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jueves, 2 de mayo de 2024

Qué es la "tetera de Russell", uno de los argumentos más usados en las discusiones entre ateos y creyentes

tetera

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Mientras te tomas tranquilamente un té, un amigo llega y te dice: "En el espacio hay una tetera que gira alrededor del Sol". ¿Qué haces?

Lo más seguro es que tu reacción inmediata sea pedirle que te la muestre.

Tu amigo te dice que no te la puede mostrar porque es tan pequeña que ni siquiera el telescopio más poderoso del mundo podría detectarla.
Lo que dice tu amigo te parece una locura, pero acéptalo, no tienes manera de demostrarle que no hay una tetera flotando en el espacio.

Él tampoco tiene pruebas, pero está convencido de que sí existe.

Entonces, ¿a quién de los dos le corresponde presentar las pruebas sobre si la tetera existe o no?

manos

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El ejemplo de la tetera nos puede llevar a debates apasionados. Esa discusión aparentemente tonta, en realidad es la base de varios de los más acalorados debates entre ateos y creyentes.

A esta analogía se le conoce como la "tetera de Russell", porque la expuso por primera vez el filósofo y matemático británico Bertrand Russell en 1952 en un artículo titulado "Is there God?" ("¿Existe Dios?").

El biólogo evolutivo Richard Dawkins, por ejemplo, una de las figuras más reconocidas del ateísmo contemporáneo, se ha referido a la tetera en varias de las entrevistas y debates en los que participa alrededor del mundo.

Pero, ¿qué buscaba Russell con su ejemplo de la tetera y qué papel juega en las discusiones sobre la existencia de Dios?

La tetera sagrada

En su analogía, Russell reconoce que la idea de la tetera espacial es absurda, pero a continuación imagina un escenario con el que llega al punto que le interesa.

"Si en libros antiguos se afirmara la existencia de la tetera, se enseñara como la verdad sagrada cada domingo y se inculcara en las mentes de los niños en las escuelas, dudar de su existencia sería visto como una excentricidad y el escéptico merecería la atención de un psiquiatra…o un inquisidor…", escribió Russell.

RUSSELL
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Pie de foto,Russell ganó el Nobel de Literatura en 1950. 
Russell, que era ateo, quería mostrar que el hecho de que mucha gente crea en Dios, no significa, según él, que en realidad exista.

O, dicho de otra manera, que aunque sea imposible demostrar que algo no existe, eso no se puede tomar como una prueba de que sí existe.

Siguiendo la analogía de Russell, los ateos rematan su argumento afirmando que quien tiene que presentar las pruebas es quien afirma que Dios existe.

Como hasta ahora, según ellos, no hay evidencia de la existencia de Dios, entonces no ven razón para creer en él.

"Las afirmaciones que no pueden ser probadas, las aseveraciones inmunes a la refutación, son verídicamente inútiles, sin importar el valor que puedan tener para inspirarnos…", escribió el famoso cosmólogo Carl Sagan en su libro "El mundo y sus demonios", en el que, siguiendo el ejemplo de Russell, jugaba con la idea de que en su garaje había un dragón invisible.

mujer 
 
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La teoría de Russell da lugar a acalorados debates.

La carga de la prueba

Los creyentes, por el contrario, no sienten que el argumento de la tetera los obligue a buscar más pruebas de la existencia de Dios.

"La tetera de Russell sí es una pura fantasía", dijo el sacerdote, teólogo y doctor en filosofía Gerardo Remolina, exrector de la Universidad Javeriana en Colombia, durante un debate con Richard Dawkins, en 2017.

 "La comparación de la realidad de Dios es completamente distinta, de Dios estamos viendo la naturaleza, nuestra vida", manifestó Remolina.

debate
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Pie de foto,¿De qué lado del debate estás?

Otros, como el filósofo Alvin Plantinga, profesor en la Universidad de Notre Dame en Estados Unidos, sostienen que el argumento de la tetera no funciona porque parte de una premisa errada.

Russell plantea que no hay manera de probar que la tetera no existe, pero según Plantinga, "tenemos mucha evidencia en contra del teterismo", es decir, pruebas que indican que la tetera no está en el espacio, según afirmó en una entrevista con el diario The New York Times en 2014.

Si alguien hubiera logrado poner una tetera en el espacio, apunta el catedrático, hubiera sido una noticia de la que todos nos hubiéramos enterado.

Por tanto, en su opinión, eso también se puede aplicar a la existencia de Dios: si Russell cree que Dios no existe, debería tener pruebas que lo avalen.

En palabras de Plantinga: "Si, como plantea Russell, el teísmo es como el teterismo, el ateo para justificarse tendría que tener una poderosa evidencia contra el teísmo".

En resumen, según el profesor, es el ateo quien tiene que demostrar que Dios no existe.

Como verás, la discusión está lejos de ser saldada, y se puede extender hasta lo más profundo de nuestros dilemas existenciales. 

jueves, 1 de febrero de 2024

_- El desafío ateo de Gonzalo Puente Ojea, el embajador que provocó una crisis entre España y el Vaticano

_- Un minucioso estudio analiza la obra del pensador radical, cesado como representante diplomático ante la Santa Sede por divorciarse.


Gonzalo Puente Ojea, ex embajador de España en el Vaticano, en 1995.


Declararse ateo en España resulta aún hoy, muchas veces, una insolencia. En los años 40 del siglo pasado podía incluso llevarte a la cárcel, como a los protestantes, e, incluso, ante un pelotón de fusilamiento. El despropósito viene de lejos. En plena Ilustración europea se prohibían en España los libros que argumentaban la existencia de Dios, por subversivos. Dios parecía tan evidente que no necesitaba demostración alguna. En consecuencia, apenas un 2% de los españoles se identificaba como ateo. Hoy llegan al 18,2%, según el CIS. Otro 15,2% dice ser agnóstico. En ese contexto, que la editorial Laetoli lance su último libro con el título El desafío ateo de Puente Ojea resulta un atrevimiento admirable. Lo ha escrito Miguel Ángel López Muñoz, un investigador cuya línea principal de estudio es el pensamiento irreligioso español, en sus perspectivas filosófica, jurídica, histórica y política. Antes había dedicado numerosos artículos en publicaciones nacionales e internacionales a quien es ahora su objeto primero de estudio: el historiador y filósofo Gonzalo Puente Ojea.

Diplomático con misiones consulares en Francia, Estados Unidos y Argentina, Puente Ojea (Cienfuegos, Cuba, 1924-Getxo, España, 2017), fue también un político que siempre decía lo que pensaba. Lo hizo cuando, como subsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores en el primer Gobierno de Felipe González, en 1982, redactaba informes sobre cómo abordar la transición desde el nacionalcatolicismo franquista a un régimen laico. Cuando González sustituyó en Exteriores a Fernando Morán por Francisco Fernández Ordóñez, Puente Ojea cesó en el cargo y pidió ir a Roma como embajador ante la Santa Sede. 

Al papa Juan Pablo II le enfadó en 1985 que España solicitase el plácet para acoger a un ateo, pero acabó aceptando. Dos años más tarde, Puente Ojea anunció que se divorciaba para volverse a casar. El Vaticano desató entonces los jabalíes de la maledicencia. Lo sorprendente fue que el ministro cedió a las presiones y retiró del cargo, de malas maneras, al embajador. Puente Ojea no se amilanó; al contrario, decidió desvelar hasta los más escabrosos secretos de disputa tan poco religiosa en Mi embajada ante la Santa Sede. Textos y documentos, 1985-1987. No es anécdota intrascendente el que un cardenal de la Curia le reconociese los vicios del cuerpo diplomático y de no pocos cardenales, aunque “en fin, no son castos, pero son cautos´.

Por ateo, no. Por divorciarse

La copiosa bibliografía con que cierra López Muñoz un libro de 558 páginas abunda en este conflicto, al que EL PAÍS dedicó mucha atención. En El desafío ateo de Puente Ojea se analiza cómo se produjeron las resistencias del Papa a aceptar a un ateo como embajador, y también las circunstancias en que se produjo la posterior humillación del Estado. Lo que más le dolió a Puente Ojea fue que Fernández Ordóñez no lo defendiese cuando el asunto llegó al Congreso. Por el contrario, el ministro lo denigró. “Sobre mi persona y las circunstancias de mi cese se han acumulado, con el mayor desorden de la mente y con una delirante incoherencia narrativa, toda suerte de falsedades, disparates y difamaciones”, escribió.

¿Fue consciente de que pedir la embajada ante el Vaticano era meterse en la boca del lobo? López Muñoz tiene su teoría. “Puente Ojea solicita esa embajada como ejercicio de coherencia y responsabilidad del funcionario diplomático servidor del Estado y al Gobierno socialista que lo nombró, es decir, como defensor de la legalidad de su país con lealtad y eficacia. No caben acusaciones ni de ingenuo, ni de provocador, ni de incoherente al reconocer de facto a un Estado como la Santa Sede”, dice a EL PAÍS.

En cambio, Puente Ojea sí era consciente de que iba a enfrentarse a una “negación represiva contra el ateísmo”. Lo había dejado por escrito: “Nadar contra corriente en cuestiones que se consideren fundamentales —y es de modo eminente el caso cuando se trata de religión— no equivale a contrastar ideas o convicciones, sino a condenarse al aislamiento, la marginación o el olvido. No suscita el diálogo, sino el silencio, la muerte civil, la supresión simbólica”. Tachar a Puente Ojea como “el embajador del ateísmo” era una rectificación demasiado burda de los usos de la diplomacia. Para ser embajador en la Unión Soviética no era necesario ser comunista, o para serlo en Arabia Saudí no es imprescindible ser musulmán, ni probablemente recomendable.

“La España oficial había dejado de ser católica.

” Con meticulosidad extraordinaria y estilo ameno, López Muñoz aporta todos los términos de la disputa. Su conclusión es que el embajador desarrolló el cargo adoptando “una postura equilibrada, prudente, honesta y dialogante con las autoridades vaticanas, con las ideas muy claras”. Pone como ejemplo el discurso ofrecido a Juan Pablo II en la entrega de sus cartas credenciales, y los gestos de satisfacción del propio pontífice. Casi una década más tarde, Puente Ojea escribe: “Al solicitar y obtener ese puesto no perseguía coronar mi carrera con un final brillante, sino cumplir mi firme proyecto de mostrar de modo público y bien visible que la España oficial había dejado de ser católica —aunque ciertas ambigüedades de la redacción del artículo 16 de la Constitución dejaron la puerta abierta a las viciosas prácticas cripto-confesionales de los Gobiernos que se sucedieron desde 1978. De esta manera, tuve el honor de protagonizar un capítulo inédito de la soberanía del Estado español ante la Iglesia romana”.

El exembajador en el Vaticano, Gonzalo Puente Ojea, y el actor Guillermo Toledo, en enero de 2003 durante un acto contra la guerra de Irak.

El exembajador en el Vaticano, Gonzalo Puente Ojea, y el actor Guillermo Toledo, en enero de 2003 durante un acto contra la guerra de Irak. EFE Y tan inédito. López Muñoz resume cómo “fracasaron estrepitosamente [anteriores gobiernos] frente a la intransigente y airada reacción pontificia, que hizo patente una vez más su resolución de acoger a representantes diplomáticos españoles solamente si eran creyentes y católicos obedientes”. Lo cierto es que Puente Ojea regresó a Madrid, pidió la jubilación y, en medio de una atención mediática extraordinaria en los principales medios europeos, se centró en escribir e influir de manera importante en el debate religioso y confesional en una España “inhóspita y dolorida”, según frase de Enrique Tierno Galván, el otro gran intelectual ateo del momento. Los diplomáticos demócratas cabían en el despacho del subsecretario Nacido en Cuba –su padre era allí cónsul general-, Puente Ojea ya era en 1987 un referente fundamental en el combate hacia la laicidad y la secularización, y también un faro para un sector del servicio diplomático durante la dictadura franquista, y después. López Muñoz refleja el ambiente con palabras del embajador Ramón Villanueva Echevarría. “La carrera diplomática estaba enfeudada con el franquismo e invadida por excombatientes y falangistas. De los 444 diplomáticos que había en 1960, 113 entraron mediante exámenes patrióticos. En aquel ambiente, Puente Ojea era un faro para los nuevos. Los diplomáticos demócratas cabíamos todos en su despacho”. Tampoco eran muchos los combatientes por el Estado laico. 

Puente Ojea va a ocuparse del tema en incontables libros, conferencias y entrevistas. Pronto, se hace cargo de la presidencia de Europa Laica, la organización que nació “para amargar, con verdades irrefutables, los abusos o embustes financieros de algunos jerarcas”. También discute con el PSOE, al que acusa de rendir pleitesía a los obispos, “por miedo o por indigencia intelectual”. Por ejemplo, es muy crítico con José Luis Rodríguez Zapatero, que asume el poder en el partido y en el Gobierno con el compromiso de ir caminando hacia la laicidad y de acabar con los dineros que el Estado entrega cada año, directamente, a través del IRPF, a la Conferencia Episcopal —140 millones en 2007; este año 352 millones, sin que los católicos pongan nada de su bolsillo—, y acaba elevando un 37% los porcentajes a entregar, mediante un simple canje de notas entre el ministro de Asuntos Exteriores y el nuncio del Vaticano. “La Iglesia católica no podía ni imaginar una situación como la actual, donde ha incrementado exponencialmente sus ingresos a costa del Estado, incumple sine die su compromiso de autofinanciación, cuenta con todas las prebendas en el ámbito educativo, simbólico o inmobiliario y está liberada de cargar con la legitimación del régimen que lo sustenta”, sostiene López Muñoz. El impacto del primer libro Puente Ojea, un pensador oceánico, de incontables registros, ya había deslumbrado con la publicación en 1974 de un libro impactante: Ideología e historia. El cristianismo como fenómeno ideológico. Lo escribió aún vivo el dictador Francisco Franco, cuando la libertad intelectual podía costar cara. Desde entonces, pese a los intentos de silenciarlo y de groseros ataques personales desde los ámbitos teológicos, ha sido el referente del pensamiento y la militancia laicista. “Por más que muchos autores lo usen sin citarlo, podemos observar su magisterio en pensadores como Antonio Piñero, Raúl González Salinero, Gabriel Albiac o Carlos García Gual”, afirma el autor de El desafío ateo de Puente Ojea. 

 El historiador Antonio Piñero, que escribe el prólogo del libro, todavía recuerda el impacto que le causó la lectura del primer Puente Ojea. “Fue un pionero, el que portaba la luz que iluminaba el camino entre la niebla, el que roturó seriamente el campo aún en barbecho del análisis crítico de la religión y de sus mitos, el que exponía sus conclusiones pese a la estigmatización que la manifestación de su libertad le iba a ocasionar”.