Mostrando entradas con la etiqueta Salmón contracorriente. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Salmón contracorriente. Mostrar todas las entradas

viernes, 26 de mayo de 2017

No nos los podemos permitir ni social, ni económica, ni ecológicamente. Nos sale carísimo mantener a los ricos.

Luis I. Prádanos
El Salmón Contracorriente

No conviene confundirse de enemigo: lo que resulta socialmente corrosivo y peligroso es la desigualdad y la asimetría de poder, no sus víctimas. El dinero público y la riqueza generada por las personas trabajadoras no está subvencionando a los pobres, sino a los ricos.

El sistema legal, económico, político y cultural dominante que sufrimos promueve los comportamientos egoístas y predatorios. Se admira a quienes con más eficacia y de manera no recíproca vampirizan y acaparan la riqueza generada por ecosistemas o el trabajo de comunidades humanas. En un planeta finito y ecológicamente degradado, la acumulación de riqueza de unas personas es siempre a costa de la desposesión de otras.

Una sociedad sostenible y saludable debería, en cambio, dotarse de mecanismos que penalicen el abuso de lo común e incentiven aquellos comportamientos que mejoren la vida de toda la comunidad y regeneren el medio ambiente del que depende todo ser vivo (humano y no humano). Hasta que no comprendamos que la prosperidad, la seguridad y la felicidad solo se consiguen mediante colaboración, confianza y reciprocidad seguiremos atribuyendo la causa de la enfermedad a sus síntomas. Pensaremos, erróneamente, que las víctimas de un sistema perverso—y no el sistema en sí que funciona aplastando a cada vez más personas en beneficio de unos pocos privilegiados—son nuestro problema.

No conviene confundirse de enemigo: lo que resulta socialmente corrosivo y peligroso es la desigualdad y la asimetría de poder, no sus víctimas (las personas más vulnerables). Los que se apropian del bien común son los ricos y poderosos, no los pobres e inmigrantes. Solo hay que recordar que un puñado de personas que caben en un bar pequeño de barrio acaparan más riqueza que el 50% de la población mundial o que el 1% de los humanos dispone de tanta riqueza como el 99% restante. Con estas cifras en mente, nadie puede argumentar que a la sociedad le sale caro mantener a las personas en riesgo de exclusión social sin que suene a distorsión malintencionada de la realidad.

El dinero público y la riqueza generada por las personas trabajadoras no está subvencionando a los pobres, sino a los ricos. Los ricos se subvencionan devorando lo público y lo común (lo generado por la sociedad y por los ecosistemas) y reproducen su capital sin necesidad de trabajar (intereses, rentas, herencias, especulación). El trabajo y la riqueza, en cambio, lo crea la sociedad, no las macro-corporaciones o la adicción estructural al crecimiento económico (mucho menos la especulación financiera); dichos actores, de hecho, generan dinámicas que precarizan o destruyen tanto el empleo de calidad como el medioambiente del que depende todo ser vivo que habite nuestro planeta (incluidos los seres humanos millonarios).

Las personas vulnerables no quitan el trabajo a nadie. Realmente, además de la creciente automatización que sustituye al trabajo humano, es la dinámica del capitalismo neoliberal la que condiciona que no florezcan empleos de calidad necesarios para la reproducción y el mantenimiento de una vida humana próspera (en agroecología, diseño sostenible y biomímesis, economía ecológica, construcción de casas pasivas, energías renovables, ecología urbana y un largo etcétera).

En lugar de dar más poder a las corporaciones y a los dueños del capital (la falacia de que desregulando y privatizando lo público y facilitando la vida a las macro-corporaciones se crea empleo) deberíamos, por el contrario, tasar intensamente los bienes inmuebles y el capital a partir de cierto umbral (pues se trata de la riqueza que se reproduce rápidamente no solo sin necesidad de contribuir al bien común, sino acaparándolo y destruyéndolo), no el trabajo (la contribución, monetarizada o no, al bien común y la sostenibilidad socioeconómica) para, de este modo, reducir la desigualdad y subvencionar con lo recaudado una disminución general de las horas semanales de trabajo con salarios mínimos más altos para acabar con el desempleo, el estrés y la explotación laboral y medioambiental.

Ahora bien, la deliberación sobre qué trabajos son necesarios para la reproducción social y cuáles son social y ecológicamente indeseables debería ser decidido por la sociedad en su conjunto, no por la dinámica, facilitada por el poder estatal, de crecimiento económico a toda costa o por las corporaciones transnacionales cuyo objetivo no coincide, en la mayoría de los casos, con el bien común.

Obviamente, si se generasen debates abiertos entre el conjunto de los habitantes de una ciudad para decidir qué empleos hay que fomentar y cómo diseñar el espacio urbano, muy poca gente defendería la necesidad de endeudar masivamente a la ciudad y buscar inversiones extranjeras millonarias para construir autopistas o aeropuertos innecesarios y obras faraónicas disfuncionales que dejan infraestructuras monstruosas carísimas de mantener, deudas eternas, corrupción urbanística y degradación ambiental (estadios olímpicos, macro-casinos, expos, rascacielos). Estos proyectos siempre subvencionan, con dinero público, una dinámica de acumulación que beneficia a los que ya son ricos y generan un espacio urbano deplorable para los demás.

La mayoría de vecinas y vecinos preferirían, sin duda, espacios públicos a escala humana para el disfrute común y cotidiano, mucho más asequibles y fáciles de mantener, y que mejoren la calidad del aire y el agua, reduzcan el ruido y el estrés, favorezcan las relaciones sociales, y no dejen una mella en las arcas públicas: parques, huertos urbanos, zonas verdes y peatonales, bibliotecas y centros sociales, etc. Espacios donde la comunidad pueda encontrarse, sin necesidad de gastar y consumir, para jugar, enamorarse, charlar, hacer ejercicio o aprender y enseñar taichí, yoga, permacultura, carpintería, reparación de electrodomésticos, etc. ¿Cuántos niños y ancianos necesitan o van a usar un estadio olímpico que cuesta millones? ¿De qué manera va a mejorar dicha construcción el día a día de la ciudad para las personas de a pie? Un parque agradable es mucho mejor para la vida cotidiana, la salud y el bienestar, cuesta muy poco si se planea bien, es positivo para el medio ambiente y cohesiona la comunidad.

No nos podemos permitir a los ricos alimentando sus excentricidades, megalomanías y porfolios financieros a costa del bienestar social y ecológico. Que no nos engañen, los que sufren las consecuencias más dolorosas de este sistema perverso no son la causa del problema, sino sus víctimas. Equivocarnos al identificar las causas de nuestro malestar tiene el contraproducente efecto de enfrentar a los oprimidos y, en consecuencia, fortalecer al opresor. Centrarnos en las causas de los problemas, y no solo en sus síntomas, es el primer paso para intentar crear un sistema socialmente deseable, económicamente estable y ecológicamente viable.

Luis I. Prádanos. Academia.edu 

Fuente:
http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Nos-sale-carisimo-mantener-a-los

No es verdad que cuanto más se gana más útil seamos, ver aquí.

viernes, 4 de noviembre de 2016

El festival de la disrupción. La economía colaborativa reclama su derecho a reinventar la sociedad

El salmón contracorriente

OuiShare Fest Barcelona 2016 cierra sus puertas tras dos días de intenso debate sobre el presente y el futuro de un fenómeno con potencial y potencia para cambiar el sistema económico y social.

Decía Einstein que no podemos usar un mapa viejo para explorar un nuevo mundo. Quizás por eso -nos fiamos del genio- la economía colaborativa puede tomarse la licencia de ser optimista. Viajar sin un guion rígido, aunque con una brújula para recordar dónde está el norte, no le está yendo tan mal después de todo. Y, para prueba, lo que ha ocurrido en Barcelona en los últimos días.

Por segundo año consecutivo, OuiShare Fest ha conseguido reunir en nuestro país a más de 700 personas de todo el mundo para dialogar y definir el papel del fenómeno colaborativo en un futuro que ya es presente. Un rol que, por cierto, se confirma mucho más ambicioso de lo que muchos creían cuando empezó a hablarse de intercambiar ideas, servicios y bienes entre pares a través de la tecnología. “Podemos comenzar a competir contra el sistema dentro del sistema, tanto a nivel económico como social”, aseguraba David de Ugarte, socio fundador del Grupo Cooperativo Las Indias, durante la inauguración.

En este sentido, si algo puede extraerse de esta segunda edición de OuiShare Fest Barcelona, es que la economía colaborativa continúa madurando y, en ese proceso evolutivo, comienza a definir aún más sus principales cualidades. Por un lado, su amplitud y la diversidad de prácticas que engloba; por otro, su carácter abierto e inclusivo, sus ganas de dialogar (con los agentes sociales, con las otras economías); y, finalmente, su capacidad para proponer soluciones reales a los problemas más acuciantes que la “economía del sálvese quien pueda, la Mad Max Economy”, en palabras de Manuel Escudero, Socio de NEARCO Estrategia de Posicionamiento y Crisis, ha provocado.

El paradigma de la colaboración en su estado más esencial y puro se convierte así en una de las salidas a la desigualdad creciente, la fragmentación social, la obsesión enfermiza por el crecimiento y el cambio climático. “Realmente, estáis construyendo una sociedad diferente. Si esto cristaliza, podemos llegar a una sociedad postcapitalista donde el acceso a los bienes básicos sea libre o muy barato, donde trabajemos solo 3 o 4 horas al día, y el resto del tiempo no tenga una utilidad mercantil sino social”, insistía Escudero.

Entre las herramientas de cambio, se ha vuelto a hablar de la tecnología y de lo digital, de conocimiento y datos abiertos. Pero, sobre todo, se ha insistido en la figura del ciudadano que, empoderado, tiene la capacidad y las ganas de intervenir de manera más activa en la gestión de servicios como la salud y la educación, el diseño de las ciudades, la producción y el trabajo, e incluso la democracia. Esta forma de entender la economía colaborativa en positivo, por lo que tiene que aportar, ha permitido analizar el fenómeno en toda su complejidad y tender puentes, como nunca antes, con otros movimientos como el procomún, la economía social, la cooperativa y el decrecimiento.

Como decía Joan Subirats, profesor de Ciencias Políticas en el Instituto de Gobierno y Políticas Públicas, en la clausura de OuiShare Fest Barcelona, “no estamos en un marco de crisis, sino en un cambio de época”. Y la economía colaborativa se ha propuesto estar muy presente, si no liderando, esa transformación social.

Isabel Benítez, periodista y bloguera.