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miércoles, 5 de abril de 2017

_--Un mundo sin Tesla

_--El genio y extravagante visionario de la revolución eléctrica se ha convertido en personaje de novela e icono de la cultura pop.

Todos los genios incomprendidos, con perdón por la redundancia, merecerían la segunda oportunidad que el ángel concedió a James Stewart en Qué bello es vivir: mostrarle cómo sería el mundo si él no hubiera existido. No para impedir que se tiren por un puente, como en la película de Frank Capra, sino para que se mueran sabiendo que tenían razón. Después de una vida entera aguantando a los beocios, esa tiene que ser la mejor versión para genios del descanse en paz al que todos aspiramos.

El ángel de Capra tuvo que hilar fino con el personaje de Stewart, que al fin y al cabo era un banquero y había arruinado a medio pueblo, con perdón otra vez por la redundancia. Su trabajo habría sido mucho más fácil con los genios de verdad. Cervantes y Shakespeare, Galileo y Newton, Van Gogh y Picasso nunca destacaron por su modestia, ciertamente, pero hasta ellos se quedarían boquiabiertos si pudieran ver lo que significan para nosotros, si pudieran saber que sin ellos la literatura, la ciencia y el arte no solo serían muy distintos, sino también mucho peores.

Con ninguno, sin embargo, lo habría tenido el ángel más fácil que con Nikola Tesla, inventor de la bobina de inducción que inauguró la era de la radio, artífice del sistema de transmisión que nos lleva la energía eléctrica a casa, descubridor de un principio extraordinariamente simple, eficaz y versátil -como todas las grandes ideas- en el que se basan nuestros motores eléctricos y casi cualquier otra cosa que lleve un enchufe. No hace falta un ángel para imaginar un mundo sin Tesla. Basta un apagón. De los gordos.

Todo el mundo ha oído hablar de Edison, aunque solo sea porque inventar la bombilla es una metáfora casi automática de tener una idea luminosa. Los seguidores de Tesla son más raros. Escasos y raros: tycoons de Silicon Valley, visionarios verdes del coche eléctrico, artistas de la vanguardia australiana, bandas de culto del más estricto tecno-pop, adictos a los videojuegos, teóricos de la conspiración, avistadores de ovnis y Thomas Pynchon. No me interpreten mal, yo adoro a Pynchon, pero no creo que sea la vía para entender el genio de Tesla, ni ninguna otra cosa. El último en incorporarse al club de fans, el novelista francés Jean Echenoz, es seguramente el más normal de la lista, por extraño que les pueda resultar ese adjetivo a sus lectores. Y su última novela, Relámpagos (Anagrama), es sin duda la mejor forma de introducirse en el universo del gran innovador de origen serbio.

El libro de Echenoz no es una biografía novelada de Tesla. Es mucho mejor que eso. Por ejemplo, un biógrafo nunca escribiría: "Temible, temido por su poder y su endiablado mal genio, John Pierpont Morgan lo es también por su clarividencia". Un biógrafo podría cargarse a Edison en 50 páginas, pero no en una frase, ni desde luego por "ir siempre embutido en batas de algodón beige confeccionadas por su mujer". Vale, ya sabemos que ese no es Edison, sino un personaje de ficción que se llama igual. Muy bien. Quien quiera rigor que se lea las 50 páginas del biógrafo. Yo me quedo con la bata beige.

Siempre hemos estado fascinados por los genios. Y siempre hemos tendido a exagerar sobre ellos. No nos basta que Arquímedes penetrara en los secretos de la esfera, descubriera el principio del empuje hidrostático -el "momento eureka" por antonomasia- y fuera uno de los mayores matemáticos de la historia. Además queremos que destruyera la flota romana quemando sus velas con un ingenioso sistema de espejos que concentraban la poderosa luz del sol del Mediterráneo, y que esa genialidad le costara la vida. Una bella y dramática historia que, a diferencia de las fórmulas de la esfera, tiene todas las papeletas para ser mentira, pues los intentos modernos de reproducir la hazaña no han logrado quemar ni un pañuelo a esa distancia.

Lo mismo pasa con Tesla. Sus grandes aportaciones a la tecnología de la electricidad, citadas arriba, no les deben parecer suficientes a sus admiradores, que además quieren ver al inventor como un alma de cántaro, un altruista obsesionado por ayudar a la humanidad, "el genio al que robaron la luz", el Prometeo moderno que sufrió el eterno castigo del olvido por haber arrebatado la energía electromagnética a las oscuras fuerzas del poder y la industria para entregársela al pueblo llano libre de todo costo, el descubridor de los nexos ocultos entre la física y la psique y la clave secreta de todas las conspiraciones y contubernios de los que se pueda conversar en un taxi. Historias no solo falsas, sino tan feas como Edison. La realidad es mucho más interesante que todo eso.

El descubrimiento esencial que disparó la revolución de la energía eléctrica no fue obra de Tesla, ni pudo serlo, pues ocurrió exactamente 25 años antes de su nacimiento. Su nombre técnico no carece de cierto lirismo -inducción magnética-, y es uno de los mayores hitos no solo de la tecnología, sino también de la ciencia, pues permitió entender el fenómeno de la electricidad y el magnetismo con una profundidad y elegancia matemática que la ciencia no había conocido desde la teoría gravitatoria de Newton, y que no volvería a conocer hasta la teoría de la relatividad de Einstein. La historia demuestra que ese tipo de entendimiento profundo precede a todas las revoluciones tecnológicas.

En 1831, Michael Faraday, que pese a ser un científico aficionado sin educación formal ha pasado a la historia como el mejor experimentalista de todos los tiempos, descubrió que un campo magnético cambiante es capaz de crear una corriente eléctrica en un cable. Podía hacerlo moviendo un imán cerca de un cable, o moviendo el cable cerca del imán. En cualquier caso, la corriente eléctrica era siempre más fuerte cuanto más rápido fuera el movimiento. Este simple hecho mostró que la electricidad y el magnetismo no eran dos cosas, sino dos formas de mirar a una sola. Todos los grandes saltos en la comprensión científica del mundo se basan en unificaciones de ese tipo. Nuevos nexos ocultos entre conceptos dispares. Literalmente, nuevas metáforas.

Tesla tampoco inventó las aplicaciones tecnológicas de ese avance del conocimiento puro. El descubrimiento de Faraday sugería de inmediato una forma de convertir la energía mecánica -los movimientos del imán- en energía eléctrica, y no había pasado ni un año cuando el primer generador eléctrico se presentó en París. Hacia la mitad del siglo, con Tesla aún sin nacer, varios países fabricaban ya generadores eléctricos comerciales. El descubrimiento de Faraday también indicaba la posibilidad contraria: convertir la energía eléctrica en energía mecánica, es decir, construir un motor eléctrico. Tampoco fue Tesla, sino de nuevo Faraday, quien descubrió la corriente alterna.

Tesla fue más bien el Steve Jobs de la revolución eléctrica, el visionario con mentalidad emprendedora, y el más hábil para llevar a la práctica las ideas científicas de otros, y muy en particular las del propio Faraday.

La otra parte del mito, o del Tesla que protagoniza los tebeos y los videojuegos, es la del genio incomprendido, el innovador altruista "al que le robaron la luz". Este cliché tiene unos fundamentos tan endebles como el primero, pero también sirve para ilustrar la íntima, fructífera y turbulenta relación de la innovación con las finanzas.

En 1885, solo un año después de desembarcar en el puerto de Nueva York con una libreta llena de cálculos, unos cuantos poemas y cuatro centavos en el bolsillo, Tesla encontró justo lo que había ido a buscar a América: un empresario interesado en sus ideas. George Westinghouse se interesó en la gran idea del inventor, el motor de corriente alterna, e hizo lo que suelen hacer los empresarios en esos casos: comprarle los derechos de patente. Westinghouse no estaba robando las ideas de Tesla, sino permitiéndolas entrar en el juego. Y justo a tiempo.

Su archienemigo Edison estaba empezando a comercializar los motores eléctricos de corriente continua, y hasta había convencido ya a algunos Gobiernos europeos, entre ellos el alemán, para que adoptaran ese sistema. El motor de corriente alterna ideado por Tesla era -y sigue siendo- mucho más eficaz que el de Edison, pero nunca habría podido competir con él sin la audacia y el dinero de Westinghouse. La lucha fue larga y feroz, pero los motores de Tesla y Westinghouse se acabaron imponiendo, y con ellos los sistemas de distribución de corriente alterna se usan en todo el mundo.

El estilo vehemente y efectista del inventor ha contribuido a alimentar el mito, y el cliché. Cuando la poderosa corriente alterna empezó a suscitar temores en una parte del público y la prensa, organizó una demostración pública en la que su propio cuerpo sirvió de conductor para encender un deslumbrante panel de bombillas. Convenció a Westinghouse para instalar sus primeros sistemas en las cataratas del Niágara. Inventó el primer aparato dirigido por control remoto -un barco de juguete- y lo presentó en público con una demostración en el Madison Square Garden de Nueva York. Encendió 200 lámparas desde una distancia de 40 kilómetros, produjo rayos de 40 metros, aseguró que había inventado un rayo capaz de destruir 10.000 aviones enemigos y, para colmo de delicias entre sus fans, anunció haber recibido señales de una civilización extraterrestre.

Si Tesla no hubiera existido, la gente se lo hubiera inventado de todas formas. Un trabajo fácil para el ángel de Capra.

-Relámpagos. Jean Echenoz. Traducción de Javier Albiñana. Anagrama. Barcelona, 2012. 160 páginas. 15,90 euros (electrónico: 11,99). 
-Yo y la energía. Nikola Tesla. Presentación de Miguel Á. Delgado. Traducción de Cristina Núñez Pereira. Turner. Madrid, 2011. 312 páginas. 19,90 euros. 
-Nikola Tesla: el genio al que le robaron la luz. Margaret Cheney. Traducción de Gregorio Cantera. Turner. Madrid, 2010. 424 páginas. 28 euros. 
-Nikola Tesla. Vida y descubrimientos del más genial inventor del siglo XX. Massimo Teodorani. Sirio. Málaga, 2011. 136 páginas. 11,95 euros.

http://elpais.com/diario/2012/02/04/babelia/1328317960_850215.html

domingo, 4 de diciembre de 2011

Visita a Amsterdam

Nuestra ruta tiene como punto de partida el Aeropuerto de Lisboa, de donde partimos en vuelo de KLM para  Schiphol de Ámsterdam:

Desde el mismo aeropuerto hay trenes muy bien indicados que -en unos 20 minutos-, dependiendo del itinerario (unos van directos, sin paradas y otros hacen dos paradas intermedias), llegan hasta la Estación Central (Centraal Station) de Ámsterdam.

Desde el hall de salida del aeropuerto se baja al anden del ferrocarril en ascensores, suelen ser las vías 1 o 2, el horario y la vía concreta está indicado en paneles en el hall y en las vías. Hay máquinas expendedoras de billetes, que ofrecen la información en inglés. Es útil recordar que billete de ida es "enkele reis" y de ida y vuelta "dagretour".

Si el día acompaña no hay mejor opción que dar un paseo por Ámsterdam andando o en bicicleta para disfrutar de la ciudad. Hay varios puntos donde pueden alquilarse a precios asequibles bicicletas y uno de ellos está justo al lado de la Estación Central, donde también está la oficina de información turística y la venta de pases para la ciudad (museos, transportes y establecimientos adheridos que llevan las tres cruces de San Andrés de su bandera- cruces como de tachado, donde efectúan descuentos con ese pase) o solo para el transporte de 24, 48 o 72 horas, para circular en los transportes públicos por un día o varios. El tiempo del pase empieza a contar desde que se valida al entrar en el trasporte elegido por primera vez.

Museos recomendables;

El Rijksmuseum,
El Vincent Van Gogh.
El Museo Marítimo.
La casa de Ana Frank.
el Museo de la Resistencia (Frente del Zoo).
El Museo y archivos de la "Historia del Movimiento Obrero" en Plakaar estraas, 9. (una calle que da al Zoo) no confundir con el Instituto de Historia Social, una institución de nivel internacional de la ciudad de Amsterdam.
El mercado de las flores (cerca de La plaza Rembrandt -entre Rembrandt Plain y Munt Plein-, parada de las lineas de tranvías, 9 y 14 que salen de la estación central).

Amsterdam tiene unos 700 mil habitantes y 1400 puentes, algunos muy famosos y fotografiados como el de madera Magere Brug, sobre el Amstel, cerca del Hermitage Museum.
El lema oficial de la ciudad es: «Heldhaftig, Vastberaden, Barmhartig» ("Heroica, resuelta y misericordiosa"). Estas tres palabras provienen de la denominación oficial concedida por la reina Guillermina de los Países Bajos en 1947, en honor al coraje de la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial.

La actitud y posición ideológica de sus habitantes está cambiando y después de 26 años de mi primer viaje, se nota en la amabilidad, la sociabilidad y apertura de la gente, aunque aún no es extraño que se dirijan a ti alguno hablándote como si te conociese de toda la vida.

Hoy hay menos hippies, menos vestimenta casual y parece que más diferencias de clase, además, de más emigrantes. Muchos de ellos con trabajo precario o sin trabajo. La crisis se empieza a notar, como decía Antonio, un emigrante de Barcelona, con 10 años viviendo en la ciudad, que daba dos datos concretos; en la casa de venta de bocadillos "Harten Kaas" (Reestraat, 19. Barrio de Jordan -1016-)
A Amsterdam llegaron judíos sefardíes expulsados de España en 1492 y Portugal en 1496 ordenada por el rey Manuel I de Portugal bajo la presión de los Reyes Católicos, un descendiente de esas familias fue Baruch Spinoza, -Hebreo: ברוך שפינוזה, Latín: Benedictus de Spinoza, Portugués: Bento de Espinosa- Amsterdam 1632- La Haya 1677, famoso filósofo, del que estuvimos buscando su casa natal, pues habíamos leído que era el 41 de Waterloo Plein, en esa dirección no encontramos nada.

No lejos de la plaza está el Museo judío donde nos informaron que la casa había desaparecido para construir nuevos edificios, Amsterdam había olvidado a su ilustre hijo, ahora, hacía poco, desde 2008, lo recordaba una estatua en el exterior del ayuntamiento, erigida en colaboración con el -español- Instituto Cervantes. Parece que la casa de Róterdam si se conserva, no la visitamos.

Visitamos: El museo Van Gogh, El Rijmuseum, (Ambos en Museum Plein, tranvías 1 y 5) La casa de Rembrandt, en Waterloo Plein, (un lugar aconsejable e imprescindible para todo aficionado a la pintura y el grabado).

El Museo de la Resistencia, (Verzetsmuseum, en Keerklaan, en De Plantage, frente a la puerta de entrada al Zoo, tranvías, 9 y 14) muy instructivo, aunque algo abigarrado y pobre (consecuencia, sin duda, de lo que las autoridades le conceden de presupuesto).

El resultado observado, entre su estado y el duro contenido, pues ser resistente era jugarse la vida, no lo olvidemos, no fue agradable, pero sentimos que nuestra visita era como un pequeño homenaje a esas mujeres y hombres que, aún en los terribles tiempos de la ocupación, no se rindieron y siguieron luchando por la libertad y la democracia -para los holandeses y para todo el mundo- sin dudar para ello ante la posibilidad, muy real, de estar jugándose sus vidas y contra lo que significó, de imnomínia para el género humano, la infamia del fascismo, en este caso, hitleriano. También contemplamos, en una foto mural, a filas enormes de ciudadanos oportunistas que, lamentablemente, esperaban para afiliarse al recién creado, en los primeros tiempos de la ocupación, partido nacional holandés y títere de los nazis, la mayoría de clase media y alta, se ve por sus vestimentas. Holandeses que, con tal de aprovecharse de las nuevas circunstancias, estaban dispuestos a ejercer de subordinado del nuevo poder, aunque ello conllevara el que se viesen obligados a ejercer de infame brazo colaborador y/o ejecutor del fascismo.

Paseamos también por las calles peatonales, (Kalverstraat, Nieuwendijk, Warmoesstraat, todas salen o llegan a la plaza Dam) el gran canal (Amstel), alguno secundario (Singel) el pequeño barrio de Begijnhof, históricas casas para viudas y solteras piadosas católicas (calle Spui) al que se accede al patio interior mediante dos entradas que pasan desapercibidas para el forastero, barrio de Jordaan (tranvías, 13, 14 y 17).

La Universidad, la casa de los tres canales, el mercado de las flores, la famosa calle del mercado de alimentos y ropa (Cuypstraat, tranvías 16 y 24), el barrio rojo (al este de la Waroesstraat, paralela a esa calle)... etc.

Comimos en distintos restaurantes como el Bazar, algún italiano, un español; "Joselito" (cerca de la estación) degustamos algunas de las famosas sopas holandesas; la de brocoli y una de tomates y pimientos (en el Bazar) buenísimas y reconfortantes. La comida fuerte la hacíamos en el desayuno del Hotel Eden (Rembrandt Plein) que era muy completo.

Un museo cuya visita es aconsejable es el de Vicent Van Gohg, en la plaza de los museos, (Museum Plein) sorprende ver los cuadros -en su época sin valor de "mercado"- de un pintor que murió en la pobreza y prácticamente en el olvido, convertidos en un gran negocio, es una factoría de ganar dinero y derramar una riqueza increíble sobre la ciudad, por medio de los miles de turistas que a ella acuden, formando enormes colas para contemplar sus obras que hoy dominan el "mercado". Lo que no deja de crearnos un sentimiento de tristeza y amargura, al recordar la pobre y triste vida de su autor y la nula valoración de su obra a lo largo de su existencia. (Museo Plein. Tranvías 1 y 5)

Interesante proyecto de arte multimedia de google Art Project