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lunes, 1 de diciembre de 2014

La mejor gimnasia para el cerebro es el bilingüismo. Las personas que hablan varios idiomas ejercitan más la mente y aprenden de forma natural a desechar distracciones

El cerebro de una persona bilingüe funciona como un semáforo. Cuando tiene que elegir una palabra, da luz verde al idioma que está usando y frena con una luz roja el término del que no necesita. Este proceso natural de selección, que hace centenares de veces al día, es como una gimnasia involuntaria que mejora su materia gris.

Los efectos del bilingüismo en el cerebro se han analizado profusamente en los últimos años desde distintos puntos de vista. Hay investigaciones que apuntan a que hablar dos idiomas permite combatir mejor el Alzheimer o la demencia. Dos equipos de investigación estadounidenses estudian en la actualidad las ventajas que una segunda lengua supone para el día a día. “Los cerebros bilingües están mejor equipados para procesar información”, señala la profesora Viorica Marian, psicóloga y autora principal de un estudio de la Universidad de Northwestern (Evanston, Estados Unidos).

En la misma línea trabaja otra institución norteamericana, el Instituto de Aprendizaje y Ciencias del Cerebro de la Universidad de Washington (Seattle, EE UU), que recientemente ha entrado en contacto con las autoridades españolas y planea trasladar parte de su investigación aquí. Sus codirectores, Patricia K. Kuhl y Andrew N. Meltzoff, analizan el proceso informal que desarrollan los niños para aprender varios idiomas a un tiempo. Desde mediados de 2014, están en contacto con la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Educación para ampliar su investigación a centros escolares en la primera etapa infantil (de cero a tres años).

Ambos equipos se centran en la observación de las partes del cerebro que se activan en las personas que solo dominan un idioma frente a aquellas que funcionan en el caso de los que se comunican al menos en dos lenguas con fluidez. La profesora Marian, de la Universidad de Northwestern, realizó su estudio con participantes de 18 a 27 años de edad seleccionados por la Universidad de Houston. 17 de ellos eran bilingües en español e inglés mientras que otros 18 solo hablaban inglés. "Elegimos estos idiomas porque es el bilingüismo más habitual en Texas, aunque suponemos que los resultados serían similares con otras lenguas", señala la investigadora.

El trabajo, desarrollado a lo largo de tres años, partía de un experimento bastante simple. Después de escuchar una palabra en inglés, leída por una voz masculina con acento neutro, les enseñaban a los integrantes de ambos grupos un dibujo con cuatro objetos: dos cuya pronunciación es similar en inglés y otros dos que suenan totalmente diferentes. Por ejemplo, clown (payaso) y cloud (nube); candy (caramelo) y candle (vela) o pig (cerdo) y picture (dibujo). Mientras los participantes elegían el término correcto, el equipo de investigación revisaba el comportamiento de su cerebro a través imágenes por resonancia magnética...
Fuente: El País.

jueves, 3 de octubre de 2013

La alta literatura es gimnasia para el cerebro

La escritura literaria estimula las áreas cerebrales implicadas en la emoción social y la empatía
La novela popular y el ensayo no lo hacen

El trabajo que Science publica este jueves hace diana en el epicentro de la más profunda cuestión en la estética literaria. ¿Por qué El código Da Vinci de Dan Brown puntúa menos que El americano impasible de Graham Greene en ese concurso para ascender al parnaso? ¿En qué sentido es Arturo Pérez Reverte menos literario que Javier Marías? ¿Por qué discutieron Carlos Ruiz Zafón y Antonio Muñoz Molina? Pues bien, he aquí una respuesta: mirad al cerebro. Leer ficción literaria recluta las áreas cerebrales implicadas en la emoción social: las que distinguen una sonrisa sincera de una falsa, detectan si alguien se siente incómodo o evalúan las necesidades emocionales de familiares y amigos. La ficción popular (como las novelas de espías o de amor y lujo) no lo hace, y la estantería de no ficción tampoco lo consigue.

Las lecturas literarias también son únicas en que estimulan la teoría de la mente, la facultad de ponerse en la piel del otro. La razón, según publican en Science los científicos de la Nueva Escuela de Investigación Social en Nueva York, es que la alta literatura nos obliga a expandir nuestro conocimiento de las vidas de otros, y a percibir el mundo desde varios puntos de vista simultáneos.

Los resultados de los científicos de Nueva York ofrecen, seguramente por primera vez en la historia de la crítica literaria, un criterio objetivo para cuantificar “el valor de las artes y la literatura”, como dice su institución. La Nueva Escuela de Investigación Social se fundó en 1919 con el espíritu de promover la libertad académica, la tolerancia y la experimentación. Publicar una investigación en Science es seguramente una culminación de ese programa. Su trabajo muestra que “leer ficción literaria estimula un conjunto de capacidades y procesos de pensamiento fundamentales para las relaciones sociales complejas, y para las sociedades funcionales”.

El psicólogo Emanuele Castano y su estudiante de doctorado David Comer Kidd han consultado a críticos e historiadores de la literatura para dividir el espectro continuo y diverso de la expresión literaria en solo tres categorías: ficción literaria, ficción popular y no-ficción.

Los voluntarios —siempre los hay en las investigaciones de psicología experimental, y suelen ser estudiantes de psicología sedientos de créditos— leyeron textos de esos tres géneros y se sometieron a todo tipo de mediciones perpetradas por Kidd y Castano. Los psicólogos estaban interesados sobre todo en su teoría de la mente, la habilidad de adivinar los pensamientos de otros, sus intenciones y emociones más ocultas. Este ejercicio de adivinación es algo que todos practicamos continuamente, de un modo más o menos consciente, pero unas personas lo hacen mejor que otras.

Una de estas pruebas es leer la mente en los ojos. Los participantes miran a fotografías de actores en blanco y negro y tienen que adivinar la emoción que están expresando. ¿Fácil? Pues seguro que hay alguien que lo hace mejor que usted. Otra prueba se llama el test de Yoni, y trata de medir a la vez las habilidades de percepción cognitiva y emocional de los voluntarios. “Hemos usado diversas medidas de la teoría de la mente”, dicen Kidd y Castano, “para asegurarnos de que los efectos que vemos no son específicos de un tipo de medida, y acumular evidencias convergentes para nuestra hipótesis”.

En los cinco tipos de experimento, los psicólogos de Nueva York han comprobado que los voluntarios que fueron asignados (al azar) a leer los textos más literarios puntuaron más alto en las medidas de la teoría de la mente que los que leyeron ficción popular o ensayo. Estos dos últimos géneros, por cierto, puntuaron igual de mal en esas pruebas.

“A diferencia de la ficción popular”, concluyen los autores, “la ficción literaria requiere una implicación intelectual y un pensamiento creativo de sus lectores”. Así que ya lo saben: lean bien, queridos lectores.
Fuente: El País.