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miércoles, 23 de mayo de 2018

Inmortales. Como el Atlético de Madrid no hay otro. Ninguno con esa fe, con esa fuerza, el coraje de levantarse después de dos derrotas con el corazón intacto para volver a ganar.

El 30 de mayo de 2016 escribí una columna titulada Lo fatal. Empezaba, como mi poema favorito de Rubén Darío, con dos versos conmovedores: “Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente”. La noche anterior, el Atleti había perdido su segunda final de Champions contra el Madrid en dos años, esta vez en los penaltis, y aquellos dos versos no me dejaron dormir. Por la mañana, me aferré a las señas de identidad de mi equipo para escribir una columna valiente y orgullosa. Porque yo no soy árbol, tecleé, porque yo no soy piedra, porque la sangre es roja, como los amaneceres, como las revoluciones… Intentaba levantar a los míos, pero la verdad es que estaba herida, y mi herida siguió abierta, palpitando como una maldición, hasta el miércoles pasado, cuando encendí el televisor con mi camiseta rojiblanca y se me ocurrió pensar que ojalá nos hubiera eliminado el Arsenal. Tenía mucho miedo, pero me equivoqué. Tenía mucho miedo, pero ellos no lo conocen. Y no voy a contar lo que pasó después. Solo quiero decir que existen mejores equipos de fútbol en el mundo, pero como el Atlético de Madrid no hay otro. Ninguno con esa fe, con esa fuerza, el coraje de levantarse después de dos derrotas con el corazón intacto para volver a ganar. Eso solo lo hace mi Atleti, y su grandeza no puede comprarse con dinero. Es, tal vez, el único bien que no tiene precio en el fútbol moderno. Por eso te bendigo de nuevo, Cholo Simeone. Nunca me cansaré de bendecirte, porque lo mejor de esta victoria es que garantiza que habrá otras derrotas pero ninguna, jamás, será la derrota. Porque después de ti, la fatalidad solo sobrevive en unos memorables versos de Rubén. Porque ahora sabemos que nuestra leyenda es la inmortalidad.