandwiches de pavo que había preparado su esposa; normalmente, ambos almuerzan juntos, un pequeño momento de conexión que empezaron a compartir durante la pandemia. El trabajo es significativo, dijo; era el sentimiento de gratificación del ego lo que le costaba. “Parece importante”, dijo. “Pero en realidad no lo es. Trabajo en un hospital en el que todas las fuentes de agua llevan el nombre de alguien que quizá fue famoso en su día. Pero ahora nadie sabe quiénes son”. Las insignias de los logros son la parte menos importante de quien es, intenta recordarse a sí mismo. Porque, si no, ¿quién será cuando dejen de llamarle del New York Times, de Aspen, de TED?

Incluso al saber que Waldinger era un sacerdote budista, en cierto modo me sorprendió la rapidez con la que nuestra conversación dejó atrás el debate sobre la investigación y se adentró en algo que me pareció honesto y reconfortante. Cuando por fin nos despedimos tras unas horas de charla, casi siempre al sol, me fui con la sensación de haber conectado con quien, unas horas antes, era un desconocido. Al subir al coche y recordar mis preocupaciones sobre mi espalda, me di cuenta de que era innegable: me sentía mejor.



viernes, 10 de marzo de 2023

La clave para "una buena vida" según la Universidad de Harvard: qué dice el estudio más largo sobre la felicidad jamás realizado

Dos mujeres se abrazan

Fuente de la imagen,Getty Images

Pie de foto,"Es una forma de práctica de gratitud, en la que nos preguntamos: ¿cómo sería mi vida si esta persona no estuviera en ella?

Robert Waldinger: "Seguir a las mismas personas desde que son adolescentes hasta la vejez y la muerte es algo que no ha sido hecho antes".

Lo que vas a leer a continuación es mucho más que una entrevista.

Es la experiencia de décadas de cientos de personas sobre lo que realmente importa en la vida.

Durante 85 años, la Universidad de Harvard (EE.UU.) ha estado realizando el estudio científico más longevo de la historia sobre la felicidad.

El Estudio sobre Desarrollo Adulto comenzó en 1938 con cerca de 700 adolescentes. Algunos de ellos eran estudiantes de Harvard, otros vivían en los barrios más pobres de Boston.

La investigación los acompañó a lo largo de sus vidas, monitoreando periódicamente sus alegrías y dificultades, su estado físico, mental y emocional. Y ahora también incluye a las parejas y descendientes de los participantes originales.

Robert Waldinger, profesor de psiquiatría de la Universidad de Harvard y maestro Zen, es el cuarto director del estudio.

Su charla TED de 2015 fue vista más de 40 millones de veces. Y es coautor de un nuevo libro sobre las principales lecciones del estudio que se titula "The Good Life" ("Una buena vida"), cuya edición en español será lanzada en marzo.

Robert Waldinger le explicó a BBC Mundo por qué la calidad de nuestras relaciones es el mayor predictor de nuestra felicidad y salud a medida que envejecemos. Y recordó que nunca es tarde para "energizar" esas relaciones o construir conexiones nuevas.

¿Cuál es el hallazgo más sorprendente del estudio?

No fue una sorpresa que las personas que tenían relaciones más cálidas fueran más felices. Eso tiene sentido.

La sorpresa fue que las personas que tenían relaciones más cálidas se mantuvieron físicamente más saludables a medida que envejecían.

La pregunta que surge entonces es, ¿cómo pueden las relaciones hacer que sea menos probable desarrollar diabetes tipo 2 o enfermedad de las arterias coronarias?

Otros estudios luego encontraron lo mismo y nos dimos cuenta de que se trataba de un hallazgo sólido.

Hemos pasado los últimos diez años en nuestro laboratorio tratando de entender cómo las relaciones afectan nuestros cuerpos y cambian nuestra fisiología.

"La sorpresa fue que las personas que tenían relaciones más cálidas se mantuvieron físicamente más saludables a medida que envejecían".

¿Cuál es su mejor hipótesis?
El estrés es una parte natural de la vida. Si me pasa algo estresante esta mañana, habrá cambios en mi cuerpo: aumentará la frecuencia cardíaca, subirá mi presión arterial, muchas cosas suceden en el cuerpo para enfrentar un desafío. Es la llamada "reacción de lucha o huida"

Pero luego se espera que nuestro cuerpo vuelva al equilibrio, a la normalidad, una vez que se elimina el estrés.

Una idea que tenemos es que la soledad y el aislamiento son estresantes.

Si me sucede algo que me ha molestado, que es estresante, puedo ir a casa y hablar con mi esposa o llamar a un amigo, y si son buenos oyentes puedo sentir que mi nivel de estrés baja. Pero si no tengo a nadie así, si estoy aislado y solo, lo que creemos es que el cuerpo permanece en un bajo grado de "reacción de lucha o huida".

Esto significa que habrá niveles más altos de hormonas del estrés como el cortisol circulando en mi sangre y niveles más altos de inflamación en mi cuerpo. Y estos factores gradualmente desgastan y descomponen diferentes sistemas corporales. De esta forma el aislamiento social y la soledad podrían afectar mis arterias coronarias y mis articulaciones.

Asegura en el libro que una buena vida es una vida complicada, en la que hay felicidad pero también dolor. ¿Tener buenas relaciones nos ayuda a procesar mejor las emociones difíciles?

Sí, nos ayuda a manejar mejor las emociones porque las relaciones a menudo nos permiten, en primer lugar, hablar sobre lo que sentimos y tener un sentido de pertenencia.

Somos animales sociales. Probablemente evolucionamos de esa manera porque es más seguro estar en un grupo. Y sentir que pertenecemos a un grupo es una forma de aliviar el estrés.

Cuando sientes que eres la única persona que tiene un problema no te sientes bien. En cambio, si puedes hablar con otras personas que tienen ese problema eso te hace sentir menos solo. Es un sentimiento muy poderoso y creemos que es un importante regulador del estrés.

En el libro habla de la importancia de mantener el "fitness social". ¿Qué significa esto?

Acuñamos la frase para hacerla análoga al fitness o buena forma física, porque lo que vimos fue que cuidar nuestras relaciones es como ejercitar un músculo.

Si permanecemos sentados toda nuestra vida nuestros músculos se atrofiarán. Y de la misma forma, al mirar las vidas del estudio vimos que las buenas relaciones pueden marchitarse no porque haya ningún problema, sino por descuido.

Lo que comenzamos a ver es que si cuidas activamente tus relaciones de la misma forma en que cuidas tu cuerpo, o una planta en tu casa, esas relaciones se mantienen fuertes.

Tener buenas relaciones nos ayuda a manejar las emociones difíciles y el estrés.

Menciona en el libro varias sugerencias para cuidar o energizar una relación. Una de ellas es "reconocer a alguien cuando hace algo bueno". ¿A qué se refiere?

Somos muy buenos prestando atención a lo que no nos gusta y lo que está mal. Y con otras personas solemos estar muy en sintonía con lo que nos molesta o nos ofende, cuando alguien hace algo que yo creo está mal.

Pero a menudo damos por sentado las cosas que la gente hace bien. Por ejemplo, mi esposa ama cocinar y prepara la cena la mayoría de las noches. Y yo tengo que recordar que no debo dar eso por sentado.

De la misma forma, yo me encargo de todo lo que tiene que ver con la tecnología, y ella tiene que recordar que se necesita mucho trabajo para hacer que las cosas funcionen.

Así que es una forma de práctica de gratitud, en la que nos preguntamos: ¿cómo sería mi vida si esta persona no hiciera estas cosas o si esta persona no estuviera en mi vida? De eso hablamos cuando decimos "reconocer a alguien siendo bueno", haciendo algo que si no estuviera en tu vida te haría sentir infeliz. Y expresar esa gratitud.

Otra sugerencia para cuidar las relaciones es mantener una "curiosidad radical". ¿De qué se trata?

Cuando hemos estado con alguien desde hace mucho tiempo, sea un cónyuge, un familiar o un amigo, asumimos que conocemos a esa persona.

Hay estudios sobre cuán sintonizados estamos con los sentimientos de otra persona. Las investigaciones muestran que particularmente cuando salimos por primera vez con alguien somos muy buenos sintonizando lo que siente otra persona.

Pero una vez llevamos cinco, diez, veinte años juntos, sabemos mucho menos lo que siente. Podríamos pensar que sería al revés, que cuanto más tiempo llevamos juntos más sabemos qué siente, pero lo que sucede es que comenzamos a asumir que conocemos a la otra persona.

Entonces, de lo que hablamos es de dar un giro a esto y despertar la curiosidad.

"Cuando hemos estado con alguien desde hace mucho tiempo, sea un cónyuge, un familiar o un amigo, asumimos que conocemos a esa persona".

En otra charla mencionó un ejemplo de curiosidad radical con su esposa…

He estado con mi esposa durante 37 años. Y lo que hago es preguntarme: ¿cómo puedo volver a tener curiosidad acerca de quién es ella ahora mismo, hoy? ¿Cómo puedo mantener la curiosidad?

Esto tiene que ver con una instrucción de uno de mis maestros de meditación Zen.

En la meditación Zen te sientas en un cojín y meditas una y otra vez. He meditado miles de veces. Y la instrucción es preguntarte a ti mismo mientras haces algo que has hecho mil veces. ¿Qué hay aquí que nunca antes había percibido?

Puedes hacer esto incluso al cepillarte los dientes. Si te pregunto qué diente te cepillas primero apuesto que tienes que pensarlo porque lo haces en forma automática. Podrías entonces hoy al cepillarte los dientes hacerlo con curiosidad radical.

¿Podría compartir con nosotros algo que percibió de su esposa después de más de 30 años juntos?

Descubrí, por ejemplo, que ha comenzado a usar aretes plateados en lugar de dorados como solía hacer antes, porque su cabello ahora es gris en lugar de castaño. Es algo pequeño, pero es algo que no había percibido.

Me impactó una pregunta que les hacen a los participantes en el estudio: "¿A quién llamarías en el medio de la noche si tienes miedo o te sientes mal?".

Tal vez algunas personas que lean la entrevista sientan que no tienen "una buena vida" porque no tienen muchos amigos…¿El número importa?


Importa, pero es algo muy individual. Algunos de nosotros somos muy tímidos y para esas personas tener mucha gente alrededor es estresante. Otras personas que son más extrovertidas, en cambio, necesitan muchas personas en su vida y les da energía estar con mucha gente.

Una persona tímida podría necesitar una o dos relaciones cercanas. Tener más podría ser estresante y agotador. Pero la persona extrovertida puede querer muchas, muchas relaciones.

Así que cada uno de nosotros necesita determinarlo por sí mismo, ¿cuánta actividad social es buena para mí y para mi vida?

Mucha gente podría pensar, "yo intento cuidar mis amistades, pero soy yo siempre quien hace las llamadas, quien escucha". ¿Aconsejaría a estas personas que sean abiertas con sus amistades sobre lo que sienten?

Sí, creo que sería bueno porque algunas personas no se dan cuenta de esto. Puedes decirle a un amigo o amiga, "siempre soy yo quien te llama. Me gustaría qué de vez en cuando me llamaras o me invitaras a tomar un café".

Pero habrá algunas personas que jamás lo harán. Entonces yo te diría que eso no significa que tengas que cortar la amistad con esas personas. Pero tal vez quieras hallar también otras amistades que sean más mutuas.

"Es una forma de práctica de gratitud, en la que nos preguntamos: ¿cómo sería mi vida si esta persona no estuviera en ella?".

Muchos intercambios hoy en día son virtuales a través de redes sociales. En términos de relaciones, ¿cuál es la mejor manera de usar las redes sociales?

No es una investigación mía, pero hay estudios que hablan de esto y los primeros hallazgos indican que la forma en la que usamos las redes sociales realmente importa.

Si las usamos activamente para conectarnos con otras personas, eso aumenta nuestro bienestar. Y el ejemplo que me gusta usar es el de un amigo mío que durante el confinamiento debido a la pandemia se volvió a conectar en Facebook con sus amigos de la escuela primaria. Ahora toman un café virtual todos los domingos por la mañana en Zoom. Y tienen momentos maravillosos hablando de sus vidas y de su infancia. Es un ejemplo de una conexión activa en redes sociales y todos están más felices por ella.

Por otro lado está el uso pasivo de las redes sociales cuando consumimos los feeds de Instagram de otras personas o sus páginas de Facebook en las que publican todas estas bellas imágenes de sus vidas. Porque no publicamos imágenes de cuando estamos infelices.

Y eso puede hacer que otras personas al ver esas imágenes sientan que "todos los demás están teniendo una buena vida y yo soy el único que tiene dificultades". Ese tipo de consumo pasivo de redes sociales nos hace sentir peor y los adolescentes son particularmente vulnerables a esto. Muy vulnerables.

Entonces, dado que las redes sociales no van a desaparecer, lo que podemos hacer es ser más activos en su uso para conectarnos con otras personas y no solo mirar pasivamente lo que publican otras personas, eso es terrible para nosotros.

"El consumo pasivo de redes sociales nos hace sentir peor y los adolescentes son particularmente vulnerables a esto".

Una palabra que no aparece mucho en el libro es arrepentimiento. Algunos luchan con esto cuando llegan a cierta etapa de sus vidas y piensan, por ejemplo, que podrían haber entendido mejor a alguien.

¿Hay algo en el estudio que podamos aprender sobre cómo lidiar con el remordimiento?

Cuando los participantes llegaron a su década de los ochenta les hicimos esta pregunta: cuando miras hacia atrás en tu vida, ¿qué es lo que más lamentas? Y hubo dos grandes arrepentimientos.

Uno era: "Desearía no haber pasado tanto tiempo en el trabajo, y haber pasado más tiempo con las personas que me importan". Así que hay una razón para ese cliché tan conocido que dice "nadie en su lecho de muerte desea haber pasado más tiempo en la oficina".

El otro arrepentimiento que particularmente expresaron las mujeres fue: "Ojalá no hubiera pasado tanto tiempo preocupándome por lo que piensan otras personas".

Entonces, si la gente se pregunta ¿qué remordimientos me gustaría evitar?, la respuesta podría ser que debes pasar suficiente tiempo con las personas que te importan y no pasar tanto tiempo preocupándote por lo que piensan los demás.

Habló de cómo evitar remordimientos. ¿Pero qué hacer cuando ya están presentes?

Al lidiar con el arrepentimiento, estar enojados con nosotros mismos, darnos duro a nosotros mismos, no ayuda. El único uso del arrepentimiento es si nos informa sobre lo que nos gustaría hacer de manera diferente en el futuro.

Usa el arrepentimiento para aprovechar la vida que tienes por delante.

En el libro hay un capítulo titulado "Nunca es demasiado tarde". ¿Cuál es el mensaje principal que quiere dar con esa frase?

Algunas personas me han dicho "es demasiado tarde para mí. No soy bueno o buena en las relaciones. Esto nunca va a pasar en mi vida". Algunas de las personas que dicen esto tienen 20 años y aseguran que es demasiado tarde para ellas, y otras personas que dicen eso son mayores.

Pero lo que vemos en las historias del libro, que son de vidas reales, es que las personas encuentran conexiones que no esperaban en diferentes momentos de sus vidas, ya sean conexiones amorosas o amistades. Entonces, a quienes creen que estas cosas nunca les van a pasar, les diríamos "no tienes forma de saberlo".

El mensaje es que vale la pena seguir trabajando en ello porque en cualquier momento de la vida puedes crear nuevas y buenas conexiones.

Usted es maestro Zen. ¿Ha tenido la meditación un papel importante en su vida?

Ha tenido un gran papel. En la meditación zen se trata de aprender sobre qué es estar vivo.

Te familiarizas mucho más con la experiencia de mirar una flor durante cinco minutos, o comer una comida con atención, saboreando cada bocado. Es realmente una inmersión profunda en la experiencia de estar vivo.

Y eso encaja muy bien con el estudio sobre todas estas vidas. Porque es una forma diferente de estudiar la experiencia de ser humano.

De igual forma, en mi trabajo como psiquiatra tengo el privilegio de escuchar a personas hablar en detalle sobre sus vidas. Y todo esto para mí es un trabajo fascinante. Son todas formas diferentes de aprender sobre la experiencia humana.
 
Un grupo de amigas

Fuente de la imagen,Getty Images

Pie de foto,
"Cuidar nuestras relaciones es como ejercitar un músculo".

En el libro afirma que la atención es la forma más básica del amor y hay una hermosa frase: "Una buena vida no es el destino sino el camino y con quién caminas... Y al hacerlo, segundo a segundo, puedes decidir a qué y a quién le das tu atención".

¿Puede hablarnos de ese poder que tenemos de elegir en cada momento en qué ponemos nuestra atención?

Esa es una cita de uno de mis maestros Zen. Su nombre es John Tarrant y sí, una de las cosas que sabemos es que nuestra atención es algo por lo que la gente pelea.

Estas pantallas que tanto amamos están diseñadas para cautivarnos, porque las personas ganan dinero captando nuestra atención y manteniéndola.

Ahora más que nunca el camino de menor resistencia es quedarnos frente a nuestras pantallas todo el tiempo. Entonces la pregunta es: ¿podemos ser intencionales y desviar nuestra atención de esas pantallas hacia las personas que nos importan?

"Piensa ¿quién te importa?, ¿y podrías darle toda tu atención en este momento? Esa es la pregunta que debemos hacernos".

Hay una escritora llamada Linda Stone que escribe sobre algo que ella llama "atención parcial continua", que es lo que nos estamos dando cada vez más unos a otros y esto es un problema. O sea, estoy hablándote pero en realidad estoy viendo mi pantalla.

Queremos llamar la atención sobre eso. Piensa ¿quién te importa?, ¿y podrías darle toda tu atención en este momento? Esa es la pregunta que debemos hacernos.

Con el privilegio que ha tenido de estudiar todas estas vidas, ¿diría usted que si alguien ha tenido una niñez con muchos problemas o enfrentado otros tiempos muy difíciles, existe resiliencia en las personas, la habilidad de hallar en nosotros mismos los recursos para salir adelante y prosperar?

Creo que hay un instinto para prosperar, para sobrevivir. Todos estamos tratando de ser felices. Una de las razones por las que mi charla TED se volvió viral, como alguien me dijo, no es que yo sea guapo. Es que todo el mundo quiere ser feliz. Y entonces existe este impulso para tratar de encontrar formas de prosperar.

Creo que hay una energía en todos nosotros que busca eso y esto es algo bueno. Probablemente por ello, aunque puedo ponerme muy pesimista acerca de hacia dónde va el mundo, pienso que la gente ha sido así siempre. Y luego ha encontrado el camino hacia nuevas posibilidades, es algo que es parte de nosotros.

En su caso personal, ¿cuáles son los componentes básicos de una buena vida?

Es estar involucrado en actividades que me importan y que encuentro significativas. Mis investigaciones, mi trabajo como psiquiatra, mi Zen, estas cosas me importan mucho. Y por ejemplo me importa estar hablando contigo ahora. La razón por la que lo estoy haciendo es que me importan mucho estas ideas y que lleguen a la gente. Eso es significativo para mí.

Para mí entonces una buena vida es tener actividades que tienen significado para mí y hacerlas con personas que me importan y a quienes yo les importo.

Termina el libro con un llamado a la acción. ¿Qué invitaría a la gente a hacer cuando acabe de leer esta entrevista?

Les diría: piensa en alguien a quien extrañas, alguien con quien no te sientes conectado tanto como te gustaría, o alguien que quieres asegurarte que sepa que estás pensando en él o ella. Y envíale un mensaje de texto, o un correo electrónico, o llámales y solo diles hola, estaba pensando en ti y quería contactarte.

Solo haz eso y verás qué te llega de regreso. Si lo haces, te sorprenderá cuántas personas estarán encantadas de que te hayas comunicado con ellas. Así que da ahora ese pequeño paso, hacerlo te tomará quince segundos.

Portada del libro "Una buena vida"
https://www.bbc.com/mundo/noticias-64571655

viernes, 16 de diciembre de 2016

¿Qué nos hace realmente felices en la vida?: algunas lecciones de un profesor de Harvard tras años buscando las respuestas. Alejandra Martins. BBC Mundo.

¿Qué nos hace realmente felices en la vida?

Durante 76 años una investigación de la Universidad de Harvard (Estados Unidos) ha buscado la respuesta.

El Estudio sobre Desarrollo Adulto* comenzó en 1938 con 700 hombres jóvenes, algunos de la prestigiosa universidad, otros de barrios pobres de Boston.

Y acompañó a lo largo de su vida a esos individuos, monitoreando su estado mental, físico y emocional. La investigación continúa ahora con más de mil hombres y mujeres, hijos de los participantes originales.

El actual director del estudio, el cuarto desde su inicio, es el psiquiatra estadounidense Robert Waldinger, quien también es maestro zen. Lo importante para mantenernos felices y saludables a lo largo de la vida es la calidad de nuestras relaciones

Robert Waldinger
La charla TED que Waldinger dio sobre el proyecto, "Qué es una buena vida: lecciones del estudio más prolongado sobre la felicidad", se volvió sensación en internet y ya fue descargada más de 11 millones de veces.

"Hay muchas conclusiones de este estudio", dijo Waldinger a BBC Mundo. "Pero la fundamental, que vemos una y otra vez, es que lo importante para mantenernos felices y saludables a lo largo de la vida, es la calidad de nuestras relaciones".

Conectados
"Lo que encontramos es que en el caso de las personas más satisfechas en sus relaciones, más conectadas a otros, su cuerpo y su cerebro se mantienen saludables por más tiempo", señaló el académico estadounidense.

"Una relación de buena calidad significa una relación en la que te sientes seguro, en la que puedes ser tú mismo. Claro que ninguna relación es ideal, pero esas son cualidades que hacen que la gente florezca".

En el otro extremo, está la experiencia de soledad, un sentimiento subjetivo de estar menos conectados de lo que nos gustaría. "¿Estoy haciendo cosas que tienen un significado para mí? ¿Estoy haciendo cosas que me hacen sentir que importo en el mundo? Éstas son las preguntas que nos planteamos cuando hablamos de felicidad", señaló Waldinger.

"No hablamos de estar contentos en cada momento, porque eso es imposible y todos tenemos días, semanas o años difíciles".

En cuanto a la fama o el dinero, "no es que sean malos, hay gente famosa feliz y gente famosa infeliz".
Lo mismo con el dinero. Pero el estudio muestra de acuerdo al académico que más allá de un nivel en que nuestras necesidades están cubiertas, un aumento en el ingreso no necesariamente nos hará felices.

"No estamos diciendo que no puedas proponerte ganar más dinero o estar orgulloso de tu trabajo y que otros lo noten. Pero es importante no esperar que tu felicidad dependa de esas cosas".

Registros médicos
Los participantes del estudio respondieron a lo largo de décadas cuestionarios sobre su familia, su trabajo, su vida en la comunidad.
"También tuvimos acceso a sus registros médicos, por lo que evaluamos su salud no sólo según lo que ellos decían sino lo que sus doctores e historial medico decían", explicó. "Cuando comencé a trabajar en el estudio en 2003 grabamos vídeos de los participantes hablando con sus esposas sobre sus preocupaciones más profundas. Y enviamos preguntas a los hijos sobre la relación con sus padres".
Los participantes también se realizaron exámenes de sangre para determinar múltiples indicadores de salud, e incluso análisis de ADN. "Algunos nos permitieron escanear su cerebro, y en algunos casos donaron su cerebro para que pudiéramos estudiarlo en conexión con todos los otros datos que ya teníamos sobre su vida". "En mi propia vida"

Cuando la charla de Waldinger se volvió viral, el académico optó por un retiro en silencio durante tres semanas. "La tradición Zen sostiene que la contemplación nos ayuda a mantenernos con los pies en la tierra y centrados en lo que es más importante en la vida", escribió en ese entonces.

Para dar respuesta al enorme interés del público, el académico creó un blog en internet sobre el estudio, robertwaldinger.com

La investigación ha tenido un impacto profundo en la vida de Waldinger.
"Me ha hecho poner más atención en mis propias relaciones, no sólo en casa sino en el trabajo y en la comunidad", señaló a BBC Mundo. "Me di cuenta que mis relaciones me dan energía cuando invierto en ellas, cuando les dedico tiempo. Se vuelven más vivas y no agotadoras", agregó. "La tendencia social es aislarnos, quedarnos en casa para la televisión o estar en redes sociales, pero en mi propia vida me he dado cuenta que cuando estoy más feliz es cuando no estoy haciendo eso".

Ofrecer nuestra presencia
Invertir en una relación para Waldinger significa estar presente.
"Esto está en mi vida como practicante Zen. Lo que noto es que cuando ofrecemos nuestra atención indivisa y completa nos sentimos más conectados unos a otros, y esto también sucede en el trabajo", agregó.

"No se trata de pasar más tiempo en el trabajo, sino de poner más atención en el otro, de conectar más con los otros, en lugar de dar por descontado que el otro siempre está allí".

Conflictos
Waldinger reconoce que puede ser difícil no perder de vista lo que realmente importa. En parte esto se debe a que recibimos mensajes de nuestra cultura todo el tiempo, con anuncios de publicidad que nos dicen cada día que si compramos algo seremos más felices o nos amarán más. "Y en los últimos 30 o 40 años se ha glorificado la riqueza, hay billonarios que son héroes sólo porque son billonarios. Esta medida parece más fácil, porque las relaciones son difíciles, cambian, son complicadas".

Robert Waldinger
¿Cuál es el mensaje final de Waldinger a los lectores de BBC Mundo?
"Les diría que traten de ver si pueden tender un lazo hacia otras personas. Y es particularmente importante hacerlo hacia aquellas con quienes tienen algún conflicto".
El estudio ha dejado en claro algo que vale la pena recordar, según el psiquiatra estadounidense.
"Los conflictos realmente minan nuestra energía. Y quiebran nuestra salud".

http://www.bbc.com/mundo/noticias-38071076