_- El Adarve
Cada año, por estas fechas, doy la bienvenida al nuevo curso escolar. En esta ocasión tan peculiar lo quiero hacer a través de la mirada de las familias que tienen por una parte el anhelo y por otra el miedo de llevar a sus hijos e hijas a la escuela.
Se ha hablado mucho del arduo trabajo que han tenido que desarrollar los profesores y las profesoras durante el confinamiento. Nuevas formas de trabajo, aprendizajes apresurados, búsqueda de estrategias motivadoras, presión social… Se ha pensado menos, en el papel que han tenido que desempeñar los padres y las madres en las casas.
En tiempos de pandemia los padres y las madres han tenido que asumir el papel de asesores pedagógicos. Esa tarea ha exigido tiempos de dedicación superiores a los habituales, conocimientos que algunas veces no poseían y destrezas didácticas con las que probablemente no contaban.
Lo han tenido que hacer, compartiendo esa tarea con otras muchas del hogar y, quizás, con obligaciones laborales exigidas por el teletrabajo. Una locura. Todo ello en medio de un clima social marcado por la angustia de un peligro nunca visto y, quizás, nunca imaginado. Lo cierto es que han tenido que velar para que los hijos y las hijas cumpliesen con las exigencias de la conexión y, luego, con la realización de las tareas, unas de comprensión, otras de aplicación.
Es cierto que cuando se habla de la familia de forma genérica, no caemos en la cuenta de que existen tantos tipos de familia como familias existen. No es igual una familia monoparental con varios hijos de diferentes edades, otra con dos hijos que no dispone de cobertura, otra cuyos dos integrantes adultos tienen teletrabajo, otra integrada por progenitores sanitarios que tienen que acudir al trabajo, otra que se aloja en un cuchitril donde viven todos hacinados…
Estoy seguro de que se habrán dado miles y miles de situaciones curiosas en el desarrollo del proceso de aprendizaje realizado en el seno de la familia. Solemos tener pereza recopilatoria, pero si hiciésemos acopio de las maravillosas anécdotas que ocurren en las casas, nos encontraríamos con un acervo extraordinario de incidentes sobre la asimilación del conocimiento.
He recibido, de manos de María Bermúdez, excelente maestra de infantil y amiga entrañable, un mensaje con cuatro pequeñas anécdotas de enseñanza doméstica.
En la primera puede verse a un padre que le dice con tono inquisitivo a una niñita de unos cuatro años:
Yo busco, tú buscas, él busca, nosotros buscamos, vosotros buscáis y ellos… La niña mira fijamente a su papá, que hace un gesto demandando el tiempo verbal correspondiente a la tercera persona del plural. Y la niña, dice con tono interrogativo:
¿Se esconden?
La segunda anécdota muestra a otro padre que le explica a un niña de muy pocos años el siguiente problema: Si yo tengo cinco naranjas y somos diez personas, ¿qué tengo que hacer para que alcance a todos?
La niña, sin vacilación, contesta:
¡Jugo!
En la tercera se ve a una mamá explicando a un niño la diferencia entre sustantivo y verbo. El sustantivo, dice, es una persona, animal o cosa. El verbo expresa lo que hace la persona, el animal o la cosa. En el enunciado “El gato come croquetas”, añade la mamá, ¿cuál es el sustantivo?
El niño, tocándose la barbilla pensativo, responde: el gato.
La madre, pregunta, inmediatamente: ¿cuál es el verbo?
El niño vacila. La madre, para ayudarlo, pregunta: ¿qué hace el gato?
Sin dudarlo un segundo, el niño responde:
¡Miau!
La cuarta anécdota está protagonizada por otro padre que le está diciendo a una niña, mientras escribe en una hoja:
La m y la a…
El niño, con mucha convicción y fuerza, dice: ma.
El padre vuelve a decir, añadiendo la nueva sílaba a la anterior: la m y la a…
El niño repite: ma.
Y el padre concluye: Si ahora le ponemos la tilde…
El niño, sin un segundo de intervalo, apostilla:
¡Matilde!
Al acabar las cuatro anécdotas, aparece un recuadro en el que se puede leer: Que vuelvan las clases pronto. Ya no puedo más. Esto de ser maestro en casa me está volviendo loco.
Tres padres y una madre. No creo que esa sea muestra representativa. Porque suelen ser las madres las que preferentemente se ocupan de esas tareas. Como es lógico, también se habrán producido anécdotas sabrosas relacionadas con el proceso de evaluación. Y en esta parcela, los padres y las madres tienen una tarea importante, porque si solo se preocupan por los resultados acabarán haciéndoles pensar a sus hijos e hijas que lo importante es aprobar y no aprender.
Es probable que muchos padres y muchas madres hayan descubierto en esta etapa la complejidad de la tarea docente. Ellos se han visto sobrepasados por las exigencias del aprendizaje de uno, dos o tres hijos y habrán valorado el esfuerzo que supone seguir el proceso de un grupo de 25 escolares.
Siempre he considerado fundamental la participación de las familias en la escuela. No solo para evitar las agresiones y las descalificaciones al profesorado (todas las piedras que los padres arrojan sobre el tejado de la escuela, caen sobre las cabezas de sus hijos) sino para colaborar de manera estrecha y entusiasta con el proyecto educativo. Participación que no solo ha de referirse al proceso de aprendizaje de su hijo sino al buen funcionamiento de la institución. El grupo de investigación que dirigí durante muchos años realizó dos investigaciones sobre el tema de la participación que concluyeron con sendos libros: “El crisol de la participación” y “La escuela sin muros” (este sobre la participación de las familias de alumnos inmigrantes en la escuela). Los dos están publicados por la Editorial Aljibe.
Además de todos los compromisos de participación en la escuela, los padres y las madres se enfrentan ahora a un grave dilema: llevar a los hijos a la escuela para que aprendan y convivan o dejarlos en casa para tenerlos protegidos del contagio.
En otros países, Estados Unidos por ejemplo, hay mucha más experiencia sobre el homeschooling (la escuela en casa). En España esta modalidad es casi insignificante. Al parecer, las autoridades amenazan con sancionar a las familias que no lleven a sus hijos a la escuela con multas e incluso con prisión.
Nos encontramos ante una colisión de derechos: el derecho a la educación y el derecho a la salud. En tiempos normales, el absentismo escolar es un delito que puede ser sancionado. Pero nos encontramos en una situación excepcional. Imaginemos una familia en la que conviven padres, hijos y abuelos. Si el pequeño escolar se contagia en la escuela, se convierte en un grave peligro para las personas mayores de la casa. Si esto ocurre y se ha obligado a las familias a llevar a sus hijos a la escuela, ¿quién responde de esas enfermedades y, quizás, de esas muertes?
Sé que el riesgo cero no existe. Sé que los trabajadores, por ejemplo, acuden a sus puestos a pesar del riesgo que esto supone. ¿Puede un médico negarse a trabajar porque existe el riesgo de contagio?
Mi postura, en este caso, es que se deje libertad a las familias. Porque algunos tienen la imperiosa necesidad de llevar a sus hijos a la escuela no solo para que aprendan sino porque necesitan estar libres para acudir a sus puestos de trabajo o para hacer teletrabajo en la casa. Por otra parte, los padres que bajo su responsabilidad no llevan a los hijos a la escuela adquieren el compromiso de no abandonar a sus hijos en el seguimiento del curriculum escolar.
La incertidumbre que existe respecto al inicio del curso escolar mientras escribo estas líneas, no puede ser más abrumadora.
Me inclino por el comienzo presencial con las garantías más elevadas que se puedan establecer para evitar el contagio: disminuir la ratio, desarrollar el blanded learning (la enseñanza híbrida), aumentar la plantilla docente, utilizar la mascarilla, garantizar la higiene, desinfectar los objetos, evitar las aglomeraciones en entradas, salidas, pasillos y recreos…
Es el momento del diálogo. Entre autoridades sanitarias y educativas, entre autoridades y comunidad educativa de los centros, entre la escuela y la familia, entre el profesorado y el alumnado…
Un comienzo de curso sin las debidas precauciones puede convertir los centros escolares en bombas biológicas que multiplicarían los rebrotes y nos llevarían a una situación límite.
Por eso hay que pensar muy bien lo que se tiene que hacer y hay que estar prevenidos para lo que pueda pasar en el caso de que se complique la situación. Porque es probable que haya algunos contagios. Entonces, ¿qué se hará? Hay que tener reflejos para improvisar, pero sería mejor tener muy pensadas las respuestas a las diversas situaciones posibles. Inquietante curso. Feliz curso.
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/09/05/el-papel-de-la-familia/