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martes, 4 de julio de 2023

La tetera de Bertrand Russell

La vida está llena de bulos, mentiras y fake news. Hoy circulan con más rapidez y frecuencia a través de las redes sociales. Además, creo que existe una actitud despreocupada por el discernimiento y la búsqueda de la verdad. La confianza en los demás nos convierte en las victimas ideales de todo tipo de tramposos, de mentirosos, estafadores o charlatanes. Los enunciados verdaderos, prudentes, inteligentes e instructivos llevan las de perder frente a los disparates que resultan más sugerentes o excitantes.

A todos nos interesa tener por cierto un máximo de cosas verdaderas y un mínimo de cosas falsas. Sabemos que no es nada fácil conseguirlo. Muchas veces nos equivocamos. Los errores no se deben al azar sino que están provocados por el “sesgo cognitivo”, que es una predisposición psicológica a llegar a un determinado tipo de conclusiones de manera automática. Los sesgos son maneras irracionales de dar por buenas determinadas ideas o decisiones. Existen muchos tipos de sesgos. Uno de ellos es el de autoridad.

Hace algunos años redacté una frase que, en un caso, estaba firmada por Felipe González y en otro por José María Aznar. Y les pedí a mis alumnos y alumnas que dijesen si estaban muy de acuerdo, de acuerdo, ni de acuerdo ni en desacuerdo, en desacuerdo o muy en desacuerdo. Al hacer el análisis descubrí que la mayoría de las opiniones no dependían del análisis racional de la frase sino del firmante de la misma.

El bulo no se fundamenta en argumentos verdaderos. Se contenta básicamente con provocar una respuesta emocional. El bulo no es cualquier información falsa sino aquella que la gente tiene interés en escuchar y transmitir.

Existen cuatro principios que nos permiten conocer un bulo. Forman el acrónimo NARA. 

1. El primero es el principio narrativo: la primera cualidad del bulo es su viralidad, es decir que se difunde con rapidez. El bulo es un enunciado fácil de recordar porque posee rasgos llamativos. La fuerza de la emoción nos hace creer en la historia. 

2. El segundo es el principio de atracción. El bulo eficaz es aquel que una vez difundido, es fácil de recordar. No solo despierta las ganas de creerlo sino las ganas de difundirlo.. A su capacidad de atracción se añade la prueba social: verdad es lo que la mayoría dice que es verdad. 

3. El tercero es el principio de resiliencia. Una vez que ha entrado en el cerebro, un bulo interactuará con otras ideas. Los bulos más poderosos contaminan otras proposiciones. Cualquier ataque que se le dirija será entendido como un ataque a nuestra persona. 

4. El cuarto es el principio de asimetría. La refutación de un bulo requiere un tiempo superior al que es necesario para producirlo. Decía Mark Rwain: “Una mentira puede recorrer medio mundo antes de que la verdad tenga tiempo para ponerse los zapatos”.

En la campaña electoral van a circular muchos bulos. Algunas mentiras se van a repetir de manera machacona en mítines y debates. En radios y televisiones. Van a difundirse muchas afirmaciones sin fundamento alguno. Será un ejercicio estupendo tratar de detectarlos y no ser víctimas de ellos.

El libro de Thomas C. Durand titulado “Bulos, chorradas e ideas perniciosas” tiene un subtítulo preciso: “La ciencia detrás de las mentiras que nos cuentan”. En dicho libro hay un capítulo que se titula “Herramientas para diseccionar los bulos”. Una de ellas es la tetera de Russell. Figuran además algunas otras: La navaja de Ockam, el dragón de Sagan, la guillotina de Hume, la navaja de Hanlon (de la que hablé en estas página hace tiempo).

Hoy me centraré en la tetera de Russel. Esta herramienta consiste en la historia de una tetera imaginada por el filósofo Bertrand Russell y de la que habla en un artículo escrito en 1952 para la revista Ilustrated Magazine, pero que nunca fue publicado. El artículo se titula “Is there a god?” (¿Hay un dios?). Se trata de una metáfora destinada a arrojar luz sobre la cuestión de la creencia (o de la no creencia) en Dios. Pero puede servir para cualquier otra creencia o afirmación.

Esto dice el texto original: “Muchos ortodoxos hablan como si fuera tarea de los escépticos el refutar los dogmas en lugar de que los demuestren quienes los sostienen. Se trata obviamente de un error. Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es tan pequeña que no puede verse ni siquiera con los telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, dado que mi afirmación no pudiera ser refutada, dudar de ella es un presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo si la existencia de la tetera estuviera descrita en los libros antiguos, si se enseñara cada domingo como una verdad sagrada y se inculcara a los niños en la escuela, entonces cualquier vacilación para creer en su existencia se convertiría en un síntoma de excentricidad y le valdría al escéptico los cuidados de un psiquiatra en una época ilustrada, o del inquisidor en tiempos más antiguos”.

En otros términos, Russell se considera ateterista, es decir, no creyente en la existencia de esa imaginaria tetera. Quien afirma algo es quien debe aportar la prueba de su enunciado, no les corresponde exigir a los demás que demuestren que está equivocado.

También es una ilustración del principio de refutabilidad. Una hipótesis debe ofrecer un flanco de contacto que se pueda contrastar con la realidad. Lo que puede afirmarse sin pruebas también puede negarse sin pruebas.

Voy a recoger tres enunciados que la derecha española formul con frecuencia. Enunciados que considero bulos puros y duros. “La ley de memoria democrática es una ley que se promulga con la intención de dividir a los españoles”. Y en este enunciado hay dos cuestiones igualmente problemáticas en cuanto a su veracidad. La primera se refiere a la intencionalidad. ¿Cómo se pude demostrar la intención que ha tenido el legislador? Y la segunda es la comprobación del hecho que se pretende denunciar: ¿realmente produce esa división? ¿Cómo se puede demostrar?

Además de dividir, se dice, reabre heridas que ya estaban cerradas. Y todavía más, la ley nos retrotrae a la guerra olvidada y nos sitúa en un escenario prebélico. No todas las heridas están cerradas, salvo para los vencedores que, o no las sufrieron o, si las sufrieron, han dispuesto de cuarenta años para curarse.

Todas las familias que no han podido encontrar los restos de sus familiares, ¿tienen ya cerradas las heridas? Recordar lo que pasó no pretende dividir sino rechazar todo lo que provocó aquella horrible división.

Por otra parte, quienes hacen esa afirmación (quienes pretenden convencernos de que la tetera de porcelana sigue describiendo su órbita en el firmamento) muestran una ferocidad en sus declaraciones que no se puede pensar en una división más profunda que la que alimentan cada día considerando a los adversarios políticos una maldición para el país.

Pienso en la señora Ayuso, que es el prototipo de una visceral oposición a todo lo que no sea su filosofía, su forma ver y de hacer política. Es tal la división que plantea en sus declaraciones que pactar con personas ajenas a su forma de pensar (miembros de Bildu, o de Esquerra, o del PNV) le parece una perversidad. Con esa gente, no hay que pactar, ,ni dialogar, ni mirarse. ¿Hay quien sienta y practique una división más profunda? ¿Por qué descalifica con tanta ligereza y desfachatez a los demás?

Otro bulo que le he oído repetir una y otra vez a la señora Presidenta de la Comunidad de Madrid, es que “la izquierda quiere empobrecer a los españoles, pretende llevarles a todos a la miseria para hacerse así necesaria”.

Y un tercer bulo, también difundido por la ilustre señora: “lo que desea el Presidente del Gobierno es meter a toda la oposición en la cárcel”. Quien esto afirma debería probarlo, pero no sé si podremos escuchar las explicaciones porque es muy fuerte el ruido de los aplausos con el que la premian sus seguidores.

La repetición del enunciado hasta llegar a la saciedad hace que muchas personas den por bueno el aserto, por falso e incluso estúpido que sea.

Quienes ven la tetera orbitando elípticamente entre Marte y la Tierra están viendo visiones. El problema es que son visiones interesadas, partidistas, formuladas para descalificar al adversario político.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2023/06/17/la-tetera-de-bertrand-russell/

domingo, 18 de junio de 2017

_--Moral y naturaleza humana: una justificación de la ética al margen de la religión.

_--José María Agüera Lorente

Una de esas llagas filosóficas que supuran permanentemente, al menos desde que la filosofía inauguró el reino de la reflexión sobre la conducta humana, individual y social, es la que atañe a la fundamentación de la moral. La clave se señaló como evidente desde el mismo inicio en esa distinción que todo estudiante de bachillerato se ve obligado a memorizar entre nomos y fisis, el ámbito de lo social, moral y político, por un lado, y el de lo natural, por otro. Nace la ética como teorización del ethos, esto es, de la conducta de los humanes –como le gusta llamar a Jesús Mosterín a los especímenes de homo sapiens– desde la consideración de su fin, a saber, la vida buena. De manera que la ética es la aplicación de la filosofía a la misma, como problema esencial que plantea la mera existencia al ser humano, cosa que no le pasa a ninguna otra especie animal que sepamos. Esto ocupa y preocupa a todo individuo consciente como destacó con ribetes existencialistas pero bastante prácticos nuestro Don José Ortega y Gasset, el cual, tan aficionado como era a metáforas y analogías, gustaba de esa imagen del náufrago que trata de aviárselas en el piélago de las circunstancias concretas que es cada vida. Así que, ¿por qué la ética? ¿Por qué someter a examen la vida propia como propugnaba Sócrates? Porque quiero vivir bien, y quiero saber cómo diantre se alcanza ese estado de cosas en el que me puedo sentir bien.

En esto se emplearon a fondo los filósofos de la etapa helenística (a partir del siglo IV a. C.) de la antigua filosofía griega, en la que florecieron –por la coyuntura histórica seguramente– un colorido ramillete de escuelas éticas entre las que destacaron, para tortura de nuevo de nuestros sufridos estudiantes, el estoicismo, el espicureísmo y el cinismo. Todas estas propuestas tenían un importante componente naturalista, sobre todo el epicureísmo –y por esto será objeto de vituperio por parte del cristianismo más adelante, por cuanto choca de frente con su planteamiento moral–. Quiere decirse que ya hace más de dos mil años se tenía conciencia de que la persona tiene esa esencia de fisis, natural, a la que no se le puede volver la espalda so pena de definir marcos morales en los que ningún humano real puede vivir a gusto. El primer deber ético –me atrevería a decir– es el respeto de la propia naturaleza humana, que conlleva forzosamente su conocimiento; eso sí, huyendo de cualquier tentación reduccionista que lo pueda confinar a los márgenes de la mera biología. Si no, más pronto que tarde terminamos en los delirios morales que suelen ir de la mano de los fundamentalismos religiosos. Esto lo supo ver muy bien Bertrand Russell cuando en su ensayo La vida buena, con sabor a ética clásica de la de las mencionadas escuelas helenísticas, apela al conocimiento de la naturaleza humana para trazar las líneas maestras de la virtud: «El instinto tiene sus derechos, y si lo violentamos toma venganza de mil maneras sutiles. Por lo tanto, al tender a la vida buena, hay que tener en cuenta los límites de la posibilidad humana. Y otra vez aquí volvemos a la necesidad del conocimiento».

Por eso para el maestro británico el conocimiento es parte imprescindible de la ética, dado que sólo concibe la vida buena como resultado de la inspiración del amor y la guía del conocimiento. Éste no puede ser otro que el científico. No existe el conocimiento ético para Russell; puede pasar por tal el conocimiento que nos permite establecer los medios mediante los cuales alcanzar los fines que deseamos. Pero los fines son cosa del deseo, no del conocimiento. La valoración de la bondad o maldad de nuestros actos tendrá que ver con la evaluación de sus consecuencias probables, para lo cual de nuevo –y esto ya no lo dice el filósofo pacifista, aunque cabe deducirlo de sus premisas– necesitamos del conocimiento científico. Éste es el que nos permite, pongamos por caso, evaluar como malos unos hábitos de vida que esquilman recursos naturales básicos para nuestra subsistencia como especie.

En cuanto al problema de qué fines son los buenos o –dicho de otro modo– qué debemos desear, qué debe orientar nuestra acción, sir Bertrand Russell apunta al componente emocional del comportamiento humano, sin duda insoslayable, pues, como la psicología más elemental demuestra, constituye un aspecto esencial de la motivación en casi todo lo que hacemos. Por eso afirma que la vida buena ha de ser guiada por el amor. A su entender, éste es un sentimiento que, idealmente, ofrece deleite (componente afectivo egoísta, digo yo) y benevolencia (componente afectivo altruísta, pienso) de manera equilibrada. Este punto de su propuesta ética lo vincula con la tradición del emotivismo moral, que no es nada despreciable por cuanto corrige los excesos del intelectualismo moral de raíz socrática y apuntala un análisis más realista del comportamiento juzgado desde una perspectiva valorativa. Otro sentimiento igualmente aducido como piedra de toque de la dimensión moral humana es la compasión, cuyo principal valedor fue Arthur Schopenhauer. Ya dentro del paradigma evolucionista cuyos cimientos estableció Charles R. Darwin las emociones ganaron en importancia a la hora de componer el cuadro completo dentro del cual hacer comprensible la naturaleza humana. El propio Darwin fue consciente de ello una vez definida la selección natural como clave de bóveda de su teoría de la evolución, lo que puso de manifiesto al dedicar un estudio al tema de la afectividad cuyas conclusiones quedaron recogidas en el libro titulado La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, quizá uno de los textos fundacionales de la etología, especialidad de la biología y la psicología experimental que tiene por objeto el estudio de los comportamientos animales (no humanos, en principio) y que –dicho sea de paso y curiosamente– tiene origen etimológico compartido con la ética (ya saben: ethos).

Sería una pretensión imposible por mi parte dar cuenta completa aquí de todos los trabajos que en la actualidad se hallan en curso o han arrojado ya resultados en torno a la problemática de la conducta moral en el ser humano y en otros animales desde una perspectiva natural. Por mencionar algunos nombres asociados a ellos, seguro que al lector no le descubro nada alejado de sus referencias si menciono a Frans de Waal o a Edward O. Wilson, ubicados en la orilla de la biología; y a Steven Pinker o José Sanmartín del lado de las neurociencias. De sus lecturas y de otras se atisba un hilo de complejo trenzado que me atrevo a decir conduce desde la naturaleza, a través de las emociones, hasta los valores y normas que constituyen la materia prima de la ética; y que seguramente tienen su origen en la experiencia del dolor, del sufrimiento, como ya apuntó el mencionado Schopenhauer y la actual filósofa Martha C. Nussbaum en su sentido libro Paisajes del pensamiento: la inteligencia de las emociones.

La moral es una compleja dimensión de la vida humana intrínsecamente asociada a su esencial componente social. La ética, como experimentación consciente de la moral abierta al examen crítico, requiere de todos los recursos que el conocimiento científico le puede proporcionar para no renunciar a apuntar, al menos teóricamente, a una noción cada vez mejor definida de vida buena. Éste, a mi entender, es el centro de la ética al margen de la religión. Ciertamente a lo largo de la historia de la humanidad, prácticamente en todas la culturas, la moral se ha fundamentado trascendentalmente sobre el soporte de la fe religiosa, la cual le ha otorgado una firmeza y uniformidad que no siempre aseguran el pensamiento crítico y el conocimiento científico, no exentos de un escepticismo que muchos toman por carencia de convicción ética. No sólo desde el mundo religioso, sino también desde sectores del científico y filosófico se considera que la moral es efectiva en tanto que se halla sancionada por el dogma religioso. De aquí se pasa fácilmente a justificar su presencia en la institución educativa si se quiere formar íntegramente al individuo, también en su faceta ética y moral. El difunto Stephen Jay Gould lo reconoce así en su libro, ya clásico, sobre el asunto titulado muy expresivamente en castellano Ciencia versus religión, un falso conflicto. En él enuncia su tesis de los magisterios no superpuestos (MANS), con la que traza la frontera entre dos sistemas de principios igualmente necesarios para que el ser humano camine por la senda de una existencia guiada por la sabiduría. Son magisterios, a su parecer, que no tienen por qué chocar, pues la ciencia se ocupa del conocimiento del universo, mientras que la religión tiene para sí la dimensión espiritual y moral de la vida humana. En palabras del biólogo norteamericano: «estos dos ámbitos poseen igual valor y nivel necesario para cualquier vida humana completa; y (…) permanecen lógicamente distintos y completamente separados en estilos de indagación».

No puedo estar de acuerdo con la postura que expone este libro. Por supuesto que moral, ética, espiritualidad, son aspectos esenciales de la existencia humana. Pero no son monopolio de ninguna religión. El conflicto cuyo sentido niega Jay Gould es un hecho histórico que se da prácticamente desde los orígenes del pensamiento racional con la filosofía y que, con el devenir de los siglos, se agudizó a partir de la revolución científica moderna, y tuvo los que seguramente fueron sus momentos estelares en los casos de Galileo Galilei y de Charles R. Darwin.

¿Ética sin religión? Claro que sí, necesariamente sí, si queremos avanzar desde la heteronomía moral que anula la libertad del individuo hacia un planteamiento autónomo y consciente del problema de la vida buena. ¿Ética al modo naturalista? ¿Por qué no? Desde una perspectiva histórica apenas –y con continuas resistencias desde los sectores temerosos de que el librepensamiento despliegue sus alas– hemos empezado a explorar el ámbito de la conducta moral humana aplicando el método científico. Evitando reduccionismos y adoptando un modelo sistémico del conocimiento en el que se integren las ciencias de la naturaleza, las sociales y las nuevas humanidades que aprovechan las aportaciones de unas y otras, alcanzaremos una mejor comprensión de la ética y la moral para ganar en sabiduría.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Por qué el intervencionismo humanitario es un callejón sin salida. Cuidado con la izquierda anti-anti-guerra

Traducido del francés por Beatriz Morales Bastos.

Desde la década de 1990 y en particular desde la guerra de Kosovo en 1999 los adversarios de las intervenciones occidentales y de la OTAN han tenido que enfrentarse a lo que se podría llamar una izquierda (y una extrema izquierda) anti-anti-guerra que reúne a la socialdemocracia, a los verdes y la mayor parte de la izquierda radical (el Nuevo Partido Anticapitalista francés [1], diversos grupos antifascistas etc.) [2]. No se declara abiertamente a favor de las intervenciones occidentales y a veces las critica (en general, únicamente en relación a las tácticas seguidas y los intereses, petroleros o geoestratégicos, que se atribuyen a las potencias occidentales), pero emplea todas sus energías en “advertir” de las supuestas derivas de la izquierda que se sigue oponiendo firmemente a estas intervenciones. Nos llama a apoyar a las “víctimas” frente a los “verdugos”, a ser “solidarios con los pueblos frente a los tiranos”, a no ceder a un “antiimperialismo”, un “antiamericanismo” o un “antisionismo” simplistas y, sobre todo, a no aliarse a la extrema derecha. Después de los albano-kosovares en 1999, les tocó a las mujeres afganas, a los kurdos iraquíes y más recientemente a los pueblos libio y sirio a los que “nosotros” tenemos que proteger.

No se puede negar que la izquierda anti-anti-guerra ha sido extremadamente eficaz. La guerra en Iraq, que se había presentado bajo la forma de una amenaza pasajera, suscitó una oposición pasajera, aunque en la izquierda solo hubo una oposición muy débil a las intervenciones presentadas como “humanitarias”, como la de Kosovo, el bombardeo de Libia o actualmente la injerencia en Siria. Cualquier reflexión sobre la paz o el imperialismo simplemente se barrió ante la invocación del “derecho de injerencia” o del “deber de asistencia a un pueblo en peligro”.

Una extrema izquierda nostálgica de las revoluciones y de las luchas de liberación nacional tiende a analizar cualquier conflicto en el interior de un país dado como una agresión de un dictador contra su pueblo oprimido que aspira a la democracia. La interpretación, común a la izquierda y a la derecha, de la victoria de Occidente en la lucha contra el comunismo tuvo un efecto parecido.

La ambigüedad fundamental de la izquierda anti-anti-guerra radica en la cuestión de saber quién es el “nosotros” que debe proteger, intervenir, etc. Si se trata de la izquierda occidental, de los movimientos sociales o de las organizaciones de derechos humanos, hay que plantearles la pregunta que hizo Stalin a propósito del Vaticano: “¿Cuántas divisiones tienen?”. En efecto, todos los conflictos en los que se supone que “nosotros” tenemos que intervenir son conflictos armados. Intervenir significa intervenir militarmente y para ello hace falta tener los medios militares de hacerlo. Es evidente que la izquierda europea no tienen estos medios. Podría apelar a los ejércitos europeos para que interviniera en vez del de Estados Unidos, pero aquellos nunca lo han hecho sin un apoyo masivo de Estados Unidos, lo que hace que el mensaje real de la izquierda anti-anti-guerra sea: “¡Señores estadounidenses, hagan la guerra, no el amor!”. Mejor aún, como después de la debacle en Afganistán y en Irak, los estadounidenses ya no se van a arriesgar a enviar tropas de tierra se pide a las Fuerzas Aéreas estadounidenses, y solo a ellas, que vayan a bombardear a los países violadores de los derechos humanos.

Evidentemente, se puede mantener que el futuro de los derechos humanos se puede confiar a la atención y a la buena voluntad del gobierno estadounidense, de sus bombarderos y de sus drones. Pero es importante comprender que eso es lo que significan concretamente todos los llamamientos a la “solidaridad” y al “apoyo” a los movimientos secesionistas o rebeldes implicados en luchas armadas. En efecto, estos movimientos no tienen necesidad alguna de las consignas gritadas en “manifestaciones de solidaridad” en Bruselas o París, y no es eso lo que piden. Quieren armas pesadas y que se bombardee a sus enemigos, y eso solo se lo puede suministrar Estados Unidos.

Si la izquierda anti-anti-guerra fuera honesta, debería asumir esta elección y pedir abiertamente a Estados Unidos que bombardeara ahí donde se violen los derechos humanos. Pero entonces debería asumir esta elección hasta el final. En efecto, esa misma clase política y militar que se supone salva a las poblaciones “víctimas de sus tiranos” es la que hizo la guerra de Vietnam, el embargo y las guerras contra Irak, la que impone sanciones arbitraras a Cuba, Irán y a todos los países que no le gustan, la que apoya incondicionalmente a Israel, la que se opone por todos los medios, incluidos los golpes de Estado, a los reformadores de América Latina, de Arbenz a Chavez pasando por Allende, Goulart y otros, y la que explota descaradamente los recursos y a los y las trabajadoras por todo el mundo. Hace falta mucha buena voluntad para ver en esta clase política y militar el instrumento de salvación de las “víctimas”, pero es lo que en la práctica preconiza la izquierda anti-anti-guerra ya que, dadas las relaciones de fuerza en el mundo, no existe ninguna otra instancia capaz de imponer su voluntad por medios militares.

Evidentemente, el gobierno estadounidense apenas tiene conocimiento de la existencia de la izquierda anti-anti-guerra europea. Estados Unidos decide hacer o no la guerra en función de sus posibilidades de éxito, de sus intereses, de la oposición interna y externa a ella, etc. Y una vez desencadenada quiere ganarla por todos los medios. No tienen ningún sentido pedirle que haga solo buenas intervenciones, solo contra los verdaderos malos y con unos medios amables que salven a los civiles y a los inocentes.

Quienes pidieron a la OTAN que “mantuviera los progresos para las mujeres afganas”, como hizo Amnistía Internacional (USA) durante una reunión de la OTAN en Chicago [3], piden de hecho a Estados Unidos que intervenga militarmente y, entre otras cosas, que bombardee a civiles afganos y envíe drones a Pakistán. No tiene ningún sentido pedirle que proteja y no bombardee, porque así es como funcionan los ejércitos.

Uno de los temas favoritos de la izquierda anti-anti-guerra es pedir a quienes se oponen a las guerras que no “apoyen al tirano”, en todo caso, no a aquel cuyo país es atacado. El problema es que toda guerra necesita un esfuerzo generalizado de propaganda y que este se basa en la criminalización del enemigo y, sobre todo, de su dirigente. Para oponerse eficazmente a esta propaganda es necesario denunciar las mentiras de la propaganda, contextualizar los crímenes del enemigo y compararlos a los de nuestro propio campo. Es una tarea necesaria, aunque ingrata y arriesgada: se reprochará eternamente el menor error, mientras que todas las mentiras de la propaganda de guerra se olvidan una vez que terminan las operaciones.

Ya durante la Primera Guerra Mundial se acusó a Bertrand Russell y a los pacifistas británicos de “apoyar al enemigo”, pero si desmontaron la propaganda de los aliados no fue por amor al Kaiser alemán, sino por apego a la paz. A la izquierda anti-anti-guerra le encanta denunciar“el doble rasero” de los pacifistas coherentes que critican los crímenes de su propio campo pero contextualizan o refutan los que se atribuyen al enemigo del momento (Milosevic, Gadafi, Assad etc.), pero este “doble rasero” no es sino la consecuencia de una opción deliberada y legítima: contrarrestar la propaganda de guerra ahí donde se encuentra (es decir, en Occidente), propaganda que se basa ella misma tanto en una constante criminalización del enemigo atacado como en una idealización de aquellos que lo atacan.

La izquierda anti-anti-guerra no tiene ninguna influencia en la política estadounidense, pero eso no quiere decir que no tenga efectos. Por una parte, su retórica insidiosa ha permitido neutralizar todo el movimiento pacifista o en contra de la guerra, pero también ha hecho imposible toda postura independiente de un país europeo, como fue el caso de Francia bajo De Gaulle e incluso, en menor medida, bajo Chirac, o de la Suecia de Olof Palme. Hoy la izquierda anti-anti-guerra, que tienen una considerable repercusión mediática, atacaría inmediatamente esta postura por considerarla un “apoyo al tirano”, otro “Munich” o un “crimen de indiferencia”.

Lo que ha conseguido la izquierda anti-anti-guerra es destruir la soberanía de los Estados europeos frente a Estados Unidos y eliminar toda postura de izquierda independiente ante las guerras y ante el imperialismo. También ha llevado a la mayoría de la izquierda europea a adoptar posturas totalmente contradictorias con las de la izquierda latinoamericana y a erigirse en adversarios de países como China o Rusia que tratan de defender el derecho internacional (y tienen toda la razón al hacerlo).

Un aspecto extraño de la izquierda anti-anti-guerra es que es la primera en denunciar las revoluciones del pasado que llevaron al totalitarismo (Stalin, Mao, Pol Pot etc.) y que constantemente nos pone en guardia ante la repetición de estos “errores” del apoyo a dictadores hecho por parte de la izquierda de la época. Pero ahora que la revolución la llevan a cabo los islamistas, se supone que tenemos que creer que todo va a ir bien y aplaudir. ¿Y si la “lección que hay que aprender del pasado” fuera que las revoluciones violentas, la militarización y las injerencias extranjeras no eran la única o la mejor manera de realizar cambios sociales?

A veces se nos responde que hay que actuar “con urgencia” (para salvar a las víctimas). Aunque se aceptara este punto de vista, el hecho es que después de cada crisis la izquierda no hace ninguna reflexión sobre lo que podría ser una política que no fuera el apoyo a las intervenciones militares. Esta política debería dar un giro de 180° respecto a la que actualmente predica la izquierda anti-anti-guerra. En vez de pedir más intervenciones deberíamos exigir a nuestros gobiernos un respeto estricto del derecho internacional, la no injerencia en los asuntos internos de otros Estados y sustituir las confrontaciones por la cooperación. La no injerencia no es solo la no intervención en el plano militar, sino también en los planos diplomático y económico: nada de sanciones unilaterales, nada de amenazas durante negociaciones y trato de todos los Estados en pie de igualdad. En vez de “denunciar” sin parar a los dirigentes malos de países como Rusia, China, Irán y Cuba en nombre de los derechos humanos, algo que le encanta hacer a la izquierda anti-anti-guerra, deberíamos escucharles, dialogar con ellos y hacer comprender sus puntos de vista a nuestros conciudadanos

Evidentemente, esta política no resolvería los problemas de derechos humanos, en Siria o Libia o en otra parte. Pero, ¿qué los resuelve? La política de injerencia aumenta las tensiones y la militarización en el mundo. Los países que se sienten objeto de esta política, y son muchos, se defienden como pueden; las campañas de criminalización impiden las relaciones pacíficas entre Estados, los intercambios culturales entre sus ciudadanos e indirectamente el desarrollo de las ideas liberales que se supone que promueven los partidarios de la injerencia. A partir del momento en que la izquierda anti-anti-guerra abandonó todo programa alternativo ante esta política, renunció de hecho a tener la menor influencia en los asuntos del mundo. No es cierto que “ayude a las víctimas”, como ella pretende. Aparte de destruir toda resistencia que hubiera aquí al imperialismo y a la guerra, no hace nada y, a fin de cuentas, los únicos que reaccionan realmente son los gobiernos estadounidenses. Confiarles el bienestar de los pueblos es una actitud de desesperación absoluta.

Esta actitud es un aspecto de la manera cómo ha reaccionado la mayoría de la izquierda ante la “caída del comunismo”, apoyando exactamente lo contrario de las políticas seguidas por los comunistas, en particular en los asuntos internacionales, donde toda oposición al imperialismo y toda defensa de la soberanía era considerada por la izquierda una forma de paleoestalinismo.

Tanto la política de injerencia como la construcción europea, otro importante ataque a la soberanía nacional, son dos políticas de derecha. La una se basa en los intentos estadounidenses de hegemonía mundial y la otra en el neoliberalismo y la destrucción de los derechos sociales, justificados en gran medida por unos discursos “de izquierda”: los derechos humanos, el internacionalismo, el antirracismo y el antinacionalismo. En ambos casos una izquierda desorientada por el fin del comunismo buscó una tabla de salvamiento en el discurso “humanitario” y “generoso” completamente carente de un análisis realista de las relaciones de fuerza en el mundo. Con semejante izquierda, la derecha prácticamente no necesita ideología, le basta con la de los derechos humanos.

Con todo, estas dos políticas, la injerencia y la construcción europea, se encuentran hoy en un punto muerto: el imperialismo estadounidense se enfrenta a unas dificultades enormes tanto en el plano económico como diplomático; la política de injerencia ha logrado unir a gran parte del mundo en contra ella. Ya casi nadie cree en otra Europa, en una Europa social, y la Europa que existe realmente, neoliberal (la única posible) no suscita mucho entusiasmo entre los y las trabajadoras. Por supuesto, estos fracasos benefician a la derecha y a la extrema derecha, pero ello solo porque la mayor parte de la izquierda ha abandonado la defensa de la paz, del derecho internacional y de la soberanía nacional como condición previa a la democracia.

Notas:

[1] Véase sobre esta organización Ahmed Halfaoui, Colonialiste d’«extrême gauche»? Véase:
http://www.legrandsoir.info/colonialiste-d-extreme-gauche.html.

[2] Por ejemplo, en febrero de 2011, una octavilla distribuida en Toulouse preguntaba a propósito de Libia y de las amenenazas de “genocidio” por parte de Gadafi: “¿Dónde está Europa? ¿Dónde está Francia? ¿Dónde está Estados Unidos? ¿Dónde están las ONG?” y “¿Acaso el valor del petróleo y del uranio son más importantes que el pueblo libio?”. es decir, que los autores de la octavilla - firmada entre otros por Alternative Libertaire, Europe Écologie-Les Verts, Gauche Unitaire, LDH, Lutte Ouvrière, Mouvement de la Paix (Comité 31), MRAP, NPA31, OCML-Voie Prolétarienne Toulouse, PCF31, Parti Communiste Tunisien, Parti de Gauche31- rerpochaban a los occidentales que no intervinieran debido a intereses económicos. Nos preguntamos qué pensaron estos autores cuando el CNT libio prometió vender el 35% del petróleo libio a Francia (y ello independientemente de que se mantuviera o no esta promesa o de que el petróleo sea o no la causa de la guerra).

[3] Véase por ejemplo: Jodie Evans, Why I Had to Challenge Amnesty International-USA's Claim That NATO's Presence Benefits Afghan Women.
http://www.alternet.org/story/156303/why_i_had_to_challenge_amnesty_international-usa's_claim_that_nato's_presence_benefits_afghan_women.
Fuente (en francés): http://www.legrandsoir.info/reponse-a-la-gauche-anti-anti-guerre.html

Versión inglesa: http://www.counterpunch.org/2012/12/04/beware-the-anti-anti-war-left/
Jean Bricmont, Le grand soir/Counterpunch