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jueves, 6 de enero de 2022

HISTORIA. El hambre fue hambruna, no hubo pertinaz sequía: cómo el franquismo manipuló la historia.

Un estudio desmonta las tres teorías que sirvieron a Franco para justificar las pésimas condiciones de vida en los primeros años de la dictadura.

La pertinaz sequía del franquismo duró apenas un año. El aislamiento internacional fue mayoritariamente voluntad del régimen y los desastres de la guerra no fueron tan grandes como para no poder remediar los llamados años del hambre en España, una década larga en la que muchos españoles vivieron en la miseria y con serias dificultades para comer. 

Tres mitos utilizados por Franco quedan comprometidos por una investigación de Miguel Ángel del Arco, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada. Del Arco cambia además un paradigma: no fue hambre lo que ocurrió en España, sino hambruna, un concepto más amplio y con más consecuencias sociales. El estudio del historiador granadino, realizado gracias a una beca Leonardo de la Fundación BBVA que se le concedió a finales de 2020 y que tiene previsto convertir en libro, concluye que el régimen franquista justificó las dificultades de aquellos años a partir de un relato falso, obviando la propia y gran contribución a la pésima calidad de vida de miles de personas.

Franco, desde el rigor y lejos de la manipulación
Tras la Guerra Civil (abril 1936 a julio 1939) y hasta los primeros años de la década de los cincuenta, el país, especialmente el sur, sufrió tremendas dificultades para recuperarse y la vida se volvió muy difícil. Son los años del hambre, que la dictadura justificó con esas tres excusas. Primero, las consecuencias de la guerra. Con el paso del tiempo, esta dejó de tener sentido. El régimen miró al cielo y encontró entonces la “pertinaz sequía”. Cuando esta se desgastó, Franco miró fuera del país y encontró su tercera razón: el aislamiento internacional. La dictadura siempre encontró razones externas para justificar el desastre pero, como explica Del Arco, los motivos estaban siempre dentro, en sus propias decisiones.

La pertinaz sequía es un concepto perfectamente construido, sonoro y eficaz. Las personas de cierta edad posiblemente no puedan evitar recomponerlo cuando oyen una u otra palabra por separado. Y, sin embargo, nunca ocurrió. Los años del hambre transcurren desde 1939 hasta 1952. Aún sin registros oficiales de lluvia en aquellos años, Del Arco ha podido reconstruir la situación. “No es posible hablar de sequía persistente” aunque, asegura, sí fue especialmente seca la temporada agrícola 1944-45, lo que “el régimen aprovechó para justificar una década de miseria”. La realidad es que la agricultura no daba abasto para cubrir las necesidades porque “el rendimiento por hectárea cayó en picado. Entre otras razones, porque no había fertilizantes químicos, resultado del deseo de no comprar en el extranjero, ni orgánicos, ya que la cabaña ganadera está muy menguada por la guerra y el hambre”.

La autarquía
“El problema de España en la posguerra es el sistema económico elegido voluntaria e ideológicamente por Franco: la autarquía, con una grandísima inspiración en la Alemania nazi y en la Italia de Mussolini. Franco —con una gran desconfianza hacia Francia o Inglaterra, principales socios comerciales de España entonces— se consideraba superdotado para la economía y creía que él podría arreglar la situación tras la guerra”. Un gran error que, para Del Arco, marca el futuro del país en esos años. La idea era: España es autosuficiente y nos sobrará para exportar. Con ello y con un gran ejército, dice Del Arco, “España sería imperial”. Todo tan fuera de la realidad como comprobaron en sus propias carnes miles de familias. En la década de los cincuenta, “Franco deja de opinar sobre economía y llegan los tecnócratas”, narra el profesor, con lo que la situación económica mejora.

Los años del hambre, explica Del Arco, habría que llamarlos de la hambruna. Este historiador no entiende el desinterés de la historiografía española por esta década y a este fenómeno. “Un solo libro de texto menciona el término en la ESO”, afirma. Hambruna, frente a hambre, supone mucho más que morir por no comer: incluye también fallecimientos causados por enfermedades inducidas por el hambre y una alimentación deficiente. La hambruna provoca, además, un severo empobrecimiento de los grupos más vulnerables, con las consecuencias presentes y futuras que eso supone. Del Arco recuerda que el historiador Stanley Payne cifró en 200.000 muertos los fallecidos por desnutrición o enfermedades derivadas de ello en los cinco años siguientes a la guerra. La cifra de Payne no puede cotejarse con datos oficiales porque no existen.

Los otros dos argumentos, aislamiento internacional y consecuencias de la guerra, son igualmente negados por Del Arco, quien explica que los estragos no fueron tan grandes para explicar tanta miseria. “Hubo destrucción importante de viviendas, de infraestructuras de comunicaciones pero, sobre todo, de capital humano, con la marcha de tanta gente al exilio. Pero parte del territorio donde estaban los republicanos no sufrió tanto porque estos, en su retirada, no destruían lo que dejaban atrás. Se nota mucho en País Vasco y Cataluña”.

El aislamiento internacional es la excusa final. Se utiliza abarcando un periodo grande de años: primero, se abraza a las consecuencias negativas derivadas de la Primera Guerra Mundial y, después, tras la Segunda, “al ostracismo al que, según el régimen, la comunidad internacional somete a España”. 1945 fue para el historiador un año con bastante presión contra Franco. “El régimen peligró en cierto modo” y recurre entonces a un relato según el cual la comunidad internacional se olvida de España. La realidad, según Del Arco, es otra: comerció con Argentina y con países del Este y se alejó voluntariamente de Francia e Inglaterra, además de dejarse ver con la Alemania nazi. Esa decisión política, “como sabía el régimen”, dice Del Arco, no podía tener otra consecuencia que un alejamiento de la comunidad internacional.

Del Arco concluye recordando que el régimen, además, se negó a recibir ayuda. En 1941, la comunidad religiosa de los cuáqueros americanos ofrece ayuda a través del embajador español en Washington. La respuesta de Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y ministro de Asuntos Exteriores entonces, fue significativa: “Dígale que no la necesitamos”.

Aprovechados y beneficiados
No todo fue miseria en la dictadura. El cierre total al libre mercado da paso, como efecto secundario, a la llegada de iluminados y a la de favorecidos por el dedo gubernamental. Entre los primeros figuraba Filek, un austriaco casado con una granadina, Mercedes Domenech, que en 1940 convenció a Franco de que era capaz de convertir agua de río en gasolina, para lo que necesitaba apoyo económico. El dinero lo recibió pero la magia nunca se hizo. José Luis Arrese, gobernador de Málaga, convenció a Carmen Polo de las bondades de los bocadillos de carne de delfín para acabar con el hambre en Málaga. Arrese ascendió a secretario general del movimiento aunque ningún menú incluyó nunca esos bocadillos. Entre los favorecidos, aquellos que por su cercanía al régimen conseguían licencias exclusivas para importar ciertos productos, estuvo el caso del yerno de Franco, el Marqués de Villaverde, que se dedicó un tiempo a la venta de motos de moda: las vespas.

jueves, 22 de marzo de 2018

Hitler nunca pudo ganar la guerra. James Holland, autor de ‘El auge de Alemania’, sostiene que las carencias del ejército alemán jamás le hubieran permitido vencer en la Segunda Guerra Mundial.


El auge de Alemania
¿De verdad piensa que el Tigre era un mal tanque?
Ante la primera pregunta, lanzada de sopetón con ánimo combativo y que conjura en este mediodía gris la mole del legendario y temido carro de combate alemán, James Holland sonríe y se arrellana en su asiento; está en su terreno, su campo de batalla: el nivel operacional. 

Holland (Salisbury, Gran Bretaña, 1970) es un popularísimo especialista en la Segunda Guerra Mundial, autor de numerosos libros sobre la contienda —entre ellos el fascinante Heroes (Harper, 2006), una apasionante galería de combatientes en todos los frentes y armas—, y del que Ático de los Libros va a publicar ahora El auge de Alemania, el primer volumen de una trilogía que revisa, desde nuevas, "refrescantes" perspectivas, lo que sabemos o creemos saber de esa guerra. El estudioso afirma (y argumenta) que la Alemania de Hitler no podía de ninguna manera haber ganado la Segunda Guerra Mundial, que su ejército era un gigante con los pies de barro, y ni siquiera tan gigante, y que la Blitzkrieg fue un espejismo. Lo hace investigando pormenorizadamente, con el punto de vista de la historia económica y social y no solo la militar, los recursos y el armamento de ambos bandos, desde la producción de aviones hasta los detalles más ínfimos de las ametralladoras -como la aclamada MG 34 alemana, muy buena, sí, pero cuyo cañón había que ir cambiando porque se recalentaba-, incluyendo el análisis de los uniformes: los de los alemanes eran, desde luego, más chulos, pero se malgastó en ellos recursos que el país simplemente no tenía. El auge de Alemania no olvida sin embargo la dimensión humana del conflicto y sus páginas están llenas de testimonios de primera mano tanto de combatientes como de civiles, desde un comandante de submarino o un Fallschirmjäger (paracaidista) alemanes a un empresario del acero estadounidense, pasando por un zapador australiano, un granjero británico o una actriz francesa.

Volvamos al Tigre.
"Si lo pones en un campo de fútbol con un Sherman aliado al otro lado, el Tigre va a ganar, evidentemente. Pero hay un gran pero: era un tanque increíblemente complejo. Su sistema de transmisión, la suspensión y la tracción eran muy complicados. Y solo se fabricaron 1.347 unidades (a los que habría que sumar los 492 del modelo perfeccionado Tigre II o Königstiger, Rey Tigre). Del Sherman los aliados fabricaron 4.900 unidades y otros 17.000 chasis que sirvieron para diferentes propósitos militares. Además construyeron talleres móviles y todo lo necesario para repararlos sobre el terreno. El Shermann disponía asimismo de un sistema de reequilibrado que le permitía efectuar disparos certeros sobre cualquier terreno, una tecnología de la que los alemanes carecían. Tendemos a juzgar los tanques por el tamaño de su cañón y el grosor de su blindaje, pasando por alto aspectos más sutiles pero muy relevantes. Si la prioridad para los alemanes era el cañón grande y el blindaje grueso, británicos y estadounidenses prefirieron la fiabilidad y la facilidad de mantenimiento. Si tienes que cambiar la suspensión de un Sherman el acceso es fácil, mientras que si va mal en un Tigre tienes que apartar enteras las orugas y las ruedas. Era todo muy sofisticado. Pero ¿qué pasa además cuando en un carro así metes a un recluta novato de 18 años? Es como darle un Ferrari a alguien que se acaba de sacar el carnet de conducir: a la primera se te carga la caja de cambios. Y la de un Tigre era algo complicadísimo de arreglar".

Holland señala que durante la Operación Goodwood en Normandía en julio de 1944 los aliados perdieron 400 tanques a manos especialmente de los Tigre, sí, pero habían desembarcado ya 3.500 y a los tres días, 300 de los 400 averiados ya estaban reparados y otra vez en acción. "Eso muestra la diferencia entre aliados y alemanes en la forma de entender la guerra. El mantenimiento de los alemanes era muy pobre. Más del 50 % de sus pérdidas de tanques en la Segunda Guerra Mundial se debió a fallos mecánicos. Añade que un Shermann gastaba dos galones de gasolina por milla. Mientras que el Tigre consumía cuatro galones por milla. “¿Y cuál era el recurso del que menos disponían los alemanes?: gasolina. ¿Qué sentido tiene construir tanques de 56 toneladas entonces?".

El debate sobre el Tigre ejemplifica la forma de proceder de Holland.
"Lo que trato de hacer es ver el nivel operacional, introducir ese punto de vista en la narrativa de la Segunda Guerra Mundial, en la que han predominado las perspectivas de la estrategia (los objetivos) y la táctica (el combate y la forma de llevarlo a cabo). De alguna manera lo operacional, las tuercas, los tornillos, la munición, el equipo, los recursos, es lo que relaciona ambas. Ha sido dejado de lado y no puedes leer una campaña como la de Normandía, por ejemplo, solo contando las decisiones de los generales o las experiencias de los soldados pero con poca o ninguna explicación de cómo se desarrollaban operacionalmente las batalla. Es como tratar de comparar el Tigre y el Sherman solo en el campo de fútbol. Siempre nos centramos en la batalla en lugar de en cómo funcionaban las armas”.

Y los uniformes.
"Por eso también les presto mucha atención. Dan mucha información sobre la actitud de un país en guerra. La guerrera alemana llegaba hasta el muslo, mientras que la chaqueta de combate británica solo hasta la cintura. Los alemanes gastaban 30 centímetros más de lana que no servía para nada, excepto para aparentar. Es la diferencia entre un Estado militarista, Alemania, y un Estado en guerra, Gran Bretaña. Para los alemanes el parecer, el look, lo era todo. Las botas altas de cuero son un engorro en combate y se desgastan, pero son aparentes, sin duda. Los británicos tenían una visión práctica. Los alemanes preferían pavonearse, eso es muy nazi".

Holland afirma en El auge de Alemania que el ejército alemán no era la reoca (y no solo en el paso) que creíamos. Dice que estaba mal preparado para una guerra sin cuartel, poco equipado, escasísimamente mecanizado (dependía aún de los caballos y los pies de los soldados), poco entrenado, que era inferior incluso al británico. Por no hablar de la carencia de recursos naturales de Alemania. Pero empezaron ganando, y mucho. ¿Fue suerte? "No enteramente. Aunque fueron apuestas muy arriesgadas de Hitler. Pero esas victorias no fueron suficientes. Polonia era débil. La caída de Francia se debió en un 50 % a la brillantez militar alemana y en otro 50 % a la incompetencia francesa". Parece ese un punto de vista muy británico. "Los británicos admiramos mucho a los alemanes", ironiza Holland, "y también a los franceses, casi tanto".

En todo caso, "el Estado nazi, su constructo, era muy frágil, y su ejército, a pesar de las apariencias, también. Nada, excepto una victoria total, le servía a Alemania. Ir a la guerra en 1939 fue un riesgo excesivo. Cuando miramos los éxitos de la Blitzkrieg adoptamos un punto de vista muy terrestre. Pero desde el principio, la lucha en el mar y la lucha en el aire no les fueron favorables. La Armada alemana ya fue destrozada por la Royal Navy desde la campaña de Noruega y la Luftwaffe en la Batalla de Inglaterra. Tampoco los submarinos fueron todo lo exitosos que se hacía creer. Probablemente la Batalla del Atlántico es la más importante de la guerra".


EN LA BAÑERA DE GOEBBELS
Le digo a Holland que mientras leía El auge de Alemania le vi por televisión. Salía en un reportaje de Megaestructuras nazis, de National Geographic. "Estamos por la cuarta temporada, rodar esos documentales te permite acceder a sitios fabulosos". Como el tren privado de Goebbels. "Se conservan varios vagones, todavía con águilas y esvásticas, entre ellos el del baño.  La bañera es lujosa pero muy pequeña e imaginar allí sentado desnudo al ministro de Propaganda fue realmente horrible". El estudioso en cambio tiene una debilidad (relativa) por Goering. “Era brillante y maquiavélico. No se le puede negar que sabía disfrutar de la vida, a diferencia de los otros jerarcas que compartían en general la aburrida austeridad de Hitler. Si eres un nazi, se diría, selo a lo grande”. En el curso de los documentales Holland ha podido también disparar un 88 alemán y ver sus devastadores efectos.

A diferencia de los historiadores militares de la generación anterior a la suya como Antony Beevor o Max Hastings, a los que conoce personalmente y admira (aunque reprocha no tener suficiente punto de vista operacional), Holland no ha sido soldado. "No, pero he estado con una unidad de infantería en Afganistán y he pasado mucho tiempo con gente que ha visto acción, es muy útil para un historiador. Y he disparado muchas armas, he estado en tanques y Spitfires. Aunque nunca me han disparado, sé lo que ocurre en un combate".

Holland, que además de ensayos escribe novelas (como el thriller bélico a lo Alistar MacLean Misión Odín, ambientado en la invasión de Noruega y publicado por Militaria-Planeta), es el hermano dos años menor del célebre autor Tom Holland (Rubicón, Fuego Persa, Dinastía). ¿Se han repartido la historia los dos hermanos? James Holland ríe: "No, ha ido así, él ama los clásicos y está a otro nivel, es un erudito y un intelectual”.

James Holland se posicionó contra la independencia de Escocia. “Siempre he considerado una locura que Escocia, que no es rica, quiera marcharse. Lo de Cataluña me parece diferente. Creo que los catalanes tienen más problemas reales a resolver con Madrid y heridas históricas más recientes. Dudo de todas formas que les fuera mejor fuera de España".


"LOS TANQUISTAS NO HABLABAN COMO EN 'FURY'"
Una última pregunta, inevitable, sobre el Tigre: ¿qué le pareció la película Fury, Corazones de acero? "En general no me gustó, pero la escena del combate entre los Shermann y el Tigre es muy buena. El problema con el filme es que la terminología que usan los tanquistas estadounidenses no se corresponde con la auténtica de la época, está diseñada para los jugadores de Call of Duty. Los soldados de los carros de 1945 no hablaban así. Y la película se abona también al falso mito de que el armamento aliado era peor que el de los alemanes, cuando hay la famosa anécdota del oficial de la división de élite Panze-Lehr capturado que al ver lo que tenían sus enemigos casi se echa a llorar y dijo que si hubiera sabido de lo que disponían no hubiera ido a la guerra. En Fury también es absurda la manera en que entra en combate al final el batallón de las SS contra el tanque de Brad Pitt".

https://elpais.com/cultura/2018/02/28/actualidad/1519832097_149422.html