Todo esto ya es bastante triste, este constante crecer de negacionistas por doquier, entendiendo por negacionistas a esos tipos cerriles empeñados en rechazar conocimientos científicos básicos. Pero de lo que quería hablar era de algo que me parece aún peor y que está en la base de toda esta demencia. Cuando los absurdos comentarios de Marcos Llorente fueron contestados por Sanidad y por los expertos, el futbolista se defendió diciendo que él era libre de tener su “opinión”. Y ahí sí que me mató bien matada y remuerta. Los negacionistas siempre se acogen al sacrosanto derecho a exponer sus ideas sin darse cuenta de que no estamos hablando de defender un pensamiento, precisamente. Quiero decir que son incapaces de diferenciar entre lo que es una opinión y lo que es un dato. Vamos a ver: sostener, por ejemplo, que dos más dos son siete no es una opinión, es una estupidez, un error garrafal. Decir que el sol no daña la piel es otro dislate por el estilo. Pero lo tremendo es que, cuando los negacionistas se encocoran pidiendo respeto para sus necedades, personas que, por otro lado, parecen sensatas, no saben muy bien qué contestarles. No son conscientes de que lo único que se puede responder es esto: dos y dos no son siete, marmolillo, y por eso lo que sostienes ni es una opinión ni es respetable.
Hay un fracaso creciente en la educación en todo el mundo, un ruido blanco que se nos está metiendo en la cabeza para añadir caos al caos, una especie de borrado del sentido común más evidente, a juzgar por los datos del penúltimo informe PISA, el de 2018, que concluyó que sólo el 8,7% del total (es decir, de 600.000 estudiantes de 15 años pertenecientes a 79 países) era capaz de diferenciar entre lo que era un dato y lo que era una opinión. De esos polvos, estos lodos: adultos que no saben qué responder cuando les dicen que dos más dos son siete.
Veámoslo de otra manera; 550.000 quinceañeros de 2018, que hoy andarán cumpliendo los 21 (y votando a Dios sabe quién, se me abren las carnes de pensarlo), no encontrarían ninguna diferencia de credibilidad, verificación y argumentación entre, por ejemplo, el dato del Instituto Nacional de Estadística de que en 2023 ha subido la violencia de género en España un 12,1%, con un total de 36.582 mujeres víctimas, y la manifestación de cualquier mindundi que sostenga que las denuncias de violencia de las mujeres son casi todas falsas. En ese lodazal de irresponsabilidades e ignorancia vivimos. Urge educar a los niños en el discernimiento de las fake news, en una saludable actitud crítica ante cualquier afirmación, en la diferenciación de las opiniones y los hechos. Y, ya de paso, también en el amor a los animales y en el respeto al prójimo. Este verano, por favor, no tomen el sol sin protección, no me sean panolis y futuros enfermos. Felices vacaciones y hasta septiembre.