Mostrando entradas con la etiqueta el nuevo invento de fraude. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta el nuevo invento de fraude. Mostrar todas las entradas

domingo, 16 de julio de 2017

Lo que la ‘verdad’ esconde. A propósito de fraudes y violencias en 1936.

Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa utilizan abundantes fuentes primarias, pero desprecian buena parte de las aportaciones de la historiografía local y rehúyen las investigaciones que les son contrarias en su libro sobre la victoria del Frente Popular


Hace tres años, cuando agotaba su último año de vida Ricardo de la Cierva, otros historiadores, Stanley Payne y Jesús Palacios, publicaron Franco. Una biografía personal y política (Madrid, Espasa, 2014), una obra que se anunciaba como “definitiva” y seguía la línea blanqueadora de la figura del dictador realizada antaño por el exministro de Cultura. En su labor de reactualizar tópicos de la publicística antirrepublicana, Payne y Palacios cuestionaban la legitimidad de la victoria del Frente Popular (en adelante, FP) e insistían en el carácter revolucionario y conflictivo de su gestión. Esta obra mereció, al año siguiente, la dura contestación de un grupo de historiadores, coordinado por Ángel Viñas, en el número extraordinario de una revista digital de Historia Contemporánea (‘Sin respeto por la historia. Una biografía de Franco manipuladora’, Hispania Nova, núm 1. 2015). Contrariamente a los anteriores, la tesis de estos últimos defendía el proyecto del FP como coherente con el modelo de democracia de masas de aquellos años treinta, negaba el fraude masivo y explicaba el golpe en respuesta a la amenaza del orden social.

La misma editorial Espasa acaba de editar una monografía que viene a mediar en ese debate. Desde hacía meses, el propio Payne venía anunciando esa novedad bibliográfica y vanagloriándose de que avalaba su tesis de manera empírica, quebrando así el “último de los grandes mitos políticos del siglo XX”. Así lo ha escrito el historiador de origen tejano en la faja de la cubierta del libro firmado por dos jóvenes historiadores, Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García (1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular. Madrid, Espasa, 2017). La estrategia comercial de la monografía de estos profesores de la Universidad Rey Juan Carlos ha sido agresiva y exitosa, al incidir en que “cambiará nuestra perspectiva de las elecciones de febrero de 1936, que dieron la victoria al FP, describiendo y demostrando la existencia de fraude electoral y el ambiente de extrema violencia que imperó en los meses anteriores y posteriores”. Un argumento muy goloso. Sin embargo, Álvarez Tardío y Villa (en lo sucesivo, MAT y RV) afirman que su único horizonte es la Historia, sin entrar en interpretaciones políticas, y que sus datos no sólo son novedosos sino también incuestionables. Aseguran que, a diferencia de otros historiadores y escritores, no interpretan la República mirando desde atrás, desde la Guerra Civil, sino desde la propia realidad de los hechos históricos. En definitiva, hacen gala de objetividad frente a cualquier interpretación ideologizada, de la que reniegan.

Pese a la declaración de intenciones de los autores, han proliferado en redes sociales alusiones al “pucherazo del 36”, contribuyendo a alimentar la tesis neofranquista de que el verdadero golpe a la República lo dio la izquierda, descargando de responsabilidad a la sublevación militar del 18 de julio. Un columnista de ABC, Hermann Tertsch, ha llegado a acusar de “miedo a la verdad” a los supuestos “guardianes del mito de la Santa República de Inmaculada Democracia” quienes, a su juicio, “tienen miedo a saber que no quedaba democracia tras los golpes de 1934 y el fraude de 1936”. En una entrevista radiofónica a MAT y RV en es.Radio, en la que participó el propio Tertsch, y difundida por LibertadDigital, Federico Jiménez Losantos cree probado así el totalitarismo del FP, una interpretación de la que sus autores se apartan en dicha entrevista, pero no desmienten. Hasta la Fundación Francisco Francoha publicado un manifiesto, a partir del libro para, en un alarde de cinismo casi surrealista, pedir al Congreso de los Diputados que declare golpistas a los partidos y sindicatos históricos (PSOE, ERC, PNV, PCE, UGT y CNT) constitucionales.

A partir de aquí, cabe preguntarse: 1) si es cierto o no que queda avalada la tesis de Payne; 2) si es verdad que los autores han descubierto una novedad que ningún otro historiador había descifrado; 3) si queda demostrado que MAT y RV no tienen más objetivo que la ciencia histórica; y 4) si sus datos son definitivos. Veamos:

Expectación y recelo
Más allá de la versión interesada de la derecha mediática, la novedad editorial ha sido recibida con expectación en los ambientes historiográficos especializados, no exenta de cierta desconfianza, para comprobar si se confirma la solvencia de una investigación que se supone desmonta la visión idealizada que aún conserva la memoria de la República.

La lectura de sus primeras doscientas páginas (los tres capítulos iniciales) podría ser prescindible. Es más relevante el capítulo cuarto, donde se cuenta con tino cómo se llevó a cabo “la operación de centro”. El quinto (campaña) y el sexto (la violencia electoral) no aportan nada especialmente relevante. Es en los siguientes, a partir de la mitad del libro, donde los autores basan su argumentación más poderosa. Mediante una investigación casi detectivesca, se hace un rastreo sistemático de la prensa y de varios archivos –en especial, aunque no sólo, el del Congreso de los Diputados— para detectar numerosas irregularidades en el recuento de voto, a raíz del precipitado cambio de gobierno, tras la dimisión del presidente Portela, en un contexto de desórdenes y “maniobras para modificar el reparto de escaños o, al menos, la interrupción del recuento en las circunscripciones con un resultado ajustado”, que pudo hinchar el número de diputados frentepopulistas, aunque no se puede cuantificar (pág. 380). Y aquí viene lo más relevante. A diferencia de lo pregonado en ciertos medios, los propios autores niegan que se pueda cuestionar la legitimidad de la victoria de la coalición de izquierdas, pese a que titulan el capítulo octavo, entre interrogaciones, ‘¿Una victoria del Frente Popular?’. En este sentido, MAT y RV descartan que “los resultados del Frente Popular fueran un mero subproducto del fraude, como proclamarían sus adversarios comenzada ya la Guerra Civil” y dan por sentado que obtuvo más escaños que sus oponentes, aunque la incógnita está en saber cuántos, por las manipulaciones de los días siguientes a la celebración de las elecciones en las circunscripciones con el resultado más apretado (págs. 371 y 381). En una entrevista en El Español, los autores proporcionan el titular de que “no fue un pucherazo, sino un fraude localizado”. Este argumento desmonta, sin duda, el primero de los interrogantes planteados, pues el nivel de fraude, por alto que fuera, no deslegitima su triunfo de la candidatura frentepopulista. Efectivamente, cae un mito, pero no el que se anuncia en la cubierta del libro, sino el de la ilegitimidad del FP. Curioso.

Por otra parte, resulta muy didáctica su descripción de la complejidad del recuento y del procedimiento electoral. La dinámica electoral de la República parece un verdadero galimatías, en comparación con los procesos electorales actuales, pues, además de las listas abiertas, la composición de las candidaturas variaba de una provincia a otra y los electores podían repartir sus votos.

Respondamos a la segunda cuestión. ¿Es tan novedosa esta investigación?
Santos Juliá, en ‘Las cuentas galanas de 1936’ (El País, Babelia, 1-4-2017), ha negado la mayor. Aunque no resta importancia a su “trabajo ímprobo” con las actas, advierte una obviedad, que la obra ha sido recibida con “fanfarria” por la “derecha más rancia”. En su opinión, ni hay tal tabú sobre el fraude (era conocido, se había hablado en su momento en las Cortes y hubo estudios pioneros, como el de Tusell en Cuadernos para el Diálogo en 1971) ni sobre la violencia del 36 (pues hay excelentes estudios de Rafael Cruz y Eduardo González Calleja). Y acusa a los autores de usar “una vía engañosa para denunciar el supuesto fraude que dio la victoria al Frente Popular en los comicios de ese año”.

La respuesta de MAT y RV a una crítica tan demoledora no ha sido menos contundente. En su ‘Santos Juliá y sus ‘cuentos galanos’, se han vuelto a desmarcar de posicionamiento ideológico o político alguno, culpan al catedrático de Historia Social y del Pensamiento político de la UNED de no haber leído bien su libro y le descubren no pocas contradicciones en su columna de Babelia. En un sentido más genérico, sin citar nombres de contradictores, han vuelto a defender su trabajo como riguroso en una columna de El Mundo titulada ‘El pucherazo de la discordia’.

Precisamente, esa actitud de “no si no, nosotros no decimos, pero decimos, pero no compartimos, pero oiga damos la razón” ha sido calificada como “burdo juego de prestidigitación por José Luis Martín Ramos (en EspaiMarx, 20-4-2017). Este catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona ha subrayado las carencias de esta obra en una extensa reseña, en la que reprocha a sus autores el empleo de “argumentaciones falaces”, “escamoteo de datos”, “interpretaciones insidiosas y juicios de intenciones”. Resumiendo mucho, viene a decir que:

1. MAT y RV ofrecen una visión edulcorada de la CEDA y responsabilizan de la polarización política y la violencia a las izquierdas. Exoneran sistemáticamente los comportamientos de las fuerzas policiales y ponen bajo sospecha las movilizaciones del FP, como una amenaza para la democracia.
2. Los autores comparan las elecciones de febrero de 1936 sólo con las de noviembre de 1933, como referente de limpieza electoral, pero no con las anteriores, lo que, a su juicio, resulta una mala praxis historiográfica. Y manipulan las estadísticas, al comparar campañas con diferente duración y mezclar actos de violencia política con movilizaciones sociolaborales.
3. Conceden más fiabilidad a las memorias de Gil Robles o a las opiniones del embajador portugués que a las memorias de Martínez Barrio o del embajador británico, porque concuerdan mejor con su argumentario.
4. Consideran “normal”, y no una extralimitación, que Gil Robles pidiera a Portela que solicitase a Alcalá-Zamora el estado de guerra.
5. Nadie negaba la presencia de fraude, sino que fuera de tal calibre que volcara el resultado en beneficio del FP. Los autores vienen a confirmarlo.
6. Para Martín Ramos, las Cortes que analizaron los resultados electorales eran legítimas y el partidismo de la comisión de Actas no era monopolio de la izquierda, sino fruto del marco electoral.

En definitiva, que la segunda cuestión también queda en entredicho, ya que MAT y RV no han conseguido probar ningún “vuelco” respecto de lo sabido hasta ahora.

¿Y la tercera? ¿Son MAT y RV investigadores carentes de posicionamiento ideológico o político, que sólo hacen Historia? Afirmaba el historiador Eric Hobsbawm, en su estudio sobre ‘Pierre Bourdieu (Sociología crítica e historia social’, New Left review, 101, 2016, pp. 41-52), que la comprensión de la realidad “pasa inevitablemente a través del bosque denso y oscuro de las suposiciones y deseos que el investigador porta consigo. No nos acercamos a nuestro trabajo como mentes puras sino como hombres y mujeres educados en un contexto particular… y en un momento concreto en la historia”.

Los autores habían firmado con anterioridad (en 2010), de manera conjunta y desde una perspectiva exclusivamente política, como un objeto de estudio autónomo, una interpretación global del periodo republicano (El precio de la exclusión: la política durante la Segunda República) en una editorial católica (Encuentros). Subrayaban entonces el déficit de legitimidad y el fiasco del proyecto democratizador. El libro reseñado, sobre el fraude del FP, está en sintonía con esa línea argumental. La mayor diferencia ahora es el impacto de la editorial que lo publica y la repercusión mediática.

El politólogo Manuel Álvarez Tardío tiene una extensa obra publicada en solitario. En su tesis doctoral, editada por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales en 2002 (Anticlericalismo y libertad de conciencia. Política y religión en la Segunda República Española, 1931-1936), destacó la centralidad de la “revolución religiosa” en el diseño del discurso y la acción de gobierno de la coalición republicano-socialista, que supuso una merma en la libertad de conciencia respecto a la monarquía constitucional. Su siguiente obra (El camino a la democracia en España, 1931 y 1978), publicada en 2005 por la editorial Gota a gota, de la Fundación FAES, contrapuso a los errores de la etapa republicana la exitosa Transición. En la misma editorial salió el pasado año una biografía sobre la contribución del líder de la CEDA a la democratización de la política conservadora (Gil-Robles. Un conservador en la República). El libro que nos ocupa sería la culminación de este proceso. La República, además de excluyente y revolucionaria, habría terminado su fase constitucional con un fraude electoral.

Por su parte, el historiador Roberto Villa García, un experto en procesos electorales, se ha mostrado indulgente con el nivel de fraude y corrupción de los comicios a diputado en 1879, antes de institucionalizarse el turno, y defendido que las elecciones de 1933 (La República en las urnas. El despertar de la democracia en España, Madrid, Marcial Pons, 2013) fueron las primeras verdaderamente libres. Con la obra que nos ocupa, en coautoría, cerraría el círculo: las derechas habrían ganado limpiamente en 1933 pero las izquierdas no lo hicieron así en 1936. El fraude que minusvalora a inicios de la Restauración, lo subraya al final de la República.

Difícilmente se puede colegir, a partir de su trayectoria, que son “mentes puras”. Ricardo Robledo ha advertido en ‘La Segunda República no fue Caperucita Roja’ (Ctxt, 114, 26-4-2017) que el empeño de la llamada “historia objetiva” en “desidealizar la República”, cargando las tintas sobre quienes la defendieron, puede provocar un desenfoque que dé lugar “a lecturas erróneas si no perversas” y que el libro de MAT y RV forma parte de la “batalla historiográfica por la memoria que ha de quedar”. Quedan, por tanto, dudas razonables del cumplimiento de la tercera cuestión planteada.

Las ausencias también importan
El título del libro induce a equívocos, pues no fueron las elecciones “del” Frente Popular, sino las que ganó esta coalición de izquierdas. Y un análisis pormenorizado de la metodología seguida descubre carencias que no concuerdan con la supuesta “verdad” que parecen demostrar. Además de lo que dicen, interesa comprobar también lo que esconden.

Resulta decepcionante su uso del aparato bibliográfico. Cuantitativamente, es bastante magro, dada la abundante literatura sobre la República. Rastreando la notable extensión de páginas dedicadas a las notas, las bibliográficas son mínimas, en relación a las hemerográficas. Y el recurso a la suma de citas diversas en la misma nota dificulta saber de dónde procede cada uno de los datos y revelaciones de las presuntas irregularidades y actos violentos, dificultando su verificación. Desde el punto de vista cualitativo, sorprenden algunas ausencias. En contraste con las autocitas, los demás historiadores suelen ser mencionados a modo de inventario o para contradecirlos. Remito para ello a la reseña que ha escrito Ángel Viñas en La aventura de la Historia. No menos preocupante es el uso interesado y limitado de los estudios locales sobre las elecciones de 1936. Interesado porque sólo cuando reiteran una conclusión compartida recurren a ellos. Limitado porque hay vacíos notables. Más tarde, retomaré esta cuestión.

Resulta impecable que los autores decidan partir de las fuentes primarias, principalmente libros de memorias, prensa y actas electorales, en vez de limitarse a repetir, como suele ser habitual, hechos no contrastados. Es una excelente manera de analizar las elecciones sin apriorismos. Pero una vez conseguido esto, no se entiende el escaso recurso a las fuentes secundarias, para contrastar y, llegado el caso, complementar los datos obtenidos. Desdeñar buena parte de la investigación historiográfica disponible para privilegiar las fuentes primarias o los resultados de investigaciones propias y de algunos colegas cercanos no parece compatible con el rigor científico. Abundando en las carencias metodológicas, MAT y RV reducen el enfrentamiento electoral a una pugna entre las dos Españas, de manera que los votos que se detraen a una alimentan a la otra. Un buen ejemplo es su Tabla XIV (pág. 420-421), en la que engloban en el mismo recuento a la derecha y el centro-derecha. La realidad fuera más compleja. La pretensión de presentar dichas elecciones como la pugna entre dos bloques monolíticos y antagónicos, de modo que los votos presuntamente usurpados a los unos se asignan a los otros, carece de fundamento, pese a ser el argumento más socorrido –junto al caos de la primavera del 36— para el revisionismo historiográfico. Desde el punto de vista formal, predomina el estilo narrativo y la historia política. Los autores no se interesan tanto por los factores de la movilización social como por sus consecuencias. No obstante, renunciar a las herramientas de la historia social para explicar un proceso que trasciende el mero cotejo de actas electorales implica asumir el riesgo de obtener una visión parcial de los hechos.

Su relato muestra otras debilidades. MAT y RV responsabilizan a Portela y a Alcalá-Zamora de no frenar los conatos violentos iniciales y de haberse echado en manos de Azaña. Consideran, sin embargo, más lógico que el presidente de la República hubiera confiado en la propuesta de Gil-Robles y el general Franco para declarar el estado de guerra, lo que, a su juicio, no sería un “golpe legal”, sino una medida de orden público. Es uno de los “contrafactuales” (que hubiera pasado si…), tan fáciles de manipular, que Santos Juliá les ha reprochado. Porque creer en la bondad de la propuesta (que venía de un ministro de Guerra cuyo lema de campaña había sido “Estos son mis poderes” y del general que había enviado la Legión para reprimir la revolución de Asturias y se convertiría, meses más tarde, en el generalísimo de los sublevados) para garantizar un recuento más limpio, no deja de ser una ingenuidad que sólo desde un acto de fe puede hacerse. Y, por cierto, de la trama golpista, tejida antes de las elecciones, nada se habla.

Una buena muestra de su proceder –que en términos vulgares, se podría calificar de “ley del embudo”—, es cómo los autores valoran más creíbles las protestas de las derechas, tras el cambio de Gobierno, que las denuncias previas de los interventores del FP (pág. 358) contra el aparato gubernativo portelista y los ayuntamientos de derechas. En esta línea cabe también situar su crítica a la reposición de los concejales izquierdistas tras las elecciones (en un epígrafe titulado “a por los ayuntamientos”) sin contextualizar que las derechas habían hecho lo propio tiempo atrás, tras octubre del 34.

¿España se ha vuelto Cuenca?
Tampoco los datos que proporcionan son definitivos. La razón es el escaso uso de la bibliografía especializada de ámbito local. Valga un ejemplo. Quien suscribe esta reseña investigó dichas elecciones en su tesis doctoral (Cuenca durante la II República. Elecciones, partidos y vida política, 1931-1936, UCLM, 1997), publicada hace dos décadas, y las sospechas de fraude en la circunscripción de Cuenca recayeron en las autoridades convocantes. Sólo se conservan los resultados de una treintena de municipios (incluida la capital) y los totales de la provincia. Imposible rastrear las actas. Las denuncias vinieron de parte de los interventores de izquierdas y recaían en la presión municipal y los manejos gubernativos. Esta es una de las ausencias del libro de MAT y RV, la evaluación de la incidencia del control de los gobiernos municipales, en manos del centro y la derecha, en los resultados. Aunque, de haberlo hecho, su principal argumento se hubiera resentido: ¿cómo explicar las irregularidades y coacciones de las derechas en una provincia en que las principales víctimas fueron los candidatos del FP?

Vayamos a los números. Los procedimientos habituales para cuantificar los resultados electorales, con una legislación tan complicada, son dos: a) los votos expresados, que suma todas las papeletas por candidaturas (su recuento prima porcentualmente a las mayorías, que es el procedimiento que usó, por ejemplo, Tusell); y b) la media de votos, donde la suma de cada lista se divide entre el número de miembros (recuento que favorece a las minorías y su porcentaje da superior a cien). Pues bien, MAT y RV siguen un procedimiento particular, al realizar la media de votos dividiendo cada lista (incluso los candidatos en solitario) entre el mismo número miembros (cuatro en el caso de Cuenca, que eran los candidatos por las mayorías). Este sistema no es mejor ni peor que otros, pero perjudica el recuento de las minorías. Si ese ha sido su proceder en otras provincias, sus cuentas habría que interpretarlas con cuidado. Compárense los resultados en la circunscripción de Cuenca, en las elecciones de 19 de febrero de 1936, según uno u otro procedimiento, teniendo en cuenta que el centro presentaba sólo dos candidatos y los monárquicos independientes (otros), sólo uno:

Seguir aquí.
http://ctxt.es/es/20170503/Firmas/12537/II-republica-frente-popular-golpe-de-estado-alvarez-tardio-roberto-villa.htm