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domingo, 25 de diciembre de 2022

Espiritualidad para tiempos difíciles. Cómo leer a Shakespeare mejora nuestro mundo interior y nuestras inversiones en Bolsa

Se considera que las personas con creencias trascendentes tienen más recursos ante momentos de dificultad que las agnósticas o ateas. ¿Es verdaderamente así?

Según varios estudios recogidos en The Oxford Handbook of Psychology and Spirituality, hay una relación manifiesta entre espiritualidad, resiliencia y emociones positivas. Las personas con una dimensión espiritual suelen tener más resiliencia, que es la capacidad de afrontar situaciones adversas, básicamente porque introducen el sentido en la ecuación del sufrimiento. El psiquiatra Viktor Frankl afirmaba: “Si podemos encontrar algo por lo que vivir, algún significado para poner en el centro de nuestras vidas, incluso el peor tipo de sufrimiento se vuelve soportable”. Las personas con creencias religiosas tienen más facilidad para encontrar ese sentido al sufrimiento. Algunas sienten que son puestas a prueba por una instancia superior; otras, que lo que están viviendo les capacitará para ayudar a los demás. En momentos de extrema dificultad, tener algún tipo de fe ayuda a albergar emociones positivas, bien sea porque se percibe el apoyo de una fuerza que está más allá de uno mismo, a la que se recurre a través de la oración u otra práctica religiosa, o porque nos sirve para superarnos como seres humanos y ser más útiles a la sociedad.

Este segundo punto es especialmente interesante, puesto que no es necesario ser religioso o creer en otra vida para disfrutar de los beneficios de la espiritualidad. De hecho, se puede ser agnóstico o ateo y ser profundamente espiritual, si confiamos en la bondad del ser humano y en su capacidad de trascender el ego y extender su mano a los demás.

Alguien que atraviesa una situación muy difícil puede hundirse ante lo que percibe como un golpe del destino, o bien entenderlo como una oportunidad para ayudar a otras personas que pasan o pasarán por ese mismo trance. Esto le dará un significado que le permitirá afrontar cualquier circunstancia. Como decía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir puede resistir casi cualquier cómo”.

Un ejemplo reciente de esto es el caso de Juan Carlos Unzué. Tras una vida dedicada al fútbol, en junio de 2020 fue diagnosticado de ELA (esclerosis lateral amiotrófica). Inmediatamente se erigió en portavoz de quienes padecen esta enfermedad y desde entonces su actividad ha sido incansable. Uno de sus hitos fue organizar el partido benéfico entre el FC Barcelona y el Manchester City, que recaudó más de cuatro millones de euros para la lucha contra la enfermedad. Además de la certeza de estar aportando a la sociedad, al ver las gradas llenas de público Unzué declaró que empezó casi a levitar.

El contrario de esta sensación vital es la apatía que embarga a muchas personas, incluso las que no padecen problemas especialmente graves. Viktor Frankl hablaba de “la neurosis dominical, ese tipo de depresión que aflige a las personas que se dan cuenta de la falta de contenido en sus vidas cuando terminan las prisas de la semana ocupada y el vacío dentro de ellos se manifiesta”. Contra ese estado, afirmaba que no hay nada que despierte y capacite tanto a una persona como la consciencia de tener una tarea en la vida.

Pero ¿qué sucede si no la tengo?
Según el padre de la logoterapia, buscar nuestra misión en la vida es ya una misión en sí misma. Del mismo modo, aunque hayamos vivido de espaldas a la espiritualidad, el solo hecho de buscarla nos pone ya en la senda. Algunos caminos para cultivarla:

1. Preguntas existenciales. Interrogarnos sobre el sentido de nuestra vida, sobre nuestro verdadero propósito, es una vía a la espiritualidad.

2. Ensayos filosóficos. Hay numerosos autores que indagan en estas cuestiones sin pertenecer a un determinado credo, como por ejemplo Jiddu Krishnamurti, el gran filósofo laico indio del siglo XX.

3. Conectar con la naturaleza. A muchas personas, pasear por un bosque u otro espacio natural les hace sentir en comunión con Dios, la totalidad o el nombre que quiera darse a lo que está más allá de uno mismo.

4. Silencio y meditación. La vía clásica de los místicos a la trascendencia parte de la idea de que, cuando cesan las palabras y el ruido del mundo, el ser humano puede encontrar la serenidad y el misterio.

Inteligencia espiritual
— En 2011, Francesc Torralba publicaba Inteligencia espiritual, donde abordaba los beneficios de desarrollar esa dimensión en el ser humano. En opinión de este teólogo y filósofo, la práctica de la espiritualidad ayuda a romper el caparazón del ego y protege del narcisismo. Al salir de nuestro restringido mundo de problemas, nos abrimos a lo desconocido y nos interesamos por los demás. Esto humaniza y permite vivir de forma más útil y positiva, razón suficiente para cultivar la inteligencia espiritual, aunque no profesemos ninguna fe o religión concreta.

— Torralba cita en su libro las investigaciones de la profesora Dahar Zohar y del psiquiatra Ian Marshall, de las universidades de Oxford y Londres, respectivamente, para afirmar que las personas con este tipo de inteligencia “son más abiertas a la diversidad, tienen una mayor tendencia a preguntarse el porqué y el para qué de las cosas y, además, son capaces de afrontar con valor las adversidades de la vida”.

Francesc Miralles es escritor y periodista experto en psicología.

https://elpais.com/eps/2022-12-08/espiritualidad-para-tiempos-dificiles.html

viernes, 16 de diciembre de 2022

_- Espiritualidad para tiempos difíciles. PSICOLOGÍA. FRANCESC MIRALLES

_- Se considera que las personas con creencias trascendentes tienen más recursos ante momentos de dificultad que las agnósticas o ateas. ¿Es verdaderamente así?

Según varios estudios recogidos en The Oxford Handbook of Psychology and Spirituality, hay una relación manifiesta entre espiritualidad, resiliencia y emociones positivas. Las personas con una dimensión espiritual suelen tener más resiliencia, que es la capacidad de afrontar situaciones adversas, básicamente porque introducen el sentido en la ecuación del sufrimiento. El psiquiatra Viktor Frankl afirmaba: “Si podemos encontrar algo por lo que vivir, algún significado para poner en el centro de nuestras vidas, incluso el peor tipo de sufrimiento se vuelve soportable”. Las personas con creencias religiosas tienen más facilidad para encontrar ese sentido al sufrimiento. Algunas sienten que son puestas a prueba por una instancia superior; otras, que lo que están viviendo les capacitará para ayudar a los demás. En momentos de extrema dificultad, tener algún tipo de fe ayuda a albergar emociones positivas, bien sea porque se percibe el apoyo de una fuerza que está más allá de uno mismo, a la que se recurre a través de la oración u otra práctica religiosa, o porque nos sirve para superarnos como seres humanos y ser más útiles a la sociedad.

Este segundo punto es especialmente interesante, puesto que no es necesario ser religioso o creer en otra vida para disfrutar de los beneficios de la espiritualidad. De hecho, se puede ser agnóstico o ateo y ser profundamente espiritual, si confiamos en la bondad del ser humano y en su capacidad de trascender el ego y extender su mano a los demás.

Alguien que atraviesa una situación muy difícil puede hundirse ante lo que percibe como un golpe del destino, o bien entenderlo como una oportunidad para ayudar a otras personas que pasan o pasarán por ese mismo trance. Esto le dará un significado que le permitirá afrontar cualquier circunstancia. Como decía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir puede resistir casi cualquier cómo”.

Un ejemplo reciente de esto es el caso de Juan Carlos Unzué. Tras una vida dedicada al fútbol, en junio de 2020 fue diagnosticado de ELA (esclerosis lateral amiotrófica). Inmediatamente se erigió en portavoz de quienes padecen esta enfermedad y desde entonces su actividad ha sido incansable. Uno de sus hitos fue organizar el partido benéfico entre el FC Barcelona y el Manchester City, que recaudó más de cuatro millones de euros para la lucha contra la enfermedad. Además de la certeza de estar aportando a la sociedad, al ver las gradas llenas de público Unzué declaró que empezó casi a levitar.

El contrario de esta sensación vital es la apatía que embarga a muchas personas, incluso las que no padecen problemas especialmente graves. Viktor Frankl hablaba de “la neurosis dominical, ese tipo de depresión que aflige a las personas que se dan cuenta de la falta de contenido en sus vidas cuando terminan las prisas de la semana ocupada y el vacío dentro de ellos se manifiesta”. Contra ese estado, afirmaba que no hay nada que despierte y capacite tanto a una persona como la consciencia de tener una tarea en la vida.

Pero ¿qué sucede si no la tengo?
Según el padre de la logoterapia, buscar nuestra misión en la vida es ya una misión en sí misma. Del mismo modo, aunque hayamos vivido de espaldas a la espiritualidad, el solo hecho de buscarla nos pone ya en la senda. Algunos caminos para cultivarla:

1. Preguntas existenciales. Interrogarnos sobre el sentido de nuestra vida, sobre nuestro verdadero propósito, es una vía a la espiritualidad.

2. Ensayos filosóficos. Hay numerosos autores que indagan en estas cuestiones sin pertenecer a un determinado credo, como por ejemplo Jiddu Krishnamurti, el gran filósofo laico indio del siglo XX.

3. Conectar con la naturaleza. A muchas personas, pasear por un bosque u otro espacio natural les hace sentir en comunión con Dios, la totalidad o el nombre que quiera darse a lo que está más allá de uno mismo.

4. Silencio y meditación. La vía clásica de los místicos a la trascendencia parte de la idea de que, cuando cesan las palabras y el ruido del mundo, el ser humano puede encontrar la serenidad y el misterio.

Inteligencia espiritual

En 2011, Francesc Torralba publicaba Inteligencia espiritual, donde abordaba los beneficios de desarrollar esa dimensión en el ser humano. En opinión de este teólogo y filósofo, la práctica de la espiritualidad ayuda a romper el caparazón del ego y protege del narcisismo. Al salir de nuestro restringido mundo de problemas, nos abrimos a lo desconocido y nos interesamos por los demás. Esto humaniza y permite vivir de forma más útil y positiva, razón suficiente para cultivar la inteligencia espiritual, aunque no profesemos ninguna fe o religión concreta.

Torralba cita en su libro las investigaciones de la profesora Dahar Zohar y del psiquiatra Ian Marshall, de las universidades de Oxford y Londres, respectivamente, para afirmar que las personas con este tipo de inteligencia “son más abiertas a la diversidad, tienen una mayor tendencia a preguntarse el porqué y el para qué de las cosas y, además, son capaces de afrontar con valor las adversidades de la vida”.

Francesc Miralles es escritor y periodista experto en psicología.