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miércoles, 13 de abril de 2016

Inédito Galeano. Coincidiendo con el aniversario de su muerte, se presenta 'El cazador de historias', texto que el escritor uruguayo dejó terminado antes de morir

Brevísima síntesis de la historia contemporánea

Desde hace ya algunos siglos, los súbditos se han disfrazado de ciudadanos y las monarquías prefieren llamarse repúblicas.

Las dictaduras locales, que dicen ser democracias, abren sus puertas al paso avasallante del mercado universal. En este mundo, reino de libres, todos somos uno. Pero ¿somos uno o somos ninguno? ¿Compradores o comprados? ¿Vendedores o vendidos? ¿Espías o espiados?

Vivimos presos tras barrotes invisibles, traicionados por las máquinas que simulan obediencia y mienten, con cibernética impunidad, al servicio de sus amos.

Las máquinas mandan en las casas, en las fábricas, en las oficinas, en las plantaciones agrícolas, en las minas y en las calles de las ciudades, donde los peatones somos molestias que perturban el tráfico. Y las máquinas mandan también en las guerras, donde matan tanto o más que los guerreros de uniforme.

Sagrada familia

Padre castigador, madre abnegada, hija sumisa, esposa muda. Como Dios manda, la tradición enseña y la ley obliga:
el hijo golpeado por el padre
que fue golpeado por el abuelo
que golpeó a la abuela
nacida para obedecer,
porque ayer es el destino de hoy y todo lo que fue seguirá siendo.
Pero en alguna pared, de algún lugar, alguien garabatea:
Yo no quiero sobrevivir.
Yo quiero vivir.


La carta y la vida

En cierto día de octubre de cada año, sonaba el teléfono en la casa de Mirta Colángelo:

—Hola, Mirta. Soy Jorge Pérez. Ya te imaginás por qué te llamo.

Hoy hace dieciséis años que encontré aquella botella. Te llamo, como siempre, para celebrarlo.

Jorge había perdido el empleo y las ganas de vivir, y andaba caminando su desdicha entre las rocas de Puerto Rosales, cuando encontró una de esas naves de la flota que los alumnos de Mirta arrojaban, cada año, a la mar. Dentro de cada botella, había una carta.

En la botella que encontró Jorge, la carta, muy mojada pero todavía legible, decía:

—Me llamo Martín. Tengo ocho anios. Busco un amigo por los caminos del agua.

Jorge la leyó y esa carta le devolvió la vida.

Semillas de identidad

A mediados del año 2011, más de cincuenta organizaciones de Perú se reunieron en defensa de las tres mil doscientas cincuenta variedades de papas. Esa diversidad, herencia de ocho mil años de cultura campesina, está hoy por hoy amenazada de muerte por la invasión de los transgénicos, el poder de los monopolios y la uniformidad de los cultivos.

Paradójico mundo es este mundo, que en nombre de la libertad te invita a elegir entre lo mismo y lo mismo, en la mesa o en la tele.

El perro ‘Kanelos’

Y en otra charla, en Atenas, ante los estudiantes del Politécnico, fui acompañado por un perro, llamado Kanelos.

Él se acurrucó a mis pies, en el estrado. Yo no lo conocía, pero él tuvo la paciencia de escucharme, la cabeza erguida, del principio al fin. Kanelos era un perro marca perro, un perro de la calle, respondón, etobado, que jamás faltaba a ninguna de las manifestaciones estudiantiles, siempre a la cabeza de todos, desafiando a los policías.

Siete años después, en el año 2010, estalló la furia griega. Los estudiantes encabezaron la protesta contra los exterminadores de países, que estaban obligando a Grecia a purgar los pecados de Wall Street, y a la cabeza del griterío popular, visible entre los gases y los fuegos, había un perro. Lo reconocí en las fotos. Era Kanelos. Pero mis amigos griegos me dijeron que Kanelos había muerto, hacía un año y medio.

Yo les aclaré que se equivocaban. Aquel perro protestón, aquel atorrante impresentable, era Kanelos. Ahora se llamaba Lukanikos, para despistar al enemigo.

 http://cultura.elpais.com/cultura/2016/04/06/babelia/1459943125_394703.html